Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Prevención especial: Según la doctrina penal, la prevención especial podría favorecerse, a partir de las penas privativas de
libertad, mediante de los siguientes mecanismos:
- Incapacitación o inocuización: la permanencia en prisión del sujeto le impediría la comisión de nuevos delitos en la sociedad,
al menos durante el período que dure su encarcelamiento.
- Maduración: tras su estancia en prisión el individuo saldría de ella con mayor edad y, en consecuencia, con menor menos
energía para delinquir.
Mejoras personales: el individuo podría mejorar cualitativamente durante su estancia en prisión, como resultado de su
tratamiento, escolarización, cambio de ambiente, desempeño de un trabajo, etc. Prevención general: podría estimularse a
través de tres sistemas:
- Habituación: sugiere la idea de que, como resultado de la existencia de normas y sanciones penales, las personas acabarían
automatizando aquellos comportamientos que se hallan dentro de la legalidad normativa. Ejemplo: los ciudadanos detienen su
vehículo ante un semáforo en rojo, sin tener que pensar y decidir en cada caso acerca de la conveniencia de esta conducta.
1
- Formación normativa: haría referencia al efecto educativo que, a largo plazo, podrían tener las normas penales, a lo que Silva
Sánchez se refirió como “prevención general positiva”. La idea implícita aquí es que las leyes penales, podrían promover, a
largo plazo, la “educación” penal de la población, acerca de qué conductas están prohibidas y pueden ser castigadas. Así
podría suceder, por ejemplo, que la difusión de sentencias penales sobre el acoso sexual en el trabajo contribuyera a cambiar
las costumbres sexistas en las relaciones laborales.
- Disuasión: este efecto, también denominado “prevención general negativa”, sería dependiente de tres parámetros,
comentados con antelación, en el marco de la teoría clásica: certeza, prontitud o inmediatez, y dureza de la pena. La certeza y
la inmediatez dependerían ante todo de la eficacia policial y de la rapidez del procedimiento penal, mientras que la dureza
estaría directamente determinada por el código penal.
2
Wilson y Herrnstein. parten de la misma concepción de la acción humana que fue empleada por la escuela clásica y que, se
fundamenta en la idea de que la conducta se dirige al logro del “placer”, o beneficio propio a corto plazo, y a la evitación de sus
contrarios, el “dolor”, o consecuencias desagradables. Wilson y Herrnstein emplean en la formulación de su teoría del delito
como elección el lenguaje psicológico, aunque presuponen que sus conceptos son fácilmente trasladables a otras
nomenclaturas.
C) La elección del curso de acción preferible: recompensas y castigos
El presupuesto teórico de partida es que las personas que se hallan frente a una elección, eligen el curso de acción preferible.
Ello no implica que en todos los casos se haga una elección consciente, sino simplemente que el comportamiento está
determinado por las consecuencias que tiene para el individuo. Así pues, según Wilson y Herrnstein, la elección de un
comportamiento no delictivo (por ejemplo, trabajar para obtener dinero) o de uno delictivo (robar para el mismo fin), dependerá
de la valoración que el individuo haga de la relación entre recompensas y castigos de uno y otro comportamiento.
Las recompensas asociadas al comportamiento delictivo pueden ser muy variadas, incluyendo las propias ganancias
materiales, la gratificación emocional, la aprobación de los amigos…. Lo mismo sucedería con los castigos o pérdidas, que
pueden ser de tipo material, o bien tener un cariz emocional, como podrían ser la desaprobación de una acción por parte de los
espectadores de la misma, el temor a la revancha de la víctima de un delito o, también, el propio remordimiento de conciencia.
Las ganancias y pérdidas dependerán, en cada caso, del tipo de comportamiento delictivo de que se trate.
La evaluación empírica de una teoría criminológica consiste en comprobar en qué medida sus postulados se confirman o no en
la propia realidad social y delictiva. Así, para las teorías de la disuasión se trataría de verificar si se cumplen sus previsiones
teóricas principales, que argumentan que la imposición de penas disuadirá a los delincuentes de cometer nuevos delitos
(prevención especial), y, también, prevendrá la delincuencia en el conjunto de la ciudadanía (prevención general).
Pese a la larga historia, de miles de años, con la que cuentan las prácticas penales disuasorias, son muy escasos los análisis
empíricos orientados a verificar si la aplicación de penas más estrictas o de mayor duración verdaderamente produce una
disminución de los delitos. Sin embargo, a la Criminología, desde un planteamiento científico y empírico, le interesa en grado
3
sumo comprobar qué efectos producen las diversas penas —y sus distintas durezas e intensidades— en el comportamiento de
los delincuentes.
4
suficientemente maduros y responsables como para confiar en ellos de cara a su propia autoevaluación: cada semana, en la
sesión de clase siguiente a cada ejercicio, informarían en el aula de las respuestas correctas, y devolverían a cada alumno su
propio examen para que él mismo lo corrigiera y calculara su nota. La evaluación global del curso sería la suma del conjunto de
todas estas autoevaluaciones.
Después de cuatro semanas de aplicar este procedimiento, les volvieron a recordar su confianza en la honradez de los
alumnos, y que ellos tenían la obligación ética de evaluar correctamente sus propios resultados. A la séptima semana, los
profesores explicaron que habían recibido quejas sobre la existencia de fraudes en las autoevaluaciones, y que, por eso,
tendrían que realizar unas comprobaciones aleatorias para verificar la veracidad de las mismas. Antes de llevar a cabo el
octavo y último examen, los profesores manifestaron que las comprobaciones efectuadas habían revelado un caso de fraude y
que iban a tomar medidas contra el culpable.
En realidad, los profesores habían evaluado personalmente todos los exámenes antes de devolverlos a los estudiantes para la
autoevaluación. Los fraudes eran, desde el principio, generalizados. Solamente 5 de 107 alumnos se autoevaluaron
correctamente en todas las ocasiones. El exhorto moral a la honradez y a la ética personal no había tenido muchos efectos
preventivos. Sin embargo, la amenaza de realizar comprobaciones aleatorias redujo fuertemente el número de fraudes. Y,
posteriormente, la declaración de que habían identificado a un alumno deshonesto reforzó este efecto disuasorio.
Los estudios que documentan la eficacia de la disuasión se han centrado prioritariamente sobre el aspecto que sí que parece
resultar efectivo, como se acaba de señalar: la certeza o la probabilidad de que el delito sea conocido y el delincuente sea
detenido.
Sin embargo, no se obtienen resultados favorables a la disuasión en los estudios que investigan la severidad de la reacción
penal. Schwartz estudió el efecto que había producido una nueva ley sobre agresiones sexuales, más severa que la anterior,
implantada tras el escándalo y la alarma social suscitados por la noticia de la violación de tres mujeres de la misma familia. Los
efectos de esta nueva ley sobre el número de violaciones fueron nulos, lo cual indica que los resultados empíricos no avalan
que el incremento de la dureza de las penas sea un elemento eficaz por sí mismo en la lucha contra la delincuencia, si no se
mejora paralelamente la eficacia policial.
5
concreto la eficacia policial, la agilidad de los procesos penales, la colaboración ciudadana en la investigación de los delitos,
etc. Todas esas mejoras son complejas y de resultados probablemente inciertos y demorados en el tiempo. Por lo que, a corto
plazo y en términos de costes- beneficios sociales y políticos, las dificultades y costos que representaría efectuar tales cambios,
en dirección al logro de una mayor certeza punitiva, serían probablemente muy superiores a sus ventajas inmediatas. En
cambio, los incrementos de la dureza punitiva requieren tan solo, a corto plazo, la puesta en marcha de las correspondientes
reformas legales para alargar las penas, pudiendo anunciarse en seguida, ante los ciudadanos que reclaman mayor seguridad,
que se han tomado cartas en el asunto y que los delincuentes sufrirán mayores castigos (ni qué decir tiene, si son descubiertos
y detenidos, y se prueba que son culpables, implícitos todos que no formarán parte del debate de la dureza).
F) ¿Disuasión o moralidad?
Más allá de la disuasión y el control, formal o informal, la conducta social de las personas también se regula a partir de los
valores morales, creencias, actitudes, destrezas, habilidades, etc., recibidos a lo largo del proceso de socialización. Así por
ejemplo, Wikström, Tseloni y Karlis, hallaron que la mayoría de los jóvenes participantes en su estudio no evitaban cometer
delitos porque tuvieran miedo de las consecuencias negativas para ellos, sino debido a que no contemplaban el delito como una
alternativa de comportamiento. Con todo, la amenaza percibida de castigo fue una consideración relevante para evitar el delito
en aquellos adolescentes que mostraban con antelación una fuerte inclinación delictiva. Resultados parecidos obtuvieron
también Kroneberg, Heintze y Mehlokop
6
Imagen y contexto: concebido por Newman como la capacidad que tiene el diseño urbanístico para trasladar a los extraños una
percepción de unicidad, aislamiento y estigma del espacio territorializado. Es decir, la apariencia de un lugar debe en cierto
grado simbolizar el estilo de vida de sus residentes, trasladando a los extraños, entre ellos a eventuales delincuentes, que se
trata de una zona ordenada y controlada, en que será más difícil realizar un delito.
B) Los cambios en las actividades cotidianas incrementan las oportunidades para el delito
En las sociedades modernas se estarían produciendo cambios importantes en las rutinas de la vida diaria, entre las que se
cuentan los permanentes desplazamientos de un lugar a otro y el aumento del tiempo que se pasa fuera de casa. También
habrían cambiado las actividades cotidianas que tienen que ver con el movimiento de propiedades, que habría aumentado
considerablemente (ej: el dinero, que es objeto de continuas transacciones, pagos…).
Cada vez hay más objetos y más oportunidades para delinquir. Habrían aumentado también las situaciones de interacción
directa entre individuos, al haber más personas en lugares públicos. Existiría, en definitiva, una interdependencia entre las
actividades cotidianas no delictivas —movimientos bancarios, movimientos de propiedades, desplazamientos de las personas,
salidas fuera de casa, presencia en lugares públicos— y las actividades y rutinas de los propios delincuentes.
Los autores consideran que los cambios estructurales propios de la vida moderna, en lo relativo a las actividades cotidianas de
las personas, incrementan las tasas de criminalidad. Las transformaciones que en los países modernos favorecen el desarrollo
económico y el empleo habrían propiciado también un aumento de las posibilidades delictivas.
D) Derivaciones aplicadas
Desde esta teoría se derivarían dos predicciones principales acerca de la conducta delictiva:
7
a) La ausencia de uno solo de los elementos mencionados será suficiente para prevenir la comisión de un delito: si no existe un
delincuente motivado, un objetivo atractivo o una víctima propicia, o no se carece del oportuno control, se elimina la posibilidad
del delito.
b) Contrario sensu, la convergencia de estos tres elementos producirá un aumento de las tasas de criminalidad.
Cohen y Felson pusieron especial énfasis aplicado en el último elemento condicionante del delito, los eficaces protectores.
Consideran muy difícil evitar, con finalidades preventivas, el primer y segundo elementos teóricos: la existencia de delincuentes
motivados, y la posible presencia de víctimas propicias u objetos atractivos y valiosos. Por eso afirman que la criminalidad
aumenta cuando se reduce el control ejercido por las personas sobre sí mismas o sobre sus propiedades.
Eck propuso un modelo integrador, que incorpora los elementos fundamentales de la teoría de las actividades rutinarias sobre
la delincuencia y añade los elementos de control que les son parejos, en el que podría denominarse triángulo de la delincuencia
y del control:
Frente a los potenciales delincuentes, los cuidadores o monitores (tales como padres, maestros o, en general, cualesquiera
personas que cuidan de otros) supervisan el bienestar de niños, escolares, clientes de instalaciones de recreo, etc.
Ante posibles objetivos o víctimas atractivos para el delito que pueda haber en un determinado lugar, los guardianes o vigilantes
que se hallan en ese lugar observan dichos objetivos y lo que sucede a su alrededor, y de ese modo pueden disuadir de
llevarse cierta propiedad o de asaltar a una posible víctima. Generalmente los guardianes son ciudadanos corrientes (vecinos,
transeúntes, etc.), aunque también puede tratarse de policías o vigilantes privados. Los administradores de negocios, fábricas,
edificios, oficinas, bares, etc., tales como personal de administración, gerentes (o incluso los vecinos), cuidan de dichos lugares
intentando evitar que se produzcan en ellos delitos.
8
prostitutas que trabajan en la calle, vendedores de drogas, etc.—, o bien por su descuido personal, pueden verse más
expuestas al delito.
Algunas situaciones pueden constituir opciones delictivas que resulten evidentes para cualquier persona, con experiencia
delictiva o sin ella: por ejemplo, un coche abierto y con la llave de contacto a la vista. Incluso la mera proximidad geográfica a
determinados ambientes o grupos criminógenos (de tráfico de drogas, de venta de objeto robados, etc.), podría desencadenar
en algunas personas posibles elucubraciones sobre acciones ilícitas, que acabaran favoreciendo cometer determinados delitos.
Sin embargo, muy a menudo las oportunidades delictivas no serían tan evidentes, sino que serían más bien construidas por los
individuos a partir de las interacciones complejas que se producen en el binomio individuos-situaciones. Por ejemplo,
Hochstetler analizó, en una muestra de 50 varones, que eran ladrones de casas y atracadores, el papel que las interacciones
entre co- delincuentes jugaban en la percepción de oportunidades delictivas. En este estudio se puso de relieve que tanto la
percepción de las oportunidades infractoras como los procesos de decisión para la comisión de los delitos, estaban
mediatizados por las interacciones comunicativas que se producían entre co-delincuentes que actuaban juntos, acerca de qué
lugares y qué víctimas podían resultar más apropiados y rentables.
Otro factor que favorece la existencia de víctimas propicias es la movilidad. Cada día pasamos muchas horas fuera de nuestros
contextos familiares, en compañía de extraños. Por supuesto que la inmensa mayoría no son delincuentes, pero cabe la
posibilidad de que algunos de ellos lo sean. Además, las personas se separan cotidianamente de sus propiedades más valiosas
—su casa, su coche u otras— que de ese modo se convierten en posibles objetivos del delito.
Felson y Cohen sostienen que el nivel de criminalidad no está vinculado sistemática y únicamente a las condiciones
económicas de la sociedad.
G) Evaluación empírica
Las investigaciones que se ha desarrollado sobre la teoría de las actividades cotidianas, en general han centrado su atención
sobre los lugares donde se producen los delitos y sobre las características y el comportamiento de las víctimas. Una de sus
conclusiones más reiteradas, ha sido establecer que pasar más tiempo fuera de casa aumentaría la probabilidad de ser víctima
de un delito a manos de desconocidos.
9
Sherman describieron la existencia en las ciudades de lugares o espacios calientes o de alto riesgo (hot spots) para los delitos,
en los cuales acontecería el mayor número de acciones delictivas dentro de la ciudad. Tradicionalmente, la policía
ha construido sus mapas de “puntos delictivos calientes” a partir de sus registros históricos de hechos delictivos, a pesar de que
tales puntos a menudo no son estáticos, sino fluidos o cambiantes.
En la investigación española, Sabaté y Aragay, en sus diversos estudios sobre la victimización en Barcelona han constatado
que las mayores tasas de victimización delictiva se producen en los barrios centrales de la ciudad, en los más adinerados, y en
los menos protegidos. Conclusiones semejantes fueron obtenidas por Stangeland y Garrido de los Santos al respecto de la
ciudad de Málaga, en sus análisis del mapa del crimen, y por Hernando en su Atlas de la seguridad de Madrid. Las agresiones
contra la seguridad personal son más numerosas en los distritos centrales de la ciudad, que parecen ofrecer a los delincuentes
mayor anonimato a la vez que abundancia de víctimas potenciales.
Diversos estudios han puesto de relieve cómo la mayor oferta de oportunidades infractoras que se asocia a los desarrollos
económicos, tecnológicos, etcétera, habidos en la modernidad, contribuyen a favorecer muchos delitos. Pese a ello, tal relación
no siempre es unidireccional. Durante las últimas décadas del siglo veinte y las primeras del veintiuno se han producido
ingentes cambios y avances sociales y tecnológicos que, según uno de los postulados centrales de la teoría de las actividades
cotidianas, tendrían que llevar a una expansión de los delitos. Sin embargo, en un amplio estudio de Tseloni, se constató, a
partir del análisis de la evolución de diferentes categorías delictivas en 26 países de diversas regiones del mundo, que desde
mediados de los noventa se ha producido una reducción significativa de los hurtos en el interior de los vehículos, de robos de
los propios vehículos, de robos de casas, y de hurtos y robos a personas.
Por lo que se refiere a la delincuencia organizada, Kleemans y Poot analizaron en Holanda, a partir tanto de información
cuantitativa como cualitativa, alrededor de 1.000 casos de delincuentes vinculados a delitos organizados, hallando firme
evidencia para la tesis de que la estructura de oportunidad social, es decir la disponibilidad de conexiones sociales susceptibles
de ofrecer a los individuos ventajas delictivas provechosas, es clave para explicar la implicación en delincuencia organizada.
Akers, uno de los autores principales de la teoría del aprendizaje social, criticó su falta de definición del constructo “delincuentes
motivados”. ¿Qué son o quiénes son los delincuentes motivados? ¿Todas la personas están motivadas para el delito? O, ¿en
qué momento está presente en un lugar un delincuente motivado? ¿Qué características tiene? Para Akers (1997) la teoría de
las actividades cotidianas, más que una teoría de la delincuencia, sería una teoría de la victimización. La teoría asume, como
premisa de partida, que existen individuos motivados para el delito, pero no se explica tal presunción, sino indirectamente, al
describirse algunas de las características más típicas de las personas o lugares donde se llevan a cabo los delitos.
Además, Akers afirma que es del puro sentido común el que la gente que menos se expone tiene menos posibilidades de ser
víctima de un delito, y no considera que recordar esta obviedad constituya una gran aportación teórica.
Una primera condición necesaria para la actividad delictiva es la presencia de un individuo suficientemente motivado para
llevarla a cabo. Lo siguiente son las actividades cotidianas del delincuente potencial. Su vida diaria podría ofrecerle
oportunidades para los delitos, y tal vez le muestre y enseñe modos de llevarlos a cabo. La tercera condición para el delito sería
algún suceso desencadenante; por ejemplo, escuchar una conversación sobre alguien que se ha marchado de vacaciones, u
observar una casa que destaca entre las demás por su aspecto o colorido, y que, asimismo, parece tener una ventana abierta.
El método para la búsqueda de un blanco u objeto del delito vendría determinado por el previo esquema o “guión”, que se forma
el delincuente en su mente, como resultado de la experiencia acumulada con anterioridad acerca de situaciones semejantes.
Nuestra aportación al modelo de Brantingham y Brantingham se encuentra en la parte inferior del gráfico. Se ha introducido el
elemento obstáculos, o dificultades que pueden aparecer en el desarrollo de la acción delictiva y condicionar su curso posterior.
Los obstáculos pueden dimanar de medidas de protección física, como por ejemplo la existencia de una persiana metálica en el
escaparate de una tienda, o bien ser de índole social, como la presencia de vecinos observando la calle desde una ventana.
En algunos casos estos impedimentos pueden ser suficientes para hacer que el delincuente abandone su plan delictivo, al
menos temporalmente. Sin embargo, la experiencia negativa de una serie de intentos fracasados de delito, puede hacer
11
también que el delincuente cambie su guión inicial y adopte un plan de comportamiento diferente. Es decir, los obstáculos
podrían conducir o bien a la prevención del delito, cuando el intento delictivo es definitivamente abandonado, o bien al
desplazamiento del delito hacia un blanco más fácil, o hacia un delito distinto.
Algunas investigaciones han confirmado la proximidad, propuesta por la teoría del patrón delictivo, entre lugares de residencia
de los delincuentes y espacios de comisión de sus delitos. Bernasco y Kooistra obtuvieron, en un estudio realizado en Holanda
con una muestra de 352 sujetos con antecedentes de robos en comercios, una asociación estadísticamente significativa entre
su propia historia residencial (esto es, los domicilios en los que habían vivido sucesivamente) y los lugares de comisión de sus
delitos. Bernasco halló un resultado parecido, en cuanto a la elección por los delincuentes de lugares próximos a su residencia
actual o pasada, también para el caso de los delitos de robo con violencia, robos en vivencias y hurtos en el interior de los
vehículos.
Para los autores de esta teoría, en aquellos barrios en que existe un miedo excesivo al delito se instauraría en los ciudadanos
una ansiedad generalizada, que traería consigo un decaimiento del control informal, en la medida en que muchas personas,
amedrentadas por los tirones, robos, agresiones, venta y consumo de drogas, presencia de prostitutas en la calle, etc.,
comienzan a evitar la calle y los espacios comunes, como plazas, parques públicos y zonas de recreo. Esta inhibición
ciudadana general, con unas calles y espacios comunes vacíos y a merced de los delincuentes, alentaría paulatinamente la
expansión de todas aquellas formas de delincuencia callejera que precisamente se pretendían evitar. Los comportamientos
marginales e ilícitos interaccionarían entre ellos y se estimularían recíprocamente. Actividades como la prostitución o el
menudeo de drogas facilitarían actos de pillería, timo o robo, al aparecer en escena, como posibles víctimas, personas que
como los toxicómanos, las prostitutas, o sus clientes, pueden llevar encima, y con escaso control, jugosas sumas de dinero.
Según Sousa y Kelling las ocho ideas centrales de la teoría de la ventanas rotas serían las siguientes:
Desorden y miedo al delito están estrechamente relacionados.
La policía (con sus actuaciones y prácticas) suele “negociar” las reglas que rigen el funcionamiento de la calle, “negociación” en
la que también estarían implicadas las “personas asiduas de la calle” (ciudadanos corrientes, mendigos, prostitutas, vendedores
de drogas...).
Barrios distintos se rigen por reglas de la calle diferentes.
Un desorden urbano desatendido e irresuelto suele llevar a la ruptura de los controles comunitarios.
Las áreas en que se quiebran los controles comunitarios son más vulnerables a ser invadidas por actividades delictivas y por
delincuentes.
La esencia del rol policial para mantener el orden debe orientarse a reforzar los mecanismos comunitarios de control informal.
Los problemas en una calle, barrio, etc., no suelen ser tanto el resultado de personas problemáticas individuales cuanto del
hecho de que se congreguen en un lugar múltiples individuos problemáticos.
Diferentes barrios cuentan con capacidades distintas para manejar el desorden. De esta teoría, que vincula entre sí
comportamientos como prostitución, venta y consumo de drogas, y diversos delitos contra la propiedad, se pueden deducir
recomendaciones para la política criminal preventiva opuestas a las de la criminología crítica y las teorías del derecho penal
minimalista, que se presentaron en el capítulo precedente. Estas últimas perspectivas recomiendan restringir el ámbito del
derecho penal, reservándolo exclusivamente para aquellos comportamientos que atenten contra bienes jurídicos importantes,
como la protección de la vida y la integridad de las personas, o los delitos graves contra la propiedad, y, paralelamente,
descriminalizar o despreocuparse de problemas menos importantes, como los relacionados con la venta callejera, la droga, la
pornografía o la prostitución.
13
Por el contrario, desde la teoría de las “ventanas rotas” se derivarían políticas preventivas concentradas precisamente en el
control de actividades marginales o de pequeña delincuencia como las anteriores, antes de que se conviertan en caldo de
cultivo de delitos más graves. El descenso considerable de la delincuencia que se produjo en las grandes ciudades americanas
durante los años noventa se atribuyó, al menos parcialmente, a políticas de esta naturaleza.
Un último comentario acerca del fondo de la secuencia causal, que presupone la teoría de la ventanas rotas, entre deterioro del
espacio urbano, incremento de las actividades ilícitas y marginales, aumento del miedo al delito, decaimiento del control
informal y, a la postre, explosión de la criminalidad a mayor escala. En dicho esquema se postula una línea de relación directa
entre una mayor delincuencia real y un miedo al delito incrementado. Sin embargo, probablemente la conexión entre
delincuencia y miedo al delito no sea tan lineal y sencilla como podría inicialmente pensarse. A este respecto, Vozmediano y
San Juan (2006a; 2006b) evaluaron, en tres barrios de la ciudad de San Sebastián representativos de tres diferentes niveles
socio- económicos (alto, medio y bajo), la posible relación entre la distribución real de la delincuencia y la percepción ciudadana
de miedo al delito. Para ello se entrevistó, en conjunto, a 504 sujetos, correspondientes en proporciones semejantes a varones
y mujeres, y a los tres barrios/niveles económicos analizados. Mediante la tecnología SIG (Sistemas de Información Geográfica)
se generaron mapas urbanos tanto de los delitos reales acontecidos en los diversos barrios (según los registros judiciales y la
distribución geográfica de las víctimas) como de la percepción de inseguridad por parte de sus residentes. También se
analizaron diversas variables personales (sexo, edad...), psicosociales (dinámica y cohesión vecinales, satisfacción residencial,
apego al barrio...), y ambientales (estructura del espacio urbano, degradación física, etc.).
Vozmediano y San Juan (2006) encontraron, en consonancia con múltiples investigaciones anteriores, que las zonas céntricas
de la ciudad (en que se ubicaban barrios de niveles socio-económicos medio y alto) aglutinaban la mayor densidad delictiva,
pese a lo cual sus residentes no mostraron un miedo al delito elevado. En cambio, el mayor grado de miedo al delito se produjo
en la zona que se evaluó como de nivel socio-económico bajo, a pesar de existir en ella una menor tasa de delitos. Es decir,
quienes manifestaban haber sufrido, en promedio, menor victimización, mostraron, pese a todo, mayor miedo delictivo.
En realidad, el mayor temor al delito manifestado por los residentes del barrio de nivel socio-económico bajo se asoció
significativamente, no al nivel real de delitos que habían experimentado, sino a variables psico-socio- ambientales como menor
satisfacción con los vecinos, mayor precepción del barrio como inseguro, y menor contento con las actuaciones judiciales y con
la política del ayuntamiento.
En conclusión, según los autores de este estudio, a menudo se produce, en expresión de Fattah (1993), la paradoja del miedo
al delito, o falta de correspondencia entre la realidad de la delincuencia y la subjetividad del temor percibido que suscita, cuya
explicación suele requerir la consideración de factores variados:
“La influencia de las características de los espacios dibujaría en cada contexto urbano estudiado un patrón de miedo al delito
propio, coincidente, en unos casos con el delito objetivo, pero en otros no. Otro elemento que puede influir en la disparidad de
resultado al respecto es el desplazamiento del fenómeno delictivo en la ciudad. Desde una perspectiva espacio-temporal, una
zona que ha soportado altos índices de delito en el pasado podría mantener un mayor nivel de miedo al delito aun cuando el
delito haya ‘migrado’ a otra zona de la ciudad como consecuencia, por ejemplo, de la intensificación puntual de la actividad
policial. La percepción de ese espacio como peligroso podría perdurar más allá de la persistencia de elementos objetivos, una
vez que se ha incorporado a la dinámica de la vida cotidiana en un vecindario concreto. Por otro lado, las variables psico-socio-
ambientales incluidas en el estudio sugieren que la percepción del espacio físico por los vecinos, así como las creencias
compartidas sobre la efectividad de la justicia y el papel del ayuntamiento en garantizar la seguridad, podrían estar jugando un
papel en la génesis y mantenimiento del miedo al delito”
14
7. Los cambios sociales y tecnológicos (p. e., el desarrollo de móviles u ordenadores ligeros, acceso masivo a Internet, etc.)
generan nuevas oportunidades para los delitos.
8. Los delitos pueden prevenirse a partir de reducir las oportunidades delictivas.
9. Reducir las oportunidades puede prevenir el delito de modo efectivo, sin que necesariamente tenga por qué producirse el
desplazamiento de los delitos a otros lugares alternativos.
10. Disminuir las oportunidades delictivas para franjas horarias y lugares concretos puede producir efectos de generalización
preventiva a otros momentos y contextos próximos, inicialmente no incluidos en las estrategias de prevención situacional.
9. Los delincuentes, las víctimas y objetivos delictivos, y los cuidadores o protectores, interaccionan de forma dinámica y
permanente en los mismos contextos sociales, conformando “ecosistemas” delictivos. En dichos ecosistemas, las actividades
ilícitas (hurtos de vehículos, robos en casas, estafas por Internet, lesiones, agresiones sexuales, etc.) se nutren y condicionan a
partir de las actividades cotidianas lícitas que existen en la sociedad (comercio de coches, existencia de casas inseguras,
transacciones económicas por Internet, personas que pasean, viajan solas, etc.).
10. Como ecosistema social, a la delincuencia pueden serle atribuidas también las características generales de todo sistema
vivo:
1) la delincuencia se organiza de diversas formas (primitivas/elaboradas, individuales/colectivas...)
2) efectúa adaptaciones continuas a los cambios y circunstancias del momento
3) cuenta con metabolismo, o ritmos y ciclos periódicos (p. e., en función de los horarios de la actividad comercial)
4) experimenta desarrollos y evoluciones vitales (inicio de los jóvenes en el delito, consolidación de su actividad criminal,
desistimiento delictivo)
15
5) procesos de reproducción y renovación (incorporación, a un ecosistema criminal, de nuevos delincuentes o de nuevas
víctimas)
6) la delincuencia reacciona y se reajusta frente a los cambios que se producen en el contexto circundante.
11. Se comprueba que la mayor oferta y diversificación de las oportunidades infractoras, que suele asociarse al desarrollo
económico y social, contribuye relativamente a favorecer nuevos delitos.
12. Frente al concepto de delincuente motivado, se ha considerado también que puede existir una motivación situacional para el
delito: cuanto más fácil sea la acción transgresora y más potentes sus refuerzos, mayor será la instigación hacia el
comportamiento infractor.
13. Un indicador frecuente de que los adolescentes y jóvenes podrían experimentar tentaciones delictivas es el tiempo que
pasan, junto a sus amigos, en actividades no estructuradas, en ausencia de figuras de autoridad (generalmente, personas
adultas).
14. Según la teoría del patrón delictivo, la mayor probabilidad de delito se producirá en aquellos lugares en que confluyan las
rutas cotidianas de posibles delincuentes motivados (en sus desplazamientos habituales por la ciudad) con la presencia de
oportunidades delictivas (turistas, comercios, casas, coches...).
15. Como resultado de la prevención situacional de los delitos (a partir del aumento de los obstáculos, del control informal y de
la vigilancia) una parte de los delitos se previene definitivamente mientras que otros se desplazan a otros lugares más
favorables.
16. Según la teoría de la ventanas rotas, para prevenir que en un lugar aflore y se consolide una delincuencia más frecuente y
grave, como resultado del abandono de la calle por parte de los ciudadanos y del consiguiente decaimiento del control social
informal, debe empezarse por controlar y evitar en ese mismo lugar las diversas actividades marginales y de pequeña
delincuencia tales como la venta callejera, el menudeo de drogas, la prostitución, etc.
16