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Este avance de los conocimientos permite pensar que algunos de los cambios
que separan las dos especies, no responden en absoluto a la divergencia paso a
paso postulada por la ingeniosa simplificación neo-darwinista. Parece incluso que
algunos «hallazgos» evolutivos no resultan de una modificación progresiva de las
instrucciones -como las variantes de un manuscrito con el correr de los años y en
la medida de los errores sucesivos de los copistas-, sino como una puesta en
orden de instrucciones muy antiguas, a las que una nueva sintaxis viniera a
conferir una significación muy distinta. Como si del jardín de las raíces griegas
artificiosamente ordenadas, un poeta inspirado hiciera surgir un día los cantos de
la Odisea.
El hecho de que el chino y el patagón, el lapón y el bosquimano, todos los
hombres tengan los mismos cromosomas idénticos, nos demuestra que
descienden todos de los mismos antepasados. Resulta que las razas humanas no
son más que variaciones de un tema común, asociaciones de límites inciertos, y
que la antigua idea de que los hombres son hermanos no es simplemente un
sentimiento poético o una esperanza de moralista sino una realidad observable.
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Podría creerse que dos óvulos fecundados, uno destinado a ser niño y el otro
destinado a ser niña se han unido estrechamente. Puesto que imitar los falsos
pasos de la naturaleza está mucho más a nuestro alcance que igualar sus éxitos,
la habilidad de los manipulados ha permitido reproducir este error en el animal,
más concretamente en los ratones, para observarlo más de cerca.
Reuniendo células tomadas de embriones extremadamente jóvenes,
procedentes de diversos cruzamientos, es posible obtener el desarrollo de
individuos compuestos. La elección de procreadores de pelea diferente permite
reconocer el origen múltiple de esas verdaderas quimeras gracias a los dameros
pigmentarios que llevan en su piel.
Tales quimeras artificiales no son de temer en el hombre mientras que prevalezcan
las tradicionales maneras de perpetuarse, pero nos enseñan que esta infracción a
la regla del individuo no puede darse más que en un estado extremadamente
precoz. Volviendo a los hermafroditas todo conduce a creer que resultan de una
fecundación simultánea de dos células femeninas recíprocas (el óvulo y su
glóbulo polar que sería aquí desmesuradamente voluminoso) y que finalmente
esta excepción natural es casi contemporánea de la fecundación.
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Si todo puede ser dicho en la más simple expresión, si el mensaje de vida formula
a todo el hombre, ¿por qué necesita esperar esta lenta maduración? ¿Por qué
tantas mutaciones y crecimientos diversos antes de que el incomprensible poder
del pensamiento lógico pueda al fin manifestarse? Quizás, simplemente, a causa
del espacio y el tiempo sin los que no existe nada que nos sea accesible. Una
completa naturaleza de hombre no es suficiente a sí misma, es necesario todavía
que se le reconozca el derecho de expresarse, que es, para ella, el de vivir.
Ante esta aparente simplicidad y esta desconcertante complejidad del desarrollo
del hombre, el médico no puede evitar su inquietud y su admiración.
Inquietud porque sabe que los hombres no nacen iguales. Y aun sin invocar los
riesgos del infortunio o los rigores de la injusticia, sabe que el camino de la vida es
largo y siempre temible. Muy al contrario de las hadas inclinadas sobre la cuna,
que descubren la felicidad, el médico, desafortunadamente, no puede sino
predecir la mala fortuna; la buena se le escapa por completo. Puede incluso
escudriñar los caracteres del niño, todavía en el vientre de su madre, y leer en sus
cromosomas o en sus reacciones químicas un destino desgraciado. Algunos
estarán marcados ya desde su primera existencia y su misma constitución estará
quebrantada, otros serán lesionados más tarde en su propia génesis y quedarán
señalados por una terrible impronta. Incluso los más afortunados, los que se dicen
normales, serán tarde o temprano afligidos por inevitables deficiencias.
Ante este inmenso espectáculo de las condiciones humanas, le queda a la
medicina una sola actitud, que establece a la vez su nobleza y razón de ser:
intentar sin reticencia y sin abandonos, restablecer sin tregua esta imposible
igualdad, devolviendo a cada uno, si es posible, lo que el destino le ha sustraído o
negado.
Y también admiración. Porque al descubrir el mensaje de vida que plasma la
materia en una naturaleza humana, ve en todo instante esta obstinada
persistencia del ser bajo sus diversos aspectos. Ser humano por naturaleza desde
su comienzo. Jamás tumor, o ameba, pez o cuadrúpedo, el ser humano se
elabora en un silencio oscuro con infatigable esperanza.
Para disertar acerca de su derecho a realizar y para decidir sobre el respeto que
sus semejantes le deben, habría que ir más allá de la medicina, y entrar en el
campo de la moral o incluso de la política. Pero el historiador de la infancia no
puede hacer otra cosa que someter a esta ilustre asamblea de estudios de las
ciencias morales y políticas estas últimas preguntas:
¿Es moral disponer de los seres humanos? ¿Es político correr el riesgo de una
cesión semejante?
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