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Programa de investigación sobre Intervenciones Psicoterapéuticas para el Trastorno de Ansiedad Generalizada View project
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Federico Morgade
Universidad de Belgrano
Nicolas Alalu
Andres J. Roussos
Cita:
Gómez Penedo, J. M., Morgade, F., Alalu, N., & Roussos, A. (2018). El rol de los procesos
interpersonales en la psicoterapia: efectos sobre el tratamiento y recursos de adaptación
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Enciclopedia argentina de salud mental. Recuperado de
http://enciclopediasaludmental.org.ar/trabajo.php?idt=30&idtt=8
1
Introduccion
Las relaciones entre seres humanos representan un aspecto fundamental de la vida de las
personas. Los humanos somos seres intrínsecamente gregarios; desde etapas tempranas nuestra
supervivencia dependen del establecimiento de estas relaciones y como especie nos encontramos
que estas relaciones tengan también una influencia considerable sobre la salud mental de los
individuos y sus formas patológicas (Segrin, 2001). Del mismo modo, es esperable que los
procesos psicoterapéuticos, una de las principales estrategias para tratar patologías mentales, se
vean fuertemente influidos por los fenómenos interpersonales. La psicoterapia, por definición, se
2015). De esta forma, se espera que la contribuciones interpersonales de los participantes de esa
forma específica que tome dicho vínculo, impacten directamente sobre el proceso de la terapia y
su desenlace.
psicoterapéutico. A estos fines, se comenzará por analizar de qué manera las características
terapeuta como predictora del cambio terapéutico. Por último, a modo de síntesis y conclusión
del capítulo, se explorarán efectos diferenciales del proceso terapéutico a partir de las
características interpersonales de los pacientes. De esta forma, la conclusión del trabajo realizado
estará orientado a presentar las bases para la creación de una guía sistematizada de adaptaciones
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pacientes.
A partir del valor creciente atribuido a las relaciones interpersonales en la salud mental
tratamiento y en los beneficios del mismo (Segrin, 2001; Wampold e Imel, 2015). Se ha
postulado que la psicoterapia podria ser especialmente sensible a las problemáticas de los
problemas interpersonales de los pacientes con variables del proceso psicoterapéutico, haciendo
especial énfasis en el vínculo entre paciente y terapeuta. Mediante estos trabajos se buscaba
determinar si la manera de ser de los pacientes en sus relaciones en general influía sobre el tipo
de relación que construían con sus terapeutas. Por otro lado, otro grupo de estudios se
efecto sobre sus resultados. A continuación se sintetizan estas dos líneas de investigación, en dos
terapia.
mayor parte de los trabajos se han focalizado en el estudio de la alianza terapéutica como
paciente y terapeuta orientada al logro de los objetivos de la terapia (Bordin, 1979). Debido a que
diferentes meta-análisis (Flückiger, Del Re, Wampold y Horvath, 2018; Horvath, Del Re,
Flückiger y Symonds, 2011; Martin, Garske y Davis, 2000), la mayoría de las investigaciones
con su terapeuta. Por ejemplo, se ha observado que cuanto mayor es el malestar interpersonal del
paciente en general, más débil tiende a ser su alianza tanto al inicio del tratamiento (Connolly
Gibbons et al., 2003) como en etapas intermedias (Constantino y Smith-Hansen, 2008; Renner et
al., 2012), viéndose especialmente afectado el vinculo emocional con el terapeuta (Paivio y Bahr,
1998).
y la fuerza de la alianza terapeutica. Los estudios muestran que problemas interpersonales de ser
demasiado hostil o indiferente en las relaciones (lo que se denomina problematicas de comunion
negativa) se asocian a un peor vínculo emocional con el terapeuta (Saunders, 2001) así como
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tambien a una alianza terapéutica más débil en los primeras sesiones (Connolly Gibbons et al.,
2003; Gómez Penedo, 2017; Johansen, Melle, Iversen y Hestad, 2013; Krieg y Tracey, 2016;
Muran, Segal, Samstag y Crawford, 1994; Puschner et al., 2005). Asimismo, se ha reportado que
problemáticas de ser demasiado cordial y dependiente en las relaciones (ser sobreprotector con
los otros, auto-sacrificado o explotable) se vinculan a mejores niveles de alianza terapéutica tanto
al inicio como en la mitad del tratamiento (Constantino y Smith-Hansen 2008; Dinger, Zilcha-
Mano, Mccarthy, Barrett y Barber, 2013; Constantino et al., 2010; Muran et al., 1994; Renner et
al., 2012). Lo curioso de estos últimos resultados es que sugieren que las problemáticas
interpersonales de los pacientes, no sólo se asocian a peores formas de relación con el terapeuta,
sino que en algunos casos ciertas problemáticas presentes en el paciente podrían favorecer la
Cabe destacar que los estudios que vincularon los niveles de malestar general y las
poblaciones de pacientes con variedad diagnóstica (trastornos de ansiedad, trastornos del estado
malestar general y las tendencias a establecer relaciones de cercanía) son procesos que
científica sobre sus efectos en la relación. Mientras que algunos trabajos muestran que peores
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dominantes (Muran et al., 1994; Renner et al., 2012), otros reportan que las problematicas de
sumisión son las que se asocian a peores formas de vinculación (Paivio y Bahr, 1998). En otros
dominación como de sumisión (Connolly Gibbons et al., 2003; Gómez Penedo, 2017).
Estos resultados podrían sugerir que entre los problemas interpersonales de agencia de los
pacientes y la relación terapéutica se presenta una relación no lineal sino cuadrática. Es decir,
que tanto formas extremas de sumisión como de dominación podrían ser negativas para el
vínculo terapéutico, mientras que niveles intermedios de agencia podrían ser facilitadores de un
vínculo terapéutico adecuado. Por otra parte, estos resultados también podrían explicarse por la
presencia de efectos diferenciales según el tipo de tratamiento. Por ejemplo, en los trabajos que
se citan arriba, pacientes con problemas de ser demasiado dominantes tuvieron peores niveles de
alianza en tratamientos cognitivos (Muran et al., 1994; Renner et al., 2012), mientras que en
presentaron niveles más bajos de alianza (Paivio y Bahr, 1998). Esto nos da la pauta de que
podría existir una interacción entre el abordaje y las características de los pacientes,
produciéndose diferentes efectos sobre la relación terapéutica según el tipo de tratamiento que se
conduzca y las características interpersonales con las que cuente el paciente. Este punto se
trabajos han explorado el impacto sobre la terapia de variables de los participantes de carácter
relacional, como es el caso del estilo de apego. Los resultados de estos estudios muestran
menores niveles de alianza terapéutica frente a la presencia formas de apego inseguro tanto en el
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paciente (Diener & Monroe, 2011; Nielsen et al., 2018) como en el terapeuta (Black, Hardy,
concordancia de estos estudios es observar que los pacientes que presentan mayores
culminar la terapia (Dammann et al., 2016; Renner et al., 2012). Luego, han habido estudios que
observaron peores resultados en pacientes con problemáticas de comunión positiva (por ejemplo
ser demasiado dependiente) (Dinger et al., 2013), mientras que otros encontraron mejores
resultados en pacientes con estos mismos problemas (Schauenburg, Kuda, Sammet y Strack,
2000). Del mismo modo, mientras que algunos trabajos reportaron una asociación entre
y Bagby, 2013 ; Wiltink et al., 2016), otros encontraron que los pacientes dominantes eran los
que más se beneficiaban de los tratamientos (Dinger, Strack, Leichsenring y Henning, 2007). A
asociaciones entre los problemas interpersonales de los pacientes y los resultados de los
tratamientos, pero el vínculo específico de las distintas problemáticas con peores o mejores
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resultado varían notablemente según el estudio y sus características (el tratamiento realizado,
el/los diagnóstico/s de la población tratada, etc.). Esta observación aporta a la, ya mencionada,
idea de que los problemas interpersonales podrían interactuar con otras cualidades de los
pacientes y con los tratamientos, generando así efectos diferenciales. De esta manera, los
alguien en terapia, sino moderadores de los abordajes. Es así que los problemas interpersonales
tratamiento para el paciente (Gómez Penedo, Constantino, Coyne, Bernecker, & Smith-Hansen,
2018) o de realizar alguna adaptación técnica al mismo (Gómez Penedo, Constantino, Coyne,
Westra, & Antony, 2017) para aumentar las probabilidades de éxito terapéutico. En las
Así como sucedio en el caso de la alianza terapéutica, algunos trabajos estudiaron los
estilos de apego. En este caso, los resultados de los trabajos fueron un tanto más consistentes que
los estudios centrados en problemáticas interpersonales, reportando que estilos de apego seguro
se asocian a mayores niveles de cambio (Meyer, Pilkonis, Proietti, Heape, & Egan, 2001),
mientras que estilos de apego evitativo o ansioso se vinculan a peores resultados (Nielsen et al.,
Holtforth et al., 2006). Si bien dentro de la relación terapéutica pueden identificarse diferentes
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Elisabeth Zetzel (1956), quien acuñó el término, considera a la alianza como una relación
positiva, construida a partir de los aspectos sanos del paciente, que le permite trabajar con el
terapeuta en las actividades del análisis (Zetzel, 1956). La autora consideraba que sin esa
Cabe destacar que en paralelo, el rol fundamental de la relación terapéutica era tambien
destacado por otros marcos teóricos no psicoanalíticos, tales como los modelos cognitivos (Beck
et al., 1979), humanístico-existenciales (Rogers, 1966) y, desde ya, sistémicos (Minuchin, 1974).
Sin embargo, fue recién a partir de 1979 que Edward Bordin presentó la primera
cambio común a las distintas formas de tratamiento. Bordin planteó una definición de la alianza
terapeuta e integrada por tres componentes: el acuerdo mutuo entre paciente y terapeuta respecto
de los objetivos de la terapia, el acuerdo entre los participantes respecto de las tareas a realizar
entre paciente y terapeuta orientada hacia el cambio, producto de su acuerdo en las tareas y
objetivos de trabajo y del vínculo afectivo entre ellos, constituiría así el fenómeno de la alianza
Más alla del surgimiento de nuevas propuestas que postularon distintas dimensiones de la
constructo (por ejemplo, el concepto de relación real; Gelso y Carter, 1994), la noción de alianza
terapéutica como relación de colaboración desarrollada por Bordin sigue siendo la predominante
que la alianza es un predictor robusto de resultados en psicoterapia (Flückiger, Del Re, Wampold
y Horvath, 2018; Horvath, Del Re, Flückiger y Symonds, 2011; Martin, Garske y Davis, 2000).
A partir de los coeficientes de correlación reportados en estos trabajos, se puede estimar que la
alianza explicaría un 8% de la varianza de los resultados del tratamiento. Se considera que luego
de los niveles de severidad iniciales de los pacientes, la alianza terapéutica es la variable que
mejor predice los resultados en psicoterapia, independientemente del marco teórico (Wampold,
2010). Este efecto no sólo se observa en la terapia convencional cara a cara; tamaños de efecto
similares entre la alianza y los resultados se han reportado al estudiar psicoterapias basadas en el
uso de internet (Flückiger et al., 2018), así como también en tratamientos farmacológicos (Zuroff
y Blatt, 2006).
generalizada, de que la alianza terapéutica produce en sí misma un efecto sobre los resultados de
la terapia (Feeley et al., 1999). Frente a estas ideas, algunos teóricos propusieron que la relación
entre cambio y alianza podía ser inversa (DeRubeis y Feeley, 1990; Feeley et al., 1999). En su
mayoría los estudios de la relación entre alianza y cambio, históricamente habían medido los
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niveles sintomáticos del paciente al principio y final de la terapia, y tomaban una medida de
alianza en algún momento del tratamiento (por ejemplo, la cuarta sesión). Luego se
correlacionaban los niveles de alianza en dicha sesión con el cambio producido entre el principio
produjeran un efecto sobre los niveles de la misma y, a su vez, sobre el resultado de la terapia
(Klein et al., 2003). Siguiendo esta hipótesis, la relación entre la alianza y el resultado sería un
fortalecimiento del vínculo, producto de estas mejorías. Para establecer que la alianza
mediante dichos cambios tempranos, debía ser controlada (DeRubeis, Brotman y Gibbons,
2005).
Durante la década del ‘90, algunos estudios mostraron que las mejorías sintomáticas
durante las primeras sesiones predecían la fortaleza de la alianza y que al controlar ese efecto, la
relación entre la alianza y los resultados ya no era significativa (DeRubeis y Feeley, 1990; Feeley
et al., 1999).
estadísticas más sofisticadas (como los modelos auto-regresivos o modelos mixtos). Mientras
que solamente un estudio, utilizando estas metodologias, observó que los cambios terapéuticos
predecían los niveles de alianza (Strunk, Brotman y DeRubeis, 2010), la gran mayoría reportó
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que la alianza predecía los cambios subsiguientes (Accurso et al., 2015; Klein et al., 2003;
Roussos, Gómez Penedo y Muiños, 2018; Zilcha-Mano, Dinger, McCarthy y Barber, 2014) o
temporal mutua a lo largo del tratamiento (Crits-Christoph, Connolly Gibbons, Hamilton, Ring-
Kurtz y Gallop, 2011 ; Falkenström et al., 2013; Ramseyer, Kupper, Caspar, Znoj y Tschacher,
2014). Estos resultados favorecerían la posición de que la alianza terapéutica podría ser un
concepto, han surgido una serie de críticas a la noción clasica de alianza como colaboración. En
las últimas décadas, estas críticas llevaron a la emergencia de una nueva definición de la alianza
Brenner (1979) y Curtis (1979), han señalado que el constructo de alianza terapéutica, definido
negativos y frustraciones, que son esperables durante el trabajo terapéutico. Mitchell (1988), por
su parte, afirmó que todas las relaciones humanas importantes, por su complejidad, tienen una
cuota necesaria de conflicto, ya que se ven atravesadas por procesos como la autodefinición o la
regulación emocional de los participantes. En este sentido, es de esperar que una relación como
misma línea, investigaciones empíricas han mostrado que las reacciones negativas de los
pacientes en terapia, lejos de ser un fenómeno atípico, son habituales durante el tratamiento
(Rennie, 1994). Por otra parte, algunos autores comenzaron a cuestionar la presunción de que
una buena alianza (como colaboración) era siempre un indicador positivo en el tratamiento.
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Hatcher y Barends (1996), por ejemplo, mediante análisis factoriales observaron un factor de la
alianza, definido por una colaboración muy alta y al mismo tiempo por un nivel importante de
desacuerdos del paciente hacia el terapeuta. Los sujetos que puntuaron alto en ese factor de la
con obediencia y/o sumisión por parte del paciente. Sería este el caso de pacientes que acallan
sus frustraciones o deseos, con el único fin de no alterar la relación con sus terapeutas (Bender,
2005). Por estos motivos, Safran y Muran (2006) afirmaron que el concepto de alianza, definido
camino hacia una conceptualización más compleja del fenómeno, que permitiese incorporar los
(2009), han propuesto pensar a la alianza como un constructo dinámico caracterizado por la
mismo Bordin (1983, 1994) afirma la importancia de un proceso de negociación entre paciente y
terapeuta respecto de las tareas y los objetivos de la terapia, así como la importancia de la
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capacidad del terapeuta para identificar y solucionar problemas en la alianza (Safran, Muran,
Samstag y Stevens, 2002). Desde este punto de vista, la negociación de la alianza (como
para sobrellevar conflictos que acontecen durante el tratamiento y resolver los desacuerdos que
emergen respecto de las acciones que se realizan y los objetivos que se persiguen (Safran et al.,
2002, 2009).
Según esta postura, cuando los intercambios entre paciente y terapeuta fluyen sin
inconvenientes, los procesos de negociación pueden operar a un nivel implícito (Safran et al.,
2002). Sería el caso de un terapeuta que decide no utilizar una determinada intervención por
considerar que podría no ser útil para el paciente o de un paciente que decide realizar una tarea
propuesta por el terapeuta aunque no esté convencido de su valor (Safran et al., 2002).
al., 2002). A estos impasses en la colaboración los autores los denominaron rupturas en la
alianza. Por ende, las rupturas en la alianza eran definidas como tensiones o desajustes que se
al., 2002). Dichas rupturas podían presentar una intensidad variable, yendo desde pequeños
derivando potencialmente en abandonos abruptos por parte de los pacientes o malos resultados
en la terapia (Safran et al., 2002). El surgimiento de estas rupturas, llevaba a los fenómenos de
expectativas de la terapia (Safran et al., 2002), que requiere de una acomodación mutua, sin que
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los participantes renuncien a sus propios deseos o necesidades. Por ende, esta forma de
fenómeno de sumisión u obediencia por parte de los participantes, como se ha señalado al hablar
de la alianza como colaboración (Safran et al., 2002). Según los autores, las rupturas podían
producirse en cada uno de los componentes de la alianza identificados por Bordin (1979), ya sea
en desacuerdos respecto de las tareas y objetivos de la terapia y/o por la presencia de tensiones
(Benjamin, 1990; Safran y Muran, 2006). Esta idea, se fundaba en las teorías del psicoanálisis
relacional, que postulaban que los procesos de negociación entre necesidades propias y ajenas,
constituían un aprendizaje crítico para el desarrollo psicológico de una persona (Mitchell, 1988;
Safran et al., 2002). En tanto muchas de las problemáticas que hacen que una persona comience
necesidades propias y las de los otros (Safran et al., 2002), la negociación de la alianza
terapéutica, era considerada una oportunidad para que el paciente alcance logros relacionales que
A partir de estos desarrollos teóricos diversos estudios con metodologías muy variadas
resolución de rupturas durante el tratamiento. Stiles et al. (2004) y Strauss et al. (2006),
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utilizaron modelos de regresiones, para identificar patrones de evolución de la alianza con forma
trabajos observaron que pacientes en los que se manifestaba este patrón de evolución, obtenían
diseñaron el Sistema de clasificación de rupturas y resoluciones conocido como 3RS, para poder
resultados. Por ejemplo, en un trabajo reciente usando este instrumento, Manubens, Olivera,
Roussos y Gómez Penedo (2018), han encontrado que pacientes que manifestaban cambios
tempranos en la terapia, contaban con mayores niveles de rupturas que pacientes que no
cambiaban; sin embargo, la tasa de resoluciones de dichas rupturas era más alta en los pacientes
que presentaban cambios. En un meta-análisis conducido por Safran y equipo en el año 2011, los
las rupturas. Los resultados del trabajo sugirieron la importancia de seguir explorando el valor de
las rupturas y resoluciones en la alianza, observando tamaños de efecto respecto de los resultados
inglés de Alliance Negotiation Scale; Doran et al., 2012; Waizmann et al., 2015). Esta escala
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presenta una versión para ser completada por el paciente (Doran et al., 2012) que se encuentra
validada en el contexto argentino (Waizmann et al., 2015) y una versión para ser completada por
el terapeuta (Doran, Gómez Penedo, Safran y Roussos, 2018) también validada en el país
(Gómez Penedo, Doran y Roussos, 2018). Trabajos recientes han demostrado la capacidad
Muran, 2016), así como también el impacto de su mejoría a lo largo del tratamiento (Gómez
de la alianza, mostrando otras facetas del fenómeno, la definición primigenia de Bordin continua
y para diseñar instrumentos para evaluarla (Doran et al., 2012; Waizmann, 2010). De esta forma,
de los pacientes. Esto permitiría incorporar los resultados que muestran similares tamaños de
efecto entre ambas formas de estudiar la alianza. Tanto los niveles generales de colaboración
como la capacidad de resolver rupturas en dicha colaboración pueden tener efectos terapéuticos
Nuevos modelos conceptuales e investigaciones empíricas serán necesarias para darle forma y
Como se mencionó en el primer apartado de este capítulo, si bien han sido muchas las
inconsistentes y contradictorios. Por ejemplo, como se ha descripto más arriba, algunos estudios
observado que pacientes con mayores problemáticas asociadas a ser sumisos tienden a construir
peores vínculos con sus terapeutas, mientras que otros reportaron que los problemas de ser
dominantes son los que se relacionan a un peor vínculo. Una explicación posible a estos
tratamiento realizado.
pacientes dominantes tienen peores niveles de alianza en tratamientos cognitivos (Muran et al.,
1994; Renner et al., 2012), mientras que pacientes sumisos tienen una alianza más débil en
terapéutico. En cambio, en tratamientos que solicitan un rol más activo por parte del paciente
(como pueden ser los psicodinámicos y humanístico-existenciales), sujetos con problemas de ser
sumisos en sus relaciones, con tendencias a delegar el poder a las otras personas, podrían tener
asocian a mejores resultados. Por ejemplo, pacientes con bulimia nerviosa que presentan
tendencias a ser dependientes y sumisos en sus relaciones, tienden a tener mejores resultados al
Penedo et al., 2018) .Se puede argumentar en este punto que la posición interpersonal prototípica
de un terapeuta cognitivo-conductual responde una postura amigable pero directiva (en otras
palabras, dominante). Siguiendo los principios de Kiesler (1996), dicha postura implicaría un
de pacientes dependientes (en extremo cordiales) y sumisos. De igual manera, pacientes con
cognitivos, que podrían representar un desafío explícito a sus creencias y, por ende, a su
abordajes o adaptación de los mismos para que sean consistentes a las formas predominantes de
relación de los pacientes, sería fundamental para sentar las bases sólidas de una relación
Sin embargo, en el largo plazo esa complementariedad puede representar un riesgo para
motivo de consulta (Horowitz, 2004). Investigaciones en el tratamiento del TAG han mostrado
que pacientes que presentan problemáticas de ser demasiado sumisos en sus relaciones (una
largo plazo, cuando son tratados con un abordaje CBT que incorpora estrategias para promover
su autonomía (Gómez Penedo et al., 2017). En cambio, el ser tratados con una terapia CBT
estándar (de naturaleza directiva) ésta podría reforzar sus tendencias desadaptativas hacia la
sumisión. Estudios sobre esa misma población, han mostrado que pacientes diagnosticados con
TAG que tienen problemas de sumisión, al reducir sus conductas sumisas en su relación con el
terapeuta en sesión, tienden a obtener mejores resultados a largo plazo (Gómez Penedo et al.,
2018).
Esta evidencia, en conjunto con un movimiento que ha tomado fuerza en los últimos años
Hollands et al., 2014; DeRubeis et al., 2014), nos plantea la importancia de contemplar las
características interpersonales de los pacientes al principio del tratamiento para ajustar sus
abordajes y obtener mejores resultados. A grandes rasgos, los resultados de los estudios plantean
interpersonal, podría ser un recurso tanto de mejoría de los pacientes como de estancamiento o
consistente al estilo interpersonal del paciente (sea este adaptativo o patológico) puede
basamento fuerte de confianza y seguridad al paciente para poder cambiar (Pinel y Constantino,
complementariedad puede mantenerse en el tiempo, siendo una vía terapéutica privilegiada. Sin
embargo, frente a estilos interpersonales patológicos, lo más adecuado sería que el terapeuta
Constantino, 2003). Ese lento movimiento de relojeria, implica movilizar al paciente hacia un
disfuncionales de relación con los otros, facilitando una mejoría sistémica en el sujeto. Esta
vocación de adecuar las acciones del terapeuta a las necesidades específicas del paciente ha
Sin embargo, esta intención de adaptar clínicamente los tratamientos requiere de una
2013). Es de esta forma que se concluye que para la práctica clínica sería de suma utilidad la
base a las dificultades interpersonales con la que cuenta el paciente al llegar al tratamiento.
Dichas guías podrían servir para entrenar a terapeutas en criterios sistemáticos de adaptación
clínica, y por ende, responsividad, para desarrollar en su práctica cotidiana, sea cual sea su marco
investigación empírica, que permita determina las estrategias adecuadas para tratar a pacientes
determinadas.
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