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El universo es
ra respecto a los crímenes, es 10 que más estrechamente humilde: mi risa es su inocencia).
une a los hombres.
La risa bendice y Dios maldice. El hombre no está,
La unión alimenta la hostilidad incesante. En el amor como lo está Dios, condenado a condenar. La risa es, si
«q~e excede», no sólo debo querer matar, sino también él lo quiere, maravilla, puede ser ligera, la risa puede
evitar desfallecer al enfrentarme con ello. Si pudiese me bendecir. Si me río de mí mismo...
dejaría caer y gritaría mi desesperación. Pero rechazando
la desesperación, continuando mi vivir feliz, alegre (sin Petiot decía a sus clientas (según Q.):
razón), amo más duramente, más auténticamente como -La encuentro anémica. Necesita usted cal.
la vida merece ser amada. ' Las citaba en la calle Lesueur, para un tratamiento re-
calcificante.
La suerte de los amantes es el mal (el desequilibrio) ¿Y si del periscopio de la calle Lesueur dijese yo que
a que obliga el amor físico. Están condenados inacaba- es la c~m'!bre?
blemente a destruir la armonía entre ellos, a lucha"I' en la Se me revolvería el estómago de horror, de asco.
noche. Al precio de un combate, por las heridas que se 'Será reconocible la cercanía de la cumbre por el ho-
hacen, así es como se unen. rro~ y el asco que nos oprimen el corazón?
El valor moral es el objeto del deseo: aquello por lo
que se puede morir. No siempre es un «objeto» (de exis- ¿Acaso sólo las naturalezas groseras, primitivas, se
tencia definida). El deseo versa a menudo sobre una pre- someterían a la exigencia del «periscopio»?
sencia indefinida. Es posible oponer paralelamente Dios Desde un punto de vista teológico, un «periscopio» es
una mujer amada; por otra parte la nada, la desnude~ lo análogo al Calvario. Tanto de un lado como de otro,
femenina (independiente de un ser particular). un pecador goza del efecto de su crime!1: ~e content~ con
Lo indefinido tiene lógicamente signo negativo. la imaginería si es devoto. Pero la cruclflXlón, ese cnmen,
es su crimen: une eL arrepentimiento al acto. La perver-
Odio las risas flojas, la inteligencia hilarante de los sión en él reside en el deslizamiento de la conciencia y en
«ingeniosos ». el escamoteamiento involuntario del acto, en la falta de
Nada me es más ajeno que una risa amarga. virilidad, en la fuga.
Yo río ingenuamente, divinamente. No río cuando es-
toy triste y cuando río, me divierto mucho. Poco antes de la guerra soñé que era fulminado. Ex-
perimenté un desgarramiento, un gran terror. En ese pre-
Estoy avergonzado de haberme reído (con mis ami- ciso instante, estaba maravillado, transfigurado: me mo-
gos), de los crímenes del doctor Petiot. La risa que sin ría.
duda tiene la cumbre por objeto nace de la inconscien- Hoy siento el mismo ímpetu. Si yo quisiera «qu~ todo
cia que tenemos de ella. Como mis amigos, fui lanzado esté bien» si solicitase un seguro moral, advertiría la
de un horror sin nombre a una hilaridad insensata. Más estupidez de mi alegría. Me embriago, por el contrario, de
allá de la risa se reúnen la muerte, el deseo (el amor), no querer nada y de caI'ecer de seguridad. Experimento
el pasmo, el éxtasis unido a alguna impresión de horror un sentimiento de libertad. Pero pese a que mi ímpetu
al horror transfigurado. En ese más allá, ya no me río:' vaya hacia la muerte, no le recibo como liberación de la
guardo una sensación de risa. Una risa que intentase vida. La siento, por el contrario, aligerada de las preoc~
durar, queriendo forzar el más allá, seda «querida» y paciones que· la roen (que la unen a concepciones defl'
sonada mal, por falta de ingenuidad. La risa fresca, sin nidas). Una nadería --o nada- me embriaga. Esta em-
reservas, se abre sobre lo peor y mantiene en lo peor (la briaguez tiene como condición que me ría, principalmen-
muerte) un sentimiento ligero de maravilla (¡Al diablo te de mí mismo.
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_Imposible -se me dijo--, lo bello no es risible.
W>do el ser y 88OündoIo. quien abre UDa tan Intima he. No consegui convencerlos. .-
ricia. Y, sin embargo. me habia reido, feliz c?m~ un mno.
en el atrio del Duomo que, bajo el sol de Juho, me des-
Este estado de Inmanencia es la impiedad. misma.
lumbró.
La impiedad perlecta es lo
pnder ele lo Dlldal: DIIda puede ya
oer.::.npresa
de la nada (del
en mí -ci Reia de place!' de vivir, de mi sensuali~ad de Italia -~a
la trascendencia, ni el futuro (no "'" espera). más dulce y la más hábil que he conocido-. y me r~la
de adivinar hasta qué punto, en ese país soleado, .Ia Vida
No hablar de Dios significa que se le teme, que aún se había burlado del cristianismo, trocando el monje exan·
no se está cómodo con él (su imagen o su lugar en los üe en princesa de las Mil y Uua Noches. .
encadenamientos de lo real, del lenguaje... ) que se aplaza g El Duomo de Siena es, en medio de los palaC:los rosa·
para más tarde examinar el vacfo que designa o perfo- dos, negros Y blancos, comparable ~ un. pastel mmenso,
rarlo con la risa. multicolor y dorado (de un gusto discutible).
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