Está en la página 1de 4

Riesgo

(conductas riesgosas)

Personalidad

Estado fisiológico

Figura 2.3 Modelo de la personalidad como causante de conductas riesgosas


(Adaptado de Suls y Rittenhouse, 1990).

Ahora bien, al igual que en el modelo anterior, éste no está exento de problemas. Por
una parte, no está claro por qué la personalidad debería ser un marcador de condiciones físi-
cas subyacentes; por otra, saca nuevamente a luz la controversia sobre la heredabilidad de
los rasgos.

Personalidad como causante de conductas riesgosas


Este tercer modelo propone que los rasgos de personalidad confieren mayor riesgo de enfer-
medad pues exponen a los individuos a situaciones y circunstancias riesgosas. En la figura
2.3 presentamos un ejemplo gráfico del modelo.
Los tres modelos no tienen por qué constituir explicaciones individualizadas sino que
mantienen efectos bidireccionales y recíprocos. En este sentido, una disposición genética a
la infección puede desarrollar un estilo cognitivo pesimista, lo cual, a su vez, puede llevar al
individuo a desarrollar conductas de riesgo.

Psiconeuroinmunología
como disciplina integradora
Un modelo explicativo de la relación que se establece entre conducta y enfermedad propo-
ne una conexión entre la activación fisiológica del individuo y el funcionamiento del sistema
inmunitario. En los últimos años ha aumentado el interés por investigar en el campo de la
psiconeuroinmunología, disciplina que se encarga de estudiar las relaciones entre conducta,
cerebro y sistema inmune. Debido a que se propone como explicación de las relaciones entre
psicología y salud, nos parece adecuado detenernos en este punto y analizar sus aportacio-
nes al estudio de la relación entre el comportamiento humano y la salud.

Una historia reciente


La psiconeuroinmunología es una disciplina relativamente reciente. En este sentido cabe seña-
lar, por ejemplo, que en el diccionario Thesaurus de la base de datos del Psyclit aparece

34 CAP. 2 COMPORTAMIENTO Y SALUD


como término en 1992. Sin embargo, ya en la antigüedad se había sugerido una relación entre
el estado mental y la susceptibilidad a enfermar, tal como expresa la tipología humoral de
Hipócrates y Galeno.
Hacia finales del siglo XVII, el médico Papai Pariz Ferenc comentaba: “cuando las par-
tes del cuerpo y sus humores no están en armonía, entonces la mente está desequilibrada y
aparece la melancolía; pero, por otra parte, una mente tranquila y feliz hace que todo el
cuerpo esté sano” (citado por Solomon, 1993). En el siglo XIX, su colega británico J. C. Williams
afirmaba que un médico no debe concentrarse exclusivamente en lo mental o en lo orgáni-
co, ya que ambos están siempre en acción y unidos inseparablemente (Solomon, 1993).
Ya en el siglo XX, Ishigami (1918) sostenía que la excitación física en los pacientes tu-
berculosos inhibe la fagocitosis, y señaló como mecanismo explicativo un dispositivo endo-
crino: la adrenalina. A principios de los sesenta ya había evidencia empírica de que el estrés
afectaba a la susceptibilidad a padecer infecciones virales (Jensen y Rasmussen, 1963). Sin
embargo, en opinión de Solomon (1993), la psiconeuroinmunología se inicia en 1926 cuan-
do los investigadores Metalnikov y Chorine, del instituto Pasteur, descubrieron que la inten-
sidad de la inflamación podía modificarse por medio del condicionamiento pavloviano, lo
que llevó a considerar a la respuesta inmune como un reflejo defensivo. Estos investigado-
res asociaron un estímulo neutro (rascado o calentamiento de la piel del cobayo) con una
inyección de una suspensión de bacilos. Al cabo de unos 15 días, la aplicación del estímulo
neutro desencadenaba la misma inflamación que la inyección de bacterias, aunque de inten-
sidad y duración menores. Sin embargo, pese a este descubrimiento, la psiconeuroinmunolo-
gía aún era prácticamente desconocida. Lo que llamó la atención de los científicos sobre esta
disciplina fueron los trabajos que Ader y Cohen llevaron a cabo en 1975 sobre la posibilidad
de aplicar, precisamente, el condicionamiento pavloviano a la respuesta inmune. Estos inves-
tigadores estudiaban los efectos de la variación del volumen de ingesta de una solución edul-
corada en la adquisición y extinción de una aversión gustatoria condicionada. Para ello, admi-
nistraron inyecciones intraperitoneales de ciclofosfamida (fármaco que produce molestias
gatrointestinales) minutos después de que los roedores ingirieran 1, 5 o 10 ml de solución
de sacarina. Como era previsible, la magnitud de la respuesta condicionada y la resistencia a
su extinción eran directamente proporcionales al volumen de solución consumida tras una
única asociación “sacarina-ciclofosfamida”. Sin embargo, lo realmente interesante de este expe-
rimento fue que algunos de los animales condicionados murieron en el transcurso de las
pruebas de extinción, en las cuales se administraba una solución edulcorada a los indivi-
duos sin inyectarles, en ningún momento, ciclofosfamida. Una vez concluido el experimen-
to, los investigadores se percataron de que la ciclofosfamida, además de sus cualidades aver-
sivas también poseía propiedades inmunosupresoras, lo cual sugirió que durante las pruebas
de extinción las ratas habían reaccionado con inmunosupresión condicionada al serles admi-
nistrada la sacarina. En otra palabras,
habían conferido a la sacarina propie-
dades inmunosupresoras, lo que pro-
vocó que los roedores hubieran adqui-
rido vulnerabilidad a los numerosos
microorganismos patógenos que se
encuentran permanentemente presen-
tes en los laboratorios y que, en cir-
cunstancias normales, son eliminados
por el sistema inmunitario. Ader y
Cohen diseñaron una serie de experi-
mentos con los cuales confirmaron
este hallazgo que señalaba una rela-
ción íntima y virtualmente no explora-
da entre el sistema nervioso central y
los procesos inmunológicos.

PSICONEUROINMUNOLOGÍA COMO DISCIPLINA INTEGRADORA 35


Paralelamente se acumulaba evidencia en favor de una relación entre la mente y la
inmunidad, pues empezaba a estudiarse el efecto que el estrés ejercía sobre los proce-
sos inmunológicos, tanto en población animal como humana. En 1965 Solomon y Moos publi-
caron un trabajo en seres humanos sobre el papel de la personalidad como factor de predis-
posición a desarrollar la artritis reumatoide, una enfermedad autoinmune. En dicho trabajo
tomaron medidas de personalidad y analizaron la presencia o ausencia en la sangre del fac-
tor reumatoide en las hermanas sanas de las pacientes artríticas. Los resultados pusieron de
manifiesto que las hermanas sanas con factor reumatoide mostraban un perfil que sugería un
mejor funcionamiento psicológico, mientras que las hermanas sin factor reumatoide mostra-
ban mayor descompensación emocional. Los autores concluyeron que el mejor ajuste emo-
cional de los familiares con factor reumatoide les protege, de alguna manera, contra la enfer-
medad. Este trabajo resaltaba una vez más las posibles relaciones entre “lo psicológico” y “lo
inmunológico”. Fue precisamente en esta época cuando Solomon y Moos (1964) acuñaron el
término psicoinmunología.
A partir de estos trabajos se inició una nueva corriente de elevada productividad cien-
tífica encaminada a explorar y analizar las relaciones entre aspectos psicológicos y el funcio-
namiento inmunológico, las cuales deben seguir siendo exploradas, pues aunque actualmen-
te existe una evidenca bastante consolidada sobre la existencia de ellas, los mecanismos a
través de los cuales se llevan a cabo no se conocen con exactitud.

Conceptualización del sistema inmunológico.


Generalidades
En el mundo en que vivimos prolifera tal cantidad de agentes infecciosos y de tan variadas for-
mas, tamaños, composición y carácter agresivo, que si no desarrolláramos una serie de mecanis-
mos de defensa tan eficaces e ingeniosos como ellos acabarían por usurpar y devastar todo nues-
tro organismo. Estos mecanismos de defensa son los que pueden establecer un estado de
inmunidad1 contra la infección, y cuyas operaciones proporcionan la base de esa disciplina lla-
mada inmunología.
En términos genéricos, el sistema inmune se concibe como un complejo sistema de res-
puestas mediante las cuales el cuerpo se defiende de microorganismos invasores o tejidos
extraños. Sin embargo, la naturaleza del fenómeno es mucho más compleja.
Hacer una descripción exhaustiva de dicha complejidad es algo que escapa a los obje-
tivos del presente trabajo. El lector interesado específicamente en tales aspectos puede encon-
trar una completa explicación en los textos de Roitt (1988), Meyer (1985) y Stites et al. (1985).
Sin embargo, consideramos que para una mejor comprensión de cuanto tratamos de explicar
es necesario entender la función básica del sistema inmune. Por ello, en este apartado inten-
taremos definir, de forma concisa y clara, algunos elementos de este complejo sistema a fin
de comprender mejor su funcionamiento.
En primer lugar hablamos de los antígenos, elementos que pueden definirse como
moléculas que, introducidas en el organismo, inducen una respuesta inmunitaria, es decir,
desencadenan un proceso biológico complejo en el que interviene la proliferación de célu-
las linfoides productoras de moléculas de reconocimiento (anticuerpos o receptores celula-
res) que tienen la propiedad de combinarse específicamente con el antígeno inductor.
Algunas moléculas, llamadas haptenos, reaccionan bien con los anticuerpos pero son
incapaces de provocar por sí mismas su producción. Para lograrlo deben unirse a un portador
(o carrier).

1 Del latín “Inmunitas”: libre de.

36 CAP. 2 COMPORTAMIENTO Y SALUD


Los antígenos pueden ser sustancias tan diversas como proteínas, polisacáridos, o
ácidos nucleicos. Su peso molecular varía desde varios millones de daltons a menos de mil
daltons.
Según su origen se distinguen cuatro tipos de antígenos:

1. Los haptenos, activos únicamente cuando se unen a un portador.


2. Los antígenos naturales, se encuentran en la naturaleza y en los tejidos animales.
3. Los antígenos artificiales obtenidos por modificación química de antígenos naturales.
4. Los antígenos sintéticos, producidos artificialmente.

Tipos de respuesta inmune


El organismo ha desarrollado dos formas de reaccionar a los antígenos:

1. Inmunidad innata o inespecífica: constituye la primera barrera de defensa.


2. Inmunidad específica o adaptativa: constituye un sistema complejo y elaborado consti-
tuido por células con receptores específicos capaces de reconocer el universo de agen-
tes extraños que rodean nuestro organismo.

En función de las células que participan en esta última forma de defensa pueden dis-
tinguirse dos tipos de respuesta inmunitaria específica:

a) Inmunidad humoral mediada por moléculas específicas para el antígeno, los llamados
anticuerpos, producidos, a veces, lejos del lugar donde actúan, los cuales intervienen,
por ejemplo, combinándose directamente con toxinas bacterianas y neutralizándolas,
recubriendo a las bacterias y promoviendo su fagocitosis, etcétera.
b) Inmunidad celular mediada por células que, específicamente sensibilizadas, se acumu-
lan en el tejido implicado en la reacción y liberan a nivel local mediadores farmacoló-
gicamente activos.

La inmunidad innata o inespecífica está constituida por las llamadas barreras naturales:
la piel, la conjuntiva de los ojos y las membranas mucosas que tapizan los tractos respirato-
rio, digestivo y genitourinario. Cada una de estas superficies mantiene la esterilidad de los
tejidos que recubren mediante diferentes mecanismos de tal manera que, para que se pro-
duzca una infección, los microorganismos deben atravesar esta barrera.
La piel está lubricada y humidificada por la secreción de las glándulas sudoríparas y
sebáceas las cuales contienen ácidos grasos que inhiben el crecimiento bacteriano. Esta barre-
ra sólo es superada en caso de quemaduras, cortes o heridas. Los microorganismos que atra-
viesan la piel encuentran por debajo de ella otras poderosas defensas que pierden su efica-
cia en el momento en que se produce agresión o abrasión de los tejidos. Este tipo de
agresión interfiere en la circulación vascular y linfática local y produce, por ejemplo, las lla-
madas úlceras de decúbito comunes en los pacientes obligados a permanecer durante estan-
cias prolongadas en cama. En estos casos, microorganismos normalmente inofensivos son
capaces de producir infecciones.
Las membranas mucosas de la boca, faringe, esófago y tracto urinario inferior están cons-
tituidas por varias capas de células epiteliales, a diferencia de las que recubren el tracto res-
piratorio inferior, el tracto gastrointestinal y el tracto urinario superior que están formadas por
una delgada capa de células epiteliales con funciones especializadas. Muchas membranas
mucosas están protegidas por una capa de moco que desarrolla una función protectora.
El moco es una estructura de tipo gelatinoso constituida por subunidades de glucopro-
teínas que atrapan las partículas y les impide que se acerquen a la membrana mucosa. Por
sus características, es fácilmente desplazado por los cilios del epitelio hacia el exterior, lo cual
lo señala como una formidable fuente de limpieza de las mucosas.

PSICONEUROINMUNOLOGÍA COMO DISCIPLINA INTEGRADORA 37

También podría gustarte