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Agradece por la oscuridad

Manejaba por las montañas de Arizona, en la sinuosa carretera que une


Flagstaff con Sedona, cuando fui acometido por otro vehículo. Después de
algunos días internado, fui a recuperarme a casa de Canción Estrellada, el
chamán que tenía el don de eternizar la filosofía de su pueblo a través de la
palabra. Estábamos en la terraza de su casa. Era una tarde linda, sin ninguna
nube en el cielo. Lamenté el accidente, pues no sería posible hacer casi nada
de aquello que tenía programado. Pasear a caballo, nadar en el lago, bajar en
bote por los rápidos, además de los deseados senderos hasta los lugares
sagrados en las montañas para las ceremonias mágicas no serían actividades
posibles con la pierna enyesada. Canción Estrellada apenas me miró. Encendió
su indefectible pipa con hornillo de piedra roja, dio algunas bocanadas y dijo:
“Todo lo que sucede en nuestras vidas es para nuestro bien. Por tanto,
agradece por el accidente”. Le dije que no podía estar hablando en serio.
Aunque era consciente de que los daños habrían podido ser más graves,
siempre es posible, de otro lado, yo habría podido pasar las vacaciones sin
ninguna lesión, como siempre habían sido mis días en Sedona. El chamán
miraba cómo el humo de la pipa danzaba al ritmo de la brisa de la tarde y
comentó: “Tu espiritualidad es como un lago con poca agua, Yoskhaz.
Todavía poco profunda”. Sacudí la cabeza como respuesta. Comenté que él no
estaba con el humor muy afinado, pues no se hacía gracia con la desgracia
ajena. Le recordé mis muchos años de estudio en filosofía y metafísica,
inclusive los varios períodos en los cuales había estado aprendiendo con él
sobre chamanismo. Mencioné los estudios que mantenía sobre el Tao, el
estoicismo y la tradición cristiana con Li Tzu, Lorenzo y el Viejo,
respectivamente. Canción Estrellada me cuestionó: “¿De qué me sirve tener
un río en el patio si no bebo ni me baño en sus aguas?”.
Discordé de inmediato. Dije que era imposible estar satisfecho por tener los
planes de vacaciones frustrados, principalmente por causa de un accidente que
podría haber sido evitado. Ponderé que si yo no hubiese ido a Flagstaff a
almorzar aquel día, nada habría sucedido. El chamán se encogió de hombros y
dijo: “Tal vez podría haber sucedido algo peor si te hubieras quedado aquí”.
Volvió a fumar de su pipa y consideró: “Los buenos espíritus nunca nos
desamparan. Hay lesiones y situaciones mucho más graves que una pierna
fracturada. Acepta que recibiste un bello presente; será más fácil aprender a
usarlo”. Me miró a los ojos y volvió a aconsejar: “¡Agradece!”.
Fuimos interrumpidos en ese instante por un grupo de amigos que pasarían la
noche en el bosque para fotografiar animales nocturnos. Fueron a pedirme
prestada la cámara, ya que yo no podía acompañarlos. Les dije que la sacaran
de mi mochila y miré a Canción Estrellada como pidiéndole comprensión y
razón. El chamán sonrió.
Tan pronto el grupo se despidió, él comentó: “La sabiduría ancestral de mi
pueblo enseña que en cada situación negativa existe un mago escondido entre
los escombros”. ¿Un mago? Se me hizo extraño. El chamán prosiguió: “El
poder de un mago es el de transformar la realidad. Encuentra al mago o el
accidente será apenas una molestia”.
Canción Estrellada se levantó y salió. Tomé un libro para distraerme, pero no
conseguí envolverme con la narrativa. Mi mente, de modo recurrente, me
recordaba todo lo que tenía programado y no podría realizar. Mis vacaciones
habían sido hurtadas por el destino. Los días comenzaron a estar demasiado
calientes y las noches muy heladas; el café tibio; la comida sin gusto. En eso
llegó el fin de semana. Los sábados, desde que el chamán había dejado de dar
clases en la escuela de la ciudad, hacía muchos años atrás, padres e hijos se
reunían bajo el frondoso roble que había en el patio de su casa para oír las
historias que enseñaban la sabiduría antigua de su pueblo. Era un agradable y
seguro ceremonial mágico. Magia es transformación; las historias instauran
nuevas ideas como semillas para que cada uno modifique la propia realidad; se
cambia la vida al cambiar la manera de vivir cada uno de sus días. Yo estaba
cómodo en la terraza y preferí no aproximarme. Escucharía desde allí. Dos
niños, de unos cinco años, vinieron hacia mí y me ofrecieron dulces. Rehusé;
les dije que los dulces contenían mucho azúcar y causaban caries. Uno de los
chicos se volteó hacia el otro y comentó: “Está malhumorado. Vámonos”.
Aquello me incomodó; los niños ya no se educaban como antes, pensé.
Ante decenas de personas que se acomodaron sobre la grama, Canción
Estrellada inició la historia: “Hace mucho tiempo existía un notable guerrero
llamado Koda. Él cabalgaba bien, era un excelente rastreador, escalaba
paredes de piedras con gran agilidad, hábil en el uso del arco y un eximio
luchador. Le gustaba cazar solo, pues nadie lo acompañaba en fuerza y
destreza; pasaba días en el bosque y cuando regresaba traía toda la carne que
la aldea necesitaba para atravesar el invierno. Era temido por los enemigos y
admirado por los amigos. Cierta vez, cuando su único hijo entró en la
adolescencia, contrarió sus propios hábitos y lo llevó consigo para cazar.
Quería transmitirle al joven todo aquello que había aprendido de su padre y
que él había perfeccionado. En aquella cacería localizaron un enorme oso
pardo, animal famoso por su agresividad. Sin embargo, Koda sabía que
además de suplir buena parte de la alimentación de la tribu, aquella presa sería
un valioso rito de iniciación para el hijo. Pasaron días asechando al animal.
Como era imposible enfrentar al oso en lucha abierta, esperaban un momento
de descuido para hacer un ataque definitivo. El animal siguió hacia un
peñasco. Koda sabía que era peligroso, pues podría terminar preso entre el oso
y el abismo. No solía dejarse llevar por esas situaciones, pero no quería
decepcionar al hijo. Ya lo imaginaba usando un abrigo confeccionado con
aquella piel y un collar hecho con la enorme garra del oso, símbolos de coraje,
habilidad y poder ante la tribu. En determinado momento, el animal comenzó
a bajar el peñasco. Koda y su hijo lo seguían a una distancia segura, cuando de
repente el oso invirtió el sentido para avanzar rápido hacia Koda y el joven,
quien se asustó y perdió el equilibrio. Koda hizo lo posible para agarrarlo y
terminó cayendo también. El muchacho se golpeó la cabeza con una piedra y
fue directo hacia los brazos del Gran Espíritu”. Pude percibir que algunos
oyentes tenían lágrimas en los ojos. El chamán prosiguió: “Koda sobrevivió,
pero con la caída se quebró los dedos de las manos y se dilaceró varios
tendones. Nunca más podría volver a lanzar una flecha ni manosear un arco;
quedó impedido para cazar por el resto de su existencia”.
“Sumado al dolor de nunca más ejercer aquello que consideraba ser su don,
Koda estaba sumido en una profunda tristeza por la partida inesperada del hijo
amado. De repente, había perdido todas las cosas que alimentaban su vida.
Cuando se restableció de la fractura de las manos, aunque limitado
definitivamente para mover los dedos, lo que le impedía hacer muchas cosas,
otra fractura estaba lejos de cicatrizar, aquella localizada en el corazón. Ya no
sentía la alegría de los días, pues para Koda ya no había nada que llenara el
vacío instalado dentro de sí”.
“Cierta noche de un invierno bastante riguroso, cuando todos en la aldea
dormían, Koda salió en silencio hacia el bosque sin avisar. No llevó alimentos,
agua o un manto para protegerse del frío. Envuelto en profunda depresión,
estaba dispuesto a encontrarse con su amado hijo en el mundo invisible del
Gran Misterio. Se dirigió al mismo peñasco del cual habían caído. Entendía
que esta era una plataforma adecuada para el embarque. Se recostó en una
piedra helada dada la baja temperatura y se dejó adormecer por el frío con la
esperanza que la noche lo llevara consigo. Al despertar no estaría más en este
mundo. En sueño, su hijo se le apareció. El joven estaba lindo y sonriente. Le
dijo al padre que estaba bien y feliz, y le explicó que cada persona tiene su
tiempo de viaje en cada existencia y es necesario no solo respetarlo, como
aprovechar cada día. Partir antes de la hora interfiere el andamiento del viaje
pues lleva de regreso al punto de partida. Entonces, al contrario de lo que
Koda deseaba, demoraría aún más para volver a estar juntos. También le
explicó que el corazón es el lugar de muchas fuentes de aguas puras; fuentes
de amor y perdón. El padre tenía que perdonarse, pues no era culpable por lo
sucedido; todo tiene su tiempo. Igualmente le explicó que tampoco debía
lamentar su destino; siempre existe amor, sabiduría y justicia en los hechos de
la vida, aunque tengamos alguna dificultad para entender muchas cosas antes
del debido tiempo. El tiempo de expansión de la consciencia”.
“Mencionó que cada vez que quisiese sentir la presencia del hijo, entonara una
canción en su memoria; una música alegre, pues el amor sin alegría no es
amor. Adicionó que era necesario que volviera a la tribu y recomenzara. Koda
respondió que no era posible, ya que todo estaba muy oscuro en su vida. El
hijo le respondió: agradece por la oscuridad”.
Koda despertó asustado. Además del impacto que el sueño le había causado,
estaba muy frío y comenzaba a sentir un incómodo adormecimiento en el
cuerpo; moriría de hipotermia antes de volver a la aldea conforme los consejos
del hijo. Fue cuando oyó un extraño ruido. Era el enorme oso pardo, el mismo
del fatídico día. Como no podía luchar ni correr, Koda apenas miró al animal a
los ojos. En silencio, pidió misericordia. Así, en vez de suicidio, una muerte
involuntaria podría llevarlo al anhelado encuentro. No obstante, el oso tenía
compasión en su expresión. Al contrario del deseo de Koda, el animal se
acostó a su lado y lo acogió junto a su cuerpo caliente, impidiendo que el frío
apagara la luz de su existencia”.
“El antiguo guerrero despertó con el sol alto de la mañana. El oso ya no estaba
a su lado. Impresionado con los hechos, Koda regresó a la aldea y relató el
fantástico encuentro que había tenido. Las personas dijeron tratarse de una
buena historia, pero parecían no creer en él. Le dijeron a Koda que algunos
sueños parecían reales, pero que eran apenas sueños. Alegaran que podría
tratarse de un delirio proveniente del frío extremo. Sin embargo, otras
personas se aproximaban para oír. Aunque también dudaban de la veracidad,
le preguntaban si sabía contar otras historias, pues les había encantado la
manera como él narraba; se sentían como si estuviesen viviendo la trama.
Koda percibió que le gustaba narrar historias y este tal vez fuera el motivo por
el cual las contaba tan bien”.
“Koda recordó antiguas leyendas enseñadas por sus abuelas. Había sabiduría
en ellas; en la infancia se divertía intentando encontrar lecciones en cada una
de ellas. Pasó a catalogar las narraciones ancestrales de su pueblo. Paso
siguiente, comenzó a narrar sus cacerías; introducía elementos de misterio y
fantasía, no solo para hacerlas más interesantes, sino para resaltar lo absurdo
de la realidad que nos negamos a aceptar. Lo más interesante fue percibir que
al contar las historias también aprendía con ellas; había más lecciones de lo
que pensaba en la época. Entendió, entonces, cómo las historias podían
ayudar; eran semillas de transformación por las enseñanzas que transmitían.
Inclusive, y principalmente, a él mismo”.
“El tiempo pasó y sin darse cuenta, el guerrero se había retirado de escena
para que el sabio ocupara su lugar en el palco de la vida. Descubrió que, en
verdad, el guerrero apenas existió para proveer las historias que un día el sabio
contaría. Enseñar era su genuino don. Koda se volvió un maravilloso contador
de historias, un jardinero de flores de la evolución La semilla primordial fue la
oscuridad que un día, cuando todo era extremamente sombrío, le permitió ver
la luz de la vida como nunca la había percibido antes”.
“Aprendió a tocar el tambor para acompañar las canciones ancestrales que
también eran maneras de ilustrar las historias. Algunos cantos son como
historias animadas, bromeaba. El contador de historias vivió en inimaginable
plenitud comparado a los días en los que se enorgulleció de ser un hábil
cazador. El accidente forzó la búsqueda por lo desconocido que había en sí;
entonces, encontró el deleite para siempre”.
Hubo silencio absoluto.
Una adolescente pidió la palabra. El chamán hizo un gesto con la cabeza para
que prosiguiera. La joven comentó: “A veces, cuando todo parece claro
tenemos dificultad para ver la luz; cuando todo parece divertido solemos
olvidar la necesidad de avanzar y evolucionar. Entonces, por acto de amor
puro, la vida nos deja en la oscuridad para que entendamos cómo la luz se
manifiesta, nos mueve y fortalece”.
Canción Estrellada sonrió en aprobación. Levantó las cejas hacia la platea y
les recordó: “Divertirse es fundamental y ayuda a aliviar las tensiones de la
existencia. Sin embargo, la esencia de la vida es la evolución. En algunos
periodos, sea por distracción o por comodidad, perdemos la sensibilidad para
localizar la luz. Son los momentos en los que la oscuridad llega para
ayudarnos. Al destruir la realidad de hoy, ella abre espacio para un
inimaginable mañana al resaltar la luz que no podíamos ver. Claro, desde que
sepamos aprovechar la oportunidad”.
Una chiquilla levantó la mano. Canción Estrellada le dio la palabra. La niña
quería saber qué música Koda cantaba cuando extrañaba a su hijo, pues ella
había tenido un perrito que también había ido al encuentro del Gran Espíritu.
El chamán le sonrió con dulzura y explicó: “Koda agarraba el tambor y
entonaba una canción de amor para su hijo, dejando que su corazón le dijera
cuál sería la canción; el gran secreto de Koda fue que él aprendió a oír su
propio corazón; esto lo hizo sabio. Así, cuando dormía, en sueños se
encontraba con el hijo; conversaban, bromeaban y reían. Koda despertaba en
paz. El mismo sentimiento que antes dilaceraba su corazón ahora le daba paz;
entendió que era una bonita manifestación de amor que los mantenía unidos.
Como la nostalgia es una manifestación de amor, siempre entonaba canciones
alegres para su hijo”. La niña quiso saber si cada vez que le cantaba al hijo
sucedía el encuentro. El chamán aclaró: “No. En verdad, el hijo se le apareció
pocas veces en sueños. No obstante, el amor, además de atemporal, está en
todo lugar; basta que lo dejemos entrar. Al cantar, Koda sentía la presencia del
hijo y esto le daba felicidad y paz. Es más, cada vez que Koda contaba una
historia, de alguna manera, también sentía a su hijo cerca, pues había sido la
piedra angular para la maravillosa transformación ocurrida en su vida”. La
chiquita agradeció y dijo que aprendería a escuchar su corazón para saber qué
canción cantar para soñar con su perrito. Emocionados, todos aplaudieron.
Enseguida, mientras conversaban comieron los refrigerios que habían llevado.
Ya era noche cuando todos partieron.
Sin duda, yo había presenciado un ceremonial mágico. Diferente de aquellos
vividos en el bosque o en lo alto de la montaña, pero igualmente poderoso por
las posibilidades de evolución que ofrecía. Cuando Canción Estrellada pasó
por la terraza, le pregunté si aquella historia había sido para mí, por causa del
accidente. Él se encogió de hombros y dijo: “Todas las historias nos sirven,
basta dejar que nos enseñen”. Comenté que algo me había tocado con aquella
narración, pero no sabía precisar qué. El chamán me aconsejó: “Tal vez tu
corazón te quiere decir alguna cosa. Por tanto, sugiero quietud y soledad”.
Canción Estrellada me ayudó a ir hasta la sala y me acomodé en una
confortable poltrona. Enseguida me preguntó qué objetos llamaban más mi
atención. Habían muchas cosas allí. Mencioné las fotografías, los cuadros, los
muebles, algunas reliquias sagradas que estaban en una mesa en el centro que
servía de altar. Enseguida, él apagó la luz. Como era de noche, todo quedó
oscuro. Volvió a preguntarme qué era lo que saltaba a mis ojos. De inmediato
respondí que era la llama de una pequeña vela prendida sobre una cómoda. El
chamán comentó: “La llama de la vela era una luz que hasta hace poco, ante
tantas cosas, escapaba a tu percepción. Este es el poder de la oscuridad.
Agradece cuando esta llegue para mostrarte dónde está la luz que no puedes
ver”.
No satisfecho, fue más a fondo. Apagó la llama de la vela y volvió a preguntar
qué saltaba a mis ojos. De nuevo en la oscuridad, dije que por causa de una
lámpara encendida, percibía la luz que venía por detrás de las rendijas de la
puerta de uno de los cuartos de la casa. Canción Estrellada advirtió: “Existen
varias puertas. Apenas la oscuridad permitió ver en cuál de ellas hay luz. Así
pasa en la vida”.
Pasé la noche sentado en la poltrona de la sala en reflexión. Mis pensamientos
dieron vuelta al mundo varias veces. A mi mundo. Entre idas y venidas,
subidas y bajadas, me di cuenta de que siempre amé escribir. Fui a trabajar
como publicista para desarrollar historias mediante los anuncios que yo
creaba. En otro momento, hacía muchos años, cuando viví una situación
bastante complicada, escribía todos los días para mantener mi sanidad y
equilibrio. De manera propia, nunca había abandonado la escritura. En los
últimos años mi búsqueda por autoconocimiento me había llevado a muchos
lugares del mundo. De Arizona al Himalaya; del monasterio al desierto. En
verdad, había estado en muchos lugares porque debía entender que el mejor
lugar del mundo está dentro de mí. Fue necesario vivir muchas historias. Cada
una cuenta un paso de ese camino. El camino. Necesitaba escribirlas; mi alma
quería esto.
Tomé un cuaderno que tenía en la mochila y comencé. Escribí a mano; era un
manuscrito. Escribí días y noches, parando apenas cuando me vencía el sueño.
Algunas veces adormecía encima del cuaderno. La dificultad de locomoción
convirtió el acto de escribir mucho más placentero; gracias a la dificultad
entendí el pedazo que me faltaba; o mejor, la parte que había olvidado en mí.
Lo que la vida me impedía por un lado, me enriquecía por otro. Siempre es así
cuando estamos atentos. El final de las vacaciones coincidió con el plazo para
retirar el yeso. Mi pierna estaba curada, así como el alma. Habían sido las
mejores vacaciones de mi vida. Volvía a casa renovado y con un cuaderno
repleto de historias.
El día de la partida, me despedí de Canción Estrellada y le agradecí por todas
las enseñanzas. Cuando salí de su casa, vi el inseparable tambor de dos caras
al lado de una pequeña hoguera hecha en el jardín; el calor del fuego era usado
para estirar el cuero del instrumento. Fue cuando me di cuenta de que siempre
había habido una pata de oso estampada en una de las caras del tambor. Es una
tradición que los chamanes pinten sus tambores con símbolos, mandalas,
tótems o animales de poder, ¿pero la pata de un oso? ¿Sería él Koda? Miré a
Canción Estrellada asustado con lo que podría tratarse de una revelación. Mis
ojos querían una respuesta. El chamán apenas arqueó los labios en leve sonrisa
sin decir palabra. Percibí que en su corazón había heridas curadas por el amor;
en sus manos las cicatrices estaban borradas por el tiempo.
Un año después, los manuscritos del cuaderno se transformaron en
Manuscritos, el libro. De Rio de Janeirole envié un ejemplar de la primera
edición a Canción Estrellada, con una dedicatoria sincera: Gracias por
mostrarme el valor de la oscuridad. Apenas allí pude encontrar la luz que mi
alma reflejaba, pero no podía ver. La oscuridad me enseñó a llegar a la luz.
¿Paradoxal? ¡No! La vida, por amor y sabiduría, nos cierra muchas sendas
cuando quiere mostrarnos el camino correcto, el genuino don y un nuevo
sueño...

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