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San Basilio: fe en Dios y virtud, dos caras de la misma realidad1

Emanuel Nehuén Vega, SJ2


Resumen
En el presente escrito, nos proponemos abordar la relación existente entre la «vida en la
virtud» y la «fe en Dios» en el santo capadocio Basilio el Grande. Para ello, nos serviremos
de los textos A los jóvenes (en el cual brinda consejos sobre cómo sacar provecho de la
literatura griega) y Exhortación a un hijo espiritual (en el cual exhorta a vivir desde la
virtud que promueve la fe). En el primer apartado, expondremos brevemente la vida del
autor. En el segundo, realizaremos un abordaje general a las temáticas presentes en sus
obras, a fin de tener una mirada panorámica del plan estructural del autor. En el tercer
punto, desarrollaremos y explicitaremos, a partir de los textos mencionados, la relación
existente entre la «vida en la virtud» y la «fe en Dios». Finalmente, indicaremos cómo vivir
en la actualidad estos consejos del santo capadocio, en lo que llamamos -junto con él- «vida
en el Espíritu».

Palabras clave
Basilio, Virtud, Fe, Jóvenes, Literatura,

Abstract
In the present work, we propose to approach the relationship between «life in virtue» and
«faith in God» in the holy Cappadocian Basil the Great. For this, we will use the texts To
the young people (in which it offers advice on how to take advantage of the Greek
literature) and Exhortation to a spiritual son (in which he exhorts to live from the virtue
that promotes the faith). In the first section, we will briefly discuss the author’s life. In the
second, we will make a general approach to the theme present in his works, in order to have
a panoramic view of the author’s plan. In the third point, we will develop and explain, from
the texts mentioned, the relationship between «life in virtue» and «faith in God». Finally,
we will discuss how to live these councils of the holy Cappadocian, in what we call
-together with him- «life in the Spirit».

1
El presente escrito, es fruto del trabajo de profundización en la vida de san Basilio realizado en las clases de
Patrología de la Pontificia Universidad Javeriana.
2
Prof. Lic. en Filosofía por la Universidad del Salvador, Buenos Aires, Argentina. Actual estudiante del 1er
Semestre de Teología en la Pontificia Universidad Javeriana. Mail: e-vega@javeriana.edu.co
Keywords
Basil, Virtue, Faith, Youth, Literature,

Sommario
Nel presente lavoro, proponiamo di affrontre la relazone tra la «vita in virtù» e la «fede in
Dio» nel santo Basilio Cappadoce il Grande. Per questo, useremo i testi Ai giovani (in cui
offre consigli su come struttare la letteratura greca) e Esortazione a un figlio spirituale (in
cui esorta a vivere dalla virtù che promuove la fede). Nella prima sezione, discutiremo
brevemente la vita dell’autore. Nel secondo, faremo un approccio generale al tema presente
nelle sue aopere, al fine di avere una visione panoramica del piano dell’autore. Nel terzo
punto, svilupperemo e spiegheremo, dai testi citati, la relazione tra la «vita in virtù» e la
«fede in Dio». Infine, discutiremo como vivere questi consigli del santo Cappadoce, in
quella che chiamiamo, insieme a lui, la «vita nello Spirito».

Parole Chiave
Basilio, Virtù, Fede, Giovinezza, Lettereatura

Introducción

¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe,
si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? [La fe] si no va
acompañada de las obras, está completamente muerta.

Carta de Santiago 2, 14 - 17

En la actualidad, los jóvenes se encuentran rodeados de una multiplicidad de relatos y de


referentes de identidad que pueden -sin demasiada fuerza- distraerlos de lo esencial de
nuestra fe cristiana: el amor a Dios y el amor a los hermanos. En este contexto pluricultural,
en el cual los sistemas de valores de cada grupo pretenden erigirse como norma para el
conjunto -sin razonamiento previo, sin respeto por lo propio de cada cultura- algunos textos
de san Basilio de Cesarea pueden aportarnos criterios de reflexión y aproximación a la
realidad diversa, a fin de entrar en diálogo con estos cambios actuales sin perder, por ello,
la razón ni la esperanza. Para ello, es preciso, como señala el papa Francisco (2019, párr.
190), “estar abiertos para recoger una sabiduría que se comunica de generación en

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generación, que puede convivir con algunas miserias humanas, y que no tiene que
desaparecer ante las novedades del consumo y del mercado”. Hay verdad -y manifestación
de Dios- incluso en aquellas expresiones culturales o de fe, diversas a las nuestras. Con esta
certeza, san Basilio, desde su contexto helénico, se sirvió -guiado por la razón- de lo mejor
de su época en materia de educación para formar a los jóvenes.

El presente escrito, busca explicitar el pensamiento de san Basilio de Cesarea en torno a la


unidad indisoluble entre «fe en Dios» y «virtud vivida», en sus obras A los jóvenes: cómo
sacar provecho de la literatura griega y Exhortación a un hijo espiritual. Para ello, en
primer lugar (i), ofreceremos un breve acercamiento a la vida de Basilio, a fin de
comprender a cabalidad sus inquietudes y líneas de reflexión. En segundo lugar (ii), nos
adentraremos en las temáticas generales trabajadas en las obras anteriormente citadas del
autor. En tercer lugar (iii), abordaremos la indisolubilidad del binomio «fe-obras»,
«creencia-virtud», en el pensamiento del autor, y cómo estas se integran en la expresión
«vida según el espíritu». Vida que se nutre de la oración, de los modelos de virtud
observados en la literatura, en la persona de Cristo, etc. Finalmente (iv), teniendo como
base la comprensión del autor y como objeto el subrayar su actualidad, brindaremos
algunas líneas de reflexión a fin de iluminar la «vida en el Espíritu» en nuestro contexto
actual.

1. San Basilio el Grande

Basilio nació en torno al año 330 en Cesarea, Capadocia. Provenía de una familia cristiana
y bien acomodada (Quasten, 1977, p. 224-228). Su padre -profesor de oratoria y abogado
de profesión-, movido por una arraigada piedad, les transmitió a sus diez hijos una sólida
formación doctrinal. Basilio dedicó varios años de su vida al estudio de la retórica y la
filosofía en Constantinopla y Atenas. En el contexto académico de esta última ciudad (año
351) conoció a Gregorio Nacianceno, el que luego sería un gran defensor de la fe como él
(Pikaza, 2010, p. 84ss). Ambos recibieron, en esos años, un fuerte influjo del pensamiento
de Orígenes. Basilio también entabló amistad allí con el futuro emperador Juliano el
Apóstata.

A los veinticinco años de edad (año 355) regresó a su ciudad natal, en donde ejerció la
profesión de retor. Al tiempo, movido por un gran celo, abandonó su oficio y se retiró al

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desierto para dedicar su vida a la contemplación (año 358). Buscó a los más famosos
eremitas, a fin de aprender de ellos el modo de alcanzar un ferviente estado de piedad y un
radical ascetismo. Esta experiencia lo moverá, más tarde, a ser uno de los máximos
promotores de la vida monástica (2010, p. 83).

En el año 364/365 fue ordenado sacerdote. Seis años más tarde sucedió a Eusebio, obispo
de Cesarea, metropolitano de Capadocia y exarca de la diócesis del Ponto, en el cargo
eclesiástico. Durante su vida de obispo, dedicó buena parte de sus energías a defender la
consubstancialidad del Verbo, definida luego en el Concilio de Nicea (año 325), frente a los
embates de los arrianos (2010, p. 83). Allí conoció a Atanasio de Alejandría, con el cual
combatió, también, los errores del macedonianismo. En una ocasión memorable, ha hecho
frente -incluso- al emperador Valente, el cual quería introducir el arrianismo en su diócesis.
También, se le reconoce a Basilio de Cesarea un rol esencial -junto a Gregorio de Nisa y
Gregorio Nacianceno- en la explicitación y comprensión del dogma trinitario. Con sus
prédicas y escritos, preparó el terreno para que en el Concilio I de Constantinopla (año
381), se completara la definición formal de la doctrina de fe sobre la Santísima Trinidad. Su
labor para definir la consubstancialidad del Espíritu Santo con el Padre y con el Hijo y para
señalar su función propia en la Trinidad, fue verdaderamente notable (2010, pp. 84-85;
Quasten, 1977, pp. 231-232).

Basilio falleció en el año 379. Al igual que sus hermanos, Gregorio de Nisa, Pedro de
Sebaste y Macrina, fue proclamado santo de la Iglesia Católica. Sus principales obras son:
Sobre el Espíritu Santo (en el cual pretende demostrar la divinidad del Espíritu Santo),
Refutación de la apología del impío Eunomio (contra el arrianismo que Eunomio
encarnaba), Reglas morales (manuales de ética, para emplear en el mundo y en el claustro),
A los jóvenes: cómo sacar provecho de la literatura griega y Exhortación a un hijo
espiritual (dirigidas a la formación cristiana de los jóvenes en la literatura y en la virtud)
(1977, pp. 228-230).

2. Abordaje a A los jóvenes y a Exhortación a un hijo espiritual

Basilio el Grande presenta un vasto conocimiento de la filosofía y la literatura griega. El


bagaje cultural del santo queda en evidencia gracias a sus numerosas y diversas citas a:
Homero, Hesíodo, Píndaro, Aristófanes, poetas trágicos y oradores áticos, los alejandrinos,

4
Plutarco, Luciano, etc. (Basilio, 2011, pp. 36.39.42.44.46.ss). Esta nutrida influencia se ve
reflejada en A los jóvenes3, en el cual el santo expone cómo los jóvenes cristianos pueden
obtener provecho de la literatura pagana; en particular, la griega. Es pertinente y necesario
para este santo, que se tome la senda abierta por la filosofía y la literatura para dar con la
verdad y la felicidad, cuyo culmen se encuentra en el cristianismo (2011a, p. 13).

Basilio comienza su obra A los jóvenes, indicando que aquellos consejos que dictará con
respecto al modo de acercamiento a la literatura, tienen sus bases en la experiencia que el
santo ha acumulado con los años. Les anuncia, también, la actitud que deberá guiar este
acercamiento: el discernimiento, la capacidad de detectar y separar lo conveniente de lo
inconveniente en relación a la vida futura (Basilio, 2011, pp. 35-36). El santo explica esta
vida eterna como el norte común de todo cristiano: lo fundamental, señalará, es prepararse
«cotidianamente» para la otra vida. De este modo, las cosas de este mundo cobran su justa
medida en relación a la vida eterna y al amor de Dios. Es necesario, para el santo, que nos
preocupemos en perseguir en nuestra vida todo aquello que nos conduzca a la gloria. Con
este fin, la literatura puede servirnos de provecho, en tanto que, en nuestro acercamiento a
ella, nos vamos preparando para acercarnos debidamente a las Sagradas Escrituras: la
literatura nos acostumbra la vista, nos la hace aguda, para entrever los secretos de nuestros
textos sagrados (2011a, pp. 37-40).

En el Capítulo III, menciona que es necesario confrontar la literatura pagana con los
saberes de nuestra doctrina, a fin de no perdernos en el camino de la perfección. El santo
comentará que el alimento primordial del alma es la verdad, y no es extraño que esta verdad
esté revestida de la sabiduría de culturas ajenas. El mismo Moisés y el profeta Daniel se
alimentaron con los saberes de otros pueblos con espíritu de discernimiento. Ello, los
habilitó y preparó para la contemplación del ser mismo de Dios (2011a, pp. 40-41).

En el Capítulo IV, San Basilio opera una suerte de inflexión en su discurso: llama la
atención sobre el uso indiscriminado del saber ajeno. Para tener un mejor conocimiento de
ellos, señala los errores que indirectamente se predican a través de la literatura y que
pueden afectar a los jóvenes: el politeísmo, los vicios desmedidos que encarnan algunos
personajes, la ira y antropomorfismo de los dioses, etc. Al finalizar, señala que el buen

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De ahora en más, así denominaremos al escrito A los jóvenes: cómo sacar provecho de la literatura griega.

5
cristiano debe estar atento a la virtud que, por sí misma, reluce entre tanto mal: el cristiano
debe procurar mirar a los hombres buenos y virtuosos a fin de imitarlos con precaución, así
como quien toma una rosa con cuidado de las espinas (2011a, pp. 41-45). En el Capítulo V,
recomienda prestar atención a las obras que hablan de la virtud, la cual es inmutable y
duradera. En la medida en que uno la frecuenta por medio de aquellas vidas nobles que
conoce, las virtudes y los valores se imprimen en la propia alma (2011a, pp. 45-51). En el
Capítulo VI, san Basilio llama a la coherencia entre la palabra y la vida (2011a, pp. 51-52).
En el Capítulo VII, nos pone algunos ejemplos de vidas y hechos virtuosos de los paganos,
y cómo estos son semejantes a los predicados por el cristianismo (2011a: 52-55). En el
Capítulo VIII, el santo nos recuerda el fin de nuestro acercamiento a la literatura pagana:
edificar nuestra alma en esta vida para ganar la eterna. Nuestro camino a la meta exige
esfuerzo y constancia, pero el premio es grande (2011a, pp. 55-59). En los Capítulo IX y X,
nos presenta el gran enemigo al que debemos enfrentar: las pasiones que brotan de la
carne. Y realiza un llamamiento a despreciar los placeres carnales (2011a, pp. 59-69).

En el texto Exhortación a un hijo espiritual, el cual no se sabe con certeza si pertenece al


santo (aunque, a nivel de temáticas, se mueve en el mismo sentido), se presenta como una
gran llamada a cultivar la vida cristiana, a hacerse de virtudes y de valores que nos
permitan asemejarnos a Cristo. Realiza una fuerte crítica a los vicios y a todas aquellas
tendencias y obras que nos alejan de la salvación. Al igual que el texto A los jóvenes, invita
con intensidad a una vida coherente, que refleje en nuestras acciones aquello que se predica
por fe (2011b, pp. 73-104).

3. La vida según el Espíritu: la fe y las virtudes

Como hemos visto más arriba, el santo capadocio brinda una serie de consejos para guiar la
lectura de aquellos jóvenes que se acercan a la literatura griega:

En nuestras esperanzas vamos más lejos [si] todo lo hacemos en preparación de la


otra vida. Así, lo que contribuya a que la alcancemos, decimos que hay que quererlo
(2011a, p. 37). No debéis seguir sin más a estos hombres allí donde os guíen, como
confiándoles el timón de la nave de vuestro discernimiento, sino que, aceptando
cuanto de ellos es útil, sepáis también qué es preciso descartar (2011a, p. 36).

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Basilio el Grande ofrece una serie de criterios -v. gr. el discernimiento constante- y un norte
común al que tienen que tender siempre que se aproximen a la literatura: el edificar la
propia alma a fin de alcanzar la vida eterna. El santo es consciente, al igual que los
preceptores de la antigua Grecia, que “la educación no es posible sin que se ofrezca al
espíritu una imagen del hombre tal como debe ser” (Jaeger, 2001, p. 22). Así, la literatura
pretende acercar al joven a «la belleza de una vida vivida según las virtudes»: es la
atracción, la seducción del ideal el que -generando afecto en el lector- mueve el deseo de
convertir la propia vida en una obra de arte que trasparente a Dios. Ese es el ideal de
hombre que muestran indirectamente los textos, al que el joven debe tender y emular.

Los jóvenes cristianos de aquella época -pertenecientes a las familias acomodadas- tenían
acceso a esta literatura como parte de una formación académica integral, seria y organizada.
Esta realidad es la que motiva a san Basilio a elaborar una hoja de ruta para la correcta
apreciación y uso de esta literatura. De este modo, el santo se asegura no sólo la buena
formación académica de los suyos, sino, al mismo tiempo, la permanencia de los jóvenes en
la fe de la Iglesia. El santo -heredero de la paideia griega- elabora y presenta en su escrito
un camino seguro de formación en los valores y virtudes propias del cristiano: “todo esto
me ha dado la suficiente experiencia de las cosas humanas como para poder mostrarles, a
quienes acaban de instalarse en la vida, el más seguro, diríamos, de los caminos” (2011a, p.
36). Y Basilio emprende esta propuesta alejándose de una tendencia común que minaba no
pocos escritos de aquellos tiempos elaborados en torno a las virtudes: el voluntarismo.

Basilio comprende muy bien que el vivir desde la virtud, no se logra por la mera adhesión a
un conjunto determinados de ideas, sino por nuestro vínculo con el Señor: “[El Señor] nos
busca a nosotros, nos echa de menos, en nosotros desea descansar. Acerquémonos, pues, a
Él, y unámonos en nuestro apego a Él, para así amarnos a nosotros mismos y a nuestros
hermanos” (2011b, p. 80). En el caso de no ser así (es decir, de no fundar nuestros actos y
modo de ser en el afecto radical al Señor) nos encontraríamos con sujetos ideologizados y
voluntaristas, adoradores de ideas y fórmulas prescritas que poco tienen que ver con el Dios
de Jesús. El santo alienta la lectura de las obras literarias de los griegos, a fin de que estas
interpelen al sujeto, lo cuestionen, y le ofrezcan un ideal de ser digno de imitar. Pero este
«proceso de imitación» se corresponde a un previo «proceso de afección» por el valor
encarnado en los personajes que nos encontramos en la literatura.

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En la misma línea, el santo recomienda “guardar el alma con absoluto cuidado” ante
aquellos personajes embaucadores y perversos; “no sea que por la placentera seducción de
las palabras recibamos inadvertidamente cosas malas, como los que toman algo venenoso
mezclado con hiel” (2011a, p. 42). Basilio recomienda observarlos bien, para poder
reconocer a aquellos que viven desde ese mismo mal en la realidad concreta de su hoy.
Ellos también son ejemplos, pero ejemplos de los anti-valores que como cristianos debemos
rechazar. Es preciso, dirá el santo, “rechazar todos los impulsos” que provengan del mundo
(2011, p. 75); aborrecerlos, despreciarlos, como cosa que no viene de Dios.

Podemos encontrar, al observar detenidamente los textos, una suerte de paralelismo con el
método de contemplación que aparece en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. El
santo fundador de la Compañía de Jesús, busca que el ejercitante habite el relato de la
Escritura que se le propone rezar: que componga el lugar; que sienta que verdaderamente
está allí; que implique sus sentidos corporales; que escuche a los personajes y vea con
atención lo que hacen (Ignacio de Loyola, [1548] 1985, p. 93). La contemplación busca
-por medio del ejercicio de la imaginación- implicar completamente al sujeto con la historia
narrada. Busca que el ejercitante se deje afectar por la realidad que observa y vive, a fin de
que se imprima en su ser la misma «imagen de Cristo», la fe de sus discípulos, los valores
que se proclaman en el Evangelio. Es el amor al Señor -que se va profundizando en las
contemplaciones- lo que le permite al sujeto ordenar el resto de sus afecciones: «el
verdadero amor integra al sujeto y lo ordena» 4. Pero Ignacio también le aconseja al
ejercitante que pida sentir rechazo por el mal en el mundo, o por los pecados de nuestros
antepasados -David, Salomón, etc. (Jaeger, 1985, p. 80). De igual manera, Basilio les
recomienda a los jóvenes amar de todo corazón al Señor y

Odiar lo que Dios no ama (…) apartarse de la impaciencia (…) despreciar la


vanagloria (…) abominar la inflada soberbia (…) contener la ira y reprimir la furia
(…) aborrecer la envidia (…) despreciar la avaricia (…); si tu voluntad se aplica a
4
En el texto Exhortación a un hijo espiritual, podemos apreciar cómo el santo busca mover el afecto de su
destinatario proponiéndole un ejercicio de imaginación indirecta. Dice: “Prepárate en el viaje una bolsa para
tus gastos llena de buenas obras, a fin de que, en cuanto te llamen, te encamines sin vacilar y gustosamente
hacia el Señor. Entonces, cuando tu alma se suelte de las ataduras de la carne, vendrá a continuación a tu
encuentro el coro de los ángeles, todo el ejército de los santos te encerrará en su abrazo y te conducirán a
adorar al verdadero juez. En ese momento sentirás a tu alrededor paz y una absoluta seguridad” (Basilio,
2011, p. 103). El santo apela a la imaginación para mover los afectos, lo que mismo que sucede en el ejercicio
de la lectura de la literatura griega.

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alabar a Dios y meditas con gran dedicación día y noche sus decretos (…) serás
llamado amigo de Dios (Basilio, 2011b, pp. 76-77).

La implicación de la voluntad movida por el «afecto a Dios» y por el «rechazo a lo que no


es de Dios», es fundamental en este proceso de continua conversión para alcanzar la
semejanza dañada por el pecado. A causa de este proceso de afección y desafección (que
acaece por medio de la literatura y por medio de la imaginación que se despliega por mor
de la obra de arte) se imprime en el joven -con la ayuda de los criterios señalados por
Basilio- la imagen del mismo Dios5. El hombre está llamado a divinizarse construyendo
una relación de amor con su Dios y reflejando la vitalidad que propicia esa relación en su
modo concreto de ser y estar en el mundo. Tanto en la vida privada como en la pública,
frente a su Dios como frente a los hombres, el cristiano debe ser uno y el mismo: aquél
configurado por el amor que se derrama en Cristo.

Al tener presente este planteo fundamental, accedemos, de la mano del mismo san Basilio,
a un nivel más hondo en nuestra reflexión: la «vida de fe» no se consuma en las palabras,
sino que se vive en la dimensión de las obras. La fe profesada requiere, como condición de
su verdadera posibilidad, ser expresada en acciones concretas que expresen un modo
particular de habitar el mundo según el estilo del Señor. Al respecto, el obispo de Cesarea
señala que,

Dios no quiere ser amado sólo de boquilla, sino con pureza de corazón y justicia en
las obras. Pues quien dice “amo a Dios” pero no guarda sus mandamientos, es un
mentiroso (2011b, p. 77). (…) quien con sus obras confirma la filosofía que los
demás reducen a las palabras, es el único entendido; los otros se mueven como
sombras (…) ¿podrá cada cual contradecirse a sí mismo y no presentar su vida en
consonancia con sus palabras? (…) el último grado de la injusticia (…) [es]
aparentar ser justo sin serlo” (2011a, pp. 52-53).

La radical adhesión a Dios se comprueba sólo mediante una vida virtuosa -una vida según
el Espíritu- puesto que el vínculo existencial con el Creador es real a cabalidad si y sólo si

5
“Si hay un camino de formación espiritual del alma por el cual, mediante la tendencia hacia la sabiduría, se
pueda progresar hacia un ser más alto y, por tanto, hacia una más alta perfección, este camino es, según las
palabras de Platón en el Teeteto, el de la ‘semejanza con Dios’. Entre el alma y Dios, el puente que tiende
Platón es la Paideia. Por esta se alcanza el incremento del verdadero ser” (Jaeger, 2009c: 372).

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ejerce sobre nosotros una verdadera conversión 6. En varias ocasiones el santo capadocio
nos insta a “dominar nuestras pasiones”, a ordenar nuestra casa interior, para que el mismo
Dios habite en ella: “[El Señor] nos busca a nosotros, nos echa de menos, en nosotros desea
descansar (…) quien abraza la paz y la alberga en su interior, está preparándole una
estancia a Cristo” (2011b, pp. 80-81). El santo nos invita a estar atentos a la presión que
ejercen en nuestras vidas las pasiones y afectos desordenados, a fin de poder domeñarlos
(2011a, pp. 59-63). Pero el único modo que tenemos de domeñarlos, es aferrarnos de
corazón a aquél que es el dueño de la vida, él único que ha vencido al tentador y a la muerte
ejercida por él: Cristo. La unión cada vez más íntima, cada vez más real, cada vez más
entrañable entre la criatura y el creador es lo que nos librará de nuestras afecciones
desordenadas.

Es por esta razón que, en la comprensión de Basilio como en la de muchos otros Padres de
la Iglesia, la «fe en Dios» (entendida como adhesión existencial a una persona) constituye,
junto a la «vida en la virtud» (es decir, encarnando valores) dos caras de una misma
realidad. No se entienden la una sin la otra: la «vida en el Espíritu de Dios» (síntesis de
ambas realidades) no aproxima a Dios, nos hace semejantes a Él, connaturales a Él; la fe
profesada, si es real -si implica adhesión total, amor sincero- transforma la realidad del
hombre ordenándolo internamente, despejando las pasiones y forjando un carácter fundado
en las virtudes. Estas nos conducen a la humildad y a la semejanza con lo divino: “un
hombre humilde es semejante a Dios y lo lleva en el templo se su corazón” (2011b, pp. 88-
89).

Vivir en el Espíritu de Dios es encaminarse hacia la perfección. Es función propia del


Espíritu santificar a los hombres, “refrescarlos por su soplo y ayudarlos en orden a su
propio fin natural (…) Él reparte su poder en proporción a la fe (…) La familiaridad del
Espíritu con el alma no es la proximidad local, sino por el apartamiento de las pasiones”
(1997, pp. 142-143). Viviendo según el Espíritu de Dios, según el vínculo que nos une a Él,
el hombre alcanza su mayor realización: vivir de cara a Dios, avanzar en la semejanza con
el Creador. Por tanto, por la fe en Dios y la práctica consecuente de las virtudes -por el
orden interno que genera el amor-, el hombre y la mujer llegan a alcanzar su autenticidad;
6
“La esencia de la educación filosófica consiste, por tanto, en una ‘conversión’, en el sentido originario,
localmente simbólico, de esta palabra. Consiste en volver o hacer girar ‘toda el alma’ hacia la luz de la idea
del bien, que es el origen de todo” (Jaeger, 2009c: 371).

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realizan lo que le es propio por naturaleza: dan gloria a Dios con su propia vida. Y dado
que viven al ritmo de los latidos de Dios, lo hacen patente por medio del propio existir en
su realidad histórica. Dios se hace historia -se hace presente- allí donde el alma creyente y
honrada se abre camino hacia la perfección en el amor; realizando -de este modo- su más
raigal vocación. Puesto que, como afirma el santo, “no es posible que haya un objetivo en
el trabajo de los artesanos y que no haya en la vida humana una finalidad” (2011a: 56). En
la realización de esa finalidad -vivir en Dios-, se juega nuestra felicidad y autenticidad.

4. La vida en el Espíritu, hoy

La virtud vivida y la fe profesada, van de la mano. La doctrina creída debe expresarse


-necesariamente- en la forma de vida adoptada. La coherencia es el principal garante y
testigo de la vida de fe llevada. Al mismo tiempo, constituye el medio privilegiado de
promoción y propagación de nuestra fe. Viviendo con coherencia, nos constituiremos en
relatos de Dios que otros puedan mirar y leer. Y, en ese vernos, entrever lo divino
encarnado en nosotros. Así, estamos llamados a pasar de la literatura griega (que nos
presentaba hombres virtuosos que inspiran nuestra propia vida ofreciéndonos un ideal de
ser para nuestra cultura) a ser nosotros mismos -con la ayuda del Espíritu de Dios-
expresiones vivas de virtud que interpelen a los demás. Estamos llamados a ser sujetos cuya
coherencia interpele y que, al frecuentarnos las personas de nuestro tiempo, se puedan
sentir movidas a preguntarse: ¿quién es este hombre que hace estas cosas y que las hace de
esta manera? ¿Cómo pueden, en medio de las violencias y embates del mundo, vivir el
amor, el perdón, la entrega radical?

Esta tarea exige un espíritu sincero de reflexión y de discernimiento, mucho más en nuestra
realidad actual. Vivimos en una sociedad acechada por miles de ofertas ruidosas, pero
vacías; llamativas, pero que no nos llevan a la verdadera felicidad. El ideal de ser
presentado por Basilio y por el cristianismo en general, convive con cientos de otros ideales
tan atractivos como nocivos. Por ello, cabe la pregunta, ¿en qué discursos vale la pena
creer? ¿qué valores estamos llamados a encarnar? En medio de nuestra realidad, es preciso
detectar el modo como el mal se hace carne en la realidad, a fin de denunciarlo, dejarlo en
evidencia, y rechazarlo. Pero también es preciso dejarse afectar por los modos y las
maneras en que el Espíritu de Dios se hace también carne en la tierra, y darle espacio, y

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hacer que dure. Para ello, los criterios de Basilio siguen vigentes, en tanto luminarias que
nos señalan el camino a seguir en medio de las oscuridades de la vida: aferrarnos a todo
aquello que nos allane el camino a la vida verdadera; mirar a Cristo, referente máximo de
nuestro ser hijos; solicitar la ayuda del Espíritu de Dios, que inunda la realidad y que forja
en nosotros la semejanza divina; estar atentos a los engaños presentes en la realidad. En
medio de nuestro mundo, como ya lo hemos señalado, habita Dios bajo apariencias difusas.
La sabiduría de los pueblos y los gestos y las acciones de muchos hombres y mujeres de
buena voluntad, se encuentran revestidos con la verdad; verdad que es patente sólo a
aquellos que saben mirar. Es pertinente que no pasen inadvertidas. Es pertinente desarrollar
un sentido de connaturalidad con lo divino (por medio de una relación sincera y
profundamente íntima con el Señor) a fin de reconocerlo presente y actuante en todo lo
creado. Incluso en aquellas expresiones que nos desconciertan.

Conclusión

El papa Francisco, en la Exhortación apostólica postsinodal denominada Christus Vivet, nos


propicia una clave para que la vida en la virtud sea verdaderamente realidad en cada joven
cristiano: [Es necesario] “buscar al Señor, guardar su palabra, tratar de responderle con la
propia vida, crecer en las virtudes, eso hace fuerte los corazones de los jóvenes. Para eso
hay que mantener la conexión con Jesús, estar en línea con Él, ya que no crecerás en la
felicidad y en la santidad sólo con tus fuerzas y tu mente” (Francisco, 2019, párr. 158). El
vínculo entrañable con el Señor, vivir en la comunión con su Espíritu, nos permitirá vivir
en y desde su Palabra. Esa es la clave que nos aporta Basilio con sus escritos A los jóvenes
y Exhortación a un hijo espiritual: es necesario servirse de la verdad presente en las
culturas, a fin de moldearnos a la imagen de aquél que es principio, centro y fin de nuestros
desvelos: Dios. Las virtudes, en efecto, emergen como consecuencia grata de esta relación
inicial. Y sólo desde ella se sostienen, maduran y fructifican. De este modo, podremos
aportar al mundo -a través de nuestra vida, de nuestra palabra, de nuestras obras- algo de
ese Dios que nos habita en virtud de la relación íntima. Y así, podremos aportar algo de
Cielo a esta realidad que, por momentos, como señala Ítalo Calvino (2017), pudiera parecer
un infierno. Terminemos con una frase suya, extraída del libro Las Ciudades Invisibles:

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El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el
infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos
maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y
volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y
exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en
medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio (p. 171).

El único modo de dejarle espacio, es a través de nuestra propia vida: no ofreciendo


resistencia a ese Dios que clama por hacerse realidad en nuestra historia a través de
nosotros. Para ello, la fe en Él y la vida en la virtud, son elementos claves para convertirnos
en la posibilidad de su manifestación; para tratar de hacer de este mundo, un lugar más
parecido al Cielo.

Bibliografía

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