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Activación fisiológica en el estrés

Las situaciones de estrés producirán un aumento general de la activación del


organismo. Aunque inicialmente se consideró que la activación fisiológica en condiciones
de estrés era genérica e indiferenciada para cualquier estresor, tal como postulaba
Selye, actualmente es evidente la especificidad de las respuestas psicofisiológicas. A
nivel fisiológico, se pueden distinguir tres ejes de actuación en la respuesta de estrés. Los
únicos problemas pueden deberse a un mantenimiento excesivo de la tensión muscular
por activación de este sistema.

Su arranque implica la activación de la médula y de las glándulas suprarrenales, con la


consiguiente secreción de catecolaminas, lo que ayuda a aumentar y mantener la
actividad adrenérgica, lo cual produce resultados similares a los generados por la
activación simpática aunque con un efecto más lento y duradero. Las consecuencias de la
activación de este eje quedan reflejadas en la tabla 2.2. La activación de este eje se ha
asociado a lo que Canon denominó respuesta de lucha o huida. Esto es, un eje que se
dispara especialmente cuando la persona percibe que puede hacer algo para controlar la
situación estresora, sea hacer frente al estresor, escapar o evitarlo.
La activación sostenida de este eje facilita la aparición de problemas cardiovasculares. De
ahí la supuesta relación entre el patrón de personalidad tipo A y los trastornos
coronarios. Finalmente, la secreción de vasopresina altera el funcionamiento de los
riñones y su consiguiente incremento en la retención de líquidos, lo cual puede colaborar
al desarrollo de la hipertensión. El disparo de este tercer eje, más lento que los anteriores
y de efectos más duraderos, necesita una situación de estrés más sostenida.

A diferencia del segundo eje, este tercer eje parece dispararse selectivamente cuando la
persona no dispone de estrategias de afrontamiento, es decir, cuando sólo le queda
resistir o soportar el estrés.

Modelos de relación entre personalidad y salud


Existen varios modelos explicativos que intentan dar cuenta de las relaciones entre la
conducta y salud de los individuos. Dichos modelos son el de creencias sobre la salud, el
de la teoría de la utilidad subjetiva esperada, el de la teoría de la motivación por la
protección y el de la teoría de la acción razonada. Los primeros están más relacionados
con las conductas promotoras de salud y los segundos con las de detección de
enfermedades. Una alternativa a estas propuestas son los modelos centrados en los
rasgos de personalidad propuestos por Suls y Rittenhouse la personalidad como
determinante de conductas agresivas.

Según este modelo, la reactividad fisiológica está determinada por la evaluación de las
situaciones como más estresantes de lo que en realidad son, o bien porque las conductas
realizadas por estos individuos producen elevadas respuestas simpáticas o
neuroendocrinas. Esta forma de actuar es producto de las características cognitivas
propias de ciertos perfiles de personalidad. Si esta hiperactividad fisiológica es elevada en
intensidad o frecuencia, afectará a los distintos órganos del cuerpo y pondrá en riesgo la
salud del individuo. Una representación gráfica de este modelo la podemos ver en la
figura

Un ejemplo claro de la aplicación de este modelo es el patrón de conducta tipo A. Los


individuos que presentan este perfil de personalidad caracterizado por una implicación
laboral extrema, urgencia de tiempo, impaciencia, hostilidad y competitividad, necesitan
del éxito y el reconocimiento social de forma constante.

Suls y Rittenhouse se ha comprobado que los individuos hostiles se caracterizan


por presentar conductas de desconfianza e irritabilidad que desencadenan un
estado constante de hipervigiliancia asociado con la vasoconstricción del músculo
y a aumentos de

Un segundo ejemplo de la aplicabilidad de este modelo es la relación que se establece


entre la activación del sistema nervioso simpático y la depresión del sistema
inmunitario, lo que provoca que personas con características de hostilidad y tipo A sufran
también de enfermedades no vasculares tales como resfriados y gripe. Pese a que el
modelo propuesto es tentador no deja de presentar problemas que dificultan su
estandarización. Estas diferencias pueden ser, no obstante, debidas a que el Tipo A
excede al Tipo B con respecto a la duración y frecuencia de los episodios de
hiperactividad a lo largo de la vida. Una variante del modelo sostiene que ciertas
disposiciones crean, de forma crónica, elevados niveles de arousal fisiológico, el cual
causa alteraciones en el cuerpo que, a su vez, desencadenan trastornos fisiológicos.

Este modelo, por tanto, no reconoce variabilidad fisiológica que origine el desarrollo de la


hipertensión, sino que es el arousal crónico el que la provoca, consecuencia de la
tendencia crónica a suprimir sentimientos hostiles. Como conclusión podríamos decir que
este modelo hace hincapié en la reactividad inducida por el rasgo. Sin embargo, el grado
con el cual ofrece una explicación completa para cualquier asociación entre personalidad
y enfermedad, todavía no está claro.

La disposición de personalidad tiene un fuerte origen constitucional. Desde la perspectiva


de este modelo podría explicarse, por ejemplo, que el patrón de conducta tipo A es
constitucionalmente hiperreactivo según los hallazgos de Krantz y Durel, quienes
comprobaron que los sujetos con perfil de personalidad tipo A mostraban mayor
reactividad , incluso bajo anestesia. Ahora bien, al igual que en el modelo anterior, éste no
está exento de problemas.

Personalidad como causante de conductas riesgosas


Este tercer modelo propone que los rasgos de personalidad confieren mayor riesgo de
enfermedad pues exponen a los individuos a situaciones y circunstancias riesgosas. En la
figura presentamos un ejemplo gráfico del modelo.

Una historia reciente


La psiconeuroinmunología es una disciplina relativamente reciente. Sin embargo, en
opinión de Solomon , la psiconeuroinmunología se inicia en 1926 cuando los
investigadores Metalnikov y Chorine, del instituto Pasteur, descubrieron que la intensidad
de la inflamación podía modificarse por medio del condicionamiento pavloviano, lo que
llevó a considerar a la respuesta inmune como un reflejo defensivo. Al cabo de unos 15
días, la aplicación del estímulo neutro desencadenaba la misma inflamación que la
inyección de bacterias, aunque de intensidad y duración menores. Sin embargo, pese a
este descubrimiento, la psiconeuroinmunología aún era prácticamente desconocida.

Lo que llamó la atención de los científicos sobre esta disciplina fueron los trabajos que
Ader y Cohen llevaron a cabo en 1975 sobre la posibilidad de aplicar, precisamente, el
condicionamiento pavloviano a la respuesta inmune. Como era previsible, la magnitud de
la respuesta condicionada y la resistencia a su extinción eran directamente proporcionales
al volumen de solución consumida tras una única asociación «sacarina-
ciclofosfamida». En otra palabras, habían conferido a la sacarina propiedades
inmunosupresoras, lo que provocó que los roedores hubieran adquirido vulnerabilidad a
los numerosos microorganismos patógenos que se encuentran permanentemente
presentes en los laboratorios y que, en circunstancias normales, son eliminados por el
sistema inmunitario. Cohen diseñaron una serie de experimentos con los cuales
confirmaron este hallazgo que señalaba una relación íntima y virtualmente no explorada
entre el sistema nervioso central y los procesos inmunológicos.

Paralelamente se acumulaba evidencia en favor de una relación entre la mente y la


inmunidad, pues empezaba a estudiarse el efecto que el estrés ejercía sobre los procesos
inmunológicos, tanto en población animal como humana. En 1965 Solomon y Moos
publicaron un trabajo en seres humanos sobre el papel de la personalidad como factor de
predisposición a desarrollar la artritis reumatoide, una enfermedad autoinmune. En dicho
trabajo tomaron medidas de personalidad y analizaron la presencia o ausencia en la
sangre del factor reumatoide en las hermanas sanas de las pacientes artríticas. Los
resultados pusieron de manifiesto que las hermanas sanas con factor reumatoide
mostraban un perfil que sugería un mejor funcionamiento psicológico, mientras que las
hermanas sin factor reumatoide mostraban mayor descompensación emocional.

Los autores concluyeron que el mejor ajuste emocional de los familiares con factor
reumatoide les protege, de alguna manera, contra la enfermedad. Conceptualización del
sistema inmunológico.
Generalidades

En términos genéricos, el sistema inmune se concibe como un complejo sistema de


respuestas mediante las cuales el cuerpo se defiende de microorganismos invasores o
tejidos extraños. Sin embargo, consideramos que para una mejor comprensión de cuanto
tratamos de explicar es necesario entender la función básica del sistema inmune. Por
ello, en este apartado intentaremos definir, de forma concisa y clara, algunos elementos
de este complejo sistema a fin de comprender mejor su funcionamiento. En primer lugar
hablamos de los antígenos, elementos que pueden definirse como moléculas
que, introducidas en el organismo, inducen una respuesta inmunitaria, es
decir, desencadenan un proceso biológico complejo en el que interviene la proliferación
de células linfoides productoras de moléculas de reconocimiento que tienen la propiedad
de combinarse específicamente con el antígeno inductor.

Algunas moléculas, llamadas haptenos, reaccionan bien con los anticuerpos pero son


incapaces de provocar por sí mismas su producción. Para lograrlo deben unirse a un
portador Inmunidad celular mediada por células que, específicamente sensibilizadas, se
acumulan en el tejido implicado en la reacción y liberan a nivel local mediadores
farmacológicamente activos. Las membranas mucosas de la boca, faringe, esófago y
tracto urinario inferior están constituidas por varias capas de células epiteliales, a
diferencia de las que recubren el tracto respiratorio inferior, el tracto gastrointestinal y el
tracto urinario superior que están formadas por una delgada capa de células epiteliales
con funciones especializadas. Respecto del tipo de células que intervienen, aunque
básicamente son los linfocitos y macrófagos los responsables de las clásicas respuestas
inmunes, existen numerosos tipos de células que actúan en las distintas reacciones
inmunitarias.

Entre los elementos que componen la inmunidad innata, los fagocitos constituyen la


defensa más importante contra los microorganismos. Los neutrófilos son células con gran
poder fagocitario, de ahí su importancia en la defensa contra bacterias. Los eosinófilos
son células también llamadas leucocitos eosinofílicos que comparten con los neutrófilos la
función de fagocitar y destruir los microorganismos. Sus gránulos contienen proteínas
catiónicas, así como enzimas con capacidad de destruir ciertos parásitos.

El hecho de aumentar su presencia en la circulación durante infecciones parasitarias hace


pensar en una especialización de estas células en inmunidad antiparasitaria. Los
mastocitos son otro tipo de células comúnmente encontradas en los tejidos
conectivos. Ambas células están implicadas en el aumento de la permeabilidad vascular
durante la inflamación. NK, agresoras naturales, o «natural killer», son células
mononucleadas capaces de destruir a otras que han sido infectadas por virus o han
sufrido transformaciones neoplásicas.

Esta capacidad pueden manifestarla in vitro sin inmunización previa y sin intervención de
anticuerpos. Por su poca capacidad de discriminación, y porque aparentemente no
requieren una respuesta adaptativa, se les considera parte de la inmunidad
inespecífica. Su origen también es incierto, aunque se relacionan con algún tipo de
células T inmaduras. Por lo que respecta a su probable papel in vivo, serían la primera
línea de defensa citotóxica antivírica hasta la aparición de los linfocitos T citotóxicos.

NK es la reacción de injerto contra huésped, enfermedad originada por los linfocitos de un


donante de trasplante que reaccionan y atacan los tejidos del huésped. Los monocitos y
macrófagos ocupan un lugar importante en el desencadenamiento de las respuestas
inmunitarias y en la eliminación del antígeno. Es por ello que los nombres que se
designan ambos tipos de células son utilizados a menudo como sinónimos. El macrófago
es una célula altamente versátil con una amplia gama de funciones que abarcan desde la
fagocitosis hasta aspectos específicos de la inmunidad.

La fagocitosis de los macrófagos es similar a la de los neutrófilos, si bien aquéllos difieren


de éstos en su capacidad de seguir madurando fuera de la médula ósea, y en que bajo la
influencia de ciertos estímulos pueden «activarse», momento en el cual tienen la
capacidad de fagocitar de forma intensa, tomar más oxígeno y liberar grandes cantidades
de enzimas hidrolíticas. Si bien macrófagos y neutrófilos forman parte de la inmunidad
innata por su capacidad fagocítica, sólo los primeros juegan un papel muy importante
tanto en la respuesta humoral como en la mediada por células. Asimismo, están
implicados en la inmunidad antitumoral. Una de las reacciones importantes en este tipo de
inmunidad es la de inflamación.

Una vez que los microorganismos consiguen atravesar las barreras naturales, y mientras
se produce la respuesta inmune, deben enfrentarse con la inflamación o respuesta
inflamatoria, la cual es constitutiva, ya que no requiere un contacto previo con el
microorganismo para accionarse. La inflamación es el conjunto de cambios que se
producen en un tejido como respuesta a una agresión.

Los cuatro signos característicos de la inflamación, descritos en la antigüedad por

Debido al incremento de la adhesividad que se produce en las células endoteliales, los


neutrófilos y monocitos se acumulan en la pared endotelial inflamada. Estas células
cruzan la pared capilar y se mueven guiadas por mediadores químicos hacia el lugar de la
lesión. La liberación de dichos mediadores aumenta la permeabilidad capilar, debido a lo
cual los líquidos y las células sanguíneas pasan al espacio extravascular y provocan
hinchazón y aumento de presión local por compresión mecánica de los nervios, lo cual
origina el dolor. La evolución de esta respuesta inflamatoria depende de la extensión del
daño ocasionado por el microorganismo infectante o por la propia respuesta inflamatoria.

Hasta ahora hemos descrito las células que intervienen y predominan en la inmunidad
innata o inespecífica, pero existen otros tipos de células que intervienen en la respuesta
inmunitaria específica caracterizada por su especificidad y memoria, lo que permite a un
organismo adquirir inmunidad, esto es, que ante una segunda exposición al mismo agente
invasor produzca una respuesta inmune más rápida y más intensa. Las células implicadas
en esta inmunidad específica son los linfocitos. Al igual que en la inmunidad innata, aquí
también intervienen varios tipos de células, las más importantes las describiremos a
continuación. Los linfocitos se originan en un precursor común en la médula ósea.

Fabricio en el hombre y en otros mamíferos, pero experimentos con cultivos in vitro de


médula ósea y de hígado fetal sugieren que probablemente es el mismo tejido
hemopoyético que constituye un entorno apropiado para la maduración de las células B a
partir de las células madre precursoras . Así son exportados a los órganos linfáticos
secundarios como linfocitos B vírgenes. Los linfocitos T migran de la médula ósea hacia el
timo donde completan su maduración. Los linfocitos T maduros son exportados luego a
los órganos linfáticos secundarios, donde ocuparán las denominadas áreas
timodependientes.

Ambos tipos de células, al ser estimuladas apropiada mente por un antígeno, proliferan y


sufren cambios morfológicos. Los linfocitos B dan lugar a las células plasmáticas, las
cuales sintetizan y segregan anticuerpos que pasan a la circulación y pueden cumplir su
función a distancia de la célula productora. Debido a que los anticuerpos tienen la
propiedad de interactuar con los antígenos en los espacios extracelulares, se supuso que
estos linfocitos son responsables de la inmunidad humoral. Los linfocitos T, por el
contrario, se transforman en linfoblastos que, a su vez, sintetizan sus propios
componentes.

Las funciones efectoras de los linfocitos T tienen lugar, en general, por contacto célula a
célula, por lo que se denominó inmunidad celular a la mediada por éstos. Su unión con
una toxina bacteriana puede neutralizar su actividad biológica pues bloquea sus sitios
activos, así como la unión a una partícula vírica puede neutralizar su actividad infecciosa
impidiendo su interacción con las células que infecta. La respuesta primaria es la reacción
observada tras la primera inyección de un antígeno. La respuesta secundaria es la
reacción observada tras una inyección de recuerdo que provoca una elevación rápida de
los niveles de anticuerpo, cuyo pico es más elevado y más precoz que el de la respuesta
primaria.

El periodo de latencia es aproximadamente dos veces más corto y la dosis mínima de


antígeno que permite obtener una respuesta significativa es más baja. Una característica
fundamental de la inmunidad específica es lo que se conoce con el nombre de memoria
inmunológica, esto es, la capacidad de una célula del sistema inmune para reaccionar
frente a un antígeno con una respuesta de tipo secundario después de una primera
exposición. La respuesta es máxima cuando el segundo estímulo se aplica, en
general, una vez que ha pasado la respuesta primaria.

Sistemas psicofisiológicos implicados en el complejo psiconeuroinmunológico

En general, no tenemos suficientemente en cuenta el papel que desempeña el sistema


nervioso ni tampoco el de la acción psíquica sobre la vida del organismo. El papel de las
fuerzas psíquicas y su influencia sobre la vida del cuerpo son muy
grandes, incomparablemente más grandes de lo que se piensa. De hecho, la idea básica
defendida por la psiconeuroinmunología es que determinadas variables psicológicas
pueden ejercer una influencia determinante sobre el sistema inmune. La forma en que
tales variables psicológicas, que nosotros entendemos constituyen la personalidad del
individuo, influyen en el funcionamiento inmunológico, lo ilustramos en la figura 2.4.

Existen básicamente, tres vías distintas por medio de la percepción de situaciones y


estímulos estresantes en la que las características cognitivas ligadas a la personalidad del
individuo tiene un papel importante.

Relación entre el sistema neuroendocrino

Por el contrario, han sido claramente establecidas las relaciones entre el sistema inmune
y el sistema neuroendocrino, lo cual constituye un primer mecanismo que nos permite
presuponer una vía de interacción entre distintos patrones de conducta y respuesta
inmune. Dichos animales presentan hipopituitarismo y además de padecer deficiencias
metabólicas sufren una capacidad de producción de anticuerpos disminuida con respecto
a la de los ratones normales, por lo que se pensó en un efecto permisivo de la pituitaria
para la respuesta inmune. Sin embargo, los resultados obtenidos respecto al efecto sobre
la respuesta inmune no son sólidos. Así, por ejemplo, se ha comprobado que la hormona
del crecimiento es necesaria para que tenga lugar, in vivo, una respuesta inmune normal
o lo que es lo mismo, la somatotropina es una hormona inmunopermisiva.

Asimismo, la prolactina, cuyo parecido estructural y funcional con la hormona del


crecimiento es elevado, también presenta una función estimulante de la respuesta
inmune. Por lo que respecta al efecto que las lesiones cerebrales tienen en la respuesta
inmune, se ha podido comprobar que cuando se producen sobre distintas áreas de una
misma estructura anatómica, la afectan de manera distinta. A, de la actividad de las
células NK y de la respuesta de anticuerpos. Contrariamente, el efecto del hipotálamo
medio o posterior sobre la respuesta inmune no está sólidamente establecido ya que
lesiones en estas áreas han producido efectos variables sobre dicha respuesta.

Respecto del sistema límbico, si bien existe cierta evidencia de que las lesiones en la
amígdala y en el hipocampo pueden no afectar la respuesta inmune , también hay
pruebas de que las lesiones en estas áreas pueden potenciar la respuesta inmune y
provocan un aumento del número de esplenocitos y timocitos, a la vez que potencian la
proliferación del linfocito T inducida por el mitógeno concavalina A, por lo que algunos
autores consideran que la amígdala y el hipocampo tienen un efecto depresor sobre la
respuesta inmune . Así, las lesiones en la región caudal de ella provocan una reducción
de la respuesta inflamatoria en la reacción de hipersensibilidad retardada, debido a lo que
se dedujo que activaba la respuesta inmune. Sin embargo, existen también trabajos que
demuestran que lesiones en la región rostral aumentan la respuesta inmune en la
reacción de hipersensibilidad retardada, por lo cual se argumenta que la estructura
mencionada tiene una función inhibitoria sobre la respuesta inmune. En este sentido se ha
demostrado que las catecolaminas tienen efectos variables sobre la respuesta inmune en
función de la zona del sistema nervioso que se tome en cuenta.

Así, por ejemplo, la depleción de catecolaminas centrales por medio de la administración


de 6OHDA produjo efectos variables sobre la respuesta en anticuerpos disminuyéndola o
no afectándola. El papel de la serotonina sobre la respuesta inmune parece presentar
resultados más sólidos, que señalan su papel depresor sobre la respuesta en anticuerpos
mediante un mecanismo periférico. Sin embargo, también existen divergencias sobre la
acción central de dicho compuesto sobre la respuesta inmunitaria.

Dentro del emergente campo de la psiconeuroinmunología, varias son las investigaciones


que ponen de manifiesto la influencia de factores psicosociales sobre la respuesta del
sistema inmunológico. Uno de los más estudiados ha sido el estrés, el cual, asociado con
la secreción de diversas hormonas tales como los glucocorticoides cuyos efectos
inmunosupresores han sido ampliamente demostrados, se supone tiene un efecto
depresor sobre el sistema inmunológico. Cohen sugieren que el estrés agudo implica una
inmunosupresión, Naliboff, Solomon, Gilmore, Fahey, Benton y Pine detectaron
diferencias en el comportamiento de distintos parámetros del sistema inmune en una
situación de estrés agudo. Sin embargo, también existen trabajos metodológicamente
correctos cuyos resultados no se ajustan a esta idea y presentan datos contrarios que
muestran que el estrés crónico potencia la respuesta inmune o bien no tiene efecto sobre
ella.

Por otra parte, uno de los argumentos que está cobrando importancia en los últimos años
es el papel de las diferencias individuales en la relación estrés-sistema inmunitario, las
cuales deben ser entendidas como las características idiosincráticas de un individuo que
definen sus patrones afectivos, cognitivos y conductuales. Sin embargo, es en fechas
recientes que se pone de manifiesto con mayor peso la necesidad de analizar el papel
que juegan las diferencias individuales en la psiconeuroinmunología y más aún como
herramienta para entender mejor las relaciones entre estrés, conducta y respuesta
inmunológica, pues algunos autores aluden a estas diferencias individuales como posible
explicación del escaso efecto de algunos estresores sobre la respuesta inmune. Estas
diferencias individuales se ponen de manifiesto en la percepción de un estresor particular
y en la naturaleza de la respuesta que los individuos dan a una misma experiencia
estresante. Así, por ejemplo, el duelo es una experiencia altamente estresante que ha
sido asociada con cambios en la actividad en las células natural killer, en la respuesta
proliferativa y en otros procesos inmunológicos.

Así, desde el punto de vista de los modelos biológicos de personalidad la respuesta ante


una determinada situación amenazante estará determinada por el grado de labilidad
emocional del sujeto el cual, hemos visto, responde a una predisposición biológica a
reaccionar con una hiperactivación del sistema nervioso vegetativo. Asimismo, la
respuesta a una amenaza también estará determinada por el grado de susceptibilidad del
sujeto a determinado tipo de estímulos, el será condicionado por el nivel de activación del
Sistema de Inhibición Conductual . Por otra parte, desde un enfoque puramente
cognitivo, el efecto que el estrés puede ejercer sobre un individuo está decidido por el
grado en que el sujeto se ve capaz de hacerle frente, esto es, por los mecanismos de
coping o afrontamiento , los cuales, a su vez, dependen de los procesos de valoración en
los cuales tienen un papel fundamental aspectos derivados de la personalidad del sujeto
tales como las creencias, actitudes, intereses, etc. El resultado de esta valoración
determinará la res -puesta emocional así como los procesos de afrontamiento que se
llevarán a cabo sin olvidar la respuesta fisiológica que abarca desde los movimientos
musculares hasta una activación Por otra parte, también se ha comprobado en distintas
investigaciones que ciertas estrategias de afrontamiento están asociadas de una forma
sólida y estable con determinadas dimensiones de personalidad, concretamente a la
extroversión y al neuroticismo. En este punto percibimos una primera posibilidad de
relación entre personalidad y respuesta inmune, la que es mediada, a su vez, por la
actividad del sistema neuroendocrino.

Tal es el caso de los sujetos con altas puntuaciones en la escala de neuroticismo de


Eysenck, o que tienen activado el sistema de activación conductual o el de huida-ataque
de Gray. De la misma manera, algunos autores han comprobado la existencia de
correlaciones negativas entre niveles de cortisol en el líquido cefalorraquídeo y las
puntuaciones en la escala de psicoticismo de Eysenck, con lo cual la función inmune de
estos sujetos puede verse también alterada. Como ya se ha visto, algunos autores
sostienen que la noradrenalina posee efectos inmunosupresores, por lo que podría
esperarse una función inmune alterada en los sujetos con elevadas puntuaciones en la
escala de neuroticismo de Eysenck. En esta misma línea, y respecto de la
serotonina, como se ha comentado anteriormente, también se han observado sus efectos
sobre el sistema inmune.

En razón de que es un neurotransmisor implicado en la dimensión de ansiedad de Gray y


en la de estrés-ansiedad de Tous, pensamos en la posibilidad de que puntuaciones
extremas en ellas presenten alteraciones en la respuesta
inmunológica. Finalmente, estructuras anatómicas tales como la formación reticular, el
sistema límbico, el hipotálamo, el hipocampo y la amígdala, implicadas en sustratos
neurofisiológicos de determinadas dimensiones de personalidad, tienen un papel
importante también en la regulación de la inmuno competencia por lo que podemos
establecer una tercera vía de interacción entre personalidad y respuesta
inmune. Tous, puede relacionarse también con la respuesta inmune del sujeto a tenor de
los trabajos que demuestran que los hemisferios izquierdo y derecho tienen un efecto
diferencial sobre la respuesta inmune , por lo que cabría esperar un funcionamiento
inmune distinto entre introvertidos y extrovertidos. En resumen, vislumbramos la
existencia de distintos mecanismos por los cuales se puede intuir una relación entre
diferentes tipos de personalidad y respuesta inmunológica.

Tales resultados fueron parcialmente replicados en un estudio posterior realizado


por

Por otra parte, esta vinculación entre personalidad y síntomas de rinitis infecciosa no pudo
ser replicada con el virus de la gripe. En un intento de aportar nuevos datos a esta
relación entre personalidad e infección, Smith, Tyrrell, Coyle, Higgins y Willman analizaron
en dos experimentos distintos, si la susceptibilidad a padecer infecciones por
rinovirus, está relacionada con medidas de personalidad, estados fisiológicos, motivación
y eficiencia en la ejecución de diversas tareas experimentales de tiempo de
reacción. Dichos resultados llevaron a los autores a concluir que la personalidad, medida
con las escalas de extrover sión y neuroticismo del EPI, es un pobre predictor de
infecciones producidas por rinovirus.

Personalidad y diferencias individuales en parámetros del sistema inmunitario

Los trabajos que podemos incluir en esta área de estudio muestran una gran
heterogeneidad tanto por lo que respecta a las medidas de personalidad empleadas como
por los indica -dores del sistema inmunitario registrados. Así, por ejemplo, utilizando el
MMPI como medida de personalidad, Heisel, Locke, Krau y Williams compararon la
actividad de las células Natural killer con las puntuaciones obtenidas en dicho cuestionario
por 111 estudiantes universitarios. Los resultados muestran correlaciones bajas pero
estadísticamente significativas entre algunas de las escalas y la actividad de las NK, pero
diferentes en función del sexo. Finalmente, los sujetos con puntuaciones altas en el MMPI
ostentaban valores de NK por debajo de la media.

Otra medida de personalidad utilizada en algunos estudios ha sido el Test de


Apercepción

En un estudio, Jemmott, Borysenko, Borysenko, McClelland, Chapman, Meyer y Benson
relacionaron las diferencias individuales de personalidad, medida con dicho protocolo, con
la cantidad de inmunoglobulina A salivar registrada en diferentes momentos
antes, durante y después de un periodo de exámenes académicos. Los resultados
demostraron que los sujetos caracterizados por una gran necesidad de establecer y
mantener relaciones interpersonales secretaron mayor cantidad de IgA salivar en cada
una de las mediciones tomadas, comparados con el resto de los
participantes. Asimismo, estos sujetos experimentaron un descenso en dicho nivel de
anticuerpos en la última medición realizada correspondiente a un periodo de bajo
estrés. Estos resultados fueron reproducidos en un estudio posterior en el que se
analizaron las posibles relaciones entre el efecto inmunosupresor del estrés, la necesidad
de poder y la estimulación de la actividad adrenérgica.

Dichos sujetos fueron clasificados según su grado de «necesidad de poder» y «necesidad


de afiliación» mediante el TAT. Los resultados mostraron que 1 hora y 45 minutos
después del examen, los sujetos experimentaron un descenso en el nivel de IgA
salivar. Sin embargo, este descenso fue mucho más acusado en aquellos sujetos que
mostraban una mayor «necesidad de poder», e iba asociado, además, con un mayor
aumento en las concentraciones de norepinefrina en saliva. Por todo ello, los autores
concluyeron que aquellos sujetos cuya conducta es guiada por motivos de poder
presentan un nivel de activación adrenérgica superior al resto de la población, activación
que a medio plazo tiene efectos inmunosupresores.
Sin embargo, a pesar de la concordancia de resultados, estos estudios presentan
defectos tanto a nivel conceptual como metodológico. Utilizando también anticuerpos
como medida de la actividad inmunológica y el examen académico como fuente de
estrés, los trabajos de Vassend y Halvorsen estudian las relaciones entre personalidad, el
estrés provocado por un examen académico y las concentraciones en suero sanguíneo de
anticuerpos. A diferencia de las investigaciones anteriores, no obstante, Vassend y
Halvorsen emplearon como medidas psicológicas de personalidad pruebas derivadas
psicométricamente y fundamentadas en modelos biológicos de personalidad establecidos
empíricamente de manera sólida. Para ello deben obtenerse medidas psicológicas e
inmunológicas de los 23 sujetos participantes en tres momentos distintos en un intervalo
de 2 meses, y se hace coincidir la segunda medición con el día previo al suceso
estresante.

Los resultados mostraron una correlación positiva y significativa entre las puntuaciones
obtenidas en la escala de neuroticismo del EPI y el nivel medio de IgM en
sangre. Además, los sujetos que presentaban un patrón de conducta «inhibido» y
«sensitivo» evaluado por medio del Millon Behavioural Health Inventory presentaron un
nivel mayor de IgM que el resto de los participan tes. Finalmente, los sujetos que según
dicho cuestionario exhibían un perfil «sociable» de personalidad presentaron una menor
concentración media de IgM en sangre. Resultados similares fueron obtenidos en un
estudio previo llevado a cabo por Ursin, Mykletun, Tonder, Vaernes, Relling, Isaksen y
Murison , en el que hallaron correlaciones negativas entre medidas de personalidad y
concentraciones de IgA, IgG e IgM en una muestra consistente en maestras sometidas a
un trabajo estresante durante un largo periodo.

Los resultados pusieron de manifiesto que los sujetos con un estilo explicativo
pesimista, es decir, que se atribuyen la responsabilidad de los sucesos negativos y que
consideran a éstos como persistentes y de largo alcance dieron un menor cociente T4/
T8. Además, la actividad de sus linfocitos estimulados con fitohemaglutinina fue menor
comparada con la presentada por los sujetos con estilo explicativo más optimista. Estos
resultados son paralelos a los obtenidos por Dykema, Bergbower y Peterson. Los
resultados obtenidos ponen de manifiesto que la ocurrencia de sucesos negativos no
interactúa con el estilo explicativo para provocar un peor estado de salud.

Una muestra de 43 sujetos adultos sanos cumplimentaron dicho cuestionario y fueron


sometidos a una extracción sanguínea la cual sirvió para realizar el contaje de
células. Los resultados muestran una correlación positiva y significativa entre las
puntuaciones en neuroticismo y el número de leucocitos. La explicación que propone el
autor para dar cuenta de tales relaciones se centra en la activación simpática, propia de
los sujetos con altas puntuaciones en neuroticismo, y reconoce que pueden existir otros
mecanismos de interacción capaces de explicar las relaciones halladas en su trabajo. En
cualquier caso, estos resultados sugieren que el afecto negativo puede jugar un papel
importante en el posterior desarrollo de alteraciones mediadas por el sistema inmune
y, desde el punto de vista que guía nuestro estudio, estos resultados constituyen un
indicador más de la posible relación que puede establecerse entre distintos «tipos» o
dimensiones de personalidad y la actividad inmunitaria.

Personalidad y diferencias individuales en respuesta inmune específica


El número de trabajos experimentales que han examinado, en población humana, los
posibles correlatos entre variables de personalidad y respuesta inmune propiamente
dicha, es extremadamente escaso. De la revisión bibliográfica realizada, el único trabajo
que pensamos podría incluirse en este apartado es el de Sokhey, Vasudeva y
Kumar , mediante el cual intentaron averiguar cuáles eran las características de
personalidad asociadas con un grupo de sujetos con alergia respiratoria y con distintos
grados de reactividad cutánea. Una vez clasificados les administraron distintas pruebas
de personalidad a fin de estudiar las posibles diferencias en cada uno de los
grupos. Recientemente se ha intentado relacionar las dimensiones eysenckianas de
personalidad con la respuesta inmune provocada por la inoculación del virus de la
hepatitis A y B .

En cada una de las inoculaciones, y previo a ellas, los sujetos fueron evaluados en


medidas de personalidad, estado de ánimo y afrontamiento. Un mes después de recibir
cada una de las dosis, los sujetos fueron sangrados y se valoró por medio de la técnica
ELISA, el nivel sanguíneo de anticuerpos anti-VHA y anti-HBs. Así, los sujetos
extrovertidos con un patrón de afrontamiento activo, enérgico y centrado en el
problema, así como con una autopercepción positiva de su estado de ánimo, presentaron
una peor respuesta inmunitaria a la vacuna de la hepatitis A y B, si bien es necesario
señalar que dicha relación significativa fue de baja magnitud y fluctuante, es
decir, dependía de los anticuerpos medidos, del momento en que se extrajo la muestra de
anticuerpos y del sexo de los sujetos. Ahora bien, para responder afirmativamente a esta
cuestión es necesario considerar no sólo la especificidad de la respuesta inmunitaria en
relación con las diferencias individuales en personalidad, sino también con las diferencias
ligadas al sexo, así como respecto al empleo de un antígeno determinado.

Es decir, la relación entre personalidad y respuesta inmune se hará tanto más evidente
cuanto más específicas sean las variables psicológicas e inmunitarias analizadas. En este
sentido, es fácil constatar, por ejemplo, cómo dentro de un mismo grupo de sujetos
definidos extrovertidos existen diferencias individuales respecto de los rasgos que
componen dicha extraversión. En este sentido, es necesario precisar muy bien la
valoración psicológica mediante el empleo de medidas más precisas en lo que se refiere a
personalidad, esto es, medición de rasgos vs. Ello permitiría verificar con más precisión
las relaciones entre variables de personalidad y respuesta, y tomar ésta como una medida
de funcionalidad del sistema inmunológico.

Relaciones entre comportamiento y salud desde una perspectiva


psiconeuroinmunológica
Por su parte, éste aparece como el centro de control para mantener un balance en la
función inmune, y es que una escasa actividad inmunológica deja al individuo al acecho
de diversas infecciones y una excesiva actividad inmunológica ocasiona las
enfermedades autoinmunes. Por ejemplo, diversas investigaciones han demostrado que
los individuos bajo un estrés de larga duración e intensidad, que gozan de una fuerte red
de apoyo social, presentan un sistema inmune más eficaz en comparación con otros
individuos que soportan el mismo tipo de estrés pero que no gozan de ella. Además, que
el entrenamiento en ejercicio aeróbico y la terapia para reducir el estrés puede aumentar
la función inmune en pacientes afectados por el virus VIH. Una de las cuestiones que
desde la psicología de la salud preocupa a los investigadores es si los distintos estilos de
vida pueden afectar el funcionamiento del sistema inmunológico.

Otros estudios han demostrado que un patrón de escasas horas de sueño tiene efectos
perjudiciales en el sistema inmune que se hacen evidentes durante el día siguiente, así
como la relación que existe entre el consumo habitual de tabaco y la susceptibilidad a
padecer resfriados. Comportamiento y cáncer. Uno de los temas que más ha preocupado
a la psicología de la salud desde que se puso en evidencia la posible relación entre
conducta, mente y sistema inmune, ha sido el estudio de la posible conexión entre
factores psicológicos y cáncer. Greer acuñaran el término personalidad «tipo C».

El sistema inmune juega un papel importante en la defensa contra el cáncer, si bien los
mecanismos no son todavía del todo conocidos. Por otra parte, la especulación de que la
personalidad ejerce una influencia en el inicio y desarrollo del cáncer es ya antigua, véase
figura 2.5. Aunque la evidencia de la mayoría de ellas es variable y los estudios han sido
duramente criticados desde un punto de vista metodológico , tomados en
conjunto, proporcionan la imagen de una constelación de rasgos y estilos de
afrontamiento que pueden constituir la personalidad tipo C, o proclive a desarrollar
cáncer. No es nuestro objetivo revisar ni cuestionar la validez de los estudios sobre
personalidad tipo C ni sobre factores psicológicos y cáncer.

Nuestro interés reside en presentar al lector uno de los modelos explicativos que intenta
dar cuenta de la relación entre las diferencias individuales en personalidad biológicamente
explicadas y la aparición de enfermedad cancerígena, como ejemplo de la posible relación
entre personalidad e inmunidad. Dicho modelo, el elaborado por Eysenck, establece la
hipótesis del «efecto inoculación», según el cual, el individuo con riesgo de cáncer
presenta puntuaciones bajas en neuroticismo, psicoticismo y puntuacio nes altas en
extraversión . Además, sostiene que determina das hormonas como la ACTH y los
péptidos opiáceos endógenos tienen un efecto tanto en la personalidad como en el
sistema inmunológico. Asimismo, el sistema endocrino se ve influido por el estrés, que
Eysenck diferencia en agudo y crónico, debido a que producen efectos diferenciales sobre
el sistema neuroendocrino.

Por el contrario, el estrés crónico, que genera patrones adaptativos de conducta, provoca


una reducción de cortisol y una tolerancia a los opiáceos endógenos lo cual puede tener
un efecto protector contra el cáncer. Si bien el modelo es sugerente, la investigación
sobre el cáncer pone de manifiesto que la etiología de esta enfermedad es una cuestión
altamente compleja y difícil de reducir a un modelo causal como el planteado por el
autor. «parece estar claro que la psicología, y el estudio de la personalidad en
particular, es relevante no sólo para la psiquiatría, sino para toda la medicina, donde
ahora es común decir que debemos tratar a la persona, no únicamente a la
enfermedad. Para tal propósito, una comprensión clara de la estructura y dinámica de la
personalidad debe tener absoluta prioridad».

Sirva, pues, como ejemplo de la aplicabilidad y la importancia que tienen los estudios


sobre personalidad y sistema inmunitario en un área tan importante y emergente como es
la psicología de la salud.

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