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MATRIMONIO | ALUMNO: GIOVANNY COLORADO – SIMÓN PEDRO MARTÍNEZ JARA – EMANUEL VEGA

PROFESORA: ÁNGELA MARÍA SIERRA | 9 DE NOVIEMBRE DE 2020


¿CUÁL ES LA CENTRALIDAD TEOLÓGICA QUE HACE AL MATRIMONIO SER SACRAMENTO?

Lo que hace al matrimonio ser sacramento es la apertura al amor que permite la relación marital. El amor de la
pareja está llamado a ser signo y figura del amor que viven las Personas de la Trinidad; un amor que se expresa
como «fecunda comunión de alteridades». ¿Qué quiere decir esto? Respetando la alteridad radical que los
constituye, la pareja forja una común unión (una sola carne) que se expresa en fecundidad vital en cada uno de
ellos y, a través de ellos, se regala a otros: a los hijos y a la comunidad. Pero también, el matrimonio es signo y
figura de la alianza que Dios quiso entablar con su Pueblo en el Antiguo Testamento y del amor con el que
Cristo se entregó radicalmente a su Iglesia en el Nuevo testamento.

El matrimonio es una realidad humana, sin dudas, pero que tiene la capacidad de (y está llamado a) referir
-desde lo que es- a algo o a alguien más allá de sí (symballein): une dos realidades. Ese potencial simbólico del
amor conyugal es central al momento de comprender el sacramento. Y esto es así porque la experiencia del
amor humano es la raíz de la sacramentalidad del matrimonio; experiencia de entrega, gratuidad, placer sexual,
donación mutua, fecundidad, dolor.

El matrimonio es un «lugar» de salvación, es un ámbito relacional en el cual el mismo Dios se manifiesta


(misión sacerdotal). Además, como sabemos, los cónyuges son ministros de dicho sacramento, por tanto, son
también administradores de la salvación que Cristo quiere propiciar al mundo a través de ellos.

¿QUÉ ORIENTACIÓN PODEMOS DAR A LOS DIVORCIADOS VUELTOS A CASAR FRENTE A SU PARTICIPACIÓN

EN LA VIDA ECLESIAL Y EN LA COMUNIÓN?

En primer lugar, que la pareja tenga presente que -como regente del comportamiento- antes de todo tipo de
legislación eclesial se encuentra la inviolable conciencia humana. Ese fuero interno, habitado por Dios, es
personal y nadie debe juzgar por sobre él. Esto les propiciará libertad.

En segundo lugar, como matrimonio deben ser signo del amor de Dios que se realiza en la mutua donación. Un
indicador de este «ser signo para otros» es la fecundidad (reboso de vitalidad) que habita la pareja. Pero esto, es
una gracia, por tanto, se precisa de la unión íntima y sincera con Dios.

En tercer lugar, que sepan e interioricen que, en tanto cristianos, tienen derecho a participar activamente de las
actividades y procesos que se generen al interior de una comunidad eclesial. Es más, están llamados a donarse
sin medidas a los más pobres y necesitados. Un proyecto común de servicio, encarado desde el proyecto común
de la pareja, resulta en muchos casos supremamente fecundo y vital para la pareja y para los demás.

En tercer lugar, es importante la vivencia de la misericordia y perdón en la pareja, y también para con sus
prójimos. De este modo, la relación marital será signo de la relación amorosa que Dios entabla con su Pueblo.

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