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Primera Parte - Pregunta Obligatoria:

La Nación es un tipo de comunidad imaginada que encuentra su génesis en los mismos


orígenes de la era moderna. Según Benedict Anderson, ocurren dos procesos importantes
para la formación de este tipo de comunidad (1993, 62): Por un lado, el debilitamiento de
las comunidades religiosas y dinásticas, lo cual se relaciona con la aparición de las
lenguas romances que llegan a tener más importancia por sobre el latín. Así, en cada
territorio, según su lengua, se comienzan a crear e imaginar maneras particulares de
comunidad. Por otro lado, la aparición de la imprenta y, en consecuencia, de la prensa y
de las novelas masivas. De este modo, el periódico diario reemplaza al rezo matutino y,
dado que todos leían lo mismo, se crea entre habitantes un sentimiento de homogeneidad
y de compartir el mismo espacio temporal, convirtiéndose en conciudadanos.

Debido al carácter imaginario que tiene la Nación, esta se constituye como un proyecto
que constantemente es, y debe ser, (re)formulado. Es decir, se construye a partir de la
inclusión, exclusión y/o repetición de elementos (practicas, referentes, costumbres, etc.)
que hacen alusión al presente, al pasado y al futuro. Es por ello que los proyectos
nacionales encierran un elemento político que puede reproducir (o cuestionar) dinámicas
de poder y dominación. Habiendo mencionado lo anterior, es importante resaltar que el
encargado de dirigir este proceso hasta la actualidad ha sido el Estado, pues es este
quien le brinda legitimidad al proyecto nacional entre los habitantes y le da soberanía ante
los demás Estados-Nación. En esta línea, diferentes Estados han tenido diversas
maneras de propiciar la construcción de lo nacional a través del tiempo sobre su territorio,
según sus intereses. Una de las principales herramientas que han empleado los Estados
para llevar a cabo esta tarea han sido las denominadas “políticas culturales”.

Las políticas culturales han sido definidas como “los soportes institucionales que
canalizan tanto la creatividad estética como los estilos colectivos de vida […]” (Yúdice y
Miller 2002). En esa línea, estas guían el accionar que tomará el Estado y sus
instituciones para gestionar ambos elementos, según sus propios objetivos y agenda. Es
importante resaltar que, según Vich, la cultura, al haber codificado nuestras ideas,
produce deseos, leyes y practicas desde las cuales se generan las subjetividades
colectivas y se produce (y transforma) la realidad (2013,130). Es por ello que el impacto
que tienen las políticas culturales va más allá del propio ámbito “cultural” y se vincula con
los proyectos mayores que involucran la identidad, la política, la economía y demás
esferas de la Nación. De esta manera, en el contexto actual, las políticas culturales
cobran principal importancia. Esto dado que propician e influyen en los márgenes y la
forma de interactuar con nuestros “conciudadanos”, miembros de nuestra misma Nación.

Para el caso peruano, al igual que muchos países coloniales, el proceso de construcción
de Nación emprendido por el Estado ha sido problemático desde sus inicios debido a la
heterogeneidad de la población en cuanto a prácticas, creencias, costumbres, etc.
Acompañado a esto, nuestro país ha mantenido por mucho tiempo la permanencia de
roles de género tradicionales en los que solo se reconoce la ciudadanía a los varones.
Ambos han sido obstáculos para que los diversos pobladores de la Nación peruana
puedan percibirse como iguales, cual integrantes de un mismo proyecto. Lejos de esto, se
han reproducido dinámicas sistemáticas de exclusión, marginalización y dominación. Es
por ello que un replanteamiento de las políticas culturales en la actualidad puede
contribuir a la afirmación de una ciudadanía inclusiva, creando una nueva concepción de
nuestra Nación. Un primer ejemplo son las políticas con enfoque intercultural, las cuales
reconocen y reivindican a las poblaciones históricamente excluidas del ideal nacional
hegemónicamente criollo. Un segundo ejemplo son las políticas culturales con enfoque de
género, estas fomentan la igualdad y la reformulación de los roles de género tradicionales.

Con respecto al primer ejemplo, vemos que la interculturalidad es un enfoque discutido y


apremiante para los países de Latinoamérica. La fundación de las repúblicas en nuestro
territorio importó un modelo occidental de Nación en el que la homogeneidad cultural era
indispensable para lograr la consolidación nacional. Es por ello que se trató, por muchos
años y aún en la actualidad, de someter a las culturas indígenas. Si bien en nuestro país
no se aplicaron (desde el plano institucional) políticas de exterminio, el objetivo estatal era
poder “educar” a los indígenas y sacarlos del “estado de barbarie” en el que se
encontraban. Solo entonces, después de abandonar su cultura, podrían pasar a formar
parte del proyecto nacional (criollo) y convertirse en ciudadanos. Por tal motivo, las
políticas interculturales, en donde se reconoce que lo más idóneo es buscar el
reconocimiento público, interacción y diálogo entre las diferentes culturas, generan más
inclusión. Así también, impactan positivamente en el desarrollo de los ciudadanos y les
permite una mejor relación con su propia cultura y con las demás. En el caso de la
educación intercultural, le permite a los niños aprender en su idioma original y combinar
su aprendizaje con ciertos conocimientos ancestrales de su comunidad.

Con respecto al segundo ejemplo, las políticas culturales con enfoque de género son
necesarias en tanto involucran y promueven el cuestionamiento en torno a la idea de lo
masculino/femenino y permiten el reconocimiento de nuevas identidades. Esto dado que
en nuestro país se ha excluido sistemáticamente a las mujeres de la toma de decisiones
políticas y las discusiones públicas, relegando su rol al ámbito doméstico. Así, la mujer ha
sido vista como parte de una “ciudadanía de segunda clase” en la que su voz se ha visto
supeditada por la del varón. De igual manera, aquellos que no encajaban o seguían los
roles de género tradicionales, si bien eran parte de la “Nación”, se les negaba la
participación activa. En otras palabras, la categoría de “ciudadano”, visto como alguien
que puede participar en el proceso de construcción del proyecto nacional, solo era
otorgada a los hombres (criollos). Con las políticas culturales que incluyen un enfoque de
género, estos roles buscan ser redefinidos. De esta manera, se generan condiciones para
que la ciudadanía sea igualmente concedida y ejercida por todas, todes y todos.

Para concluir, me gustaría señalar que históricamente las políticas culturales siempre han
estado ligadas a la consolidación del proyecto nacional. Esto, en tanto han sido los
lineamientos bajo los cuales el Estado ha propiciado la inclusión (o exclusión) de
ciudadanos en el proceso de construcción. Los proyectos nacionales en nuestro país,
hasta el momento, han sido un fracaso y es por ello apremiante (re)pensar y (re)construir
la Nación peruana. Necesitamos una ciudadanía que reconozca, abrace y fomente la
diversidad; para lograr ello, las políticas culturales jugarán un rol central.
Segunda Parte – Pregunta 3

Según lo considera Nivon (2013,28), desde mediados del siglo XX, se hizo cada vez más
evidente la necesidad de reconocer que no existen sociedades monoculturales. De esta
manera, la convivencia de las diferentes culturas en una sociedad se constituyó como una
tarea. Esta trató de ser cubierta primero desde una visión multicultural, en la que se
reconoce y se fomenta la existencia de diferentes sociedades en una misma nación; y,
luego, desde un enfoque intercultural en el que se hace indispensable no solo permitir la
coexistencia de las diferentes culturas sino su diálogo e integración conjunta. Entonces,
una política pública puede considerarse intercultural en tanto no solo reconoce la
existencia de diferentes lenguas o costumbres sino que brinda las herramientas para que,
pese a la diversidad, se generen condiciones de igualdad y de mutuo reconocimiento
mediante el diálogo con el otro.

Con respecto al Plan Nacional de Educación Intercultural Bilingüe al 2021 (MINEDU,


2016), vemos que esta política propone un modelo educativo en el que los estudiantes
puedan aprender en su propia lengua, complementando su aprendizaje con
conocimientos en español y algún idioma extranjero. De esta manera, se busca garantizar
a la educación de calidad como un servicio de libre acceso para todos los estudiantes
peruanos de pueblos indígenas u originarios. La implementación de esta política, además,
busca ser participativa y dialogar con diversos organismos estatales, ONG’s, líderes
indígenas y maestros bilingües.

En términos generales, podría considerarse que esta acción estatal contiene un enfoque
intercultural pues busca la formación educativa de los estudiantes de manera que
combinen conocimientos del mundo globalizado con formas de conocer ancestrales
autóctonas. Sin embargo, habría que evaluar también las bases y presupuestos presentes
en el Plan de Educación Intercultural Bilingüe. En primera instancia, el concepto de
interculturalidad busca que el conocimiento indígena dialogue en igualdad (y no
sometimiento) con el conocimiento occidental. Pero lo que propone el Plan de Educación
Intercultural Bilingüe es un intercambio en el que el castellano y la cultura occidental sigue
siendo reconocida como la central en la producción de conocimiento. De esta manera,
cuando hay necesidad de recurrir a conocimientos más avanzados/especializados, se usa
el castellano y el uso del lenguaje originario es reservado para el ámbito privado y ritual.
En esa misma línea, en este plan se contempla que quienes deben aprender un lenguaje
diferente al de su cultura son únicamente los pueblos indígenas. No se fomenta que se
cambie el modelo educativo general y que las escuelas fuera de estos pueblos indígenas,
con estudiantes cuya lengua materna es el castellano y no pertenecen a ningún pueblo
originario, aprendan también alguna lengua indígena. Por último, si bien la educación
Intercultural Bilingüe fomenta el dialogo entre elementos occidentales e indígenas, carece
del fomento del diálogo entre diferentes culturas originarias. En nuestro país existe una
gran variedad de lenguas y culturas autóctonas, muchas de las que comparten territorios;
por lo que, un enfoque intercultural debería fomentar también el encuentro entre dos
culturas indígenas con la finalidad de que estas puedan articularse.

Considerando las condiciones del Perú en la actualidad, la Educación Intercultural


Bilingüe tiene muchos retos por afrontar. Empezando con los pocos maestros capacitados
para brindar de manera efectiva este servicio. Muchos docentes no son conocedores de
los usos del lenguaje ancestral con lo que, aunque los niños utilizan su lengua para
comunicarse entre sí, cuando se comunican con sus maestros este intercambio se realiza
en español. Además de ello, aunque existen materiales elaborados por el Estado con
lineamientos generales, muchas veces se dificulta su aplicación por creencias producto de
siglos de desprecio a la cultura indígena. Por ejemplo, muchos padres creen firmemente
que la utilidad práctica del castellano es superior al que puede brindar el lenguaje
originario por lo que les tratan de inculcar solo el uso de español. También hay que tomar
en cuenta que no todos los pueblos indígenas se encuentran en igualdad de condiciones.
Es decir, existen alumnos cuya lengua materna es un lenguaje originario y la segunda
lengua es el castellano; pero también pude darse el caso en el que la primera lengua sea
el castellano y se aprenda, como segunda lengua, la originaria. La Educación Intercultural
también debe considerar que existe la posibilidad que la lengua originaria se haya perdido
por una generación y que se esté buscando revitalizar su uso.
Segunda Parte – Pregunta 4

Desde mi perspectiva, entiendo la nación tal como la concibe Anderson (2003): una
comunidad imaginada por individuos que (sienten que) comparten las mismas
experiencias, ideas, emociones y se conciben e identifican como parte de un proyecto
más allá de sí mismos. Es por ello importante señalar el carácter utópico que tienen las
naciones, porque más que en un sitio geográfico o algo concreto, las naciones habitan en
las mentes y la imaginación de las personas. En esa misma línea, para lograr que los
habitantes crean en ella (e incluso mueran por ella) las naciones tienen que recurrir a
elementos que les permitan construir y darle un sentido a la narrativa nacional y sonar
convincentes. Debido a la larga existencia de este tipo de comunidad, no es sorpresa
notar diferencias entre las primeras formas de imaginar para la construcción de la nación
y cómo la imaginamos en la actualidad. Sin embargo, pese a estas diferencias,
encontramos dos similitudes: las naciones se siguen construyendo en base al olvido de
necesidades históricas de la población y también se ven enfocadas más en los procesos
externos que en una consolidación interna.

Primero analicemos las diferencias. La imaginación de la nación en el siglo XIX tuvo sus
bases y se vio influenciada por las novelas de ficción. Estas tuvieron un elemento central
en la construcción nacional por su carácter masivo, lo que permitía una mayor llegada.
Según Sommer, estas eran la fuente de la historia local y sirvieron para que, mediante su
lectura en el sistema educativo, se crearan las primeras ideas y promesas sobre la nación
(2004). En realidad, debido a que en las novelas no había una clara diferencia entre la
ficción y la realidad sobre el proyecto nacional, se facilitaba el fomento del romance (la
idealización) de la nación. De esta forma, en las novelas aparecen resueltas las tensiones
para la construcción de la nación como, por ejemplo, las diferencias étnicas y raciales. La
narrativa en torno a los héroes en las novelas históricas también juega un rol central, pues
son estos “héroes” los modelos de nacionalismo a seguir entre los ciudadanos. En el caso
peruano –mediante el uso del relato de los héroes de la guerra del Pacífico en la literatura
y de la producción de novelas, como Matalaché, en el que el conflicto racial era
solucionado por el mestizaje producto de la unión de pareja -se nos presenta la nación en
su estado más perfecto e ilusorio.

En el mundo actual, las novelas han perdido mucho de su poder como elemento de
construcción nacional. En su lugar, debido al proceso de globalización, elementos como el
branding (la Marca-nación) o el fútbol han tomado su lugar para la formación de la ficción
nacional. La Marca-Nación se ha constituido como una estrategia para los Estados-
Nación debilitados, como Perú, con problemas y tensiones internas, para poder
“reinventarse” y vender la mejor versión de sí mismas a las otras naciones y a sus propios
pobladores. Así, en el mundo actual, según Kaneva (2019), las naciones, que se
encuentran perpetuamente en (re)construcción, ven a la Marca-Nación como una
estrategia contemporánea clave para potenciar y fortalecer el imaginario colectivo y tratar
de apaciguar conflictos existentes. De tal forma, en la Marca-Nación se resalta algún
pasado histórico ancestral, la libertad o frescura que uno puede experimentar visitando
una ciudad, la variedad de oportunidades y facilidades de desarrollo económico, etc.

Sin embargo, al igual que con los primeros elementos sobre los cuales se construyó el
ideal de la nación, aunque muy útil en el plano abstracto, la Marca-Nación encuentra una
serie de obstáculos para poder materializarse en la práctica. En realidad, pese a ser una
estrategia más “contemporánea”, la “Marca-Nación” sigue representando los problemas
de las ficciones nacionales del siglo XIX. En primer lugar, la forma en la cual es imaginada
la nación incluye el olvido de las necesidades históricas que presenta la población. Esto
dado que, lejos de proponer e incluir en el proyecto nacional medidas que permitan una
resolución real de los conflictos, tanto la Marca-Nación como las novelas, invisibilizan
aquellas demandas. Por ejemplo, en la “Marca Perú” se hace alusión a un pasado inca
histórico, pero no se reconocen los reclamos de la población indígena. Al igual que en las
novelas históricas, los indígenas vistos desde una perspectiva romántica solo quedan en
la ficción. En segundo lugar, las naciones siguen siendo superpuestas a procesos
externos más que a una consolidación interna. Por un lado, si bien hay elementos
comunes y compartidos, estos no son lo suficientemente fuertes para sostener la idea de
un todo nacional. Las novelas apelaban a héroes nacionales; sin embargo, un gran
número de indígenas no sabía leer y les resultaba difícil identificarse con héroes criollos
con quienes no compartían ninguna característica. Hoy, con la Marca-Nación, se apela a
las grandes oportunidades de desarrollo, pero en muchos casos esto parece beneficiar
más a las empresas o actores extranjeros que a la población misma.
Bibliografía

Anderson, B (1993) Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión


del nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica.

Kaneva, N. (2019). “La imaginación nacional de marca y sus límites: Perspectivas desde
la experiencia post-socialista”. En: Gisela Cánepa Koch & Felix Lossio Chavez (editores).
La Nación Celebrada: marca país y ciudadanías en disputa. Lima, Perú: Universidad del
Pacífico: Pontificia Universidad Católica del Perú. Pp. 43-66.

Ministerio de Educación del Perú (MINEDU) (2016). Plan Nacional de Educación


Intercultural Bilingüe.

Recuperado de: http://www.grade.org.pe/forge/descargas/PLAN%20EIB.pdf

Nivón, E. (2013). “Las Políticas Culturales en América Latina en el Contexto de la


Diversidad”. En: Hegemonía cultural y políticas de la diferencia. Buenos Aires: CLACSO.
Pp. 23-45.

Sommer, D. (2004). Ficciones fundacionales: las novelas nacionales de América Latina.


México D.F.: FCE.

Vich, V. (2013). “Desculturizar la cultura: retos actuales de las políticas culturales”. En:
Latin American Research Review, Vol. 48. Latin American Studies Association. Pp. 129-
139.

Yúdice, G y Miller, T (2002). Política cultural. Madrid: Gedisa.

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