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CAPITULO 10: ELECCIÓN RACIONAL Y OPORTUNIDAD DELICTIVA

10.1. INTRODUCCIÓN: CONCEPTOS FUNDAMENTALES


Bajo el epígrafe el delito como elección racional y oportunidad delictiva se incluyen aquellas perspectivas teóricas que, en
conjunto, realzan como explicación de la conducta delictiva los procesos de decisión que se adoptan, en términos de beneficios
y costes, frente a las oportunidades delictivas que se presentan. Estas teorías abarcan más de doscientos años de reflexión
criminológica, desde la escuela clásica iniciada por Beccaria, hasta nuestros días. Más concretamente, en este sector teórico se
presentarán dos aproximaciones distintas pero estrechamente vinculadas: en primer lugar, la teoría vigente sobre el delito como
elección racional, y también referida desde otros planteamientos como teoría económica del delito; en segundo término, las
teorías sobre estructuras de oportunidad para el delito, que incluyen la teoría de las actividades rutinarias de Cohen y Felson, la
teoría del patrón delictivo de Brantingham y Brantingham, y la teoría de las ventanas rotas. Ambos grupos de teorías
consideran, tanto las decisiones humanas como las situaciones de oportunidad que se ofrecen a los individuos. Su diferencia
principal reside en la prioridad concedida a uno y otro elemento: mientras que las teorías de la elección ponen énfasis en la
decisión, las teorías de la oportunidad lo sitúan en las situaciones ambientales que estimulan los delitos.

10.2. DECISIÓN DELICTIVA Y DISUASIÓN


El paradigma de la elección racional plantea que el ser humano siempre se halla ante el dilema de elegir el bien o el mal; que se
decante por lo uno o por lo otro dependería de lo que la razón le dicte acerca de cuales son los beneficios y castigos esperados.
La doctrina de la disuasión, derivada de los postulados de la escuela clásica, es el fundamento sobre el cual se asientan
actualmente las leyes y la justicia penal de la inmensa mayoría de los países.
Las sociedades modernas necesitan políticas públicas que resulten lógicas y comprensibles para los ciudadanos. Ante los
problemas sociales que se derivan de las amenazas y violencias a otros o a sus propiedades, se dictan leyes que prohíben
ciertas conductas, definiéndolas como delitos, y, como una consecuencia lógica, se regulan sanciones legales para los
infractores. La operativa de este sistema se hace recaer sobre la policía, que debe detener a los delincuentes, los tribunales,
que han de juzgarlos y sancionarlos, y las prisiones y otros mecanismos de control, que aplicarían las sentencias y penas
impuestas.
A las sanciones y penas, suelen atribuírseles finalidades y efectos de prevención especial o individual, es decir de evitación de
la reincidencia del delincuente que es castigado, y de prevención general, o de disuasión delictiva del conjunto de los
ciudadanos. Estos dos tipos de efectos globales pueden perseguirse a través de diversos mecanismos, tal y como se ilustra en
el cuadro:

Prevención especial: Según la doctrina penal, la prevención especial podría favorecerse, a partir de las penas privativas de
libertad, mediante de los siguientes mecanismos:
- Incapacitación o inocuización: la permanencia en prisión del sujeto le impediría la comisión de nuevos delitos en la sociedad,
al menos durante el período que dure su encarcelamiento.
- Maduración: tras su estancia en prisión el individuo saldría de ella con mayor edad y, en consecuencia, con menor menos
energía para delinquir.
Mejoras personales: el individuo podría mejorar cualitativamente durante su estancia en prisión, como resultado de su
tratamiento, escolarización, cambio de ambiente, desempeño de un trabajo, etc. Prevención general: podría estimularse a
través de tres sistemas:
- Habituación: sugiere la idea de que, como resultado de la existencia de normas y sanciones penales, las personas acabarían
automatizando aquellos comportamientos que se hallan dentro de la legalidad normativa. Ejemplo: los ciudadanos detienen su
vehículo ante un semáforo en rojo, sin tener que pensar y decidir en cada caso acerca de la conveniencia de esta conducta.

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- Formación normativa: haría referencia al efecto educativo que, a largo plazo, podrían tener las normas penales, a lo que Silva
Sánchez se refirió como “prevención general positiva”. La idea implícita aquí es que las leyes penales, podrían promover, a
largo plazo, la “educación” penal de la población, acerca de qué conductas están prohibidas y pueden ser castigadas. Así
podría suceder, por ejemplo, que la difusión de sentencias penales sobre el acoso sexual en el trabajo contribuyera a cambiar
las costumbres sexistas en las relaciones laborales.
- Disuasión: este efecto, también denominado “prevención general negativa”, sería dependiente de tres parámetros,
comentados con antelación, en el marco de la teoría clásica: certeza, prontitud o inmediatez, y dureza de la pena. La certeza y
la inmediatez dependerían ante todo de la eficacia policial y de la rapidez del procedimiento penal, mientras que la dureza
estaría directamente determinada por el código penal.

10.2.1. Teoría del delito como elección racional


A) La infracción como decisión
La teoría del delito como elección racional, formulada Wilson y Herrnstein, en su difundida obra Crime and Human Nature, y en
una versión diferente por Clarke y Cornish. Estos autores interpretaron la acción delictiva como el resultado de una elección
racional. Reconocían que, entre los antecedentes del comportamiento delictivo, podrían hallarse también factores psicológicos,
sociales, y experiencias del individuo. Sin embargo, consideraban que la clave explicativa de la conducta delictiva residía en
que ciertos sujetos poseerían una “mentalidad criminal”, al valorar que podrían beneficiarse de situaciones ilegales, aunque
para ello debieran asumir un cierto riesgo de ser detenidos y castigados. Clarke y Cornish contemplan ocho constructos
diferentes que podrían influir sobre la elección de la conducta delictiva:
1) los factores antecedentes, tanto psicológicos y de crianza de los sujetos como sociales.
2) las experiencias previas y el aprendizaje del sujeto.
3) sus necesidades generales (dinero, sexo, estatus, etc.).
4) la valoración de opciones.
5) las soluciones consideradas, tanto legales como ilegales.
6) la reacción del individuo ante la oportunidad de la conducta delictiva.
7) su disponibilidad para cometer el delito.
8) la decisión de llevarlo a cabo.
En términos generales, la teoría de la elección racional explica la conducta delictiva a partir del concepto económico de utilidad
esperada. Según ello, las personas se comportan de una manera u otra dependiendo de las expectativas que tienen acerca de
los beneficios y costes que pueden obtener de diferentes conductas.
Ahora bien, el que los delincuentes calculen los posibles costes y beneficios derivados del delito no significa que acierten con
seguridad en sus estimaciones. Según Sullivan “el presupuesto principal de la teoría económica no afirma que las personas no
cometan errores [en sus cálculos de costes y beneficios] sino más bien que actúan de acuerdo con su mejor interpretación
acerca de sus posibilidades presentes y futuras, sobre la base de los recursos de que disponen”. Además, la teoría realza la
idea de la especificidad delictiva, en cuanto que se considera que distintos delitos pueden producir diferentes beneficios para
diversos tipos de delincuentes.
En un trabajo más reciente, Cornish y Clarke sintetizaron su perspectiva de la elección racional a partir de los siguientes
postulados fundamentales:
La conducta delictiva es intencional, influida por necesidades y deseos, y orientada al logro de objetivos particulares.
La conducta delictiva es racional, en el sentido de que los delincuentes intentan elegir los mejores medios de que pueden
disponer para lograr sus propósitos. La presunción de racionalidad no asegura que las decisiones adoptadas sean
racionalmente perfectas y efectivas.
El proceso de toma de decisión delictiva es específico para cada delito concreto: los delincuentes no delinquen en un sentido
genérico, sino que cometen delitos específicos, cada uno de los cuales tiene sus motivos, propósitos y beneficios particulares.
Las elecciones pro-delictivas son de dos tipos fundamentales: relativas a la implicación, o no, en un delito concreto (un robo,
una agresión, un ataque terrorista); y concernientes al modo de llevarlo a cabo, planificándolo, ejecutándolo y finalizándolo.
La implicación en la actividad criminal pasa por tres etapas distintas, iniciación en el delito, habituación y abandono de la
delincuencia, en cada una de las cuales serán diferentes los factores que influyen sobre la toma de decisiones que efectúan los
delincuentes.
En el transcurso de cada evento delictivo específico existe una sucesión de estadios y decisiones vinculadas (selección del
objetivo, elección del momento de actuación, de un arma o forma de intimidación, de responder ante las reacciones de la
víctimas, etc.).

B) Valor o utilidad de la conducta

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Wilson y Herrnstein. parten de la misma concepción de la acción humana que fue empleada por la escuela clásica y que, se
fundamenta en la idea de que la conducta se dirige al logro del “placer”, o beneficio propio a corto plazo, y a la evitación de sus
contrarios, el “dolor”, o consecuencias desagradables. Wilson y Herrnstein emplean en la formulación de su teoría del delito
como elección el lenguaje psicológico, aunque presuponen que sus conceptos son fácilmente trasladables a otras
nomenclaturas.
C) La elección del curso de acción preferible: recompensas y castigos
El presupuesto teórico de partida es que las personas que se hallan frente a una elección, eligen el curso de acción preferible.
Ello no implica que en todos los casos se haga una elección consciente, sino simplemente que el comportamiento está
determinado por las consecuencias que tiene para el individuo. Así pues, según Wilson y Herrnstein, la elección de un
comportamiento no delictivo (por ejemplo, trabajar para obtener dinero) o de uno delictivo (robar para el mismo fin), dependerá
de la valoración que el individuo haga de la relación entre recompensas y castigos de uno y otro comportamiento.
Las recompensas asociadas al comportamiento delictivo pueden ser muy variadas, incluyendo las propias ganancias
materiales, la gratificación emocional, la aprobación de los amigos…. Lo mismo sucedería con los castigos o pérdidas, que
pueden ser de tipo material, o bien tener un cariz emocional, como podrían ser la desaprobación de una acción por parte de los
espectadores de la misma, el temor a la revancha de la víctima de un delito o, también, el propio remordimiento de conciencia.
Las ganancias y pérdidas dependerán, en cada caso, del tipo de comportamiento delictivo de que se trate.

D) Factores que modulan la relación ganancias- pérdidas


Según Wilson y Herrnstein, existen dos elementos principales que influyen decisivamente en la valoración individual de la
relación ganancias/pérdidas (o recompensas netas) : su grado de inmediatez/demora y su certeza/incerteza.
Estos dos elementos pueden favorecer que algunas personas opten por la delincuencia, a partir del siguiente proceso. Sucede,
en primer lugar, que las recompensas por los comportamientos no delictivos tienen con frecuencia un carácter demorado, es
decir no son inmediatas (para ahorrar hay que trabajar mucho). Por el contrario, muchas recompensas asociadas al delito son
inmediatas (el robo me da el dinero rapido). La inmediatez de las consecuencias podría favorecer, en algunas personas, el
incremento de su conducta delictiva a la vez que la demora en la gratificación podría dificultar sus comportamientos no
delictivos.
En segundo término juega un papel fundamental su grado de certeza o incerteza. No es seguro que una conducta acarree
ciertos beneficios, como tampoco lo es que comporte ciertos riesgos. En general, los comportamientos delictivos suelen ir
acompañados con mayor certeza de beneficios que de castigos (al menos, a corto plazo).
De esta manera, van a jugar un papel decisivo, a la hora de optar por determinada conducta, las valoraciones que el individuo
haga, en cada caso concreto, de todos los elementos mencionados:
1) de las ganancias y pérdidas esperables
2) de su inmediatez o demora,
3) de su certeza o incerteza.

E) Implicaciones para la práctica


Wilson y Herrnstein concluyen que la teoría tiene una implicación obvia para la práctica: la reducción de la demora y de la
incerteza de las recompensas asociadas al comportamiento no delictivo, reducirá la probabilidad de cometer delitos. Sin
embargo, el mero incremento de la severidad de los castigos asociados al delito, pero sin tomar en consideración los elementos
inmediatez y certeza, no garantizaría la reducción de la tendencia individual a cometer delitos.
La teoría del delito como elección ha recibido diferentes críticas, especialmente dirigidas contra la idea de la absoluta
racionalidad en la toma de decisiones que plantea como explicación de la conducta delictiva. Se ha cuestionado su postulado
de que la mayoría de los delincuentes calculen racionalmente, con antelación a la comisión de un delito, cuáles son los
beneficios que pueden obtener y los riesgos que pueden correr. En realidad, antes o después, la mayoría de los delincuentes
reincidentes acaban siendo detenidos y pasan largas temporadas en la cárcel, lo que quiere decir que sus supuestos “cálculos”
yerran con frecuencia. (muchos delincuentes no piensan en las consecuencias negativas de su acción)

10.2.2. Evaluación empírica de las tesis de la disuasión

La evaluación empírica de una teoría criminológica consiste en comprobar en qué medida sus postulados se confirman o no en
la propia realidad social y delictiva. Así, para las teorías de la disuasión se trataría de verificar si se cumplen sus previsiones
teóricas principales, que argumentan que la imposición de penas disuadirá a los delincuentes de cometer nuevos delitos
(prevención especial), y, también, prevendrá la delincuencia en el conjunto de la ciudadanía (prevención general).
Pese a la larga historia, de miles de años, con la que cuentan las prácticas penales disuasorias, son muy escasos los análisis
empíricos orientados a verificar si la aplicación de penas más estrictas o de mayor duración verdaderamente produce una
disminución de los delitos. Sin embargo, a la Criminología, desde un planteamiento científico y empírico, le interesa en grado

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sumo comprobar qué efectos producen las diversas penas —y sus distintas durezas e intensidades— en el comportamiento de
los delincuentes.

A) Efectos preventivos de la estancia en la cárcel


Los estudios de reincidencia delictiva permiten aproximarse a la evaluación de las tesis disuasorias. Redondo,
Funes y Luque realizaron un estudio. La conclusión principal de este estudio, en lo que se refiere a la eventual capacidad
disuasoria de las penas de prisión, fue que éstas, per se, no previenen la futura reincidencia. En primer lugar, quienes más
veces habían ingresado previamente en prisión —de quienes cabía esperar que reincidieran menos, puesto que, según la teoría
de la disuasión, la experiencia de la cárcel debería haberles disuadido de futuras conductas delictivas— reincidieron, sin
embargo, en mayor grado. La probabilidad de reincidir aumentó, según ello, en proporción al número de veces que los sujetos
habían ingresado en prisión con antelación. A conclusiones semejantes se llegó también en el estudio de reincidencia de
Luque, Ferrer y Capdevila, realizado, con una metodología análoga, sobre una muestra de excarcelados una década más tarde.
Una segunda hipótesis que puede derivarse de los postulados de la teoría disuasoria es que cuanto mayor sea el tiempo que un
individuo pase en prisión, mayor debería ser el efecto disuasorio de la pena y menor, por tanto, la probabilidad de reincidencia
futura.
Un tercer postulado que cabe deducir de las teorías de la disuasión es que cuanto más estricto sea el cumplimiento de una
pena mayor debería ser el efecto intimidatorio esperado, y, en consecuencia, menor la probabilidad de reincidencia. Para
evaluar esa predicción de la teoría clásica, Redondo crearon una variable denominada penosidad del encarcelamiento. Así se
demuestra que tampoco la menor penosidad en el cumplimiento de las penas de prisión es garantía de mayor disuasión, sino
que sucede justamente lo contrario: los encarcelamientos más estrictos se asocian a una mayor reincidencia.
Un último análisis de la investigación de Redondo et al. (1994), que tampoco parece sustentar la hipótesis de la disuasión, se
refiere a la relación existente entre forma de excarcelación y reincidencia. Según la teoría de la disuasión, hipotéticamente
podría esperarse que el cumplimiento íntegro de las penas, finalizándolas a término, sin acceder a ningún tipo de beneficios
propios del sistema progresivo, como el régimen abierto o la libertad condicional, tendría mayores efectos disuasorios y
reductores de la reincidencia delictiva que lo contrario. Sin embargo, también aquí los datos fueron contrarios a las perspectivas
e intuiciones disuasorias: finalizar una condena de prisión en régimen cerrado (cumpliéndola íntegramente) aumentó la
probabilidad de reincidir.
Son notorios los reparos éticos que podrían ponerse a los estudios comentados. Por otro lado, la mayor parte de ellos fueron
reevaluados con posterioridad por investigadores independientes, por ejemplo en las obras de Lipton, Martinson y Wilks (1975)
y Brody (1976). La investigación indica que, en general, el efecto de la cárcel sobre la vida futura de los condenados, por lo que
se refiere a su mayor o menor probabilidad de reincidencia, es mínimo De hecho en los estudios comentados, quienes fueron
liberados con antelación no delinquieron ni más ni menos que los sujetos del grupo de control, que permanecieron en prisión.
Tampoco se apreciaron diferencias sustanciales en la conducta futura entre aquéllos que cumplieron penas de corta o larga
duración.

B) Estudios realizados sobre la prevención general


El efecto disuasorio general del sistema penal, en relación con el conjunto de los ciudadanos, es todavía más difícil de
investigar. Sin embargo, existen situaciones donde, debido a alguna circunstancia histórica dramática, ha decaído
temporalmente el sistema de control formal, lo que ha permitido estudiar su efecto sobre el delito. La más conocida de estas
situaciones fue la denominada “historia de los siete meses”, cuando Dinamarca, bajo ocupación alemana, se quedó siete meses
sin policía, debido a que ésta se negó a colaborar con las fuerzas alemanas, y los propios policías fueron detenidos. Ante ello
los ciudadanos organizaron un sistema de vigilancia civil, pero la investigación policial de los delitos comunes cayó por
completo. ¿Qué sucedió con la delincuencia? Para comenzar, durante las dos primeras semanas no se apreció ningún aumento
en la delincuencia común. Sin embargo, cuando la gente se hizo consciente de que la impunidad delictiva era casi total,
empezaron a incrementarse los hurtos, los robos en tiendas y viviendas, y los atracos en la calle. En resumen, la delincuencia
contra la propiedad se multiplicó por diez, mientras que otros tipos de delitos aumentaron de forma más moderada.
Otros estudios, en situaciones menos dramáticas que la anterior, han evaluado también el efecto disuasorio que tendría el
riesgo de detención por determinados delitos. Un ejemplo son los estudios realizados en Inglaterra sobre la introducción de
nuevas leyes contra el consumo de alcohol por parte de conductores de vehículos. Una nueva ley de 1967 se acompañó de una
intensa campaña de publicidad durante tres meses. Los efectos positivos de este plan se apreciaron claramente en el menor
número de accidentes de tráfico. Durante los tres primeros meses de aplicación de la nueva norma, el número de accidentes se
redujo. Sin embargo, estas mejoras fueran transitorias. Dos años después el número de accidentados había recuperado su
nivel anterior.. Seguramente la publicidad que, como en el presente caso, acompaña a una ley sancionadora con el objetivo de
potenciar sus efectos disuasorios, solamente resulta eficaz si es seguida de un aumento real en el riesgo de detección
infractora, es decir, al aumentar la certeza del castigo.
Existen también estudios experimentales sobre cómo la disuasión puede controlar la conducta en la vida diaria. Un buen
ejemplo fue un estudio de Tittle y Rowe, en el contexto de la universidad. Estos investigadores, acompañaron sus clases
universitarias con un pequeño examen semanal, de respuestas alternativas. Después de la primera evaluación, los profesores
comunicaron a sus estudiantes, tras haberles informado de las respuestas correctas al examen, que les consideraban

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suficientemente maduros y responsables como para confiar en ellos de cara a su propia autoevaluación: cada semana, en la
sesión de clase siguiente a cada ejercicio, informarían en el aula de las respuestas correctas, y devolverían a cada alumno su
propio examen para que él mismo lo corrigiera y calculara su nota. La evaluación global del curso sería la suma del conjunto de
todas estas autoevaluaciones.
Después de cuatro semanas de aplicar este procedimiento, les volvieron a recordar su confianza en la honradez de los
alumnos, y que ellos tenían la obligación ética de evaluar correctamente sus propios resultados. A la séptima semana, los
profesores explicaron que habían recibido quejas sobre la existencia de fraudes en las autoevaluaciones, y que, por eso,
tendrían que realizar unas comprobaciones aleatorias para verificar la veracidad de las mismas. Antes de llevar a cabo el
octavo y último examen, los profesores manifestaron que las comprobaciones efectuadas habían revelado un caso de fraude y
que iban a tomar medidas contra el culpable.
En realidad, los profesores habían evaluado personalmente todos los exámenes antes de devolverlos a los estudiantes para la
autoevaluación. Los fraudes eran, desde el principio, generalizados. Solamente 5 de 107 alumnos se autoevaluaron
correctamente en todas las ocasiones. El exhorto moral a la honradez y a la ética personal no había tenido muchos efectos
preventivos. Sin embargo, la amenaza de realizar comprobaciones aleatorias redujo fuertemente el número de fraudes. Y,
posteriormente, la declaración de que habían identificado a un alumno deshonesto reforzó este efecto disuasorio.
Los estudios que documentan la eficacia de la disuasión se han centrado prioritariamente sobre el aspecto que sí que parece
resultar efectivo, como se acaba de señalar: la certeza o la probabilidad de que el delito sea conocido y el delincuente sea
detenido.
Sin embargo, no se obtienen resultados favorables a la disuasión en los estudios que investigan la severidad de la reacción
penal. Schwartz estudió el efecto que había producido una nueva ley sobre agresiones sexuales, más severa que la anterior,
implantada tras el escándalo y la alarma social suscitados por la noticia de la violación de tres mujeres de la misma familia. Los
efectos de esta nueva ley sobre el número de violaciones fueron nulos, lo cual indica que los resultados empíricos no avalan
que el incremento de la dureza de las penas sea un elemento eficaz por sí mismo en la lucha contra la delincuencia, si no se
mejora paralelamente la eficacia policial.

C) ¿Produce la pena de muerte efectos disuasorios generales (sobre el conjunto de la ciudadanía)?


En algunos estados norteamericanos en que existe y se aplica la pena de muerte, se han efectuado diversos estudios en torno
a la efectividad disuasoria general que podría tener esta pena. Los resultados de estas investigaciones norteamericanas no han
confirmado tampoco la predicción teórica de la disuasión: la existencia o no de pena de muerte parece no tener efecto alguno
sobre las tasas de homicidios.
Este tipo de castigo puede servir más bien como acicate y estímulo a determinados criminales, que acabarían mitificando a los
ajusticiados como “mártires” y emulando sus conductas más violentas.

D) ¿Dureza o certeza de las penas?


Uno de los puntos nucleares de la eficacia del sistema punitivo tiene que ver con la cuestión de la dureza y la certeza de las
penas. La dureza generalmente hace referencia a la duración de la pena, mientras que la certeza tendría que ver con la
probabilidad (real o percibida) de castigo penal para determinado tipo de delito. Para analizar estas dimensiones deben
generarse indicadores adecuados al efecto. Por ejemplo, en uno de los primeros estudios empíricos que se realizó acerca de la
disuasión, Gibbs evaluó la dureza de la penas, para un delito determinado, a partir del promedio de meses de prisión cumplidos
por el conjunto de los delincuentes que habían cometido dicho delito, y ponderó la certeza del castigo, o probabilidad de
detección, como la razón entre los ingresos en prisión que se producían anualmente por ese delito y el número de denuncias
por el mismo.
Las investigaciones que han evaluado la disuasión penal vienen a señalar que la eficacia disuasoria de una pena dependería
más de su grado de certeza que de su severidad. Por ejemplo, Pauwels, Weerman, Brinsma y Bernasco concluyeron que la
disuasión resultaba eficaz si los sujetos tenían una elevada expectativa de certeza de castigo. En este estudio, el riesgo de
sanción percibido por los sujetos se asoció claramente a su menor participación en conductas antisociales, independientemente
de las variaciones en otras variables como sus niveles de autocontrol y de moralidad.
Desde una perspectiva racional, podría afirmarse que lo que probablemente intimida más a los seres humanos, y tendría mayor
probabilidad de ser considerado en sus cálculos de consecuencias, es si existe un riesgo alto o bajo de que determinada acción
sea conocida y castigada, y no tanto cuánta sea la magnitud o dureza del castigo teórico que podría corresponderle. La
estimación de la certeza, que suele ser más “segura” o “veraz”, se realizaría habitualmente a partir de la experiencia real o
vicaria que una persona pueda tener: de si habiendo cometido delitos, ha sido o no detectado, o bien conoce las experiencias
de otras personas a este respecto. Por el contrario, la estimación de la dureza de una pena debería ser generalmente más
especulativa, ya que la mayoría de las personas no cuenta con vivencias específicas al respecto. Por ello, probablemente la
estimación de la dureza sea más “insegura” e “incierta” en lo tocante a qué significa en realidad.
Pese a las consideraciones anteriores, que cuestionan la eficacia disuasoria de la mayor severidad sancionadora, en la práctica
de la política criminal es mucho más fácil gestionar la dureza de las penas, a partir de asignarles distintas duraciones, que
asegurar la certeza de los castigos. Para aumentar la certeza de las penas deberían mejorarse los sistemas de control, y en

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concreto la eficacia policial, la agilidad de los procesos penales, la colaboración ciudadana en la investigación de los delitos,
etc. Todas esas mejoras son complejas y de resultados probablemente inciertos y demorados en el tiempo. Por lo que, a corto
plazo y en términos de costes- beneficios sociales y políticos, las dificultades y costos que representaría efectuar tales cambios,
en dirección al logro de una mayor certeza punitiva, serían probablemente muy superiores a sus ventajas inmediatas. En
cambio, los incrementos de la dureza punitiva requieren tan solo, a corto plazo, la puesta en marcha de las correspondientes
reformas legales para alargar las penas, pudiendo anunciarse en seguida, ante los ciudadanos que reclaman mayor seguridad,
que se han tomado cartas en el asunto y que los delincuentes sufrirán mayores castigos (ni qué decir tiene, si son descubiertos
y detenidos, y se prueba que son culpables, implícitos todos que no formarán parte del debate de la dureza).

E) ¿Disuasión o control informal?


Disuasión informal hace referencia a todas aquellas sanciones sociales y consecuencias negativas (crítica, etiquetado,
exclusión social, etc.), tanto reales como percibidas. Tales penalidades informales podrían también tener efectos disuasorios
que previnieran el comportamiento delictivo. Así, el encarcelamiento (sanción formal) podría asociarse a otras consecuencias
negativas informales como la pérdida del empleo, la separación de la pareja, o el rechazo.
En realidad, diversas investigaciones ha mostrado que las sanciones informales que acostumbran a seguir al castigo formal
pueden tener, en muchos casos, un efecto disuasorio superior al de las propias sanciones formales. Sin embargo, la eventual
eficacia preventiva que pudiera tener el control informal no sería un aval directo de la teoría de la disuasión. El control informal
es un sistema más básico y general de regulación de la conducta que las sanciones formales prescritas por la teoría penal
clásica. Así, aunque las sanciones informales pudieran producir efectos disuasorios del delito, la pregunta seguiría siendo si las
consecuencias formales atribuidas a los delitos —las penas— disuaden o no disuaden por sí mismas.
De todo lo razonado se desprende que la práctica de la disuasión, derivada de la teoría clásica y convertida en estrategia
fundamental de la política criminal, no es avalada por los datos disponibles, especialmente en lo referente a la prevención
especial, o sea, a aquella pretensión disuasoria que se dirige a los propios delincuentes, para que, como resultado de la
imposición de castigos, no vuelvan a cometer delitos. Algo distinto podría ser el caso de la prevención general, orientada a la
ciudadanía en general, donde los resultados disponibles sugieren que la mayor probabilidad de detección policial sería un
elemento importante de disuasión delictiva. En conclusión, la duración y la dureza de las penas probablemente tienen escasa
influencia sobre la disuasión delictiva. Este resultado es de gran relevancia para la política punitiva, informándonos de que el
aumento de las penas, a pesar de los ingentes costes económicos y sociales que comporta, no contribuye a mejorar la
disuasión penal.

F) ¿Disuasión o moralidad?
Más allá de la disuasión y el control, formal o informal, la conducta social de las personas también se regula a partir de los
valores morales, creencias, actitudes, destrezas, habilidades, etc., recibidos a lo largo del proceso de socialización. Así por
ejemplo, Wikström, Tseloni y Karlis, hallaron que la mayoría de los jóvenes participantes en su estudio no evitaban cometer
delitos porque tuvieran miedo de las consecuencias negativas para ellos, sino debido a que no contemplaban el delito como una
alternativa de comportamiento. Con todo, la amenaza percibida de castigo fue una consideración relevante para evitar el delito
en aquellos adolescentes que mostraban con antelación una fuerte inclinación delictiva. Resultados parecidos obtuvieron
también Kroneberg, Heintze y Mehlokop

10.3. CRIMINOLOGÍA AMBIENTAL Y OPORTUNIDADES DELICTIVAS


La Criminología ambiental o situacional se interesa especialmente por analizar los eventos delictivos y las características de los
lugares en que se producen, bajo el presupuesto de que son dichas características topográficas las que favorecen, o,
contrariamente, pueden prevenir, la actividad criminal.
Uno de los desarrollos modernos más conocidos acerca de la relación entre espacio físico y delincuencia correspondió a
Newman, en su famosa teoría del espacio defendibl. El concepto de Newman de espacio defendible hace referencia a cómo el
diseño físico de los ambientes residenciales podría hacerlos menos vulnerables para los delitos. Sus tres conceptos
fundamentales son:
- Territorialidad: el ambiente físico es susceptible de generar zonas de influencia sobre la conducta de las personas que las
transitan. Newman sugiere que estas áreas pueden ser delimitadas mediante el empleo de barreras, tanto físicas (vallas,
puertas, muros) como simbólicas o psicológicas (setos alrededor de las casas, marcas o señales territoriales). A partir de la
territorialización de una zona, cualquier comportamiento producido en ella, incluidas posibles actividades delictivas, podría
detectarse con mayor facilidad.
- Vigilancia natural: haría referencia al grado en que el diseño físico de un área residencial permite a sus residentes poder
supervisarla. El principal indicador de vigilancia natural sería la “observabilidad” de los distintos espacios desde los propios
lugares de residencia o tránsito de los propietarios (puertas de las viviendas confrontadas unas con otras, ventanas y vidrieras
que permiten la visibilidad de las zonas exteriores, etcétera). De ese modo el aumento de la vigilancia natural reforzaría la
territorialidad de un área.

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Imagen y contexto: concebido por Newman como la capacidad que tiene el diseño urbanístico para trasladar a los extraños una
percepción de unicidad, aislamiento y estigma del espacio territorializado. Es decir, la apariencia de un lugar debe en cierto
grado simbolizar el estilo de vida de sus residentes, trasladando a los extraños, entre ellos a eventuales delincuentes, que se
trata de una zona ordenada y controlada, en que será más difícil realizar un delito.

10.3.1. Teoría de las actividades cotidianas (o teoría de la oportunidad)


Es la teoría situacional más importante y citada en Criminología, de Cohen y Felson.

A) Mejorar las condiciones de vida no reduce la delincuencia


Cohen y Felson empezaron constatando que en las décadas que habían mediado que, entre la segunda Guerra Mundial y los
años setenta, mientras que las condiciones económicas y de bienestar habían mejorado sustancialmente en los países
desarrollados, la delincuencia no solo no había disminuido, sino que en general había aumentado. Cohen y Felson consideraron
que la relación entre la mejora de las condiciones de vida y la delincuencia no será directa.

B) Los cambios en las actividades cotidianas incrementan las oportunidades para el delito
En las sociedades modernas se estarían produciendo cambios importantes en las rutinas de la vida diaria, entre las que se
cuentan los permanentes desplazamientos de un lugar a otro y el aumento del tiempo que se pasa fuera de casa. También
habrían cambiado las actividades cotidianas que tienen que ver con el movimiento de propiedades, que habría aumentado
considerablemente (ej: el dinero, que es objeto de continuas transacciones, pagos…).
Cada vez hay más objetos y más oportunidades para delinquir. Habrían aumentado también las situaciones de interacción
directa entre individuos, al haber más personas en lugares públicos. Existiría, en definitiva, una interdependencia entre las
actividades cotidianas no delictivas —movimientos bancarios, movimientos de propiedades, desplazamientos de las personas,
salidas fuera de casa, presencia en lugares públicos— y las actividades y rutinas de los propios delincuentes.
Los autores consideran que los cambios estructurales propios de la vida moderna, en lo relativo a las actividades cotidianas de
las personas, incrementan las tasas de criminalidad. Las transformaciones que en los países modernos favorecen el desarrollo
económico y el empleo habrían propiciado también un aumento de las posibilidades delictivas.

C) Confluencia de delincuentes, víctimas y ausencia de controles


Cohen y Felson explican el aumento de la delincuencia a partir de la convergencia en el espacio-tiempo de tres elementos
interdependientes:
1) La existencia de delincuentes motivados para el delito. Los delincuentes deben haber aprendido, además, las habilidades
necesarias para delinquir.
2) La presencia de objetivos o víctimas apropiados: visibles, descuidados, descontrolados.
3) La ausencia de eficaces protectores. Los autores se refieren aquí, no solo a la policía, sino a cualquier ciudadano capaz de
protegerse a sí mismo, de proteger a otros o de proteger las propiedades (tanto propias como ajenas). Podemos ser eficaces
protectores nosotros mismos, y también pueden serlo nuestros familiares y amigos, y, asimismo, vigilantes y policías.
Los autores consideran que si los anteriores elementos (delincuentes motivados, objetivos o víctimas propicios y ausencia de
protección) confluyen en el mismo espacio y momento, se producirá un aumento de las tasas de criminalidad, con
independencia de que mejoren o empeoren las condiciones sociales (pobreza, desempleo, etc.) que podrían afectar a la
motivación delictiva.

D) Derivaciones aplicadas
Desde esta teoría se derivarían dos predicciones principales acerca de la conducta delictiva:

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a) La ausencia de uno solo de los elementos mencionados será suficiente para prevenir la comisión de un delito: si no existe un
delincuente motivado, un objetivo atractivo o una víctima propicia, o no se carece del oportuno control, se elimina la posibilidad
del delito.
b) Contrario sensu, la convergencia de estos tres elementos producirá un aumento de las tasas de criminalidad.
Cohen y Felson pusieron especial énfasis aplicado en el último elemento condicionante del delito, los eficaces protectores.
Consideran muy difícil evitar, con finalidades preventivas, el primer y segundo elementos teóricos: la existencia de delincuentes
motivados, y la posible presencia de víctimas propicias u objetos atractivos y valiosos. Por eso afirman que la criminalidad
aumenta cuando se reduce el control ejercido por las personas sobre sí mismas o sobre sus propiedades.
Eck propuso un modelo integrador, que incorpora los elementos fundamentales de la teoría de las actividades rutinarias sobre
la delincuencia y añade los elementos de control que les son parejos, en el que podría denominarse triángulo de la delincuencia
y del control:

Frente a los potenciales delincuentes, los cuidadores o monitores (tales como padres, maestros o, en general, cualesquiera
personas que cuidan de otros) supervisan el bienestar de niños, escolares, clientes de instalaciones de recreo, etc.
Ante posibles objetivos o víctimas atractivos para el delito que pueda haber en un determinado lugar, los guardianes o vigilantes
que se hallan en ese lugar observan dichos objetivos y lo que sucede a su alrededor, y de ese modo pueden disuadir de
llevarse cierta propiedad o de asaltar a una posible víctima. Generalmente los guardianes son ciudadanos corrientes (vecinos,
transeúntes, etc.), aunque también puede tratarse de policías o vigilantes privados. Los administradores de negocios, fábricas,
edificios, oficinas, bares, etc., tales como personal de administración, gerentes (o incluso los vecinos), cuidan de dichos lugares
intentando evitar que se produzcan en ellos delitos.

E) La ecología de las actividades cotidianas: ‘ecosistema’ delictivo


Cohen y Felson establecieron que la probabilidad de delincuencia es una función multiplicativa de la existencia de delincuentes
motivados, la presencia de víctimas propicias, y la ausencia de eficaces protectores o cuidadores. La actividad delictiva
tiene, una naturaleza ecológica, de interacción de elementos en el espacio- tiempo, una interdependencia entre delincuentes y
víctimas. Actividades ilegales como el asalto a una farmacia, a una gasolinera o a un banco se nutren de otras actividades
legales: la apertura de farmacias de guardia por las noches, o la existencia de bancos o de gasolineras. También juega un
papel decisivo en la delincuencia la estructura espacial y temporal de las actividades legales cotidianas. Por ejemplo, influye
sobre la menor o mayor probabilidad de que se produzcan concretas acciones delictivas por la noche, la manera como las
farmacias expenden los medicamentos, o los mecanismos utilizados por las gasolineras para el cobro a los clientes.
En definitiva, la estructura de las actividades legales en una sociedad determina también cómo se organiza el delito en la
sociedad y cuáles son los lugares donde se produce con mayor frecuencia.
Dos son las principales vías de influencia de las actividades cotidianas sobre la criminalidad:
a) Las actividades cotidianas facilitan a los delincuentes medios más efectivos para delinquir. La organización social actual,
caracterizada por una amplia disponibilidad de tecnología, suministra instrumental sofisticado y económico a los delincuentes,
susceptible de ayudarles a cometer más eficazmente sus delitos. Es verdad que la tecnología también puede servir para evitar
el delito (por ejemplo, mediante alarmas).
b) Las actividades cotidianas ofrecen a los eventuales delincuentes nuevos objetivos y nuevas posibles víctimas. Es evidente
que, si en vez de permanecer generalmente en casa o en sus proximidades, salimos por la noche con más frecuencia, tenemos
también mayor probabilidad de ser atracados o agredidos. Felson y Cohen entienden por objetivos atractivos o víctimas
propicias, aquellos que tienen un elevado valor material (joyas, un banco, un coche) o simbólico (por ejemplo, personajes
famosos). También son criminalmente atractivos aquellos objetivos fácilmente visibles y accesibles, como puedan ser
escaparates no protegidos o muy llamativos, que exhiben lujos a los que muchos no pueden acceder. Asimismo, resultarían
víctimas más probables aquellas personas que por su ocupación profesional o actividad —vigilantes nocturnos, taxistas,

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prostitutas que trabajan en la calle, vendedores de drogas, etc.—, o bien por su descuido personal, pueden verse más
expuestas al delito.
Algunas situaciones pueden constituir opciones delictivas que resulten evidentes para cualquier persona, con experiencia
delictiva o sin ella: por ejemplo, un coche abierto y con la llave de contacto a la vista. Incluso la mera proximidad geográfica a
determinados ambientes o grupos criminógenos (de tráfico de drogas, de venta de objeto robados, etc.), podría desencadenar
en algunas personas posibles elucubraciones sobre acciones ilícitas, que acabaran favoreciendo cometer determinados delitos.
Sin embargo, muy a menudo las oportunidades delictivas no serían tan evidentes, sino que serían más bien construidas por los
individuos a partir de las interacciones complejas que se producen en el binomio individuos-situaciones. Por ejemplo,
Hochstetler analizó, en una muestra de 50 varones, que eran ladrones de casas y atracadores, el papel que las interacciones
entre co- delincuentes jugaban en la percepción de oportunidades delictivas. En este estudio se puso de relieve que tanto la
percepción de las oportunidades infractoras como los procesos de decisión para la comisión de los delitos, estaban
mediatizados por las interacciones comunicativas que se producían entre co-delincuentes que actuaban juntos, acerca de qué
lugares y qué víctimas podían resultar más apropiados y rentables.
Otro factor que favorece la existencia de víctimas propicias es la movilidad. Cada día pasamos muchas horas fuera de nuestros
contextos familiares, en compañía de extraños. Por supuesto que la inmensa mayoría no son delincuentes, pero cabe la
posibilidad de que algunos de ellos lo sean. Además, las personas se separan cotidianamente de sus propiedades más valiosas
—su casa, su coche u otras— que de ese modo se convierten en posibles objetivos del delito.
Felson y Cohen sostienen que el nivel de criminalidad no está vinculado sistemática y únicamente a las condiciones
económicas de la sociedad.

F) La delincuencia como proceso vital


Felson profundizó posteriormente en algunas de sus ideas teóricas sobre la ecología de la delincuencia. Según esta
perspectiva, la delincuencia es movimiento y acción y presentaría una serie de características, que son comunes a todos estos
sistemas: organización, adaptación, metabolismo, movimiento, desarrollo, reproducción, e irritabilidad o reactividad. Veamos el
sentido que atribuye Felson a dichos procesos en la criminalidad:
La delincuencia se organiza (en un sentido ‘naturalista’) de muy diversas maneras: primitivas y elaboradas, informales y
formales, a corto y largo plazo, de forma individual y colectiva, etc.
Los actores de la delincuencia (delincuentes, víctimas y sistemas de control) efectúan adaptaciones continuas a los cambios
recíprocos y a las circunstancias de cada momento.
En analogía con el metabolismo o ritmos vitales de los seres vivos, la delincuencia también está sometida a ciertos ritmos o
ciclos periódicos: “La vida diaria de las ciudades provee y retira [en función de sus propios ritmos: horarios de tiendas, de
comidas, días festivos, etc.] los objetivos para el delito”.
Los delincuentes experimentan, asimismo, procesos de desarrollo, en la medida en que sus evoluciones vitales (llegar a la edad
juvenil, madurar o envejecer) condicionan la incidencia y prevalencia delictivas, que son cambiantes en una comunidad.
La criminalidad presenta también procesos reproductivos o de renovación y permanencia: el aumento de las tasas de natalidad
acabará influyendo, pasados algunos años, en las tasas de delincuencia, ya que al haber más jóvenes en la comunidad habrá
más posibles delincuentes juveniles, pero también más eventuales víctimas.
La irritabilidad hace referencia al hecho de que tanto los delincuentes como las víctimas responden a los estímulos externos, no
necesariamente de un modo mecánico y automático, sino mediante conductas variadas que intentan adaptarse a las diversas
circunstancias estimulares. La irritabilidad o reactividad de la delincuencia también implica que cuando confluyen determinadas
condiciones, que pueden irse preparando a lo largo de un periodo prolongado de tiempo (p. e., una mayor disponibilidad de
bienes, como pequeños electrodomésticos, que pueden ser más fácilmente robados; una mayor presencia de familias
monoparentales, con una menor supervisión sobre sus hijos, etc.), las tasas de delincuencia pueden experimentar una
‘explosión repentina’. Es decir, la delincuencia ‘reacciona’ y se dispara de un modo desorbitado ante la confluencia de una serie
de factores, de muy distinta índole, pero que, en conjunto, acaban constituyendo potentes cadenas causales para el incremento
delictivo.
En definitiva, Felson propone que la delincuencia real es un sistema vivo, sometido a distintos cambios y variaciones a lo largo
del día, semanas, meses y ciclos temporales más amplios, y su análisis científico del delito insta a prestar atención a todos esos
cambios y dinámicas. Además, la concepción de la delincuencia como ecosistema supone estudiar los procesos e
interrelaciones entre actividades criminales y no criminales.

G) Evaluación empírica
Las investigaciones que se ha desarrollado sobre la teoría de las actividades cotidianas, en general han centrado su atención
sobre los lugares donde se producen los delitos y sobre las características y el comportamiento de las víctimas. Una de sus
conclusiones más reiteradas, ha sido establecer que pasar más tiempo fuera de casa aumentaría la probabilidad de ser víctima
de un delito a manos de desconocidos.

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Sherman describieron la existencia en las ciudades de lugares o espacios calientes o de alto riesgo (hot spots) para los delitos,
en los cuales acontecería el mayor número de acciones delictivas dentro de la ciudad. Tradicionalmente, la policía
ha construido sus mapas de “puntos delictivos calientes” a partir de sus registros históricos de hechos delictivos, a pesar de que
tales puntos a menudo no son estáticos, sino fluidos o cambiantes.
En la investigación española, Sabaté y Aragay, en sus diversos estudios sobre la victimización en Barcelona han constatado
que las mayores tasas de victimización delictiva se producen en los barrios centrales de la ciudad, en los más adinerados, y en
los menos protegidos. Conclusiones semejantes fueron obtenidas por Stangeland y Garrido de los Santos al respecto de la
ciudad de Málaga, en sus análisis del mapa del crimen, y por Hernando en su Atlas de la seguridad de Madrid. Las agresiones
contra la seguridad personal son más numerosas en los distritos centrales de la ciudad, que parecen ofrecer a los delincuentes
mayor anonimato a la vez que abundancia de víctimas potenciales.
Diversos estudios han puesto de relieve cómo la mayor oferta de oportunidades infractoras que se asocia a los desarrollos
económicos, tecnológicos, etcétera, habidos en la modernidad, contribuyen a favorecer muchos delitos. Pese a ello, tal relación
no siempre es unidireccional. Durante las últimas décadas del siglo veinte y las primeras del veintiuno se han producido
ingentes cambios y avances sociales y tecnológicos que, según uno de los postulados centrales de la teoría de las actividades
cotidianas, tendrían que llevar a una expansión de los delitos. Sin embargo, en un amplio estudio de Tseloni, se constató, a
partir del análisis de la evolución de diferentes categorías delictivas en 26 países de diversas regiones del mundo, que desde
mediados de los noventa se ha producido una reducción significativa de los hurtos en el interior de los vehículos, de robos de
los propios vehículos, de robos de casas, y de hurtos y robos a personas.
Por lo que se refiere a la delincuencia organizada, Kleemans y Poot analizaron en Holanda, a partir tanto de información
cuantitativa como cualitativa, alrededor de 1.000 casos de delincuentes vinculados a delitos organizados, hallando firme
evidencia para la tesis de que la estructura de oportunidad social, es decir la disponibilidad de conexiones sociales susceptibles
de ofrecer a los individuos ventajas delictivas provechosas, es clave para explicar la implicación en delincuencia organizada.
Akers, uno de los autores principales de la teoría del aprendizaje social, criticó su falta de definición del constructo “delincuentes
motivados”. ¿Qué son o quiénes son los delincuentes motivados? ¿Todas la personas están motivadas para el delito? O, ¿en
qué momento está presente en un lugar un delincuente motivado? ¿Qué características tiene? Para Akers (1997) la teoría de
las actividades cotidianas, más que una teoría de la delincuencia, sería una teoría de la victimización. La teoría asume, como
premisa de partida, que existen individuos motivados para el delito, pero no se explica tal presunción, sino indirectamente, al
describirse algunas de las características más típicas de las personas o lugares donde se llevan a cabo los delitos.
Además, Akers afirma que es del puro sentido común el que la gente que menos se expone tiene menos posibilidades de ser
víctima de un delito, y no considera que recordar esta obviedad constituya una gran aportación teórica.

H) ¿Existe una motivación individual de cariz situacional?


En un intento de soslayar el concepto problemático de “delincuente motivado”, Osgood generaron una versión individual de la
teoría de las actividades cotidianas, introduciendo para ello el constructo “motivación situacional”. La idea de una motivación
situacional correspondió originariamente a Briar y Piliavin, quienes adujeron que “más que considerar los actos delictivos como
resultado exclusivo de motivos a largo plazo derivados de conflictos o frustraciones cuyos orígenes están muy alejados de las
situaciones en las que las conductas delictivas suceden” debería aceptarse “que tales actos son promovidos por experiencias
apetecidas por todos los jóvenes que les son inducidas por las propias situaciones...”.
Para la definición del concepto motivación situacional, Osgood tomó en consideración algunas perspectivas teóricas
precedentes. Una es la imagen de jóvenes a la “deriva”, de Matza,, que sugiere que la conducta desviada de los jóvenes sería
el resultado de la mayor apertura que tienen los adolescentes hacia eventuales valores y comportamientos de riesgo e
infractores, sin que ello suponga que abiertamente rechacen los valores y estilos de vida convencionales. También adoptaron la
interpretación de Gottfredson y Hirschi, en su teoría general de la delincuencia, de que “el motivo para el delito es inherente o
limitado a las ganancias inmediatas que ofrece el acto en sí mismo”.
Inspirándose en estas bases, Osgood remplazó el concepto de “delincuente motivado” de Cohen y Felson (1979) por la noción
de que “la motivación reside en el comportamiento infractor en sí (...): Cuanto más fácil sea la acción transgresora y cuanto más
potentes sus refuerzos simbólicos y materiales, mayor será también la instigación hacia la desviación”.
Un indicador de que los adolescentes y jóvenes podrían experimentar tentaciones delictivas es el tiempo que pasan con
amigos, realizando actividades no estructuradas, en ausencia de figuras de autoridad. Según Osgood, las actividades juveniles
no estructuradas se asociarían al incremento de las oportunidades delictivas por tres razones: en primer lugar, porque la
carencia de estructura y de obligaciones formales sencillamente permite más tiempo disponible para posibles actividades
antisociales; en segundo término, porque cuando se está con los amigos, los delitos pueden ser más fáciles, debido a la
cooperación y ayuda mutua, y más reforzantes como resultado de la aprobación recíproca; y, finalmente, como consecuencia
de que la ausencia de personas adultas suele dejar a los jóvenes sin referente de autoridad pro-normativa.
Para analizar su hipótesis de conexión entre motivación situacional y tiempo pasado con los amigos en actividades no
estructuradas, Osgood estudió una muestra de casi 2.000 sujetos, que fueron evaluados en diferentes momentos, entre los 18 y
26 años. Se hallaron asociaciones consistentes entre cuatro actividades no estructuradas (subir a un coche por diversión, visitar
a los amigos, ir a fiestas, y pasar noches fuera de casa) y cinco conductas problemáticas (comportamiento delictivo, abuso
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grave de alcohol, consumo de marihuana, consumo de otras drogas, y conducción temeraria). Las cuatro actividades no
estructuradas, que eran las variables predictoras, sustentaron entre el 1,2% y el 10,9% de la variación en la conducta antisocial
de los jóvenes. Sin embargo, estas magnitudes de varianza explicada de la actividad delictiva fueron superadas por otros
predictores como el hecho de que los jóvenes hubieran realizado previamente otras conductas infractoras, sus actitudes
prodelictivas, y tener amigos delincuentes, variables que no corresponderían al concepto teórico de “motivación situacional”,
sino a otras teorías de la delincuencia.
10.3.2. Situación y decisión: Teoría del patrón delictivo (Brantingham y Brantingham)
Los teóricos situacionales se interesaron principalmente por conocer cómo el entorno físico, las actividades sociales y el
comportamiento de las víctimas aumentaban las oportunidades para el delito. Los delitos son facilitados o inhibidos por la mayor
o menor disponibilidad de oportunidades. De ahí que la prevención más eficaz debe buscarse, entonces, en la reducción de
dichas oportunidades.
En función de todo lo anterior, las perspectivas situacionales coinciden con la teoría clásica en su consideración de que la
mayoría de los delitos son decisiones racionales, en el proceso de las cuales el delincuente podría haber optado por hacer una
cosa diferente. Su diferencia es que, mientras que la teoría clásica explica las decisiones delictivas a partir del principio de
placer, el egoísmo y búsqueda del propio beneficio, etc., las perspectivas situacionales consideran que las oportunidades
resultarán más decisivas a la hora de adoptar una u otra opción de comportamiento.

Modelo de Brantingham y Brantingham:

Una primera condición necesaria para la actividad delictiva es la presencia de un individuo suficientemente motivado para
llevarla a cabo. Lo siguiente son las actividades cotidianas del delincuente potencial. Su vida diaria podría ofrecerle
oportunidades para los delitos, y tal vez le muestre y enseñe modos de llevarlos a cabo. La tercera condición para el delito sería
algún suceso desencadenante; por ejemplo, escuchar una conversación sobre alguien que se ha marchado de vacaciones, u
observar una casa que destaca entre las demás por su aspecto o colorido, y que, asimismo, parece tener una ventana abierta.
El método para la búsqueda de un blanco u objeto del delito vendría determinado por el previo esquema o “guión”, que se forma
el delincuente en su mente, como resultado de la experiencia acumulada con anterioridad acerca de situaciones semejantes.
Nuestra aportación al modelo de Brantingham y Brantingham se encuentra en la parte inferior del gráfico. Se ha introducido el
elemento obstáculos, o dificultades que pueden aparecer en el desarrollo de la acción delictiva y condicionar su curso posterior.
Los obstáculos pueden dimanar de medidas de protección física, como por ejemplo la existencia de una persiana metálica en el
escaparate de una tienda, o bien ser de índole social, como la presencia de vecinos observando la calle desde una ventana.
En algunos casos estos impedimentos pueden ser suficientes para hacer que el delincuente abandone su plan delictivo, al
menos temporalmente. Sin embargo, la experiencia negativa de una serie de intentos fracasados de delito, puede hacer

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también que el delincuente cambie su guión inicial y adopte un plan de comportamiento diferente. Es decir, los obstáculos
podrían conducir o bien a la prevención del delito, cuando el intento delictivo es definitivamente abandonado, o bien al
desplazamiento del delito hacia un blanco más fácil, o hacia un delito distinto.
Algunas investigaciones han confirmado la proximidad, propuesta por la teoría del patrón delictivo, entre lugares de residencia
de los delincuentes y espacios de comisión de sus delitos. Bernasco y Kooistra obtuvieron, en un estudio realizado en Holanda
con una muestra de 352 sujetos con antecedentes de robos en comercios, una asociación estadísticamente significativa entre
su propia historia residencial (esto es, los domicilios en los que habían vivido sucesivamente) y los lugares de comisión de sus
delitos. Bernasco halló un resultado parecido, en cuanto a la elección por los delincuentes de lugares próximos a su residencia
actual o pasada, también para el caso de los delitos de robo con violencia, robos en vivencias y hurtos en el interior de los
vehículos.

10.3.3. ¿Prevención o desplazamiento del delito?


Un problema de la teoría del patrón delictivo que se acaba de presentar es que no se enfrenta directamente al problema del
desplazamiento del delito, limitándose a explicar por qué en ciertos lugares se escogen algunos blancos delictivos y se
desatienden otros. Sin embargo, la cuestión del desplazamiento de la delincuencia es vital para la prevención de los delitos: las
medidas de prevención, ¿disuaden de cometer delitos o simplemente los desplazan de un lugar a otro? Si en un barrio se le
presentaran a un delincuente más obstáculos para cometer sus delitos, ¿desistiría de llevarlos a cabo o los intentaría en otros
lugares, o bien se plantearía otras metas delictivas? ¿Son la mayoría de los delitos realmente evitables, a partir de aumentar la
vigilancia o de reducir el atractivo de los posibles objetivos?.
En absoluto pueden afirmarse que todos los delincuentes estén predestinados a cometer cierto número de delitos al año y que,
si encuentran obstáculos para ello, automáticamente buscarán otros “blancos” criminales. Pero tampoco es posible sostener
radicalmente lo contrario, que los obstáculos y medidas de seguridad y vigilancia serán completamente eficaces en la
prevención de los delitos. Lo más probable sería que la relación prevención/desplazamiento del delito, se situara en algún punto
intermedio entre estos dos extremos: los obstáculos e impedimentos logran evitar definitivamente algunos delitos, aunque en
otros casos los delitos obstaculizados se desplazan a otros lugares.
Un hallazgo importante que se obtiene de las encuestas a víctimas es que la mayoría de los intentos de comisión de delitos
resultan frustrados. De todos los conatos de homicidios, violaciones, robos en viviendas, robos con violencia, y hurtos diversos,
en la mayoría de las ocasiones los delincuentes se ven obligados a abandonar el lugar del delito sin haber podido consumarlo
de manera completa (Block, 1989; Hindelang, 1978; Van Dijk, 1994). Tales tentativas frustradas rara vez son comunicadas a la
policía, e incluso son ignoradas en los estudios de víctimas, puesto que con frecuencia las propias víctimas los olvidan en
seguida, al no haber sufrido daños o pérdidas graves.
De cualquier modo, el análisis de los intentos frustrados de delito podría ofrecer información crucial para la prevención delictiva,
si pudiera conocerse con precisión en qué casos el delincuente desistió del delito que pretendía y en cuáles resolvió buscar un
objetivo alternativo. Podría ser que los obstáculos que encontró en su camino hubieran evitado realmente el delito. Sin
embargo, siempre cabe sospechar que el delincuente simplemente se haya desplazado a otro sitio, o que haya cambiado de
estrategias delictiva. Este fue el caso cuando en Alemania, a principio de la década de los ochenta, las sucursales bancarias
comenzaron a instalar cristales blindados y otras medidas técnicas de seguridad, y a continuación se produjo un aumento de los
atracos a oficinas de correos y vehículos de transporte de dinero (Rengier, 1985). Sin embargo, los proyectos de prevención
delictiva que, a la vez, han estudiado el posible desplazamiento del delito, suelen llegar a la conclusión de que solo alrededor de
la mitad de los delitos se desplaza a otros lugares y objetivos, mientras que la otra mitad es realmente evitada (Hesseling,
1995).
Van Dijk (1994) formuló un sugerente modelo teórico que interpreta los sucesos delictivos como interacciones entre la
“demanda” de bienes ilícitos, que encarnarían los delincuentes, y la “oferta” de oportunidades delictivas, que representarían las
víctimas, como suministradoras involuntarias de posibilidades para los delitos. La “oferta” de oportunidades dependería, a gran
escala, tanto del volumen de mercancías y bienes que son exhibidos como de los niveles de vigilancia existentes, informales y
formales.
La interacción entre ambos factores, “demanda” y “oferta” delictiva, presentaría cierta elasticidad, según tipos de delito y marcos
culturales. Incrementos de la demanda, como resultado de una mayor pobreza, desigualdad o falta de opciones de subsistencia
lícitas, podrían conducir a un incremento de los delitos. Sin embargo, conscientes de este incremento delictivo, los
“suministradores”, o víctimas potenciales, tenderían a intensificar la protección de sus bienes y obstaculizar en mayor medida
los delitos, lo que, en consecuencia, tendería a reducir el beneficio neto obtenido por los delincuentes en cada transacción
delictiva. Ello podría revertir, a su vez, en un aumento de la propia demanda delictiva, que compensara los menores beneficios
netos ahora logrados, mediante una intensificación de las actividades ilícitas. De esta forma, el volumen total de delincuencia
tendería a mantenerse más o menos constante a partir del reequilibrio dinámico entre la oferta y la demanda.
De forma paralela, también las oleadas, o variaciones bruscas de la delincuencia, podrían tener su origen bien en aumentos de
la oferta o bien en incrementos de la demanda. Por ejemplo, una sociedad con muchos equipos electrónicos ligeros, como es el
caso actualmente del conjunto de las sociedades industrializadas, presentará más “ofertas” delictivas para el hurto y el robo. El
televisor familiar de décadas atrás tenía un peso considerable, y, por ello, era más difícil de usurpar y transportar. Tampoco
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existían, hace años, equipos de CD y ordenadores portátiles, móviles, etc., cuya presencia creciente y ubicua en la actualidad
estaría claramente asociada al incremento de su sustracción. Sin embargo, también habría oleadas de delincuencia causadas
por aumentos de la demanda, cuando, por ejemplo, acontecen largas épocas de desempleo crónico, o se disparan las
diferencias económicas entre clases sociales.

10.3.4. Teoría de las ventanas rotas


La “teoría de las ventanas rotas” intentó explicar el círculo vicioso que parece producirse en las grandes ciudades entre, por un
lado, la existencia de un control informal debilitado, y, por otro, una delincuencia en aumento, tal y como se ilustra el cuadro
10.7:

Para los autores de esta teoría, en aquellos barrios en que existe un miedo excesivo al delito se instauraría en los ciudadanos
una ansiedad generalizada, que traería consigo un decaimiento del control informal, en la medida en que muchas personas,
amedrentadas por los tirones, robos, agresiones, venta y consumo de drogas, presencia de prostitutas en la calle, etc.,
comienzan a evitar la calle y los espacios comunes, como plazas, parques públicos y zonas de recreo. Esta inhibición
ciudadana general, con unas calles y espacios comunes vacíos y a merced de los delincuentes, alentaría paulatinamente la
expansión de todas aquellas formas de delincuencia callejera que precisamente se pretendían evitar. Los comportamientos
marginales e ilícitos interaccionarían entre ellos y se estimularían recíprocamente. Actividades como la prostitución o el
menudeo de drogas facilitarían actos de pillería, timo o robo, al aparecer en escena, como posibles víctimas, personas que
como los toxicómanos, las prostitutas, o sus clientes, pueden llevar encima, y con escaso control, jugosas sumas de dinero.
Según Sousa y Kelling las ocho ideas centrales de la teoría de la ventanas rotas serían las siguientes:
Desorden y miedo al delito están estrechamente relacionados.
La policía (con sus actuaciones y prácticas) suele “negociar” las reglas que rigen el funcionamiento de la calle, “negociación” en
la que también estarían implicadas las “personas asiduas de la calle” (ciudadanos corrientes, mendigos, prostitutas, vendedores
de drogas...).
Barrios distintos se rigen por reglas de la calle diferentes.
Un desorden urbano desatendido e irresuelto suele llevar a la ruptura de los controles comunitarios.
Las áreas en que se quiebran los controles comunitarios son más vulnerables a ser invadidas por actividades delictivas y por
delincuentes.
La esencia del rol policial para mantener el orden debe orientarse a reforzar los mecanismos comunitarios de control informal.

Los problemas en una calle, barrio, etc., no suelen ser tanto el resultado de personas problemáticas individuales cuanto del
hecho de que se congreguen en un lugar múltiples individuos problemáticos.
Diferentes barrios cuentan con capacidades distintas para manejar el desorden. De esta teoría, que vincula entre sí
comportamientos como prostitución, venta y consumo de drogas, y diversos delitos contra la propiedad, se pueden deducir
recomendaciones para la política criminal preventiva opuestas a las de la criminología crítica y las teorías del derecho penal
minimalista, que se presentaron en el capítulo precedente. Estas últimas perspectivas recomiendan restringir el ámbito del
derecho penal, reservándolo exclusivamente para aquellos comportamientos que atenten contra bienes jurídicos importantes,
como la protección de la vida y la integridad de las personas, o los delitos graves contra la propiedad, y, paralelamente,
descriminalizar o despreocuparse de problemas menos importantes, como los relacionados con la venta callejera, la droga, la
pornografía o la prostitución.

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Por el contrario, desde la teoría de las “ventanas rotas” se derivarían políticas preventivas concentradas precisamente en el
control de actividades marginales o de pequeña delincuencia como las anteriores, antes de que se conviertan en caldo de
cultivo de delitos más graves. El descenso considerable de la delincuencia que se produjo en las grandes ciudades americanas
durante los años noventa se atribuyó, al menos parcialmente, a políticas de esta naturaleza.
Un último comentario acerca del fondo de la secuencia causal, que presupone la teoría de la ventanas rotas, entre deterioro del
espacio urbano, incremento de las actividades ilícitas y marginales, aumento del miedo al delito, decaimiento del control
informal y, a la postre, explosión de la criminalidad a mayor escala. En dicho esquema se postula una línea de relación directa
entre una mayor delincuencia real y un miedo al delito incrementado. Sin embargo, probablemente la conexión entre
delincuencia y miedo al delito no sea tan lineal y sencilla como podría inicialmente pensarse. A este respecto, Vozmediano y
San Juan (2006a; 2006b) evaluaron, en tres barrios de la ciudad de San Sebastián representativos de tres diferentes niveles
socio- económicos (alto, medio y bajo), la posible relación entre la distribución real de la delincuencia y la percepción ciudadana
de miedo al delito. Para ello se entrevistó, en conjunto, a 504 sujetos, correspondientes en proporciones semejantes a varones
y mujeres, y a los tres barrios/niveles económicos analizados. Mediante la tecnología SIG (Sistemas de Información Geográfica)
se generaron mapas urbanos tanto de los delitos reales acontecidos en los diversos barrios (según los registros judiciales y la
distribución geográfica de las víctimas) como de la percepción de inseguridad por parte de sus residentes. También se
analizaron diversas variables personales (sexo, edad...), psicosociales (dinámica y cohesión vecinales, satisfacción residencial,
apego al barrio...), y ambientales (estructura del espacio urbano, degradación física, etc.).
Vozmediano y San Juan (2006) encontraron, en consonancia con múltiples investigaciones anteriores, que las zonas céntricas
de la ciudad (en que se ubicaban barrios de niveles socio-económicos medio y alto) aglutinaban la mayor densidad delictiva,
pese a lo cual sus residentes no mostraron un miedo al delito elevado. En cambio, el mayor grado de miedo al delito se produjo
en la zona que se evaluó como de nivel socio-económico bajo, a pesar de existir en ella una menor tasa de delitos. Es decir,
quienes manifestaban haber sufrido, en promedio, menor victimización, mostraron, pese a todo, mayor miedo delictivo.
En realidad, el mayor temor al delito manifestado por los residentes del barrio de nivel socio-económico bajo se asoció
significativamente, no al nivel real de delitos que habían experimentado, sino a variables psico-socio- ambientales como menor
satisfacción con los vecinos, mayor precepción del barrio como inseguro, y menor contento con las actuaciones judiciales y con
la política del ayuntamiento.
En conclusión, según los autores de este estudio, a menudo se produce, en expresión de Fattah (1993), la paradoja del miedo
al delito, o falta de correspondencia entre la realidad de la delincuencia y la subjetividad del temor percibido que suscita, cuya
explicación suele requerir la consideración de factores variados:
“La influencia de las características de los espacios dibujaría en cada contexto urbano estudiado un patrón de miedo al delito
propio, coincidente, en unos casos con el delito objetivo, pero en otros no. Otro elemento que puede influir en la disparidad de
resultado al respecto es el desplazamiento del fenómeno delictivo en la ciudad. Desde una perspectiva espacio-temporal, una
zona que ha soportado altos índices de delito en el pasado podría mantener un mayor nivel de miedo al delito aun cuando el
delito haya ‘migrado’ a otra zona de la ciudad como consecuencia, por ejemplo, de la intensificación puntual de la actividad
policial. La percepción de ese espacio como peligroso podría perdurar más allá de la persistencia de elementos objetivos, una
vez que se ha incorporado a la dinámica de la vida cotidiana en un vecindario concreto. Por otro lado, las variables psico-socio-
ambientales incluidas en el estudio sugieren que la percepción del espacio físico por los vecinos, así como las creencias
compartidas sobre la efectividad de la justicia y el papel del ayuntamiento en garantizar la seguridad, podrían estar jugando un
papel en la génesis y mantenimiento del miedo al delito”

10.3.5. Actualidad y futuro de la Criminología ambiental


En este epígrafe se han recogido los principales planteamientos de la Criminología ambiental para la explicación del delito y
algunas de sus posibles aplicaciones preventivas. Como síntesis de estas perspectivas, se resumen a continuación los diez
principios de las teorías de la oportunidad, que sugirieron Felson y Clarke:
1. La oportunidad juega un papel decisivo en la comisión de cualquier delito, tanto de los delitos económicos (donde resulta más
evidente), como en cualesquiera otros.
2. Las oportunidades son específicas para cada delito (hurto de carteras, robo en un banco, agresión sexual, etc.), lo que debe
ser atendido para el diseño de las correspondientes estrategias preventivas.
3. Las oportunidades delictivas tienden a concentrarse en lugares y tiempos concretos (calles, plazas, barrios; mañanas, tardes,
noches, fines de semana).
4. Existe una estrecha correspondencia entre los patrones de actividad de la vida diaria (desplazamientos, aglomeraciones de
gente, etc.) y las oportunidades delictivas.
5. Un delito específico puede promover las oportunidades para otros delitos. Por ejemplo, los robos en viviendas, coches,
tiendas, etc., favorecen la compraventa de objetos robados, el hurto mediante tarjetas de crédito sustraídas, etc.
6. Algunos objetos (dependiendo de su valor, inercia o transportabilidad, visibilidad y accesibilidad) constituyen oportunidades
más atractivas para los delitos que otros.

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7. Los cambios sociales y tecnológicos (p. e., el desarrollo de móviles u ordenadores ligeros, acceso masivo a Internet, etc.)
generan nuevas oportunidades para los delitos.
8. Los delitos pueden prevenirse a partir de reducir las oportunidades delictivas.
9. Reducir las oportunidades puede prevenir el delito de modo efectivo, sin que necesariamente tenga por qué producirse el
desplazamiento de los delitos a otros lugares alternativos.
10. Disminuir las oportunidades delictivas para franjas horarias y lugares concretos puede producir efectos de generalización
preventiva a otros momentos y contextos próximos, inicialmente no incluidos en las estrategias de prevención situacional.

PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL


1. Las teorías del delito como elección racional y las teorías de la oportunidad se conectan entre sí a partir de que ambas
realzan, a la hora de explicar el comportamiento delictivo, tanto los procesos de decisión sobre costes y beneficios de una
conducta como la relevancia criminogénica de las oportunidades infractoras.
2. Según el principio de utilidad esperada, el comportamiento humano, incluido el delictivo, depende de las expectativas que
tienen los individuos sobre los beneficios y costes (tanto materiales como psicológicos) que pueden obtener por diferentes
conductas: “Cuanto mayor sea la razón de las recompensas (materiales y no materiales) de la no-delincuencia y las
recompensas (materiales y no materiales) del delito, menor será la tendencia a cometer delitos”.
3. Según la teoría de la elección racional, en el momento de decidir si se realiza o no una conducta delictiva, resultarán críticas
las valoraciones que el individuo efectúe de los siguientes aspectos:
1) de las ganancias y pérdidas esperables por ella
2) de la inmediatez/demora de tales ganancias o pérdidas,
3) de su certeza o incerteza.
4. Las implicaciones más relevantes de lo anterior para la política criminal son las dos siguientes:
1) la reducción de la demora y de la incerteza de las recompensas que se asocian al comportamiento no delictivo,
aumentarán la probabilidad de dicho comportamiento y, en consecuencia, reducirán la probabilidad de delito;
2) el mero incremento de la dureza de los castigos asociados al delito, sin asegurar su inmediatez y certeza (que son los
elementos que en mayor grado se vinculan a la disuasión punitiva), no garantiza la reducción de la tendencia individual a
cometer delitos.
5. Contrariamente a lo que suele esperarse desde una perspectiva puramente disuasoria, la probabilidad de reincidencia de un
individuo es directamente proporcional al número de ingresos y tiempo pasado en prisión, a la mayor penosidad o dureza de su
encarcelamiento, y a la finalización de su condena en regímenes más duros o estrictos, como el régimen cerrado.
6. El control y la disuasión informal (por el temor a pérdidas sociales en relación con la familia, el trabajo, los amigos, etc.), y el
propio desarrollo moral de los individuos (a partir de creencias y actitudes prosociales y contrarias al delito), tendrán, en muchos
casos, un mayor poder disuasorio de la delincuencia que las meras sanciones penales.
7. Según la teoría de la actividades cotidianas, la delincuencia aumenta cuando convergen en el espacio-tiempo tres elementos:
1) delincuentes motivados (y entrenados) para el delito,
2) objetivos o víctimas propicios (visibles, descuidados...),
3) ausencia de protectores eficaces (propietarios, familiares, vecinos, vigilantes, policías...).
8. La ausencia de uno solo de los elementos anteriores es suficiente para prevenir la comisión de un delito. Sin embargo, ya
que es muy difícil evitar que haya personas motivadas para el delito y que puedan existir víctimas u objetivos atractivos, la clave
de la prevención estará más bien en el aumento y mejora de la protección de posibles víctimas y propiedades.

9. Los delincuentes, las víctimas y objetivos delictivos, y los cuidadores o protectores, interaccionan de forma dinámica y
permanente en los mismos contextos sociales, conformando “ecosistemas” delictivos. En dichos ecosistemas, las actividades
ilícitas (hurtos de vehículos, robos en casas, estafas por Internet, lesiones, agresiones sexuales, etc.) se nutren y condicionan a
partir de las actividades cotidianas lícitas que existen en la sociedad (comercio de coches, existencia de casas inseguras,
transacciones económicas por Internet, personas que pasean, viajan solas, etc.).
10. Como ecosistema social, a la delincuencia pueden serle atribuidas también las características generales de todo sistema
vivo:
1) la delincuencia se organiza de diversas formas (primitivas/elaboradas, individuales/colectivas...)
2) efectúa adaptaciones continuas a los cambios y circunstancias del momento
3) cuenta con metabolismo, o ritmos y ciclos periódicos (p. e., en función de los horarios de la actividad comercial)
4) experimenta desarrollos y evoluciones vitales (inicio de los jóvenes en el delito, consolidación de su actividad criminal,
desistimiento delictivo)

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5) procesos de reproducción y renovación (incorporación, a un ecosistema criminal, de nuevos delincuentes o de nuevas
víctimas)
6) la delincuencia reacciona y se reajusta frente a los cambios que se producen en el contexto circundante.
11. Se comprueba que la mayor oferta y diversificación de las oportunidades infractoras, que suele asociarse al desarrollo
económico y social, contribuye relativamente a favorecer nuevos delitos.
12. Frente al concepto de delincuente motivado, se ha considerado también que puede existir una motivación situacional para el
delito: cuanto más fácil sea la acción transgresora y más potentes sus refuerzos, mayor será la instigación hacia el
comportamiento infractor.
13. Un indicador frecuente de que los adolescentes y jóvenes podrían experimentar tentaciones delictivas es el tiempo que
pasan, junto a sus amigos, en actividades no estructuradas, en ausencia de figuras de autoridad (generalmente, personas
adultas).
14. Según la teoría del patrón delictivo, la mayor probabilidad de delito se producirá en aquellos lugares en que confluyan las
rutas cotidianas de posibles delincuentes motivados (en sus desplazamientos habituales por la ciudad) con la presencia de
oportunidades delictivas (turistas, comercios, casas, coches...).
15. Como resultado de la prevención situacional de los delitos (a partir del aumento de los obstáculos, del control informal y de
la vigilancia) una parte de los delitos se previene definitivamente mientras que otros se desplazan a otros lugares más
favorables.
16. Según la teoría de la ventanas rotas, para prevenir que en un lugar aflore y se consolide una delincuencia más frecuente y
grave, como resultado del abandono de la calle por parte de los ciudadanos y del consiguiente decaimiento del control social
informal, debe empezarse por controlar y evitar en ese mismo lugar las diversas actividades marginales y de pequeña
delincuencia tales como la venta callejera, el menudeo de drogas, la prostitución, etc.

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