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Reinventar la Antigüedad

Historia cultural de los estudios clásicos ISSN: 2340-8707

La carta sobre los cristianos escrita por


Plinio el Joven
Posted on 21/12/2017
Hoy vamos a abordar un interesante tema: los cristianos en el Imperio Romano. Para
ello, nos centraremos en dos documentos del siglo II de nuestra era: la carta sobre los
cristianos (Ep. X 96) compuesta por Plinio el Joven y enviada desde Bitinia al
emperador Trajano, y la respuesta que éste (Ep. X 97) hizo llegar a su remitente.
Como habrá ocasión de ver, se trata de dos documentos fundamentales por diversos
motivos, entre otras cosas porque se nos habla, además, acerca de cómo eran los
antiguos ritos de los cristianos. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO,
CATEDRÁTICO DE FILOLOGÍA LATINA DE LA UNIVERSIDAD
COMPLUTENSE 

La carta sobre los cristianos de Plinio el Joven (Plin. Ep. X 96) es uno de los documentos
más controvertidos y comentados del epistolario de Plinio. Debe datarse entre el 18 de
septiembre del 111 y el 3 de enero del año 112, durante la legación de Plinio en Bitinia-
Ponto. Asimismo, la carta pliniana sirve de buen exponente para que nos hagamos una idea
del tono general que tiene el libro X de sus epístolas, dedicadas en este caso a la
correspondencia con el emperador. En la edición de estos documentos, se prescindió de las
fórmulas de saludo al comienzo y final de cada carta (salvo en el caso de la 58), y también
se borraron las indicaciones de fecha y lugar.

Esta carta 96 de Plinio se ha convertido en el primer testimonio de un autor pagano sobre el


estado de la nueva religión cristiana, que ya comienza a dejar de confundirse con la de los
judíos, como muestra el tratamiendo específico que se hace aquí de los seguidores de Cristo
en calidad de tales. Cabe, en este punto, establecer una comparación de este testimonio con
el que nos ofrece su amigo Tácito en el libro XV de los Anales a propósito de los cristianos
en Roma, si bien Tácito se refiere a una etapa anterior, la del incendio de Roma del año 64
de nuestra era, en tiempos de Nerón. Este relato ha supuesto también, indirectamente, una
ocasión memorable para tener noticias sobre la presencia social de los cristianos que
algunos han interpretado ya como un primer choque entre paganismo y cristianismo, si bien
esto no tendría lugar hasta un siglo más tarde. En todo caso, se llevó a cabo la detención de
un gran número de cristianos no tanto bajo la acusación de incendiarios como de su odio al
género humano. Despedazamientos, crucifixiones y quemas de cristianos se sucedieron en
diversos lugares, entre otros, en los mismos jardines del emperador. Sin embargo, Nerón
logró el efecto contrario que perseguía, pues este escarnio público movió a la compasión,
dado que no se veía este castigo como un acto de justicia, sino como una crueldad imperial
(Tac., Ann. XV 44, 2-3):

“En consecuencia, para acabar con los rumores, Nerón presentó como culpables y sometió
a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba cristianos, aborrecidos por sus
ignominias. Aquel de quien tomaban nombre, Cristo, había sido ejecutado en el reinado de
Tiberio por el procurador Poncio Pilato; la execrable superstición, momentáneamente
reprimida, irrumpía de nuevo no sólo por Judea, origen del mal, sino también por la
Ciudad, lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clase de
atrocidades y vergüenzas.” (Tácito, Anales. Libros XI-XVI. Trad. de José Luis Moralejo,
Madrid, 1986)

Conviene comparar la manera en que tanto Plinio como Tácito se refieren a estos nuevos
cultos. Plinio habla de superstitionem pravam, immodicam (Plin. Ep. X 96,8), mientras
Tácito recurre a exitiabilis superstitio. Cambian los adjetivos, aunque todos ellos son
negativos, y coinciden, además, en el uso del sustantivo superstitio para referirse a unos
cultos que con el tiempo terminarían siendo religión oficial del imperio.

Por lo que parece, el emperador Trajano no mostró un especial interés por los asuntos de
religión ni por ser especialmente un homo religiosus, a diferencia de Augusto. La razón
debe buscarse en el hecho de que probablemente considerara su propia persona como lo
más divino. Queda clara en la carta de Plinio cómo los que se han declarado cristianos o los
que son sospechosos de serlo deben abjurar de sus creencias y adorar a una imagen del
emperador junto a la de los (otros) dioses (omnes et imaginem tuam deorumque simulacra
venerati sunt Plin. Ep. X 96,6). Entre tales dioses, Júpiter es uno de los pocos que aparece
claramente asociado a la propia propaganda religiosa y política del emperador, hasta llegar
a establecerse una correlación entre ambos a partir del año 98, que es cuando el Senado
aprueba conceder a Trajano el título de Optimus. De esta forma, Trajano, más que devoto,
se habría convertido en uno de los dioses.

Esto, naturalmente, se refiere a la religión oficial del imperio, pero la carta de Plinio deja
ver cómo las inquietudes religiosas de la gente van por otro camino que tiene mucho más
que ver con la asimilación de los cultos extranjeros. En este sentido, es posible que haya
una perspectiva bien diferente desde Roma con respecto a lo que ocurre en la parte oriental
del Imperio, que es donde se encuentra el propio Plinio. De hecho, como señalábamos más
arriba, en lo que respecta a judíos y cristianos parece que ya se los diferenciaba claramente,
frente a lo que ocurría en las pasadas persecuciones indiscriminadas llevadas a cabo por
Domiciano. Por su parte, la respuesta que envía Trajano a Plinio tiene un carácter
claramente moderado y hace mucho hincapié en que no se hagan acusaciones anónimas,
hecho que podría recordar los oscuros tiempos de Domiciano.

Pasados los siglos, resulta muy curioso cómo Trajano terminó constituyendo un modelo de
príncipe cristiano para la posteridad. Dante es, en este sentido, el paradigma de esta
intepretación, pues nos habla sobre el paso de este emperador desde el purgatorio al paraíso
dentro de la Divina Comedia. (Paraíso XX 43-48 y 106-117).

VERSIÓN ESPAÑOLA DE LOS DOCUMENTOS (trad. de Francisco García Jurado)

Gayo Plinio saluda al emperador Trajano

1. Es costumbre para mí, mi señor, consultarte acerca de todas las cosas sobre las que dudo.
¿Quién, en efecto, puede guiar mejor mi irresolución o instruirme en lo que no sé?
Jamás he participado en los procesos contra los cristianos: por ello, desconozco qué suele
castigarse o perseguirse y hasta qué punto. 2. Y no he dudado poco si acaso se hace alguna
distinción de edad o, por tiernos que sean, en nada difieren de los más robustos; si hay
perdón para el arrepentimiento, o si el que fue completamente cristiano no obtiene alguna
ventaja al haber dejado de serlo. Si se castiga el mero hecho de llamarse cristiano, en caso
de que no se hayan cometido delitos, o si se castigan los delitos asociados a tal nombre.
Entretanto, esta es la norma que he seguido para con aquellos que hasta mí han sido traídos
como cristianos. 3. A ellos mismos les pregunté si eran o no cristianos. A quienes
confesaron que sí les pregunté una segunda y una tercera vez, con la amenaza de suplicio;
ordené que se ejecutara a los que perseveraban. Yo no dudaba, en efecto, de que, al margen
de lo que confesaran, debía castigarse la pertinacia y la obstinación cerrada. 4. Hubo otros
de similar desvarío a los que apunté para que fueran enviados a Roma, ya que eran
ciudadanos romanos. Poco después, como suele ocurrir, al extenderse la acusación por
causa del mismo proceso, se dieron situaciones variadas.
5. Se hizo público un libro anónimo que contenía los nombres de muchas personas. Quienes
negaban que eran cristianos o que lo hubieran sido, una vez que por medio de una fórmula
mía imploraron a los dioses y suplicaron con incienso y vino a una imagen tuya que había
ordenado colocar para este cometido, junto a unas figuras de los dioses, y una vez que,
además, blasfemaron contra Cristo, cosas que dicen que no pueden ser obligados a hacer
quienes en verdad son cristianos, consideré que podía dejarlos libres.
6. Otros, nombrados por un delator, declararon que eran cristianos y poco después lo
negaron; dijeron que lo habían sido ciertamente, pero que habían dejado de serlo, algunos
hacía ya tres años, otros ya muchos años antes, alguno incluso veinte. Asimismo, todos
ellos adoraron una imagen tuya y las figuras de los dioses y, además, blasfemaron contra
Cristo.
7. Aseguraban, asimismo, que toda su culpa o su error no había sido más, según ellos, que
haber tenido por costumbre reunirse un día señalado antes del amanecer, cantar entre ellos,
de manera alterna, en alabanza a Cristo como si fuera un dios, y comprometerse mediante
juramento no a delinquir, sino a no robar, ni cometer pillajes ni adulterios, a no faltar a su
palabra ni negarse a devolver un depósito cuando se les reclamara. También decían que,
una vez realizados estos ritos, tenían por costumbre separarse y reunirse de nuevo para
tomar el alimento, totalmente corriente e inocuo, pero que dejaron de hacerlo tras mi edicto,
por el cual, según tus mandatos, había prohibido que hubiera asociaciones. 8. Así pues, creí
aún más necesario inquirir también, mediante el tormento de dos esclavas que eran
llamadas “ministras”, qué había de verdad. No encontré ninguna otra cosa más que una
superstición depravada y desmesurada.
9. Por ello, aplazada la indagación, me he apresurado a consultarte. A mí me parece que se
trata de una cuestión digna de consulta, sobre todo a causa del número de personas que
corren peligro (de ser juzgadas). Hay mucha gente, en efecto, de todas las edades, de todas
las condiciones y de ambos sexos incluso que son llamados a juicio y seguirán siendo
llamados. Y el contagio de esta superstición no se ha extendido tan sólo por las ciudades,
sino también por las aldeas y los campos; aún así, parece que puede detenerse y corregirse.
10. Sin embargo, hay suficiente constancia de que los templos, casi ya abandonados, han
comenzado a frecuentarse, y que se vuelven a celebrar los sacrificios rituales, hace tiempo
interrumpidos, y que se vende por todas partes la carne de las víctimas, para la que hasta
ahora no se encontraban sino escasísimos compradores. De esto es fácil deducir qué
cantidad de personas podría enmendarse si hubiera lugar para el arrepentimiento.

Trajano saluda a Plinio

1. Has seguido el procedimiento que debías, mi querido Segundo, en el examen de las


causas de los que ante ti han sido denunciados como cristianos. Y no es posible, en efecto,
establecer para todos una norma general, como si ésta tuviera una aplicación determinada.
No hay que perseguirlos; si se los denuncia y acusa, hay que castigarlos, pero quien haya
negado ser cristiano y lo haya demostrado realmente, es decir, mediante la súplica a
nuestros dioses, aunque hubiera sido sospechoso en el pasado, que obtenga el perdón por su
arrepentimiento. 2. Sin embargo, los libros anónimos que circulan no deben tener cabida en
acusación alguna, pues esto sirve de pésimo ejemplo y no es propio de nuestro tiempo.

Prof. Dr. Francisco García-Jurado

Catedrático de filología latina en la Universidad Complutense de


Madrid. Dirige el Grupo UCM de investigación "Historiografía de la
literatura grecolatina en España" y es investigador principal del
Diccionario Hispánico de la Tradición Clásica.

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