Está en la página 1de 30

Traducción de la Cátedra I

Psicología Social – Prof. Martín Wainstein

Teoría del Rol Social: diferencias y semejanzas de acuerdo al sexo


Consecuencias en las preferencias para elección de pareja de mujeres y hombres

ALICE H. EAGLY
WENDY WOOD
MARY C. JOHANNESEN-SCHMIDT
(2004)

¿Por qué las mujeres y los hombres se comportan de manera diferente en algunas
circunstancias y de manera similar en otras? La teoría del rol social proporciona una respuesta
integral a esta pregunta al abarcar varios tipos de causas. Entre ellas, los teóricos del rol social
prestan especial atención al impacto de la distribución de hombres y mujeres en determinados
roles sociales dentro de las sociedades (Eagly, 1987; Eagly, Wood, & Diekman, 2000). Las
causas más importantes, responsables de estas diferencias sexuales en los roles, son las
diferencias físicas inherentes al sexo, que hacen que ciertas actividades se realicen de manera
más eficiente por un sexo u otro en función de las circunstancias de cada sociedad y de la
cultura (Wood & Eagly, 2002). Los beneficios de cada sexo que realiza eficientemente ciertas
tareas surgen porque las mujeres y los hombres están ligados a las sociedades y participan en
una división del trabajo. Como se intenta dar cuenta en este capítulo, el sexo es, por lo tanto,
una característica importante para la organización de todas las sociedades conocidas, sin
embargo, muchos de los comportamientos específicos típicos de hombres y mujeres varían
mucho de una sociedad a otra.

Los roles sociales de las mujeres y los hombres causan diferencias en el


comportamiento a través de la mediación de los procesos sociales y psicológicos. Uno de esos
procesos es la formación de roles de género, mediante los cuales se espera que las personas
tengan características que los capaciten para las actividades típicas de su sexo. Por ejemplo, en
las sociedades industrializadas, los esposos son más propensos que las esposas a ser el principal
proveedor y jefe de familia y, en los lugares de trabajo, los hombres son más propensos que las
mujeres a ocupar cargos de autoridad. Dadas estas diferencias según el sexo en los roles
familiares y ocupacionales típicos, los roles de género incluyen la expectativa de que los
hombres poseen cualidades directivas de liderazgo (Eagly & Karau, 2002). Los roles de género,
junto con los roles específicos ocupados por hombres y mujeres (por ejemplo, roles
ocupacionales y matrimoniales), por lo tanto, guían el comportamiento social. Esta orientación,
a su vez, está mediada por varios procesos de desarrollo y socialización, así como por procesos
involucrados en la interacción social (por ejemplo, la confirmación de la expectativa) y la
autorregulación. Además, los procesos biológicos, incluidos los cambios hormonales, orientan
a hombres y mujeres a ciertos roles sociales y facilitan el desempeño de los mismos. En
resumen, la teoría del rol social presenta un conjunto de causas interconectadas que van desde
las más proximales, o inmediatas, a las más distales, o alejadas (ver Figura 1). Este capítulo
revisa esta teoría y luego la aplica para iluminar un área específica del comportamiento
diferenciado según el sexo, a saber, las preferencias que los hombres y las mujeres tienen para
elegir sus parejas.

ORÍGENES DE LA DIVISIÓN DEL TRABAJO Y JERARQUÍA DE GÉNERO

La cuestión de por qué los hombres y las mujeres están posicionados de manera
diferente en la estructura social es profundamente importante para comprender las diferencias
según el sexo en el comportamiento. La mejor respuesta a esta pregunta surge del estudio de
los roles sociales de tipo sexual en una amplia gama de sociedades. Wood y Eagly (2002)
revisaron esta evidencia intercultural, producida principalmente por antropólogos, para
proporcionar un marco para una teoría de los orígenes de las diferencias sexuales en el
comportamiento. Su revisión distinguió entre las diferencias según el sexo que son
universalmente evidentes en todas las culturas y las que emergen de forma menos consistente.
Las diferencias según el sexo universales indican características de los seres humanos que
pueden derivarse de atributos innatos inherentes a la especie humana o de convenciones
culturales que surgen de manera similar en todas las sociedades (por ejemplo, mujeres que
transportan bebés en un canguro, en el pecho, o en papoose (especie de bolsa que se lleva en
la espalda, usual en ciertas comunidades indígenas). Las diferencias según el sexo que no son
consistentes entre culturas reflejan aspectos más variables del funcionamiento humano que
dependen de los entornos externos de las sociedades.
Un universal transcultural es que las sociedades tienen una división del trabajo entre
los sexos. El análisis clásico de Murdock y Provost (1973) de 185 sociedades no industriales
reveló que, dentro de las sociedades, la mayoría de las actividades productivas se llevaban a
cabo única o típicamente por hombres o mujeres, y no por ambos sexos de manera conjunta.
Incluso en las sociedades industrializadas, las mujeres son más propensas que los hombres a
asumir los roles domésticos de amas de casa y cuidadoras primarias de los niños, mientras que
los hombres tienen más probabilidades que las mujeres de asumir roles en la economía
remunerada y del proveedor familiar primario (Shelton & John, 1996). Aunque la mayoría de
las mujeres están empleadas en la fuerza laboral remunerada en muchas sociedades
industrializadas, los sexos tienden a concentrarse en diferentes ocupaciones, habiendo más
hombres que mujeres en la mayoría de los cargos que producen altos niveles de ingresos y
poder (por ejemplo, la Oficina de los Estados Unidos de Estadísticas del Trabajo, 2001).

Especialización física de los sexos Economía local,


Actividades reproductivas de las mujeres estructura social,
Mayor tamaño y fuerza de los hombres ecología

División del trabajo y construcción social del


género (roles de género y socialización)
)

Procesamientos a nivel individual


(interacción social, auto regulación, hormonas)

Comportamiento según
diferencias sexuales y psicológicas

Figura 1. Teoría del Rol Social de las diferencias y semejanzas de acuerdo al sexo

A pesar de este patrón universal de una división del trabajo, Murdock y Provost (1973)
encontraron una considerable flexibilidad en las sociedades en lo que respecta a las tareas
específicas asignadas a hombres o mujeres; es decir, la mayoría de las tareas no fueron
realizadas únicamente por hombres o mujeres en todas las sociedades. En algunas sociedades,
los hombres realizaban tareas como sembrar y cuidar cultivos, ordeñar o preparar pieles; en
otras sociedades, las mujeres realizaban estas tareas. Sin embargo, una minoría de actividades
se asoció de manera consistente con un solo sexo en todas las sociedades. Por ejemplo, solo
los hombres fundían minerales y trabajaban metales, y las mujeres cocinaban y preparaban
alimentos de origen vegetal.
Otro patrón universal en las sociedades concierne al estatus y al poder. Aunque la
existencia de algunas sociedades igualitarias ilustra que las diferencias de sexo en estatus y
poder no ocurren en todas las sociedades, todas las jerarquías de género que existen favorecen
a los hombres (Whyte, 1978). Las jerarquías de género adoptan diferentes formas específicas
en las sociedades: en algunas, las mujeres poseen menos recursos que los hombres; en otras,
se da menos valor a la vida de las mujeres; en otras, se imponen mayores restricciones al
comportamiento conyugal y sexual de las mujeres.
Para explicar los patrones de comportamiento característicos del sexo en las sociedades
humanas, Wood y Eagly (2002) han argumentado que la división del trabajo y la jerarquía de
género con ventaja masculina se derivan de las diferencias físicas, particularmente la capacidad
de reproducción de las mujeres y el tamaño y fuerza de los hombres, en interacción con las
demandas de los sistemas socioeconómicos y las ecologías locales. Especialmente críticas para
la división del trabajo son las actividades reproductivas de las mujeres. Como éstas son las
responsables de la gestación, la lactancia y el cuidado de los bebés, desempeñan roles de
cuidado infantil en todas las sociedades. Además, estas actividades limitan la capacidad de las
mujeres para realizar otras actividades que requieren velocidad, períodos ininterrumpidos de
actividad y entrenamiento o viajes de larga distancia, lo que les implica estar fuera de casa. Por
lo tanto, las actividades reproductivas de las mujeres las llevan generalmente a evitar tareas
como cazar animales grandes, arar y conducir guerras, en favor de actividades más compatibles
con el cuidado infantil. Sin embargo, las actividades reproductivas tienen menos impacto en
los roles de las mujeres en sociedades con bajas tasas de natalidad, menos dependencia de la
lactancia para alimentar a los bebés y más atención no maternal a los niños pequeños. Estas
condiciones se han vuelto más comunes en las sociedades postindustriales que en las
sociedades que, por ejemplo, dependen de la agricultura para su subsistencia.
Otro factor determinante de los roles sociales de hombres y mujeres es el mayor
tamaño, fuerza y velocidad de los hombres en comparación con las mujeres. Debido a estas
diferencias físicas, el hombre promedio tiene más probabilidades que la mujer promedio de
poder realizar con eficiencia tareas que exigen breves ráfagas de fuerza o esfuerzos con la parte
superior del cuerpo. Las actividades de alimentación, horticultura y agricultura incluyen la caza
de animales grandes, el arado y la conducción de guerras. Sin embargo, algunos antropólogos
han cuestionado si el tamaño y la fuerza de los hombres son críticos para la división del trabajo
de las sociedades, dada la naturaleza intensiva de la fuerza de algunas de las tareas que
generalmente realizan las mujeres, que incluyen ir a buscar agua, transportar a los niños y lavar
la ropa (Mukhopadhyay & Higgins, 1988). Independientemente del impacto general del
tamaño y la fuerza de los hombres, este aspecto de las diferencias físicas tiene un efecto mucho
más débil en el desempeño de los roles en las sociedades postindustriales y otras en las que
pocos roles ocupacionales exigen estos atributos.
La pregunta de por qué algunas sociedades tienen una jerarquía de género y otras no
puede responderse considerando los atributos físicos de los sexos en conjunto con las
condiciones sociales y ecológicas (Wood & Eagly, 2002). Un principio subyacente es que los
hombres tienen más estatus y poder que las mujeres en sociedades en las que su mayor fuerza
y velocidad en la parte superior del cuerpo les permite realizar ciertas actividades físicamente
exigentes, como la guerra, que pueden liderar la toma de decisiones, la autoridad y el acceso a
recursos. Otro principio subyacente es que los hombres tienen más estatus y poder que las
mujeres en las sociedades donde las actividades reproductivas de las mujeres disminuyen su
capacidad para realizar las actividades que generan el estatus y el poder. Por lo general, esta
reducción del estatus de la mujer ocurre cuando sus responsabilidades reproductivas limitan su
participación en roles que requieren capacitación especializada intensiva, adquisición de
habilidades y desempeño de tareas fuera del hogar (por ejemplo, escriba o guerrero). Entonces
las mujeres solo tienen una participación limitada en las actividades que producen fuera del
hogar y en los recursos para ser comercializados en la economía en general. De acuerdo con
este argumento, las relaciones relativamente igualitarias entre los sexos se encuentran a
menudo en sociedades descentralizadas que carecen de tecnologías más complejas,
especialmente en economías muy simples en las que las personas subsisten mediante la
búsqueda de alimentos (Hayden, Deal, Cannon & Casey, 1986; Salzman, 1999; Sanday, 1981).
En general, tales sociedades carecen de los roles especializados que otorgan a algunos
subgrupos el poder sobre otros y, en particular, le otorgan al hombre el poder sobre las mujeres.
En contraste, en sociedades socioeconómicamente más complejas que tienen roles
especializados, el poder y el estatus de los hombres se ven reforzados por las relaciones que se
desarrollan entre los atributos físicos de las mujeres y los hombres, así como de la explotación
de los desarrollos tecnológicos y económicos (por ejemplo, el arado, pertenencia de la
propiedad privada).
En resumen, los roles sociales de tipo sexual que involucran la jerarquía de género y
una división del trabajo emergen de un conjunto de factores socioeconómicos y ecológicos que
interactúan con las diferencias físicas inherentes a la actividad reproductiva de la mujer y con
el tamaño y fuerza de los hombres (Wood & Eagly, 2002). Estas interacciones biosociales
proporcionan el conjunto de causas para establecer un "panorama general" que explica las
diferencias según el sexo en los roles en las sociedades humanas. Si bien las diferencias físicas
entre los sexos tienen consecuencias más limitadas para el desempeño de los roles en las
sociedades postindustriales, incluso estas sociedades conservan cierto grado de división del
trabajo entre hombres y mujeres, así como varios aspectos del patriarcado. Como explicamos
en el resto del capítulo, estos roles sociales de tipo sexual a su vez producen diferencias
sexuales en el comportamiento social, incluidas las preferencias de las personas por sus parejas.

CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE GÉNERO A TRAVÉS DE LOS ROLES DE GÉNERO

Los roles de género consisten en expectativas compartidas sobre el comportamiento,


las cuales se aplican a las personas en función de su sexo socialmente identificado (Eagly,
1987). Esta definición deriva del concepto general de rol social, que refiere a las expectativas
compartidas que se aplican a las personas que ocupan una determinada posición social o son
miembros de una categoría social particular (Biddle, 1979). A nivel individual, los roles existen
en la mente de las personas como esquemas, o estructuras de conocimiento abstractas sobre
grupos de personas. Debido a que son en gran medida consensuados, existen esquemas de roles
a nivel social como ideologías compartidas comunicadas entre los miembros de la sociedad.
Como detallamos en la siguiente sección de este capítulo, estos roles de género son el producto
de roles sociales de tipo sexual.
Los roles de género son difusos porque se aplican a las categorías sociales generales de
hombres y mujeres. Estos roles, al igual que otros difusos basados en la edad, la etnia y la clase
social, son ampliamente relevantes en todas las situaciones. En contraste, los roles más
específicos basados en factores como las relaciones familiares (por ejemplo, madre, hijo) y la
ocupación (por ejemplo, cajero, bombero) son principalmente relevantes para el
comportamiento en un grupo o contexto particular. Los roles de género pueden trabajar con
roles específicos para estructurar la interacción (Ridgeway, 2001). En particular, debido a que
los roles de género son relevantes en el lugar de trabajo, las personas tienen expectativas algo
diferentes para mujeres y hombres empleados en el mismo rol laboral (Eagly & Karau, 2002).
Por ejemplo, se espera que los gerentes masculinos, más que las gerentes femeninas, sean
seguros de sí mismos, asertivos, firmes y analíticos (Heilman, Block, Martell & Simon, 1989).
La evidencia de que existen roles de género proviene principalmente de investigaciones
sobre estereotipos de género, que han encontrado constantemente que las personas tienen
diferentes creencias sobre las características típicas de hombres y mujeres (por ejemplo,
Diekman & Eagly, 2000; Newport, 2001). La mayoría de estas creencias acerca de los sexos
pertenecen a atributos comunitarios y agenticos. Las características comunitarias, que son
típicas de las mujeres, reflejan una preocupación por el bienestar de los demás e incluyen
afecto, amabilidad, sensibilidad interpersonal y nutrición. En contraste, las características
agenticas, que son típicas de los hombres, implican aserción, control y confianza. Los roles de
género también abarcan creencias sobre muchos otros aspectos de hombres y mujeres,
incluyendo sus características físicas, habilidades cognitivas, habilidades y disposiciones
emocionales (Deaux & Lewis, 1984).
Los roles de género representan las características que son descriptivamente normativas
para los sexos, es decir, las cualidades que diferencian a los hombres de las mujeres. Estas
normas descriptivas (también llamadas estereotipos descriptivos) son guías de los
comportamientos que probablemente sean efectivos en una situación dada (Cialdini & Trost,
1998). Especialmente cuando una situación es ambigua o confusa, las personas pueden seguir
estas guías actuando de maneras que son típicas para su sexo. Por ejemplo, los adolescentes
que están comenzando a salir en citas pueden actuar de manera estereotipada cuando no están
seguros de qué hacer. Sin embargo, las creencias de los roles de género no se limitan a
descripciones del comportamiento masculino y femenino; también incluyen normas cautelares
(también denominadas estereotipos prescriptivos), que especifican los comportamientos
deseables y admirables para cada sexo (Cialdini & Trost, 1998). Las normas cautelares indican
qué comportamientos pueden obtener la aprobación de otros y dar lugar a sentimientos de
orgullo o vergüenza. En general, las personas desean y aprueban las cualidades comunitarias
en las mujeres y las cualidades agenticas de los hombres, como se demuestra en la investigación
sobre (1) las diferentes creencias que las personas tienen sobre las mujeres y los hombres
ideales (por ejemplo, Spence & Helmreich, 1978; Williams & Best, 1990b), (2) las diferentes
creencias que tienen las mujeres y los hombres acerca de su pareja ideal (Wood, Christensen,
Hebl, & Rothgerber, 1997), y (3) las actitudes y creencias prescriptivas que las personas tienen
sobre los roles y responsabilidades de mujeres y hombres (por ejemplo, Glick & Fiske, 1996;
Spence & Helmreich, 1978). Por ejemplo, en la medida en que los cónyuges cumplan las
normas cautelares para el comportamiento masculino y femenino, las mujeres pueden actuar
de manera agradable y cálida en las citas y los hombres pueden actuar como dominantes y
caballeros. Por lo tanto, es más probable que los hombres mantengan las puertas abiertas para
las mujeres en una situación de cita que en otros contextos cotidianos (Yoder, Hogue, Newman,
Metz & LaVigne, 2002).
Es probable que los aspectos prescriptivos y descriptivos de las normas del rol de
género estén estrechamente vinculados. Hall y Carter (1999b) demostraron que los
comportamientos se juzgan apropiados para un sexo en la medida en que se cree que se realizan
más por ese sexo. En general, parece ser que las personas piensan que las mujeres y los hombres
deberían diferir especialmente en aquellos comportamientos asociados con diferencias de sexo
más grandes. Además, los atributos típicos de un grupo pueden ser especialmente deseables en
ciertas situaciones, como cuando los atributos se diferencian entre un endogrupo y un exogrupo
(Christensen, Rothgerber, Wood, & Matz, 2002). Por lo tanto, en contextos que resaltan las
distinciones entre los sexos, las personas pueden sentir orgullo al poseer y mostrar atributos
típicos según el sexo.
A pesar de algunas diferencias individuales en las creencias sobre el comportamiento
masculino y femenino típico y apropiado (por ejemplo, Spence & Buckner, 2000), estas
creencias parecen ser ampliamente compartidas por hombres y mujeres, estudiantes y adultos
mayores, así como por personas que difieren en la clase social e ingresos (Diekman & Eagly,
2000; Hall & Carter, 1999a). Parece que prácticamente todas las personas representan
cognitivamente las creencias estereotipadas sobre los sexos (por ejemplo, Zenmore, Fiske &
Kim, 2000). Aunque los estereotipos pueden activarse automáticamente y servir como juicios
de referencia de hombres y mujeres, están moderados en su impacto por diversos factores
contextuales, informativos y motivacionales (Blair, 2002; Zenmore et al., 2000). Es probable
que estas creencias consensuadas sobre los grupos se desarrollen y se compartan a través de la
interacción social cuando los miembros del grupo colaboran regularmente entre sí en las tareas
de la vida diaria, al igual que entre hombres y mujeres (Ridgeway, 2001).
Los roles de género forman una parte importante de la cultura de cada sociedad (ver
Best & Thomas, 2002). En un análisis de los estereotipos de género entre estudiantes
universitarios en 25 naciones, Williams y Best (1990a) encontraron una considerable similitud
intercultural en las creencias que las personas tenían acerca de las características comunitarias
y agenticas de mujeres y hombres. Sin embargo, la tendencia de las personas a percibir a los
hombres como más activos y más fuertes que las mujeres fue menos pronunciada en las
naciones más desarrolladas económicamente, en las que la alfabetización y el porcentaje de
mujeres que asistían a las universidades era alto. Por lo tanto, en los países donde los sexos
tienen mayor igualdad social y política, los estereotipos y roles de género pueden volverse
menos tradicionales.
En resumen, los roles de género representan el comportamiento típico y deseable de los
sexos dentro de una sociedad. Como explicamos en la siguiente sección, estas creencias sobre
los roles de género surgen de los roles sociales de hombres y mujeres.

RELACIÓN DE LOS ROLES DE GÉNERO CON LA POSICIÓN SOCIAL DE LAS


MUJERES Y LOS HOMBRES

Los roles de género surgen de los roles sociales típicos de los sexos porque los
individuos, como actores sociales, deducen que las acciones de las personas tienden a
corresponder con sus disposiciones internas (Eagly & Steffen, 1984). Este proceso cognitivo
constituye un principio básico de la psicología social llamado inferencia correspondiente o
sesgo de correspondencia (Gilbert, 1998). Para demostrar este principio, la investigación ha
dado cuenta que las personas no dan mucha importancia a las restricciones de los roles sociales
al inferir las disposiciones de los que juegan un determinado rol (por ejemplo, Ross, Amabile
& Steinmetz, 1977). Por lo tanto, los comportamientos comunitarios y de crianza requeridos
por los roles domésticos y de cuidado infantil de las mujeres y por muchos roles ocupacionales
dominados por mujeres, favorecen las inferencias de que las mujeres poseen rasgos comunales.
De manera similar, las actividades asertivas y orientadas a las tareas requeridas por muchas
ocupaciones dominadas por hombres producen expectativas de que los hombres son agenticos.
Dado que el mayor poder y estatus es para los roles de los hombres que para los roles
de las mujeres en las sociedades patriarcales, los roles de género también abarcan las
expectativas sobre los rasgos de dominio y sumisión (por ejemplo, Conway, Pizzamiglio y
Mount, 1996; Eagly, 1983; Wood & Karten, 1986). Las personas ocupando roles más
poderosos se comportan con un estilo más dominante que las personas en roles menos
poderosos. Por lo tanto, se cree que los hombres son más dominantes, controladores y asertivos,
y se cree que las mujeres son más subordinadas y cooperadoras, conformes con la influencia
social y menos abiertamente agresivas.
El principio del sesgo de correspondencia sugiere que los estereotipos de género pueden
desarrollarse en ausencia de cualquier diferencia real de predisposición entre los sexos. Para
probar experimentalmente esta idea, Hoffman y Hurst (1990) informaron a un conjunto de
personas que los miembros de dos grupos de profesionales, trabajadores de la ciudad y
criadoras de niños, eran similares en sus rasgos comunitarios y agenticos. No obstante, los
participantes atribuyeron con rasgos congruentes a ambos grupos ocupacionales,
específicamente, rasgos agenticos a los trabajadores de la ciudad y rasgos comunitarios a las
criadoras de niños. Estos hallazgos muestran que las instrucciones para considerar a los grupos
equivalentes en sus rasgos no fueron suficientes para superar la inferencia correspondiente de
los roles a las disposiciones subyacentes.
En resumen, las creencias acerca de los atributos reales e ideales de los sexos surgen
porque las personas asumen la correspondencia entre los atributos personales de cada sexo y
los comportamientos típicos de su rol en una sociedad. Aunque estas creencias surgen en gran
parte de las observaciones de los individuos sobre los comportamientos, su comunicación
contribuye a su carácter consensual. Estas creencias estereotipadas tienen sus raíces en (1) la
división del trabajo, en el desempeño de los roles familiares y ocupacionales de los sexos, y
(2) la jerarquía de género por la cual los hombres son más propensos que las mujeres a ocupar
los roles de mayor poder y estatus. A través de una variedad de mecanismos proximales que se
analizan en la siguiente sección, las expectativas resultantes del rol de género influyen en el
comportamiento en muchos dominios, incluidas las preferencias de pareja.

LA INFLUENCIA DE LOS ROLES DE GÉNERO EN EL COMPORTAMIENTO

¿Cómo influyen los roles de género en el comportamiento? En términos de las causas


más amplias y distales de las diferencias según el sexo, los atributos físicos de los hombres y
las actividades reproductivas de las mujeres enmarcan los efectos de las creencias de rol de
género. Estos atributos y actividades establecen los costos y beneficios percibidos de los
comportamientos para cada sexo dentro de estructuras y ecologías sociales particulares. En
términos de causas más inmediatas, los roles de género tienen un efecto al transmitir los costos
y beneficios de los comportamientos a hombres y mujeres. Debido a que los comportamientos
comunales a menudo parecen tener una mayor utilidad para las mujeres y los comportamientos
agenticos para los hombres, ambos sexos se involucran en comportamientos de tipo sexual que
a su vez fomentan sus preferencias y el desempeño de los roles familiares y ocupacionales
típicos del sexo. Esta participación personal en los roles típicos del sexo que se producen a lo
largo del ciclo vital es fundamental para la socialización y el mantenimiento de las diferencias
sexuales. En la medida en que ocupan diferentes roles específicos, las mujeres y los hombres
se comportan de distinta manera, aprenden diferentes habilidades y se orientan hacia distintas
metas de la vida. Además, basándose en su experiencia en roles específicos de tipo sexual, las
mujeres y los hombres desarrollan tendencias conductuales generales que se extienden más allá
de estos roles. Estas tendencias surgen a medida que los hombres y las mujeres confirman las
expectativas estereotipadas de género de los demás, regulan su propio comportamiento basado
en conceptos propios del estereotipo de género y experimentan cambios hormonales que
acompañan el desempeño de los roles.
Las personas se conforman, en parte, con el comportamiento apropiado para el género
porque otros esperan que lo hagan. Otras personas pueden imponer castigos por desviarse de
los roles de género y recompensas por comportamientos congruentes al rol. La investigación
sobre las expectativas estereotípicas según el sexo ha dado lugar a algunas de las
demostraciones más claras de tal confirmación de comportamiento (ver Deaux & LaFrance,
1998; Geis, 1993), aunque el vínculo entre expectativas y comportamiento depende de varias
condiciones (Olson, Roese & Zanna, 1996). Las sanciones contra el comportamiento
inconsistente con el rol pueden ser manifiestas (por ejemplo, perder un trabajo) o sutiles (por
ejemplo, ser ignoradas, desaprobar con miradas). Las personas comunican estas expectativas a
través de conductas verbales y no verbales, aunque no son necesariamente conscientes de estos
procesos porque dicha comunicación puede operar a un nivel relativamente implícito o
automático (Blair, 2002; Dijksterhuis & Bargh, 2001). También es importante reconocer que
es probable que existan circunstancias en las que los beneficios de la no conformidad de género
superen sus posibles costos sociales; por lo tanto, las personas actúan de manera que
contrarrestan los estereotipos de género.
Mucha evidencia indica que las personas reaccionan negativamente a las desviaciones
de los roles de género. Por ejemplo, en una revisión metanalítica de 61 estudios de evaluaciones
de líderes masculinos y femeninos, Eagly, Makhijani y Klonsky (1992) mostraron que las
mujeres que adoptan un estilo de liderazgo directivo estereotipado como masculino son
evaluadas más negativamente que los hombres que adoptan este estilo. Además, en la
interacción en grupos pequeños, las mujeres tienden a perder simpatía e influencia cuando se
comportan de una manera dominante o extremadamente competente (ver Carli, 2001).
Evidencia adicional indica que los hombres pueden ser penalizados por comportarse de manera
pasiva, no asertiva y negativa (por ejemplo, Anderson, John, Keltner & Kring, 2001; Costrich,
Feinstein, Kidder, Marecek & Pascale, 1975).
La evidencia de que las personas son recompensadas por actuar de manera congruente
con las expectativas de los roles de género se deriva de los estudios de prácticas de
socialización en sociedades no industriales. Los padres utilizan tanto las recompensas como
los castigos para inculcar la nutrición en las niñas y el éxito y la confianza en sí mismos en los
niños, aunque la fuerza de estas presiones de socialización también varía con los atributos
sociales (por ejemplo, Barry, Bacon & Child, 1957). La investigación sobre la socialización en
América del Norte y otras naciones occidentales ha producido menos evidencia de que los
padres brindan recompensas y castigos diferenciales para niños y niñas, con la importante
excepción de que los padres fomentan actividades e intereses de género, por ejemplo, juguetes,
juegos y tareas domésticas (Lytton & Romney, 1991). No obstante, las expectativas de tipo
sexual también se comunican a través de procesos más sutiles, como el modelado de
comportamientos (ver Bussey & Bandura, 2002).
Las recompensas diferenciales por comportamientos congruentes con el género
también son evidentes en la interacción social de adultos. Por ejemplo, en un estudio realizado
en organizaciones universitarias, Cotes y Feldman (1996) encontraron que las mujeres
valoraban más a otras mujeres en la medida en que podían mostrar felicidad, una emoción útil
en las relaciones caracterizadas por el apoyo y la comprensión. En contraste, los hombres
valoraban más a otros hombres en la medida en que mostraban ira, una emoción útil en las
interacciones competitivas dentro de una jerarquía. Finalmente, la evidencia de la aprobación
de los atributos adecuados según el sexo proviene de la investigación sobre las preferencias de
las parejas duraderas, que discutimos en la sección final de este capítulo. Como explicamos,
las preferencias para las parejas varían de acuerdo a los atributos valorados en hombres y
mujeres dentro de una sociedad y a las ideologías de género individuales de los miembros de
la sociedad.
Los roles de género pueden producir diferencias en el comportamiento, no solo a través
de la confirmación conductual de las expectativas, sino también al afectar los conceptos de las
personas. La idea de que los roles de género influyen en las percepciones de las personas sobre
sí mismas, está respaldada por hallazgos que dan cuenta de que los auto-conceptos, en
promedio, tienden a ser estereotípicos del género (por ejemplo, Spence & Buckner, 2000;
Spence & Helmreich, 1978). Específicamente, las identidades de las mujeres están orientadas
hacia la interdependencia, en el sentido de que las representaciones de los demás se tratan como
parte del yo (por ejemplo, Cross & Madson, 1997). Por lo tanto, los conceptos que las mujeres
tienen de sí mismas tienden a ser relacionales e incluyen a otros que son importantes para ellas,
especialmente en relaciones cercanas y diádicas. Aunque algunos investigadores han
argumentado que los auto-conceptos de los hombres están orientados hacia la independencia y
la separación de los demás (por ejemplo, Cross & Madson, 1997), parece que los hombres
tienen un auto-concepto interdependiente que se centra en las relaciones jerárquicas dentro de
grupos más grandes (Baumeister & Sommer, 1997; Gabriel & Gardner, 1999). La
interpretación de los hombres sobre sí mismos en términos de competencia por el poder y
estatus en colectivos más grandes, es compatible con el principio de la teoría del rol social
según el cual el rol del género masculino se deriva en parte del mayor acceso de los hombres
al estatus y al poder.
Los auto-conceptos guían el comportamiento de hombres y mujeres a través de una
variedad de mecanismos cognitivos y motivacionales (Hannover, 2000; Bussey & Bandura,
2002). En uno de esos procesos, las normas de los roles de género se internalizan y adoptan
como estándares personales contra los cuales las personas juzgan su propio comportamiento.
Los hombres y las mujeres tienden a evaluarse a sí mismos favorablemente en la medida en
que se ajustan a estos estándares y desfavorablemente en la medida en que se desvían de ellos.
En una demostración de tales procesos, Wood et al. (1997) investigaron las creencias
normativas de que los hombres son poderosos, dominantes y asertivos, y que las mujeres son
cuidadosas, íntimas con los demás y emocionalmente expresivas. Los participantes que habían
internalizado las normas de los roles de género se sentían bien consigo mismos cuando su
comportamiento era consistente con estas normas; es decir, las experiencias dominantes para
los hombres y las experiencias comunales para las mujeres tuvieron el efecto de cambiar los
conceptos de sí mismos, sobre cómo deseaban comportarse y creían que deberían comportarse,
en relación a los de los participantes más cercanos a sus estándares. Alternativamente, cuando
las personas no cumplen con estos estándares normativos de tipo sexual, pueden experimentar
depresión y una baja autoestima (por ejemplo, Crocker & Wolfe, 2001). Por lo tanto, los roles
de género pueden afectar el comportamiento cuando las personas los incorporan en su
autoconcepto y los utilizan como estándares personales para evaluar su propio
comportamiento.
La consideración de las auto-construcciones ayuda a explicar las diferencias
individuales en la medida en que las personas se involucran en comportamientos coherentes
con los roles de género de su cultura. Aunque muchas personas piensan de sí mismas en
términos convencionales masculinos o femeninos, muchas otras personas no están altamente
identificadas con respecto al género. Las personas influenciadas por ambientes culturalmente
atípicos pueden no internalizar las normas convencionales de roles de género y, por lo tanto,
pueden tener conceptos propios que no son típicos de su género. En apoyo de esta idea, solo la
mitad de los estudiantes participantes de estudio realizado por Wood et al. (1997) informaron
que sus conductas deseadas eran congruentes con el estándar apropiado para el sexo. Además,
la investigación que relaciona las medidas de autoestima de la masculinidad y la feminidad con
el comportamiento, ha demostrado que las personas varían en el grado en que sus
autoconceptos son de tipo sexual, y que las personas no típicas tienen menos probabilidades de
mostrarse de forma tradicional en cuanto al comportamiento de tipo sexual (Taylor & Hall,
1982). Además, los diferentes conceptos de sí mismos de hombres y mujeres pueden volverse
cognitivamente accesibles solo en algunos contextos sociales, y algunas situaciones evocan
una mayor conciencia de uno mismo como hombre o mujer (Deaux & Major, 1987).
Los procesos biológicos, especialmente los cambios hormonales, proporcionan otro
mecanismo a través del cual las normas de los roles de género influyen en el comportamiento.
Los estudios que demuestran que los niveles de testosterona en los hombres aumentan la
anticipación de la competencia atlética y de otros tipos, por ejemplo, la respuesta a los insultos,
ha demostrado que existe un vínculo directo entre los procesos hormonales y las demandas de
los roles sociales, presumiblemente para energizar y dirigir su estado físico y rendimiento
cognitivo (por ejemplo, Booth, Shelley, Mazur, Tharp & Kittok, 1989; Cohen, Nisbett, Bowdle
& Schwarz, 1996). Los cambios hormonales, particularmente los aumentos de cortisol, también
ocurren con el inicio de la función de parto en las madres y, evidentemente, estimulan el
comportamiento de crianza (Corter & Fleming, 1995; Fleming, Ruble, Krieger & Wong, 1997).
Aunque algunos de estos efectos hormonales son probablemente específicos del sexo, otros
cambios hormonales son comunes a ambos sexos. La evidencia especialmente convincente de
que los mecanismos hormonales pueden mediar los efectos de los roles en el comportamiento
fue proporcionada por el hallazgo de que los padres que esperaban con ansiedad el parto
experimentaron cambios hormonales paralelos a los cambios que ocurrieron en las madres (es
decir, que incluyeron estradiol, cortisol y prolactina) y, además, experimentaron una caída en
la testosterona (Berg & Wynne-Edwards, 2001; Storey, Walsh, Quinton, & Wynne-Edwards,
2000). Para facilitar el desempeño del rol de mujeres y hombres, tales procesos biológicos
trabajan en conjunto con procesos psicológicos que involucran expectativas sociales y
conceptos propios de tipo sexual.
Los roles de género no son la única influencia en el comportamiento; estos coexisten
con roles específicos basados en factores tales como las relaciones familiares (por ejemplo,
padre, hija) y la ocupación (por ejemplo, secretaria, electricista). En entornos de trabajo, por
ejemplo, un gerente tiene un rol definido por la ocupación y al mismo tiempo, un rol de género
como hombre o mujer. Las expectativas para roles específicos y para roles de género más
difusos se combinan típicamente para dar mayor peso a las expectativas que son relevantes
para la tarea u oficio en cuestión (Hembroff, 1982). Debido a que los roles específicos tienen
implicaciones más directas para el comportamiento en muchos entornos, a menudo pueden ser
más importantes que los roles de género. A partir de demostraciones experimentales se pudo
concluir que las diferencias sexuales estereotipadas se pueden eliminar al proporcionar
información que contradice específicamente las expectativas basadas en el género (por
ejemplo, Wood & Karten, 1986). En los entornos laborales, los roles ocupacionales sin duda
tienen una influencia primordial en cómo los hombres y las mujeres realizan las tareas
requeridas por sus trabajos. Sin embargo, los roles de género pueden "extenderse" para influir
en los comportamientos discrecionales, como el estilo en el que se lleva a cabo un rol
profesional (por ejemplo, en los roles de liderazgo, las mujeres tienden a ser más democráticas
que los hombres; Eagly & Johnson, 1990). Por lo tanto, los roles de género influyen en el
comportamiento, incluso si asumen un estatus secundario en entornos en los que los roles
específicos son de principal importancia.
Aunque una revisión general de la investigación sobre las diferencias y similitudes de
sexo está más allá del alcance de este capítulo, una amplia evidencia sugiere que las diferencias
reales son, en general, estereotipadas en cuanto al género, tal como lo predice la Teoría del Rol
Social. Además, las personas son relativamente certeras en sus creencias sobre el
comportamiento de hombres y mujeres. Esta certeza no es sorprendente, dado que estas
creencias surgen de los roles sociales de hombres y mujeres y, a su vez, fomentan las
diferencias de sexo apropiadas para cada rol. Hall y Carter (1999a) proporcionaron evidencia
de esta certeza/precisión en su investigación sobre las percepciones de las diferencias y
similitudes sexuales en 77 rasgos, habilidades y comportamientos. Los autores informaron que
las estimaciones medias de los juicios de los participantes de su estudio sobre estas diferencias
y similitudes se correlacionaban en .70 con los mismos hallazgos de la investigación (como se
resume de forma meta-analítica). Los estudiantes entendieron qué diferencias tendían a ser más
grandes y cuáles más pequeñas; también entendieron la dirección de la diferencia, es decir, si
los hombres o las mujeres tenían más probabilidades de poseer el atributo o presentar el
comportamiento.
A pesar de la evidencia de la certeza en las creencias de género estereotipadas, algunos
sesgos sistemáticos en los juicios disminuyen la precisión de las percepciones de hombres y
mujeres (por ejemplo, Boldry, Wood y Kashy, 2001; Diekman, Eagly, y Kulesa, 2002).
Además, las percepciones de hombres y mujeres en general no implican exactitud en las
percepciones de un hombre o mujer en particular. En cambio, cuando se clasifican en grupos,
las personas tienden a ser percibidas como similares entre sí; por lo tanto, las predicciones del
comportamiento individual de los miembros del grupo tienden a ser demasiado homogéneas.
Sin embargo, incluso teniendo en cuenta estas limitaciones, las ideas de las personas sobre
hombres y mujeres generalmente son congruentes con la evidencia conductual de las
diferencias sexuales.
Como punto final en nuestra presentación de la teoría del rol social, observamos que
hemos simplificado en exceso nuestra presentación de las causas distales y proximales de las
diferencias de sexo, especialmente en la Figura 1, al limitar nuestro tratamiento principalmente
a una dirección causal directa. Sin embargo, la causalidad es más compleja, y las diversas
causas en el modelo se influyen mutuamente de manera recíproca. Si bien nuestro diagrama
representa la causalidad hacia adelante desde la especialización física de los sexos y los factores
socioeconómicos hasta la división del trabajo y la construcción social del género, y luego a los
procesos de mediación a nivel individual que influyen en los patrones de comportamiento, estas
flechas causales pueden revertirse. En particular, en la medida en que las personas exhiben un
comportamiento estereotipado de género, estas diferencias de comportamiento actúan de nuevo
para fortalecer los roles y estereotipos de género y para canalizar a hombres y mujeres hacia
diferentes roles sociales. Por lo tanto, la secuencia causal de la teoría del rol social permite
tanto el flujo causal hacia adelante como hacia atrás. Además, en la medida en que cualquier
causa de las diferencias según el sexo no mencionadas en este capítulo (por ejemplo, las
diferencias hereditarias en las tendencias cognitivas o el temperamento) tiene alguna
influencia, también actúa sobre los roles de género y las distribuciones de roles.

DIFERENCIAS Y SIMILITUDES EN LAS PREFERENCIAS DE ELECCIÓN


DE PAREJA SEGÚN EL SEXO
La teoría del rol social explica por qué los hombres y las mujeres desean atributos algo
diferentes en una pareja duradera. Para ilustrar la funcionalidad de esta teoría, resumimos
nuestra investigación sobre el tema en el resto de este capítulo. Desde una perspectiva del rol
social, la psicología de la elección de pareja refleja los esfuerzos de las personas para
maximizar sus resultados positivos y minimizar los negativos en un entorno en el que estos
resultados están limitados por los roles sociales de género y las expectativas más específicas
asociadas con roles conyugales (ver también Pratto, 1996). Los criterios que utilizan las
mujeres y los hombres para seleccionar parejas reflejan las responsabilidades y obligaciones
divergentes inherentes a sus roles sociales actuales y esperados. Un aspecto importante de estos
roles en muchas culturas occidentales ha sido (y sigue siendo, hasta cierto punto) un sistema
familiar basado en un proveedor masculino y una ama de casa femenina. Dentro de esta
división del trabajo, las mujeres típicamente maximizan sus resultados al buscar una pareja que
probablemente tenga éxito en el rol de asalariado; en resumen, un buen proveedor. A su vez,
los hombres generalmente maximizan sus resultados buscando una compañera que
probablemente tenga éxito en el rol doméstico; en resumen, una ama de casa capacitada y
cuidadora de niños.
Este sistema matrimonial también subyace a las preferencias de las mujeres por los
esposos mayores y a las preferencias de los hombres por las esposas más jóvenes. Con esta
combinación, es más fácil para las parejas matrimoniales asignar a los hombres la posición
relativamente poderosa que es normativa para esta forma de matrimonio. Además, las mujeres
más jóvenes tienden a carecer de recursos independientes y, por lo tanto, es más probable que
consideren su rol marital como atractivo. De manera complementaria, es más probable que los
hombres mayores hayan adquirido los recursos que los hacen buenos candidatos para ser
proveedores. Los hombres mayores y las mujeres más jóvenes se ajustan así al patrón
culturalmente esperado de sostén de la familia y ama de casa. En resumen, las preferencias de
pareja están influenciadas por la división del trabajo y el sistema matrimonial en una sociedad
y, a su vez, se integran en los roles de género y en la ideología cultural más amplia de las
sociedades.
Para poner a prueba las predicciones de la teoría del rol social sobre la selección de
pareja, realizamos varios estudios que relacionan la variación en los roles sociales de hombres
y mujeres con las características que las personas desean en sus parejas. Esta variación en los
roles sociales ocurre tanto de una sociedad a otra (porque algunas sociedades tienen una
división del trabajo más fuerte que otras) y dentro de las sociedades (porque las personas
ocupan los roles de ama de casa o de empleado). Además, la variación en las creencias de las
personas acerca de los roles sociales emerge a través de individuos dentro de una sociedad
porque las personas difieren en el grado en que apoyan la ideología tradicional de género. La
investigación que presentamos relaciona cada una de estas formas de variación de rol con las
diferencias según el sexo en las preferencias de selección de pareja.

Un análisis intercultural

Para examinar la variación intercultural en las preferencias de pareja de mujeres y


hombres, volvimos a analizar los datos de un estudio bien conocido sobre la selección de pareja
(Buss, 1989; Buss et al., 1990). Los participantes eran adultos jóvenes de 37 culturas diferentes,
principalmente urbanizadas, pertenecientes en un 54% a culturas europeas y norteamericanas.
Estos participantes respondieron un cuestionario sobre las características que deseaban en las
parejas. En estos datos, ciertas diferencias según el sexo en las preferencias de pareja eran
evidentes en todas las culturas. Específicamente, los hombres, más que las mujeres, preferían
parejas que eran amas de casa y cocineras hábiles, físicamente atractivas y más jóvenes que
ellos; mientras que las mujeres, más que los hombres, preferían parejas que eran buenas
proveedoras y mayores que ellas (véase también Kenrick y Keefe, 1992).
Desde una perspectiva del rol social, las diferencias según el sexo en las preferencias
de pareja se reducen a medida que la división tradicional del trabajo se debilita en las
sociedades industriales y postindustriales. A medida que las sociedades se vuelven más
igualitarias, los hombres y las mujeres se posicionan de manera más similar en la estructura
social y, por lo tanto, se asemejan psicológicamente en muchas formas, incluso en sus
preferencias por las parejas duraderas. Para probar estas predicciones, Eagly y Wood (1999)
relacionaron las preferencias de pareja informadas por hombres y mujeres de cada cultura, con
el grado de igualdad de género en la cultura (según lo informado por el Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo, 1995).
Lo más relevante para esta hipótesis es la Medida de Empoderamiento de Género (GEM
por sus siglas en inglés), la cual representa el grado en que las mujeres participan igual que los
hombres en los roles económico, político y de toma de decisiones. Este índice aumenta a
medida que (1) la participación de las mujeres en los empleos administrativos y gerenciales y
de los empleos profesionales y técnicos se aproxima a la participación de los hombres; (2) la
participación de las mujeres en los escaños parlamentarios aumenta; y (3) los ingresos de las
mujeres se aproximan a los de los hombres. Otro índice relevante de las Naciones Unidas, el
Índice de Desarrollo Relacionado con el Género (GDI por sus siglas en inglés), evalúa la
capacidad de una sociedad para brindar a sus ciudadanos una mayor esperanza de vida,
educación y alfabetización e ingresos en general, imponiendo una sanción cuando las mujeres
tienen menos resultados sobre estas medidas que los hombres.
Como se predijo, las preferencias de las mujeres por parejas mayores y con recursos, y
las preferencias de los hombres por parejas más jóvenes con habilidades domésticas fueron
más marcadas en las sociedades patriarcales; estas diferencias según el sexo se hicieron menos
pronunciadas a medida que la división tradicional del trabajo se debilitaba y las sociedades se
volvían más igualitarias (véanse las Tablas 1 y 2). Al proporcionar evidencia adicional de que
las preferencias de hombres y mujeres eran una respuesta común a una división del trabajo de
tipo sexual, las diferencias sexuales en las preferencias de pareja tendían a coexistir dentro de
las sociedades. Específicamente, en las sociedades en las que las mujeres expresaron
preferencias especialmente fuertes por parejas con recursos y parejas mayores, los hombres
también expresaron preferencias especialmente fuertes por parejas con habilidades domésticas
y parejas más jóvenes.
Evidencia adicional de que las preferencias de pareja reflejan los roles sociales proviene
del estudio de la reexaminación por separado de 37 culturas de Kasser y Sharma (1999). Los
autores hallaron que las mujeres, pero no los hombres, tenían más probabilidades de preferir
un buen proveedor en la medida en que éstas tenían una libertad reproductiva y una oportunidad
educativa limitadas. Estos hallazgos brindan un apoyo adicional a la predicción del rol social
de que las preferencias de selección de pareja reflejan el género social y los roles maritales.

Prueba experimental sobre el representar el rol de ama de casa o de empleado

Para complementar la evidencia de que las preferencias de pareja varían entre culturas
de acuerdo a los roles de hombres y mujeres, Johannesen-Schmidt (2003) llevó a cabo un
experimento de juego de roles para explorar la relación entre los roles matrimoniales
específicos y las preferencias de pareja. En esta investigación, los estudiantes participantes de
una universidad de los EE. UU. imaginaron que tenían el papel principal como proveedores de
sus hogares o de ama de casa e informaron sobre sus preferencias de pareja. Las personas
asignadas a la función de sostén de la familia colocaron mayor énfasis en encontrar una pareja
más joven con buenas habilidades domésticas que aquellos participantes asignados a la función
doméstica; los individuos asignados al rol doméstico pusieron mayor énfasis en encontrar un
compañero mayor con buenas habilidades de proveedor que los individuos asignados al rol de
sostén de la familia. Estos hallazgos sugieren que las personas buscan parejas con atributos que
complementan su papel marital.

Tabla1. Correlaciones de la diferencia de edad media preferida entre el propio y el cónyuge con los índices de
igualdad de género de las Naciones Unidas según Buss et al. (1990) en 37 culturas.
Criterio de clasificación Criterios observados
Criterios de selección de Empoderamiento Indice de Empoderamiento Indice de
pareja de género desarrollo de de género desarrollo de
(n = 33) género (n = 35) género
(n = 34) (n = 36)
Buena capacidad de
ingresos (perspectiva
financiera)
Diferencias por sexo –.43* –.33† –.29† –.23
Mujeres –.29 –.18 –.49** –.42**
Hombres .24 .27 –.40* –.36*
Buenas amas de casa
(y cocineras)
Diferencias por sexo –.62*** –.54** –.61*** –.54**
Mujeres .04 –.01 .11 –.07
Hombres –.46** –.42* –.60*** –.61***
***. p < .001; **. p < .01; *. p < .05; †. p < .10.

Aunque todas las diferencias de acuerdo al sexo en las preferencias no fueron


eliminadas por la variación de roles, los asignados tuvieron un impacto similar en los
participantes hombres y mujeres. Por lo tanto, este estudio proporciona evidencia importante
de que los roles esperados en la sociedad están relacionados con las características de pareja
preferidas.

Tabla. 2. Correlaciones de la diferencia de edad media preferida entre el propio y el cónyuge con los índices de
igualdad de género de las Naciones Unidas según Buss et al. (1990) en 37 culturas.
Empoderamiento Indice de desarrollo
de género de género
(n = 35) (n = 36)
Diferencias según sexo –.73*** –.70***
Mujeres –.64*** –.57***
Hombres .70*** .70***
***. p < .001.
Pruebas de diferencias individuales dentro de la sociedad

Otra forma de evaluar las predicciones sobre el rol social es examinar dentro de una
sociedad las preferencias de pareja de personas que difieren en cuanto a su aprobación personal
sobre la división tradicional del trabajo entre hombres y mujeres. Al ilustrar este enfoque,
Johannesen-Schmidt y Eagly (2002) exploraron si las diferencias individuales en la ideología
de género están asociadas con las preferencias de selección de pareja. Debido a que el cambio
hacia las disposiciones de género no tradicionales ha tomado principalmente la forma de
mujeres que ingresan a la fuerza de trabajo remunerada, en lugar de hombres que realizan una
mayor proporción del trabajo doméstico (Bianchi, Milkie, Sayer y Robinson, 2000), lo crucial
son las actitudes hacia el cambio en los roles de las mujeres. Las personas que aprueban los
roles tradicionales para las mujeres o desaprueban los roles no tradicionales para las mujeres
deben ser especialmente propensas a tomar decisiones de pareja tradicionalmente diferenciadas
según el sexo.
El Inventario de Sexismo Ambivalente (ASI por sus siglas en inglés) de Glick y Fiske
(1996) proporciona medidas apropiadas de las diferencias individuales para probar estas
predicciones, debido a que evalúa el respaldo al rol femenino tradicional. El ASI incluye
escalas de (1) sexismo benevolente, definido como aprobación del papel de las mujeres en los
roles tradicionales; y (2) sexismo hostil, definido como la desaprobación del papel de las
mujeres en roles no tradicionales. A pesar del sexismo generalmente mayor de los hombres
(Glick y Fiske, 1996), estas medidas deben relacionarse con las preferencias de pareja de ambos
sexos. En la medida en que los hombres o las mujeres favorecen el papel tradicional femenino
manifestando un sexismo benevolente u hostil, deberían mostrar preferencias más fuertes hacia
una pareja que apoye esta división del trabajo.
Para probar estas predicciones en una muestra de estudiantes universitarios,
Johannesen-Schmidt y Eagly (2002) correlacionaron el respaldo de los participantes a los roles
femeninos tradicionales en el ASI y las características que preferían en un cónyuge. En general,
las personas con expectativas tradicionales sobre las mujeres también tenían preferencias de
tipo sexual que aumentaban la división clásica del trabajo entre esposos y esposas. Por ejemplo,
para las preferencias de edad, los hombres que apoyan el rol tradicional femenino prefirieron
una pareja más joven, mientras que para las mujeres que apoyaban el rol femenino tradicional,
mayor era la edad de preferencia en el cónyuge (aunque era significativo solo para la medida
del sexismo benevolente). En resumen, los tres estudios que presentamos proporcionan una
fuerte evidencia convergente de que las preferencias de parejas, como muchos otros atributos
y comportamientos sociales, están asociados con los roles sociales de hombres y mujeres.

La Psicología Evolutiva y la Teoría de la Selección de Pareja

La teoría del rol social no es la única teoría de las diferencias según el sexo en la
selección de pareja. En particular, los psicólogos evolutivos han sostenido que estas diferencias
reflejan los problemas adaptativos únicos que experimentaron los hombres y las mujeres a
medida que evolucionaron (por ejemplo, Buss, 1989; Kenrick, Trost & Sundie, 2002). Así, los
sexos desarrollaron diferentes estrategias para asegurar su supervivencia y para maximizar el
éxito reproductivo. Buss et al. (1990) interpretaron los resultados del estudio de 37 culturas
como evidencia de que las diferencias de sexo en las características de pareja preferidas son
universales y, por lo tanto, reflejan tendencias evolutivas que son generales para la especie
humana. Sin embargo, la variación sistemática intercultural en la magnitud de las diferencias
de sexo plantea preguntas sobre esta interpretación (Eagly y Wood, 1999; Kasser y Sharma,
1999).
Aunque los psicólogos evolutivos, en principio, reconocen la posibilidad de una
variación cultural, han afirmado que las preferencias de pareja no están relacionadas con los
recursos económicos de los individuos y otros factores vinculados con el rol dentro de una
sociedad determinada (por ejemplo, Kenrick y Keefe, 1992; Townsend, 1989). Por ejemplo,
en un estudio bien conocido, Wiederman y Allgeier (1992) encontraron que las mujeres en
nuestra sociedad que tenían un ingreso alto aún valoraban los recursos financieros de sus
parejas. Este hallazgo proporciona una prueba deficiente de las variables del rol porque el logro
de una ocupación bien remunerada no neutraliza el impacto de las expectativas más amplias
del rol de género. De acuerdo con estas normas más amplias, la mayoría de las mujeres se
consideran a sí mismas como asalariadas secundarias (Ferree, 1991) y anhelan ser parcialmente
dependientes de los ingresos de su esposo durante una parte de su vida (por ejemplo, mientras
crían una familia; Herzog, Bachman y Johnston, 1983). Además, es probable que las mujeres
que tienen un ingreso más alto seleccionen parejas de su propio grupo socioeconómico de nivel
superior (por ejemplo, Kalmijn, 1994; Mare, 1991). En general, las pruebas de las predicciones
de la teoría de los roles sociales deben evaluar las influencias de las necesidades de roles
específicos (por ejemplo, roles conyugales reales o deseados) y expectativas de roles más
difusas (por ejemplo, roles de género y expectativas basadas en la clase social y la educación).

Cambios en los roles de género y las diferencias de sexo a lo largo del tiempo

La idea de que los roles de género están arraigados en la división del trabajo y la
jerarquía de género implica que cuando estas características de la estructura social cambian,
las expectativas sobre hombres y mujeres cambian en consecuencia. De hecho, el empleo de
mujeres ha aumentado rápidamente en los Estados Unidos y en muchas otras naciones en las
últimas décadas. Este cambio en la estructura ocupacional puede reflejar disminuciones en la
tasa de natalidad y una mayor compatibilidad del empleo y los roles familiares, junto con la
creciente escasez de ocupaciones que favorecen la fuerza masculina. El aumento de su acceso
a la educación las ha cualificado para puestos de trabajo con más estatus e ingresos que los
empleos que solían tener en el pasado. Si bien la tendencia de los hombres a aumentar su
responsabilidad en el cuidado de los niños y otras tareas domésticas es bastante modesta
(Bianchi et al., 2000), estos cambios en la división del trabajo han dado lugar a una menor
aceptación de los roles de género tradicionales y una redefinición de los patrones de
comportamiento más apropiados para mujeres y hombres.
Debido a que los roles de las mujeres han cambiado para parecerse más a los de los
hombres, debe ocurrir cierta convergencia en el comportamiento de hombres y mujeres, y
tomar la forma de cambios en cuanto atributos de las mujeres en las esferas y dominios
masculinos. De acuerdo con esta idea, los análisis de las diferencias según el sexo en las últimas
décadas muestran cierta convergencia de los atributos de mujeres y hombres en dominios
tradicionalmente masculinos, como la toma de riesgos y la asertividad (véase la revisión de
Eagly & Diekman, en prensa). Es probable que estos cambios reflejen la participación creciente
de las mujeres en la fuerza laboral y la disminución de la concentración en el cuidado infantil
y otras actividades domésticas.
Estos cambios en los roles de las mujeres también han afectado las preferencias de
pareja de ambos sexos (Buss, Shackelford, Kirkpatrick, y Larsen, 2001). Específicamente, en
los Estados Unidos, desde 1939 hasta 1996, la preferencia de los hombres por una buena ama
de casa y cocinera disminuyó, y su preferencia por parejas con buenas perspectivas financieras
y un nivel similar de educación aumentó. A su vez, la preferencia de las mujeres por una pareja
con ambición, diligencia y laboriosidad disminuyó. Estos cambios de tipo sexual reflejan
revisiones sociales de los roles conyugales a medida que las esposas comparten más
responsabilidades con sus esposos.
La evidencia científica no solo sugiere cierta convergencia de los sexos, sino que
también las personas creen que los hombres y las mujeres son cada vez más similares. Por lo
tanto, los analistas sociales tienden a creer que las mujeres y los hombres han convergido en
sus características de personalidad, cognitivas y físicas durante los últimos 50 años y
continuarán convergiendo durante los próximos 50 años (Diekman y Eagly, 2000). Esta
convergencia percibida se produce porque las mujeres poseen cada vez más cualidades
típicamente asociadas con los hombres. Los actores sociales funcionan como teóricos del rol
implícito al asumir que, dado que los roles de las mujeres y los hombres se han vuelto más
similares, sus atributos se han vuelto más similares. Esta desaparición de muchas diferencias
según el sexo con el aumento de la igualdad de género es una predicción de la teoría del rol
social que se probará de manera más adecuada en la medida en que las sociedades produzcan
condiciones de igualdad entre mujeres y hombres.

CONCLUSIONES

Este capítulo ha resumido los supuestos básicos de la teoría del rol social de las
diferencias y similitudes sexuales. Las pruebas del modelo con preferencias para parejas a largo
plazo revelaron que, como se anticipó, las diferencias según el sexo dependen de las diferencias
de roles. Específicamente, las mujeres tienden a preferir a una pareja mayor con recursos y los
hombres tienden a preferir una pareja más joven con habilidades domésticas, en la medida en
que tienen o respaldan los roles tradicionales. Además, hemos argumentado que estas (y otras)
relaciones entre los roles sociales y el comportamiento están mediadas por causas proximales,
incluida la confirmación de las expectativas de género de los demás, la autorregulación y las
influencias hormonales. A nivel social, la concentración de mujeres y hombres en diferentes
roles es una característica consistente de las sociedades humanas porque los sexos cooperan en
una división del trabajo. Además, en muchas sociedades, los roles de hombres y mujeres
manifiestan relaciones patriarcales por las cuales los hombres tienen más poder y autoridad
que las mujeres. El patriarcado y la división del trabajo, a su vez, surgen porque las actividades
reproductivas de las mujeres y el tamaño y la fuerza de los hombres facilitan el desempeño de
ciertas actividades. En contextos socioeconómicamente más complejos, las actividades
compatibles con los deberes de cuidado infantil de las mujeres tienden a no otorgar niveles
especialmente altos de estatus o poder. Sin embargo, en las sociedades postindustriales, con
sus bajas tasas de natalidad, las mujeres han aumentado considerablemente su acceso a roles
que producen niveles más altos de poder y autoridad.

REFERENCIAS

Anderson, C., John, O. P., Keltner, D., & Kring, A. M. (2001). Who attains social status?:
Effects of personality and physical attractiveness in social groups. Journal of
Personality and Social Psychology, 81, 116–132.

Barry, H., III, Bacon, M. K., & Child, I. L. (1957). A cross-cultural survey of some sex
differences in socialization. Journal of Abnormal and Social Psychology, 55, 327–
332.

Baumeister, R. F., & Sommer, K. L. (1997). What do men want? Gender differences and two
spheres of belongingness: Comment on Cross and Madson (1997). Psychological
Bulletin, 122, 38–44.

Berg, S. J., & Wynne-Edwards, K. E. (2001). Changes in testosterone, cortisol, and estradiol
levels in men becoming fathers. Mayo Clinic Proceedings, 76, 582–592.

Bianchi, S. M., Milkie, M. A., Sayer, L. C., & Robinson, J. P. (2000). Is anyone doing the
housework?: Trends in the gender division of household labor. Social Forces, 79,
191–228.

Biddle, B. J. (1979). Role theory: Expectancies, identities, and behaviors. New York:
Academic Press.

Blair, I. V. (2002). The malleability of automatic stereotypes and prejudice. Personality and
Social Psychology Review, 6, 242–261.

Boldry, J., Wood, W., & Kashy, D. A. (2001). Gender stereotypes and the evaluation of men
and women in military training. Journal of Social Issues, 57, 689–705.

Booth, A., Shelley, G., Mazur, A., Tharp, G., & Kittok, R. (1989). Testosterone, and winning
and losing in human competition. Hormones and Behavior, 23, 556–571.

Buss, D. M. (1989). Sex differences in human mate preferences: Evolutionary hypotheses


tested in 37 cultures. Behavioral and Brain Sciences, 12, 1–14.

Buss, D. M., Abbott, M., Angleitner, A., Biaggio, A., Blanco-Villasenor, A., Bruchon
Schweitzer, M., et al. (1990). International preferences in selecting mates: A study of
37 cultures. Journal of Cross-Cultural Psychology, 21, 5– 47.

Buss, D. M., Shackelford, T. K., Kirkpatrick, L. A., & Larsen, R. J. (2001). A half century of
mate preferences: The cultural evolution of values. Journal of Marriage and the
Family, 63, 491–503. Social Role Theory of Sex Differences and Similarities 291

Carli, L. L. (2001). Gender and social influence. Journal of Social Issues, 57, 725–741.
Christensen, P. N., Rothgerber, H., Wood, W., & Matz, D. C. (2002). [Social norms and the
self: A motivational approach to normative behavior]. Unpublished manuscript, San
Diego State University, CA.

Cialdini, R. B., & Trost, M. R. (1998). Social influence: Social norms, conformity, and
compliance. In D. T. Gilbert, S. T. Fiske, & G. Lindzey (Eds.), The handbook of social
psychology (4th ed., Vol. 2, pp. 151–192). Boston: McGraw-Hill.

Cohen, D., Nisbett, R. E., Bowdle, B. F., & Schwarz, N. (1996). Insult, aggression, and the
southern culture of honor: An “experimental ethnography.” Journal of Personality
and Social Psychology, 70, 945–960.

Conway, M., Pizzamiglio, M. T., & Mount, L. (1996). Status, communality, and agency:
Implications for stereotypes of gender and other groups. Journal of Personality and
Social Psychology, 71, 25–38.

Corter, C. M., & Fleming, A. S. (1995). Psychobiology of maternal behavior in human beings.
In M. H. Bornstein (Ed.), Handbook of parenting (Vol. 2, pp. 87–116). Mahwah, NJ:
Erlbaum.

Costrich, N., Feinstein, J., Kidder, L., Marecek, J., & Pascale, L. (1975). When stereotypes
hurt: Three studies of penalties for sex-role reversals. Journal of Experimental Social
Psychology, 11, 520–530.

Cotes, E. J., & Feldman, R. S. (1996). Gender differences in nonverbal correlates of social
status. Personality and Social Psychology Bulletin, 22, 1014– 1022.

Crocker, J., & Wolfe, C. T. (2001). Contingencies of self-worth. Psychological Review, 108,
593–623.

Cross, S. E., & Madson, L. (1997). Models of the self: Self-construals and gender.
Psychological Bulletin, 122, 5–37.

Deaux, K., & LaFrance, M. (1998). Gender. In D. T. Gilbert, S. T. Fiske, & G. Lindzey (Eds.),
The handbook of social psychology (4th ed., Vol. 1, pp. 788–827). Boston: McGraw-
Hill.

Deaux, K., & Lewis, L. L. (1984). Structure of gender stereotypes: Interrelation- ships among
components and gender label. Journal of Personality and Social Psychology, 46, 991–
1004.

Deaux, K., & Major, B. (1987). Putting gender into context: An interactive model of gender
related behavior. Psychological Review, 94, 369–389.

Diekman, A. B., & Eagly, A. H. (2000). Stereotypes as dynamic constructs: Women and men
of the past, present, and future. Personality and Social Psychology Bulletin, 26, 1171–
1188.

Diekman, A. B., Eagly, A. H., & Kulesa, P. (2002). Accuracy and bias in stereotypes about the
social and political attitudes of women and men. Journal of Experimental Social
Psychology, 38, 268–282.
Dijksterhuis, A., & Bargh, J. (2001). The perception–behavior expressway: Automatic effects
of social perception on social behavior. In M. P. Zanna (Ed.), Advances in
experimental social psychology (Vol. 33, pp. 1–40). San Diego: Academic Press.

Eagly, A. H. (1983). Gender and social influence: A social psychological analysis. American
Psychologist, 38, 971-981.

Eagly, A. H. (1987). Sex differences in social behavior: A social-role interpretation. Hillsdale,


NJ: Erlbaum.

Eagly, A. H., & Diekman, A. B. (in press). The common-sense psychology of changing social
groups. In J. Jost, M. Banaji, & D. Prentice (Eds.), The ying and yang of social
psychology: Perspectivism at work. Washington, DC: American Psychological
Association Books.

Eagly, A. H., & Johnson, B. T. (1990). Gender and leadership style: A meta-analysis.
Psychological Bulletin, 108, 233–256.

Eagly, A. H., & Karau, S. J. (2002). Role congruity theory of prejudice toward female leaders.
Psychological Review, 109, 573–598.

Eagly, A. H., Makhijani, M. G., & Klonsky, B. G. (1992). Gender and the evaluation of leaders:
A meta-analysis. Psychological Bulletin, 111, 3–22.

Eagly, A. H., & Steffen, V. J. (1984). Gender stereotypes stem from the distribution of women
and men into social roles. Journal of Personality and Social Psychology, 46, 735–
754.


Eagly, A. H., & Wood, W. (1999). The origins of sex differences in human behavior: Evolved
dispositions versus social roles. American Psychologist, 54, 408–423.


Eagly, A. H., Wood, W., & Diekman, A. (2000). Social role theory of sex differences and
similarities: A current appraisal. In T. Eckes & H. M. Trautner (Eds.), The
developmental social psychology of gender (pp. 123–174). Mahwah, NJ: Erlbaum.

Ferree, M. M. (1991). The gender division of labor in two-earner marriages: Dimensions of


variability and change. Journal of Family Issues, 12, 158–180.

Fleming, A. S., Ruble, D., Krieger, H., & Wong, P. Y. (1997). Hormonal and experiential
correlates of maternal responsiveness during pregnancy and the puerperium in human
mothers. Hormones and Behavior, 31, 145–158.

Gabriel, S., & Gardner, W. L. (1999). Are there “his” and “hers” types of inter- dependence?:
The implications of gender differences in collective versus relational interdependence
for affect, behavior, and cognition. Journal of Personality and Social Psychology, 77,
642–655.

Geis, F. L. (1993). Self-fulfilling prophecies: A social psychological view of gen- der. In A. E.


Beall & R. J. Sternberg (Eds.), The psychology of gender (pp. 9–54). New York:
Guilford Press.

Gilbert, D. T. (1998). Ordinary personology. In D. T. Gilbert, S. T. Fiske, & G. Lindzey (Eds.),


The handbook of social psychology (4th ed., Vol. 2, pp. 89– 150). Boston: McGraw-
Hill.

Glick, P., & Fiske, S. T. (1996). The Ambivalent Sexism Inventory: Differentiating hostile and
benevolent sexism. Journal of Personality and Social Psychology, 3, 491–512.

Hall, J. A., & Carter, J. D. (1999a). Gender-stereotype accuracy as an individual difference.


Journal of Personality and Social Psychology, 77, 350–359.

Hall, J. A., & Carter, J. D. (1999b). [Unpublished data]. Northeastern University, Boston, MA.

Hannover, B. (2000). Development of the self in gendered contexts. In T. Eckes & H. M.


Trautner (Eds.), The developmental social psychology of gender (pp. 177–206).
Mahwah, NJ: Erlbaum.

Hayden, B., Deal, M., Cannon, A., & Casey, J. (1986). Ecological determinants of women’s
status among hunter/gatherers. Human Evolution, 1, 449–473.

Heilman, M. E., Block, C. J., Martell, R. F., & Simon, M. C. (1989). Has anything changed?:
Current characterizations of men, women, and managers. Journal of Applied
Psychology, 74, 935–942.

Hembroff, L. A. (1982). Resolving status inconsistency: An expectation states theory and test.
Social Forces, 61, 183–205.

Herzog, A. R., Bachman, J. G., & Johnston, L. D. (1983). Paid work, child care, and
housework: A national survey of high school seniors’ preferences for sharing
responsibilities between husband and wife. Sex Roles, 9, 109–135.

Hoffman, C., & Hurst, N. (1990). Gender stereotypes: Perception or rationalization? Journal
of Personality and Social Psychology, 58, 197–208. Johannesen-Schmidt, M. C.
(2003). Social role theory and sex differences in preferred mate characteristics:
Correlational and experimental approaches.

Doctoral dissertation, Northwestern University, Evanston, IL. Johannesen-Schmidt, M. C., &


Eagly, A. H. (2002). Another look at sex differences in preferred mate characteristics:
The effects of endorsing the traditional female gender role. Psychology of Women
Quarterly, 26, 322–328.

Kalmijn, M. (1994). Assortative mating by culture and economic occupational status.


American Journal of Sociology, 100, 422–452.


Kasser, T., & Sharma, Y. S. (1999). Reproductive freedom, educational equality, and females’
preferences for resource-acquisition characteristics in mates. Psychological Science,
10, 374–377.


Kenrick, D. T., & Keefe, R. C. (1992). Age preferences in mates reflect sex differences in
human reproductive strategies. Behavioral and Brain Sciences, 15, 75–133.

Lytton, H., & Romney, D. M. (1991). Parents’ differential socialization of boys and girls: A
meta-analysis. Psychological Bulletin, 109, 267–296.

Mare, R. D. (1991). Five decades of educational assortative mating. American Sociological
Review, 56, 15–32.

Mukhopadhyay, C. C., & Higgins, P. J. (1988). Anthropological studies of women’s status


revisited: 1977–1987. Annual Review of Anthropology, 17,461–495.

Murdock, G. P., & Provost, C. (1973). Factors in the division of labor by sex: A cross-cultural
analysis. Ethnology, 12, 203–225.

Newport, F. (2001, February 21). Americans see women as emotional and affectionate, men as
more aggressive. Gallup Poll News Service. Retrieved August 18, 2001, from
http://www.gallup.com/poll/releases/pr010221.asp

Olson, J. M., Roese, N. J., & Zanna, M. P. (1996). Expectancies. In E. T. Hig- gins & A. W.
Kruglanski (Eds.), Social psychology: Handbook of basic principles (pp. 211–238).
New York: Guilford Press.


Pratto, F. (1996). Sexual politics: The gender gap in the bedroom, the cupboard, and the
cabinet. In D. M. Buss & N. Malamuth (Eds.), Sex, power, and conflict: Evolutionary
and feminist perspectives (pp. 179–230). New York: Oxford University Press.


Ridgeway, C. L. (2001). Gender, status, and leadership. Journal of Social Issues, 57, 637–
656.


Ross, L., Amabile, T. M., & Steinmetz, J. L. (1977). Social roles, social control, and biases in
social–perception processes. Journal of Personality and Social Psychology, 35, 485–
494.


Salzman, P. C. (1999). Is inequality universal? Current Anthropology, 40, 31–44. Sanday, P.


R. (1981). Female power and male dominance: On the origins of sexual inequality.
New York: Cambridge University Press.


Shelton, B. A., & John, D. (1996). The division of household labor. Annual Review of
Sociology, 22, 299–322.


Spence, J. T., & Buckner, C. E. (2000). Instrumental and expressive traits, trait stereotypes,
and sexist attitudes. Psychology of Women Quarterly, 24, 44–62.


Spence, J. T., & Helmreich, R. (1978). Masculinity and femininity: Their psychological
dimensions, correlates, and antecedents. Austin: University of Texas Press.

Storey, A. E., Walsh, C. J., Quinton, R. L., & Wynne-Edwards, K. E. (2000). Hormonal
correlates of paternal responsiveness in new and expectant fathers. Evolution and
Human Behavior, 21, 79–95.


Taylor, M. C., & Hall, J. A. (1982). Psychological androgyny: Theories, methods, and
conclusions. Psychological Bulletin, 92, 347–366.


Townsend, J. M. (1989). Mate selection criteria: A pilot study. Ethology and Sociobiology, 10,
241–253.
United Nations Development Programme. (1995). Human development
report, 1995. New York: Oxford University Press.


U. S. Bureau of Labor Statistics. (2002). Median weekly earnings of full-time wage and salary
workers by detailed occupation: Current Population Sur- vey (Table 39). Retrieved
on September 4, 2003 from http://www.bls.gov/ cps/cpsaat39.pdf

Whyte, M. K. (1978). The status of women in preindustrial societies. Princeton, NJ: Princeton
University Press.

Wiederman, M. W., & Allgeier, E. R. (1992). Gender differences in mate selection criteria:
Sociobiological or socioeconomic explanation? Ethology and Sociobiology, 13, 115–
124.

Williams, J. E., & Best, D. L. (1990a). Measuring sex stereotypes: A multination study (rev.
ed.). Newbury Park, CA: Sage.

Williams, J. E., & Best, D. L. (1990b). Sex and psyche: Gender and self-viewed cross
culturally. Newbury Park, CA: Sage.

Wood, W., Christensen, P. N., Hebl, M. R., & Rothgerber, H. (1997). Conformity to sex-typed
norms, affect, and the self-concept. Journal of Personality and Social Psychology, 73,
523–535.

Wood, W., & Eagly, A. H. (2002). A cross-cultural analysis of the behavior of women and
men: Implications for the origins of sex differences. Psychological Bulletin, 128, 699–
727.

Wood, W., & Karten, S. J. (1986). Sex differences in interaction style as a product of perceived
sex differences in competence. Journal of Personality and Social Psychology, 50,
341–347.

Yoder, J. D., Hogue, M., Newman, R., Metz, L., & LaVigne, T. (2002). Exploring moderators
of gender differences: Contextual differences in door-holding behavior. Journal of
Applied Social Psychology, 32, 1682–1686.

Zenmore, S. E., Fiske, S. T., & Kim, H.-J. (2000). Gender stereotypes and the dynamics of
social interaction. In T. Eckes & H. M. Trautner (Eds.), The developmental social
psychology of gender (pp. 207–241). Mahwah, NJ: Erlbaum.

También podría gustarte