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PERSONALIDAD, CARÁCTER, TEMPERAMENTO.

(fragmento)
G. W. Allport (Tomado del libro: “La personalidad su configuración y desarrollo”)

Parece que todo el mundo sabe qué es la personalidad, pero nadie puede describirla
con precisión. Existen centenares de definiciones. En términos generales, pueden
clasificarse en tres grupos: basadas en el efecto exterior, basadas en la estructura.
interna, positivistas. Trataremos brevemente de las primeras; luego, después de
examinar los orígenes de la palabra «personalidad»; pasaremos revista a las
definiciones de los grupos segundo y tercero.
EFECTO EXTERIOR.
Decimos de una persona que conocemos: «Le falta personalidad»; decimos de otra:
«Tiene mucha personalidad». Queremos significar, evidentemente, que la persona a
quien nos referimos produce o no produce un cierto efecto o una cierta impresión en los
demás. Frecuentemente, cuando nos piden información sobre una persona, desean que
formemos juicio sobre su «personalidad», lo que se quiere de ordinario es una
apreciación sobre la eficacia o atracción social del individuo en cuestión.

Un investigador se propuso la tarea de determinar qué cualidades se requieren para que se


considere que una maestra tiene mucha «personalidad». Resultó de sus estudios que una
maestra «con mucha personalidad» debe poseer ocho cualidades : «conversación interesante,
competencia, amplios intereses, inteligencia, complexión atlética, ser buena deportista, sincera,
con capacidad de adaptación».

De modo que el concepto popular de personalidad se refiere a un cierto conjunto de


cualidades que resulta socialmente agradable y eficaz. Los anunciantes que se ofrecen
a ayudar a quien lo desee en el «desarrollo de la personalidad» se proponen reforzar
este conjunto de cualidades ofreciéndose a enseñar a hablar en público, a emplear las
actitudes y los gestos apropiados, a bailar, a conversar. Hasta en un anuncio de un lápiz
para los labios se decía que «daba personalidad», aunque en este caso lo que se
llamaba «personalidad» no podía ser una cosa más superficial.
No podemos aceptar la afirmación de que una persona posea más o menos
personalidad que otra. Los que no resultan atrayentes a los demás. están (en el sentido
psicológico) tan dotados como los que lo resultan y presentan para el científico igual
interés.
Definiciones más refinadas, pero con la misma orientación, son las que nos ofrecen
ciertos psicólogos que ven a la personalidad desde un punto de vista exterior, social.
Veamos algunas de estas definiciones:
. el efecto total (suma de los efectos parciales) ejercido por el individuo sobre la
sociedad; .
. el modo de comportarse o de actuar que influye con éxito sobre otras personas;
. las respuestas de otras personas al individuo en cuanto estímulo ;
. lo que los demás piensan de una persona.

Hay un argumento a favor de estas definiciones basadas en el efecto exterior.


Únicamente por los juicios formados por otras personas sobre un individuo puede
conocerse su personalidad. ¿Cómo podría conocerse a un individuo, sino por el efecto
ejercido sobre otros? Pero ¿qué diremos si el efecto es distinto en diferentes personas?
¿Será que tenemos muchas personalidades? ¿ O una de las personas que nos conoce
se forma una impresión correcta de nosotros y otras personas se forman una impresión
falsa? Si es así, debe haber en nuestro interior algo que constituya nuestra «verdadera»
naturaleza (que puede ser variable). Las definiciones basadas en el efecto exterior
confunden la personalidad con la reputación. Una persona puede tener muchas
reputaciones.
¿ Qué deberemos pensar de la personalidad del ermitaño solitario, o del niño que vive
en la selva, o de Robinson Crusoe antes de que llegara a la isla el negro Viernes?
¿Carecían tales personas de personalidad porque no ejercían ningún efecto en otros?
Creemos nosotros que en estos casos excepcionales posee el individuo cualidades
personales no menos interesantes que las de quienes viven en la sociedad
humana. Un actor de televisión puede ejercer efecto en millones de personas y tener,
sin embargo, una personalidad menos compleja que un individuo recluido en la más
completa soledad.
Es cierto que la impresión que ejercemos en otras personas y la reacción de las mismas
son importantes factores en el desarrollo de nuestra personalidad. Se tratarán estas
cuestiones en los últimos capítulos. Pero seguiríamos un camino equivocado si
confundiéramos los efectos externos de la personalidad con la estructura interna.
ORIGEN DEL TÉRMINO «PERSONALIDAD».
La palabra «personalidad» y su primitivo «persona» han suscitado durante mucho
tiempo el interés de los lingüistas. Max Müller, por ejemplo, se muestra entusiasmado
con su sentido abstracto y su amplia utilización.
Consideremos una palabra como persona. Nada puede ser más abstracto. No se
precisa si es masculina o femenina ni si es joven o vieja. Como nombre, no es mucho
más que «ser» como verbo. En francés hasta puede tener el significado de nadie, de
ninguna persona. Si en París, preguntamos a la portera si ha llamado alguien durante
nuestra ausencia, tal vez nos responda: Personne, monsieur, es decir, «Nadie, señor».
Pero esta palabra (persona) ha ido de una a otra parte dando grandes tumbos, pasando
de derecha a izquierda y viceversa, sugiriendo nuevos modos de pensar, provocando
controversias y ocupando hasta el día presente un lugar preeminente en todas las
discusiones sobre teología y filosofía, pero son pocos los que saben cómo ha surgido.
La palabra personalidad ( personnalité en francés, personality en inglés, Personlichkeit
en alemán) se parece estrechamente al latín medieval personalitas. En latín clásico
solamente se usaba persona. Todos los autores concuerdan en afirmar que el
significado primitivo de esta palabra era máscara. Esta etimología es tal vez del agrado
de los que prefieren definir la personalidad por el efecto exterior. Lo importante es la
apariencia, no la organización interior. Pero persona, incluso en tiempos antiguos, pasó
a significar otras cosas, entre ellas el actor que la máscara ocultaba, es decir, el
verdadero conjunto de sus cualidades internas y personales. También significó una
persona importante (de donde proviene personaje, y, en inglés, además de personage,
parson). Se empleó esta voz (y se sigue empleando) para designar a cada una de las
tres personas de la Trinidad. Durante mucho tiempo, hubo la disputa teológica de si
estas personas divinas eran aspectos de un Dios o tres personas coiguales. La
definición que de persona dio Boecio en el siglo VI es quizá la más famosa: Persona
est substantia individua rationalis naturae (persona es una substancia individual de
naturaleza racional).
Como vemos, ya en latín tenía esta palabra diversos sentidos. Algunos de estos
sentidos preludiaban las definiciones a base del «efecto externo»; otros, las definiciones
de «estructura interna».
ESTRUCTURA INTERNA.
La mayoría de filósofos y psicólogos (excepto los positivistas modernos, que pronto
consideraremos) prefieren definir la personalidad como una entidad objetiva, como algo
que existe realmente. Reconocen que la persona está abierta al mundo circundante,
que es influida por él y lo influye a cada instante. Pero la personalidad tiene una historia
propia y una existencia propia; no debe confundirse con la sociedad ni con las
percepciones que otros individuos tienen de una persona.
Wilhelm Stern, que era filósofo y psicólogo, decía de la personalidad que era una
«unidad dinámica multiforme». Añadía que nadie alcanza del todo una perfecta unidad,
pero siempre tiene este objetivo.
Algunos autores añaden a este tipo de definición una nota de valor. La personalidad es
algo que debe ser valorado. Goethe habla de la personalidad como de la única cosa en
el mundo que tiene un «valor supremo». En la misma convicción se basa la filosofía
moral de Kant. Todo puede ser usado en la vida por los hombres como medio para un
fin. Todo, menos la personalidad. Nadie puede explotar a otra persona. La integridad de
la personalidad ha de respetarse siempre. La ética judeo-cristiana inició esta línea de
pensamiento.
.Aunque los psicólogos occidentales también acostumbran a dar gran valor a la
integridad de la personalidad (porque concuerdan de este modo con el credo de la
democracia), sus definiciones son menos entusiásticas. Renuncian a todo intento de
evaluación y se limitan a dar una definición descriptiva. Presentamos a continuación un
típico ejemplo de tales definiciones. Personalidad es :

el conjunto de todas las disposiciones, impulsos, tendencias, apetencias e instintos


biológicos innatos del individuo, unido a las disposiciones y tendencias adquiridas por
experiencia.

A pesar de que esta definición considera a la personalidad como un dato accesible al


estudio, no señala la integración y la estructuración de los diversos componentes
mencionados. Es representativa de las definiciones ómnibus, tipo cajón de sastre. Es
más estructural la definición siguiente :

Personalidad es la organización mental total de un ser humano en uno cualquiera de los


estadios de desarrollo. Comprende todos los aspectos del carácter humano: intelecto,
temperamento, habilidad, moralidad y todas las actitudes que han sido elaboradas en el
curso de la vida del individuo.

Lo mismo diremos de la siguiente :


Personalidad es el agregado organizado de procesos y estados psicológicos del individuo

Algunas definiciones destacan el factor cognitivo subjetivo de la organización interna.


diciendo que personalidad es:

un esquema unificado de experiencia, una organización de valores consistentes entre sí.

También mi definición está formulada en términos de estructura interna (algunos


autores calificarán de «esencialistas» las definiciones de este tipo). Pero examinemos
primeramente una orientación opuesta.
EL PUNTO DE VISTA POSITIVISTA.
Algunos psicólogos contemporáneos se oponen enérgicamente a las definiciones
esencialistas. Dicen que la «estructura interna» es inaccesible a la ciencia. No nos es
posible conocer la «unidad dinámica multiforme» que «existe realmente». La estructura
interna, si es que de veras existe, no puede ser estudiada directamente.
Lo único que sabemos de la personalidad está constituido por nuestras «operaciones».
Si administramos un test de personalidad y obtenemos una puntuación determinada, se
trata de nuestras operaciones, de nuestro método. Por consiguiente, desde el punto de
vista positivista, la personalidad interna es un mito, «una cosa que se ha construido con
diversos elementos unidos por un nombre». A lo sumo, deberemos contentarnos con
conjeturas: podemos «conceptualizar» la personalidad. Esta conceptualización no
puede ir más allá de los métodos científicos que empleamos.
Un ejemplo de definición operacional es el siguiente:

Personalidad es la conceptualilación más adecuada de la conducta de una persona en


todo el detalle que puede dar un científico en un momento determinado.

Hallamos aquí una semejanza con las definiciones a base del «efecto exterior». La
personalidad no sería una cosa que existe en el sujeto, sino la percepción que tiene otra
persona, que en este caso es el científico. Es decir, la personalidad sería meramente
«una construcción», algo que es pensado, que no existe realmente, que «no está allí».
Exagerando la nota, afirman algunos psicólogos que no debería recurrirse nunca al
concepto de personalidad, Si conocemos los «estímulos» y las «respuestas» (psicología
S-R, stimulus-response, de estímulos y respuestas), no es necesario que nos
preocupemos de una «variable intermedia», como la personalidad. Ésta es la actitud de
un behaviorismo positivista extremo. Solamente son toleradas las operaciones
exteriores, visibles, manipulables. La personalidad se desvanece y solamente queda el
método.
Éste es el objetivo de algunos psicólogos. Cabe preguntarse si siguen de este modo el
camino que les muestran las ciencias más antiguas. Los astrónomos que estudian la
estrella Arturo, ¿creen que este astro es una mera construcción de su mente, un
conjunto de datos unidos por un nombre? No. Para ellos, Arturo es un cuerpo celeste,
que, existe realmente y posee una composición y una estructura que tratan de conocer
científicamente. Cuando un biólogo diseca una planta no cree que la estructura de la
planta y su fisiología residan únicamente en sus manipulaciones.
La personalidad es todavía más difícil de estudiar que los astros o las plantas, pero la
situación es la misma. Ni el psicólogo ni los que no son psicólogos llegan a comprender
completamente una personalidad, ni tan sólo la propia, pero no se deduce de ello la
negación de la existencia de la personalidad. Al igual que el astrónomo o el biólogo,
intentamos comprender una cosa que existe en la naturaleza. Debemos adaptar en todo
lo posible nuestros métodos al objeto sin definir el objeto en términos de nuestros
deficientes métodos.
DEFINICIÓN PARA ESTE LIBRO.
No hay definiciones correctas o incorrectas. Los términos solamente pueden ser
definidos de modo que sean útiles para propósitos determinados. Para el objeto que nos
proponemos en el presente volumen, necesitamos una definición de la personalidad que
sea «esencialista». Hemos de tratar a la personalidad como una unidad que existe ante
nosotros, «que está ahí», que posee en sí una estructura interna. Toda formulación está
llena de peligros, pero, buena o mala, nuestra definición es la siguiente :

Personalidad es la organización dinámica en el interior del individuo de los sistemas


psicofísicos que determinan su conducta y pensamiento característicos.

Examinemos ahora brevemente los conceptos clave de esta definición.


Organización dinámica. Ya vimos que las definiciones ómnibus, de cajón de sastre, no
son adecuadas. El problema central de la psicología es el de la organización mental (la
formación de configuraciones o jerarquías de ideas y hábitos que dirigen dinámicamente
la actividad. La integración y otros procesos de organización deben aceptarse
necesariamente para explicar el desarrollo y la estructura de la personalidad. Por
consiguiente, el concepto de «organización» debe aparecer en la definición. Este
término implica también el proceso recíproco de desorganización, especialmente en las
personalidades anómalas en las que se produce una progresiva desintegración.
Psicofísicos. Este término nos recuerda que la personalidad no es ni exclusivamente
mental ni exclusivamente neural (física). Su organización requiere el funcionamiento de
la «mente» y del «cuerpo» en una inextricable unidad.
Sistema. Todo sistema es un complejo de elementos en mutua interacción. Una
costumbre es un sistema como lo es también un sentimiento, un rasgo o característica,
un concepto, un estilo de conducta. Estos sistemas existen en el organismo en estado
latente incluso cuando no son activos. Los sistemas son nuestro «potencial para la
actividad».
Determinan. La personalidad es algo y hace algo. Los sistemas psicofísicos latentes,
cuando son llamados a la acción, motivan o dirigen una actividad y un pensamiento
específico. Todos los sistemas comprendidos en la personalidad han de considerarse
como tendencias determinantes. Ejercen una influencia directriz sobre todos los actos
adaptativos y expresivos mediante los cuales es conocida la personalidad.
Característicos. Toda conducta y todo pensamiento son característicos de la persona y
como se explicó en el capítulo I, son únicos, existentes solamente en un individuo.
Incluso los actos y los conceptos que aparentemente «compartimos» con otros son en
el fondo individuales e idiosincrásicos. Es cierto que algunos actos y pensamientos son
más idiosincrásicos que otros, pero no hay ninguno que no tenga un matiz personal. En
cierto modo, podría decirse que la utilización de la palabra «característicos en nuestra
definición es redundante, pero no siempre es mala la redundancia ya que puede servir
para precisar una cuestión.
Conducta y pensamiento. Estos dos términos sirven como tabla rasa para designar
todo lo que puede hacer. Lo que principalmente hace es adaptarse a su ambiente. Pero
no sería acertado definir la personalidad únicamente en términos de adaptación. No
solamente nos adaptamos al medio, sino que nos reflejamos en él. Tratamos de
dominarlo y algunas veces lo conseguimos. La conducta y el pensamiento sirven para la
supervivencia y el crecimiento del individuo. Son modos de adaptación al medio y de
acción sobre el mismo originados por la situación ambiental en que se encuentra el
individuo, modos elegidos y dirigidos por los sistemas psicofísicos comprendidos en
nuestra personalidad.
Respecto a esta definición puede plantearse la cuestión de si los animales tienen
personalidad. La respuesta es «sí». pero con reservas. No cabe duda de que los
animales poseen formas rudimentarias de sistemas psicofísicos heredados y adquiridos
que conducen a una actividad característica (única). Nada sabemos de su pensamiento.
Pero esta concesión no nos puede llevar muy lejos. La individualidad psicofísica de los
animales inferiores es muy primitiva y no puede servir de prototipo útil para la
personalidad humana. Nos atrevemos a afirmar que la diferencia entre dos especies
cualesquiera de vertebrados subhumanos no es tan grande como la diferencia que hay
entre un ser humano y otro ser humano. La enorme complejidad del cerebro humano.
tan distinta de la simplicidad del cerebro de otros vertebrados parece justificar este
aserto.
UNA OBJECIÓN FILOSÓFICA.
No hemos comentado todavía uno de los términos de nuestra definición. Nos referimos
a la palabra «individuo». Algunos filósofos dirían que hemos cometido el imperdonable
pecado de formular una petición de principio referente a la totalidad de la cuestión.
¿Quién es este «individuo» en el que reside la personalidad? ¿No admitimos con ello un
organizador, un sí ,mismo»? ¿No equivale a presentar una entidad inexplicada, que
crea de algún modo una unidad de personalidad?
Esta objeción procede especialmente de los filósofos personalistas, según los cuales
algún agente continuador y unificador está implicado (o es necesitado) en todas las
definiciones de personalidad. Uno de estos filósofos, Bertocci, modificaría nuestra
definición en la forma siguiente:
La personalidad de un self es la organización dinámica en el self (sí mismo) de
sus propias y únicas necesidades y capacidades psicofísicas de la que resulta la
unicidad de las adaptaciones al medio.
No vacilamos en admitir que existe realmente el apremiante problema de la relación
entre el self y la personalidad. Volveremos a referirnos a esta intrincada cuestión en el
capitulo VI. Bástenos señalar por el momento que en esta objeción se interpreta mal el
uso que hacemos del término «individuo». Cuando decimos que la organización
dinámica se halla en el interior del individuo, queremos significar solamente que está en
el organismo, en el sujeto. Es un modo de negar que la personalidad sea meramente
cuestión de «efecto exterior».
En cuanto al concepto de self (si mismo), no vemos la necesidad de incluirlo en la
definición. El sí mismo es seguramente un importante (evidentemente, el más
importante) sistema psicofísico de la personalidad, como veremos más adelante. Pero
no es necesario que nos detengamos aquí en este concepto.
CARÁCTER.
El término carácter despierta un interés no menor que el término personalidad. Ambos
se emplean a menudo uno por otro intercambiándolos aunque el primero es de origen
latino y el segundo de origen griego y significa señal o marca grabada, incisión. Es la
marca o sello de un hombre, su conjunto y configuración de características, su estilo de
vida. El más famoso entre los autores que emplearon este término en la antigua Grecia
fue Teofrasto, discípulo de Aristóteles. Escribió muchos esquemas de caracteres. de los
que se conservan una treintena.
En el capítulo VIII examinaremos su interesante método.
Actualmente. como hemos dicho al principio de este apartado estos dos términos se
emplean a menudo como sinónimos. Los psicólogos europeos parecen tener
preferencia por carácter, mientras que los americanos usan predominantemente
personalidad. Existe un interesante motivo para tal diferencia. Persona significa
originariamente máscara o careta; kharakter significaba marca (grabada). El primero de
estos términos sugiere apariencia, comportamiento perceptible desde fuera, cualidad
superficial; el segundo sugiere una cosa profunda yfija, tal vez innata, una estructura
básica. La psicología americana tiene preferencia por el medio; su orientación
behaviorista le invita a destacar el papel del movimiento exterior, de la acción visible. La
psicología europea, por el contrario, tiende a subrayar lo que hay de innato en la
naturaleza del hombre, lo que está profundamente grabado en él y es relativamente
inmutable. Freud, por ejemplo, habla frecuentemente de estructura del carácter, pero
raramente se refiere a la personalidad. En Europa, se emplea mucho el término
caracterología, que pocas veces se usa en América. Los psicólogos americanos han
escrito muchas obras en cuyo título figura la palabra «personalidad», pero pocas con el
título de «carácter» o «caracterología». Como vemos, la antigua diferencia de matiz en
estas voces puede explicar las preferencias que en su uso se muestran en diversas
regiones del mundo.
El término carácter ha adquirido un sentido especial además de su significación
originaria de marca o señal. Cuando decimos de una persona que tiene «buen carácter»
nos referimos a su excelencia moral. Pero si decimos que tiene una «buena
personalidad» queremos significar meramente que es socialmente eficaz (es el uso
popular de que hemos hablado al principio de este capítulo). De modo que cuando
hablamos de carácter es probable que impliquemos un criterio moral y hagamos un
juicio de valor. Esta complicación molesta a los psicólogos que desean mantener la
estructura y el funcionamiento de la personalidad independientes de todo juicio de
evaluación moral.
A ello se debe en buena parte que en la obra presente preferimos el término
personalidad. El lector sagaz dirá tal vez: «La importancia que da el autor a la estructura
interna corresponde a lo que los antiguos griegos entendían por carácter.» Es muy
cierto pero el sentido de valor y de juicio que se ha dado a «carácter» ha sido causa de
que no nos decidiéramos a usar esta voz.
Claro está que puede formarse un juicio de valor sobre la personalidad globalmente o
con referencia a una parte de la personalidad : «Es una persona noble». «Tiene muchas
cualidades agradables». En ambos casos, afirmamos que la persona en cuestión posee
características que, juzgadas de acuerdo con criterios sociales o morales exteriores.
son deseables. El hecho psicológico escueto es que las cualidades de tal persona son
simplemente tal como son. Algunos observadores (o algunos tipos de cultura) pueden
considerarlas nobles y agradables. Otras personas u otras culturas pueden juzgarlas
opuestamente. Por este motivo y para mantenernos de acuerdo con nuestra definición,
preferimos definir el carácter como personalidad valorada; también puede considerarse
la personalidad como el carácter sin valoración.
El término característico es de otra naturaleza. Lo hemos empleado en nuestra
definición de la personalidad porque, afortunadamente no ha tenido la aureola de
valoración de su primitivo. No implica ningún juicio moral. Por su significación, se halla
muy próximo al sentido originario de carácter. Se comprenden en él costumbres,
rasgos, actitudes e intereses, todas las marcas de la individualidad. Es un hecho curioso
que «característico» haya conservado su sentido primitivo mientras que «carácter» ha
añadido a su significación originaria matices nuevos.
Antes de dar por terminado el estudio de esta cuestión, nos referiremos a un empleo
adicional del término carácter. Algunos psicólogos lo consideran como una parte
especial de la personalidad. Uno de ellos lo define como «el grado de organización
éticamente eficaz de todas las fuerzas del individuo». Otra definición es la siguiente:
«una disposición psicofísica duradera a inhibir impulsos de acuerdo con un principio
regulador. Se han publicado un cierto número de investigaciones con el título de Studies
in Character o Dimensions of Character. Estos trabajos se refieren a la honradez, el
dominio de sí mismo, la consideración a los demás y la religiosidad en los niños.
El hecho de que un niño o un adulto tenga ideas morales, conciencia y creencias
religiosas es muy importante para el estudio de su personalidad, porque se trata de
características de su estructura interna. También es importante saber si una persona
tiene «disposición a inhibir impulsos de acuerdo con un principio regulador». Pero estas
tendencias se hallan dentro de la personalidad. El hecho de que sean percibidas y
juzgadas favorablemente no altera el caso. Por todo ello, preferimos no considerar el
carácter como una región especial de la personalidad. Podemos mantener nuestra
simple definición del carácter como personalidad valorada. La teoría ética es una
importante rama de la personalidad, pero no debe confundirse con la psicología de la
personalidad.
TEMPERAMENTO.
Desde la antigüedad ha llegado hasta nuestra época la doctrina de que el
temperamento de una persona está determinado en gran parte por los «humores»
(secreciones glandulares) del cuerpo. La palabra temperamento entró en la lengua
inglesa en la edad media junto con la doctrina de los cuatro humores. Significaba
entonces, y continúa significando) «una constitución o hábito mental que depende
especialmente de la constitución física o está relacionada con ella». Las investigaciones
sobre el temperamento se catalogan frecuentemente en la actualidad en la «psicología
constitucional».
El temperamento, como la inteligencia y la constitución física puede considerarse como
una especie de material en bruto con el que se constituye la personalidad. Estos tres
factores se basan en gran parte en la determinación genética; son, por consiguiente, los
aspectos de la personalidad más dependientes de la herencia. El temperamento se
refiere al clima químico o interno en el que se desarrolla la personalidad. Cuanto más
anclada está una disposición en el suelo nativo constitucional, más se considera
incluida en el temperamento. «Su temperamento natural es alegre.» «Tiene un
temperamento calmoso y apático.»
Un reducido número de autores, especialmente en Gran Bretaña, emplean a veces esta
palabra como un equivalente de «personalidad»: dicen, por ejemplo. «tests de
temperamento» en lugar de «tests de personalidad». Pero este uso es excepcional y
tiende a disminuir. En cambio, algunos autores que escriben sobre el limitado tema del
temperamento emplean erróneamente términos de significado más amplio como en los
siguientes títulos de libros: Glándulas reguladoras de la personalidad. Constitución física
y carácter. Bases biológicas de la personalidad. En estos tres casos hubiese sido más
apropiado hablar de «temperamento».
Para que puedan realizarse los progresos que sería de desear en el estudio del
temperamento, se necesitarían más investigaciones sobre genética humana,
bioquímica, neurología, endocrinología y antropología física. Sabemos que la
personalidad está condicionada en gran parte por el temperamento, pero no conocemos
con precisión las fuentes del temperamento.
¿Qué se incluye en el temperamento? No es posible dar una respuesta exacta. Cuando
decimos de una persona que se asusta fácilmente o que tiene fuertes o débiles
impulsos sexuales. 0 que tiene mal genio, etc.; cuando decimos de alguien que es por
su natural cachazudo e inactivo y que otro individuo es excitable y enérgico,
describimos temperamentos. Se han realizado diversos intentos de análisis de las
dimensiones básicas del temperamento con la ayuda de psicológicos, pero no se ha
llegado a un acuerdo. Parece probable que un factor primario corresponde al impulso o
vigor (o a su opuesto: la apatía). Las constituciones de intensos impulsos pueden
relacionarse con metabolismos elevados e intenso funcionamiento del tiroides. Pero
nuestro conocimiento sobre la base física todavía no es seguro; tampoco sabemos
cuántas dimensiones adicionales necesitamos para satisfacer el propósito de una
clasificación que nos presente las principales formas de temperamento.
A falta de un más preciso conocimiento de lo que es el temperamento, presentamos la
definición siguiente representativa del uso psicológico corriente y apropiada a los
objetivos que nos proponemos en la presente obra.
«Temperamento» se refiere a los fenómenos característico de la naturaleza emocional
de un individuo, incluyendo su susceptibilidad a la estimulación emocional, la fuerza y la
velocidad con que acostumbran a producirse las respuesta, su estado de humor
preponderante y todas las peculiaridades de fluctuación e intensidad en el estado de
humor, considerándose estos fenómenos como dependientes en gran parte de la
estructura constitucional y predominantemente hereditario.
Esta definición no implica que el temperamento sea inmutable, que no varíe desde el
nacimiento hasta la muerte. Al igual que la constitución física y la inteligencia, el
temperamento puede variar dentro de ciertos límites a causa de influencias médicas,
quirúrgicas y nutritivas, como también por acción del aprendizaje y de las experiencias
que tienen lugar en el curso de la vida. El temperamento puede modificarse a medida
que se desarrolla la personalidad. Pero existen en nuestra dotación congénita niveles
constitucionales, químicos, metabólicos y nerviosos que imprimen su sello característico
en el individuo toda la vida. Pueden producirse cambios pero no son ilimitados.

LA PERSONALIDAD MADURA (fragmento)

Nuestro prolongado examen del desarrollo del sí mismo, la motivación y los estilos
cognitivos nos conduce finalmente a la crucial cuestión de cómo es la personalidad
madura.
No podemos responder a esta pregunta únicamente en términos de psicología pura.
Para que podamos afirmar de una persona que es mentalmente sana, normal y madura.
debemos saber qué son la salud, la normalidad y la madurez. La psicología por sí sola
no puede decírnoslo. Está implicado hasta cierto punto el juicio ético.

Preguntaron a Freud: «¿De qué debe ser capaz una persona madura?» Respondió: «Debe ser
capaz de amar y trabajar.» Estamos de acuerdo con esta afirmación, pero
nos preguntamos: «¿Es esto todo lo que una persona normal debe ser capaz de hacer?» Otro
médico, Richard Cabot. presentó una lista doble: trabajar, amar. jugar y
adorar. Éstas son las actividades por las que vive una persona normal. Tanto si preferimos la
primera lista, como si adoptamos la segunda. nuestra elección se basa en consideraciones de
tipo ético. no en hechos científicos. La ciencia por sí sola no nos dirá nunca lo que es sano
normal o bueno.

La concepción de lo que es sano o normal difiere algo en las diversas culturas. En


algunas regiones. únicamente son «normales» las personas que se pierden
completamente a sí mismas siguiendo las tradiciones y haciendo progresar el bienestar
de la tribu. En el mundo occidental se da más importancia a la individualidad. a la
realización de las potencialidades propias.
Afortunadamente, en la cultura occidental existe bastante concordancia respecto a las
normas de normalidad, salud o madurez (usaremos estos términos indistintamente}.
Nos proponemos en este capítulo examinar y esclarecer esta área de acuerdo general.
Pero antes conviene formular cuatro observaciones:
I- Existe en la actualidad un gran movimiento de interés por este problema. Es
estudiado y examinado por todos lados y por psiquiatras. psicólogos y otros. Este
aumento de interés se debe en parte a la aguda amenaza de trastornos mentales y
perturbaciones emocionales que alarma actualmente a todas las naciones. Pero
también se debe este interés al deseo de hallar valores comunes entre las personas
sanas con el objeto de hallar una base sobre la que pueda edificarse una sociedad
mundial más pacífica.
2. No es fácil describir la considerable riqueza y congruencia de una personalidad
plenamente madura. Existen tantas maneras de desarrollarse como individuos, y en
cada caso el producto final es único.
Aunque en este capítulo tratamos de establecer criterios universales de vidas adultas
sanas. no debemos olvidar la amplia variedad de tipos individuales.
3. Difícilmente podremos esperar hallar un modelo de madurez en una persona
concreta. Nos referiremos más a un ideal que a personas concretas. Es significativo que
cuando invitamos a alguien a que nos cite alguna persona a la que pueda considerarse
como una personalidad madura, casi siempre cita a alguien que no forma parte de su
familia y pertenece al sexo opuesto. ¿A qué se debe esto? La causa consiste
posiblemente en que la familiaridad con una persona nos hace conocer sus flaquezas.
Hay algunos que se aproximan a la verdadera madurez. Pero ¿habrá alguien que la
alcance por completo?
4. La madurez de la personalidad no guarda necesariamente relación con la edad
cronológica. Un niño de once años bien equilibrado, «más sensato de lo que
corresponde a su edad», puede presentar más signos de madurez que muchos adultos
centrados en sí mismos y neuróticos. Un estudiante universitario juicioso puede tener
más madurez que su padre o que su abuelo. Claro está que lo más frecuente es que la
experiencia y la continuada ocasión de obstáculos y sufrimientos que ha sido preciso
superar confieran mayor madurez a medida que se progresa en edad. Pero el
paralelismo dista mucho de ser perfecto.
CRITERIOS DE MADUREZ PROPUESTOS.
Una elegante definición dice que una personalidad sana domina, activamente el
ambiente, presenta una cierta unidad y posee la capacidad de percibir correctamente al
mundo ya sí mismo. Una persona que ha alcanzado tal estado no pierde el contacto con
la realidad no pide demasiado a los demás 3 Esta definición es satisfactoria en los
aspectos que cubre.
Erikson nos ofrece una lista de criterios más completa. Este autor especifica los
atributos que deben alcanzarse normalmente en cada período de la vida :
Lactante: sentido básico de confianza
Primera infancia: sentido de autonomía
Edad del juego: sentido de iniciativa
Edad escolar: aplicación y capacidad
Adolescencia: identidad personal
Juventud: intimidad
Edad adulta: generatividad
Edad madura: integridad y aceptación
Erikson atribuye especial importancia al sentido de identidad cuya formación es un
problema especialmente agudo en la adolescencia. Sin un firme sentido de identidad.
(¿quién soy yo?) no puede alcanzarse la verdadera madurez.
Aunque en toda definición de salud, madurez o normalidad psíquica hay un juicio ético o
de valor, pueden sernos muy útiles como guía y corrector de nuestro estudio las
investigaciones clínicas y de laboratorio. Veamos un ejemplo:

Con referencia al concepto de «normalidad». el Centro de Estudios e Investigaciones sobre la Personalidad


dela Universidad de California. empleó el método siguiente:
Miembros del profesorado de diversas secciones de la universidad calificaron a estudiantes de la institución
a base de una escala de nueve puntos para la evaluación de la «solidez o normalidad de la persona en sus
diversos aspectos». definida como «el equilibrio y grado de madurez que muestra el individuo en sus
relaciones con otras personas ». Se obtuvieron seis evaluaciones para cada uno de los estudiantes y la
fidelidad global. era buena, con una correlación de .68 entre las evaluaciones parciales, lo que indica que
este método es tan útil como las puntuaciones corrientes. Un grupo de ochenta estudiantes, escogidos al
azar entre los evaluados, fue examinado intensivamente, con administración de tests, durante un período
de dos días completos, viviendo todos juntos. Los psicólogos que los observaron y examinaron en estos
dos días eran distintos de los que habían administrado las primeras pruebas e ignoraban las puntuaciones
de «normalidad» que habían obtenido en aquéllas. Resultó que la correlación entre ambos exámenes fue
de .41, que es significativa, pero en modo alguno perfecta.
Lo que nos interesa aquí especialmente son las diferencias descubiertas entre los estudiantes
considerados normales o sanos y los considerados menos sanos.
En primer rugar. se encontraron, en conjunto, apreciables diferencias en el ambiente del hogar. «En
general, los sujetos con puntuaciones más altas habían tenido un desarrollo más regular, con menor
frecuencia de enfermedades o traumatismos importantes en la infancia, hogares más estables y padres con
mayor éxito en la vida y más respetabilidad, que podían servir de patrón para el desarrollo del muchacho.»
Estas observaciones corroboran nuestras conclusiones anteriores de que la seguridad y la
estabilidad en la infancia permiten formular un buen augurio sobre un continuado progreso en el. desarrollo
de la personalidad. Sin embargo, hallaron los investigadores algunas marcadas excepciones a esta regla,
es decir, observaron diversos casos de jóvenes con personalidad muy equilibrada que habían crecido en
ambientes francamente desfavorables. Estas excepciones nos enseñan que el secreto de la madurez de la
personalidad no consiste en haber tenido una infancia fácil y suave. El secreto radica en «el modo de
responder a los problemas planteados por la vida». Una infancia que transcurre en condiciones favorable
puede ayudar a que se dominen después los problemas en que se encontrará el individuo, pero no lo es
todo.
Las principales diferencias halladas entre los estudiantes con personalidad madura y los que tenían una
personalidad menos madura (apreciada mediante tests, entrevistas y evaluaciones) fueron cuatro:
I. Eficaz organización del trabajo dirigido a los objetivos. Los estudiantes con evaluaciones más altas
resultaron ser los más firmes, los más resistentes al stress. Tenían más vitalidad, eran más adaptables y
sabían utilizar más recursos. En los tests de percepción presentaban menos fluctuaciones y errores
visuales.
2. Correcta percepción de la realidad. Los sujetos con puntuación alta, no solamente mostraron mayor
precisión en los tests de percepción, sino que tenían en general mejor capacidad de juicio, un conocimiento
de sí mismos más correcto (self-insight) y eran más escépticos respecto a los acontecimientos
«milagrosos».
3. Carácter e integridad en el sentido ético. Se comprobó que los estudiantes con puntuación alta eran
personas en las que podía confiarse más, con mayor seriedad y responsabilidad, más tolerantes. Los
«principios interiormente determinados» eran en ellos fuertes.
4. Adaptación interpersonal e intrapersonal. Los sujetos de puntuación elevada eran menos defensivos,
egoistas y desconfiados que los de puntuación baja. En general, dicen de sí mismos que «se sienten felices
la mayor parte del tiempo». Se observan en ellos pocos indicios de tendencias anormales, neuróticas o de
otra clase.

EI mérito de este estudio consiste en permitirnos, en cierto grado por lo menos, definir
mediante algunos aspectos concretos y mensurabIes, los juicios sobre «normalidad» o
«madurez». Aunque hay en él algunas lagunas, presenta la gran ventaja de confirmar el
juicio de los profesores sobre la madurez con el análisis del laboratorio psicológico.
En un estudio ulterior de Maslow se empleó un método algo menos objetivo, pero útil.
Este autor efectuó un análisis intensivo de diversas personalidades, vivas unas e
históricas otras, que eran consideradas maduras (o, como prefiere decir Maslow,
«actualizadoras de sí mismas» ) según juicio de las personas corrientes. Se esforzó en
excluir a los individuos con fuertes tendencias neuróticas, pero halló que había
pequeñas anormalidades incluso en las personas con más evidente actualización de sí
mismas.
Resumiremos brevemente los atributos descubiertos por Maslow: .

1. Más eficiente percepción de la realidad y más fáciles relaciones con ella. Los sujetos
estudiados, como los .estudiantes de mente madura de California, juzgaban de las personas y
las situaciones acertadamente. Quizás por esta razón presentaban uniformemente las
características de no sentirse amenazados y no tener miedo a lo desconocido. A diferencia de
las personas inmaturas, no sentían «una terrible necesidad de certitud, seguridad, exactitud y
orden».
2. Aceptación de sí mismo, de los demás y de la naturaleza. Conocen bien a los hombres ya la
naturaleza humana. Aceptan las necesidades fisiológicas y los procesos naturales sin aversión
ni vergüenza, pero también aprecian las cualidades «elevadas» que completan la naturaleza
humana.
3. Espontaneidad. Maslow concede gran importancia a la capacidad de apreciar el arte, las
oportunidades y la alegría de la vida, el sabor de la vida. Los que poseen una personalidad
madura no tienen el lastre de los convencionalismos y saben ver las «experiencias culminantes»
de la vida.
4 Concentración en los problemas. Como en los estudiantes de California con puntuación
elevada, las personas estudiadas por Maslow trabajan con eficacia y persistencia en tareas
objetivas. Pueden abstraerse en el estudio de un problema sin preocuparse de sí mismas.
5. Independencia en las relaciones personales. Las personas actualizadoras de sí mismas
sienten la necesidad de retiro, son autosuficientes. Sus relaciones con amigos
y familiares no son de tipo posesivo; no hay en ellas intrusión ni aferramiento.
6. Independencia respecto a la cultura y el medio. Estrechamente relacionada con la anterior,
poseen la facultad de aceptar o no los ídolos o modas dominantes en el medio en que viven. EI
curso de su evolución no está fundamentalmente influido por halagos o críticas.
7. Apreciación libre, no convertida en rígida. Tenemos en esta característica otro aspecto de la
espontaneidad y sentido de responsabilidad que presenta el sujeto frente
a experiencias nuevas.
8. Horizontes ilimitados. La mayoría de estos sujetos muestran más o menos interés por la
naturaleza última de la realidad. Maslow llama a esta característica «mística» u «oceánica». Es
el factor religioso de la madurez.
9. Sentimiento social. Tienen un sentimiento básico de «identificación, simpatía y afecto» a pesar
de los episodios de ira o impaciencia que pueden presentar. La simpatía por otras personas y su
comprensión, parece ser uno de los primeros signos de madurez.
10. Relaciones sociales profundas, pero selectivas. Como complemento del atributo de
«independencia en las relaciones personales», hallamos que las personas actualizadoras de sí
mismas son capaces de relaciones personales muy estrechas asociadas a una mayor o menor
obstrucción del ego. El círculo de relaciones estrechas puede ser reducido, pero incluso en las
relaciones superficiales fuera de esta órbita saben mantener un trato suave, con pocas
fricciones.
II. Estructura democrática del carácter. Observó Maslow que estos sujetos sienten y muestran
generalmente «respeto por todo ser humano precisamente porque es un ser humano». También
otras investigaciones revelan que la tolerancia étnica y religiosa se asocia a otras características
de madurez.
12. Certidumbre ética. Ninguno de estos sujetos se sentía inseguro respecto a la diferencia entre
lo justo y lo injusto en la vida cotidiana. No confundían el fin con los medios y tendían firmemente
a la consecución de los fines considerados justos en sí.
13. Humor sin hostilidad. Los juegos de palabras, los chistes y el humor agresivo se hallan en
estas personas menos frecuentemente que un humorismo filosófico, que sabe tener
consideración para con los demás, qué tiende a generar Ia sonrisa más que la risa, que es
intrínseco respecto ,a la situación más bien que añadido a ella; espontáneo, no planeado. Es
frecuente que no se preste a la repetición.
14. Creatividad. Maslow destaca, como característica global típica, un atributo que no falta nunca
en estas personas: la creatividad. Su estilo de vida presenta, sin excepción, una cierta intensidad
e individualidad que da carácter a todo lo que hacen, sea un escrito o una composición, la
confección de calzado o el trabajo doméstico.

No pretende Maslow que estos criterios sean independientes unos de otros.


Evidentemente, no lo son, pero parecen emanar conjuntamente de la personalidad en
los individuos con personalidad madura, sana o normal. Es decir, en las personas
actualizadoras de sí mismas.
Un grupo de psiquiatras estaba charlando sin preocupaciones académicas. Alguien
planteó la cuestión de qué debía entenderse por «salud mental». Se mencionaron
numerosas cualidades: buen humor, serenidad optimista, capacidad de disfrutar con el
trabajo, capacidad de disfrutar con el juego, capacidad de amar, capacidad de
consecución, de objetivos, ausencia de exceso en la manifestación de las emociones,
conocimiento de sí mismo, adecuada reacción a las situaciones, responsabilidad social.
Tengamos en cuenta que tales atributos fueron mencionados por psiquiatras,
acostumbrados a tratar con personas mentalmente enfermas. Pero precisamente es
interesante esta lista por basarse en la experiencia profesional con personalidades no
sanas.
Sin embargo, es lo cierto que las personalidades sanas no siempre son tan felices y
exentas de conflictos como parece deducirse de la lista de los psiquiatras. Aceptar el
sufrimiento, la culpabilidad y la muerte y comportarse serenamente a su respecto forma
parte de lo que requiere la naturaleza humana. Shoben intenta derivar los criterios de
normalidad de las cualidades esenciales del ser humano (tales como el largo período de
dependencia en las primeras edades de la vida y la capacidad de operar con símbolos).
Este método de estudio le conduce a destacar en la madurez el aspecto de seriedad.
Para este autor, normalidad significa «autodominio, responsabilidad personal,
responsabilidad social, interés social democrático. ideales».
También los criterios propuestos por los existencialistas destacan el aspecto serio de la
madurez. Comprenden el sentido de la significación y la responsabilidad, la aceptación
y «la valentía de ser» .
Las guerras del siglo xx, con la miseria que acarrearon, han polarizado la atención en el
sentimiento humano. Parten del sufrimiento dos caminos. Conduce el uno a la
destrucción de la personalidad; lleva el otro a su consolidación. Los traumatismos
físicos, las enfermedades, la cárcel producen frecuentemente un colapso permanente y
la desesperación. Pero otras veces estos mismos agentes son causa de una mayor
firmeza, riqueza y fuerza del alma. Aunque nadie busca el sufrimiento ni lo desea para
sus hijos, es dudoso que una vida de comodidades pueda conducir a la madurez.
Todos los criterios indicados se refieren a un tipo ideal, raramente (o nunca) alcanzado
por un individuo concreto. En la más firme de las personalidades pueden hallarse
puntos débiles o momentos de regresión; la normalidad depende en gran parte del
apoyo del medio.
De todos modos, es evidente que unas personas, a pesar de las circunstancias
desfavorables en que pueden encontrarse, se mantienen más próximas a este ideal que
otras.
Emprenderemos ahora la tarea de resumir de acuerdo con nuestro punto de vista los
criterios de madurez que acabamos de examinar.
Es arbitrario fijar su número en seis, pero la lista que presentamos parece un término
medio razonable, para nuestro propósito, entre las distinciones demasiado finas y las
poco precisas.
EXTENSIÓN DEL SENTIDO DE Sí MISMO.
El sentido de sí mismo se forma gradualmente en la infancia y no se ha completado a la
edad de tres años ni tampoco a la de diez. Continúa extendiéndose a compás de la
experiencia a medida que se hace mayor el círculo de participación del individuo. Cómo
señala Erikson, la adolescencia es una época especialmente crítica. En su lucha contra
la «difusión de la identidad», el muchacho quiere saber quién es él. ¿Qué hechos.
experiencias y papeles corresponden a su proprium? ¿Cuáles son periféricos o no
adecuados a su estilo de vida?
Los amoríos transitorios del adolescente ilustran este punto. El amorío focaliza impulsos
poderosos, pero discordantes : tonicidad sexual, tendencias asertivas y sumisivas,
ambiciones, intereses estéticos, sentimiento familiar, incluso emoción religiosa. Pero lo
importante es que esta íntima oleada establece una conexión entre el individuo y otra
persona; extendiendo rápidamente los límites del sí mismo. El bien de otra persona es
tan importante para el sujeto como el bien propio; mejor: el bien de la otra persona es
idéntico con el bien propio.
Pero no es solamente el amor de adolescente lo que amplía la individualidad. Se
incorporan en el sentido del sí mismo nuevas ambiciones, nuevas pertenencias a
grupos, nuevas ideas, nuevos amigos, nuevos recreos y aficiones y, sobre todo, la
vocación de cada individuo. Son factores nuevos en la identidad propia.
Es necesario aplicar aquí el concepto de la autonomía funcional. Para la persona
madura, la vida es algo más que la comida, la bebida, la seguridad, la sexualidad; es
más de lo que puede explicarse, directa o indirectamente, por la reducción de las
tensiones.
Si no se desarrollan en una persona intereses «fuera de ella misma» (aunque formando
parte del sí mismo), vive en un nivel más próximo al animal que al humano. Hablamos.
claro está, de autonomía funcional del proprium, no de la autonomía meramente
perseverativa.
Considerémoslo de otro modo. El criterio de madurez que examinamos ahora requiere
la auténtica participación de la persona en algunas esferas significativas de la actividad
humana. Ser partícipe no es lo mismo que ser meramente activo.

Consideremos, por ejemplo, el caso del ciudadano Sam, que vive y se agita en la gran
maquinaria que es la ciudad de Nueva York. Sus horas de inconsciencia, de sueño. las pasa en
algún punto del Bronx. Se despierta por la mañana y coge la botella de leche que le ha dejado
ante la puerta un empleado de una gran empresa de venta y reparto de productos lácteos. No
piensa conscientemente en los empleados de esta empresa, de tan vital importancia para su
salud. Después de saludar apresuradamente a la: patrona, corre a sumergirse en el vasto
sistema de transportes públicos de la ciudad, de cuyos misteriosos mecanismos nada sabe. En
la fábrica se convierte en una pieza de una maquinaria que escapa a su
comprensión. Para él, como para sus compañeros de trabajo, la empresa en la que está
empleado es una abstracción. Desempeña un papel puramente mecánico en la «creación de
excedentes» (sea lo que fuere tal cosa) y aunque él no lo sepa, su continua actividad en la
maquinaria está regulada por la «ley de la oferta y la demanda», la «disponibilidad de primeras
materias» y «la tasa de interés prevaleciente». A la semana siguiente, sin que él se entere, le
imponen una contribución para el «excedente en el mercado del trabajo». Un agente oficial le
cobra la cuota, sin que él sepa por qué, A mediodía, engulle la comida que prepara y sirve
automáticamente una monstruosa organización en la que también él es engullido
automáticamente. Después de volver a trabajar por la tarde, entra en un cine en busca de una
de las producciones para soñar sin dormir que fabrican en serie en Hollywood, con el objeto de
dar .descanso a su mente, que no ha realizado ninguna labor útil, pero está sometida a una gran
tensión. Finalmente, entra en un bar y pide los productos que se anuncian, víctima inconsciente
del ciclo publicitario.
Sam ha desplegado mucha actividad durante todo el día, una tremenda actividad,
desempeñando el papel que le corresponde en diversas áreas de actividad impersonal. Ha
pasado por varios mecanismos, ha entrado en relación automática con entidades que son
«personas jurídicas», pero no personas de carne y hueso. Las personas físicas junto a las
cuales se ha hallado eran, como él mismo, piezas insertadas en sistemas de
transmisión, demasiado cansadas para darse cuenta plenamente de lo que estaban haciendo.
Sam está implicado en diversas actividades durante todo el día, pero ¿Puede decirse que ha
participado en ellas en el sentido psicológico? Está implicado en ciclos diversos, pero su yo no
está implicado.

¿Qué es, exactamente, lo que no va bien en Sam? No ha extendido su sentido de sí


mismo a ninguna área significativa de la vida. Como ocurre con todos nosotros, entra en
contacto con muchas esferas de la actividad humana: económica, educativa, recreativa,
política, doméstica y religiosa. Sam se relaciona con todas estas esferas
superficialmente, pero no incorpora ninguna de ellas en si mismo.
Probablemente, sería pedir demasiado pretender que un individuo, aunque posea una
personalidad madura, se interese apasionadamente por todas estas esferas de
actividad. Pero si no se desarrollan intereses autónomos en algunas de estas áreas, si
nuestro trabajo, nuestros estudios y aficiones, nuestra familia y nuestra relación con la
política y la religión no entran en la esfera del proprium, no podemos decir que somos
personalidades maduras.
Una auténtica participación da una dirección a la vida. La madurez progresa en la
proporción en que nuestras vidas dejan de estar centradas en la inmediata proximidad
del cuerpo y en el yo. El amor a sí mismo es un factor preeminente e ineludible, pero no
es necesario que sea dominante. Todos tienen amor a sí mismos, pero únicamente la
extensión del sí mismo es signo-de madurez.
RELACIÓN EMOCIONAL CON OTRAS PERSONAS.
La adaptación social de la personalidad madura se denota por dos diferentes clases de
relación emocional. En virtud de la extensión de sí mismo, tal persona es capaz de una
gran intimidad en su capacidad de amar, ya sea en la vida familiar, ya en una profunda
amistad. Por otra parte, huye de la murmuración y se abstiene de intromisiones y de
todo intento de dominar a los demás, incluso dentro de su propia familia. Tiene en sus
relaciones un cierto desprendimiento que le hace respetar y apreciar la condición
humana en todos los hombres. Este tipo de relación emocional puede muy bien
llamarse simpatía.
La intimidad y la simpatía requieren que el sujeto no sea una carga o un estorbo para
los demás ni les impida la libertad en la búsqueda de su identidad. Las constantes
quejas y críticas, los celos y los sarcasmos actúan como tóxicos en las relaciones
sociales. A una mujer de marcada madurez le preguntaron cuál era a su juicio la regla
más importante de la vida. Respondió: «No emponzoñéis el aire que otros han de
respirar.»
El respeto a las personas como tales personas se alcanza mediante la extensión
imaginaria de las duras experiencias de la vida. Acaba uno dándose cuenta de que
todos los mortales se hallan en la misma situación humana. Vienen los hombres al
mundo sin haberlo pedido se les impone el irresistible instinto de supervivencia; se ven
asaltados por impulsos y pasiones; encuentran fracasos y sufrimientos, pero van
siguiendo su camino de un modo u otro. Nadie conoce con seguridad la significación de
la vida; todos avanzan hacia un destino desconocido y envejecen mientras lo hacen.
Toda vida se halla contenida entre dos límites desconocidos. No es de, extrañar que
exclamase el poeta: «Alabemos al Señor por cada partícula de compasión humana.»
Es oportuno consignar aquí dos signos de madurez frecuentemente señalados: la
tolerancia y la «estructura democrática del carácter».
Las personas inmaduras, por el contrario, parecen creer que solamente ellas tienen las
típicas experiencias humanas de pasión, miedo y preferencia. Al inmaduro solamente le
importan él mismo y lo que es de él. Su iglesia, su casa, su familia y su nación forman
un firme bloque; todo lo demás es ajeno, peligroso, excluido de su mezquina fórmula de
supervivencia.
Debemos decir algo más sobre los afectos personales más profundos. Puede afirmarse
sin temo!" a equivocarse que nadie, maduro o inmaturo, puede amar o ser amado
suficientemente. Pero parece que las personas menos maduras más quieren recibir
amor que darlo. Cuando el inmaduro da amor, lo hace por lo general en los términos
que le convienen; no lo hace sin condiciones y el otro ha de pagar por el privilegio. El
amor posesivo y paralizante para el amado (como el que muchos padres imponen a sus
hijos) Es muy corriente, pero no es bueno para el que lo da ni para el que lo recibe. Es
muy duro para Ios padres (o para el esposo, la esposa, la novia o el amigo) aprender a
desear la compañía del amado y quererle bien, aceptándolo al propio tiempo tal como
es, sin ligarlo con rígidos lazos u obligaciones.
«Genitalidad». Algunos psicoanalistas acostumbran a equiparar la madurez con lo que
llaman «genitalidad. El sexo es un tema tan dominante en la mayoría de vidas que
fácilmente se comprende que muchos teorizantes sostengan la tesis de que la
consecución de una completa satisfacción sexual orgiástica es un importante signo de
madurez. Afirman que el libre ejercicio de la función sexual es la mejor medida de la
capacidad individual de superar las fuerzas represivas de la sociedad y la presión de las
fijaciones sexuales infantiles. Pero como los raptores y los que tienen perversiones
sexuales son capaces de experimentar una satisfacción orgiástica completa, se hizo
necesario modificar este criterio limitando la satisfacción sexual propia de la madurez a
la experimentada «con una persona amada de sexo opuesto, Erikson establece esta
tesis en la forma siguiente:

Los psicoanalistas han señalado la genitalidad como uno de los principales signos de una
personalidad sana. La genitalidad es la capacidad potencial de desarrollar potencia orgiástica en
relación con una persona amada de sexo opuesto, «Potencia orgiástica» no significa aquí
descargar los productos sexuales en el sentido de «vías de salida» (Kinsey), sino la comunidad
heterosexual, con plena sensibilidad genital y una descarga
de tensión global, de todo el organismo... Su idea es, evidentemente, la de que la comunidad de
clímax del orgasmo nos da el mejor ejemplo de la mutua regulación de complicados patrones de
acción, que apacigua la hostilidad generada en la continuada oposición de lo masculino y lo
femenino, de la realidad y la fantasía; del amor y el odio, del trabajo y el juego. Las relaciones
sexuales satisfactorias hacen que lo sexual sea menos obsesivo y convierten en superfluo el
control sadista.

El argumento es. persuasivo. pero .no por ello dejamos de darnos cuenta de la
existencia de excepciones. No se ha demostrado que un individuo genitalmente maduro
sea normal en todas las áreas de la vida. Tampoco se ve claro que el impulso sexual
esté tan estrechamente ligado a todas las regiones de la personalidad como requeriría
la teoría. Tenernos, finalmente, los innumerables casos de solteros y solteras y aun
personas con aberraciones sexuales cuyas obras y conducta. son tan eminentes que no
podemos considerarlas «inmaduras».
¿Qué concluimos de todo ello? Parece justificado admitir que en muchos individuos la
madurez genital se asocia a la madurez personal general. Pero, posiblemente, no
puede afirmarse que .las personas maduras no experimentan frustraciones y
desviaciones en su comportamiento relativo a los impulsos, incluyendo los ramificados
impulsos de la sexualidad. La dificultad deriva del intento de identificar la motivación
adulta casi exclusivamente con el impulso sexual. Reconocemos que tan importante
impulso, regido por el individuo de un modo maduro, puede armonizar bien con la
madurez general y reforzarla, pero no está justificado reducir todo el problema de la
madurez a la genitalidad.
SEGURIDAD EMOCIONAL (ACEPTACIÓN DE sí MISMO).
Fácilmente observamos la diferencia que existe entre la persona con equilibrio
emocional y la que es emocionalmente exaltada y presenta accesos de ira o de
apasionamiento. Incluimos en el segundo grupo a los alcohólicos ya los que tienen
arrebatos de blasfemia y obscenidad. Los egotistas, los que se abandonan a sus
pasiones, los «infantiles», no han pasado con éxito por las fases de desarrollo
normales. Todavía se hallan preocupados con algunos fragmentos de su experiencia
emocional.
Muchos autores hablan de aceptación de sí mismo. Esta característica de madurez
incluye la capacidad de evitar reacciones excesivas frente a cosas correspondí entes a
impulsos segmentarios. El individuo maduro acepta su impulso sexual y se esfuerza
cuanto puede en comportarse respecto al mismo de modo que se origine el mínimo de
conflicto consigo mismo y con la sociedad. No busca constantemente lo libidinoso, pero
tampoco es mojigato ni deprimido. Todos tenemos miedo de algunas cosas, de la
muerte y de peligros inmediatos, pero, en general, el individuo hace frente a estos
temores con aceptación. Si no ocurre así, se forma una preocupación neurótica, que
puede ser, por ejemplo, de cuchillos y otros instrumentos cortantes, de puntos elevados,
de alimentos salubres o insalubres, de medicina, etc., con supersticiones y rituales
protectivos.
Es especialmente importante la cualidad llamada «tolerancia a la frustración». Cada día
se producen cosas que irritan o contrarían. EI adulto inmaduro, como el niño, reacciona
a los contratiempos con accesos de mal humor o irritación; se queja, culpa a otras
personas, se compadece a sí mismo. En cambio, el individuo maduro tolera la
frustración. Si ha habido falta o error en él. sabe aceptar este hecho siendo «intro
punitivo» ). Espera un momento oportuno, busca un medio de sortear el obstáculo y en
caso necesario se resigna a lo inevitable. No es cierto que el individuo maduro esté
siempre tranquilo, sereno y de buen humor, pero sus fases de mal humor son
transitorias. Hasta es posible que sea por temperamento pesimista y deprimido. Pero ha
aprendido a vivir sus estados emocionales de modo que no le conduzcan a actos
impulsivos ni perjudiquen el bienestar de otras personas.
Probablemente, no podría comportarse de este modo si no hubiese desarrollado un
continuo sentido de seguridad en su vida. Las experiencias de «confianza básica» en la
primera, infancia tienen algo que ver con este desarrollo, y en fases ulteriores ha
aprendido más o menos que no todo alfilerazo contra su orgullo es una herida mortal y
que no todo temor es confirmado por un desastre. Al expansionarse el sentido de sí
mismo, se asumen nuevos riesgos y nuevas posibilidades de fracaso. Pero el individuo
maduro considera tales inseguridades con un sentido de la proporción. Aprende a ser
cauto sin dejarse dominar por el pánico. El dominio de sí mismo es reflejo del sentido de
la proporción. El sujeto maduro expresa sus opiniones y sus sentimientos guardando
consideración a las opiniones y los sentimientos de los demás. No se siente amenazado
por sus propias expresiones emocionales o por las de otras personas. Este sentido de
la proporción no es un atributo aislado de la personalidad. Se forma porque el modo de
ver las cosas es ordinariamente de tipo realístico y porque el sujeto posee valores
integrativos que rigen y encauzan los impulsos emocionales.
PERCEPCIÓN REALÍSTICA, APTITUDES y TAREAS .
Como se ha visto en el capítulo precedente, el pensamiento es parte integrante de la
personalidad. Podríamos decir que la vida de los sentimientos y las emociones es la
urdimbre y los procesos mentales elevados la trama.
También hemos visto que en la personalidad sana, las percepciones y los
conocimientos cotidianos se caracterizan en conjunto por la eficacia y la exactitud. La
persona sana posee disposiciones (sets) que conducen a la verdad en mayor grado que
en las personas inmaduras. El individuo maduro no tuerce la realidad para acomodarla
a las necesidades y las fantasías del sujeto.
¿Significa esto que nadie puede tener una mente sana y madura sin un elevado
cociente intelectual? Hay en esta afirmación una parte de verdad, pero es peligrosa. Se
requiere, evidentemente, un mínimo de memoria, de capacidad verbal (simbólica) y de
capacidad general de solución de problemas. Ser maduro implica la posesión de estas
capacidades intelectuales básicas. Pero la ecuación no es reversible. Son muchas las
personas con una elevada inteligencia a las que falta el equilibrio emocional y la
organización intelectual que constituye una personalidad madura.

El psicólogo Terman estudió un grupo de niños superdotados cuyas puntuaciones en los tests de
inteligencia eran tan altas que cada uno de ellos era literalmente «uno entre mil». No solamente
era grande su dotación intelectual, sino que, considerados en grupo, poseían ventajosas
condiciones de salud, aspecto físico, sociales y económicas.
Examinándolos veinticinco años después, se halló que las anormalidades en la organización de
la personalidad no eran menos numerosas que en la población en general del mismo grupo de
edad. La proporción de psicosis y de alcoholismo era igual a la que presentaban los individuos
de la misma edad en el conjunto de la población. Se observaron casos de mala adaptación,
incluso graves, pero es difícil comparar su extensión con la existente en la población en general.
Es cierto que en muchos de ellos se había realizado lo que prometían en su niñez. Pero, en
conjunto, preciso es admitir que una inteligencia excepcional no garantiza por sí sola la madurez.

No solamente son más verídicas las percepciones y las operaciones cognitivas exactas
y realísticas, sino el que el individuo maduro posee aptitudes apropiadas para la
solución de los problemas objetivos. Una persona, normal en otros aspectos, que no
sabe conducirse acertadamente en su profesión (intelectual o mecánica, de ama de
casa o de cualquier otra clase) no tiene la seguridad ni los medios que requiere la
madurez para la extensión de sí misma. Aunque vemos frecuentemente personas
hábiles que son inmaduras, no vemos nunca personas maduras que no posean
aptitudes orientadas a la solución de los problemas ante los que se encuentran.
Junto con la percepción verídica y la aptitud, debemos situar la capacidad de perderse a
sí mismo en la realización del trabajo. HalIamos consignada esta condición en Freud, en
Maslow y en los investigadores de California. La persona madura se centra en el
problema. Le gusta trabajar objetivamente. Significa esto que es capaz de olvidar los
impulsos egoístas de la satisfacción de los instintos, el placer, el orgullo y la defensa
durante largos períodos de tiempo mientras está absorta en su tarea. Este criterio
puede relacionarse con el objetivo de «responsabilidad», en el que insisten los
existencialistas. En el espíritu del existencialismo se hallaba Harvey Cushing el cirujano
del cerebro, cuando dijo: «El único modo de soportar la vida es tener una tarea por
completar.»
Una persona madura está en estrecho contacto con lo que llamamos «el mundo real».
Ve los objetos, las personas y las situaciones tales como son y tiene ante sí una
importante tarea.
Añadiremos algunas palabras sobre la «madurez económica». Para la mayor parte de
las personas, la lucha para ganarse la vida, para ser solvente, para hacer frente a la
dura competición económica, es el mayor requerimiento que encuentran en la vida.
Exige muchos esfuerzos y origina a menudo crisis peores que las del sexo y de la
identidad consigo mismo. No siempre los estudiantes de universidades y escuelas
superiores se dan completa cuenta del porfiado combate que deberán librar para ganar
dinero. Los jóvenes, antes de entrar en esta dura competición, parecen a veces
relajados e incluso serenos. Pero poder sustentarse a sí mismo y a una familia a un
nivel de vida que aumenta constantemente es una empresa terrible. Hacer frente a esta
difícil tarea sin ser dominado por el miedo, sin sentirse desgraciado y sin caer en una
conducta defensiva, hostil y autoengañadora es uno de los más duros tests de madurez.
AUTOOBJETIV ACIÓN: CONOCIMIENTO DE si MISMO y SENTIDO DEL HUMOR.
Decía Sócrates que hay en la vida una regla fundamental: conócete a ti mismo. Pero no
es tarea fácil. Santayana escribió: «Nada hay que requiera tanto heroísmo intelectual
como ver escrita la ecuación de uno mismo.» Lord Chesterfield estaba quizá demasiado
satisfecho de su personalidad cuando escribía a su hijo: «Me conozco a mí mismo, lo
que puedo asegurarte que no es corriente. Sé lo que puedo hacer y lo que no puedo
hacer y, por consiguiente, sé lo que debo hacer.»
Son muchos los que piensan que tienen un buen conocimiento de sí mismos. En
diversos cursos de filosofía se ha comprobado que el 96 % de los estudiantes afirman
poseer un conocimiento de sí mismo igual o superior al término medio. Solamente el 4%
admiten una posible deficiencia. Como la parte de nuestro tiempo que dedicamos a
pensar en nosotros mismos es muy grande, es confortador suponer que nuestro
pensamiento es verídico, que conocemos verdaderamente el tema.
El término inglés insight o self-insight (conocimiento profundo de sí mismo) procede de
la psiquiatría. Se dice que un paciente mental tiene insight (se da cuenta de la
situación), cuando sabe que es él (no otra persona) quien sufre desorientación.
Extendiendo su empleo a la población normal, diremos que el conocimiento de sí
mismo es una magnitud o escala en la que las diversas personas ocupan posiciones
que van desde un gran conocimiento de sí mismo a un conocimiento muy escaso o
nulo.

Son muy interesantes a este respecto las autobiografías. Algunos escritores creen que tienen el
deber de reconocer sus defectos; lo consideran una virtud. Escriben sus confesiones
«objetivamente», para que todos las lean. Sin embargo, es muy probable que reserven algunos
tabernáculos secretos en los que nadie puede penetrar, ni tan sólo ellos mismos. Hay en la vida
algunos episodios de bajeza o vergüenza que sería demasiado humillante descubrir o
simplemente contemplar interiormente. Muchas autobiografías no son otra cosa que elaboradas
autojustificaciones.

¿En qué se basa el psicólogo .para decir que un individuo tiene o no conocimiento de sí
mismo? Se ha dicho que todo individuo es de tres modos:
tal como realmente es,
tal como él cree que es,
tal como los otros creen que es.
Idealmente, el conocimiento de sí mismo se mediría por la relación entre el segundo y el
primero, es decir, por lo que el hombre cree que es en relación con lo que realmente es.
Esto nos daría una perfecta definición e índice del insight. Pero en la práctica es difícil
obtener pruebas positivas de lo que un hombre es en el sentido biofísico. Por
consiguiente, en definitiva, el índice más utilizable es la relación entre el segundo punto
y el tercero, es decir, la relación entre lo que un hombre cree que es y lo que los otros,
(especialmente el psicólogo que lo estudia) creen que es. Si el hombre objeta que todos
los demás (incluyendo al psicólogo) se equivocan, nada puede argüirse en contra de
esta opinión. La evaluación del conocimiento de sí mismo, en tal caso, no es asequible
al hombre.
Los psicólogos saben que existen ciertas correlaciones referentes al conocimiento de sí
mismo o insight. Se sabe, por ejemplo, que las personas conocedoras de sus
cualidades desfavorables son menos propensas a proyectarlas en otras personas que
los individuos desconocedores de su existencia en ellos. Además, las personas con un
buen conocimiento de sí mismas, son mejores jueces de otros individuos y es más
probable que sean aceptadas por ellos. Se ha comprobado que los individuos que
tienen un buen conocimiento de sí mismos son por término medio bastante inteligentes.
Recordemos que los estudiantes que fueron evaluados como «normales» tenían un
buen conocimiento de sí mismos.
Sentido del humor. La más destacada correlación del conocimiento de sí mismo es tal
vez el sentido del humor. En una investigación no publicada en la que los sujetos se
evaluaron unos a otros respecto a un gran número de características la correlación
entre las evaluaciones del conocimiento de sí mismo y las del sentido del humor resultó
ser de 88. Tan elevado coeficiente significa que las personalidades con un buen
conocimiento de sí mismas poseen también un elevado sentido del humor o que los
evaluadores no sabían distinguir entre ambas cualidades.
En todo caso, el resultado es importante.
La personalidad de Sócrates nos muestra la estrecha asociación de ambas características. Nos
dice la leyenda que en una representación de Las Nube,. de ARISTÓFANES, permaneció
Sócrates de pie a fin de que los divertidos espectadores pudiesen comparar su rostro con la
máscara que pretendía ridiculizarlo. Poseyendo un buen insight fue capaz de contemplar la
caricatura de un modo objetivo contribuyendo a la broma riéndose de sí mismo.
¿En qué consiste el sentido del humor? El novelista Meredith dice que es la capacidad
de reírse de lo que uno ama (incluyendo, naturalmente, al propio sujeto y a todo lo que
le pertenece). El verdadero humorista percibe en cualquier acontecimiento el contraste
entre lo que se pretendía alcanzar y lo que ha resultado.
El sentido del humor debe distinguirse netamente del mero sentido de lo cómico. Este
último lo posee casi todo el mundo, tanto los niños como los adultos. Lo que se
considera corrientemente cómico (en la escena. en las historietas ilustradas, en la
televisión) consiste por lo general en absurdos juegos de palabras o broma gruesa. En
su mayoría, se basa en ridiculizar a alguien. El impulso agresivo está muy poco
disimulado. Aristóteles, Hobbes y otros autores han visto en este «súbito
ensalzamiento» del propio yo el secreto de toda risa. Relacionado con lo cómico
agresivo (que ridiculiza a otros), hay la risa provocada por las historietas «subidas de
tono» que parece debida a la liberación de las prohibiciones. Los instintos agresivo y
sexual se hallan, al parecer, en la base de gran parte de lo que se considera cómico.
El niño pequeño tiene un agudo sentido de lo cómico, pero raramente o nunca se ríe de
sí mismo. Incluso en la adolescencia, es más fácil que los defectos exciten en el
muchacho dolor que risa. Se ha comprobado que las personas menos inteligentes, que
tienen bajos valores estéticos y teóricos, prefieren lo cómico y carecen del sentido del
humor basado en las relaciones reales de la vida.
La razón de que el conocimiento de sí mismo y el sentido del humor se presenten
asociados consiste probablemente en que se trata en el fondo de un mismo fenómeno,
que es la autoobjetivación. El hombre que tiene un gran sentido de la proporción
relativamente a sus cualidades y a sus más apreciados valores es capaz de percibir sus
incongruencias y absurdidades en ciertas situaciones.

Al igual que vimos ocurría con el insight, casi todo el mundo afirma que posee un notable sentido
del humor. Los mismos estudiantes que habían evaluado su conocimiento de sí mismos en
comparación con el término medio de las personas fueron interrogados sobre la evaluación de
su sentido del humor. Noventa y cuatro por ciento respondieron que era tan bueno o mejor que
el promedio.
STEPHEN LEACOCK ha observado el mismo hecho. En My Discovery of England escribe:
«Tiene siempre especial interés por el sentido del humor. Por ninguna otra cualidad de la mente
se muestra tan susceptible su posesor como por el sentido del humor. Un individuo reconocerá
fácilmente que no tiene oído para la música o gusto para juzgar las novelas y hasta confesará
que no se interesa por la religión. Pero todavía no he encontrado a una persona que afirmase no
tener sentido del humor. Cualquier individuo piensa de sí mismo que está excepcionalmente
dotado en este aspecto...»

En honor de la verdad, debemos reconocer que, hasta ahora, los psicólogos han tenido
muy poco éxito en la evaluación del conocimiento de sí mismo y del sentido del humor.
Se trata de aspectos muy sutiles de la personalidad, de una esfera en la que esperamos
tengan los psicólogos en el futuro más éxito del obtenido en el pasado.
Afectación. En el polo opuesto del criterio anterior hallamos la tendencia de algunas
personas a aparecer exteriormente como lo que no son. La persona en la que se
presenta este fenómeno no se da cuenta de que su engaño es transparente, de que su
«pose» no le va. Vimos que el adolescente trata de imitar a otras personas para
hacerse más importante. Pero el adulto sabe que no puede pasar por otro a menos de
hacerlo por juego.
Es cierto que la" mayoría de las personas procuran presentarse en el aspecto más
favorable posible y que pretenden a veces poseer buenas cualidades y obtener éxitos.
exagerando la verdad. Pero el individuo maduro no llega hasta el punto de que esta
táctica social choque demasiado violentamente con la verdad. El conocimiento de sí
mismo y el sentido del humor mantienen un cierto freno sobre este egoísmo.
FILOSOFÍA UNIFICADORA DE LA VIDA.
Hemos afirmado que el sentido del humor es indispensable para ver la vida de un modo
maduro. Pero no es suficiente. Una filosofía de la vida exclusivamente humorista
conduciría al cinismo. Todo sería considerado trivial, desplazado e incongruente. No se
confiaría en la razón y se rechazaría toda solución seria. El cínico puede divertirse
siguiendo este camino, pero en el fondo se siente solo porque le falta la compañía de un
objetivo en la vida.
Dirección. Un estudio psicológico sobre este tema es el de Charlotte Bühler dedicado al
examen de la biografía de muchos individuos, famosos unos y de tipo medio otros.

La investigadora Califico necesario introducir el concepto de Bestimmung palabra alemana que


puede traducirse con cierta impropiedad al inglés por directedness (dirección). Analizando unas
doscientas biografías observó que cada vida estaba. ordenada u orientada hacia uno o varios
objetivos. Hay en cada individuo algo especial por lo que vive, un propósito principal. Los
objetivos varían en los diversos individuos. Hay personas que se concentran en un gran objetivo
único; otras tienen una serie de propósitos definidos. Un estudio paralelo en suicidas muestra
que la vida únicamente se hace intolerable a los que no encuentran ningún objetivo al cual
puedan orientarla.
En la infancia, faltan los objetivos al principio; en la adolescencia están vagamente esbozados,
en la madurez pronto se definen. Pero todos encuentran obstáculos. Si el individuo no obtiene
éxito en los objetivos primeramente fijados, quizás los trueque por otros más modestos con
descenso del nivel de aspiración. Otras veces persevera obstinadamente aunque tenga muy
pocas esperanzas de éxito. Algunas personas que ven deshechas sus aspiraciones permanecen
ligadas a la vida por mera indignación, pero incluso esto les sirve de objetivo para el combate.

Empleando este concepto, podemos decir que en las personalidades maduras la


Bestimmung es más marcada, más enfocada al exterior, que en las vidas menos
maduras. Surge un problema en los jóvenes que no tienen a la vista una dirección. En
una investigación en estudiantes universitarios resultó que aproximadamente la quinta
parte de ellos «no sabían por qué vivían», parecían no tener ninguna motivación,
excepto las circunstanciales del momento; no eran maduros ni felices. En algunos de
estos jóvenes puede desarrollarse ulteriormente la dirección a objetivos, pero las
perspectivas son desfavorables, ya que es en la adolescencia cuando se encuentran
generalmente altas ambiciones e idealismo.
Es corriente en los años consecutivos a la adolescencia una crisis que es
frecuentemente descuidada. Bühler observa que en el sexto lustro de la vida, cuando
los ideales de la adolescencia han experimentado el choque con la realidad, aparece la
decepción. En esta época de la vida, cuando el joven se aproxima a los treinta años, es
muy posible que vea la necesidad de aceptar la evidencia de un nivel inferior al
esperado en sus aptitudes y en las circunstancias de la vida. Ya hemos señalado la
dificultad que se encuentra en alcanzar la «madurez económica». El sueldo puede no
ser elevado como se había supuesto; el matrimonio puede no salir tan bien, es posible
que el individuo no sea capaz de superar sus defectos y puntos flacos. Sin embargo, a
pesar de esta fase de desilusión, parece ser de mejor pronóstico en un joven tener al
principio aspiraciones elevadas disminuirlas más o menos después, que carecer de una
firme orientación a objetivos.
El problema se presenta de un modo diferente en la vejez. Aunque las personas
ancianas emplean mucho tiempo en la evaluación de su esfuerzo total, todavía quieren
mantener su orientación a objetivos a pesar de que les es forzoso disminuir
considerablemente su actividad. El objetivo puede ser entonces muy modesto.
Recordamos el caso de una anciana recogida en un asilo que, según manifestaba, tenía
como única aspiración la de que «alguien la recordase con afecto cuando se hubiese
ido de este mundo. En general. Constituye una pérdida para la sociedad impedir a las
personas de edad que prosigan sus direcciones de desarrollo, retirándolas o
aislándolas. Cuando finalmente, ya no son capaces de trabajar, pueden ocupar el
tiempo provechosamente considerando en su conjunto los conocimientos de la vida que
han adquirido y buscando un patrón ideal en el estudio y el pensamiento filosófico y
religioso.

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