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criminales e infractores serían seres poseídos, influidos por las fuerzas del mal, o abocados irremediablemente a la
delincuencia por los designios del destino.
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Hay un segundo grupo de teorías, que llamaremos de mínimo desarrollo, que consisten en interpretaciones
incidentales del fenómeno delictivo, con motivo de alguna investigación específica, pero sin que exista una auténtica
elaboración explicativa de la criminalidad o de alguna parte de ella. En este apartado podría ubicarse, por ejemplo, la
teoría del control de Reiss, quien consideró que la principal causa de la delincuencia juvenil se hallaría en el fracaso de
los procesos de control “personal” (o internalizado) y “social” (o externo) (Akers, 1997). Sin embargo, Reiss no elaboró,
a nuestro juicio, esta interpretación de manera suficientemente amplia e integrada.
Por último, existen también en Criminología teorías explícitas. Algunos autores han desarrollado, de manera formal y
elaborada, explicaciones detalladas sobre el origen y el funcionamiento de la conducta delictiva o el control social, o
bien sobre algún otro aspecto relacionado con ellos. En este tercer grupo resultan paradigmáticas, por ejemplo, la
teoría de los vínculos sociales de Hirschi, la teoría del aprendizaje social de Burgess y Akers, la teoría general de la
tensión de Agnew, la teoría de las actividades cotidianas, de Cohen y Felson, y otras a las que se hará referencia en
los capítulos siguientes.
Volviendo a las teorías criminológicas, el que las formulaciones más modernas hayan nacido a partir de
investigaciones sobre la realidad social y delictiva de Norteamérica puede crear, con frecuencia, serios problemas de
validación y extrapolación de algunas teorías (especialmente de aquéllas que se basan en factores culturales
específicos) a realidades sociales diferentes. En ocasiones debemos razonar y trabajar a partir de conceptos que no se
adecúan convenientemente a lo que sucede en los países europeos, latinoamericanos, etc.
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A partir de los años sesenta (del siglo XX), surgió en Criminología un nuevo paradigma criminológico que se ha
denominado del “conflicto social”. En él pueden encuadrarse las teorías del labeling, la criminología crítica, las teorías
marxistas y los planteamientos feministas. Su objeto de preocupación fundamental fue analizar, más que las causas
del delito, los mecanismos sociales y simbólicos mediante los cuales ciertas conductas (generalmente más probables
en las clases bajas) son definidas como delictivas, y ciertos individuos (mayoritariamente de sectores sociales más
desvalidos) como delincuentes. Sus propuestas aplicadas sugerían la necesidad de erradicar, mediante las oportunas
reformas sociales, económicas y legales, los mecanismos sociales y legales creadores de delincuencia y de
marginación, y redefinir y disminuir de este modo los fenómenos criminales. Las perspectivas teóricas del conflicto
tuvieron gran predicamento en Criminología a partir de los años sesenta, según ya se ha dicho, y lo continúan teniendo
en la actualidad. Sin embargo, hasta el presente, dadas las dificultades que se derivan de la propia magnitud de sus
propuestas de cambio social, han tenido una influencia mucho más limitada en el terreno de la práctica político-
criminal.
Los tres paradigmas criminológicos que se acaban de presentar constituyen los grandes fundamentos conceptuales de
la criminología histórica y también moderna. En el pasado, los partidarios de unos u otros entablaron firmes y agrias
polémicas teóricas e ideológicas al respecto. Sin embargo, y afortunadamente en opinión de los autores de esta obra,
en la actualidad tales confrontaciones paradigmáticas han decaído en buena medida, y los planteamientos
conceptuales vigentes se han tornado en general menos puristas y más integradores. Pocos investigadores y
pensadores de la criminología contemporánea negarán el papel ineludible que, como se señala en el paradigma del
libro albedrío y castigo, unas buenas leyes y un eficaz funcionamiento de la justicia deberán jugar para el control de la
delincuencia. Pero, a la vez, pocos dejarán de reconocer los excesos punitivistas que son habituales en muchos
países, tal y como evidencian las teorías del conflicto, en cuanto a un control social y sancionador exacerbado de los
individuos y los grupos sociales más desvalidos, mientras que quedan mucho más impunes las infracciones y delitos
de los poderosos. Y, en paralelo, pocos pensadores y expertos en Criminología serán ajenos a la necesidad
insoslayable de emplear la metodología científica como herramienta básica del estudio de los problemas delictivos y
del control social del delito.
A este respecto, Felson realzó la importancia que tiene para el desarrollo y progreso de cualquier disciplina el hecho de
que el paradigma científico sea aceptado y compartido como fundamento metodológico común, tal y como sucede en
las ciencias naturales. En ellas, los científicos han aprendido a no cuestionar los métodos y presupuestos de partida
(que incluyen los elementos esenciales de la ciencia: la observación, la medida, el experimento, etc.), sino que todas
sus energías y sus debates se dirigen, no a discutir el método, sino a analizar la veracidad de los resultados obtenidos
por unos y por otros.
En Criminología se ha avanzado mucho, a lo largo de las últimas décadas, en esta dirección, y puede afirmarse que en
la actualidad la inmensa mayoría de expertos y estudiosos de la Criminología, aunque se sitúen en perspectivas
teóricas diferentes, consideran imprescindible el uso de una metodología científica común. Como han afirmado Vold et
al. (2002), “desde una perspectiva de referencia [concreta], los criminólogos pueden hacer algo más que simplemente
discrepar unos de otros. Todas las teorías [que explican la delincuencia y los mecanismos de control con referencia a
factores naturales] son científicas, y efectúan afirmaciones sobre relaciones entre fenómenos observables. En
consecuencia, los criminólogos pueden observar sistemáticamente el mundo y ver si las relaciones formuladas por
ellos realmente existen —para lo que pueden realizar investigaciones—. Los resultados de la investigación indicarán
que algunas teorías son consistentes con las observaciones en el mundo real, mientras que otras son contradictorias
con ellas. En eso consiste el proceso científico” (p. 12).
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los seres humanos (y de otras muchas especies animales) a su entorno físico y social. Estas tendencias agresivas
serían el resultado, de igual manera que el resto de características morfológicas o de comportamiento, de la selección
natural operada a lo largo de la evolución de las especies. Según ello, la agresión cumpliría generalmente un papel
adaptativo, mejorando las posibilidades de supervivencia frente a las dificultades ambientales.
Sin embargo, en algunas ocasiones, los individuos podrían excederse en sus manifestaciones agresivas, ya sea por
razones biológicas o ambientales, y podrían acabar dañando gravemente a otros y cometiendo delitos. Desde estas
perspectivas, los objetivos científicos principales serían explorar y describir las raíces evolutivas y biológicas de la
agresión, y las condiciones individuales y sociales en que las respuestas de defensa y agresión pueden tornarse
dañinas para otros seres humanos, dando lugar a distintas formas de conducta delictiva.
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humana hacia la propia utilidad, o principio de placer, presupone, por un lado, una cierta naturaleza biológica en esa
dirección, y, por otro, la existencia de un ambiente físico y social que ofrece oportunidades favorables para el delito.
En este último punto, las perspectivas racionales se conectan de lleno con la más moderna criminología ambiental o de
oportunidad delictiva, en la que se encuadran diversas teorías estrechamente interrelacionadas, como la de las
actividades cotidianas, el patrón delictivo y las ventanas rotas. Todas estas explicaciones de la delincuencia
presuponen también que los individuos toman decisiones respecto a posibles delitos (como proponen las teorías de la
elección racional), pero ponen el énfasis en que un aspecto crítico de tales decisiones es la existencia de
oportunidades favorables para los delitos, sin las cuales probablemente no podrían producirse.
1) debe definir la relación entre uno o más factores explicativos y un factor explicado;
2) tanto los factores explicativos como los explicados deben poder ser operacionalizables y observables;
3) las relaciones establecidas deben poderse confirmar a partir de la propia realidad delictiva; y
4) de una teoría deben poderse derivar propuestas de aplicación para mejorar la prevención y el control del delito.
2. Para que las teorías criminológicas sean comparables y competitivas entre sí deben hacer referencia al mismo
objeto de estudio. Los dos principales objetos de análisis, a los que se refieren la mayoría de las teorías criminológicas,
son la conducta delictiva y los mecanismos de control social.
3. Los paradigmas criminológicos suelen comportar un conjunto de asunciones y presupuestos sobre el funcionamiento
de la sociedad en general, y de la delincuencia en particular. Los principales paradigmas criminológicos son el del
«libre albedrío y castigo», el «científico» y el del «conflicto social». En la criminología actual existe una mayoritaria
aceptación y combinación de presupuestos conceptuales de estos tres paradigmas, considerando sus respectivos
planteamientos como necesarios y compatibles entre sí.
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4. Las teorías de la tensión y el control social apuntan en dirección a los esfuerzos que las sociedades deberían hacer
para mejorar la integración social de sus miembros, y para erradicar todas aquellas tensiones individuales y sociales
susceptibles de generar reacciones de agresión y violencia.
5. La Criminología biosocial nos recuerda que, pese a nuestro gran desarrollo social y cultural, los seres humanos
tenemos una naturaleza biológica imbuida de características y condicionantes, que como nuestra capacidad de
agresión, han sido conformados a lo largo del proceso de la evolución y se hallan presentes en cada uno de nosotros.
Estas características naturales no deberían ser ignoradas, como tan a menudo se hace, sino debidamente tomadas en
consideración, para modularlas y orientarlas más eficazmente en una dirección prosocial.
6. Los conocimientos psicológicos sobre diferencias individuales y aprendizaje pueden resultar especialmente útiles
para la socialización de niños y jóvenes, la prevención del delito, y el diseño de programas de tratamiento con
delincuentes.
7. De las perspectivas criminológicas del etiquetado y del conflicto hemos aprendido que los delitos no siempre
constituyen un mero a priori, y que los controles sociales son una pura consecuencia, sino que lo contrario también es
posible: que la delincuencia puede precipitarse o exacerbarse bajo una acción desmedida e imprudente de los
mecanismos de control y de la justicia. Esto debería ser tomado mucho más en cuenta de lo que suele hacerse, antes
de poner en marcha endurecimientos penales impulsivos y poco racionales, que más bien pueden estimular que no
reducir el delito.
8. Las teorías de la elección racional y de la oportunidad llaman la atención sobre el hecho de que, pese a todos los
condicionantes individuales y sociales con los que pueden contar los sujetos, finalmente son los individuos quienes
toman sus propias decisiones y opciones de comportamiento. Aunque a la vez se reconoce que en tales decisiones
juegan un papel muy importante las opciones de conducta disponibles, y particularmente, por lo que se refiere a los
delitos, las oportunidades criminales.
9. La Criminología del desarrollo nos ha enseñado que la actividad delictiva no surge generalmente de forma repentina
e imprevista, sino que suele comportar todo un proceso creciente de inicio, incremento y persistencia delictiva a lo
largo de un tiempo. En este proceso va a resultar crítica la presencia de factores de riesgo y de protección a que se
halle expuesto un individuo, lo que tiene importantes implicaciones preventivas. Otro resultado muy relevante, en el
que se abundará en un capítulo posterior, es el conocimiento sólido acerca de que la inmensa mayoría de quienes han
cometido delitos suelen abandonar pronto, y de forma natural, la actividad delictiva. La implicación de ello para la
política criminal es que los sistemas de control deberían ser mucho más racionales y moderados, evitando en todo lo
posible medidas punitivas prolongadas y estigmatizantes (especialmente a través del internamiento), ya que tales
medidas podrían acabar teniendo efectos contraproducentes, contribuyendo, no a la erradicación de la actividad
criminal, sino a su prolongación.
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