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UNIVERSIDAD CATÓLICA SANTO TORIBIO DE MOGROVEJO

SEMESTRE ACADÉMICO 2022 - II

TEMA:

Matrimonio y Familia

DOCENTE:

Alberca Balarezo Marco Antonio

INTEGRANTES:

• Carranza Avellaneda, Daily


• Diaz Bernabé, Cielo Ximena
• Tapia Espino, Maritely
• Fernández Galindo, Juliana Eslith
• Alvarez Guevara, Nancy

Chiclayo 2022.
ÍNDICE

I. INTRODUCCIÓN ................................................................................................................ 3
II. MARCO TEÓRICO ............................................................................................................ 4
2.1. Definición de matrimonio ............................................................................................. 4
2.1.1. El designio divino del matrimonio ....................................................................... 4
2.1.2. El matrimonio como alianza ................................................................................ 4
2.1.3. El matrimonio sacramento cristiano ..................................................................... 5
2.1.4. El matrimonio, un proyecto de dios...................................................................... 6
2.1.5. El matrimonio a la luz de la creación y de la alianza.............................................. 6

2.2. Definición de familia .................................................................................................... 7


2.2.1. Familia y matrimonio en la proclamación del reino de dios ................................... 7
2.2.2. La familia: una proclamación para el mundo ........................................................ 8
2.2.3. La familia iglesia doméstica ................................................................................ 8
2.2.4. La comunidad familiar ........................................................................................ 9
2.2.5. La familia fuente de vida cristiana ..................................................................... 10

2.3. Misión de la familia en la iglesia y en la sociedad......................................................... 11


2.3.1. La comunidad conyugal .................................................................................... 11
2.3.2. La comunidad familiar ...................................................................................... 12
2.3.3. La familia, fuente de vida cristiana .................................................................... 12
2.3.4. La familia escuela de los valores evangélicos ..................................................... 13

III. LA IGLESIA Y LA SOCIEDAD, AL SERVICIO DE LA FAMILIA" ........................ 15


IV. CÓMO CULTIVAR EL AMOR Y LA AMISTAD EN EL MATRIMONIO. ............... 15
V. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS…………………………………………………….. 16
I. INTRODUCCIÓN

El matrimonio, la familia y como resultado de esta unión la sociedad para la Gloria de


Dios. Dios los une de manera que formando una sola carne pueden transmitir la vida
humana: “Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra”. Cuando un hombre y una mujer
celebran el Sacramento del Matrimonio, Dios, por así decirlo, se refleja en ellos, les
imprime sus propias características y el carácter indeleble de su amor. “Un matrimonio es
la comunión del amor de Dios con nosotros” (Papa Francisco).

Dios instituyó la familia humana y la dotó de su constitución fundamental. Sus miembros


son personas iguales en dignidad. Para el bien común de sus miembros y de la sociedad, la
familia implica una diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes.

La familia es la “célula original de lo social”. Es la sociedad natural en que el hombre y la


mujer son llamados al don del sí en el amor y en el don de la vida. La autoridad, la
estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la
libertad, de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la
comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se
comienza a honrar a Dios, y a usar bien la libertad. La vida de la familia es la iniciación de
la vida en sociedad.

Responsabilidades: Cada hombre es responsable de una manera u otra de la sociedad en


que vive, y por tanto de la institución familiar, que es su fundamento. Los casados, deben
responder de que la familia que han formado sea según el designio de Dios. Los que
permanecen solteros, deben cuidar de aquella en que nacieron. Los jóvenes y adolescentes
tienen una particular responsabilidad de prepararse para constituir establemente su futura
familia.

La relación entre la familia y la comunidad cristiana: La Iglesia es una familia espiritual,


casa de los que creen en Jesús y viven según sus enseñanzas, y la familia, una pequeña
Iglesia doméstica, escuela de amor a Dios y al prójimo. Una alianza crucial, basada en la
solidaridad y la participación, indispensable y urgente contra los centros de poder
ideológico, financiero y político.

La comunidad cristiana es la casa de los que creen en Jesús como fuente de fraternidad
entre todos los hombres de la familia. El lugar insustituible en donde inicia la historia que
permanece en eterno. De los grandes eventos de la historia del mundo solo queda el
recuerdo en los libros. La historia de los afectos de las personas, en cambio, se conserva
en el corazón de Dios y se inicia en la familia. Esa es la historia que cuenta.

La Iglesia que camina entre los pueblos, en la historia de los hombres y mujeres, de los
hijos e hijas, es lo que “realmente cuenta para el Señor”. Así experimentó Jesús, Hijo de
Dios, que nació en una familia y en ella, por 30 años, aprendió la condición humana, en la
sencillez de una dura vida de trabajo, en una aldea insignificante. Cuando inició su vida
pública, quiso formar a su alrededor una comunidad, una “Asamblea”, una convocación
de personas: la Iglesia. No la quiso como una secta para privilegiados, sino como una
familia hospitalaria, una casa donde todos, sin exclusión, fueran acogidos y amados”.

II. MARCO TEÓRICO

2.1. Definición de matrimonio


El matrimonio (del latín matrimonium) es una institución social presente en muchas
culturas que establece una relación matrimonial entre personas que se reconocen y
fortalece a través de la práctica comunitaria y las normas legales, consuetudinarias,
religiosas o morales. La unión conyugal se establece entre cónyuges, y en muchos casos
entre familias de origen, con estos derechos y deberes, que varían mucho según las normas
de la sociedad en particular. El matrimonio es una realidad que tiene su propia forma de
ser y puede y debe ser regulada por el ordenamiento jurídico, pero no está creada ni
definida por la ley.
2.1.1. El designio divino del matrimonio
Las ideas cristianas sobre el matrimonio y la familia se nutren de la
revelación del amor cristiano de la Palabra de Dios. Esta revelación afirma
la primacía del amor sobre todos los demás mandamientos; el amor es el
alma que dirige y da valor a toda la vida cristiana. El matrimonio tiene sus
raíces en el amor, y este mismo amor contribuye a la estabilidad de la
institución del matrimonio, haciéndola más humana y fecunda en muchos
intereses. Cada vez más el amor es el signo más elocuente de la perfección
matrimonial y familiar.

2.1.2. El matrimonio como alianza

La historia de la Alianza es realmente una historia de fidelidad de Dios y


una historia de rebelión del hombre. La fidelidad y el adulterio no existen
en el amor legal, sino en el ámbito personal del amor (cf. GS. 49. Por eso
el mismo profeta Oseas, en su dolorosa experiencia de un matrimonio
fracasado y roto, volverá a ver la incomprensible realidad del derrumbe,
de la infidelidad a Dios. Pero es precisamente en estos casos límite donde
se manifiesta de nuevo todo el poder del amor, perdonador, acomodaticio
y dispuesto a restaurar lo que parecía completamente perdido. El gesto
divino, expresado en la realidad humana de la vida del profeta, ofrece la
mayor posibilidad de matrimonio, aunque su aparente fracaso pueda
testimoniar el poder salvífico del amor.

El matrimonio es una forma de expresar el amor de Dios, y todas estas


fuerzas de vida existen en la unión de un hombre y una mujer, porque no
es solo un contrato legal entre las dos partes, sino una devoción mutua en
el amor y la confianza innata. el consentimiento personal e irrevocable del
cónyuge. La unión de Dios con Israel fue entendida por los profetas como
una unión matrimonial. Esta visión se refleja en la unión de un hombre y
una mujer. Su vínculo es más que un contrato moral entre dos partes: es
una alianza, un compromiso religioso de amor y confianza en un
intercambio vivo en el que nada puede romperse.

2.1.3. El matrimonio sacramento cristiano

El desarrollo ulterior de esta imagen lo hace Pablo en la carta a los Efesios


al poner ante los cristianos la realidad del amor de Cristo a la Iglesia como
modelo vital. El gran misterio es la unión de Cristo con la Iglesia,
formando un solo cuerpo. El matrimonio cristiano aparece así en estrecha
unión con el misterio de Cristo, su muerte y su resurrección. La unión de
Cristo con la Iglesia modela la unión del hombre con la mujer, aún en la
exigencia de la entrega plena hasta el sacrificio como expresión del amor.
Es la realidad misma del Cuerpo de Cristo la que vive y crece en el
matrimonio cristiano.

En el matrimonio los esposos se comprometen, en primer lugar, con Cristo


a quien prometen fidelidad para vivir desde él y significarle en la nueva
situación de su vida; se comprometen en fidelidad el uno con el otro, para
vivir, desde la perspectiva de la fe, un amor de entrega absoluta y
sacrificada, capaz de perdonarse y recrearse siempre; se comprometen con
la Iglesia, cuyo misterio revelan en su entrega y fidelidad y a la que
acrecientan con su fecundidad y compromiso apostólico. Jesús, a su vez,
se compromete en la unión del hombre y la mujer acompañando y
estimulando constantemente su amor. Su presencia y acción milagrosa en
las bodas de Caná es todo un símbolo de ese compromiso. Al hacer el
matrimonio uno de sus sacramentos, asegurándole su presencia gratuita,
lo convierte en factor de salvación y transformación del mundo. La unión
sacramental del hombre y la mujer son gesto y palabra divina, eficaz y
creadora de una nueva realidad. El sacramento del matrimonio hace así
presente en el seno de la comunidad eclesial y entre los hombres la realidad
de la unión solidaria de Jesús con la Iglesia y con toda la humanidad. Jesús,
al hacer del matrimonio lugar de su presencia salvadora y encuentro de los
esposos con el Espíritu, con la Comunidad cristiana y con el mundo, lleva
la experiencia humana del amor, de suyo ya significante y abierta, a su
más alto grado de eficacia y a su perfección.

El matrimonio, que ya era santo por su creación y desde su origen se hace


realidad nueva en toda su dimensión espiritual y corporal, santificada por
su participación del misterio de Cristo y santificadora por la acción
sacramental del Señor. La nueva realidad cristiana del matrimonio
confiere nueva profundidad, sentido y eficacia a las actitudes, gestos y
palabras de la vida cotidiana, al amor y al dolor compartidos. Cristo los
hace suyos para darles toda la eficacia liberadora, transformadora y
santificadora que tuvo su misma vida.

El matrimonio cristiano aparece así ante los hombres como signo y


presencia del amor del Padre, revelado en Jesús. Signo de la fuerza
liberadora del amor. Signo de la apertura universal de un amor que empuja
a la construcción de un mundo nuevo. Signo de fidelidad, vivida también
como perdón y comienzo nuevo. Signo de la donación total, en la que la
entrega mutua expresa en profundidad y autenticidad la realidad nueva de
los que se han hecho una sola carne. Signo de la fuerza creadora de Dios,
manifestada en la procreación de los hijos.

2.1.4. El matrimonio, un proyecto de dios

“Al principio… los creó hombre y mujer”. De este modo Jesucristo


presenta a sus interlocutores la existencia de un plan que sólo puede ser
plenamente conocido y desarrollado por los creyentes y que concierne al
matrimonio y a la familia. Jesucristo, al hacer referencia a la creación,
manifiesta la unidad del designio de Dios sobre el hombre y se introduce
en el modo humano de comprenderse a sí mismo y de construir la propia
vida . Con esta respuesta evangélica, la Iglesia sale al paso de las
interpretaciones torcidas que de esta realidad han realizado algunas
corrientes de pensamiento basadas solamente en los datos sociológicos y
psicológicos.

De este modo se establece una relación intrínseca e inseparable entre la


Revelación divina y la experiencia humana, que van a ser los dos ejes
imprescindibles para el conocimiento completo de la realidad del hombre
y el sentido de la misma. El culmen de esta conjunción se realiza en Cristo.
En el encuentro con Él entramos en la comunión con Dios Padre que, por
su Espíritu Santo, nos capacita para descubrir y realizar “el beneplácito de
su voluntad”

2.1.5. El matrimonio a la luz de la creación y de la alianza

En el primer libro de la Biblia, al descubrir el momento en que Adán se


encuentra con su mujer Eva, capta el verdadero significado que tiene la
unión del hombre con la mujer; por lo tanto, viene a llenar su existencia y
a colmar su deseo de constituir una comunión de amor y de vida. Esta
comunidad de vida y amor conyugal fundada por el Creador con sus leyes
propias, es la que se construye sobre el vínculo sagrado del matrimonio.
Esto hace que las obligaciones de la pareja no dependan del arbitrio
humano, sino de la naturaleza humana y en el último término del mismo
Dios, que es el autor propio del matrimonio, como lo manifiesta la
Gaudium et Spes “que el mismo Dios es el autor del matrimonio, al que
ha dotado con varios bienes y fines”

Dios crea al hombre en el Jardín del Edén, pero esto no es el final del
proceso creativo, pues para que la creación humana sea perfecta, culmina
con la conformación de la mujer y como resultado final, la unión de la
pareja, que está destinada a poblar la tierra, a través de una vida indeleble,
sellada por el amor de los dos, con la finalidad de hacer crecer la vida de
los seres humanos sobre la tierra que han heredado de su Creador. Cabe
destacar como dato primordial acerca de la vida del matrimonio, como un
hecho querido y bendecido por Dios, lo dicho y acontecido en el libro de
Tobías, donde apreciamos que el hombre y la mujer pueden encontrar las
respuestas a sus diferentes necesidades como humanos y como miembros
de una sociedad.

2.2. Definición de familia

Una familia es un grupo de personas unidas por parentesco. Esta unión puede formarse
por consanguinidad o por vínculo legal y socialmente establecido y reconocido, como
el matrimonio o la adopción.

La familia es la organización social más importante para una persona: la pertenencia a


tal grupo es esencial para el desarrollo psicológico y social de un individuo.

El concepto de familia ha ido cambiando de acuerdo con los cambios que se van
produciendo en la sociedad, según las costumbres, la cultura, la religión y las leyes de
cada país. Durante mucho tiempo, una familia se definió como un conjunto de personas
compuesta por una madre, un padre y los hijos e hijas nacidos como resultado de esta
relación. Sin embargo, esta clasificación está desactualizada hoy en día ya que hay
varios modelos familiares disponibles en la actualidad. Hoy en día, la familia es
ampliamente entendida como un ámbito en el que una persona se siente cuidada sin
tener vínculos o relaciones familiares inmediatas.

El parentesco puede ocurrir en diferentes niveles. Esto quiere decir que no todos los
miembros de la familia tienen la misma cercanía ni el mismo tipo de relación. Por
ejemplo: Una familia nuclear es un grupo formado por una pareja y sus hijos, mientras
que una familia extensa incluye abuelos, tíos, primos.

2.2.1. Familia y matrimonio en la proclamación del reino de dios

Para anunciar el misterio del Reino y su proximidad, Jesús se sirvió, como


los profetas, de imágenes y símbolos. Los misterios del Reino los
comunicó en parábolas, como sucedió con los profetas, su lectura de las
imágenes y símbolos empleados iluminó nuestra realidad. Una imagen
frecuentemente usada para aclarar lo que es la realidad del Reino de Dios
es la de la familia humana, centrada en la figura del Padre y en su amor y
responsabilidad. La proximidad significativa de la familia humana a la
realidad del Reino, más allá de sus formas históricas se traduce en una
valoración nueva de las estructuras familiares y sus fundamentos, capaces
de significar las realidades del Reino y susceptibles de ser perfeccionados
por esas mismas realidades.

Jesús utiliza la imagen de las bodas y las celebraciones nupciales, que


tienen profundas raíces en la tradición hebrea, para representar la alegría
de la celebración. La realidad de la vida de Jesús transmite su verdad a la
imagen utilizada y abre el horizonte de la realización. El amor, la lealtad,
el compromiso inquebrantable, la capacidad de perdonar y de aceptar están
plenamente presentes en la relación de Jesús con los hombres e iluminan
la misma imagen del matrimonio y de la familia como ideal. A través de
esta interacción íntima de símbolo y realidad simbolizada, se puede decir
que la experiencia de la auténtica vida conyugal y familiar nos permite
comprender y aceptar la realidad del Reino.

2.2.2. La familia: una proclamación para el mundo


Todas las personas, hombres y mujeres, son creadas a imagen de Dios.
Cada uno es un amado hijo o hija espiritual de padres celestiales, y cada
uno tiene una naturaleza y un destino divinos. Ser hombre o mujer es una
característica esencial de la identidad eterna y el propósito de las personas
en la vida preterrenal, mortal y eterna. En la vida premortal, los hijos e
hijas espirituales de Dios lo conocieron y adoraron como el Padre Eterno
y aceptaron Su plan de recibir un cuerpo físico y experiencias terrenales
para progresar a la perfección y finalmente cumplir su propósito divino
como herederos. de la vida eterna. El plan de felicidad de Dios permite
que las relaciones familiares continúen más allá de la tumba. Las santas
ordenanzas y los convenios disponibles en los santos templos permiten
que las personas regresen a la presencia de Dios y que las familias estén
unidas para siempre.

La familia es ordenada por Dios. El matrimonio entre un hombre y una


mujer es esencial para su plan eterno. Los hijos tienen derecho a nacer
dentro del matrimonio ya ser criados por un padre y una madre que honren
sus votos matrimoniales con plena fidelidad. Hay más oportunidades de
felicidad en la vida familiar si se basa en las enseñanzas del Señor
Jesucristo. Los matrimonios y las familias exitosas se construyen y
mantienen sobre los principios de la fe, la oración, el arrepentimiento, el
perdón, el respeto, el amor, la compasión, el trabajo y el descanso
edificante. Según el plan de Dios, el padre debe conducir a la familia en el
amor y la justicia, y tiene la responsabilidad de protegerla y proveerla de
las necesidades de la vida. La principal responsabilidad de una madre es
criar a sus hijos. En el cumplimiento de estos deberes sagrados, el padre y
la madre deben ayudarse mutuamente como iguales. La discapacidad
física, la muerte u otras circunstancias pueden requerir adaptaciones
individuales. Otros miembros de la familia deben ayudar si es necesario.

2.2.3. La familia iglesia doméstica

El Concilio recogió el pensamiento de los Santos Padres al considerar a la


familia como “Iglesia doméstica''. Afirmar que la familia es “Iglesia” tiene
fecundas consecuencias en la teología y en la vida del matrimonio y de la
familia. Ante todo, se descubre la familia como comunión; comunión de
vida, abierta a la plena participación; comunión orgánica en la que la
autoridad de los padres actúa también como un misterio de comunidad
realizadora de unidad. La identidad más profunda de toda comunidad
cristiana se alcanza en la realidad de la comunión en un mismo Espíritu.
También esta realidad eclesial se expresa con particular claridad y
profundidad en la familia en su ser sacramental, en la unión del esposo y
la esposa, su ser uno en dos personas, a semejanza de la unión de Cristo
con su esposa la Iglesia. Por otra parte, los esposos y la familia encontrarán
su horizonte último de comprensión en la comunidad cristiana.

Las condiciones de vida de toda comunidad cristiana son la igualdad y


solidaridad de sus miembros, la corresponsabilidad, la comunicación y el
diálogo. Si la familia es una “Iglesia doméstica”, todos estos valores
adquieren nueva fundamentación y sentido, y la familia encontrará en la
comunidad eclesial un modelo inspirador, un estímulo para superar
creativamente los conflictos que dificultan tantas veces la convivencia
familiar.

Todos los fieles participan del sacerdocio de Cristo. Este sacerdocio


común se ejercita por la participación y celebración de los sacramentos y
por medio de las virtudes. Esta verdad tiene una afirmación especial en la
celebración del matrimonio. El sacramento reafirma el valor de la misma
vida conyugal, santifica este estado de vida y da a toda la familia un nuevo
sentido de acción sacerdotal.

En la vida de la familia se opera el crecimiento del Pueblo de Dios: los


hijos, que por el bautismo se hacen hijos de Dios y son incorporados a la
Iglesia, se educan y empiezan a experimentar la Igleisa y su condición de
hijos de Dios en el seno de la familia. Por ello el Concilio describe a la
familia cristiana como “una especie de Iglesia doméstica”

2.2.4. La comunidad familiar

Es misión de los padres crear un clima familiar adecuado, donde pueda


brotar y crecer la personalidad del niño y tenga éste acceso a las primeras
experiencias comunitarias. Ese clima es resultante del respeto a las
personas y a su vocación, de la libertad de todos para expresarse
espontáneamente, del conocimiento mutuo y la confianza recíproca, de la
corrección fraterna, de la participación de todos en problemas y en tareas.
Todo ello exige a los padres autenticidad para evitar actitudes falsas;
honda comprensión de la vida de sus hijos, atención cálida, que no
equivale a posesión; acogida apacible, luminosa y humana frente a los
problemas, a las confusiones y a los conflictos a través de los cuales la
juventud trata de conocerse y realizarse.

Pero les exige también valentía para decir serenamente la verdad a los
hijos y corregirles cuando se desvían, sin rendirse a un cómodo
permisivismo que, bajo la apariencia de comprensión, encierra una
traición a los hijos y a la sociedad. Los hijos, por otra parte, no pueden
olvidar que han recibido de sus padres el don de la vida y los valores
fundamentales que configuran su personalidad humana y cristiana. Y
necesitan tener conciencia clara de que la familia es el lugar primario de
aprendizaje de la buena voluntad, del saber compartir, de la renuncia de
uno mismo para poder darse por amor.

No se puede olvidar, sin embargo, que la familia no es el único ámbito de


relación en el que se desarrollan las personas. Por eso los padres deberán
coordinar su acción con las otras instancias educativas: escuela,
asociaciones juveniles, etc. Y podrán máximo empeño en conocer y
ayudar a discernir los ambientes sociales de sus hijos, así como el influjo
que reciben de los medios de comunicación social.

2.2.5. La familia fuente de vida cristiana

La familia cristiana está llamada a ser lugar privilegiado de vivencia de


una fe compartida por todos sus miembros. Los padres, verdaderos
creyentes, saben que la transmisión de la fe a sus hijos no puede reducirse
a la enseñanza de una doctrina, ni de una praxis moral, ni de unas
obligaciones religiosas. Ha de ser sobre todo su propia vivencia de la fe la
que sirva de testimonio vivo que suscite y eduque la fe de los hijos. Es un
rasgo de identidad de toda comunidad cristiana el ser comunidad de
oración. Esto exige que cada familia se convierta en lugar de escucha
comunitaria de la Palabra de Dios, que es fuente, raíz y luz de toda vida
cristiana.

La unión en un mismo espíritu y en unas mismas intenciones, la


profundidad de la experiencia religiosa participada en común, la energía
que se deriva del encuentro con Dios, el compromiso de vida y aceptación
del otro que brota de la oración cristiana, son valores imprescindibles para
todo hogar cristiano. Hay que volver a encontrar sentido y tiempo para esta
exigencia de la vida familiar y descubrir las formas que expresan la nueva
sensibilidad y responden a las situaciones de hoy. Lograr que la
comunidad familiar sea comunidad eclesial lleva consigo una progresiva
participación de la familia en la celebración de los sacramentos del
bautismo, confirmación, penitencia y eucaristía.

A este propósito, nos merece especial atención las misas para pequeños
grupos, celebradas en el marco del domicilio familiar y con ocasión de
acontecimientos significativos: aniversarios, onomásticas, etc. Con las
debidas orientaciones y con la seriedad y vigilancia convenientes, puede
ser un momento cumbre de la vida familiar, a la vez que debe ser una
verdadera iniciación a la Eucaristía de la comunidad parroquial. Queremos
señalar por último otro momento importante de la vida familiar, que con
frecuencia se minusvalora: la unción de enfermos, que no es sólo de
moribundos, debe ser una verdadera celebración comunitaria en la que se
comparte la fe familiar y se encuentra, en esa misma fe, la fuerza y la luz
para afrontar solidariamente la prueba de la enfermedad.

Por último, la familia cristiana, como la Iglesia, es una realidad


esencialmente misionera. Encerrarse en sí misma, renunciar al anuncio del
Evangelio, sería dejar de ser sacramento de salvación y, por tanto, dejar de
ser Iglesia. Toda familia ha de crecer cada día en un auténtico sentido
misionero abierto a otras familias, al ambiente en que viven, y en un
compromiso espiritual, vocacional y material con la acción misionera de
la Iglesia en el mundo.

2.3. Misión de la familia en la iglesia y en la sociedad


La Iglesia, al realizar su misión evangelizadora, al mismo tiempo que recuerda verdades
e imperativos morales, tiene también que “interpretar a la luz de la revelación la vida
de los hombres de nuestra época, los signos de los tiempos y las realidades de este
mundo, ya que en ellos se realiza el designio de Dios para la salvación de los hombres”.
Entre las realidades que la Iglesia tiene que iluminar y renovar sobresalen el matrimonio
y la familia. Es necesario descubrir una vez más su profunda significación cristiana
como proyecto de vida en común y de realización personal, así como su misión en la
Iglesia y en la sociedad.

2.3.1. La comunidad conyugal

El primer afán de los esposos cristianos se cifra en llegar a ser una


comunidad de vida y amor, hecha de conocimiento mutuo, de respeto, de
ayuda, de entrega y de corresponsabilidad. Esta comunidad de vida ha de
entenderse como realidad dinámica en continua evolución y crecimiento,
nunca acabada y siempre necesitada de actualización. Para construirla, los
cónyuges deben procurar que sus relaciones se desarrollen en un continuo
apoyo mutuo, en una constante superación de sus deficiencias, egoísmos
y dificultades. Muy particularmente habrán de esforzarse en que sus
primeros años de matrimonio constituyan otras tantas etapas de
crecimiento y consolidación en el amor. El incremento de la comunidad
conyugal depende primordialmente de una compenetración progresiva
entre los esposos, que sólo es posible lograr a través de un diálogo sincero
y continuo en el que se comparten los sentimientos, las ideas y las
aspiraciones más profundas. A nadie se le ocultan los obstáculos graves
que pueden entorpecer hoy este tipo de comunicación. El agobio de las
ocupaciones laborales limita peligrosamente el tiempo y la tranquilidad de
la pareja. La disparidad de criterios y convicciones, en una sociedad cada
vez más pluralista, hacen más compleja la armonía y la coincidencia en la
visión de la vida. El materialismo superficial de muchos ambientes reduce
las relaciones interpersonales a sus aspectos más utilitarios.
Insensiblemente se va levantando como una barrera afectiva que se
manifiesta en el repliegue de la persona sobre sí misma y en la creciente
incapacidad para comunicarse y para aceptar al otro. Frente a estas
dificultades, las parejas cristianas deben proponerse, con renovada energía
e ilusión, el ideal bíblico de vivir los dos una sola vida. Con la alegría y la
esperanza de quien sabe que es el mismo Espíritu de Dios quien labora por
su unión y quien la llevará a su plenitud.
En la comunicación amorosa del matrimonio tienen gran importancia las
manifestaciones externas, demostrativas del cariño y de la atención a la
persona del otro. En esta perspectiva, la vida sexual ha de ser contemplada
como dimensión básica de la pareja y como ámbito especialmente
significante del encuentro interpersonal. La sexualidad será entonces
comprendida como lenguaje integrador y como exponente del amor
conyugal. Sólo así es posible superar la visión dualista del amor y del sexo
y vivir, en plenitud humana, la espiritualidad matrimonial.

2.3.2. La comunidad familiar

Es misión de los padres crear un clima familiar adecuado, donde pueda


brotar y crecer la personalidad del niño y tenga éste acceso a las primeras
experiencias comunitarias. Ese clima es resultante del respeto a las
personas y a su vocación, de la libertad de todos para expresarse
espontáneamente, del conocimiento mutuo y la confianza recíproca, de la
corrección fraterna, de la participación de todos en problemas y en tareas.
Todo ello exige a los padres autenticidad para evitar actitudes falsas;
honda comprensión de la vida de sus hijos, atención cálida, que no
equivale a posesión; acogida apacible, luminosa y humana frente a los
problemas, a las confusiones y a los conflictos a través de los cuales la
juventud trata de conocerse y realizarse. Pero les exige también valentía
para decir serenamente la 1 6 verdad a los hijos y corregirles cuando se
desvían, sin rendirse a un cómodo permisivismo que, bajo la apariencia de
comprensión, encierra una traición a los hijos y a la sociedad.
Los hijos, por otra parte, no pueden olvidar que han recibido de sus padres
el don de la vida y los valores fundamentales que configuran su
personalidad humana y cristiana. Y necesitan tener conciencia clara de que
la familia es el lugar primario de aprendizaje de la buena voluntad, del
saber compartir, de la renuncia de uno mismo para poder darse por amor.
No se puede olvidar, sin embargo, que la familia no es el único ámbito de
relación en el que se desarrollan las personas. Por eso los padres deberán
coordinar su acción con las otras instancias educativas: escuela,
asociaciones juveniles, etc. Y podrán máximo empeño en conocer y
ayudar a discernir los ambientes sociales de sus hijos, así como el influjo
que reciben de los medios de comunicación social.

2.3.3. La familia, fuente de vida cristiana

La familia cristiana está llamada a ser lugar privilegiado de vivencia de


una fe compartida por todos sus miembros. Los padres, verdaderos
creyentes, saben que la transmisión de la fe a sus hijos no puede reducirse
a la enseñanza de una doctrina, ni de una praxis moral, ni de unas
obligaciones religiosas. Ha de ser sobre todo su propia vivencia de la fe la
que sirva de testimonio vivo que suscite y eduque la fe de los hijos. Es un
rasgo de identidad de toda comunidad cristiana el ser comunidad de
oración. Esto exige que cada familia se convierta en lugar de escucha
comunitaria de la Palabra de Dios, que es fuente, raíz y luz de toda vida
cristiana. La unión en un mismo espíritu y en unas mismas intenciones, la
profundidad de la experiencia religiosa participada en común, la energía
que se deriva del encuentro con Dios, el compromiso de vida y aceptación
del otro que brota de la oración cristiana, son valores imprescindibles para
todo hogar cristiano. Hay que volver a encontrar sentido y tiempo para esta
exigencia de la vida familiar y descubrir las formas que expresan la nueva
sensibilidad y responden a las situaciones de hoy. Lograr que la
comunidad familiar sea comunidad eclesial lleva consigo una progresiva
participación de la familia en la celebración de los sacramentos del
bautismo, confirmación, penitencia y eucaristía. A este propósito, nos
merece especial atención las misas para pequeños grupos, celebradas en el
marco del domicilio familiar y con ocasión de acontecimientos
significativos: aniversarios, onomásticas, etc. Con las debidas
orientaciones y con la seriedad y vigilancia convenientes, puede ser un
momento cumbre de la vida familiar, a la vez que debe ser una verdadera
iniciación a la Eucaristía de la comunidad parroquial. Queremos señalar
por último otro momento importante de la vida familiar, que con
frecuencia se minusvalora: la unción de enfermos, que no es sólo de
moribundos, debe ser una verdadera celebración comunitaria en la que se
comparte la fe familiar y se encuentra, en esa misma fe, la fuerza y la luz
para afrontar solidariamente la prueba de la enfermedad. Por último, la
familia cristiana, como la Iglesia, es una realidad esencialmente misionera.
Encerrarse en sí misma, renunciar al anuncio del Evangelio, sería dejar de
ser sacramento de salvación y, por tanto, dejar de ser Iglesia. Toda familia
ha de crecer cada día en un auténtico sentido misionero abierto a otras
familias, al ambiente en que viven, y en un compromiso espiritual,
vocacional y material con la acción misionera de la Iglesia en el mundo.

2.3.4. La familia escuela de los valores evangélicos

Por ser comunidad cristiana, la familia debe ser también una escuela donde
se descubran y practiquen los verdaderos valores evangélicos. Es este un
objetivo difícil y lento, pero absolutamente necesario en una sociedad en
la que los padres y los hijos respiran noche y día un ambiente materialista
y pagano.
• El amor cristiano. Entre todos los valores evangélicos, la familia
debe esforzarse por vivir el amor cristiano, que nace de Dios y va
más allá del mero respeto a las personas; que no discrimina ni
juzga, sino que se traduce en entrega y en olvido de sí mismo,
tanto dentro como fuera del hogar. El perdón de los enemigos, la
comprensión y respeto a los que tienen diversas ideologías; la
superación de las venganzas y del odio, y la defensa de los débiles
pueden y deben ensayarse en la familia como en el mejor campo
de entrenamiento

• La pobreza y la austeridad. Si las bienaventuranzas han de ser


norma de vida para el creyente, habrán de ser también objeto
constante de reflexión en la comunidad familiar. Los problemas
económicos generados en la actual coyuntura mundial repercuten
sobre los creyentes, para quienes “el gozo y la esperanza, las
tristezas y angustias de los hombres de hoy, sobre todo de los
pobres y de toda clase de afligidos, son también gozo y esperanza,
tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”

El consumismo, el capricho y el lujo, que hoy tientan tan de cerca a


muchos hogares, ahogan la dimensión trascendental del hombre y
empobrecen a la persona. El hambre, la miseria y la marginación de
muchos exige del creyente una respuesta solidaria por justicia y caridad

• La justicia y la verdad. Vivimos, por desgracia, en una sociedad


en la que, no pocas veces, se impone la ambición y la fuerza de los
menos escrupulosos, sin tener en cuenta la moralidad de los
medios. Proliferan así las injusticias escandalosas y cunden por
doquier los malos ejemplos. El dinero y el poder social no siempre
están en las mejores manos. Ante esto, la familia cristiana, como
signo de los auténticos valores del Evangelio, debe cultivar en sus
miembros una conciencia crítica que les ayude a descubrir con
lucidez el error y la indignidad de tales procedimientos. Dios es la
verdad y el encuentro con Él nos abre a la verdad.

• La paz y la comprensión. La carrera de armamentos a nivel


mundial, el terrorismo, la violencia y la agresividad, van haciendo
mella en el ambiente social y familiar. Es preciso crear un clima
familiar donde se destierre la violencia, hasta en las mismas
expresiones de los juegos infantiles; donde se ame la paz y se
aprenda a vivir el mensaje de Jesús. Los hombres estamos llenos
de limitaciones y debilidades que reclaman comprensión, en lugar
de respuestas agresivas. Y la familia ha de ser el campo de cultivo
más adecuado de las actitudes de convivencia.

• El diálogo y el respeto. Los esposos que han aprendido a dialogar


entre sí, cuiden de iniciar a los hijos desde pequeños para una
intercomunicación progresiva a nivel familiar. Nadie tiene el
monopolio de la verdad y el Espíritu sopla donde quiere. Es
provechoso escuchar y respetar a todas las personas, enriquecerse
con sus aportaciones y valorar en justicia sus posturas. La
diversidad entre los miembros de la familia es una gran ocasión
para que día a día se vaya poniendo en práctica el diálogo y el
respeto entre todos.

• Espíritu de trabajo y alegría evangélica. La dificultad que todo


hombre experimenta ante el esfuerzo que exige el trabajo hace que
muchos padres se sientan perplejos a la hora de inculcar a sus hijos
un verdadero sentido de superación y laboriosidad. Es preciso que
con cariño y comprensión, pero, al mismo tiempo con energía, se
enseñe en la familia a trabajar y a colaborar solidariamente a la
obra creadora de Dios. La delincuencia juvenil tiene con
frecuencia su principio en la ausencia de este espíritu de trabajo.
Sin dejar a un lado la laboriosidad y la austeridad en el hogar,
convendrá sobremanera despertar un clima de alegría que ayude a
dulcificar los sinsabores de la vida diaria.

Todos estos valores no son sólo conceptos doctrinales que la familia debe
impartir teóricamente, sino que sobre todo deben configurar
paulatinamente el modo de vida del grupo familiar. Así podrán surgir
nuevos hombres que serán a la vez luz y sal en la creación del nuevo
mundo.

III. LA IGLESIA Y LA SOCIEDAD, AL SERVICIO DE LA FAMILIA"

Pero guardemonos del exceso de pedirle todo a la familia. Es utópico que pueda cumplir por
sí sola todas las tareas que tiene encomendadas. Resulta explicable el desánimo de muchas
de ellas ante el cúmulo de responsabilidades que han de asumir, sin que apenas nadie les
ayude. Por eso hacemos un llamamiento a toda la sociedad, y en particular a las comunidades
cristianas, para que todos ejerzamos una eficaz corresponsabilidad en este campo.

La sociedad y la Iglesia han de estar al servicio de la familia, porque ella es soporte


fundamental de ambas y en ella se concentra esa fraternidad universal a la que las dos
aspiran. Pedimos a todos los responsables del bien común, gobernantes, legisladores y
magistrados, que en todas sus actividades y decisiones presten una especial atención a la
familia, tanto para evitar lo que pueda dañar su integridad, como para ayudarla a realizar su
misión en las mejores condiciones posibles. Y, como pastores de la Iglesia, se seriamente
implicados en este empeño trascendental, al tiempo que invitamos al clero y al laicado para
que consideren la pastoral familiar como uno de los objetivos cardinales de la Iglesia de
nuestro tiempo.

IV. CÓMO CULTIVAR EL AMOR Y LA AMISTAD EN EL MATRIMONIO.

El marido y la mujer tienen que cultivar su amor mutuo

“El amor es como una flor y, al igual que el cuerpo, necesita que se le alimente
constantemente. El cuerpo mortal pronto se consumiría y moriría si no se le alimentara con
frecuencia. La tierna flor se marchitará y morirá si no se le diera alimento y agua. Así
también sucede con el amor; no se puede esperar que perdure por siempre a menos que se
le alimente continuamente con porciones de cariño, manifestaciones de aprecio y
admiración, expresiones de gratitud y generosidad”

Las expresiones de afecto y de amabilidad mantienen vivos el amor y la amistad en el


matrimonio.
La relación entre un hombre y una mujer que comienza con la amistad, que después madura
y se convierte en romance y que culmina con el matrimonio, usualmente se convertirá en
una amistad eterna. Nada es más inspirador en este mundo actual de matrimonios que se
desbaratan con tanta facilidad que el observar a un marido y su mujer apreciarse
calladamente el uno al otro y disfrutar de su amistad año tras año al experimentar juntos las
bendiciones y las pruebas de la vida mortal” (véase “La amistad: un principio del
Evangelio)

¿Cuáles son algunas de las “cosas pequeñas” que mantienen vivo el amor y la amistad
en el matrimonio?

Que siempre existan esas pequeñas sorpresas después de haberse ausentado durante una
tarde o un fin de semana.

Mantener vivo el noviazgo. Pasar tiempo y hacer cosas juntos. Así como es importante
pasar tiempo con los niños en familia, es necesario que todas las semanas, y en forma
regular, los esposos pasen tiempo a solas. El hacerlo servirá para que los hijos sepan que
ellos consideran que su matrimonio es tan importante que necesitan hacer todo lo posible
por fortalecerlo. Eso requiere dedicación y planificación”.

V. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

1. Rodríguez P. Matrimonio y familia: cuestiones pastorales. Scr theol [Internet]. 2018


[citado el 3 de diciembre de 2022];12(2):403–54. Disponible en:
https://dadun.unav.edu/bitstream/10171/3596/1/simposioteologia2rodriguez.pdf

2. El plan de Dios sobre el matrimonio y la familia [Internet]. Catholic.net. [citado el 3


de diciembre de 2022]. Disponible en:
https://es.catholic.net/op/articulos/17928/cat/688/el-plan-de-dios-sobre-el-
matrimonio-y-la-familia.html

3. Matrimonio y familia. Wordpress.com. [citado el 3 de diciembre de 2022]. Disponible


en: https://familiayvidaoa.files.wordpress.com/2016/01/cee-matrimonio-y-
familia.pdf

4. Edu.ec. [citado el 3 de diciembre de 2022]. Disponible en:


http://repositorio.puce.edu.ec/bitstream/handle/22000/7579/5.F03.001375.pdf?seque
nce=4&isAllowed=y

5. Matrimonio y relaciones familiares. Churchofjesuschrist.org. [citado el 3 de


diciembre de 2022]. Disponible en:
https://www.churchofjesuschrist.org/bc/content/shared/content/spanish/pdf/language
-materials/35865_spa.pdf?lang=spa

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