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La joven dio una carcajada. Sarcástica, dijo que aquel discurso era
bonito, pero distante de la realidad. Mencionó que le gustaría
encontrar un único motivo para sonreír. Declaró que su vida era una
tragedia. El Viejo se mantuvo impasible y dijo con dulzura:
“Dificultades financieras, problemas de salud, la muerte de personas
queridas, relaciones afectivas frustradas, sueños negados, muchos
son los motivos de tristeza cuando te observas prisionera de la
situación; o de alegría, cuando percibes la herramienta ofrecida para
aprender a vivir diferente y mejor. La vida precisa de las
decepciones para provocar el cambio en la manera de ver el mundo;
de las dificultades para perfeccionar la manera de andar. Así, de
modo extraño, la vida se vuelve perfecta a través de las
imperfecciones”.
Argumenté que algunas personas tenían una vida más difícil que
otras. Para mi sorpresa, el monje paró de podar las rosas, guardó el
alicate y se sentó en el banco de piedra a la sombra de un árbol.
Cuando me miró sus ojos estaban aguados. Le pregunté si estaba
bien y asintió con la cabeza. Después dijo: “Cada cual enfrenta las
perfectas lecciones que le corresponden. La vida entrega los
instrumentos necesarios y las condiciones adecuadas para que el ser
ilumine las sombras que lo habitan. Ni más, ni menos. En esencia,
tenemos que ejercitar el amor a través de las variadas virtudes
existentes. Las virtudes son las herramientas de la Luz, el amor es la
más importante de ellas”. Me miró profundamente a los ojos y dijo:
“Vivir el amor y la alegría al lado de quien amamos, en perfectas
condiciones de convivencia y sin problemas es maravilloso, pero es
para los débiles. A los fuertes les es destinado el desafío de hacer
florecer el amor y la alegría ante las adversidades”.
Le pregunté si la vida había sido dura con él. Una lágrima escurrió
por la piel arrugada del monje. Le pedí disculpas por haber
provocado, sin querer, aquella emoción. Él sonrió y dijo con
dulzura: “Está todo bien. Sólo hay nostalgia donde existe amor. Soy
grato a esto”. Después continuó: “Cuando joven, mis sueños eran
otros, nunca me imaginé haciendo parte de una orden esotérica y
viviendo en un monasterio. Deseaba una vida cómoda y una familia
feliz, ideal bonito de vida, que nada tiene de malo. Estudié mucho,
conseguí un excelente empleo, me casé con una bella mujer y llegué
a la cima de la carrera al conquistar la presidencia de una famosa
empresa multinacional. En seguida mi esposa quedó embarazada y
mis mejores sueños estaban en la palma de mi mano. Recuerdo que
pensé: ‘llegué a lo alto de la montaña’. Sin embargo, el parto se
complicó y en un sólo instante perdí a mi mujer amada y al hijo
deseado”.