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Metafísica.
Rene Descartes.
Caimi: Las meditaciones son una pieza auxiliar de la teoría general, que es la teoría de la razón
natural y de la razón matemática depurada. Esa fundamentación es la que permite establecer la
validez absoluta de la razón natural.
Carta a los doctores:
Le dice a los doctores que es necesario demostrar la existencia de Dios por la filosofía,
y no por la fe (si bien dice que es creyente y eso le alcanza); para no caer en el problema del
circulo, en donde se dice que cree en Dios, porque Dios nos concede creer en el. Demostrar a
Dios es una tarea que los filósofos pueden hacer por sí mismos, y es aún más fácil que
demostrar cosas de la naturaleza, por eso considera necesario demostrarlo.
Las meditaciones requieren un ingenio por completo exento de prejuicios y que sea
capaz de librarse con facilidad del comercio de los sentidos. Los pocos versados en la
filosofía tienden a negar las verdades más evidentes, de la misma forma que lo hacen los pocos
versados en la geometría, con aquella disciplina.
Prólogo:
Habla de dos objeciones que ha tenido:
1) Que el espíritu humano al reflexionar sobre si mismo se conozca como algo que
piensa, no se sigue que su naturaleza o esencia sea solamente pensar.
Respuesta:
Dice que en el Método sólo quería exponer el orden del discurso, y que en tal caso su espíritu
sólo se conocía a sí mismo como pensante. Y que luego mostrara, que como no puede conocer
otra cosa que pertenezca a su esencia, nada más le pertenece.
2) Que si el no tiene otra idea en él, más perfecta que el mismo, no se sigue que esa
idea sea más perfecta que él, y mucho menos que lo representado por esa idea
exista.
Si se entiende por idea, se toma materialmente como una operación de mi entendimiento, esta
bien la objeción. O puede tomarse como la cosa representada en esta operación, cosa tal que,
aunque se proponga existir fuera de mi pensamiento, sea más perfecta que yo, en razón de su
esencia. Demostrará aquí, que por tener una idea más perfecta que yo, se sigue que esa cosa
existe.
Para combatir la existencia de Dios los ateos dependen de:
1) Fingir en Dios defectos humanos.
2) Atribuir a nuestro pensamiento tanta fuerza y sabiduría para determinar lo que Dios
pueda y deba hacer.
Todo esto es fácil de rechazar, si comprendemos nuestros espíritus como cosas finitas
y limitadas, y a Dios como un ser infinito e incomprensible.
Acerca de la filosofía primera, en la cual se prueba claramente la existencia de Dios y se
la distinción real entre el alma y el cuerpo del hombre.
Meditación primera.
Tema: Se trata de la razones por la cuales es posible dudar de todo en base a los fundamentos
actuales, en especial de lo material. Dudar, nos libra de prejuicios y nos ayuda a
acostumbrarnos a librarnos de los sentidos. Luego no será imposible dudar de lo que es
verdadero.
De las cosas que se pueden poner en duda.
Para establecer algo firme y constante en las ciencias es necesario deshacerse de todas
las opiniones antiguas que son falsas, y establecer nuevos fundamentos. /Aquí propone
una duda metódica, que no implica la falsedad/ No es necesario eliminar una por una todas las
opiniones falsas, basta con eliminar los principios, en que se fundan las opiniones falsas. /Si a
las ciencias se le quita los principios, se le quita sus fundamentos./ Basta con destruir los
cimientos para que se caiga el edificio.
Caimi: Si tengo el propósito de alcanzar algo estable en las ciencias debo hacer una vez en la
vida una revisión, una crítica general de todas esas cosas. Esa expresión “una vez en la vida”
es realmente una manera de expresar otra vez aquel hacerse cargo desde sí mismo de todo el
conocimiento. Es decir, conocer desde sí, juzgar sobre su propio conocer; ser él el sujeto que
funciona como última instancia definitiva de lo verdadero y lo falso. Dejar de admitir una
cantidad enorme de conocimientos de manera que si se pusiera a examinar uno por uno todos
los conocimientos que quería poner en duda, sería una tarea de nunca acabar y entonces
decide directamente dirigirse a los fundamentos, criticar la facultad cognoscitiva. Lo que el
pone en duda tiene distintos grados, empieza con lo más fácil y culmina con lo más
difícil.
/Primer grado de la duda./
Todo lo que se había tenido por verdadero, lo era por haberlo aprendido a través de los
sentidos, ellos lo han engañado; y no es prudente confiar por completo en quienes nos
ha engañado alguna vez. Evidencia que para el la duda no es falsedad, decir que todas las
cosas de los sentidos no existen no es dudar, sino estar loco.
Caimi: Dudar de los sentidos; dudar de todo el conocimiento que depende de los sentidos
es dudar de las cualidades secundarias (ciencias de la observación). En este caso, no
importa cuán precisos sean mis sentidos, siempre me van a engañar porque van a aplicar a las
cosas ciertas propiedades que en realidad no deberían aplicarles y dependen de una
constitución subjetiva.
/Segundo Grado de la duda./
Lo mismo sucede con los sueños, estos nos hacen parecer muchas veces que estamos
despiertos, por lo tanto no podemos asegurarnos que no estamos soñando. Aquí se duda
de la medicina, de la astronomía y de la física.
/Aquí Descartes nos presenta una crítica sensible, una duda natural. Duda natural, pone en
duda, primero a los sentidos engañosos que se basan en las percepciones de las cualidades
secundarias (que no tienen ni determinaciones claras y son exteriores), esto lo lleva a tomar la
libertad de abstener el juicio)en el primer grado. Y segundo a toda la realidad, dado que no
podemos diferenciarla de los sueños. Acá, se esta proponiendo un escepticismo metódico./
Caimi: En este grado, se esta dudando de la mera existencia de la duda, ya no de las
cualidades secundarias sino de la existencia de las cosas de los objetos naturales. Para Wilson
esta duda engloba una duda general, el hecho de que todo fuera un sueño le parece como si
hubiera una posibilidad de duda universal. Esta duda, para Caimi, pone en duda la existencia
de las cosas materiales o sensibles (de la ciencia de la física y astronomía). Descartes
pone en duda que tiene un cuerpo por dos razones: 1) debido a que esta aplicando el método
que no admite ninguna excepción y duda de todo aquello en que la duda sea posible; 2) dado
que puedo concebir la existencia del alma o la existencia de la sustancia pensante sin
recurrir para eso al cuerpo. Aquí tenemos, sin mencionar todavía, la base de la distinción real
del alma y el cuerpo en esta supresión del cuerpo gracias a la duda basada en el argumento del
sueño.
/Tercer grado de la duda/
Las cosas de la naturaleza corporal (cosas extensas) en general son cosas compuestas,
dudosas e inciertas. Mientras que el algebra y la geometría, y demás cosas de esas
ciencias, tienen cosas que son indudables y no parece que cosas tan claras y evidentes
puedan ser sospechosas incertidumbre y falsedad /Aunque se dude de los sentidos y de los
sueños estos conocimientos permanecerían vigentes/. Dice que puede estar inclinando
desconfianza, pero no se trata, lo que esta haciendo, de acción sino de meditación y
conocimiento. El no supone que Dios lo engañe, sino que un espíritu o genio maligno
puede llegar a hacerlo en estos casos. /Aquí, Descartes propone una duda hiperbólica,
suponiendo a alguien que tiene la voluntad de negar sistemáticamente./
Caimi: La matemática y la geometría que quedaban exentas de las dudas anteriores, no se
salvan en este caso. Las meditaciones tienen la finalidad de proveer un fundamento absoluto a
la razón matemática y aquí la razón matemática misma aparece presa de una duda o por lo
menos parece que va a ser puesta en cuestión. Esta es la razón por la cual se introduce aquí
esa construcción auxiliar durísima que es la del genio maligno. Este genio, con su mala
disposición insiste en engañar. El genio maligno esta introducido por una disquisición de tipo
casi teológico que va encontrar en seguida su razón de ser. Es decir, Descartes empieza
pensando si no será Dios mismo el que me engaña. Dios es omnipotente y ser omnipotente
significa también poder engañar. Una vez que se llego a esto no subsiste ni siquiera la razón
matemática, ni que 2+2=4. La razón matemática no queda librada de la duda y quedan
eliminadas de la aprobación por el precepto primero. En este grado de la duda se pone en
duda a las esencias de las cosas (filosofía y matemática), de lo que se alcanzo por medio
de la razón.
Toda la metafísica cartesiana se basa en que Dios no es engañador. Pero Descartes
responde que no hay tal cosa: cuando habla de negar no se refiere a un juego de palabras con
el cual se busca una verdad y una salud mayores sino que habla de engañar con ánimo de
engañar, de mentir; eso no es ninguna virtud o buena cualidad y no se le puede atribuir
a Dios y por tanto, vamos a suponer un genio maligno que sea el que engañe. La mera
posibilidad e que exista el genio maligno basta para que, según el precepto primero del método,
no pueda admitir como verdadero nada, incluso nada de lo que razono. Lo que esta buscando
Descartes son verdades universales, que sean indudables. La existencia del genio
maligno no es un delirio de Descartes sino que se trata de un elemento necesario, un
momento del método que tiene su valor positivo para el hallazgo de la verdad, aunque más no
sea la certeza absoluta, fundamentada, de que nada hay cierto en el mundo.
Dice que pensará que todas las cosas sensibles son solamente ilusiones y engaños, que son
tramperas para lograr credibilidad. Dice que se pensará a si mismo sin sentidos y sin cuerpo, y
si no obtiene la verdad, estará en sus manos suspender el juicio. Sostiene que no le dará
crédito a este gran burlador –el genio maligno y tratará de evitar cualquier falsedad. Para el,
este designio es doloroso y laborioso, tal es así que a veces vuelve, por su dejadez a la
cotidianidad, en donde es como un esclavo que sueña con la libertad y no quiere despertar.
Meditación segunda.
De la naturaleza del espíritu humano; y que es más fácil de conocer que el cuerpo.
Sostiene que la primera meditación le dejo dudas, pero que continuara por el mismo camino,
considerando que todo aquello de lo que pueda imaginar una menor duda, será
considerado como absolutamente falso. Sostiene, como Arquímedes, que puede concebir
grandes esperanzas si encuentra una sola cosa que sea cierta e indudable.
Sostiene que nada puede considerarse verdadero en el mundo, dado que supone que todo es
ficción de su espíritu. Luego sostiene que esto no lo lleva a decir que el no es, dado a que si ha
llegado a persuadirse de algo o solamente si ha pensado alguna cosa, es por que el sin duda
era. La proposición “yo soy, yo existo” es necesariamente verdadera mientras uno la
pronuncia o la concibe en su espíritu. Este conocimiento es más cierto y evidente que
todos los que había tenido. Posteriormente Descartes deshecha todas las opiniones que
tenía acerca de los sentidos y del cuerpo.
Sostiene que nada de la naturaleza del cuerpo, puede sostener que le pertenece. Sin
embargo de los atributos del alma puede decir que no le pertenecen los sueños, pero si
le pertenece el pensamiento. Y el pensamiento es lo único que no se separa de él. “Yo
soy, existo” “todo el tiempo mientras dure mi (su) pensar; pues acaso podría suceder que, si
cesase por completo de pensar, cesara al propio tiempo de existir”. A partir de aquí no se
acepta nada que no sea necesariamente verdadero, más allá de: soy una cosa (que
piensa) verdadera, verdaderamente existente. Sostiene que el conoce lo que es
independientemente de todas las demás cosas (de los sentidos y la imaginación).
Caimi: “Yo pienso, yo existo” es así y no se puede poner en duda. Es una verdad hallada por
la intución, una verdad perfectamente evidente en si misma y que no puede contener la
menor duda. No es necesario deducirla ni fundamentarla, basta con tener en la mente ese “Yo
soy” para que esa proposición sea verdadera, es decir, si la proposición es verdadera hablo de
la cosa y yo, esta cosa que hay aquí soy. Lo que tenemos de cierto es que lo pensante, la
sustancia pensante es. No vamos a salir nunca do ese ámbito extraordinario el pensamiento.
No vamos a poder nunca pensar sin pensamientos, salir del pensamiento, pensar sin
representaciones. De manera que todo lo que podamos progresar en nuestras meditaciones,
sea la explicitación de ese pensamiento. Hay que aclarar que el cógito es lo primero en el orden
del conocer, pero no en el orden del ser.
Luego se pregunta: “¿Qué soy, pues? Una cosa que piensa. ¿Qué es una cosa que
piensa? Una cosa que duda (la trata en la primera meditación), entiende (lo trata en la
meditación 2 y 3), concibe, afirma, niega, quiere, no quiere (los tata en la meditación 4), y
también, imagina (lo trata en la meditación 5) y siente (lo trata en la meditación 6)”, todas
esas cosas pertenecen a su naturaleza (sin salir del ámbito del pensar realizamos todas las
meditaciones). Es evidente que el es quien hace esas cosas, incluso si estaría imaginando,
dado que el poder de imaginar no deja de estar en el y forma parte de su pensamiento. Lo
mismo pasa con los sentidos, los objetos de estos pueden ser falsos, pero no puede ser
falso lo que el llama sentir, y esto es pensar. Que su pensamiento imagine, o sienta, es
producto de que su espíritu es un vagabundo, que no gusta encerrarse en los límites de
la verdad. Habla de darle libertad al espíritu, para que considere las cosas que hay fuera de él,
para luego quitarle de a poco esa libertad, y deteniéndolo a considerar su ser y las cosas que en
sí encuentre, se deje, después conducir y dirigir con más facilidad.
Caimi: Una vez que se ha aplicado la duda radical sólo me queda la conexión entre el
ser y el pensar, el descubrimiento del cogito. Sólo entonces el pensamiento es aquello que
no puedo separar del ser: esta es la pequeñísima razón universal o conocimiento
universal que he obtenido con mi aplicación de la duda. Nada puede hacer que se distinga
el yo pensante del pensamiento. Este conocimiento mínimo nos resulta evidente, tan claro
y distinto que es indudable. Todo lo contrario de lo que nos pasa con los sentidos.
…
Para Descartes, los objetos permanecen, los que cambian son los sentidos. Quitando todas las
cosas que no le pertenecen a la cera –los sentidos, por ejemplo, no queda más que algo
extenso, flexible y mudable. Flexible y mudable por que es posible de recibir una cantidad infinita
de cambios. Y es extensa en tanto que puede recibir más variedades de extensión de las que
uno es capaz de imaginar. Sostiene que ahora –lo que logro con la cera es una
percepción, que no es ni una sensación o un sueño, sino una inspección del espíritu
clara y distinta, y no confusa y oscura como lo era cuando se guiaba por los sentidos. En
el espíritu está la capacidad de juzgar y comprender lo que uno obtiene por los sentidos. Los
objetos, no se pueden concebir sin un espíritu humano. De esta forma logra quitarle el ropaje a
la cera para considerarla “desnuda”.
Caimi: En el ejemplo de la cera: conozco por los sentidos la cera que tengo ante mí, pero me
doy cuenta de que eso que creía conocer tan firmemente no era nada más que ciertas
características sensoriales de la cera, cosas que estaban sometidas naturalmente al primer
nivel de la duda. Pero por más que tozudamente afirmemos con cuánta claridad y
distinción conocíamos cualidades secundarias podemos hacer variar esas cualidades
sensoriales hasta sustituirlas por otras completamente diferentes y, sin embargo, sigo
conociendo allí a la cera. Lo que yo conocía no eran las cualidades sensoriales, sino que
era algo que estaba más allá de los sentidos, fuera del alcance de los sentidos. No
conocía con los sentidos sino con el pensamiento. Esta certeza de conocimiento acerca de la
cera no puedo tenerla, y sin embargo puedo tenerla acerca del yo que piensa la cera. Es más
fácil conocer el yo pienso que conocer la existencia de la cera, que queda todavía sujeta
a una cantidad de sospechas y dudas.
El recurso didáctico nos permite ver cuán endeble era nuestro conocimiento puramente
sensorial y que era un poco más fuerte el conocimiento intelectual de la cera, el de su
esencia. Pero en un tercer paso, ese conocimiento de su esencia tampoco es tan fuerte como
el conocimiento de la esencia del espíritu. No se trata entonces de conocer de una manera más
o menos la cera sino mostrar que no se la conoce; se la conoce de manera acrítica antes del
examen radical de la duda, pero no se la conoce como pretendemos conocer, más allá de todo
duda. Es mas fácil conocer el espíritu y no vamos a salir del terreno por ahora por lo menos, no
vamos a salir del terreno del pensamiento y del análisis de las representaciones, de los
pensamientos.
El tema del yo pienso tiene una gran cantidad de derivaciones, una de ellas es la
sustancialidad del yo. Efectivamente Descartes sustancializa ese pensar; no puede
concebir pensar sin el ser. Pero cuando enuncia el cogito, enuncia el ser del pensar; no
puede ser que no exista ese pensamiento si hay pensamiento, sería analíticamente
contradictorio. Por el momento tenemos este pensar que él mismo es un ser, y el fundamento
que aduce Descartes para decir que el pensar es un ser, es otra vez aquel fundamento que
hemos mencionado varias veces con el nombre de “distinción real”. Si una cosa puede ser
concebida por nosotros sin recurrir en absoluto a ninguna otra para poder concebirla, entonces
esa cosa tiene la independencia de una sustancia.
Por un lado el mero pensar es ya una garantía o fundamento suficiente del ser y por otro
lado también tengo allí una proposición que es verdadera mientras la estoy pensando.
Descartes piensa que cada alma singular existe separadamente, después veremos si podemos
salir del solipsismo del yo pensante, que por ahora el lo único que tiene la existencia
garantizada.
Descartes sostiene que no diferencia ver y pensar que ve; por eso al juzgar un sentido, uno
sabe que existe, y si juzga porque la imaginación lo persuade también. Si a partir de que los
objetos exteriores son conocidos con más claridad y distinción, después de que no sólo los
sentidos, lo han puesto de manifiesto. Con más evidencia, claridad y distinción, se prueba el la
naturaleza de el propio espíritu.
Para el, “los cuerpos no son propiamente conocidos por los sentidos o por la facultad de
imaginar, sino por el entendimiento sólo (… y) por que los entendemos o
comprendemos por el pensamiento, veo que nada hay que me sea más fácil de conocer
que mi propio espíritu”. Luego sostiene que se dedicara a mostrar esto.
Meditación tercera.
De Dios, que existe.
Para conocerse más a sí mismo decide tomar por falsos a todos aquellos pensamientos que
hacen referencia a imágenes de las cosas corporales. Soy (el es) una cosa que piensa, es
decir, que duda, afirma, niega, conoce pocas cosas, ignora otras, ama, odia, quiere, no quiere y
también imagina y siente. Lo que le asegura que esto es verdad es su percepción clara y
distinta (el cogito). Por lo tanto considera que ya puede establecer la regla de que: “todas las
cosas que concebimos muy claras y distintamente son verdaderas”.
Sostiene que sólo un Dios maligno puede engañarlo hasta en la geometría. Pero para
saber si esto es posible, es necesario saber si hay un Dios, y si lo hay si este puede ser
engañador. Para continuar con el orden de sus meditaciones sostiene que debe dividir
sus pensamientos en géneros y señalar en cuales hay verdad y en cuales hay error.
Aquellos pensamientos que son como imágenes de las cosas son ideas. Algunos otros
tienen otras formas: como cuando quiero, temo, afirmo, niego, pues si bien concibo entonces
alguna cosa como tema de la acción de mi espíritu, también añado alguna otra cosa, mediante
esta acción, a la idea que tengo de aquélla; y de este género de pensamiento, son unos
llamados voluntades o afecciones y otros juicios. Las ideas consideradas en sí mismas
no pueden ser falsas, como tampoco lo son las afecciones y voluntades. Mientras que
los juicios si pueden serlo. El peor error en que pueden caer los sentidos es juzgar que
las ideas, que están en mi son semejantes o conformes a cosas, que están fuera de mi.
/Niega cualquier tipo de verdad por correspondencia./ Por más que se pretenda sostener que
las ideas son causadas por los objetos, no sería suficiente para sostener que son
semejantes. Hay una gran diferencia entre el objeto y su idea. Sobre todo por que de un
mismo objeto puedo tener ideas distintas (como el caso del sol con la idea a partir de los
sentidos y la idea a partir de la astronomía).
Caimi: En el trabajo para salir del yo pensante y ampliar nuestro conocimiento más allá del
cogito, no tenemos otro camino que el análisis de los pensamientos. La primera tarea que se
propone Descartes es el análisis de las ideas:
Ideas Adventicias: son las que vienen de afuera. P.E: el calor que sería producido por una
estufa.
Ideas Facticias: son las que produzco yo mismo, no requieren de ninguna cosa exterior. P.E.
las ideas que se producen cuando duermo.
Ideas innatas: Se podría decir que las ha puesto Dios en mí y con mi nacimiento.
A esta realidad que tienen las ideas por el mero hecho de ser algo, de ser ideas, la
llamamos “realidad formal de las ideas”. Vamos a llamar al contenido de una idea
“contenido objetivo de una idea”. Aquí el contenido, es el contenido que esta en la idea, es
la representación de la cosa, es casi opuesto al uso de “objetividad actual” que alude al objeto.
La idea de las cosas tiene más realidad objetiva que sus partes y sus accidentes. Todo lo que
está representado en la idea podría recibir el calificativo de “objetivo”. La realidad objetiva, el
contenido de la idea, lo que representa. A ese contenido lo llamamos realidad objetiva porque
refleja la realidad formal (existen como ideas en el mundo), efectivamente existente. La idea
tiene realidad objetiva y formal, mientras que los objetos sólo tienen una realidad formal (no
tienen realidad objetiva).
Argumento 1
Para Descartes, las ideas que me representan sustancias son sin duda algo más y
contienen, por decirlo así, más realidad objetiva, es decir, participan, por
representación, de más grado de ser o perfección que las que sólo me representan
modos o accidentes. Además la idea en la cual concibo un Dios soberano, eterno, infinito,
inmutable, omnisciente, omnipotente y creador universal de todas las cosas que están
afuera de él, esa idea tiene en sí más realidad objetiva que aquellas otras que representan
sustancias finitas.
Es cierto, debido a que se manifiesta por “luz natural”, que tiene que haber tanta realidad en la
causa eficiente y total como en el efecto. De aquí se sigue que lo más perfecto, es decir, lo que
contiene en sí más realidad, no puede ser consecuencia y dependencia de lo menos perfecto; y
esta verdad no es solamente clara y distinta en lo que algunos llaman “realidad actual o formal”,
sino también en las ideas (“realidad objetiva”). No se debe concebir que por que la realidad de
mis ideas es objetiva, no es necesario que la misma realidad esté formal o actualmente en las
causas de esas ideas, y que basta que esté objetivamente también en ellas. Como ese modo
de ser objetivo pertenece a las ideas por propia naturaleza, así también la manera o
modo de ser formal pertenece a las causas de las ideas (al menos a las primeras y
principales) por propia naturaleza. Y si bien puede suceder que una idea produzca otra
idea, este no puede llegar hasta lo infinito, sino que al cabo hay que detenerse en una
idea primera, cuya causa sea como un patrón u original, en el cual esté contenida, formal y
efectivamente, toda la realidad o perfección que se encuentra sólo objetivamente o por
representación en esas ideas.
Si la realidad o perfección objetiva de alguna de mis ideas es tanta que claramente
conozco que esa misma realidad o perfección no está en mí formal o eminentemente, y,
por consiguiente que no puedo ser yo mismo la causa de esa idea, se seguirá
necesariamente que no estoy solo en el mundo, sino que hay alguna otra cosa que existe
y es causa de esa idea. Si así no es, no hay nada fuera de mí. Ahora, bien entre todas las ideas
que están en mí, además de la que me representa a mi mismo, hay otra que me representa a
Dios, y otras que me representan cosas inanimadas y corporales. De las ideas de estas
últimas, se puede decir que pueden haber sido formadas por la mezcla y composición de las
ideas que tengo de las cosas corporales y Dios; en estas cosas uno no reconoce cosas tan
grandes y excelentes que no puedan provenir de uno mismo. De estas ideas se pueden tener
cualidades primarias (situación, movimiento, figura, duración y número) y secundarias (obtenida
por los sentidos).que son confusas. Si estas ideas representan tan poca realidad, claridad y
distinción; y no las puedo distinguir del no ser, nada dice que no podría uno mismo ser su autor.
Las ideas claras y distintas que tengo de las cualidades primarias de las cosas corporales, las
pude haber sacado de mi mismo, pues en mí pueden estar contenidas.
Sólo la idea de Dios, es algo en lo que es preciso considerar si hay algo que no pueda
proceder de mi mismo. Bajo el nombre de Dios entiendo una sustancia infinita, eterna,
inmutable, independiente, omnisciente, omnipotente, por la cual yo mismo y todas las
demás cosas que existen han sido creadas y producidas por Dios. Por eso es necesario
concluir que Dios existe. Pues, si bien hay en mi la idea de la sustancia, siendo yo una,
no podría haber en mí la idea de una sustancia infinita, siendo yo un ser finito, de no
haber sido puesta en mí por una sustancia que sea verdaderamente infinita. Yo (el) no
podría dudar y desear, es decir, sostener que algo me (le) falta si no tuviera la idea de un
ser más perfecto que yo y de cuya comparación resultan los defectos de mi naturaleza.
Esta idea de Dios es la más clara y distinta y tiene más realidad objetiva que ninguna
otra. No hay otra que sea más verdadera. Sobre esta idea puede suponerse que no exista, pero
no se puede fingir que esta idea no me represente nada real. Y el ser objetivo de esta idea no
puede surgir de un ser en potencia –en caso de que yo (el) en potencia tenga las perfecciones
de Dios, dado que yo (el) no puedo ser infinito en acto. Su forma de conocer por grados lo
demuestra, dado que su conocimiento no puede llegar nunca a un punto de perfección tal que
no pueda acrecentarse más. El concibe a Dios en tan alto grado, que nada puede añadirse
a la suprema perfección que posee.
Caimi: Supongamos que las ideas en general tuvieran el contenido de realidad extraído de mi
propia sustancia pensante. Hasta ahora la máxima realidad que puedo conocer, es la realidad
de una sustancia independiente. Ocurre que encontró entre el montón de idea que tengo
en el tesoro de mi espíritu, una que tiene un altísimo grado de realidad objetiva que no
puedo ni siquiera suponer que esa realidad objetiva que no puedo ni siquiera suponer
que esa realidad objetiva existe en mi como modelo. Si encuentro la idea cuyo grado de
realidad objetiva es infinito en acto, entonces no puedo pensar que el origen de esa realidad
representada en esa idea esté en mí. Quizás pueda tener una especie de idea de creciente
infinita perfección. Pero eso no significaría la total perfección en acto. Esta perfección en acto la
tiene la idea como idea de Dios. La idea de Dios me representa algo que tiene en acto la
absoluta perfección o la absoluta realidad y que no la tiene como un crecimiento infinito de
muchas potencias y realidades que se pudieran sumar sino que la tiene como una unida
absoluta de todas las realidades y perfecciones llegadas a su grado absolutamente máximo en
acto. Eso no tiene un modelo en mí, no podría yo haber extraído para mi idea de Dios la realidad
pensada en la idea de Dios. Es decir, la realidad objetiva presente en la idea de Dios, no
podría haberla extraído de la contemplación de mí mismo, por más que sea una
sustancia. Por tanto, tengo que haberla extraído de otra cosa. Se acabó e solipsismo no
estoy solo en el mundo, hay otra cosa que ha servido de modelo y que es el fundamento de la
realidad objetiva pensada en la idea de Dios. Ahora ese fundamento no puede ser otro que Dios
mismo, porque justamente la realidad objetiva era tan alta, tan absolutamente, tan
completamente en acto que no puede haber habido otro modelo sino una realidad formal
igualmente actual y absoluta. De manera que de ahí podemos concluir que Dios existe, porque
no tendría sentido y sería imposible pensar que la realidad absoluta, que es la realidad
objetiva, el contenido de mi idea de Dios, surgiese de la nada. Dios es una realidad tan
grande que no puede pensarse nada malo. Esa es la realidad representada en la idea de Dios.
La fundamental demostración cartesiana de la existencia de Dios, esta enteramente basada en
el análisis de la idea y su contenido. En la misma conciencia de la propia imperfección está
la idea de lo que falta, la idea del complemento que es la idea de la perfección absoluta.
Eso está en Descartes efectivamente. Descartes esta demostrando la existencia de Dios
de la mera idea de Dios. Esta idea es una idea innata “es la marca del artífice en su obra”.
Esta demostración no sale del pensamiento pero lo hace siempre utilizando al pensamiento
como único fundamento, incluso para establecer la realidad de lo que no es mero
pensamiento, para establecer la realidad de lo que corresponde al pensamiento en la realidad
formal. Lo que sí importa es la demostración de la realidad formal de Dios que corresponde a la
realidad objetiva de su idea. Nos importa por muchas razones, principalmente por que ahí esta
el punto de apoyo fijo, la realidad absoluta que permite justificar para siempre la razón natural, la
legitimidad de la razón natural como instrumento de conocimiento. Dios es garantía de la
veracidad de mi razón, es la garantía de que mi razón no es un instrumento fallado o
engañoso. Necesitamos esa garantía para fundamentar el buen funcionamiento de la razón
natural. Gracias a esto demostramos que el cogito, no era un principio en el sentido
como entendemos los principios, es decir, aquellas proposiciones universalmente
válidas de las cuales pueden deducirse otras. Sino que el principio absoluto de todo
conocimiento es Dios mismo. No depende Dios del “yo pienso”, aunque el camino para conocer
la existencia de Dios haya dependido en nosotros del “yo pienso”. La vía del conocimiento es
distinta de la vía del ser. Era necesario salir de solipsismo para poder operar con la razón
natural.
/Segundo Argumento/:
Sostiene como punto de partida si yo (el) podría existir sin la existencia de Dios. En este
caso si yo sería Dios, yo me hubiese creado de la nada y yo a su vez sería el creador de todas
las demás cosas. Pero muestra que el punto de partida como tal ya está mal por que la
luz natural nos deja ver claramente que la conservación y la creación no difieren sino en
nuestro modo de pensar y no efectivamente. Desde este punto de vista debería haber un
poder en mí y alguna virtud por la cual yo pudiera hacer que, existiendo ahora, exista
también dentro de un instante. Y si ese poder estaría en mi yo debería conocerlo y
pensarlo, pero así no es. Y por eso este poder evidentemente depende de un ser distinto
a mí.
Si Dios es y existe por sí mismo, debe también, sin duda, poder poseer en acto todas las
perfecciones cuyas ideas están en ella; es decir, todas las que yo concibo en Dios. Si una idea
habría recibido su causa de alguna otra causa, se preguntaría lo mismo hasta que se llegue a
una “causa última” que sería Dios.
Puede decirse que varias causas hayan confluido en mi producción, pero así también
sería justificable la existencia de Dios, pues el sólo podría haber hecho que estas ideas
confluyan en mi indivisiblemente, juntas, sin que el hubiese obrado y las conociese de
alguna manera.
“Puesto que la idea de un ser sumamente perfecto, esto es de Dios, está en mí, la
existencia de Dios queda muy evidentemente demostrada.”
Se demostrará a continuación de que modo se ha adquirido esta idea; pues no la
obtenemos por los sentidos (no se presenta como las ideas de las cosas sensibles), ni por
la imaginación (no esta en mi poder aumentarle o disminuirle presencia), no se me (le) ha
presentado inopinadamente, como tampoco es pura producción de su espíritu. No queda más
que decir que esta idea ha nacido y ha sido producida conmigo (el), al ser yo (el) mismo
creado. Y no es de sospechar, que Dios al crearme (lo) haya puesto en mi (el) esta idea,
por la misma facultad que me (lo) concibió a mi (a uno) mismo a su imagen y semejanza, y
que concibo esa semejanza, en la cual esta contenida la idea de Dios, por la misma
facultad que me concibo a mi mismo. Por eso cuando me concibo a mi mismo como
imperfecto, incompleto y dependiente, y que deseo ser algo mejor y más grande,
conozco al mismo tiempo que ese de quien dependo y que posee todas las
perfecciones a las que aspiro y cuyas ideas hay indefinidamente en mi, es Dios. Este
Dios no puede ser engañador pues el engaño depende de algún defecto necesariamente,
pues la luz natural nos enseña que el engañó depende necesariamente de algún defecto.
Caimi: Para Descartes, es claro que Dios me ha creado tal que puedo no equivocarme nunca,
si me equivoco es porque infrinjo ese primer precepto del método, porque actúo con
precipitación o prevención. Mi capacidad de verdad queda intacta y no incurriré en error siempre
que obedezca el método. Dios ahora es garantía del método, o sea que ya no es como decía
en el Discurso del método, algo que sirvió a mi y se lo cuento a ustedes; sino que lo que ahora
tiene ese método es el verdadero método, está garantizado por Dios mismo; Dios me ha dado
la razón y no me la habría dado con tanta maldad como para forzarme a equivocaciones cada
vez que pienso. Me la ha dado en ejercicio de su perfección, que hace que no sea
engañadora.
Yo: El segundo argumento, puede considerarse que tiene un mayor alcance que el primero,
porque trata de suponer además de todos los argumentos que podían dificultar la prueba de la
existencia de Dios, la posibilidad de que mi razón se engañe y que realmente ella este
imaginando a Dios, esto no es posible.
Fue la intuición la que nos permitió advertir la absoluta claridad y distinción del “yo pienso, yo
soy”, conocer la realidad presente objetivamente en la idea de Dios y que de la nada surgiera la
realidad. Sólo con la intuición se ha trabajado hasta aquí, a partir de ahora se empezará a
trabajar con la deducción. En la deducción interviene la memoria y no podríamos hacerlo sin la
seguridad de que no interviene en ella algún genio maligno. Una vez eliminada la posibilidad de
la existencia de un genio maligno, podemos confiar en la deducción, podemos aplicar los
preceptos del método para buscar un orden en las cosas, incluso cuando no lo poseen.
Cuarta Meditación.
De lo verdadero y de lo falso.
Dice que luego de acostumbrarse a separar su espíritu de los sentidos, le será fácil distinguir
entre aquellas cosas puramente inteligibles –desprovistas de todo tipo de materia de nuestro
pensamiento de la imaginación y los sentidos. De esta forma ha llegado al conocimiento de la
existencia de Dios. Y le parece que descubre un camino que lo llevará de la contemplación del
Dios verdadero, en quién se hallan encerrados todos los tesoros de la ciencia y de la sabiduría,
al conocimiento de las otras cosas del universo. Esto puede ser así dado que no es posible que
Dios me engañe, pues admitir esto sería admitir algún tipo de imperfección, malicia o debilidad
en el. /Dios es el garante de la verdad, destruye la hipótesis de un engaño sistemático.
Que se haya demostrado que el no engaña no implica que los hombres no se
equivoquen./
Dios me (le) ha concebido la facultad de juzgar o discernir (como también todo lo que hay en
mi) lo verdadero de lo falso, y Dios no me la ha concebido para que me conduzca a error, si
uso bien de ella. En cuanto que soy (es) un producto del ser supremo, nada hay en mi (el) que
induzca a error; pero si me (lo) considero como partícipe, en cierto modo, de la nada o del no
ser, es decir, si me considero como no siendo yo mismo el Ser supremo y careciendo de varias
cosas, véome expuesto a infinidad de defectos, de tal suerte que no es extraño que me (se)
equivoque mucho. Y así, si me equivoco no es culpa de Dios, sino por que la potencia
que Dios me (le) ha dado de discernir lo verdadero de lo falso no es infinita en mi (el). El
error tampoco es una pura negación, sino la carencia de un conocimiento que yo (el) debería
tener. Cuenta que Dios podría haberlo creado (a el) de tal forma que no se equivocase nunca, y
se pregunta si es mejor poder o no poder errar. /Descartes sustituye el error por negación por el
error por ocasión, que rechaza la inteligibilidad de la causa final al ser uno imperfecto, y es
incompatible con el error sistemático./
Este pensamiento se basa claramente es una naturaleza endeble y finita de la naturaleza
humana, y una naturaleza infinita, incomprensible e inmensa de Dios. A el le parece que
no se puede saber, sin temeridad /es decir sin precipitarse/ cuales son los fines impenetrable
de Dios. Cuenta que no es correcto considerar la obras de Dios como perfectas o imperfectas
particularmente, sino que hay que considerar la sus creaciones particulares como partes del
universo todo, que es perfecto.
Ahora viendo que en mi (el) que hay cierta imperfección, encuentro que dependen de
dos causas, a saber: facultad de conocer, que hay en mi (el); y la facultad de elegir, o sea
mi (su) libre albedrío. Esto es mi (su) entendimiento y mi (su) voluntad. A través del
entendimiento uno concibe las cosas que puede afirmar o negar; en el entendimiento
nunca se haya error alguno. Y aunque en mi entendimiento no haya algunas ideas, no puede
decirse que esta privado de ellas dado que no hay ninguna razón que demuestre que Dios debió
haber puesto en mi (el) una facultad de conocer más amplia y grande que la que me ha dado,
por más que me represente a Dios diestramente y sabiamente nada me dice que debió poner
todas sus perfecciones en cada una de sus obras. Tampoco me puedo quejar que no me halla
dado Dios un amplio perfecto libre albedrío o voluntad, dado que uno siente que es tan amplia y
extensa que es ilimitada.
A la voluntad uno la concibe tan extensa y amplia que no concibo otra de esa naturaleza:
ella es principalmente la que me (le) hace saber que estoy hecho a imagen y semejanza
de Dios. Esta voluntad, es claro es mayor en Dios que en mi. Y es claro que nuestra voluntad
no es obligada por ninguna fuerza exterior. Para ser libre, es claro que no es necesario ser
indiferente ante los contrarios, sino que más libremente elijo cuanto más propenso soy elegir
otra cosa, sea el conocimiento evidente del bien y la verdad lo que me llevaron a eso, o porque
Dios lo dispone así en mi pensamiento. De esta manera la gracia divina y el conocimiento
natural, lejos de disminuir mi libertad, la aumenta; y la indiferencia es el grado inferior de
la libertad que denota mi (su) imperfección en el conocimiento (aunque no la de su
voluntad).
La causa de mis (sus) errores no es de Dios, pues no es ni de la potencia del querer
(voluntad) ni de la potencia de entender o concebir (entendimiento). Mis (sus) errores
nacen de que la voluntad siendo ilimitada, no sólo se extienda a las cosas que
comprendo, sino también a las que no comprendo y por eso se extravía fácilmente y se
elige lo falso (mal) en vez de lo verdadero (bien). Por esta razón me (se) engaña y peca.
Comenta que ahora, ya no existe como algo que piensa, sino que se presenta a su espíritu
cierta idea de la naturaleza corporal, por la cual dudo si esta naturaleza pensante que hay en mi,
o más bien, que soy yo, es diferente de la naturaleza corporal, o si ambas no serían una misma
cosa; y supongo aquí, ahora, que no conozco aún razón alguna que me decida por esto mejor
que por lo otro; de donde se sigue que soy indiferente por completo a afirmarlo o negarlo, o
hasta abstenerme de formar juicio. Si me (se) abstengo de dar mi (su) juicio sobre una
cosa, cuando no la concibo con bastante claridad y distinción, es evidente que hago
bien y no me engaño, si afirmo o niego uso mal mi libre albedrío (voluntad). La luz natural
nos enseña que el conocimiento del entendimiento ha de preceder siempre a la determinación
de la voluntad. /Para Descartes hay 3 grados de Libertad: El más bajo de el de la
indiferencia, en donde no hay razones para lograr determinaciones. El del medio es la
libertad negativa, que puedo suponer cuando hay verdad o falsedad, acepto la falsedad. Y el
más alto grado de libertad es la afirmación del cogito (algo de lo cual no se puede dudar), es la
libertad como autodeterminación./
En este mal uso del libre albedrío está, pues, la privación que procede de mi, y no es
una facultad recibida de Dios, sino propia de la naturaleza de un entendimiento finito.
Tampoco tengo que quejarme de tener una voluntad tan amplía, pues nada se le puede
quitar sin destruirla; y cuanto más extensa sea, mas agradecido debo esto. No es un error
de Dios haberme concebido la libertad de fallar o no en un juicio, sobre las cosas que no he
puesto en mi entendimiento un conocimiento claro y distinto; pero es en mí, sin duda, una
imperfección el no usar bien esa libertad y fallar en juicios temerarios sobre cosas que
concibo oscuras y confusas.
Dios podría hacer hecho que conozca bien las cosas –manteniendo mi libre albedrío y la
limitación del conocimiento: dando a mi entendimiento una inteligencia clara y distinta de todas
aquellas cosas que yo pudiera deliberar; o habiendo puesto en mi memoria la resolución de no
juzgar una cosa hasta no concebirla clara y distintamente. De esta forma sería incapaz de
equivocarme, pero no por eso puedo negar que, en el universo hay más perfección que algunas
partes no carezcan de defecto y otras sí que si fuesen todas iguales. No me puedo quejar,
pues si bien Dios no me ha dado la perfección, me ha dado el medio para no hacerlo que
es: no dar nunca mi juicio sobre cosas que no conozca claramente; pues aunque
experimento en mí mismo la debilidad de no poder adherir continuamente mi espíritu a
un mismo pensamiento, puedo, sin embargo, por medio de una meditación atenta y
reiterada, imprimirlo hondamente en la memoria, hasta no dejar de recordarlo nunca,
cuando lo necesite, adquiriendo así la costumbre de no errar; y por cuanto en esto
consiste la más grande y principal perfección del hombre.
Toda la concepción clara y distinta es, sin duda, algo y, por lo tanto, no puede provenir de la
nada, y debe necesariamente ser obra de Dios, quien siendo sumamente perfecto, no
puede ser causa de error; y, por consiguiente, hay que concluir que esa concepción o
ese juicio es verdadero. Sostiene que adelante se cuidará de diferenciar las cosas que
concibe clara y distintamente de las confusas y oscuras.
Caimi: El juicio consiste en una representación suministrada por el entendimiento más la
afirmación negación de esa representación por medio de la voluntad. Si la distinción y claridad
de la representación del entendimiento es escasa o deficiente entonces actuaría yo con
precitación al afirmar o negar. Lo correcto sería abstener el juicio, evitando equivocarme. Por lo
tanto no es necesario un genio maligno para explicar el error, si yo uso la razón de manera
correcta no me equivocaré Dios es garantía de eso.
Quinta Meditación
De la existencia de las cosas materiales y otra vez de la existencia de Dios
Sostiene que debe librarse de las dudas de las meditaciones anteriores para poder conocer las
cosas exteriores.
Caimi: Para Descartes las Ideas simples (Naturalezas verdaderas e inmutables) se dividen en:
Intelectuales (Dudar, Entender, afirmar, negar): se conocen sólo con el entendimiento.
Materiales (extensión, figura, movimiento, duración, tiempo): sólo se conocen del cuerpo.
Comunes (conectivas lógicas y matemáticas, existencia, duración): se atribuyen por igual a los
cuerpos y a los espíritus.
Estas ideas simples son evidentes por sí mismas y no contienen ningún error. Esto es
naturalmente una garantía de que no existe tal cosa como el círculo cartesiano. Ese
supuesto círculo –que sostenía que la claridad y distinción eran garantizadas por la existencia
de Dios, pero llegamos al conocimiento de la existencia de Dios gracias a la claridad y
distinción se rompe tan pronto como llegamos a la quinta meditación y reconocemos que hay
ciertas naturalezas simples que no caen bajo la duda, sino que son de por sí perfectamente
evidentes y no admiten el ataque del genio maligno. El genio maligno no puede atacar aquí,
el círculo queda refutado; pero también tiene una consecuencia formidable que es que todo
nuestro saber consiste en el conocimiento de elementos claros, distintos e indudables y la
combinación de ellos. Entonces, que toda la filosofía, todo el conocimiento en general es un
cálculo lógico, un cálculo hecho sobre la base de ideas simples y sus conexiones.
Hay varias maneras de recombinar esas naturalezas simples, pero hay dos que garantizan
certezas, uno es basarse en una autoridad que sabe más que uno, el otro el principio
doble. El último es aquel de intuición, el conocimiento inmediato de las ideas, y la
deducción que es la combinación lógica de las naturalezas simples. La naturaleza
verdadera e inmutable es percibida con tal claridad y distinción que en eso mismo se funda su
verdad. Se rompe el círculo cartesiano pero sin embargo conocemos que prácticamente todas
las ideas simples pueden originarse en mi, pueden darse en mí siendo yo su modelo o causa,
ya sea como modelo formal o como causa eminente. La idea de Dios se explica sin embargo
en términos de naturalezas simples. El verdadero tema de esta meditación son las naturalezas
simples y la deducción, que me permiten operar bajo los principios de la lógica, puedo volver a
hacer matemática.
El argumento ontológico puedo hacerlo gracias a la que se demostró la existencia de
Dios, que no hay un genio maligno, y que el error no se origina en Dios sino en la mala
aplicación del método; todo esto le permite recobrar confianza a la razón.
Prueba de la existencia de Dios/Argumento ontológico.
Si uno puede sacar del pensamiento la idea de una cosa se sigue en consecuencia que
todo cuanto reconozco clara y distintamente pertenecer a esa cosa le pertenece en
efecto. ¿No se puede hacer de esto un argumento demostrativo de la existencia de Dios?. Yo
hallo en mí su idea, la idea de un ser sumamente perfecto, y conozco que una existencia
actual y eterna pertenece a su naturaleza con claridad y distinción; de esta forma la
existencia de Dios se debería presentar en mi espíritu con gran certidumbre. En Dios uno
encuentra que es imposible dividir entre esencia y existencia. Al concebir a Dios como
un ser sumamente perfecto, no puedo concebir que le falte la existencia, pues le faltaría
perfección. Esto no es suficiente para probar la existencia de Dios, que yo lo conciba
perfectamente no implica su existencia; sino que en Dios mismo, la esencia y su existencia
son inseparables. Uno no es libre de concebir a algo sumamente perfecto como no existente,
es necesario que sea así. Es posible no pensar la idea de Dios, pero si uno la piensa debe
necesariamente atribuirle todas las perfecciones. Y mientras uno reconozca que la existencia
es una perfección, es necesario que reconozca la existencia de Dios. La idea de Dios es una
idea innata, no es algo fingido o inventado, dependiente de mi pensamiento, sino una
imagen de una verdadera e inmutable naturaleza (Dios), primeramente, porque no
puedo concebir otra cosa, sino sólo Dios, a cuya esencia pertenezca necesariamente la
existencia. /Recordar comparación con el caso de la imposibilidad de pensar la montaña sin el
valle/
Sólo las cosas claras y distintas tienen fuerza para persuadirme. No habría cosa más fácil de
conocer si mi espíritu no estaría distraído con las cosas sensibles y sus imágenes. Como Dios
es lo más claro y distinto –dado que en su idea esta incluida su existencia necesaria o eterna,
mas soberano y perfecto, todos los demás conocimientos dependen de él, tal que sin
conocerlo, no se podría saber nunca nada perfectamente, sino sólo se podría tener opiniones
vagas e inconstantes.
No se puede errar en los juicios cuyas razones conozco claramente. Aunque estuviese
dormido, todo cuanto se presenta evidente a mi espíritu es absolutamente verdadero. Y todo lo
que es verdadero, toda ciencia, depende únicamente del conocimiento verdadero de Dios.
Ahora, conociéndolo, poseo el modo de adquirir una ciencia perfecta sobre infinidad de
cosas, no sólo de las que están en Él, sino también las que pertenecen a la naturaleza
corporal, en cuanto objeto posible de las demostraciones geométricas, que no se curan
de la existencia del cuerpo.
Caimi: Esta demostración se puede hacer porque se puede operar con esencias, con
naturalezas, con ideas de naturalezas verdaderas e inmutables. Entre los tesoros que
encontramos en mi espíritu están las ideas simples y operamos con ellas. Entre estas ideas
encontramos la idea de Dios que es una de las naturalezas que se comprenden con el solo
pensar. Ya de por sí son evidentes. Descartes habla de un ser sumamente perfecto y entonces
la existencia pertenece a su esencia, porque si es sumamente perfecto entonces su esencia
contiene la totalidad de las perfecciones; la existencia es una perfección y, por tanto, pertenece
a la esencia divina. De aquí se sigue de manera indudable que Dios existe.
Cuando se habla de Dios como existente no es que se esta agregando la existencia a
Dios sino que no la puedo separar de él, no puedo pensar a Dios si no es como
existente. La existencia es inseparable de Dios y por eso verdaderamente existe. No es
que mi pensamiento modifique a las cosas y les agregue necesidad, sino que es al
revés, la cosa misma impone la necesidad a mi propio pensamiento. No soy libre de
pensar a Dios como existente o no existente: o lo pienso o no lo pienso; si pienso a Dios
entonces lo tengo que pensar como existente. Esa es una necesidad que se me impone por el
objeto mismo.
La fuerza de este argumento generalmente deslumbra de tal modo que uno sólo piensa que se
demuestra la existencia de Dios por sus perfecciones. Lo que pasa en la meditación quinta es
que se opera allí con esencias, con ideas simples, con estas naturalezas verdaderas e
inmutables con la que ya venia trabajando Descartes mucho tiempo antes. En Descartes el
pensamiento de la idea de Dios es central y cumple una función filosófica de relevancia.
La fundamentación racional metafísica, absoluta, que llega hasta lo más profundo,
requiere naturalmente llegar hasta el primer fundamento de todo, que es Dios. Pero ese
camino no se hace para dedicarse a la teología racional, sino que se llega a utilizar a Dios
para lograr una fundamentación del método, una fundamentación absoluta de la razón
natural. Con esto quedan rehabilitadas esas ciencias que quedaban bajo sospecha cuando
introdujimos al genio maligno: la matemática y la lógica. Al rehabilitarse la metafísica se
rehabilita el método: porque se rehabilita la razón y el método no es más que la razón natural.
Sexta meditación.
De la existencia de las cosas materiales y de la distinción real entre el alma y el cuerpo
del hombre.
Caimi: La demostración de la existencia de las cosas materiales se da en tres momentos
y eso no aparece con demasiada claridad en el texto. Son tres momentos que se van
desplazando unos a otros. Como si uno dijera que hace 3 intentos y sólo en el tercero tiene
éxito y en los otros no.
Primer intento:
Primero propone la distinción entre la imaginación y la pura intelección o concepto.
Imaginación Su objeto es concebido como si estuviese presente por la fuerza y
aplicación interior de mi espíritu, hace falta una particular
contención del espíritu. Esta virtud no es mi naturaleza o
esencia de mi espíritu, si no la tuviese seguiría siendo uno el
mismo, depende de cosas que no son mi espíritu. El espíritu
cuando imagina se vuelve hacia el cuerpo para considerar algo
conforme a la idea que él mismo ha formado o recibido por los
sentidos; aunque no es suficiente para afirmar que existen los
cuerpos. /Es la aplicación del entendimiento a la matemática. Son
las cosas que son probables que existan/ De la imaginación solo
puedo sacar “conjeturas probables” de la existencia de los cuerpos
no puedo probar su necesidad.
Caimi: Es el pensamiento mismo, sólo que volcado hacia las
cosas que no son el yo pensante, esta volcado hacia algo
ajeno. Es la facultad cognoscitiva dirigida a lo extenso, uno no
tiene nada que ver con eso. La imaginación podría desaparecer
Concepto o No puedo tenerlo presente con los “ojos del espíritu”. No hace falta
intelección pura una particular contención del espíritu. El espíritu al concebir entra,
en cierto modo, en sí mismo y considera alguna de las ideas que
tiene en sí. /Propiedades matemáticas de las cosas. Son las
cosas que existen/
Caimi: Este primer argumento, que dice que encuentro en mi esta facultad de la
imaginación, que no pertenece propiamente a mi esencia sino que sólo se justifica si
hay cuerpos a los que se refiere, este argumento trataba de sacar la conclusión de que
hay cuerpos sólo porque tengo en mi la facultad de la imaginación que me sirve para
pensarlos. Esa conclusión es apresurada, si se quiere admitir la existencia de los
cuerpos.
Segundo Intento:
Sostiene que a través de las ideas que recibe el espíritu por medio del modo de pensar
que se llama sentir, verá si es posible o no sacar alguna prueba cierta de la existencia
de las cosas corporales. Primero recordará cuáles son las cosas que antes consideró como
verdaderas, por hacerlas recibido mediante los sentidos, y hará memoria de los fundamentos
en que se mantenía mi creencia; luego examinará las razones que lo han obligado después a
ponerlas en duda; y, por último, considerará qué es lo que debe creer ahora.
Sostiene que primero sentía las partes de su cuerpo; también ha sentido que su cuerpo estaba
colocado entre muchos de los cuales recibía comodidades o incomodidades (hambre, sed,
inclinaciones, placer, dolor, etc); y fuera de él sentía la extensión las figuras, movimientos de los
cuerpos y sus cualidades. Estos se le presentan a su pensamiento sin previa autorización suya;
y provenían desde afuera de su espíritu. No teniendo de estas cosas otro conocimiento que el
que le otorgaban las mismas ideas, se le ocurrió pensar que los objetos son semejantes a las
ideas que causan.
Luego no le faltaban razones para considerar que su cuerpo le pertenecía mas
propiamente que otro cualquiera, pues nunca podía separarse de el; y en el sentía todos
los apetitos, afecciones y sentimientos. La naturaleza (Dios) le enseñaba la correlación que
había entre los sentidos, dado que los juicios que se solía hacer sobre esos objetos se
formaban en el sin darle tiempo a razonar.
Luego decidió quitarle crédito concedido de los sentidos. Muchas veces lo habían
engañado. Además le agrego dos razones para dudar ellos: 1) que todo lo que sintió despierto
se podía creer que lo había soñado, y por eso era difícil sostener que podían existir como
objetos exteriores; 2) No conociendo al autor de su existencia era posible que este lo
engañase en las cosas más verdaderas.
Caimi: Este argumento es el del sentido común: las cosas me oponen resistencia, tengo
continuamente la sensación de resistencia de muchas maneras. Esa resistencia que me
oponen es la demostración de su esencia. Uno podría objetar, desde el punto de vista
cartesiano, que esa existencia es también una sensación: no se ha salido del ámbito de las
sensaciones. Termina mostrando que los sentidos no son confiables, son los
responsables de las cualidades secundarias pero no pueden decirme que hay
existencia. Me debo liberar de la tiranía de los sentidos si pienso alcanzar la verdad de las
cosas. No hay nada que garantice que sus causas son corpóreas.
Tercer intento:
Cuenta que ahora puede conocer más: puede saber quien lo ha creado, y que este no lo
engaña, pero no puede afirmar aún que todas las cosas de los sentidos no lo engañan. Y puesto
que Dios produce todas las cosas claras y distintas, bastará que pueda concebir clara y
distintamente una cosa de las otras. Como también se que existo, y que soy una cosa que
piensa, por otra parte, tengo una idea distinta del cuerpo, según el cuál este es una cosa
extensa que no piensa; así resulta cierto, que yo, es decir mi alma, por el cuál soy lo que soy, es
entera y es verdaderamente distinta de mi cuerpo, pudiendo ser sin el cuerpo. Las facultades
de imaginar y existir no pueden existir sin una sustancia que piensa a la que estén
adheridas o pertenezcan, puesta estas encierran una suerte de intelección: por donde
concibo que son distintas de mí, como los modos lo son de las cosas.
Es evidente que estas facultades –ideas materiales (si existen) deben pertenecer a una
sustancia corpórea o extensa. Es evidente que en mi hay una facultad pasiva de sentir, no
tendría sentido si no tuviera una facultad activa que produzca ideas. Esta facultad activa, no
puede estar en mí, pues no presupone mi pensamiento, es necesario que este en otra
sustancia contenida formal o eminentemente.
Esa sustancia es un cuerpo que contiene formal y efectivamente todo lo que hay
objetivamente y por representación en esas ideas, o Dios mismo o alguna otra criatura
más noble que el cuerpo donde esté contenido eminentemente. Hay una fuerte inclinación
a creer que las ideas parten de las cosas corporales, y no podría disculparse el engaño de Dios
si las cosas no serían así. Así y todo, hay muchas cosas de los sentidos que son oscuras y
confusas, pero todo lo que percibimos clara y distintamente en las cosas corporales están
verdaderamente en los cuerpos. Aunque haya cosas dudosas, Dios no puede engañarnos y
no ha permitido que haya falsedad en nuestras opiniones sin darme alguna facultad para
corregirla, y por eso uno cree poseer los medios para conocerlas ciertamente.
La naturaleza (Dios, o orden establecido por Dios en las cosas) me (le) enseña, y establece
que por mi (su) naturaleza entiende el ensamble de todas las cosas que Dios me (le) ha dado.
La naturaleza le enseña las conexiones entre los sentidos. Y a través de esos sentimientos
que no estoy metido “en mi cuerpo como un piloto en su navío”, sino tan estrechamente
unido y confundido y mezclado con él, que formo como un solo todo con mi cuerpo; si
así no fuera uno no sentiría dolor cuando mi (su) cuerpo esta herido. Además todos los
sentimientos son cierto modo de pensar, que proceden y dependen de la íntima unión de
mezcla del espíritu con el cuerpo. La naturaleza también me enseña que hay otros cuerpos
alrededor mío.
Es necesario definir con precisión que significa que la naturaleza me (le) enseña algo. Cuando
habla aquí no se refiere a la naturaleza general (Dios), sino que se refiere a las cosas que Dios
me (le) ha dado, como compuesto de espíritu y cuerpo. Esa naturaleza enseña a evitar cosas
que acercan al sentimiento del dolor y acercan a las que proporcionan cierto sentimiento de
placer, me enseña también que de todas las diversas percepciones de los sentidos, debamos
nunca sacar conclusiones acerca de las cosas que están afuera de nosotros, sin que él espíritu
las haya examinado cuidadosamente; pues, a mi parecer, al espíritu solo y no al compuesto de
espíritu y cuerpo corresponde conocer la verdad de las tales cosas. Aquellas cosas que no
cumplen el fin para el cuál Dios las ha creado, van contra el orden de la naturaleza.
Los sentidos nos han sido dados para significar a nuestro espíritu las cosas que nos son
convenientes o nocivas al compuesto del que forman parte; y no para conocer la esencia y
naturaleza de las cosas que están fuera de mí. Sólo pueden enseñarnos cosas oscuras y
confusas. Su (la) naturaleza no puede tener un conocimiento de todas las cosas, sino que este
es como su existencia, limitado. Hasta aquí nada impide que los sentidos nos engañen.
Antes de continuar aclara: El espíritu o alma del hombre es enteramente indivisible, por su
naturaleza, y sólo percibe inmediatamente a las cosas del cerebro –en cuanto me pienso
a mi mismo como una cosa que piensa no puedo partes en mí; mientras que a las
corporales uno las conoce por partes. Es patente, que la suprema bondad de Dios, la
naturaleza humana, en cuanto que se compone de cuerpo y espíritu, no puede por
menos de ser algunas veces engañosas y falsas. Es necesario reconocer los errores en
que mi (su) naturaleza suele caer para evitarlos y corregirlos más fácilmente. Sabiendo
que me enseñan los sentidos la mayor de las veces lo verdadero acerca las cosas
referidas a comodidades o incomodidades del cuerpo, disponiendo mi memoria para
enlazar y juntar los conocimientos presentes con los pasados, y de mi entendimiento,
que ya ha descubierto todas las causas de mis errores, no debo temer en adelante
encontrar falsedad en las cosas que ordinariamente me representan los sentidos.
Caimi: La relación del alma y el cuerpo, servirá en esta tercera argumentación. Para esta
relación establece el importante término de “distinción real”. Como dice en “Principios de la
filosofía” sostiene que:
“La distinción real es una que ocurre entre dos o más sustancias. Las percibimos como
distintas unas de con respecto a otras solamente porque podemos entender clara y
distintamente una sin la otra. En efecto reconociendo a Dios, estamos ciertos de que El
puede todo lo que concebimos distintamente; de tal modo que, por ejemplo, por el sólo hecho
de que ya tengamos idea de la sustancia extensa o corpórea, aun cuando todavía no sepamos
con certeza que existe en realidad cosa alguna tal, sin embargo, tenemos la certeza de que
aquella puede existir; y de que existiera, cada parte de ella definida por nosotros con el
pensamiento es realmente distinta de las demás partes de la misma sustancia. Y también
como cada uno entiende que él mismo es una cosa pensante, y que puede excluir de sí mismo
con el pensamiento a toda otra sustancia, tanto pensante como extensa, es cosa cierta que
cada uno, así considerado, se distingue realmente de toda otra sustancia pensante y de otra
sustancia corpórea”.
La distinción real no consiste simplemente en que puedo pensar una cosa sin la otra,
sino que también puedo pensar la otra sin la primera. No consiste sólo en que puedo
pensar el alma sin el cuerpo sino que puedo pensar también el cuerpo sin a mente.
Cuerpo y alma, son dos cosas que por sí sin necesitar de otras cosas. La diferencia
fundamental es que lo extenso es divisible mientras que la sustancia enteramente pensante, es
una la que piensa.
El alma no esta en el cuerpo como un piloto en su navío. Si fuera así no recibiría información
sobre el estado del cuerpo y no es el caso que yo conozca lo que pasa en el cuerpo sino que
siento de manera inmediata. El alma esta presente en cada lugar del cuerpo. Tenemos que
aceptar la unión intimísima del alma y el cuerpo, pero a su vez tenemos que admitir
también la distinción de una y de la otra. Los datos de los sentidos, si bien no significan una
realidad respecto del cuerpo, sin embargo deben de tener algún tipo de valor cognoscitivo que
veremos en seguida.
Ocurre que tenemos una concepción clara y distinta de la sustancia extensa y la
sustancia pensante. La claridad y distinción de una y otra nos inclinan fuertemente a pensar
que son reales una y la otra. Ya se demostró que la sustancia pensante existe, y si bien no se
demostró la existencia de lo extenso estoy inclinado a pensarlo como existente, así que es
probable que así sea. Pero si Dios me diera las ideas de lo extenso, tal como la transmiten
los sentidos y la imaginación, esa convicción existe y no me diera la herramienta para
desengañarme de esa convicción, entonces si lo extenso no existiera Dios sería
engañador. Pero Dios no es engañador. Por lo tanto lo extenso existe, por más que no
sea como nos los presentan los sentidos. Si uno actúa con el método, sin precipitación
ni prevención, atribuyo realidad a los objetos que se me presentan, entonces actúo bien,
pues Dios garantiza ese método.
Una de las cosas menos satisfactorias en Descartes es la relación del alma y el cuerpo. (Yo:
hace una explicación casi fisiológica de donde reside el alma)
De esta forma podrá eliminar las dudas previas, como la del sueño –nuestra memoria no
puede enlazar ensueños unos con otros que no lo distinguía de la vigilia –que sí puede
enlazar y juntar las cosas. Cuando conozco el lugar, el sitio y el tiempo en que se dan las
cosas distintamente, pudiendo enlazar sin interrupción el sentimiento que de ella tengo con la
restante marcha de mi vida, poseo la completa seguridad de que las percibo despierto y no
dormido. Y no debo en manera alguna poner en duda la verdad de tales cosas si,
habiendo convocado, para examinarlas, mis sentidos todos, mi memoria, mi
entendimiento, nada me dice ninguna de estas facultades que no compadezca con lo
que me dicen las demás. Siendo Dios no capaz de engañarme se sigue necesariamente
que en esto no estoy engañado.
Caimi: La distinción sueño y vigilia es que: en la vigilia puedo concatenar todas mis
representaciones, incluso la de la memoria y del sueño y hacer así una gran red sin dejar nada
excluido; mientras que en el sueño puedo tener la ilusión una concatenación que se pierde
cuando uno se despierta. Lo que quedo fuera de duda, más que la existencia de las cosas
materiales, fue la validez del método para tratar tanto las cosas puramente racionales
como las cosas materiales.