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A diferencia del segundo eje, este tercer eje parece dispararse selectivamente cuando la
persona no dispone de estrategias de afrontamiento, es decir, cuando sólo le queda
resistir o soportar el estrés.
Según este modelo, la reactividad fisiológica está determinada por la evaluación de las
situaciones como más estresantes de lo que en realidad son, o bien porque las conductas
realizadas por estos individuos producen elevadas respuestas simpáticas o
neuroendocrinas. Esta forma de actuar es producto de las características cognitivas
propias de ciertos perfiles de personalidad. Si esta hiperactividad fisiológica es elevada en
intensidad o frecuencia, afectará a los distintos órganos del cuerpo y pondrá en riesgo la
salud del individuo. Una representación gráfica de este modelo la podemos ver en la
figura
Lo que llamó la atención de los científicos sobre esta disciplina fueron los trabajos que
Ader y Cohen llevaron a cabo en 1975 sobre la posibilidad de aplicar, precisamente, el
condicionamiento pavloviano a la respuesta inmune. Como era previsible, la magnitud de
la respuesta condicionada y la resistencia a su extinción eran directamente proporcionales
al volumen de solución consumida tras una única asociación «sacarina-
ciclofosfamida». En otra palabras, habían conferido a la sacarina propiedades
inmunosupresoras, lo que provocó que los roedores hubieran adquirido vulnerabilidad a
los numerosos microorganismos patógenos que se encuentran permanentemente
presentes en los laboratorios y que, en circunstancias normales, son eliminados por el
sistema inmunitario. Cohen diseñaron una serie de experimentos con los cuales
confirmaron este hallazgo que señalaba una relación íntima y virtualmente no explorada
entre el sistema nervioso central y los procesos inmunológicos.
Los autores concluyeron que el mejor ajuste emocional de los familiares con factor
reumatoide les protege, de alguna manera, contra la enfermedad. Conceptualización del
sistema inmunológico.
Generalidades
Esta capacidad pueden manifestarla in vitro sin inmunización previa y sin intervención de
anticuerpos. Por su poca capacidad de discriminación, y porque aparentemente no
requieren una respuesta adaptativa, se les considera parte de la inmunidad
inespecífica. Su origen también es incierto, aunque se relacionan con algún tipo de
células T inmaduras. Por lo que respecta a su probable papel in vivo, serían la primera
línea de defensa citotóxica antivírica hasta la aparición de los linfocitos T citotóxicos.
Una vez que los microorganismos consiguen atravesar las barreras naturales, y mientras
se produce la respuesta inmune, deben enfrentarse con la inflamación o respuesta
inflamatoria, la cual es constitutiva, ya que no requiere un contacto previo con el
microorganismo para accionarse. La inflamación es el conjunto de cambios que se
producen en un tejido como respuesta a una agresión.
Hasta ahora hemos descrito las células que intervienen y predominan en la inmunidad
innata o inespecífica, pero existen otros tipos de células que intervienen en la respuesta
inmunitaria específica caracterizada por su especificidad y memoria, lo que permite a un
organismo adquirir inmunidad, esto es, que ante una segunda exposición al mismo agente
invasor produzca una respuesta inmune más rápida y más intensa. Las células implicadas
en esta inmunidad específica son los linfocitos. Al igual que en la inmunidad innata, aquí
también intervienen varios tipos de células, las más importantes las describiremos a
continuación. Los linfocitos se originan en un precursor común en la médula ósea.
Las funciones efectoras de los linfocitos T tienen lugar, en general, por contacto célula a
célula, por lo que se denominó inmunidad celular a la mediada por éstos. Su unión con
una toxina bacteriana puede neutralizar su actividad biológica pues bloquea sus sitios
activos, así como la unión a una partícula vírica puede neutralizar su actividad infecciosa
impidiendo su interacción con las células que infecta. La respuesta primaria es la reacción
observada tras la primera inyección de un antígeno. La respuesta secundaria es la
reacción observada tras una inyección de recuerdo que provoca una elevación rápida de
los niveles de anticuerpo, cuyo pico es más elevado y más precoz que el de la respuesta
primaria.
Por el contrario, han sido claramente establecidas las relaciones entre el sistema inmune
y el sistema neuroendocrino, lo cual constituye un primer mecanismo que nos permite
presuponer una vía de interacción entre distintos patrones de conducta y respuesta
inmune. Dichos animales presentan hipopituitarismo y además de padecer deficiencias
metabólicas sufren una capacidad de producción de anticuerpos disminuida con respecto
a la de los ratones normales, por lo que se pensó en un efecto permisivo de la pituitaria
para la respuesta inmune. Sin embargo, los resultados obtenidos respecto al efecto sobre
la respuesta inmune no son sólidos. Así, por ejemplo, se ha comprobado que la hormona
del crecimiento es necesaria para que tenga lugar, in vivo, una respuesta inmune normal
o lo que es lo mismo, la somatotropina es una hormona inmunopermisiva.
Respecto del sistema límbico, si bien existe cierta evidencia de que las lesiones en la
amígdala y en el hipocampo pueden no afectar la respuesta inmune , también hay
pruebas de que las lesiones en estas áreas pueden potenciar la respuesta inmune y
provocan un aumento del número de esplenocitos y timocitos, a la vez que potencian la
proliferación del linfocito T inducida por el mitógeno concavalina A, por lo que algunos
autores consideran que la amígdala y el hipocampo tienen un efecto depresor sobre la
respuesta inmune . Así, las lesiones en la región caudal de ella provocan una reducción
de la respuesta inflamatoria en la reacción de hipersensibilidad retardada, debido a lo que
se dedujo que activaba la respuesta inmune. Sin embargo, existen también trabajos que
demuestran que lesiones en la región rostral aumentan la respuesta inmune en la
reacción de hipersensibilidad retardada, por lo cual se argumenta que la estructura
mencionada tiene una función inhibitoria sobre la respuesta inmune. En este sentido se ha
demostrado que las catecolaminas tienen efectos variables sobre la respuesta inmune en
función de la zona del sistema nervioso que se tome en cuenta.
Por otra parte, uno de los argumentos que está cobrando importancia en los últimos años
es el papel de las diferencias individuales en la relación estrés-sistema inmunitario, las
cuales deben ser entendidas como las características idiosincráticas de un individuo que
definen sus patrones afectivos, cognitivos y conductuales. Sin embargo, es en fechas
recientes que se pone de manifiesto con mayor peso la necesidad de analizar el papel
que juegan las diferencias individuales en la psiconeuroinmunología y más aún como
herramienta para entender mejor las relaciones entre estrés, conducta y respuesta
inmunológica, pues algunos autores aluden a estas diferencias individuales como posible
explicación del escaso efecto de algunos estresores sobre la respuesta inmune. Estas
diferencias individuales se ponen de manifiesto en la percepción de un estresor particular
y en la naturaleza de la respuesta que los individuos dan a una misma experiencia
estresante. Así, por ejemplo, el duelo es una experiencia altamente estresante que ha
sido asociada con cambios en la actividad en las células natural killer, en la respuesta
proliferativa y en otros procesos inmunológicos.
Por otra parte, esta vinculación entre personalidad y síntomas de rinitis infecciosa no pudo
ser replicada con el virus de la gripe. En un intento de aportar nuevos datos a esta
relación entre personalidad e infección, Smith, Tyrrell, Coyle, Higgins y Willman analizaron
en dos experimentos distintos, si la susceptibilidad a padecer infecciones por
rinovirus, está relacionada con medidas de personalidad, estados fisiológicos, motivación
y eficiencia en la ejecución de diversas tareas experimentales de tiempo de
reacción. Dichos resultados llevaron a los autores a concluir que la personalidad, medida
con las escalas de extrover sión y neuroticismo del EPI, es un pobre predictor de
infecciones producidas por rinovirus.
Los trabajos que podemos incluir en esta área de estudio muestran una gran
heterogeneidad tanto por lo que respecta a las medidas de personalidad empleadas como
por los indica -dores del sistema inmunitario registrados. Así, por ejemplo, utilizando el
MMPI como medida de personalidad, Heisel, Locke, Krau y Williams compararon la
actividad de las células Natural killer con las puntuaciones obtenidas en dicho cuestionario
por 111 estudiantes universitarios. Los resultados muestran correlaciones bajas pero
estadísticamente significativas entre algunas de las escalas y la actividad de las NK, pero
diferentes en función del sexo. Finalmente, los sujetos con puntuaciones altas en el MMPI
ostentaban valores de NK por debajo de la media.
En un estudio, Jemmott, Borysenko, Borysenko, McClelland, Chapman, Meyer y Benson
relacionaron las diferencias individuales de personalidad, medida con dicho protocolo, con
la cantidad de inmunoglobulina A salivar registrada en diferentes momentos
antes, durante y después de un periodo de exámenes académicos. Los resultados
demostraron que los sujetos caracterizados por una gran necesidad de establecer y
mantener relaciones interpersonales secretaron mayor cantidad de IgA salivar en cada
una de las mediciones tomadas, comparados con el resto de los
participantes. Asimismo, estos sujetos experimentaron un descenso en dicho nivel de
anticuerpos en la última medición realizada correspondiente a un periodo de bajo
estrés. Estos resultados fueron reproducidos en un estudio posterior en el que se
analizaron las posibles relaciones entre el efecto inmunosupresor del estrés, la necesidad
de poder y la estimulación de la actividad adrenérgica.
Los resultados mostraron una correlación positiva y significativa entre las puntuaciones
obtenidas en la escala de neuroticismo del EPI y el nivel medio de IgM en
sangre. Además, los sujetos que presentaban un patrón de conducta «inhibido» y
«sensitivo» evaluado por medio del Millon Behavioural Health Inventory presentaron un
nivel mayor de IgM que el resto de los participan tes. Finalmente, los sujetos que según
dicho cuestionario exhibían un perfil «sociable» de personalidad presentaron una menor
concentración media de IgM en sangre. Resultados similares fueron obtenidos en un
estudio previo llevado a cabo por Ursin, Mykletun, Tonder, Vaernes, Relling, Isaksen y
Murison , en el que hallaron correlaciones negativas entre medidas de personalidad y
concentraciones de IgA, IgG e IgM en una muestra consistente en maestras sometidas a
un trabajo estresante durante un largo periodo.
Los resultados pusieron de manifiesto que los sujetos con un estilo explicativo
pesimista, es decir, que se atribuyen la responsabilidad de los sucesos negativos y que
consideran a éstos como persistentes y de largo alcance dieron un menor cociente T4/
T8. Además, la actividad de sus linfocitos estimulados con fitohemaglutinina fue menor
comparada con la presentada por los sujetos con estilo explicativo más optimista. Estos
resultados son paralelos a los obtenidos por Dykema, Bergbower y Peterson. Los
resultados obtenidos ponen de manifiesto que la ocurrencia de sucesos negativos no
interactúa con el estilo explicativo para provocar un peor estado de salud.
Es decir, la relación entre personalidad y respuesta inmune se hará tanto más evidente
cuanto más específicas sean las variables psicológicas e inmunitarias analizadas. En este
sentido, es fácil constatar, por ejemplo, cómo dentro de un mismo grupo de sujetos
definidos extrovertidos existen diferencias individuales respecto de los rasgos que
componen dicha extraversión. En este sentido, es necesario precisar muy bien la
valoración psicológica mediante el empleo de medidas más precisas en lo que se refiere a
personalidad, esto es, medición de rasgos vs. Ello permitiría verificar con más precisión
las relaciones entre variables de personalidad y respuesta, y tomar ésta como una medida
de funcionalidad del sistema inmunológico.
Otros estudios han demostrado que un patrón de escasas horas de sueño tiene efectos
perjudiciales en el sistema inmune que se hacen evidentes durante el día siguiente, así
como la relación que existe entre el consumo habitual de tabaco y la susceptibilidad a
padecer resfriados. Comportamiento y cáncer. Uno de los temas que más ha preocupado
a la psicología de la salud desde que se puso en evidencia la posible relación entre
conducta, mente y sistema inmune, ha sido el estudio de la posible conexión entre
factores psicológicos y cáncer. Greer acuñaran el término personalidad «tipo C».
El sistema inmune juega un papel importante en la defensa contra el cáncer, si bien los
mecanismos no son todavía del todo conocidos. Por otra parte, la especulación de que la
personalidad ejerce una influencia en el inicio y desarrollo del cáncer es ya antigua, véase
figura 2.5. Aunque la evidencia de la mayoría de ellas es variable y los estudios han sido
duramente criticados desde un punto de vista metodológico , tomados en
conjunto, proporcionan la imagen de una constelación de rasgos y estilos de
afrontamiento que pueden constituir la personalidad tipo C, o proclive a desarrollar
cáncer. No es nuestro objetivo revisar ni cuestionar la validez de los estudios sobre
personalidad tipo C ni sobre factores psicológicos y cáncer.
Nuestro interés reside en presentar al lector uno de los modelos explicativos que intenta
dar cuenta de la relación entre las diferencias individuales en personalidad biológicamente
explicadas y la aparición de enfermedad cancerígena, como ejemplo de la posible relación
entre personalidad e inmunidad. Dicho modelo, el elaborado por Eysenck, establece la
hipótesis del «efecto inoculación», según el cual, el individuo con riesgo de cáncer
presenta puntuaciones bajas en neuroticismo, psicoticismo y puntuacio nes altas en
extraversión . Además, sostiene que determina das hormonas como la ACTH y los
péptidos opiáceos endógenos tienen un efecto tanto en la personalidad como en el
sistema inmunológico. Asimismo, el sistema endocrino se ve influido por el estrés, que
Eysenck diferencia en agudo y crónico, debido a que producen efectos diferenciales sobre
el sistema neuroendocrino.