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El hombre que está

solo y espera
Raúl Scalabrini Ortiz

Librerías Anaconda, Buenos Aires, 1933

La primera edición de esta obra apareció el 15


de Octubre de 1931, en la editorial de Don
Manuel Gleizer. La segunda edición, el 31 de
Diciembre de 1931. La cuarta edición apareció
el 1º de Julio de 1932, en la Sociedad Editorial
Tráfico. La quinta edición apareció el 15 de
Noviembre de 1932, ordenada por las Librerías
Anaconda.

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OTRAS OBRAS DEL AUTOR

¡CREER!
He allí
toda la magia
de la
vida
Es costumbre mentarlas, y por eso el autor confesará la
profesión de un opúsculo de matemáticas, editado en 1918;
un libro de cuentos titulado “La Manga”, publicado por
Gleizer en 1923; una comedia mal facturada, que se repre-
sentó fragmentariamente en 1926. Realizó además una soste-
nida campaña pro reconocimiento de bondades porteñas, como
redactor de “La Nación”, “El Mundo”, “El Hogar”, y
“Noticias Gráficas”. Pero su obra mejor, la más indiscuti-
blemente porteña, está en sus incurias, en sus vagancias por Atreverse a erigir en creencias los senti-
las calles, es sus representaciones, es su amor a la ciudad, mientos arraigados en cada uno, por mu-
jamás desmentido, y en esta certidumbre, lector, de que yo y cho que contraríen la rutina de creencias
usted tenemos un mismo sueño parejo... extintas, he allí todo el arte de la vida.

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LECTOR:
LA GOTA DE AGUA
No catalogue vacío de sentido a lo que en el in-
terior de este libro llamo “espíritu de la tierra”.
Si por ingenuidad de fantasía le es enfadoso con-
cebirlo, ayúdeme usted y suponga que “el espíritu de Acuidad avizora y vocación sin desfa-
la tierra” es un hombre gigantesco. Por su tamaño llecimientos deben sostener al que procure in-
desmesurado es tan invisible para nosotros, como lo dagar las modalidades del alma portería actual.
somos nosotros para los microbios. Es un arquetipo Y digo actual, porque se me ocurre una irreve-
enorme que se nutrió y creció con el aporte inmi- rencia macabra la de andar desenterrando tipos
gratorio, devorando y asimilando millones de espa- criollos ya fenecidos —el gaucho, el porteño co-
ñoles, de italianos, de ingleses, de franceses, sin dejar lonial, el indio, el cocoliche— cuya privanza ina-
de ser nunca idéntico a sí mismo, así como usted no lienable, aquella que no es mera caricatura o pin-
cambia por mucho que ingiera trozos de cerdo, cos- toresco señuelo de exotismos, pervive y revive en
tillas de ternera o pechugas de pollo. Ese hombre la auscultación clarividente de la actualidad. En
gigante sabe dónde va y qué quiere. El destino se em- el pulso de hoy late el corazón de ayer, que es
pequeñece ante su grandeza. Ninguno de nosotros lo él de siempre.
sabemos, aunque formamos parte de él. Somos células
La tarea es desalentadora. Muchos hábiles y
infinitamente pequeñas de su cuerpo, del riñón, del
bien pertrechados investigadores de almas se re-
estómago, del cerebro, todas indispensables. Solamente
signaron a distraernos de su fracaso, connotando
la muchedumbre innúmera se le parece un poco. Cada
las peripecias de sus frustradas tentativas, y al-
vez más, cuanto más son.
gunos incurrieron en la ligereza de negarle a Bue-
La conciencia de este hombre gigantesco es inac- nos Aires, y por lo tanto a la república, una ar-
cesible para nuestra inteligencia. No nos une a él quitectura anímica completa e inconfundible. Ra-
más cuerda vital que el sentimiento. Cuando dis- zones étnicas y simples traspasos de criterios, y
crepemos con sus terminaciones, quizá en el corazón no verdaderas comprobaciones de realidad infor-
tengamos una avenencia. maron esos pareceres apresurados. Su penetra-

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ción no alcanzó a revelarles uno de los más ex- de su cielo demasiado. Con virgen encantamiento
traordinarios poderes de Buenos Aires: su facul- de niño, me abandonaré ahora a la contemplación
tad catalíptica de las corrientes sanguínea». del mundo que se refleja en esta gota de agua que
rehila entre mis dedos.
Excúseseme esta imagen que utilizaré seducido
por su valor de persuadan. Dos gases son el hi- La expedición es riesgosa. No hay accesorios
drógeno y el oxígeno, y en ser dos gases distintos que puedan adquirirse a bajo precio: croquis que
se obstinan por mucho y muy enérgicamente que admitan un retoque, despliegues de almas perfec-
se los mezcle. Podrán variarse las proporciones, cionables. Todo lo porteño, el observador debe
batirlos, trasvasarlos, presionarlos, y los dos gases extraerlo de esa veta rebelde y subterránea que el
seguirán irreductiblemente aislados ante la pericia espíritu forma bajo los hechos. Debe descubrir
del químíco. Pero un agente cataléptico —una las escenas, como quien descubre una gema; so-
esponja de platino, una chispa eléctrica— deter- pesar los caracteres, inventar nuevos patrones de
mina su inmediata combinación en un compuesto medición; despojar al criterio de los engañosos
cuyas propiedades rechazan toda relación de pa- convencionalismos europeos, pescar las palabras
rentesco con los progenitores: el agua. El porteño definidoras; formar hombres prototipos, super-
es, una combinación química de las razas que ali- poner manías individuales para trazar en la ma-
mentan su nacimiento. El porteño es esa gota de nía envolvente la necesidad colectiva que las in-
agua, incolora, inodora e insípida que brota en el volucra a todas. Bucear en el ambiente, y sentir
fondo del tubo de ensayo o que el cielo envía pa- y pensar y actuar, a pesar suyo, como uno cual-
ra que la tierra fructifique. quiera, viéndose y estudiándose vivir. Ser cone-
jito de indias y experimentador, simultáneamente.
Porque es entrevero de impertinente causalismo,
Padecer y gozar, clasificando el padecimiento o
ignoraré por ahora la residencia de esa facultad y
el goce en personal y genérico y así incansable-
lio me arriesgaré a dilucidar si proviene de la faci-
mente, para despellejar y mirar más de cerca a
lidad de subsistencia, de la superabundancia de
los tipos apócrifos: el malevo, el patotero, el
alimentos, del contagio de la soledad de los hom-
hincha...
bres que llegaron solos tras una felicidad que se
les escabullía de las manos de la proximidad de Construirlo todo, todo, y he allí lo desalterador,
la muerte y del tiempo que pasan rozando la lla- hasta la misma realidad. La que el porteño mues-
nura, de la instabilidad de los azares o del agobio tra, es su mentira. Al conferirlos, el porteño des-

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virtúa sus sentimientos más nobles por inspiracio-
nes de un raro pudor; sus ideas, por impropiedad
de sus medios comunicativos. Sirva de paradig-
ma el piropo, connivencia sin permutas corpora- LOS OJOS INFIDENTES
les entre el hombre y la mujer.

Toda referencia de un porteño sobre la


mujer es rencillosa. Sus juicios son lanceteos
de animosidad, provocaciones discordantes, que
tienen una sonrisa escéptica chorreando a flor de
labio. En su acepción corriente, alabanza afectada,
decir desinteresado en que la mujer es motivo con-
gruente de una frase lisonjera y ampulosa, yo no
he visto brotar un piropo de una boca porteña.

No pretende mi afirmación excluir del espíritu


porteño a los muchachos que en las esquinas de
un almacén y en las calles que se hacen solariegas
y en las aburridas sonochadas de los barrios ofren-
dan regalitos verbales a las mucamas y a las mo-
cosas. Tampoco busca desengañar a las mucha-
chas que, con paso remolón y talante falsamente
esquivo, recogen en las tardes del domingo el
emperifollado elogio de los grandes boulevares:
Cabildo, Triunvirato, Santa Fe, Rivadavia. Son
pequeñas aldeas y pequeñas explosiones que están
al margen de la continuidad urbana, y rechazan la
acepción del piropo casi tan encabritadamente co-
mo las exclamaciones que en la noche rezuma la

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virilidad excitada en vecindades lúbricas. A talea mo frente a una mujer bonita, el porteño desen-
desusos no se les puede llamar piropos, sino por funda una mirada diáfanamente erótica en que se
incapacidad o ausencia de un idioma vernáculo redime de toda fruición rijosa.
en que todas las inflexiones de la intención se es-
Esa mirada es una caricia sin énfasis, un cacha-
tampen en palabras. Son frases filosas, casi pér-
ciento mimo que se apega a las formas de la mu-
fidas, vacías de palabras, con su gesticulación re-
jer y las va enhebrando a sus inconfesiones dor-
ducida a su variedad tonal. Cada una de ellas es
midas. Con lerdas pausas, la mirada cae, lacia,
síntesis de una tragicomedia muda y reñida con
de la frente a las pantorrillas, repecha por las ca-
toda atinencia social. “¡Qué papa!” “¡Lindas pier-
deras, ondula junto a los pechos, roza el mentón,
nas para un invierno!” “¡Si yo fuera su hermano
se esponja en los cabellos, en cateos espaciosos,
no la dejaba andar sola!”
y al fin acampa en los ojos vecinos, como paisano
Quiero olvidar en este momento aquellos deci- sediento en el jagüel. Allí se estanca en solicitud
res chabacanos que son la voz de un grupo que despierta e insistente de una mirada recíproca que
está pidiendo un chiste para reír, y aun aquella justifique sus sueños. Las mujeres no son indife-
frase trivial que articulamos sin darnos cuenta y rentes a esos ojos que reverberan sumisos frente
sin interrumpir al andar de una conversación. a ellas con terquedad de hipnotizador. Los finos
Pero el hombre porteño —celoso de sus privi- tentáculos visuales se presienten sin escrutar el si-
legios masculinos— obsequia a la mujer un home- tio de donde llegan. Hay delicadezas de idólatra
naje en que jamás puede ser sorprendido en de- en el tacto y una reverencia que ningún otro deseo
lito de adulonería sexual, ni en solicitudes de ca- empaña.

riño. El hombre porteño en ninguna ocasión de- Mas no se intente remontar el curso meandroso
pone su perversidad verbal. Sólo es dadivoso de de los sentimientos de ese admirador efímero y
ternura y suplicante de ella cuando mira. El pi- desinteresado, porque el porteño despistará al
ropo del hombre porteño es su mirada. La mi- impertinente que se atreve a expugnar su confian-
rada traiciona la cáscara de encanallamiento en za. Se agazapará, prevenido, y desconcertará al
que se guarece. En las calles, en los tranvías, en intruso con una estimación burlesca o un ex abrup-
los intervalos de los cinematógrafos, en los entre- to cínico. Dirá: “¡Qué bien está esa hembra!”
actos de los teatros, en los vagones del subterrá- Los sentimientos y la especie de sus fantasías de-
neo, en todas partes donde está solo consigo mis- ben investigarse por atajos que no hieran su ex-

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trema quisquillosidad. Una música, lastimada y
sencilla, traduce esa admiración de resignada es-
pectativa: es la música del tango. Y unas pala-
bras superpuestas procuran fingirle una torpeza o UN OLVIDO DEL EGOÍSMO
una cavilación ajena a ella: son las letras de los
tangos. La música dice las amarguras de todos
los porteños; la letra, la de unos pocos en que los
demás se justifican. Este es apunte que las nuevas Hay otro escollo a salvar en el pedrego-
letras de tango no quieren servir, porque las letras so camino de la enumeración que debe ser
de tango marcan de más en más la trascendencia como la partida de nacimiento del hombre de Bue-
de una pequeña metafísica empírica del espíritu nos Aires: es que el testimonio de lo porteño cir-
porteño. cula en una sistematización formalmente europea,
“Los ojos de todos los argentinos se parecen”, mantenida casi intacta en el trasplante. Lo que
decíame en París una amiga que había conocido ha variado es la substancia. El que mire fisonomías
a muchos. Muy tarde comprendí que ella se re- o hábitos creerá estar en Europa, no el que fije
fería, no a los ojos en sí, celestes, pardos, garzos, pulsos o inspiraciones.
marrones, saltones, ojerosos, sino al estado de En realidad, ninguna de las instituciones euro-
ánimo que revelaban. Comprendí que mi amiga peas ciñe las correspondientes sinuosidades de la
en los ojos porteños escuchaba una música. Y esa idiosincracia porteña. Se las acepta como el hom-
es la dificultad: ¿De qué palabras dotaremos a bre atareado acepta el traje de confección, donde
esa música que no se oye y que no se puede deno- unos miembros huelgan y otros van maldispues-
minar sin desmentirla y falsearla? tos. Ni siquiera son idénticas aquellas institucio-
nes más amplias, ubicadas en proximidad de lo
específicamente humano, como la amistad. El
vocablo que traduce esa trabazón de personas es
el mismo, y son los mismos los modos de conju-
rarla. Sin embargo, los ejercicios de espíritu que
promueve son distintos.

En la amistad europea hay un pacto tácito de

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militar en campos sociales adversarios, profesar
colaboración, un complot de conveniencias sin es-
creencias o cultos antagónicos.
capatorias ni empalmes sentimentales. En la amis-
tad porteña hay un desprendimiento afectivo tan En el comienzo de una amistad se vislumbran
compacto que es casi amoroso. La amistad euro- con mayor nitidez las reglas que la conducen. El
pea es un intercambio. La amistad porteña es un conocimiento de las personas es coyuntura de azar
don: el único de esta tierra. en que interviene casi siempre la presentación de
un amigo común. El porteño desconfía de las re-
La amistad europea es dilatada y playa: sus
laciones en que un amigo anterior no tuvo inge-
puntos de contacto son innumerables y extrínse-
rencia. La simple vecindad de habitación o de
cos a ella misma. Dos rentistas del “tres por cien-
trabajo difícilmente sella verdaderos actos amis-
to”, dos burócratas del mismo ministerio, dos
tosos. “También vos sos un desorejado. ¿Quién
descendientes de nobleza abolida, dos literatos
te manda confiar en un tipo que no conoces?”.
de la misma escuela, dos comerciantes de prove-
Este es reproche corriente. El “no conoces” sig-
chos coincidentes; dos obreros de la misma in-
nifica: “que no te fue presentado por nadie”.
dustria acuñan opiniones similares sobre finanzas,
nacionalismo, ética, política o religión, porque Ya enfrentadas en conocimiento, dos personas
ambos son voceros de la misma tradición, repeti- que permutan una simpatía primeriza y, sin de-
dores de iguales cánones. Las minúsculas discre- clararlo, se asocian en voluntad de instaurar una
pancias individuales son el aderezo de la concor- amistad, tantean, en plática aparentemente des-
dancia general. Donde los hombres se casan atraí- ganada, los temas en que un enlace de opiniones
dos por la dote de sus cónyuges, no es posible es hacedero. Hay una simpatía troncal; para per-
que seleccionen sus amigos entre adversarios de durar, esa simpatía necesita parcelarse en diálo-
sus intereses materiales. gos, en conmutación de emociones donde la lum-
bre cordial de una compañía se ensancha. Para
La amistad porteña es juego más egocéntrico. conversar, es necesario hallar los tópicos comunes.
Es restringida en causas y profunda. Entronca en Por otra parte, como diremos después, una con-
la simpatía personal y se nutre con los sentimien- comitancia es siempre posible entre dos porteños
tos comunes. Sin que la afección se menoscabe encuadrados en ciertas restricciones de edad. Se
por ello, dos amigos porteños pueden desempeñar opera con expresiones vivaces, con preguntas inu-
actividades opuestas, ser contrincantes políticos, sitadamente corteses, con referencias e informa-

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ciones cuyas palabras van enmendadas por el to- Ser “falluto”, infiel a los compromisos de la ca-
no en que se articulan, con opiniones jamás ter- maradería, es baldón infamante, desdoro que no
minantes. Quien en iniciación de amistad emplea se perdona.
frases categóricas, es que no quiere ser amigo de
La amistad porteña es una caricia de varones
su interlocutor. El que busca amistad no substen- que no se doblegan ante el destino ni gustan pro-
ta sus opiniones cuando son desfavorablemente ferir quejumbres. La amistad tiene ternuras de
recibidas. Por eso las emite sin concederles im- madre. “Che, Antonio no anda bien. Está flaco
portancia, sino dispuesto a rectificarse, listo para y preocupado. ¿Por qué no lo hablas vos que sos
retirarlas, provisoriamente a lo menos. “Dicen más amigo de él?” “Es ese metejón el que lo tie-
que los radicales ganarán en la provincia”... “Le ne embromado. La tipa es una desvergonzada”.
confieso que la política me tiene un poco harto”... “¡Caramba! ¿Y cómo podríamos darle una ma-
Y se pasa a otra cosa. En el fondo de esas frases nito?” La amistad, cuando se estrecha, es así: un
hay una discrepancia que no se procura sobrepujar. poco responsera: “Mirá, vos no tenés que hacer
Cuando esos tanteos descubren la zona neutral, esa macana”. Pero no es inquisidora. El que mu-
los temas en que una paridad de criterio facilita cho inquiere y fuera de lugar es un “secante”, un
el afianzamiento de un afecto, el entusiasmo se amigo engorroso.
desborda en confirmaciones. “Ajá. Tiene usted
La amistad no persigue remuneración alguna.
razón. Es muy bueno. No había caído en la
Se da libremente. Un buen amigo no podría ser
cuenta”.
feliz sabiendo que sus amigos no lo son. Dos ami-
Una vez entablada la amistad es ajuste sagrado. gos forman una tertulia, un mundo completo y
Ni los vaivenes de la fortuna, ni los tropiezos de ficticio en que el mundo ya no es valedero. La
las empresas, ni los malogros de las intenciones amistad porteña es un fortín ante el cual los em-
pueden destruirla. “Pucha que mala suerte tiene bates de la vida se mellan. La amistad porteña
Mauricio. Ya lo dejaron cesante otra vez”. O bien: es un olvido del egoísmo humano.
“Juan está en la buena racha. ¡Mira que anda
ganando dinero!” Todo delito halla una excusa
en la intimidad del sentimiento porteño, todo fra-
caso un atenuamiento, menos los delitos inferidos
a la estrecha ligazón que presupone la amistad.

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sola manzana puede inferir el régimen de todas
las manzanas.
El Hombre de Corrientes y Esmeralda es un
EL HOMBRE DE CORRIENTES ritmo de las vibraciones comunes, un magnetismo
Y ESMERALDA en que todo lo porteño se imana, una aspiración
que sin pertenecer en dominio a nadie está en to-
dos alguna vez. Lo importante es que todos sien-
tan que hay mucho de ellos en él, y presientan
Para no amilanarme ante los fantasmas que en condiciones favorables pueden ser entera-
que la imaginación procrea en las tinieblas, mente análogos. El Hombre de Corrientes y Es-
para no desorientarme en la maraña de varieda- meralda es un ente ubicuo: el hombre de las mu-
des porteñas que a veces simulan desdecirse de chedumbres, el croquis activo de sus líneas gené-
un barrio y aun de una cuadra a otra, me dilaté ricas, algo así como la columna vertebral de sus
en la nada fatua sino imprescindible creación de pasiones. Es, además, el protagonista de una no-
un hombre arquetipo de Buenos Aires: el Hom- vela planeada por mí que ojalá alguna vez alcan-
bre de Corrientes y Esmeralda. En otro lugar adu- ce el mérito de no haber sido publicada.
ciré las razones que me movieron a ubicarlo en No se alboroten, pues, los políticos ni los gran-
esa encrucijada, para mí polo magnético de la se- jeadores de voluntades. El Hombre de Corrien-
xualidad porteña. tes y Esmeralda no es ladero para sus ambiciones.
Este hombre es el instrumento que me permitirá Su nombre no figura en los padrones electorales
hincar la viva carne de los hechos actuales, y en ni en las cuentas corrientes de los bancos, ni en
la vivisección descubrir ese espíritu de la tierra los directorios de las grandes compañías ni en las
que anhelosamente busco. Será la guía, la linter- redacciones de los diarios ni en las nóminas de
na de Diógenes con que rastrearé el hombre en comerciantes o profesionales. No es un obrero ni
quien ese espíritu se encarna. Lo muy grande hay un empleado anónimo.
que inducirlo de la observación de una partícula, El Hombre de Corrientes y Esmeralda es el
no del enfocamiento directo. El que mira todo el vórtice en que el torbellino de la argentinidad se
bosque de manzanos, no ve más que el bosque. precipita en su más sojuzgador frenesí espiritual.
Pero el que se reduce a mirar profundamente una Lo que se distancia de él, puede tener más incon-

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fundible sabor externo, peculiaridades más extra- dumbres de varones que escuchan un tango en un
vagantes, ser más suntuoso en su costumbrismo, café; en el atristado retorno a la monotonía de
pero tiene menos espíritu de la tierra. sus barrios de los hombres que el sábado a la no-
Por todos los ámbitos, la república se difumi- che invaden el centro ansiosos de aventuras; en
na, va desvaneciéndose paulatinamente. Tiene sa- las confesiones amicales arrancadas por el alba,
bor peruano y boliviano en el norte pétreo de en los bailes de sociedad y en la embriaguez sin
Salta y Jujuy; chileno en la demarcación andina; ambajes de un cabaret; en algunos comentarios
cierta montuosidad de alma y de paisaje en el li- perspicaces y también en personas que exageraban
toral que colinda con el Paraguay y Brasil y un involuntariamente un motivo mitigado en los de-
polimorfismo sin catequizar en las desolaciones de más.
la Patagonia. En todos y en cada uno vive el Hombre de Co-
El Hombre de Corrientes y Esmeralda está en rrientes y Esmeralda. Se le desconocía. El cono-
el centro de la cuenca hidrográfica, comercial, sen- cimiento es casi una verbalidad, y los hombres que
timental y espiritual que se llama República Ar- podían metrificar su voz se irritaban la garganta
gentina. Todo afluye a él y todo emana de él. amaestrando oraciones extranjeras o evaporaban
Un escupitajo o un suspiro que se arroja en Salta sus propósitos en un silencio lleno de mañanas
o en Corrientes o en San Juan, rodando en los que perezosamente se trocaban en ayeres...
cauces, algún día llega a Buenos Aires. El Hom-
bre de Corrientes y Esmeralda está en el centro
mismo, es el pivote en que Buenos Aires gira.
El mismo Hombre vertió las palabras puntua-
Iizadoras de su efectividad en el arresto sin cál-
culo de un acaloramiento, de un querer demasia-
do tirante o de un pequeño descuido del recelo
personal, pacientemente incubado por mí. El Hom-
bre nació en apuntes apresurados de un partido
de fútbol, de un asalto de box, en las reacciones
provocadas por un niño en peligro, en la agresión
a un indefenso, en la palpitación de las muche-

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Hombre de Corrientes y Esmeralda. En su destino
y en los sentimientos adicionados a él, es intransi-
gente. No discute jamás estos temas: se aparta de
EL HIJO DE NADIE los que disienten. Pero en las emergencias en que
su propia existencia no está en juego, irgue una
sonrisa.
Como si no se dirimieran trámites suyos, se ríe
sin embozo de los sainetes en que los europeos,
El Hombre de Corrientes y Esmeralda, que
gringos, gallegos, turcos o franchutes se trenzan en
para mí será el Hombre por antonomasia,
baladronadas nacionales. Y es que los asuntos eu-
desciende de cuatro razas distintas que se anulan
ropeos, con estar tan cerca, están más lejos de él
mutuamente y sedimentan en él sin prevalecimien-
que si estuvieran en la luna.
tos, pero algunas de cuyas costumbres conserva,
El hombre porteño es en sí mismo una regula-
negligente, a través de las metamorfosis corporales
ción completa, oclusa, impermeable, es un hombre
en que se busca afanosamente a sí mismo. Ninguna
que no pide a la providencia nada más que un
de ellas media en sus sanciones, aunque hay re-
amigo gemelo para platicar. El hombre europeo es
sabios de su prehistoria que hablan de mundos más
siempre un segmento de una pluralidad, algo que
gratos. Por eso, los que atesoran unos pesos no
unitariamente aparece mutilado, incompleto. El
pierden su escapadita a Europa. Su tolerancia tiene
porteño es el tipo de una sociedad individualista,
un cimiento firme en su progenie cosmopolita. Na-
formada por individuos yuxtapuestos, aglutinados
da humano le es chocante, porque no le atenaza la
por una sola veneración: la raza que están for-
herencia de ningún prejuicio localista. El hombre
mando.
porteño tiene una muchedumbre en el alma. Cada
grito encuentra un eco en que se prolonga sin exte- El porteño, habituado a su aislamiento, es de
nuarse y sin perturbar a los demás. Es indulgente, albedrío rápido, de despejos bruscos, despabilado
pero no ecléctico. El eclecticismo le desplace por- en la eventualidad. El europeo es mutualista, pre-
que insinúa debilidad o doblez de carácter. Su cavido y lento en sus reacomodos personales ino-
indulgencia no es flojedad: es vacilación entre co- pinados.
sas que no le atañen, porque, fuera de sí mismo y Por eso, el hijo porteño de padre europeo no es
del espíritu de su tierra, pocas cosas concitan al un descendiente de su progenitor, sino en la fisio-

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logía que le supone engendrado por él. No es hijo tiempos sin utilidad material, hende un abismo en-
de su padre, es hijo del país. “Sorprende, dice tre el padre y el hijo. El padre se abochorna de
Emilio Daireaux, que era francés y buen mirador sus impedimentos y el hijo en zaherirlo, se burla
del país, que el hijo criollo nacido de padre extran- del padre. La potestad paterna es un mito en Bue-
jero sea capaz de enseñar a su padre la ciencia de nos Aires cuando el padre es europeo. El que real-
la vida, tan difícil de aprender para el que se mente ejerce la potestad y tutela es el hijo. “Mira,
transplantó a un país nuevo”. Y cuenta que en una vos no te vas a burlar de mi viejo ¿sabés? El tano
excursión se produjo un desperfecto en el carruaje es bueno y lo tenés que respetar”. Así, cuatro mi-
de un extranjero radicado desde mucho tiempo llones de italianos que vinieron a trabajar a la Ar-
atrás en Buenos Aires. “Su hijo, de diez años de gentina, después de la maravillosa digestión, cuyos
edad, nacido en el país, bajó del coche. Cortó, re- años postrimeros vivimos, no han dejado más re-
cortó, hizo nudos mágicos y corrigió el desperfecto. manente que sus apellidos y unos veinte italianis-
Al volver a su casa, dijo a su madre, de la mane- mos en el lenguaje popular, todos muy desmoneti-
ra más natural del mundo, sin orgullo, sin pre- zados: “Fiaca. Caldo. Lungo. Laburo...”.
sunción:
La convivencia precaria tiende al dominio del
—¡Ah, mamá, si no hubiera estado yo allí, no
régimen, al establecimiento de disciplinas y escala-
sé como se las hubiera arreglado papa!
fones invulnerables. El hombre importa menos que
Y era verdad. Esta facilidad para salir de apu- la clase, o la casta. Sin mucho error, puede ase-
ros para encontrar recursos en sí mismo, en cir- gurarse que en Europa, en las naciones más alar-
cunstancias difíciles, en resolverlo todo en plena deadoras, todo está prescripto. Cada generación
pampa, que es instintiva del joven americano, sor- se instruye cuanto puede en la anterior, y hasta lo
prenderá siempre al viejo europeo, maduro y de emergente va encuadrado en cierta previsión estra-
experiencias, pero mal preparado para el aisla- tégica y cooperativa. El que hipotecara su trabajo
miento”. futuro —como es hábito aquí— sería tildado
Ese individualismo intrépido, que afronta la fa- loco. De tanto rodar, el europeo es ya un pedruzco
talidad con desenvuelto ademán, que no reconoce sin aristas, un canto rodado del tiempo y de las
lindes a su independencia, que atropella y desqui- corrientes culturales. Hasta sus arrebatos, esas ebu-
cia todos los principios de la sociedad europea, lliciones intempestivas, salen ya refrenados por una
que derrocha su acopio vital en futesas y pasa- educación instintiva. Ser extrañado de su clase en

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Europa es pena que amedrenta más que ser deste-
rrado de su país en América. Ciertas regiones eu-
ropeas desmienten mi generalización —demasiado
suscinta para ser firmemente exacta— con su LA TIERRA INVISIBLE
confesión fácil, su irascibilidad, su turbulencia pa-
labrera, pero esos ímpetus son excepciones y no
rutina cotidiana, en que actúan sumisos, semejantes
a los demás, en una palabra: conjeturables. Pero hay una tragedia metafísica más te-
El porteño es, en cambio, indeductible. Ni su rrible en el extranjero que inmigra. El euro-
jerarquía pecuniaria, ni la estirpe de sus ascen- peo que reside en Europa es un hombre azuzado
dientes, ni la índole de sus amigos dan pie a la por la inseguridad de su subsistencia material. El
inferencia de sus ideas o de sus sentimientos. Hay cacho de tierra de cada uno es minúsculo, y hay
obreros conservadores y plutócratas revoluciona- que hacerlo producir a toda costa. La conse-
rios. Lo ajeno no contagia al porteño. El porteño cución de su alimento consume su voluntad. La
es inmune a todo lo que no ha nacido en él. Es el pugna contra la naturaleza es ruda y sin tregua.
hijo primero de nadie que tiene que prologarlo Para vivir, nada más, hay que bregar duro y ten-
todo. dido. Hay que abonar las tierras, prevenir los gra-
nizos y las inundaciones, combatir las plagas, cui-
dar los ganados, apacentar los animales, curarlos
cuando enferman. El hombre rural europeo no
pierde tiempo en pensar. El tiempo es para él otra
herramienta de trabajo. Esta contracción hizo a
los europeos laboriosos y ahincados. Además, allí
la tierra es gozosa y se atavía con altozanos, colla-
dos, bosques, hondonadas, y no chasquea nunca el
recreo de los sentidos, donde el espíritu encalla.

Con otros portes, el europeo urbano reproduce


las características del europeo rural. De un modo
o de otro la tierra manda. Nada se desperdicia

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en las ciudades. Todo confluye a un máximo apro- nura. “Todo pasa” dicen los cuartos de lunas que
chamiento material. El que tiene una idea la labra, se engalanan y agonizan en un mes. El hombre,
la cultiva y le extrae un rendimiento portentoso. lacerado por la estupenda indiferencia del cosmos,
Hay así algunos literatos vacuos que son eminen- se pregunta: “¿Para qué?” “¿Y pa qué?” “Si
tes por la técnica, pensadores que alimentan una de todos modos te vas a morir” “¿Pa qué deslo-
copiosa producción con ideas substraídas de otros marse si tu suerte es reventar?” La pampa abate
libros ya olvidados. Pero, dentro de su exigüidad, al hombre. La pampa no promete nada a la fan-
el europeo es casi feliz. La premura de su trabajo tasía; no entrega nada a la imaginación. El espí-
le impide ser consumido por el pensamiento de su ritu patina sobre su lisura y vuela. Arriba está la
brevedad. No tiene tiempo para saberse perecede- fatídica idea del tiempo.
ro. Es un trabajador que labora como si fuera eter- Hombres ociosos, taciturnos, sufridos y altane-
no: libre de aflicciones de mortalidad. ros son los hijos de esa planicie. “Constituyen la
Aquí la lucha no encara a la naturaleza física, raza con menos necesidades y aspiraciones que yo
aquí la lucha encara a la naturaleza espiritual. Aquí haya encontrado. Sencillas, no salvajes, son las vi-
la tierra es opulenta, dócil; es tierra apurada por das de esta “gente que no suspira de las llanuras”.
germinar. El trabajo es de alientos lánguidos, es Al que lo contempla, nada puede dar más noble
trabajo que no jadea y está henchido de promisio- idea de independencia que un gaucho a caballo”,
nes que se cumplen a la primera genuflexión. Pe- según el testimonio imparcial de Samuel Haigh,
ro es una tierra que amilana los sentidos, que pos- viajero inglés que nos escudriñó allá por 1820.
tra la sensualidad, una tierra invisible, aun para Más, también ¿qué temor, qué tentación, qué in-
el cuerpo que la holla, una tierra casi inhumana, certidumbre puede doblegar al hombre a quién la
impía, chata, acostada panza arriba bajo un cielo naturaleza avisa constantemente que se está mu-
gigantesco. Es una tierra inasible, sin actualidad, riendo? ¿Qué espejismo puede extraviarlo, qué
que ni se ve, ni se oye —muda, inmóvil— una complacencia solazarlo, qué contrariedad desma-
tierra sin pájaros, sin bichos. El hombre, frente a yarlo, qué apetito instigarlo, si lleva en sí mismo
ese sosiego pródigo en beneficios materiales, queda su vida y su muerte, enteras?
alelado por los pensamientos y las emociones que El labriego europeo invadió la pampa fascinado.
flotan como vahos deletéreos. Allí todo parece La verdad de las extensiones fértiles excedía en
vano, superfluo, pueril. “Todo pasa” dice la lla- mucho los más ávidos ensueños de su imaginación.

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La labró, la dividió en predios, la rayó con su ara- perfil de las poblaciones ni las telarañas de los te-
do, la aspergó con su simiente, embriagado por la légrafos han empequeñecido el cielo, ni tronchado
largueza con que le eran devueltos sus afanes. La los horizontes sin medida, ni acallado sus insinua-
llanura se inflamó un rato, alborotada por el ani- ciones inexorables. Los días siguen deslizándose
moso vigor europeo. Parecía que un barullo can- de naciente a poniente, con una evidencia de tiem-
dido desarrugaba el ceño adusto de la pampa. En po tan desanimada que todo atardecer es un acon-
cada rancho había un botellón de vino, un hombre gojado: “Yo ya no vuelvo más y es un día menos
melodioso y un acordeón. Pero, poco a poco, la para tí”. Y de nuevo los hombres se preguntan:
tierra se fue recobrando: aplacó los bullicios ex- “¿Y pa qué? ¿Pa qué deslomarse si tu suerte es
temporáneos; apaciguó las exhuberancias del bien- reventar?” El presente invisible les insufló a todos
estar corporal. Volvió a imponer su despotismo la idea del tiempo y de su fugacidad. En silencio,
de silencio y de quietud, volvió a quedar en sus- el hombre sorbe sus mates y mira como se van los
penso y como en éxtasis. Manejando la tierra, días.
el hombre fue allanado por la tierra.

Al conjuro irresistible de esa metafísica de la


tierra, la continuidad de la sangre se quebró. El
hijo del colono ya solfea una burla cuando reme-
mora los que fueron acucios del padre. Tras el
gran sacudón inmigratorio que descompaginó su
tono, la pampa se reafirma, y los hombres recom-
ponen su espíritu de siempre. Hay algunas inter-
calaciones, algunos simulacros de cercanías, algu-
nas canciones que flojean en los boliches, junto a
un trago de caña; algunos montoncitos de frutales
que rebañan y conllevan toda la distracción de los
ojos; algún camino sin baches que galopa en Ford
hasta el caserío vecino, ya evaluado en población
o ciudad. Cambiaron algunas indumentarias, al-
gunos usos inapropiados se relegaron, pero ni el

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los primeros contingentes con una sonrisa chaco-
tona. Festejó sus murgas, sus orfeones. Se mofó
amablemente de sus usos, de sus jergas, de su par-
LA CIUDAD SIN AMOR simonia económica, de su constancia.
Luego, la ciudad acosada por runflas siempre
crecientes de extranjeros, comenzó a rehuirlos. In-
timidada, se retrajo y se abroqueló en los fueros
de las familias ya arraigadas. En un momento
En el peliagudo achaque de la avalancha
de confusión, intentó levantar blasones nuevos.
inmigratoria, la ciudad se expuso a la conta-
Se hizo petulancia de abolengo y de antecesores
minación de un espíritu ajeno a su traviesa austeri- patricios. Todos los porteños querían descender
dad. Pasó peligro de quedar segregada del campo, de San Martín... Pero esa táctica era deficiente:
de formar una corporación sin parentesco con la el caudal inmigratorio arrollaba todos los diques
pampa que la nutría y de quien era símbolo, re- de contención. Además, se corría el albur de fran-
sumen y pensamiento adicto. La ciudad estuvo en gir la unidad de la urbe con núcleos extranjeros in-
trance de europeizarse. La ciudad no usufructuaba solubles: los genoveses en la Boca, los turcos en la
elementos cósmicos para cautivar y asimilar los calle Reconquista. Cronistas notables dibujaron
tropeles inmigratorios. Por grande y acuitado que en sus páginas las perplejidades de ese momento:
sean el cielo y el asiento de una ciudad no pasan Fray Mocho, Félix Lima...
de ornatos cuya exhortación es desoída por el áni-
Acodillada entre el bienestar de sus habitantes
mo, ineficaz. Los intrusos formaban hordas de la
y el mantenimiento de su espíritu, la ciudad sacri-
más pésima calaña, de la estofa más vil Eran re-
ficó a sus hombres. Cercenó la tonalidad riente
fugos de razas que se atropellaban en su codicia
con que siempre disimuló y desahogó su entraña
sin freno. Catervas desbocadas por una ilusión de
meditativa. Vistió una tristeza hosca y se arropó
fortuna, que traían consigo, acrecentados, todos
en un trato áspero, contrario a su tradición hospi-
los defectos de su sociedad, y no sus virtudes. Eran
talaria. Atrancó sus cancelas y se insumió en sí mis-
seres mezquinos de miras, atenaceados por una gu-
ma, vedándose todo goce, toda dicha, toda ex-
la insatisfecha, sensuales. Seres procelosos, sin,
pansión.
continencia, que gustaban del estrépito, de la mú-
sica, de la danza, de la jarana. La ciudad percibió Enclaustró a sus mujeres, ya insuficientes para

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la compañía de ciento de miles, de millones de mieron. Las mujeres desaparecieron de las calles.
hombres que arribaban solos, embarcados en una Los polizontes perseguían a las que se arriesgaban
quimera de hartura corporal, y ahuyentó fulminán- a deshora por ellas y exorcizaban los rincones
dolas, a las mujeres extranjeras que se atrevieron en que unas pocas mercenarias abastecían cari-
a desafiar las rigurosas reglamentaciones que para cias. La vida doméstica se acordó a este ritmo de
evitar su ingreso se dictaron. Buenos Aires no que- ascetismo. Todo contacto de sexos, todo candor
ría mujeres: las repudiaba, aunque el equilibrio fue proscripto si comprendía alguna familiaridad.
estaba ya seriamente comprometido y en un mi- Las distracciones, los recreos fueron desbaratados,
llón y pico de habitantes había ciento veinte mil sino prohibidos abiertamente. No se bailaba ni se
mujeres menos que hombres. (En las agrupaciones cantaba. El baile llegó a ser sinónimo de licencia
normalmente balanceadas por el acomodo de los y disolución. Las familias que abrieron sus salones,
muchos años, las mujeres sobrepasan ampliamente ocasionalmente, se vieron conminadas a clausurar-
el porcentaje de los varones). los, acobardadas por las tropelías de la muchacha-
da, de los “patoteros”. El “patotero” era un hom-
Ya en el atolladero, la ciudad hizo más aún.
bre que no sabía divertirse. Se embriagaba y ha-
Desacordó las naturales trabazones de los sexos.
cía barbaridades. El baile fue oficialmente penado.
Los alejó a unos de otros; cizañó sus relaciones,
Se votaron impuestos inhibitorios para los restau-
aboliendo los requerimientos más premiosos de sus
rantes que permitieran bailar a sus parroquianos.
hijos. Hombres y mujeres se zanjaron en una ri-
validad que ni el matrimonio salvaba. Por la pre- La ciudad enmudeció. Las expresiones de feli-
sión del ambiente enrarecido, la mujer veía en el cidad fueron desestimadas. No había teatros ni
hombre al timador de su honestidad. El hombre en cinematógrafos. El tintineo de una carcajada sona-
la mujer, la enemiga de su lozanía instintiva. Los ba a provocación, en un local público. La ciudad
hombres quedaron desamparados. La ciudad se había intimado a todos sus habitantes su voluntad
encerró en una mojigatería solemne, casi atrabilia- subconciente de recogerse y meditar. Nadie salía
ria. El beso era un delito policial. Los mocosos se del perímetro de la ciudad. Se cerraron los acce-
mofaban de las parejas que se deslizaban por las sos al campo. Se cortaron la vista y el uso del río,
calles al anochecer. Se le gritaba: “Perro larga ese parapeteado detrás de los sauzales de Palermo y
hueso”. Con mano dura se extirpó el amor de la de los depósitos de la aduana. Sólo los chicos, ra-
ciudad. Hasta los burdeles se cegaron o se repri- boneros veían el agua.

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Sin embargo la ciudad no se quejaba. Parecía
plácida, bienaventurada en su beatería, y estaba
retorciendo sus vísceras, masacrando su población,
amasándola sin distinción, en un mismo bolo ali- LAS VIDAS QUE SE ESCURREN
menticio. Nadie pensaba en la felicidad individual.
Los habitantes se disgregaban en la preocupación
colectiva. La ciudad llamada versátil desenvolvía
su voluntad implacable, y en treinta años pasmo-
Anacoreta sin escapatoria, el hombre se
sos y crueles enderezó el derrotero porque le había
hundió en el trabajo como en una oración. El
desviado la pujanza de la horda inmigratoria. Vea-
europeo, agobiado por la soledad, se volvió reser-
mos qué trastornos, qué cambios provocó en el
vado, meditabundo. Hostigado por la inhumana
hombre el terrible estertor de la ciudad.
temperancia, se encerró en sí mismo, sin más re-
lación externa que la de algunos camaradas tan
flagelados como él. Pero el europeo gozaba una
salvación: seguía ahincado en la creencia de que
la riqueza le devolvería una bonanza terrenal que
ignoraba cómo había perdido. El trabajo y las al-
ternativas pecuniarias aligeraron la gravitación de
la forzosa misantropía. El europeo cambió sus
perspectivas vitales, pero no agotó su esperanza
en la fortuna.

Mano a mano con el porteño sin tacha en su


sangre, el hijo del europeo nacido aquí soportó con
entereza la inclemencia con que la ciudad trituró
a sus habitantes, y también aquí la continuidad de
la sangre se quebró. Escarnece el hijo los aguijones
que fueron médula de la actividad paterna: su adi-
neramiento sin tasa, su afán de progreso tangi-
ble... y tampoco el hijo del europeo urbano es hi-

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jo de su progenitor, es hijo de la ciudad. Hay otro no era, y no es, para él, una noción astronómica
abismo entre los dos. Las penurias de la tragedia ni una vociferación de calendario: era y es la an-
sexual ensamblaron en uno solo los espíritus del gustia de estar desperdiciando sus más nobles
porteño de larga estirpe y del hijo del recién ve- prendas, de estar malgastando el único capital
nido. que no se reconquista ni se adquiere. No tuvo a
su lado una caricia que lo distrajera, y la obsesión
Sin contratiempos, sin distracciones, el hombre
de lo que se va pronto hizo añicos sus fuentes de
fue el único espectáculo del Hombre de Corrien-
acción. Un no dicho “¿para qué?” le impidió des-
tes y Esmeralda. Aprendió a mirarse vivir. Formó
envolverse. Se quedó inmóvil, hundido en apatía
un ciclo completo dentro de sí. Aprendió a sigilar
inerte, esperando.
sus amarguras, a sofrenar sus alegrías, y a atempe-
rar sus ardimientos. En el arrobo de su propia El Hombre de Corrientes y Esmeralda es un niño
contemplación, el hombre dejó de ver sus anéc- que no ha madurado, que pasó de la infancia a la
dotas: vio su espíritu, y no su traducción. Como vejez. Le falta reposo, serenidad interior. A veces
el hombre de la pampa, él no tenía un paisaje de- tiene empaque, pero no gravedad; malhumor pero
lante de sí. Estaba solo junto a los años. Vio, no severidad. Es casi un irresponsable ante la pru-
anticipadamente, su decrepitud en su guapeza, y dencia europea. La vida resbaló sobre él. El no la
el tiempo fue su inseparable padrino aguafiestas. vio pasar. Estaba encerrado en sí mismo, como en
“¡Che, la perra! ¡Ya hacen diez años de aquel una cueva. Mide el tiempo con sus emociones, y
paseo al Tigre! ¡Cómo pasa el tiempo! Parece que cuando se contrasta con los sucesos exteriores se
fue ayer!” El Hombre de Corrientes y Esmeralda sorprende del número de años transcurridos.
tiene un futuro en el destino de su tierra, un pasa- Ninguno de los otros hombres podía convidarle
do que se renueva en él, pero nunca ha tenido algo de lo que él imprecisamente esperaba. Se
presente. Fue la suya una vida invisible, como la habituó a no pedir nada para no conceder nada.
tierra a que pertenece, una vida que se va cuesta En la porfía con sus urgencias, la sobriedad fue el
abajo resbalando despacito, lene, sin sacudones, resultado de la moderación de sus apetitos. Con
una vida que se le escurre entre los días y los años, yerba para el mate y un bife se puede pasar el día
una vida enaceitada que se aja sin constancias, sin en el más deleitoso de los embebecimientos: la des-
tragedias, entre días monótonos, grises, que se di- prevenida charla entre amigos. Y como las tareas
suelven atónitos los unos en los otros. El tiempo de la urbe no estipulaban premios que conmovieran

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las imágenes de sus tentaciones íntimas, cayó en nos reveló el misterio de una soledad sexual, es-
negligencia apenas tajada por alguna que otra in- condámonos, lector para espiar los juicios, las pre-
cursión a los reales adversarios del sexo débil. ferencias y las inclinaciones del hombre. Si él nos
Ahora, ya está cabal en el fatalismo de los mis- descubre nos fraguará un ardid: él no quiere que
mos cuatro adjetivos que esquician los más abul- su intimidad se viole ni aun a precio de gloria. El
tados vértices del hombre de la pampa: es ocioso, quiere permanecer solo, con su deseo ya tan con-
taciturno, sufrido y altanero. Buenos Aires es nue- federado a otros que la ciudad entera se testifica
vamente la capital del campo. Pero de este esla- en él.
bón dramático el hombre salió herido de un incu-
rable erotismo imaginativo en que el deseo subyuga
toda posesión, erotismo imaginativo que con ca-
llado aguante lleva a cuestas y que se devana en
sentimientos y en ideas dispersas de una originali-
dad tan revocadora de artificios y elástica de aqui-
latamientos que de ella quizá fluya toda una nueva
concepción de la vida, que yo no trataré de decir,
ni de esquematizar, porque es designio irrisorio el
de inmovilizar lo que todavía es fermento, cosa
tornátil, amorfa: anhelos informes y a veces con-
tradictorios de vida y no resecas biografías de
espíritus ya fenecidos.
De todas estas especulaciones —en que yo soy,
no centro, sino acotador entusiasmado— el Hom-
bre de Corrientes y Esmeralda se desentiende, y
quizá las adopte en chacota. El solamente sabe, y
solamente quiere saber, que está aferrado a esta
tierra y al espíritu de esta tierra por sobre todas
las cosas.
Y ahora ya en la poscomunión de este oficio que

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ñistas sin remilgos. Una camaradería sin cortapi-
sas se traba entre los sexos. Las familias volvie-
ron a propiciar los paseos. Las instituciones depor-
LA EDAD DE LOS AÑOS tivas permitieron el acceso de mujeres, hasta en-
tonces interdicto. El automóvil fue incitación de
los excursionistas. Las autoridades abrieron cami-
nos, pavimentaron algunas salidas al campo y se
adscribieron a su mantenimiento. El delta se po-
Evalúo la edad del Hombre de Corrientes
bló de restaurantes. Los cinematógrafos se multi-
y Esmeralda en más de veinticinco años y me- plicaron por arte de birlibirloque. En un santia-
nos de cincuenta. Una prolijidad mayor en la mén, se abrieron cerca de mil salas para exhibir
cuenta menoscabaría su virtualidad, pero esas eda- películas. Se levantó la proscripción del baile —
des tienen adolescencias en años que son hitos de que, como cristiano en catacumba, pasó escondido
la época en que la ciudad se alteró en la violen- en algún cabaret o en el vestíbulo de algún club.
cia infligida a sí misma desde comienzos de siglo.
Ahora se baila en todos lados. Ya ningún polizonte
Dentro de esa extensión temporal, una concomi-
espía los menesteres en que se distraen las pare-
tancia es siempre factible entre los porteños. Allí
jas que en el fondo de un auto se hunden en el
hay un dialecto de encariñamientos y odios comu-
Bosque de Palermo. La ciudad se desencastilla a
nes, y el autor puede entenderse con ellos. Por
ojos vistas, abre los apocados postigos de su en-
fuera de esos límites, el espíritu de la tierra tiene
claustramiento. La ciudad se desemponzoña. Ya
ecos que confunden al observador. Hay tanta va-
ha disipado el cerco, ya desvanecido el peligro de
riedad porteña en el tiempo como en la actualidad.
un adulteramiento de su espíritu, rescata su jovia-
Los menores de veinticinco años están menos
lidad, la tranquila ociosidad en que la muerte se
solos. Hay a quien se le ocurre que tienen más com-
mata con una sonrisa, con una amistad o con un
pañía que la equitativa, pero esa debe ser difama-
cariño.
ción. Lo cierto es que ellos llegaron cuando la ciu-
dad se desentumecía en costumbres nuevas, e iba Más una dañosa tentación acecha a esta juven-
derogando su ascetismo. La ciudad reconquistó el tud, un riesgo la sitia: es la de norteamericani-
río, trazó avenidas en sus veriles, habilitó balnea- zarse. El espíritu de la tierra no lo permitiría. El
rios en las playas. Las orillas se poblaron de ba- tiene un destino y ha de cumplirlo. ¡Quién sabe

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qué terribles decisiones enarbolaría para salvarse, nales y diques, importaron máquinas, repartieron
para conservar intacta su latitud, si modalidades la tierra y la colonizaron. En esas procuraciones
exóticas amenazaran nuevamente contaminarlo! se atarearon, y desatendieron el espíritu del país.
¡La ciudad no permitirá que el lucro y sus decli- Ellos creían que el bienestar espiritual brotaría
naciones sean la columna vertebral de su dina- automáticamente cuando la república tuviera cua-
mismo! renta millones de habitantes y hubiera en su te-
rritorio cien mil kilómetros de vías férreas e in-
Tampoco los modos de los mayores de cincuen-
computable número de fábricas y manufacturas.
ta años están totalmente implicados en el Hombre
En su obstinación mecánica y geométrica se
de Corrientes y Esmeralda. Su años pueriles, esos
olvidaron del hombre. Fueron los más europeos
años en que el alma del hombre es receptiva como
de los criollos. Algunos hay así todavía, y cons-
cera, gatearon un poco antes de la consunción del
picuos. Ellos tampoco comprenderán del todo esa
siglo pasado. Vivieron sus años imberbes en el
parte del drama del Hombre de Corrientes y Es-
seno de una sociedad aun suelta. Alcanzaron a
meralda, cuyo ideal más tenaz ha sido tenerlo;
paladear la afabilidad de las últimas tertulias que
porque los ideales que al espíritu de su tierra acuer-
caracterizaron a Buenos Aires antiguo, y el estre-
da no registran más aceleración que la de dejarse
chamiento familiar que en ellas respiraron les in-
vivir.
munizó en adelante. Además tuvieron ideales,
escorzos de ideales que aparecían al alcance de la
mano. Creyeron en la ciencia, a pie juntillas. Los
biólogos, los fisiólogos, los químicos, los astróno-
mos y los mecánicos fueren los sacerdotes laicos
de su religión. Columbraron una felicidad barata
en el incremento numérico de la población, en la
multiplicación de las vías férreas, en la populari-
zación de la cultura, en el acrecentamiento de los
ganados y de los sembradíos. En pocos años tras-
tornaron la dinámica del país. Se aliaron al capital
extranjero, y juntos fundaron pueblos, tendieron
ferrocarriles, construyeron puertos, dragaron ca-

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del Hombre de Corrientes y Esmeralda, no pro-
vino de las percepciones que cosechaban sus senti-
dos: no fue un tacto que se exarcerbó, no fue una
EL MÍSTICO SIN DIOS erectilidad de sus ojos hechizados; no fue una
enajenación de los oídos enternecidos por la fra-
gancia de una promesa, no fue tampoco, el reco-
nocimiento de dos destinos que hallaban en el apa-
De la simple auscultación, no es posible reamiento de sus cuerpos la expresión de una vo-
concluir si el Hombre de Corrientes y Esme- luntad más alta: fue un egoísta estremecimiento
ralda es soltero o casado. Su estado civil puede de su fantasía atenaceada por un incipiente apeti-
inducirle a disidir en alguna clasificación, acobar- to cerril; fue una delirante, aunque borrosa fábu-
dar o envalentonar algún pronunciamiento insig- la, una imagen brutalmente desarraigada de la vi-
nificante, y, con el hacinamiento o disminución da, y no una criatura real, con sus inherencias, sus
de obligaciones, aumentar o reducir el fin utilita- virtudes, sus pecados. Fue una creación y no una
rio de sus actividades, pero no disloca ni maleficia conquista, la primera conquista del adolescente
las más acendradas irradiaciones de su espíritu, porteño.
aquellas irradiaciones en que el espíritu de la tie-
En un ejercicio de imaginación comenzó a pu-
rra se localiza.
bescer. Dejó de ser inocente antes de no serlo.
Mucho antes que Freud injertara en doctrina Lujurió sus pensamientos sin macular su casti-
sus incestuosas credulidades, el señor de Buffon, dad, sin curtirla en los preparativos con que toda
más discreto, conjeturó que la figura que por pri- acción acaece. Los pensamientos lúbricos ahu-
mera vez impresiona al instinto, en la plástica edad yentaron aún más a las muchachas que pudieron
en que despunta, es el molde de todas las figuras ser sus amigas e impidieron los descargos de ca-
femeninas que en adelante avivan la apetencia se- maradería sexual, a los que hasta esa época pacata
xual. Esta suposición, casi cortés, de un deseo que hubiera accedido. Se educó entre varones. Las mu-
se estabiliza y es, de una vez por todas, la matriz
jeres eran forasteras en sus discordias, en sus ho-
de los deseos futuros, es aparejo que facilita en-
locaustos, en sus refocilos, y casi rivales en su es-
tendimiento, cuando no es excluyente.
pontaneidad. Las mujeres querían una cosa, el
La primera impresión que percutió el instinto hombre otra. El que menudeaba su relación con

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ellas era descalificado en los círculos de varones, No le pregunta ni le recrimina nada. La ciudad
era casi un infiel: era un “maricón” o un “calien- acompasa sus veleidades de aventurero sedenta-
te”. Una voluptuosidad vergonzante le señalará rio que mira fluir la vida de los otros, que puebla
con un deseo insaciable y agotador. de fantasías sus aburrimientos... El Hombre

La juventud del hombre no fue más feliz. No mira la ciudad como un amigo. Enfoca su devo-

tuvo camaradas del otro sexo, tuvo “programas”; ción a las cosas porteñas, a su exploración y mul-
presas que cayeron en el lazo; mujeres sonsaca- tiplicación. La ciudad es para él un ente vivo.
das, víctimas, frutos de su destreza, de su “mu- Su grandeza le enorgullece, sus triunfos le emo-
ñeca”, verdaderos actos de pillaje, demostracio- cionan, sus contrastes le acuitan. La afluencia
nes de arrojo o astucia. “Che, no se quería dejar de extranjeros turistas le agrada y le incomoda,
besar y la atropellé detrás del zaguán” O bien: simultáneamente. Su concurrencia testimonia el
“Che, qué programa me saqué hoy en el tranvía”. prestigio creciente de la ciudad, pero le duele
Pero ni esas piraterías que tanto jactaba en las que la ciudad carezca de cosas bellas que susciten
asambleas zafadas de varones ni sus incursiones encantamiento. El posible defraude le inquieta.
por las mancebías calman su fogosidad pasional. La tristeza que el turista comprueba y sufre, le
El deseo se enardece en la templanza impuesta. entristece más que su propia tristeza.
Su ebullición arrastra la totalidad humana, la pre- El amor del porteño a su ciudad cela su pre-
cipita en un tropel de ficciones en que sobrevive. sente y se expande hasta el futuro: es un amor
Entonces, el Hombre, para no anular su eferves- de padre, y una pasión de amante. “Cha que la
cencia, que es una parte de él mismo, para librar- van a pasar bien”, dice el Hombre cuando mira
se de esa compresión interior que le desazona, la iniciación de una diagonal, de un parque, de
busca otras válvulas de escape, alegorías en que una avenida que costea el río. Es una felicidad
depositar su brioso caudal de pasiones exceden- sin resquemor la que él goza al suponer la felici-
tes. dad futura de los porteños, una felicidad apenas
Huye afectivamente de su casa, donde nadie le manchada por una ligera amargura, algo seme-
entiende, donde el padre y la madre sólo vigilan su jante a un pensamiento que dijera: “No sabrán
estado de gordura, y se entrega a la ciudad. Gan- todo lo que yo sufrí para que ellos fueran felices”.
dulea por sus calles, vagabundea por los parques, El Hombre mira el trazado de una obra apenas
por los cafés. La ciudad respeta su aislamiento. esbozada y dice: “Ta que va a quedar lindo”.

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El no concibe este futuro como cosa extraña. Es no es suya y en cuyos negocios de nombradla no
un futuro en que el tiempo está ausente. Habla es copartícipe. Su devoción aprobará únicamente
de él como de una cosa de su propiedad o una el conjunto que es su emblema y no las personas
fracción de su cuerpo. Como si dijera: “Qué que la integran. No recuerda y no quiere recor-
cómodos van a estar mis pies en estos zapatos”. dar que el team de fútbol por cuya defensa es
Es un futuro que ya le pertenece. capaz de valer imprudencias se compone de once
Las historias afirman que los atenienses del pazguatos. Habla de ellos como si fueran secto-
siglo de Pericles tenían amores semejantes con res de una insignia, campos de un escudo, trozos
su ciudad. de un estandarte y no individuos semejantes a él.
No menosprecia las personas, le son indiferentes.
Luego, ya desgranada de su persona, la pasión
Así se explica la atonía con que la ciudad acoge
del hombre se bifurcará, cavará nuevos lechos,
a los hombres que la emocionaron con sus proe-
se transfundirá, se vaciará en otros moldes, se
zas deportivas en países extranjeros. Llegan, se
franqueará en el apoyo de una agrupación depor-
les festeja un saludito de bienvenida, se barbullea
tiva o de una agremiación política. O se dedicará
su hazaña un día y se les sume en un olvido ab-
a regañar a los deportistas con el fanatismo con
soluto. Al mes de cometer su hazaña, Lindberg,
que otros los proclaman, o derivará hacia otras
manías: o se dedicará a ganar dinero, a ga- en Buenos Aires hubiera sido un desconocido,
nar pesos que no sabe en qué va a utilizar, un aviador osado y pobrete.
pesos que no utilizará jamás, pesos que no son Es que el Hombre de Corrientes y Esmeralda se
más que una entelequia, una cifra que crece en la emociona, más que por los hechos, por la emo-
cuenta bancaria inscripta bajo su nombre. ción que enrasa a todos los porteños, en que todos
El porteño quiere ídolos, de cualquier ralea, los porteños se coaligan en la fusión de un senti-
que polaricen su sensibilidad, ídolos ante quienes miento común que soslaya todo descreimiento
deponerse totalmente, fervorosamente. Será “hin- intelectual. Al Hombre de Corrientes y Esmeral-
cha” de un team de fútbol, cuyos jugadores no da no le interesan las personas que cumplen los
conoce en persona y de cuyo elenco de socios hechos, sino en el momento en que esas personas
puede no formar parte. Discutirá por él. Se tron- son imanes de emociones porteñas. El Hombre
peará por él. O seguirá en su carrera, apoyándo- de Corrientes y Esmeralda no es secuaz de per-
lo con su aplauso, a un boxeador cuya amistad sonas. Es esa una subalternidad que no se aviene

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con su efusión díscola. Ya resolveremos el pro- tención: “Caramba. Me parece que yo soy yetta.
blema aparentemente contradictorio del caudillis- Cada vez que veo un partido de River Plate, Ri-
mo de nuestra política y mostraremos cómo el ver pierde. No vengo más”. Era esa la explosión
caudillo es también un ídolo impersonal: es otro de un sentimiento verdaderamente religioso, tan
símbolo de la misma pasión. fidedigno que hasta la propia personalidad doble-
Durante el último campeonato de box, en las gaba. De esta calidad altruista es la adhesión de-
Olimpiadas de Amsterdam, en 1928, en momen- portiva del Hombre de Corrientes y Esmeralda.
tos que el telégrafo anunciaba que los boxeadores Hay en ella una emanación estética, vital, ética
de peso máximo, seleccionados a puñetazos entre y étnica cuyo conjunto encuentra paridad en un
los hombres más fornidos de todos los pueblos, fervor religioso sin dogmas, en un misticismo sin
iban a dirimir en el asalto final el título de cam- más divinidades que las surtidas por los hechos
peón mundial de aficionados, el Hombre de Co- y sin más ritos que el subrayado de sus entusias-
rrientes y Esmeralda, caminaba, musitando: “No mos.
vas a perder Mono. No vas a perder Mono. No Cuando sus faenas terminan, al caer de la tarde
vas a perder...” Un mes después el Mono Ro- o a la noche, estos hombres apasionados que no
dríguez Jurado, campeón mundial de box de to- tienen pasiones se reúnen en pequeñas tertulias, con
dos los pesos, era un ser anónimo en las calles de uno o dos amigos. El Hombre de Corrientes y
Buenos Aires. Ya no era un símbolo de la con- Esmeralda es un misántropo que odia la soledad
fraternidad emotiva, que es la única carta de ciu- personal. No puede estar solo. La soledad per-
dadanía porteña que confiere el Hombre de Co- sonal le contraría y atrista. Las tertulias se ins-
rrientes y Esmeralda. talan en el interior de una casa o en un café. El
El deporte logra así fisonomía de amor insubs- estado de ánimo no se modifica. El café reboza.
tancial —único a que asiente— en que el amor En torno a cada mesa hay un grupito de hombres
a la ciudad o a la ingratitud de los hechos, suple solos. Los hombres de una mesa evitan mirar a
una desolación de amor. Es un sentimiento sin los vecinos... Las mujeres están excluidas de
recompensa, renunciante. A un hombre con fa- esa grey. Son hombres que hablan poco y en voz
cha de obrero, cuyo solo júbilo eran las palpita- baja, como si bisbisearan un rezongo. Es muy
ciones dominicales en que intervenía su club pre- raro que discutan o promulguen ideas o senti-
dilecto, yo le he oído esta frase de increíble abs- mientos. Su conversación es casi siempre una con-

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versación desquiciada, con más pausas que pala- en su lógica conceptual una negación de la vida,
bras, una conversación que no quiere predominar. y el Hombre de Corrientes y Esmeralda no la
“Hoy el jefe me dijo que las planillas ya no esta- niega, al contrario, la exalta en sus localizaciones
ban como ayer. El jefe está medio loco”. Algu- más preclaras y hasta lamenta su ineptitud para
no se acopla sin entusiasmo: “Tu jefe, si sigue exaltarla más, esa ineptitud con que le taró su
así, no va a durar mucho”. Suena un tango, la den- perniciosa formación sentimental.
sidad del silencio se intensifica. Cesan los rumo-
En un hombre así amachado es imposible de-
res y los ruidos. Todos callan. El café es un tem-
ducir su estado civil por la simple palpación hu-
plo en atrición. Los hombres encorvan ligeramen-
mana. De todos modos, la mujer es elemento de
te sus testas y distraen sus ojos en el borde de la
voluptuosidad, sino de lujuria, y hay una zona
taza en que desprenden la ceniza de los cigarri-
del hombre que es impermeable a ella, excep-
llos. Meditan. Están ensimismados. Hurgan sus
tuando, naturalmente, los casos extraordinarios.
días irreconciliablemente distanciados de la rea- Hay recintos del hombre porteño que son priva-
lidad. Divagan. En su fantasía moldean sus vi- tivos de sí mismo, grandes oquedades cuya in-
das como una miga de pan. La desunen, la re- violabilidad protege con agresivo descaro. Son
construyen, la llenan de perspectivas. Son artistas recintos en que una mujer no penetra, y en que
sin otras materias plásticas que sus propias exis- muchas veces ni los amigos se arriesgan, y cuya
tencias. Sueñan. Es una decepción más que se existencia se vislumbra sólo en horas de estrecha
infiltra en sus ánimos. Cuando el tango termina, congoja compartida, o en instantes en que el abra-
los ojos cansados tienen rastros de un desgano zo de un tango lo indemniza...
que conoció la ventura. Alguien comenta. “Este
La ternura aterra al Hombre de Corrientes y
pasquín, tiene pocas noticias de fotbal”. Y si-
Esmeralda. Quizá ve en ella un desistimiento re-
guen esperando otro tango.
pudiable de la virilidad. Si él estuviera conven-
Esta de místico o religioso es calificación que cido de que la ternura es necesidad de hombres
el Hombre de Corrientes y Esmeralda rechazará fuertes, cejaría en las actitudes en que busca ser
airado. La rechazará porque todo misticismo, en de ánimo despiadado. En su juicio, el hombre
su ineducación, huele a clericalías, para él abo- que es benévolo sin malicia está próximo a ser
minables y quizá, también, aunque él no lo sepa un “gil”. Prefiere ser un canalla o parecerlo:
inteligentemente, porque todo misticismo acarrea pero si las circunstancias le ratifican una absoluta

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impunidad se abandonan a una benigna participa- traman contra el “hongo soltero”, y “total hay
ción en los destinos ajenos. Pero es difícil ratificar que casarse alguna vez y ella es bastante bonita
esa impunidad a su desconfianza. Por eso, la ter- y de buen carácter”.
nura es mala brecha para llegar a él. Las mujeres Soltero o casado, el Hombre de Corrientes y
que lo intentan, generalmente fracasan. Esmeralda es un hombre que está desnudo y solo
Lo indudable es que el Hombre de Corrientes en el interior de su escéptico baluarte verbal, que
y Esmeralda, aunque millonario en reservas se- está solo entre dos millones de hombres y muje-
xuales y apetecedor de ellas, es caballero de amis- res que están solos.
tad y no de amor. El amor es entrega, cesión de
destinos, y el Hombre de Corrientes y Esmeralda,
demasiado leal con su propia vida, no la confía
enteramente a nadie. El convite del hombre por-
teño no es, pues, de amor, y sin intervención del
amor, el estado civil es una formalidad; a lo más,
una transacción de compatibilidades sexuales, le-
gales o ilegales, sin más ulterioridad para la sole-
dad de su espíritu que la del comercio entre dos
personas. El hombre se casa por desgano; “por-
que es hora de dejarse de andar haciendo dispa-
rates”; porque las mujeres de sus amigos le han
hurtado sus amigos; porque sus sentidos le ar-
man una asechanza y le hacen creer que está
enamorado de un talle, de unas piernas, o de unos
ojos; porque le atrae el utopismo de un retiro
en que podrá tirarse a divagar, y a charlar con
sus camaradas reconquistados; porque así elimi-
na todas las vicisitudes del problema sexual y
“estará tranquilo”; porque, negligentemente, se
abandona a las confabulaciones que las mujeres

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nas perceptible, un lastre sentimental, que es vá-
lido para los otros y para él mismo, alisa todas
las alternativas de la vida. Nada es demasiado
EL PRIMER JUICIO MORTAL fausto ni demasiado aciago. Un europeo logra un
ascenso en su carrera y la enhorabuena da deleite
a su habitualidad humana. Un porteño logra un as-
censo y se alegra, porque sus peculios le permiti-
rán favores de comodidad, pero en el fondo, en
Cada europeo es una boca por donde se
lo más intrincado de su ánimo, una mortificación
enuncian los preceptos, no una conciencia que
nubla su alegría. E1 ascenso es un nuevo peldaño
opta en el momento en que se decide. Por eso
que ha repechado en esa escalera sin retorno. El
los hombres se canjean sin que las instituciones
ascenso es una satisfacción y una advertencia: “Has
sufran. Entre un gobierno conservador y un go-
conseguido lo que ansiabas tener cuando eras jo-
bierno socialista no hay más diferencia que un me-
ven. Te estás poniendo viejo”. El sentimiento
dio por ciento en la renta de algunos títulos.
desmedrador es también puntal de flaquezas. “No
El Hombre de Corrientes y Esmeralda es un hay mal que dure cien años”. “Ya pasará. Todo
ser que ha incorporado a su economía el senti- se acaba”. Hay un paraje del alma del Hom-
miento de la muerte. No de una muerte emble- bre de Corrientes y Esmeralda que permanece im-
mática y abstrusa, sino de una muerte que está en pávido ante el halago o la hostilidad material, co-
él, que le envejece. Este sentimiento invalida los mo si pensara: “¡Si esto al menos te librara del
veredictos terminantes a que la inteligencia es pro- hoyo...!”
picia. Una conciencia que se sabe perecedera, no
En ninguna parte, sin embargo, se habla menos
puede ser concusa. Solamente puede considerar-
de la muerte que en Buenos Aires. Es casi un vo-
se infalible el que ha olvidado que se muere. Fe-
cablo inexistente. Se le teme como si fuera pes-
necer, no ser eterno, es falta más grande que errar.
tífero.
El europeo juzga como si fuera eterno. El porteño
no puede. En cada juicio en que el porteño usa Este sentimiento malversador de ilusiones se une
una legalidad europea, su criterio va con un repa- siempre a un escrupuloso sentido de la relatividad
ro inexpresado que se oculta en los recovecos de humana. Todos los hombres son parientes ante
su conciencia. Ese reparo, que es admonición ape- esa grande e ineludible amenaza. Lo mismo para

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él que para los otros, los juicios se amansan y hu-
liaridad de conciencia del Hombre de Corrientes y
manizan en la vecindad de ese gran pavor. Por
Esmeralda. Lo que él predica habitualmente es lo
eso el porteño es indulgente al sentenciar acciones.
europeo. El sentimiento porteño no aflora más
Hay algo de Juicio Final en el juicio del Hombre
que en una mueca, en una pausa, en una irresolu-
de Corrientes y Esmeralda. No abruma a nadie
ción. A veces se atreve a erigirse en opinión, y se
con calificaciones irrecusables, como si los princi-
explaya con una defensita burlona, como si no fue-
pios que sustentan su juicio fueran provisorios, de-
ra una verdad, sino una paradoja de humorismo.
nunciables ante principios más generales y huma-
Es más fácil recitar los lugares comunes de la mo-
nos. Bajo la acrimonia de moldes que reproducen
ral europea, aplicar los artículos de la codifica-
los asesoramientos del juicio europeo, vibra, si-
ción romana, admitir lo contratado en sociedades
multáneamente, en el porteño, un incansable: “Va-
vetustas, que atreverse a dar libre curso a un senti-
ya a saber cómo fue”, es decir una condena abun-
miento casi incoherente. Así los dos criterios: el
dosa en atenuantes. En política la condescendencia
orgulloso, providente y bien codificado criterio
alcanza puntos descabellados. “Pero, che, ¿cómo
europeo y el tenue, apocado e inseguro de sí cri-
vas a votarlo a fulano? ¡Es un atorrante y dicen
terio porteño, corren sin mezclarse, como un siste-
que es coimero!” “Bah, se dicen tantas cosas”.
ma sanguíneo, venoso y arterial, del organismo
La evasiva no repulsa la acusación. Es una excusa
argentino.
sintética: “Es muy difícil, quiere decir, que un
hombre en su situación no se deje vencer por las Hace unos meses, almorzaba con el gerente de
tentaciones. Los que ahora son honrados por falta una entidad bancaria. En la sobremesa y como
de ocasión quizá hicieran lo mismo que acusan, aserto sin importancia, me dijo, sonriente: “El que
o algo más reprochable”. en caso de apuro no clava a un banco, es un ota-
El juicio porteño es pronunciamiento de con- rio”. Esa era la sinceridad porteña de mi comen-
ciencia que al juzgar no olvida que es efímera y sal. Días más tarde me habló de un cliente de esa
por lo tanto falible. Es sufragio que, en su impo- institución de quien le solicité antecedentes. Me
tencia, se entrega a la erratilidad de la afección. dijo: “Es un sinvergüenza. Lo clavó al banco”.
Un juicio ingenuamente humano que desecha de su Esa era su conclusión profesional, de filiación eu-
discernimiento toda consecuencia posterior. Este ropea. Los que trampean a los bancos son sinver-
contrapeso porteño gravita solamente en la fami- güenzas sin investigar porqué los trampearon, sin

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incomodarse en la graduación de las pendientes
de humanidad por que rodaron.

Quizá estas discrepancias que nacen y terminan


DELEGACIÓN DE UN DESTINO
en un mismo individuo sean semilla de una cultura,
que, entre los escombros del pasado, puja por ser
presente. Quizá esos chisporroteos no produzcan
hoguera tan grande. Es lo mismo. La generaliza-
ción es fatuidad europea en que nadie está obliga- La naturaleza deprime al hombre que está
do a complicarse. notoriamente ubicado en la sucesión de la his-
toria natural. Hay en la naturaleza una predes-
tinación inexcrutable que destempla el sino indi-
vidual del hombre, un determinismo exterior que
agosta en germen las más viriles energías. El hom-
bre se termina sin que nada cambie en ella. Para
no extraviarse en la nebulosa de los poderes sobre-
naturales, la humanidad busca asideros, aparta
los ojos de lo muy vasto, se constriñe a los deta-
lles, se cierra en sí misma. Pero el hombre porte-
ño está retenido junto al desencadenamiento del
tiempo por el sentimiento de su imputabilidad
en los destinos del espíritu de su tierra, al que su
destino está afectiva e inmodificablemente tren-
zado. Para eximirse de esa responsabilidad, de
la que es autor y agente, el hombre se amputa
una fracción de sí mismo, y cede a la colectivi-
dad algunos de los derechos y de los deberes que
así mismo se confiere.

Así nace en el hombre porteño, por fulgura-


ción de su individualismo cósmico, un sentimiento

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colectivista. El estado es una delegación del hom- todo porteño debe cumplir la función que el es-
bre porteño, en que el Hombre de Corrientes y tado le encomienda y nada más que ella. Des-
Esmeralda se salva de ideas de temporalidad. Na- obedecerlo es disminuir su autoridad. Extralimi-
cido, pues, del convencimiento de su fugacidad, tarse, arrogarse misiones impropias del cargo, es
el estado brota de abajo, de la muchedumbre, y es también lastimar la idea del estado, exponerlo a
casi una redención. No es el estado argentino una la buena voluntad de los individuos. En ambos
tiranía de principios abstractos, es una construc- casos, el sentimiento de la responsabilidad se aviva
ción humana, fundada en la índole metafísica del en el porteño, y el hombre cae de nuevo en la his-
país, una creación del pueblo solidario, realizada toria, en la comparación con otros estados, en sus
a pesar de los engreimientos dañinos, de las infi- diferimientos, en el estudio de sus puntos débiles,
dencias de fines, de las sórdidas ambiciones de y queda insertado en la sucesión del tiempo de
los que debieron ser directores de la organización. donde justamente quería zafar.
Por eso, los europeos, aun los más clarividentes
El que desacata al estado o lo tutela es, por lo
miradores, no enterados de estas vetas ocultas,
tanto, enemigo de la tranquilidad porteña, y el
“se sorprenden del grado de madurez a que ha
Hombre de Corrientes y Esmeralda lo castiga con
llegado aquí la idea del estado” que barruntaban
todo rigor de indulgencia. El ladrón que huye,
“aún vago, de aristas poco acusadas y apenas
por ejemplo, debe ser apresado por el vigilante.
diferenciado del gran protoplasma social”, es de-
Los particulares que se entrometen, por plausible
cir, que barruntaban simple calco, sin alma.
que sea su intención en sí, son censurables. El vi-
Para que la excepción de responsabilidad sea gilante es el personero del estado en esa actividad
completa, y el hombre porteño pueda reposar en y el único, por lo tanto, a quien compite causarla,
ella, el estado debe parecer automático. El estado aunque no sea el más idóneo personalmente. Na-
mismo debe evacuar sus necesidades, encontrar die se burlará del vigilante que sufre un fiasco en
su personal representativo, adaptarse a las inci- la persecución del delincuente, que se rezaga o se
dencias del azar, precaver las insidias de sus ene- cansa. Todos se reirán del meterete que quiso co-
migos externos e internos, ser casi omnipotente operar, se reirán con esa temible socarronería que
en las jurisdicciones de tiempo y de espacio, en el porteño utiliza solamente en casos graves. “Di-
que se plasman los hechos de la historia y de la ga, don, ¿y no se cansó corriendo tanto?” “Ha-
disciplina social. Por eso, en el parecer porteño, bía sido rápido. Yo creía que era Zabala que an-

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daba desbocado”. El vigilante a quien el cansan- dículo es la que generalmente endosa la clemencia
cio extenúa es benemérito. El meterete es un “pa- del Hombre de Corrientes y Esmeralda.
panatas”.
Por otra parte, mientras el centralismo del es-
La prudencia porteña tiene una frase para pre- tado no hiere sus derechos, lo que no es fácil pues
venir a los que lesionan con su atolondramiento él los prohíja meticulosamente, el individualismo
las incumbencias del estado. “No te metas”, dice del Hombre de Corrientes y Esmeralda gana con
el porteño. Esta es frase que despertó la atención esta delegación. AI emanciparse de la administra-
del conde de Keyserling. El “No te metas” es, ción de todo destino ajeno al suyo personal, hasta
verdaderamente, una pauta de la idiosincracia por- del destino del espíritu de su tierra que es uno
teña, pero no es un consejo dirigido a rectificar de sus pocos amores, quizá el más absorvente, pe-
resoluciones personales. Nadie dice “No te me- ro que está emponzoñado por la idea del tiempo,
tas” a quien va a presentar la renuncia de su cargo, queda más libre en una soledad más lícita: solo
a quien se declara dispuesto a pelear con sus pa- con sus divagaciones. Así espera la coordinación
rientes, a quien se decide a convenir un negocio. que algún día sobrevendrá de sus instituciones es-
critas y de sus sentimientos. El no hace nada, por-
“No te metas” es una prevención trascendente,
que está convencido de que su movilidad sería
no doméstica. Quiere recordar: “No te metas en
nociva para los demás porteños y estéril para la
un asunto que no es tuyo y es privilegio del es-
nación, en quien delegó sus atribuciones. Y es
tado. Avisa a los representantes de la autoridad”.
tan completa la delegación, que el porteño se
“No te metas, que si te va bien no te lo agradece-
permite hablar mal del estado. Si él lo perjudica
rán y si te va mal se reirán de vos”. “No te me-
con sus habladurías, el estado tiene medios para
tas a apagar ese principio de incendio”. “No te
hacerlo callar. Pero él no protege al estado con
metas a delatar ese contrabando”. “No te metas
su silencio.
a cuidar la vida de los bañistas que se adentran en
el río”. “No te metas en las cosas que el estado
debe cuidar”. “No te metas en las pertenencias
en que señorea la nación; en el resguardo de las
personas y los bienes, en el mantenimiento del or-
den y de la moral”. Quien transgrede esas pre-
rrogativas estaduales es pasible de pena. El ri-

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rrientes y Esmeralda, como si hubieran llegado de
sopetón.

Este carácter se conforma a la naturaleza mis-


EL PILOTO DEL CAOS
ma del país, pampa llana sin mojones para la
inteligencia, y a la vida de la ciudad que avanza
de azar en azar, a los tumbos entre eventos que
la más fina profecía no atrapa en su red. Lógico
es que así ocurra. La naturaleza material del país
El Hombre de Corrientes y Esmeralda es está en proyecto y los problemas son infinitos y de
hombre de improvisaciones y no de planes, es una complejidad tan poliforme que ninguna inteli-
un hombre fiado en la certeza del instinto, en sus gencia capta en conjunto. Nadie puede vaticinar
intuiciones, en sus presentimientos. En una pala- lo contingible. Los especuladores más logreros y
bra: es el hombre del “pálpito”. El Hombre de versados se arruinan en la compra–venta de tierras
Corrientes y Esmeralda no reflexiona. Ignora ese y gañanes sin más mérito que la tenencia de las
escalonamiento de la cordura que es la delibera- propiedades, que adquirieron por nada, se enri-
ción. No premedita: actúa o se abstiene, pero no quecen. En Buenos Aires son impresumibles las
calcula. Sus escasos razonamientos sirven sus afec- rutas del porvenir. Se estudia medicina y se ter-
ciones, o son probanzas de actos ya inmodificables. mina en comisionista de bolsa. Se cursan carreras
Es crítico y abogado benévolo de sus actos. Lo de jurisprudencia y se concluye en asuntos de agro-
que no osa lo alega. Es duro para rectificarse y nomía en algún conchavo de la defensa agrícola.
ducho para ergotizar sus antipatías o sus elecciones Practica el comercio de importación de manufac-
puramente emotivas. El que “le gana el lado de turas extranjeras y acaba en comprador de ganado
las casas” lo pierde. Es un sentimental que no quie- en un frigorífico. Nace hijo de estanciero millo-
re serlo y razona su sentimiento. Las voliciones nario y se ve conminado a merodear ventas de au-
porteñas no son de condición inteligente. El por- tomóviles a plazos. En el caos inextricable de la
teño no piensa, siente. Siento, luego existo, es un vida porteña, la inteligencia es incapaz de solucio-
aforismo más apropiado que el cartesiano. Todos nes. Solamente el arrojo del instinto induce pro-
los dilemas, aun los anticipados con larga prela- babilidades y propicia rutas. El Hombre de Co-
ción, encuentran desprevenido al Hombre de Co- rrientes y Esmeralda confía ciegamente en sus

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“pálpitos” de ultima hora. El pálpito es la brú- da por ligera envidia. Pero el porteño desdeña la
jula que no enloquece en la marejada porteña, en inteligencia que vanagloria de sí misma, la inteli-
su frenético vaivén de cuerpo afuera. gencia que no se aboca a los planteamientos de la
vida común, esa inteligencia conceptual que se nu-
Por otra parte, la educación, la de suavidades
tre de libros, de teorías, y no de sensaciones. El
más imperiosas, las que alecciona en el hogar y en
el tejemaneje de camaradas, estimuló incansable- porteño no lee, no es hombre de preparativos, sino
mente esa propensión. Acertó con la única fuente de intuiciones súbitas. “Palpita”, juiciosamente,
de conocimientos que el hombre puede llamar in- que en ningún libro hallará asistencia para sus in-
dudablemente suyos: la intuición. Los únicos que certidumbres.
andan con el hombre de un lado a otro. Enrique- El Hombre de Corrientes y Esmeralda no desa-
ció sus instintos, aguzó su sensibilidad. Fomen- fía, ni aspira a desafiar, al europeo en el abro-
tó la memoria de sus emociones y no la de los quelamiento de su cultura. Intuye que frente a un
conceptos. “Como no te vas a acordar si te pe- europeo, nuestros hombres más cultos, él se des-
gaste un susto bárbaro?” Nadie se hubiera asom- cuenta, son vulgares aprendices, intuye que lo
brado del olvido de una fecha, de una definición primero que se aprende de un oficio son sus igno-
aritmética. Percepción vivísima e ineptitud expre- rancias y no sus sabidurías: sus facturas conven-
siva es el resultado inmediato de esta didáctica. cionales, sus mitos de gremio, sus trampas, sus
El porteño es hombre de morosidades, y no es- falsías, sus petulancias. Y un fondo de desprecio
tá arrepentido de ello. La improvisación es el es el honorario que entrega a los intelectuales que
atropello de sus desperdicios de tiempo; pero nor- al modo europeo improvisan habladurías contra la
malmente es remolón y poco tentado de exhibi- improvisación. Y esa es una de las causas que en
ciones. Esa morosidad embota las facultades in- inavenible divorcio separa lo intelectual de lo por-
telectuales. Por otra parte, el porteño no es hombre teño. “Para componer este ensayo o esta novela
de entendimientos fatigosos: ni los desea ni los o esta historia se consultaron diez mil volúmenes”.
busca. El porteño admira la inteligencia que media Esta es vanidad de intelectual. La respuesta
desprevenida en un hecho inesperado: la sutileza, porteña a mano es: “Y a mí qué me importa si
la sagacidad, la astucia, “la ranada”, la industria, al final de cuentas erró. Y si acertó, ¿qué im-
la elección acertada, la elocución persuasiva y las portancia tienen los diez mil volúmenes?” O bien
quisiera para sí. “Es rana”, es alabanza mancha- le dicen: “Yo soy mejor que Ud. y debo gober-

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narlo, porque conozco todas las dinastías germá- ambicioso ni le torturan emulaciones de lucimien-
nicas y el nombre de todos los Faraones egipcios”. to. Cuando algún trepador empuja, él abre can-
Y el porteño sonríe o se encalabrina, pero no con- cha y deja el paso expedito. No tiene, pues,
futa. Palpita que sería engorro ineficaz. necesidad de estrujar su espontaneidad. El Hom-
bre de Corrientes y Esmeralda está resignado a
El Hombre de Corrientes y Esmeralda no quie-
ser un elemento vil de los cimientos, uno de los
re ser engatusado por sofistiquerías. “Zapatero a
tus zapatos” es un aforismo europeo que pro- cascotes que se gangrenan bajo el suelo. No le

pugna la división del trabajo. Pero aquí no hay instigan apuros de labrase complicadas periferias
zapateros, individuos cuyo equipo técnico dismi- de artesonados o cornisas terminales. Su misión
nuya el valor humano del que lo esgrime. Aquí es más tosca, y él presta enorgullecido sus lomos
no hay más que experiencias personales, impro- para consolidar la patética edificación del espíritu
visaciones, porque todo es nuevo, hasta los hom- de la tierra. “Palpita”, acertadamente, que en
bres. Cuando los profesores de filosofía, los ma- su humildad está su mejor grandeza.
temáticos, los financistas y los redactores de El Hombre de Corrientes y Esmeralda es un
diarios están entre ellos, sin el disfraz de su pre- hombre de manejo resbaladizo. No declara sus
sunción, piruetean con los mismos chistes chaba- disconformidades ni expone sus reproches. No
canos, reniegan por los mismos inconvenientes y puntualiza nunca, insinúa. El instinto no es dia-
se enemistan por las mismas fruslerías de un ca- léctico. Para descifrarlo, es preciso ser idéntico
rrero, un jugador de fútbol o un barrendero. El a él mismo. El adivinamiento de su voluntad,
Hombre de Corrientes y Esmeralda no ignora siempre soberana, es la desesperación de los po-
que el más maduro trabajo sobre la relatividad líticos, de los mandatarios, de los directores de
publicado en el país, que dio base a una carrera periódicos y de todos los que en alguna forma
meteórica, fue conferencia que se escribió al trote dependen de él. Los hombres solamente inteli-
sin que el autor dominara el punto central de la gentes fracasan en la función pública. El Hombre
teoría eisteniana. El Hombre de Corrientes y
de Corrientes y Esmeralda, ante todo, exige que
Esmeralda no quiere competir con el europeo en
los hombres públicos tengan, no conocimientos,
información ni en testimonios escritos que no sean
nociones librescas, sino instintos poderosos, pe-
los de su propia vigencia, y nada más que ellos.
netración lista, es decir, que sean hombres de
El Hombre de Corrientes y Esmeralda no es palpito. Por eso tampoco le interesan los pro-

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gramas, las plataformas, los palabreríos de los
partidos políticos. Frente a la compleja realidad
argentina, los programas son imposturas en rela-
ción a los hombres y a la derechura de su con- LA APOSTASÍA INTELECTUAL
ducta, a la delicadeza de su tacto, a sus verbal-
mente intraducibies asimilaciones y percepciones,
a su “pálpito”. El “pálpito” es el único piloto
fehaciente en el caos de la vida porteña y el único
cuya posesión premia el hombre porteño.
Lo esencial de la vida porteña, su hálito
ingénito y peculiar, es una incorporeidad re-
cubierta y tejida en órdenes europeos. No es ex-
traño, pues, que los hombres más seriamente cla-
sificados en la vida social no sean exponentes de
la invisible pulsación porteña. Al Hombre de Co-
rrientes y Esmeralda es raro encontrarlo en las
altas esferas. Lo porteño no impetra comandancia
sobre los demás hombres. Lo porteño fluctúa en
sí mismo y va a la deriva de lo aleatorio, oculto
en su propio relieve, como una ola entre olas, co-
mo una nube entre nubes y su fisonomía más típi-
ca puede ser uno cualquiera del montón, un estu-
diante, un mozo de café, un empleadito... El que
entra en componendas de ambición y calcula o
premedita sus conveniencias renuncia en ese mo-
mento al depósito del realengo espíritu porteño.
Escindido del pueblo de donde salió, el ambicioso
se encastilla en su propia ambición. Se descarría
de los ímpetus que, hasta entonces, enquiciaron
sus gestos, y destila en sus gabinetes, no la tos-

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ca verdad de todos los días, sino la alquitarada que en las empretinadas comedias que transcriben
materia que extrae de sus libros europeos. conflictos dramáticos millares de veces magis-
tralmente solucionados en Europa.
Con dolorosa frecuencia, apenas interrumpida
por escasos ensayos, el intelectual olvida que Si el intelectual no es escritor, su infidelidad no
literatura que no es un desgarramiento que se es de menor calibre. Un título universitario cual-
anecdotiza, constancia de una aventura del espíritu quiera basta para que un hombre inteligente caiga
nutrido de verdad, es vana nube de palabras. En en la pedantería de evaluar en más su título que
los escritores nuevos hay ya una unción en que lo sus aptitudes exclusivamente humanas. Deja de
porteño está presente, la voz de un salmo que se ver al hombre en los otros y en sí mismo. En no
preludia quedamente, un tono de imprecación to- más de cien libros técnicos pagan su menosprecio
davía acobardado, pero ya indudable. Se despojan al iletrado, que quizá es sabio en lecturas y en
de relumbrones, y afinan sus desacuerdos en sus doctorados de vida.
poemas. El Hombre de Corrientes y Esmeralda no
Empingorotado en su vanidad, el intelectual se
los conoce todavía. Esos poetas le soslayan equi-
empobrece, se desnutre, se malea. En su notable
vocadamente. Yo he comprobado que los mejores
ensayo sobre la vida argentina, Ortega y Gasset
admiradores de los poetas nuevos son empleados
los cató sin perífrasis. “Mientras nosotros, dice,
anónimos, estudiantes, no otros intelectuales. Pero
nos abandonamos y nos dejamos ir con entera
en general, el intelectual no escolta el espíritu de
sinceridad a lo que el tema del diálogo exija,
su tierra, no lo ayuda a fijar su propia visión del
nuestro interlocutor adopta una actitud que, tra-
mundo, a pesquisar los términos en que podría
ducida en palabras, significaría aproximadamente
traducirse, no lo sostiene en la retasa de valora-
esto: Aquí lo importante no es eso, sino que se
ciones que ha emprendido. Por eso el Hombre de
haga bien cargo de que yo soy nada menos que
Corrientes y Esmeralda se reconoce más en las
el redactor jefe del importante periódico X; o
letras de tango, en sus jirones de pensamiento,
bien: Fíjese que yo soy profesor de la Facultad Z”.
en su hurañía, en la poquedad de su empirismo,
que en los fatuos ensayos o novelas o poemas que Es que en la conciencia del intelectual argenti-
interfolian la antepenúltima novedad francesa, in- no hay una incriminación que le desasosiega. Son
glesa o rusa. Así como siente más legítima dra- hombres inseguros de sí, porque han extirpado
maturgia en las tartajeadas escenas de los sainetea todos los sentimientos que en ellos podían ali-

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al espíritu porteño. Estas no son horas de per-
mentar una creencia. Han sido infieles a los mira-
feccionar cosmogonías ajenas, sino de crear las
mientos y emociones nucleares de su infancia, de
propias. Horas de grandes yerros y de grandes
su adolescencia y de su juventud y quieren sentirse
aciertos, en que hay que jugarse por entero a
a sí mismos, constantemente, paladear en todo
cada momento. Son horas de biblias y no de or-
momento el premio de su apostasía. Son los úni-
febrerías.
cos porteños que viven en presente.

De los hombres que le rodeaban, todos supues-


tos intelectuales, Ortega y Gasset sacó en limpio
una mala impresión. No pudo respirar esa atmós-
fera de la ciudad que tan fuertemente exhalan las
clases populosas, el soplo de la muchedumbre en
que se licúa el Hombre de Corrientes y Esmeralda.
Pero Ortega y Gasset es dueño de una percepción
muy fina y entrevió ese fervor del espíritu por-
teño, traicionado por el empaque de los que le
circundaban como cínifes, y escribió estas pala-
bras que el Hombre de Corrientes y Esmeralda
le agradece emocionado: “Yo no conozco, lo re-
pito, ningún otro pueblo actual donde los resortes
radicales y decisivos sean más poderosos. Con-
tando con parejo ímpetu elemental, con esa de-
cisión de vivir en grande, se puede hacer de una
raza lo que se quiera. Por eso, buen aficionado a
pueblos, aunque transeúnte, me he estremecido
al pasar junto a una posibilidad de alta historia
y óptima humanidad de tantos quilates como la
Argentina”.

El que no inspira ese aire poderoso, es nefasto

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un cuerpo, pero no pudo torcer la voluntad de su
espíritu. El espíritu de la tierra se mantuvo ileso.
Gracias a él, no fue ésta una factoría extranjera,
LA DEFECCIÓN POLÍTICA un emporio cerealista formidable, pero sin alma,
sin cohesión, sin destino, sin más objeto que ali-
mentar a Europa.

Ahora, la República es una inconmensurable


Dos fuerzas convergentes en su punto estancia moderna, macrocéfala, como todas las es-
de aplicación, pero divergentes en la direc- tancias, cuyo casco es Buenos Aires. Aquí, en este
ción de sus provechos, apuntalan la prosperidad suntuoso caserío, apenas un cascote en la dilata-
del país. Una es la tierra y lo que a ella está ane- ción de la pampa, se lleva la contabilidad de las
xado y es su índice; otra, el capital extranjero mermas, se surten los implementos requeridos por
que implantó mejoras y la fertilizó. el laboreo agrario, se adquieren las máquinas y
se mercan las cosechas y los ganados. Pero, bajo
Antes del advenimiento europeo, la pampa, de
su embarullamiento cosmopolita de urbe comer-
tan cacareada feracidad actual, era una sábana
cial, también Buenos Aires mantuvo incólume su
yerma, de flora miserable y fauna enteca; flora
espíritu, fue fiel al campo, cuyo pensamiento y
de arbustos rastreros, cardos, espadañas y totoras;
cuyo sentimiento sintetizaba, a través de todas las
fauna más de alimañas que de bichos o animales;
metamorfosis en que rebuscaba la realidad de sí
un venado arisco, dos ñanduces, y mil tucutucos
misma, en que rebuscaba ser lo suficiente fuerte
y cuises. El abono extranjero prolificó su suelo.
como para no atemorizarse de ser como es y como
Lo pobló de hombres y de animales. Sembró tri-
ha sido.
gos y pueblos. La fileteó con vías férreas y la
dotó de un sistema de nervaduras telegráficas que El capital extranjero es, pues, acreedor a nues-
unificaron sus horizontes. Desagotó las regiones tra bienquerencia, y el Hombre de Corrientes y
anegadizas. Construyó puertos, elevadores de gra- Esmeralda, aunque no se dobla en pleitesía, no
nos, depósitos de cereales y cueros, frigoríficos y le niega una sobria gratitud. Pero tierra y capital
saladeros. Inició la manufactura de la materia pri- siguen plantados frente a frente, y por mucho que
ma y organizó el comercio de exportación. El ca- sea fructuoso, el capital es poder de alevosías que
pital extranjero la engrandeció, la fortificó, le dio no debe descuidarse. El sentimiento del hombre

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porteño no desmaya en su ladino avistamiento; ciencia de la multitud sabe que lo esencialmente
con sus “pálpitos”, rastrea incansablemente sus argentino es la tierra y el hombre que se apega a
manejos. El Hombre de Corrientes y Esmeralda, ella. Por eso el Hombre de Corrientes y Esmeral-
aunque ignorante de finanzas, “palpita” que el da, que tolera la infidencia de todos, es implaca-
capital es energía internacional, que no se connatu- ble para juzgar la traición política.
raliza. Palpita que si en el aprovechamiento del Es tan extremada su atención, que hasta casti-
capital estuviera el sacrificio del país, sacrificaría ga, inexorable, los estados de ánimo de sus man-
al país sin escrúpulos. El hombre porteño ha im- datarios que pueden conducir por degradaciones
pedido que el capital se ingiriera en el manejo de sucesivas a la connivencia con el capital extran-
la función pública, y ha desconceptuado a los hom- jero. El hombre porteño permanece indiferente
bres que tutelaron su infiltración en el gobierno. ante la elación intelectual y periodística. No se
El hombre porteño tiene un instinto político de resiente, siquiera, por sus arrogancias, pero no
una sagacidad admirable. No se engaña nunca en perdona que el político se ensoberbezca. Comien-
el oculto designio de su elección. Cuando un po- za a maliciar del que habla mucho en primera per-
lítico entra en combinaciones con el capital ex- sona. Odia los “yo” y los “mí”. El orgullo des-
tranjero, acepta direcciones de compañías, repre- medido, en que alternativamente los hombres de
sentaciones de empresas, se contrata como abo- gobierno incurren, extingue la idea de la respon-
gado, o tramita sus asuntos, apañándolos con su sabilidad. La soberbia es inescrupulosa: el que
influencia, el Hombre de Corrientes y Esmeralda es poseído por ella cree debérselo todo a si mis-
le retira su delegación. Es muy difícil, sino impo- mo. Olvida que es una factura del pueblo y está
sible, embaucar al instinto del hombre porteño. muy próximo a traicionarlo. En precaución, el
El político se resarce del abandono insultando al pueblo lo tacha de la lista de sus favoritos, sin de-
pueblo. nigrarlo personalmente. El porteño no quiere juz-
gar a los hombres: aprueba o desaprueba los ac-
El Hombre no regatea las famas que se obtie-
tos, no los actores.
nen con las representaciones populares. Aunque
estima que de la función pública no deben dedu- La mayoría de nuestros políticos se caracteri-
cirse medros ni privilegios personales, el enrique- zan por su torpeza a este respecto. Cuando tienen
cimiento no daña al político, mientras el político la venia popular adulan a la multitud creyendo
no traiciona al espíritu de la tierra. La subcons- así asegurar sus canonjías. Cuando caen víctimas

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de su codicia, no hallan expediente mejor que vi- ciones; soberbia, valerse de los hombres menos
tuperar a los mismos que adularon. Los sucesores enteros de su partido. En todos sus actos había
en las esferas oficiales no escarmientan, o no com- un “A mí qué me importa lo que piense la plebe”.
prenden, y reinciden en la falta. Los conservado- Y cayó arrasado por la avalancha de la indigna-
res manejaron durante muchos años el país como ción. Ahora estamos frente a una soberbia peor.
cosa propia. En desprendida capitación, se repar- ¡Quiera Dios que al pueblo no le cueste mucha
tieron los bienes mostrencos, y algunos otros. Ci- sangre y desorganización desalojarla!
catearon la opinión del pueblo, trampearon vota- Las líneas anteriores fueron escritas y publica-
ciones, sin que el pueblo contuviera su voracidad das bajo la dictadura del general Uriburu. Tam-
y su fullería. Se enriquecieron y se entremezcla- bién él pasó lamentablemente, aunque todavía a
ron a los terratenientes antiguos y respetados. Po- su sombra, con lamentables esporos de ideas im-
co ganaron. Para el porteño, el único dinero que portados, algunos tratan, desesperadamente, de
da aristocracia es el agropecuario. Mas, luego, los sacar utilidad personal en el desquicio provocado.
conservadores ensoberbecidos, supusieron que el
Algún día los gobernantes, escaldados, apren-
país les pertenecía, y entraron en confabulaciones
derán a respetar las terminantes —aunque no di-
con los capitales extranjeros. Se hicieron aboga-
chas— convicciones del espíritu de la tierra. (Nota
dos de empresas, directores de ferrocarriles, ac-
de la cuarta edición).
cionistas de capital inconfesable... Y caducaron,
lamentablemente. Estas consideraciones, que son simples esbozos
de los sentimientos fundamentales del Hombre
Los radicales perduraron mientras tuvieron pre- porteño, y no ideas del autor, no buscan dejar
sente la idea de su responsabilidad. El pueblo ex- consignada una antipatía popular al capital ex-
cusaba las pequeñas incorrecciones, los ladronzue- tranjero, al contrario, repito, aunque el porteño
los con ínfulas, el arribismo desaforado. Pero Iri- no se agacha en pleitesía, no le escatima una so-
goyen se mareó con los ochocientos mil votos de bria gratitud. Trabajos igualmente decorosos y
su candidatura. La altanería lo perdió. Su se- valorados en el ánimo del Hombre de Corrientes
gunda presidencia fue una tanda inacabable de in- y Esmeralda son los aplicados al servicio de la
fatuamientos y emboscadas a la opinión. Sober- tierra o del capital extranjero. En su criterio sen-
bia era menoscabar en vano al Parlamento; so- timental, no es más laudable el laboreo de las tie-
berbia, hacer gala de matonismo en las interven- rras que la conducción de locomotoras. No es

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desdoroso en ningún caso obedecer al capital ex-
tranjero, si el que lo hace no contrata nada más
que su propio esfuerzo, su propia inteligencia, su
propia dedicación. Tampoco se malquiere a los EL PATRÓN DE SÍ MISMO
hombres extranjeros que defienden a los capitales
puestos al amparo de su expediente. A un inglés
o norteamericano o francés, o alemán, directores
de compañías bancarias, presidentes o gerentes Ya en las revisiones precedentes que as-
de frigoríficos, de usinas eléctricas, de ferrocarri- piran a desbrozar de prejuicios la etopeya del
les, se les brindan las opciones más hospitalarias
hombre porteño, prenotamos someramente cómo
del país, y son bien recibidos por el pueblo. Sus
la especia de la tierra se consubstanció con el hom-
artimañas en pro de un mayor rendimiento finan-
bre y le transfirió su espíritu, interpolando, visi-
ciero, no despiertan antipatías ni aversiones en el
blemente, su finitud humana en las inecuables
Hombre de Corrientes y Esmeralda, él más bien se
magnitudes de tiempo y de espacio que a la in-
burla cordialmente de ellos. “Estos yonis son una
mensidad de esa tierra convienen.
luz para los pesos”.
Achatado por la inmediación de las presencias
El Hombre reprueba la infidelidad de los repre-
cósmicas, el hombre desacreditó su esfuerzo indi-
sentantes de sus conveniencias y de su espíritu,
vidual y malogró en conformidad todos los vere-
que debían alegar por él, y lo traicionan: son “aco-
dictos de la inteligencia doblegada por el conven-
modados”. Lo que el Hombre no permite es que
cimiento de que la voluntad está sometida a po-
los extranjeros le birlen las riendas del gobierno.
tencias inexorables y todopoderosas. Fue conce-
Esa es la infidelidad cuya reconvención estamos
sivo e indulgente en demasía. Su curiosidad se
leyendo en el Hombre de Corrientes y Esmeralda,
acercaba a las faltas ajenas más atenta a explorar
centinela que está solo, en avanzadas, cautelando
las furtivas trazas del destino, que las culpas del
su espíritu y el espíritu de la tierra, de quien es
que cometió el yerro. Rodaba, así, rápidamen-
una anécdota más, un rostro, un gesto, una voz,
te, a un fatalismo relajador en que la vida es un
una advocación que busca concretarse. El Hombre
acertijo y no un albedrío que se desenvuelve.
de Corrientes y Esmeralda busca, no la riqueza,
sino la conjunción de la tierra y el hombre en que Ese determinismo volatilizaba sus energías, lo
el espíritu de esta tierra amanece. hundía en una inacción desdichada. Para su pro-

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pio estímulo, para encarrilar su esfuerzo, para presunciones inicuas y mitos de legalistas hace
emular su vida de relación, al Hombre de Co- muchos siglos extintos, y sofocada por teorizacio-
rrientes y Esmeralda le era imprescindible deli- nes estipuladas para despachos que ya solamente
mitar su alcance, rodearse de un horizonte artifi- los juristas recuerdan. Advierte que el juez no mi-
cial, acortar su panorama, olvidar su brevedad, de la maldad de un delincuente en relación a la
crearse fines accesibles, en una palabra, necesita- de un hombre común: lo castiga encuadrándolo
ba referencias de su vida. Pero el Hombre estaba en una teoría de la que ningún hombre podría
vacío. Carecía de ataderos en qué anclar su re- salvarse si se aplicara idénticamente. Advierte que
construcción. Los axiomas simplistas que abarro- la sociedad aprecia las virtudes sólo en cuanto en-
taron su enseñanza se descuajaban al primer empe- garzan en conceptos apolillados que ya no invo-
llón de la realidad. Su experiencia iba talando, can virtudes de esta época. Advierte que hay más
apresuradamente, todas las mentiras convenciona- muerte que vida en la vida de relación, y que el
les de la cultura europea. Le habían dicho que el orden social ha pospuesto al hombre, lo ha sacri-
trabajo es una virtud en si misma, y que todas las ficado, no a una necesidad actual, sino a un prin-
virtudes se encarecen, y él veía la virtud escarne- cipio, a una vaciedad. Y, entonces, ese sistema,
cida. Le dieron un mundo ya estrictamente cla- ya vacilante, de embustes, que da un paisaje a las
sificado en artículos de códigos penales y en gra- conciencias europeas, se derrumba en la concien-
cias teologales, y las experiencias del Hombre no cia del hombre porteño.
corroboran esas enseñanzas. Ve al camandulero
Exteriormente el hombre no cambia. Ante los
recolectar sumisos amaneramientos, y al virtuoso
hechos consumados sigue articulando las lecciones
rejoneado y corrido por la miseria. Ve al desca-
foráneas. Su descubrimiento es meramente senti-
rado de gran enjundia merodear impune, y afren-
mental. El Hombre de Corrientes y Esmeralda no
tarse el más pequeño desliz del hombre honrado.
es gustoso de rebatimientos ni de polémicas. Tam-
Ve que se agasaja el triunfo, la consecución, y no
poco podría discutir. La franqueza de un senti-
la labor honesta, la contracción, el esfuerzo en sí,
miento es inerme ante las argucias del entendi-
la humildad.
miento. El Hombre, pues, reclama los juicios en
El hombre advierte que su propia vida y la vi- que todos coinciden. De labios afuera, dice:
da de los otros está maniatada por máximas ya “Este es un pillo. Este es benévolo. Este es ca-
sin ninguna equivalencia humana, aherrojada por ritativo. Este es un canalla”. Pero sus condenas

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no son más que efugios verbales, reticencias de juez que está blindado en el sentimiento, que no
un sentimiento intimidado por su disparidad con se expide sino en esguinces fugaces, en reparos
los preceptos reconocidos con ufanías de verdad. marginales, en entibiamientos del juicio verbal, y
que no tiene más jurisdicción que las preferencias
Desechado el acicate de aspiración, de ascenso,
y el lenguaje del hombre que lo lleva en sí. Pero
en una jerarquía opuesta a su sentir, el Hombre
de Corrientes y Esmeralda volvió a quedar solo es un juez actuante e incorruptible, con el que
frente al gran pasmo de la naturaleza. Fueron hasta los políticos comienzan a solventar. Uno de
tránsitos de disconformidad consigo mismo que ellos me decía. “Ahora que la Ley Sáenz Peña
todos los porteños purgaron en algunos años de ampara con el secreto la emisión del voto, no se
su vida. El Hombre estaba desmantelado. Todo ganan elecciones repartiendo puestos. A un ciu-
le parecía incierto. En la reconquista de su armo- dadano lo emplea Ud. en la administración nacio-
nía está solo, terriblemente solo. Su equidad le nal y le vota en contra, si no está de acuerdo con
inhibe aceptar para otros, categorías medidas con su actuación, aunque así ponga en peligro la esta-
operaciones que desestima para él. La única pau- bilidad del cargo que se le procuró”.
ta no socavada por su dubitación es la de su pro- Este juez que no prevarica, no se reserva para
pia existencia. Una vez más, se mira vivir, se las grandes ocasiones. Lucha constantemente, en
siente vivir. “Yo existo, se decía el Hombre, y todas las minucias de la vida cotidiana. A una
no soy bueno ni malo, aunque preveo en mí la persona le dicen: “Che, he sabido que tu amigo
posibilidad de ser o de haber sido cualquiera de Enrique está acusado de haberse caloteado unos
esos extremos. Aquel cometió un delito. Quizá pesos en la casa en que era cajero”. “No me di-
en las mismas circunstancias yo no lo hubiera gas. ¿Y cómo fue?” “¿Cómo fue?” he ahí la
cometido. Yo, pues, soy un poco mejor que él”. inquisición porteña por excelencia. “¿Cómo fue?”
O al revés. No tiene a mano a nadie más que a sí es decir, qué pasiones intervinieron, qué causas
mismo para medir a los otros y se adopta como produjeron esa declinación moral y le empujaron
su propia vara de medir. Es su propio patrón, a la comisión del delito. Postula todos los datos
su piedra de toque. Confinado en sí mismo ha que puedan facilitarle la confrontación del delin-
elaborado una nueva tabla de valores.
cuente con él mismo. Del “¿cómo fue?” quiere
El hombre porteño es el código íntimo con que inferir el “cómo hubiera actuado él”, quiere subs-
el hombre porteño juzga a sus semejantes. Es un tituir al protagonista para estudiar en sí mismo la

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calidad humana de su acción. Por eso, no le in- En este juego traslaticio, única aventura en que
teresan las noticias escuetas, aunque sean policia- el porteño, de sí sedentario, huelga, su innata pers-
les, y se extasía y comenta las crónicas detalladas picacia se agudiza aún más, se tonifica. Nunca lo
en que la humanidad del asunto se trasluce fiel- azoran los hechos fortuitos en que intervienen per-
mente. Como las únicas crónicas extensas son las sonas de quien ha formado una impresión propia.
policiales, los directores de diarios han creído que Le dicen, de repente: “Che, Antonio se peleó
el porteño es gustoso de truculencias. con Félix y le enjaretó una cuchillada en la ma-
Pero esto no lo entienden los directores, y a no”. El Hombre suspira una pequeña exclama-
cada momento se equivocan. Por ejemplo, si quie- ción, tan breve y poco enfática que es casi un sa-
ren desacreditar al que cometió un crimen social ludito cortés a la noticia. Balbucea un: “Cara-
o al que dirigió un motín fracasado, les dedican cho...” o “¿Qué me decís?”, pero no se descon-
crónicas detalladas, escarneciéndolos. Como son cierta ni se consterna. Se diría que la desgracia
largas, el porteño lee esas notas y siente la huma- imprevista estaba prevista en su imaginación. Só-
nidad del ejecutor y con cierta simpatía piensa: lo pregunta: “¿Y cómo fue?” es decir “¿Cómo
“Vaya a saber cómo fue”. Y es persona que cri- esa posibilidad se volvió real?”
tica el hecho en sí. El juicio porteño es egocéntrico y quiere estar
Cuando el porteño se entera de una proeza de- presente en todos lados, certificarse por sí mismo.
portiva que concita su admiración, exclama: “Che, Es un colador, un vivisector incansable. Usted,
¡qué loco! ¿Viste lo que hizo?” Antes de admi- lector, por ejemplo, que ya debe ser mi amigo,
rar se colocó en la situación del héroe y compro- puesto que llegó hasta aquí, me ha seguido paso
bó cuánto arrojo, cuánta osadía era precisa para a paso. Conceptuaba en usted mis enunciaciones
cumplirla. Vio que el héroe tenía alguna capaci- y en usted tasaba la verdad o el error de lo que
dad más, o más desarrollada que las suyas, y dice: leía. Decía: “Está bien. Tiene razón”, cuando
“Yo no sé como se atrevió a tirarse del décimo en su recuerdo aparecía un sentimiento gemelo;
piso. ¡Y qué julepe! El paracaídas se abrió re- u oponía una objeción, un “Puede ser” si su me-
cien en el tercero”. El detallismo cerciora que en moria no archivaba un sentimiento o una idea se-
su imaginación él no se atrevió a ejecutar la proe- mejante. No se percataba, y no quería percatarse,
za, y loa en el héroe las propiedades en que le de que no se lo describía a usted, que se describía
sobrepasó, y no el éxito. un arquetipo porteño, un porteño sintomático, al

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que usted podía desemejarse. Durante todo el tra- cualquier individuo destacado de esos géneros
yecto fue y será el lector, el experimentador y el morigerados, y el porteño lo invita a comer. Si
juez simultáneamente de mi veracidad. Usted sólo consigue burlar la mesura del visitante, si consi-
rastreaba la humanidad de estas páginas. ¡Ojalá gue, por ejemplo, embriagarlo, es decir, superar-
hayamos acertado entre los dos! lo en resistencia física, en fisiología, “sobrarlo”,
se ríe de buena gana. Y cuenta: “Che, el sabio
El hombre porteño no se rinde a ningún em-
se mamó en la comida de anoche. ¡Y vieras qué
baucamiento o compostura en que no coadyuvó
macanas decía! Nos hemos muerto de risa con
personalmente o por mediación de un amigo por-
los muchachos”. No es este un afecto de maligni-
teño. No le deslumbra ni toma en cuenta, el éxi-
dad, sino de interés por el contenido personal de
to, la aureola, la gloría. É1 mira al hombre, no
las reputaciones.
aquello que lo viste y alhaja. Cuando llega a
Buenos Aires un viajero resonante, el porteño se El conde Keyserling disfrutó de gran admira-
aproxima a él, no a ilustrarse sino a carear los ción porque hablaba más que nadie, se movía
elementos vitales que pone en juego, a compa- más que nadie, gesticulaba más que nadie, bebía
rarlo, involuntariamente, consigo mismo. De un más que nadie, se reía más que nadie... y además
era una inteligencia universalmente apreciada que
sabio, de un artista, nadie pregunta “¿Qué sabe?
se escabullía airosamente de todas las celadas. ¿Se
¿Qué enseña?”, sino: “¿Qué tal es?” Si le ha-
acuerda Ud. conde? Se acuerda de cuando usted
lla dotes superiores a las suyas, vivacidad, perspi-
decía: “No sé qué me pasa en Buenos Aires. Estoy
cacia, serenidad, coraje, presencia de ánimo, lo
dislocado. No escribo, y ni siquiera mis apuntes
elogia sin restricción: “Che, el gallego es maca-
tomo”.
nudo”. Un extranjero acaba de cruzar el mar en
un solo saque, en un volido de aeroplano, por Así, en este refrescamiento de los quilates hu-
ejemplo. Ha cumplido una hazaña numerosa. Es manos, el hombre porteño levantó una perspec-
un héroe. Al porteño eso no le interesa. Lo ob- tiva a su desánimo. Aprendió a mirar en torno de
serva, apareándolo con él, y dictamina: “Che, el él y encontró en los hombres mismos, en sus in-
franchute es un papanata”. La hazaña es una manencias y no en sus jerarquías postizas, un mo-
cosa exterior al hombre. Para juzgarlo, él nece- tivo de emulación, un aguijón para su apatía, una
sita escarbarlo, desnudarlo de predicamentos. Lle- rivalidad razonable. El hombre es el horizonte a
ga un paleontólogo, un pedagogo, un filósofo, que el Hombre se aferra para no ver el otro.

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sin desdecirse de los afectos que profesa; “Pucha,
en casa no se puede vivir. Si el viejo quiere una
cosa, la vieja quiere otra. Y la gansa de mi her-
EL DESTRUCTOR DE ESPEJISMOS mana no me deja en paz”. “Mi primo quiere que
le dé participación en este asunto; pero a mí no
me va a engrupir”. El progreso es una miscelánea
que no comprende sino se asocia estrechamente a
En su afán de verificar los conceptos y una alegría venidera, suya, de sus amigos, o de

definiciones por sí mismo y en sí mismo, el sus sucesores. Los beneficios o disfavores del pro-
greso los califica en sí mismo. Los adelantos de
hombre porteño no repara en vallas ni precave
la mecánica no lo conmueven, ni la elocuencia de
malentendidos. Va decididamente a su objeto,
las cifras. “Che, nuestro comercio exterior ha
cualesquiera sean los desbarajustes que ocasione.
La vocación de sus sentimientos es irreflexiva. Po- aumentado en quinientos millones” “Ajá ¿Y con
cas elaboraciones humanas resisten la acometida de eso qué ganamos?” De la “Humanidad” se ríe.
esa inusitada corrosión. Las bambalinas de la es- El nuncio de la humanidad es él, y nada que ame-
tulticia se derrumban, los espejimos se evaporan. nace su bienestar puede, por lo tanto, servir a la
Pocos símbolos salen airosos de la refriega. La humanidad. Ni de honras ni de triunfos es pedi-
mayoría se deforman y ahuecan, como naranjas güeño. De todos los éxitos que la humanidad pro-
exprimidas: pulpa reseca y sin jugo. Así, mide tocoliza, sólo aceptaría alguna muchachita linda y
en él mismo, el coraje, la fama, el éxito. Una a una “que no lo moleste mucho”.
va desflecando las banderas conductoras, los gran- En los comienzos de la guerra europea, los in-
des signos de la cultura europea. Las deshilacha, telectuales hicieron un batifondo de mil demonios
y las arroja desdeñoso cuando no les halla viven-
instigando a las autoridades a la ruptura de rela-
cia activa.
ciones con Alemania y sus aliados. Ellos, tan cir-
La Tradición, el Progreso, la Humanidad, la cunspectos de común, se reunían en las plazas
Familia, la Honra ya son pamplinas, que en el públicas y en trémolos vehementes enarbolaban los
sentimiento del hombre porteño no sirven ni para más grandes pabellones retóricos. Se desgañitaban
gallardetes de club náuticos. “Tradición” no tiene; hablando de la libertad, de la salvación de la cul-
de la familia se mofa en las chácharas de café, tura, de nuestra sangre latina, del crimen de la

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neutralidad y de la falacia de serlo, de los deberes el cumplimiento de órdenes superiores, que toma
y derechos mutuos de las naciones... El hombre en serio eso de “servir a la patria”. El porteño
porteño se apiñaba en su entorno. El hombre por- presta el servicio militar con buena voluntad, por-
teño siempre ha sido paladeador de espectáculos que si bien la seguridad externa del estado ha sido
gratuitos. Escuchaba sus arengas, leía sus procla- delegada en los militares, no puede delegar su ser-
mas, pero continuaba impertérrito. “¿Para qué nos vicio personal. Y obedece las órdenes, porque la
vamos a meter en esta conflagración? Si pelean, disciplina es inseparable del ejército y no porque
ha de ser porque tienen un interés. Yo no pelearía esté “Engrupido por la patria”. “Engrupido” es
por un francés. ¿Cómo voy a suponer que un fran- todo aquel que sufre un embeleso. El que se cree
cés pelea por mí?” Los intelectuales insistían en buen mozo y apuesto y es un escuerzo. “Engrupi-
desgañifarse. Lograron el auspicio de toda la pren- do”, el que más cuenta sus adquisiciones, el dinero,
sa sin excepción. El Parlamento se puso de pie la fama, que sus capacidades simplemente huma-
para votar la ruptura de relaciones. Hasta los so- nas, su coraje, su belleza, su entendimiento. “En-
cialistas aprobaron el disparate. Irigoyen, que era grupido” es por eso el intelectual ufano, no de lo
entonces presidente, desoyó el falso clamor y vetó que es, sino de sus libros, de sus artículos, de lo
o encarpetó la aprobación legislativa. Con su oído que ha hecho o ha recibido, elogios, alabanzas.
finísimo de viejo caudillo había “palpitado” la “Engrupido” es el que cree en la ligazón de los
oposición del pueblo porteño, y, en gran parte por vínculos familiares y obra con su familia por ra-
eso, el pueblo porteño, a pesar de las turbiedades zones extrañas a su cariño. “Está peleado con to-
de su administración lo premió con la segunda pre- dos los de su casa, pero los ayuda porque lo tie-
sidencia. nen engrupido”.

El hombre porteño empuña una de sus palabras Las grandes divisas ya no impelen al Hombre
vernáculas para embromar a los sugestionados por de Corrientes y Esmeralda, no vulneran su pre-
el espejismo de las grandes dicciones: “Engrupi- disposición incuriosa. Pero no se entrevea en esta
do”. “Engrupido” es el tipo que todavía cree en precipitada convergencia de episodios la cerrazón
la Humanidad, en el Éxito, que todavía cree en de un egoísmo. El hombre porteño no es egoísta,
el premio del trabajo y hace méritos cinchando pero no admite más alicientes que los exclusiva-
en la oficina durante horas extraordinarias. “En- mente humanos. No quiere atestarse con frases,
grupido” es el conscripto demasiado empeñoso en ni ser omitido en ellas. Palabras de premio son

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asiduas de su plática: “gaucho”, “macanudo”,
“derecho”. Tipo gaucho es el hombre servicial.
Macanudo, en cierta acepción, es el generoso de
expansión, el conversador, el dicharachero, el
EL MILLONARIO INGÉNITO
hombre vivo y dado. Derecho es el hombre sin
doblez, cuya ayuda puede descontarse como in-
dudable. Todas estas palabras propinan méritos
Dos efectismos verbales esquivaron en
a los desprendimientos que van de hombre a hom-
apariencia el asedio buceador del sentimiento
bre. Siempre es el hombre y nada más que el hom-
bre el que está en el sentimiento y en la discrimi- porteño. Uno es el estado, la nación. El otro, la
riqueza, la plétora económica. Ya vimos como el
nación del hombre porteño. Todos los símbolos
estado es una de las creaciones originales del hom-
refulgentes, genéricos, fueron inventariados y exe-
bre porteño y no una adopción imitativa. En el
crados, y ya no se entorpece en su arrullo, y no
consentimiento de la idea de estado, el porteño
es asequible por ellos. Al porteño hay que “ha-
se libra de toda zozobra atinente a la colectividad,
blarle claramente”, sin mucho rodeo, y eliminando
pone a salvo las responsabilidades que en el por-
del discurso todas las grandes palabras que él ha
venir del espíritu de su tierra caben, y al evitarse
destruido en su sentimiento. Cuando el porteño
toda tranquilidad que no finaliza en sí mismo,
las oye o las lee, se eriza y da en sospechar que
se libera de los descaimientos que el tiempo talla
“allí hay gato encerrado”. Y convengamos en
en el ánimo que se sabe efímero. Tampoco la
que pocas veces erra. Los que cándidamente han
riqueza es efectismo maltrecho en su aspecto. Cen-
cifrado su triunfo en ellas, se irritan, y, como
tellea en todas las ceremonias en que se presenta,
siempre, cubren de dicterios e invectivas al hom-
y por el estilo en que la emplea se creería que
bre porteño, que los escucha sonriendo.
el hombre porteño está ofuscado por sus refulgen-
cias. Sin embargo, la riqueza es otro término des-
ahuciado en la ilusión sentimental del porteño.
La riqueza es talismán con muy escasos residuos
de sortilegio, es otro espejismo desbaratado. La
riqueza no cautiva al hombre porteño. El porteño
no quiere ser rico.

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Tan torrentosa es la rutina; tan cegatona, la mola ni el más pequeño de sus antojos, no ya las
opinión para encarar la realidad, y tan comun- inclinaciones en que su vida se derrama.
mente se debatió la tesis contraria, que mi aser-
El hombre porteño es dilapidador de reservas,
ción corre peligro de ser tachada de insincera, de
munífico de afectos, dadivoso de bienes, si puede.
disformidad, o de paradoja vocinglera. Hasta el
Es hombre que no atesora voluntad ni peculios,
mismo Hombre de Corrientes y Esmeralda, si
hombre que vive en cada día el sueño de cada
leyera estos apuntes, se armaría de sospechas y
día. Es hombre que no guarda sus entradas ex-
pensaría: “Éste nos está cachando”. Pero no nos
cedentes, sino cuando apremian los compromisos,
descompongamos, y abordemos el tema tranquilos.
que no se desvive, ni mucho menos, por aumentar
La riqueza es cebo que arrebata la imaginación el monto de sus entradas. Es hombre sobrio de
y acelera el pulso más seguro de sí. Todos quieren gustos, cuando la tentación de la mujer no se
ser ricos. Poseer fortuna es expectación en que cruza. Es frugal de paladar y más encomia un
todos los hombres se emparejan, pero en su que- bife a la parrilla que una abigarrada salsa fran-
rencia el hombre templado no desperdiga genui- cesa. Es sencillo de gustos e indiferente al or-
nos dotes de su vida. Quiere el sabio ser rico, pero nato de sus residencias. Más quiere acurrucarse
por serlo no malgasta una hora de tarea. La co- en un rinconcito con sol y aire, que artesonados
dicia, el anhelo de riqueza, no puede aquilatarse, y mobiliarios lujosos. Si el vino le gusta a ratos
pues, sino por las energías que por alcanzarla se es porque robustece la amistad y le expulsa de
disipan. Aunque ambos anhelan fortuna, codicio- sí mismo hacia afuera. ¿Cómo pudo ser tachado
so es el comerciante que se merma las horas de de codicioso, de ambicionar haberes de cuantía,
sueño, rabonea sus comidas, ahorra sus dispen- un hombre tan mesuradamente conformado en
dios, y no el sabio que la desaira como lejanía peticiones corporales? El error tiene una expli-
quimérica. El porteño es así: se complace en la cación. El porteño presenta una modalidad que
fortuna imaginada, pero en su apropiación no fácilmente endereza a engaño al observador, y
empeña ninguna de sus bonanzas vitales. Tam- ratifica, oyéndolo hablar, su reputación mezquina
bién para él, la fortuna es una lejanía, una quimera El porteño desaprueba el trabajo desinteresado,
que revolotea a su alrededor distrayendo la longi- el trabajo que no quiere o no consigue remune-
tud de sus tedios, pero por cuya posesión no in- ración directa: lo juzga extravagancia de chiflado.

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Pero esa es especificación que concierne al trabajo La tarea más seductora para el porteño son los
y no a la riqueza. cargos de oficina: una distracción manual en que
simular una ocupación real y una libertad de ima-
El porteño es un hombre contemplativo que
ginación no coartada. Empadronar, inscribir, remi-
no quiere serlo, que no puede serlo. La moral eu-
tir expedientes, facturar, coleccionar o encasillar
ropea, todavía vigente en la ciudad, se lo impide.
papeles, fojas, notas, son faenas que los porteños
La pasividad, la innación, la negligencia es mal-
disputan aunque no gocen retribuciones elevadas.
quista y reprendida. Como en los demás antago-
E1 porteño opta, salvo cuando las mujeres andan
nismos de sus predilecciones, el hombre porteño
muy cerca, por un “trabajito liviano” aunque el
se adhiere a los sermones que la pereza recibe. Tie-
sueldo sea un poco menor. Si entre los compa-
ne una palabra española para motejar a los que
ñeros de oficina hay alguno con quien departir
ostensiblemente no hacen nada: “pelafustán”. Al
amigablemente, contar anécdotas, chistes, tramar
porteño no le gusta haraganear a ojos vistas. Pero
empresas de enriquecimiento, y los jefes son to-
el porteño aborrece el trabajo, aborrece la obli-
lerantes, entonces el cargo es un ideal porteño.
gación de ocuparse de cosas extrañas, porque le
escamotean tiempo para ocuparse de sí mismo. Un hombre así, remiso y encofrado en un quie-
Y valora la intensidad de las tareas, no por las tismo contemplativo, naturalmente, desaprueba
dispensas vitales que exigen, sino por la cantidad el trabajo que se complace en sí mismo; mejor
de tiempo inteligente que demandan. Un trabajo dicho, ni lo supone posible sino en anormales. El
puede ser liviano, aunque sea físicamente fatigo- que trabaja sin objeto definido, preciso, ineludible,
so. Un trabajo cansador es el que demanda, al no es persona que la sensibilidad porteña anote
que lo ejecuta, prolijidad mental, concentración, con agrado. Por eso, el hombre que por cualquier
atención. Tarea cansadora es la que consume ho- razón se menea por algo que no es imprescindible
ras que el porteño quisiera para sus fantasías. Un para su subsistencia, se escuda en un pretexto:
conchavo de mucha andanza, de traqueteos, de ir la obligación de conseguir dinero. “Che, me han
y volver, de entrar y salir, pero sin intimaciones dicho que vos tenés un pariente medio loco, que
de pensamiento, es “trabajo liviano” por mucho se pasa el día en tu casa con cachivaches de quí-
que apure. Un empleo en que el porteño debe cal- mica”. “Hace experimentos para una fábrica de
cular, redactar, pensar, planear, prevenir, es tra- jabones”. “¿Y le pagan?” “Y entonces... ¿qué
bajo hartador, “es un laburo de la gran siete”. te crees?” Es decir: “¿Cómo te imaginas que mi

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pariente iba a ser tan trastornado de trabajar por les abonarán, no irían hasta la primera boca ca-
puro gusto?”. El pariente, rentista modesto, es lle. Son así, al revés de los escritores europeos,
químico aficionado que, a su vez, encontró en el muy superiores a sus realizaciones. Casi todos los
jabón un buen pretexto para impedir vejámenes individuos de la clase media tienen en su magín
a sus experiencias. No conoce ningún fabricante una idea, un proyecto, un invento, un plan de
de jabones, ni proyecta inventar nada útil, pero compañía, que si se realizara lo “dejaría podrido
arguyo en su casa: “Estoy haciendo unos ensayos en plata”. Pero aunque algunos son viables y
de saponificación de grasas. Si me dan resultado rendidores, los autores de los engendros “se de-
puedo hacerme rico vendiendo el invento a un jan estar” y siguen vegetando en sus empleitos.
industrial”. Y no hacen nada, porque en el fondo la fortuna,
la riqueza, el adineramiento, son fantasmagorías
Otra excusa habitual son las deudas. “Che,
¡cómo andas laburando! Los muchachos están corroídas por el cotejo sentimental porteño.
asombrados”. “Y ¿qué le voy a hacer hermano? La riqueza ya no alucina al porteño. Homolo-
¡Tengo cada metejón!...” El inculpado no tie- ga sus promesas en sí mismo, y si la fortuna es
ne deudas pendiente. Está por adquirir una ca- una fuerza que se agrega a él, algo así como un
sita que la tentó a su señora. Pero ese es regalo, brazo, una pierna o una facultad más, la acepta;
que podría acarrearle reproches de ambicioso y lo pero si la riqueza debe conquistarse mediante un
disimula. Solamente la necesidad justifica, en el holocausto de procesos vitales, la desecha, y da
parecer porteño, el enyugamiento del hombre al una excusa. Es malmirado el reniego franco de
trabajo y así todos, vistos a la ligera, parecen la fortuna. Si a un porteño se le ofrece partir
ansiosos de dinero. para la Patagonia, en cuyas desolaciones llevará
La vida porteña está plenamente informada por una vida retraída de cenobita y de donde volverá
este endoso de desidia. Los escritores desparra- veinte años más tarde con un millón de pesos, o
man sus mejores libros por las mesas de café. Glo- al año con cien mil “morlacos”, el porteño, sin
san sus ocurrencias, oyen las oposiciones y las con- aturdirse ante el cabrioleo de las sumas, balancea
testan, pero no escriben ni una línea. Cuando se las pérdidas de vida y las ganancias de oro del
deciden a publicar, dicen: “Voy a ver si me gano ofrecimiento. Un millón es plata, pero veinte
unos pesos. Estoy pato”. Pero por cantidades mu- años son casi la mitad o el tercio, por lo menos,
cho mayores de los paupérrimos honorarios que de la vida, durante los cuales estará como impe-

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dido, será un baldado de la civilización: no ten- rico que Ford. Y con los pesos de Ford no se ad-
drá amigos, novias, calles que recorrer, cinemató- quieren los deleites que yo me proporciono”.
grafos... De pronto la ciudad se embellece, la
El porteño no dice nada, pero lo cierto es que
ciudad se engalana ante esa probabilidad de des-
para equiparar vida y pesos hay que tasar en pesos
tierro y el porteño dice: “No, che, no, yo no estoy la vida o en vida los pesos. Lo indudable es que
hecho para las fajinas del campo. Ando un poco si el porteño aprecia la fortuna, en más aprecia su
delicado de los intestinos”. Y por dentro piensa: vida. El dinero no le llama; ni otros llamados de
“Por unos pesos hipotéticos yo no dejo el asfalto”. ambición escucha. El se ríe cuando piensa que de-
En grande o en pequeño, la escena es siempre trás del espejismo de esa palabra se lanzaron va-
igual. La madre riñe al hijo: “Movéte, muchacho. rios millones de europeos a cultivar y cosechar es-
Anda, busca trabajo. Bien podrías ganar unos tas tierras, y, siempre tras él, trabajaron hasta su-
pesos más si no fueras tan remolón. Total tu con- cumbir. A él, “no lo engrupe” la fortuna. Es su
chavo no te lleva más que cuatro horas al día”. propio elucidario, y como en la tabla de valores
Si el porteño fuera hombre de ingenio verbal, po- del sentimiento porteño ningún símbolo se apro-
xima a las equivalencias de la simple, clara y riente
dría replicar con argumentaciones que revelaran su
fluxión humana, la riqueza es otra superstición que
particularísimo sentido de la vida, decir: “Pero
no lo engaña: da poco y resta mucho. Por eso el
mamá, para que voy a deshollejarme trabajando,
porteño no quiere ser rico. El porteño, en su nueva
si más de lo que tengo no podría tener por muchas
evaluación de la vida, es un millonario ingénito.
riquezas que tuviera. Para mí, una siesta vale mil
pesos. Si yo fuera millonario pagaría esa suma por
adormilarme, por hundirme en el letargo que si-
gue al almuerzo. Una caminata hasta el centro, con
Antonio, que es tan entretenido, no es exagerado
cotizarla en dos mil pesos. Por lo menos tal suma
abonaría gustoso si yo fuera millonario. Un paseo
por Florida, o por el bulevar más cercano bien
vale otros mil, y no menos, una charla con los mu-
chachos, a la noche, en el café. Ya ves, en place-
res, gano como cinco mil pesos diarios. Soy más

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tivo tradicional. Más puede, por ejemplo, en
Buenos Aires, la amistad o la simpatía personal
que la presión económica o las sesudas argumen-
LA REHUMANIZACIÓN DE LA VIDA
taciones de interés general.

Resquebrajando la epidermis de los amillara-


mientos provisoriamente adoptados, el sentimien-
Sin aspavientos, agazapado en la mansa to precursor del hombre porteño busca alcanzar
llaneza de su naturalidad emotiva, el hombre la verdad humana de los hechos. Su lenguaje es
porteño revalora al mundo. Aprehendiendo y la primer fisonomía de sus sentimientos depura-
mensurando el mundo en sí mismo, dilucidando dores. El hombre porteño practica el lenguaje
sus afirmaciones en el contraste sin sospecha de con la iniciativa verbal de un niño. Crea o inhu-
sus propios sentimientos, el hombre porteño aven- ma vocablos, los retoca para acomodarlos, o los
ta las teorizaciones arqueológicas, poda la ampu- refuga sin contemplación. Retasa el palabrerío
losidad de los conceptos, humilla la arrogancia de huero y mitiga la oquedad resonante del idioma
los contextos legalistas y manumite al hombre de castellano. El porteño desconfía de las palabras
la artificiosa hojarasca literaria que le recubría y que en los libros se incautan. Las que él emplea,
le suplantaba en el dictamen de los hombres. las quiere rebosando intuiciones, sensaciones di-
Hasta este momento, su expedición renovado- rectas, imágenes vividas y no rótulos de definicio-
ra no es más que una inercia que no reacciona con nes. En los vericuetos de su desconfianza, el hom-
los estímulos clásicos, un desabrimiento que no bre porteño presume que todo lo que se denomina
se engolosina con las tentaciones habituales, ca- se momifica, y que no hay palabras tan grandes
prichos que no se explican con razonamientos, como para empavesar toda la vida con ellas. Pre-
una fluctuación aparente y tan mendiga que hasta sume que lo no dicho, lo que nadie podrá decir,
ignora los términos que podrían validarla. Pero es incomparablemente superior a lo expresado.
son ya sentimientos, tan hondamente identifica- Presume, tasándolo en sí mismo, involuntariamen-
dos con la textura porteña, que anarquizan las te, que todas las dudas de Hamlet son tonterías
más probadas y vetustas instituciones —perfec- retóricas ante el cúmulo de perplejidades que se
tas como engranajes y como engranajes inhuma- arremolinan, se ciernen y se desvanecen en el
nas— y perjudican el juego del equilibrio colee- más mínimo instante de la vida de cualquier

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patán. El hombre porteño tiene animadversión lo menos, un centenar, sino más, de adjetivos cas-
a las síntesis, porque, según él, nada es malo ni tellanos. Un “Reo” es sinónimo simultáneo, en
bueno mientras no se lo designa. Por eso, es el glosario vernáculo porteño, de las más opues-
hombre de pocas palabras, que calla sin otorgar, tas enunciaciones. Un “reo” es lo mismo malen-
hombre que se resiste a destruir la unidad de sus trazado, despilfarrador, sucio, nocharniego, licen-
sentimientos y de sus percepciones y envasarlos cioso, irreverente, dicharachero, ingrato, disoluto,
en esas estrafalarias cajitas llenas de traiciones astroso, extravagante, dejado, negligente, entro-
que son las palabras. metido, despreocupado... que cien cosas más.
Las palabras son juguetes peligrosos. El por- “Desgraciados” igualmente son los malafortuna-
teño las manipula, las baraja, se divierte con ellas, dos, los tunantes, los enfermos, los difamadores,
le gusta oírlas tejidas en frases, pero él no las los achacosos, los resentidos, los viles, los dis-
emplea como mediadoras de asuntos importantes, tanciados, los desventurados, los que repulsan,
es decir, no las emplea para clasificar a sus seme- los que apiadan, los fulleros, los informales...
jantes, al hombre. Con un cuidado inconsciente “Macaneador” es sujeto que puede ser mentiroso
y sorprendente, evita anatematizar las personas, o intrigante, facundo y veraz, conversador desen-
lapidarlas con adjetivos irrevocables. Sopesa las vuelto, adulador, gracioso, falso, chistoso, mur-
acciones y no los ejecutores. De preferencia, di- murador, calumniador, verboso, versátil... “Pe-
ce: “Jugó bien” y no “Juega bien”. “Fue gene- lotudo” es tanto el honrado, el puntilloso, el cum-
roso” y no “Es generoso”. plidor, el probo, el continente, el fehaciente, el
Su afán de no inmovilizar lo humano, de no económico, el tacaño, el disciplinado, el circuns-
estructurarlo, ha creado un lenguaje de más en pecto, el equitativo, el enfermizo, el pachorriento,
más esotérico e irreproducible en la escritura, en como el opa. El opa y sus congéneres “tontos,
que la vida puede derivar sin estrellarse contra pavos, secos” son “pelotudos de lo último”. “Lo-
las palabras que la van registrando. Emplea voces co”, sin distinción, es el corajudo, el inconsecuen-
más semejantes a interjecciones que a legítimas te, el juguetón, el loco sin vuelta de hoja, el atre-
palabras. Son vocablos sin convicción, ambiguos, vido, el maniático, el trabajador de afición, el
equívocos, cuya traza varía entre antagonismo e coleccionista, el excesivamente honesto, el irres-
incompatibilidades preceptúales muy cercanas al ponsable... “Macanudo” es por igual el despil-
absurdo. Cada una de esas palabras, involucra, a farrador, el aquiescente, el enérgico, el débil de

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carácter y “seguidor”, el voluntarioso, el expan- hombre porteño no juzga a sus semejantes sino
sivo, el pundonoroso, el austero, el emprendedor en última instancia.
y el apático.
Pregúntesele a un porteño: “¿Qué tal es Fu-
No más de cincuenta son estas voces porteñas lano?”. No por voluntad evasiva, espontánea-
que aisladas, en la soledad de un diccionario, ca- mente, y aunque le consten todas las fechorías
recen de significación. Para valer algo, para vi- del sujeto inquirido, responderá: “Y... che...
vir, tienen que unirse a un hombre. Cualquier es macanudo... aunque creo que ha hecho mu-
acepción que se les atribuya es errónea. Su sig- chas macanas”... Y si la ocasión le es propicia
nificación, como el de una interjección, es un re- narrará con pelos y señales todas las incorreccio-
flejo del estado de ánimo del que habla y varía nes y desmanes que Fulano cometió. Es que para
con la prosodia, con su inserción en el discurso, un porteño, las faltas, los pecados, los delitos y
con la intención que las acentúa, con el gesto que los errores no son congénitos, no son el hombre
la acompaña, y, sobre todo, con los episodios y mismo. Hay una comprensión casi fatalista de
anécdotas ya relatados o añadidos o supuestos, gaucho antiguo en su entendimiento. Pero hay
referente a la persona que se califica. Siendo tan algo más.

amplio y de tantos matices probables el conteni- Un hombre que robó, no es categóricamente


do, esos vocablos son verdaderos pases magné- un ladrón ante la clemencia porteña: es un hom-
ticos verbales en que se transfunde de un interlo- bre que robó. El hurto es una actitud que induce
cutor al otro una sensación humana completa. No a presagiar mala entraña, pero que no lo quiebra,
son, como se repite habitualmente, palabras de que no lo descalifica definitivamente. El robo es
pereza intelectual. Para describir, aunque no es infracción de convenios en que quizá no reincida,
facundo, el porteño es vivaz, y su terminología o quizá sí. De todas maneras, los delitos no son
colorida. Dirá de un obeso: “Que le chorrea la toda su vida. Es un hombre que tendrá lealdades,
panza”, de uno vestido con un traje a cuadros, amor a su ciudad o a su país, a los lugares en que
que “se disfrazó de ajedrez o de calle mal ado- nació, que incubará misericordias, espantos, espe-
quinada”; pero en la justipreciación de las cali- ranzas; que tendrá alguien que lo aprecie y que
dades ingénitas, recurre a su lenguaje vagoroso, lo quiera, amigos, novia, madre; es un hombre
interjeccional. Quizá el porteño piensa que ad- que quizá sueña con los mismos sueños que él...
jetivar, definir, es en cierta manera juzgar, y el Robó, pero ¡vaya a saber que coacciones inconfe-

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sables o lejanas y ocultas para él mismo le espo- Presionados, sus sentimientos se filtran en hilos
learon al desacato de la ley! ¡Vaya a saber qué semejantes a ideas finísimas que van, de uno a
pésima educación desafinó su moral y qué sanción otro descontentamiento, diseñando imágenes mó-
desprende su conciencia de su delito, y qué tabla viles, indiscernibles todavía. Es una rebeldía in-
particular de valores se ha formado! Robó, pero congrua; es el desacuerdo de un hombre impo-
es un hombre. Con cuatro chirlos en el trasero tente para especificar la molestia que le irrita. Es
quizá se corrigiera. Los principistas afirman que una disconformidad consigo mismo que se tra-
el castigo corporal agravia la dignidad humana y duce en amores y en odios revueltos, que se iner-
es infamante. Lo encierran en una leonera duran- van mutuamente, es una vorágine donde todo se
te varios años. Le roban su vida, a él que no confunde y precipita enloquecido. El hombre
dañó ninguna otra vida. La sociedad lo detiene mira, palpa, observa. Ve lo dicho y lo hecho, ve la
en salvaguardia, dicen. Y el hombre azorado se flagrante contradicción y se detiene bloqueado por
pregunta ¿qué sociedad es esa de la que él for- tenuidades inconcretables. Todos mienten y él
ma parte y tan aguerridamente ataca, sin embargo, no sabe porqué. El es un creyente que busca una
sus sentimientos? El delincuente ofendió la pro- creencia y hasta repudia su religión, porque mien-
piedad, pero no otra vida. Sí; pero la propiedad te. El ve que la iglesia no es lo que ha sido, y que
es inviolable, lo único sagrado para la sociedad. su escolástica es sillería de su falsedad. Mira sus
El Hombre se encabrita. ¿Cómo? ¿En caso de ministros mofletudos y regordetes, sus criptas en-
guerra la nación dispone de la vida de los ciuda- chapadas en oro, su idolatría vergonzante y en-
danos y no dispone de sus propiedades? ¿Qué salzada y siente que más templo que el templo es
inmunidades cubren la propiedad? ¿Quién se su café; pero no habla. No puede hablar: su
las concedió? ¿No es su vida, la propiedad esen- boca está macizada por la ironía que le sigue. El
cial del hombre, entonces? Son volutas de pensa- calla, siempre calla, aunque no admite nada que
mientos que se van desenvolviendo en exasperado le llegue de afuera. Está cerrado: está en él. No
zarandeo de interrogaciones. El hombre se en- puede abrirse: es demasiado torrentoso. Se des-
crespa. Hay algo exterior a él que impera en él, borda, inunda todos los márgenes de la vida,
le inhibe, amordaza su sinceridad. Diques invi- convulsiona todas las ideas con sus sentimientos
sibles le detienen. Hay manos inmateriales que desmelenados, enloquecidos en un frenesí que se
le atan y sofocan. supera siempre. El hurga, rastrea, escruta. ¿Qué

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es la soberbia de ese hombre que hasta hoy estu- se anega. Su sentimiento se exacerba en la bús-
vo a su lado? ¿Qué maleficios oculta esa inmensi- queda humana. Quiere sentir a todos los hom-
dad vacía, esa inhumanidad implacable que él mis- bres, ser cada vez más grande, comprender cada
mo apoya, ese estado rígido y enemigo de él que vez mayor número de humanidad. Es inconmen-
lo sostiene en sus lomos como una cariátide silen- surable en su sentimiento. Es lo que ha sido siem-
ciosa? ¿Cómo humanizar esa hercúlea construc- pre en la espera de ser. El deseo brota a torren-
ción, darle su pulso, su amor, su tono? Hay algo tes. Es tromba desatada que nace en su centro,
que lo vence en la tiniebla del pleno día, y le en el centro mismo de esta tierra y es lo ínsito,
compele a inmerjirse en sí mismo, una vez más; lo inmanente, la flor de la pampa, su sonrisa, es
a esconderse en el cubil desde donde espía el el espíritu mismo de esta tierra... Es un hombre
mundo por una rendija, a cubierto, en su recogi- sencillo que, entre otros hombres, va caminando
miento estremecido. Pero él no se apacigua. Su por la calle Corrientes. Un hombre tranquilo,
sentimiento es un bólido que zanja el espacio sin de cultura escasa, de modales algo bruscos pero
medida. En todo está remirando, atisbando, cla- afables, de indumentaria chirle. Es un porteño
sificando en sí mismo, graduando de nuevo los cualquiera. Ya cruzó la calle Florida. Está pa-
patrones, midiendo. Ya duda de todo: los he- sando Maipú... entra a un café de la calle Es-
chos hormiguean entre las verdades bamboleantes. meralda. Allí está con un camarada en el fortín
Ya ni en las esencias cree. Todo es ficticio. ¡Dos de la amistad. Allí está seguro y habla de cosas
y dos pueden no ser cuatro! También la matemá- pueriles. Habla y se ríe. Está contento. Fuera del
tica le usurpa un lugar en la vida. Es un senti- reducto amistoso, la vida dañina ralea la digni-
miento más oscuro que los otros, más escurridizo dad y el número de los hombres, pero allí dentro
y flebe. Pero ya algo en él conexiona un número es inofensiva.
a un adjetivo arrogante, a un adjetivo que lo
El hombre habla sin apuro, como si la eterni-
destroza sin objeción, despiadadamente. Ya to-
dad fuera suya. Su lenguaje es por ahora la
do en él es titubeante, dudoso, controvertible. El
única rehumanización de sus desvelos inconscien-
mundo es una selva de mentiras en que se extra-
tes. En el lenguaje, el hombre incoa el proceso
vía, y avanza al tuntún. Está solo y perdido con
de rehumanización de la vida entera. Su lenguaje
la pureza de su verdad en el corazón.
ya es impreciso, indeterminable, monótono por
En el correr de los ríos subterráneos el hombre fuera, afiebrado por dentro, como un hombre

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cualquiera. Su lenguaje es ya una música cuyas
notas son pocas palabras que se amalgaman, se
enmiendan o someten mutuamente, como líneas
melódicas de una sinfonía, aliadas a gamas infi-
nitamente cambiantes de miradas, de voces y de
gestos, entrelazados con pausas en que la cordia-
liadad crepita y chisporrotea con el goce de una
lumbre hogareña. Ya hay algo nuevo en ese ama-
sijo informe de la amistad. Por primera vez, el
hombre está junto al hombre.

LIBRETA DE APUNTES
Esto es más vida

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LIBRETA DE APUNTES Tenía un pestañeo incómodo. El porteño es así:
no dice nada. Y hace bien. ¿En qué lo hubiera
podido ayudar yo en esa emergencia? ¿Compa-
decerlo? ¿Para agregarle un agravio a su pena?
Pero no se suicidó y él más tarde me contaba el
trance sonriendo.

*MACEDONIO. — El primer metafísico de


Buenos Aires y el único filósofo auténtico es Ma- *AMIGOS DEL ARTE. — Son amigos del ar-
cedonio Fernández. Su libro “No toda es vigilia te extranjero, por lo visto. Sus entradas y sub-
la de los ojos abiertos” es ya una biblia esotérica venciones las dispensan en onerosas conferencias
del espíritu porteño. Todo lo que se pueda decir, de literatos extranjeros. Diez mil, veinte mil pe-
ya está en él. Lástima que sólo poco elegidos sos a cada uno. Mientras tanto, los escritores ar-
pueden salvar el escollo de su idioma enmara- gentinos se mueren de hambre. ¿Cómo somos de
ñado. Es un alegato pro pasión, un ataque al rumbosos, no?
intelectualismo extenuante. Su filosofía es la fi-
losofía de un porteño: es la quintaesencia, lo
más puro, lo más acendrado del espíritu de Bue-
*HISTORIA. — Las fechas históricas fueron
nos Aires. Por eso está solo y espera; él es tam-
escritas con tiza en la memoria del hombre porte-
bién, en gran parte, un eslabón en que el espíritu
ño, y al primer sacudón se borraron. El solamente
de la tierra se encarna. Posiblemente seguirá solo
conserva los recuerdos de sus emociones.
y seguirá esperando. Y así por los siglos de los
siglos, porque Macedonio ya está para siempre el
primero y más grande en la secuela de profetas
*SENTIDO AGROPECUARIO. — El dinero
porteños. Amén.
es respetado en sí mismo, pero no sus tenedores.
“Hijo de bolichero” “Hijo de ferretero”. A nadie
*RECATO. — Supe que esta tarde había es- se le ocurre menoscabar a un tipo diciéndole:
tado por suicidarse, tal era su desesperación. Char- “Hijo de chacarero” o “Hijo de ganadero”. El
lamos un rato. Parecía jovial y despreocupado. único dinero aristocrático es el agropecuario.

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*ENCANTO DE BUENOS AIRES. — La tra- ta. ¿Quién será? ¿Adonde irá? Se recuerdan los
bazón que da la soledad. El porteño es un ma- lugares en que se conocieron muchachas. Es una
rino. Buenos Aires es un enorme barco inmóvil imagen rápida y fugaz. Casi una idea. Flores. Ca-
que está varado en la vida. bildo. En cada barrio hay una novia que se tuvo
y se reencontraría encantado. Su conocimiento fue
obra de la casualidad. Pero está el centro... To-
dos los tranvías con mujeres bonitas se van para
*ME DIJO EL HOMBRE. — En los días de
allá. ¡La calle Florida, angosta y sensual! ¡Oh, si
pesadumbre, esos días en que uno se derrite en
uno pudiera estar en todos lados al mismo tiem-
una tristeza de rumiante, me gusta zambullirme,
po! Y de pronto, sin motivo, el apabullamiento.
anegarme, en esa corriente humana que ambula
Es la tristeza que chorrea. “De todas maneras no
por las calles, abandonarme a sus flujos y reflu-
me van a querer... No tengo auto”. Y se va con-
jos, a sus vaivenes: disolverme en ella.
tristado. En la esquina a boca de jarro tropieza
con un amigo algo entrado en carnes. No alcan-
zó a componer y el gesto y el otro observa: “Che,
*TIMBEROS. — ¿Qué importa que treinta o usted parece triste. ¿Qué le pasa?” “¿Triste yo?
cuarenta millares de timberos se desplumen entre No, hombre, le habrá parecido. Pero de lo que no
ellos o desmedren sus peculios cediendo sus pe- hay ninguna duda es de que usted está cada vez
sos al Jockey Club, en pago del espectáculo? Lo más barrigón” “La buena vida, che”. Y ambos
pernicioso es dedicar dos o tres páginas diarias ríen.
de informaciones, datos, pronósticos, tan bien
elaboradas que dan ganas de jugar nada más
*CULTURA. — ¿Por qué se querrá que sea-
que para entenderlas.
mos de distinta manera de la que somos? ¿Por
qué alegrarnos artificialmente si somos tristes, si
queremos ser tristes? ¿Por qué hemos de imitar
*ESTADO DE ÁNIMO. — Un atardecer en la
la displicencia decadente de un francesito? So-
esquina de Santa Fe y Junín. El cielo que se em-
mos apáticos o apasionados.
paña. Un rastro rojizo de luz. Amarillean ya las
ventanillas de los tranvías y las vidrieras de los
comercios. Cada tranvía conduce una mujer boni- *ABSTENCIÓN. — Hay una lucha enorme ya

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planteada y entablada entre dos gigantescas po- todo a la fidelidad de su espíritu, que ha cultiva-
tencias materialistas: EE. UU. y la Rusia Soviéti- do su humanidad y nada más, advierte que eso
ca. Ninguna de las dos tiene una migaja de es- no vale nada para la mujer, vale menos que el ta-
píritu. Rusia lo perdió al iniciar el bolcheviquis- pizado de un mueble o el barniz del auto.
mo. La rebelión era el espíritu ruso. Ahora se les
acabó el misticismo. Nosotros debemos abstener-
nos. Somos una asociación espiritualista. La más *TIPOS. — La expresión pintoresca de algu-
bella desde la decadencia de Atenas. A los roma- nos individuos. Adoptan términos deportivos.
nos no hay que contarlos. Ensuciaron el mundo. “Che, dijo uno, lo vi al secretario del ministro.
Eran pusilánimes y se lavaron las manos en los Lo aguaité. Le lancé la bomba... y explotó. Se
códigos. Fueron injustos para no ver la humani- quedó groggy. ¿Sabes? Se caía solo. Entonces,
dad. Los romanos actuales son los rusos y los ame- paff... le mandé un directo. Y di justo. ¿Qué te
ricanos del norte. ¡Allá ellos! ¡Cuidado con las crees? Cuando quería reaccionar, paf. Y así has-
rivalidades! ¡A no entusiasmarnos con las manu- ta que lo dejé knock out. ¿Ves? Aquí está el
facturas y las industrias! ¡Así estamos bien! La nombramiento”.
carbonilla y el empapelamiento nos repugnan.

*STANDARD. — Los norteamericanos, bajo


la dirección de Ford, van a erigir una fábrica gi-
*ARBITRAJE. — El Hombre no será nunca la gante para hacer hombres standards. De todas
unidad de un estado imperialista. Es el hombre maneras allí los individuos no interesan al juego
de los arbitrajes. A menos que lo ataquen. Es social. Son inferiores a la mujer y a su propia fuer-
congénitamente demócrata. Ni siquiera concibe za. Waldo Frank quiere catequizarlos. Waldo
la posibilidad de otro sistema social. Frank es un soñador que se equivocó al nacer.
Es un porteño. Es macanudo, ¡Qué lastima! ¡Nos
hubiera venido tan bien un hombre como él! Y
*PRECIO. — La mujer porteña pide dinero al allá no lo van a aprovechar.
hombre. Pide autos, trajes, cosas lujosas. No pre-
gunta: ¿Qué es usted? Sino ¿Qué ha hecho y qué
ha conseguido? Y el hombre, que ha sacrificado *ENCIERRO. — En el encierro de su empleo,

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el porteño no sufre, con tal de poder estar con- tes, como un hombre a la hora de la siesta en
sigo mismo, divagando. Si lo sueltan, se iría a Suipacha.
encerrar voluntariamente. En su casa, en un cine,
en un café o en otro escritorio. En el Balneario no
hay nunca nadie. Salvo los días en que el calor *SIMPLICIDAD. — Es difícil ser simple. El
aprieta. Es una ciudad rica que tiene parques campesino enriquecido es el individuo más ton-
paupérrimos. El sol está sobre el río. Tarde pri- tamente fastuoso. Su fasto es el afán de restre-
maveral o de otoño. Hay dos millones de hara- gar su dinero por las narices a todo el mundo. En
ganes, y ni una embarcación sobre las aguas. Bue- Rosario se advierte más agudamente que aquí.
nos Aires es una ratonera. Por eso el que entra Reencontrar la simplicidad es la tarea a que se
ya no se va. aboca el que ya encontró la opulencia. Simplici-
dad no es anemia, es una sinceridad que tiene los
medios de expresarse. Todos los pobres son sim-
*DESENCUENTRO. — Las mujeres invaden ples hasta que se enriquecen. Entonces se com-
las calles a la hora en que todos los hombres es- plican. Lo denotador de una grandeza es la sim-
tán enjaulados en sus oficinas. Al caer de la rar- pleza en el poderío.
de, —cuando comienzan las sombras; más tar-
de en verano, más temprano en invierno— las
mujeres huyen a sus casas despavoridas. Las *LO QUE NO TUVO. — Cantar ¿qué? ¿Su
pocas rezagadas se enjambran en algunas esqui- tragedia? ¿La suya? ¿La del otro? ¡Si la vida es-
nas y aceras, en Suipacha, en Lavalle, en Co- tá abriéndose ante él en franca deshiscencia! Pero
rrientes, en Florida. Esas rezagadas alcanzan co- él llora, es decir, él no llora, se sorbe las lágrimas
tizaciones elevadísimas de miradas, de deseos, de y se ríe. El se ríe siempre. Pero es por fuera. Ríe
apetencias. Entonces hacen su presentación las por lo que no ha reído. Llora por lo que no ha
mercenarias. Quieren hacer creer que son las que llorado. Sufre por lo que no ha sufrido. ¡Qué mun-
huyeron y vuelven, pero no engañan más que a do prodigioso se podría construir con las emocio-
los muy apurados. Así en la posesión de la calle nes desperdiciadas! Hay un universo de afectos
se procede por turno riguroso. Es tan inusitado irremediablemente perdido.
encontrar de noche una mujer en la calle Corrien-

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*EVOLUCIÓN. — Es curioso. El cristianismo blica o cuántos millones exactos de vacas se apa-
que fue religión de pobres y de sencillez ha ter- cientan en nuestros campos?
minado en religión de ricos, suntuosa y ornamen-
tal.
*ESCENA. — “No me hable de una mujer, ex-
clamó. Tengo una fantasía exuberante e inmedia-
*SUEÑOS. — El porteño envuelve a la mujer tamente me forjó una imagen obsesionante, una
que le atrae en una malla de sueños tan densa imagen que me atrae como ninguna mujer podría
que la mujer es apenas la bolita de nieve que co- atraerme. Entonces necesito ver a la mujer que
menzó a rodar. Inventa proezas en que él es el me ha descripto para destruir la ficción que yo he
héroe. Puerilidades. Él se avergüenza hasta de creado, para despejar la alucinación”. Y no le
ellos. Se avergüenza hasta de haber cedido a su hablé. Quién sabe lo que hubiera ocurrido con
encanto. ese tremendo porteño que se pasó de la raya, por-
que la mujer de quién yo iba a hablar era muy
linda y no iba a encontrarla, porque ya se había
*FRASE. — “Soy la sombra de una vida, mur- muerto. Esto sucedía en el Café Tokio, frente a
muró. Por eso no me encuentras”. los Tribunales, en un ambiente de leguleyos y
avenegras. Él era una de ellas.

*GENERALES. — Los generales del siglo pa-


sado fueron más políticos que militares y labora- *EMBRIAGUEZ. — El vermuth embellece a
ron acertadamente en la gestación del estado. Hoy la desdentada violinista, que exhala un tango en
es a los políticos a quienes corresponde esa tarea. lo alto de una predicadera. Ocluye con un incisi-
¡Dios mío qué torpes son los generales de hoy! vo albo la negra ausencia del diente que le fue
extraído. Contornea las descarnadas pantorriüas
de la pianista. Tizna de blondos reflejos las me-
*OPINIONES. — ¿Qué los europeos no nos chas hirsutas y crinudas de la maríscala de la ba-
conocen? ¿Y qué importa que sepan cuántos ki- tería. Cura la clorosis del segundo violín. Armo-
lómetros cuadrados de superficie tiene la repú- niza la cadencia dislocada y hambrienta del es-

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trado disonante... ¡Y esas tres doncellas armó- poso del hombre. Si habláremos por señas se-
nicas piensan en él! Disputan su predilección. A ríamos mejores. El Hombre se acerca. Ya habla
la vuelta de la esquina, sin que él las siga, lo lla- poco, y son más decidoras sus miradas que sus
marán. El alcohol teje sus imaginerías con el de- vocablos.
seo. “Si yo fuera rico, dice, sería borracho”.

*TRASNOCHADA. — Maggy, cuando nos ex-


*EGOCENTRÍA. — Leer la descripción de un pulsaban de todos los lados, sabíamos que en el
estado de ánimo porteño equivale a leer su pro- horizonte cuadrangular de tu lecho teníamos un
pia biografía anónima. cachito de sol de tu país. Era una amistad nochar-
niega que mordisqueábamos a trocitos. ¡Ojalá tu
fatiga senil arrulle el canto de los hijos que nos
*ATAQUE. — El arquetipo norteamericano es ahorraste en tu vientre!
un ser rudimentario y despreciable. Es un troglo-
dita que anda en aeroplano.
*CREENCIA. — ¿Tú crees en eso? le pregunté.
Hablábamos de astrología y de magia. “Ni creo
*IMPOSICIONES. — El pueblo es voluntario- ni descreo, me dijo. El mundo es un semillero de
so. Se le ocurrió usar pijama y lo implantó a pe- misterios inexplicables. Yo no veo más que mi-
sar de las acerbas críticas de los diarios. Se le lagros”. Tenía razón. El hábito arropa lo extra-
ocurrió bailar el tango y cantarlo, e hizo de él una ordinario, lo borra de nuestra curiosidad. El mo-
música internacional, a pesar de la oposición de vimiento de un tranvía, el vuelo de un aeroplano
los diarios que hablaban de música canalla. ya son pasmos avenidos a cosas familiares, que no
intrigan, como no intrigan los milagros de la na-
turaleza, que reaparece cuando la miramos de nue-
*LAS ENEMIGAS. — En silencio todos con- vo con cándidos ojos de niño. Yo mismo, ¿cómo
ciertan. El pensamiento es una identidad en el estoy aquí, en esta calle precisamente y no en
recinto de la conciencia. Las que discrepan son otra? ¿Qué objeto me trajo? ¿Qué destino cum-
las palabras. Las palabras son enemigas del re- plo? ¿Cómo veo y oigo y recuerdo mis represen-

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taciones y me reconozco a mí mismo? ¿Qué fanta- *REVISIÓN. — La calle de la infancia, de la
sía superó estos prodigios? ¿Y un fantasma? ¿Por adolescencia, de la juventud. La calle de siempre,
qué no? ¿Qué se yo? ¿Ni sé siquiera si dentro de que desconoce de pronto. Es como si la mirara
tres minutos me voy a morir? desde la historia, como si súbitamente hubiera ol-
vidado que en esa casa vivía un mozo rubio y alto
que salía diariamente a las siete y quince, como
*AGRADECIMIENTO. — Los muebleros saben si no supiera que el almacenero era panzón y cal-
que Sarmiento dijo que gobernar es poblar y en moso, como si ignorara la perspectiva que vería
homenaje al propiciador de los nuevos hogares to- en la esquina, al dar vuelta, como si ignorara todos
dos se han establecido en la calle que lleva su los hechos que irían a la zaga de lo que estaba
nombre, salvo los descarriados que asignan el di- observando en ese momento. Era una calle sin
cho a Alberdi. recuerdo. Un instante dejó de ser una calle por-
teña.

*PRINCIPIOS. — Hay que reexaminar los he- *DESILUSIÓN. — El Hombre... pensaba en su


chos, indagar su expresión, encontrar su signo. madurez como si algún día debiera de ser vaca,
Un robo o un asesinato pueden no ser actos huma- o perro u otra cosa extraordinaria. Ahora se sien-
namente punibles y ni siquiera reprochables, aun- te todavía un niño. Quisiera jugar con ellos. Le
que lo sean legalmente. Un principio, dicen. ¿Y dirán que está loco. Y él está seguro de que
el hombre? ¿Acaso un hombre es menos aprecia- los demás sienten como él. ¡Qué difícil es enten-
ble que un principio? Si los principios no sirven derse!
a los hombres, ¿a quién sirven? Aquel adultera-
dor de substancias alimenticias anda suelto y pa-
*TRADUCCIÓN. — El Hombre usa chambergo.
vonea. Sus conservas habrán acortado en muchos
La galera le repugna. Es rígida y empacada. En
meses, quizá en años, la vida de sus consumidores.
él no hay nada rígido ni empacado. El chamber-
Es un asesino al por mayor y está suelto. ¡Ah, pero
go blando traduce la personalidad.
los principios! Debería tenerse un principio dis-
tinto para cada hombre.
*AVISO. — Se necesita un maestro. Sí; pero

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uno de los nuestros, a quien escuchar, de los que lado el cuerpo de una mujer. Ver en la vislumbre
hayan sufrido los mismos quebrantos, los mismos de la noche su ritmo respiratorio combar su pecho,
abatimientos, las postergaciones sin límites. Maes- las aletas de la nariz flexionar al embate de las
tros, no fonógrafos repetidores de dogmas, de trombas de aire que alimentan sus pulmones. Ver
mitos, de teorías. Uno de los nuestros, listo de la epidermis lucir suavemente en la penumbra y
comprensión e indulgencia. Uno de los nuestros sentirse solo en la noche, sin comunión, sin con-
mejor que nosotros, se necesita. ¡Preséntese Mace- fesión, sin un dios siquiera. ¡Un grano de arena
donio! en el sistema del mundo!

*PASIÓN. — Hay una pasión que nos ennoble- *RECONQUISTA. — Es preciso emprender la
ce y agranda. No importa el objeto de esa pasión. reconquista de lo elemental, purgarse de sabidu-
Lo demás... lo demás en duro de calificar. rías, evacuar todo lo que no hemos eliminado
ni eliminaremos. Daremos a nuestros descendien-
tes una infancia de cuatrocientos años. Como si
*ÉXITO. — Un pichón de sabio que se vuelve Mendoza hubiera fundado ayer a Buenos Aires.
arribista, súbitamente. Trabajó muchos años en ¡Cuántos años hemos estado perezeando y verbo-
silencio. Redactó obras singulares, sin premio. Los seando!
diarios le han publicado una noticia y la aureola
conseguida y los halagos le descuajan. Traba re-
lación con los periodistas, los halaga. Se hace *EL DESCENDIENTE. — Mostrar que el Hom-
amigo de un director, y va a la milonga. Adopta bre es el descendiente de los gauchos que dicen:
unas poses interesantes. Pero sus amigos lo cen- ¿Para qué? y se van al trotecito, a plomo en su
suran. apero, vagabunda la mirada. Y son los gringos
los que trabajan la tierra, sórdidamente.

*SOLEDAD. — El aduce su vida disipada. Men-


ta el número de mujeres que ha tenido. Por eso *INMIGRANTES. — Eran cien mil esclavos
mismo. ¡Y qué horrible debe ser eso! Sentir a su anuales embaucados y baratos. Trabajaban hasta

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morirse con el único premio de una administra- tillos llenos de sol. Eran casas bajas y aireadas.
ción de propiedades y un trabajo cada vez mayor. Un poco sucias solamente, pero la suciedad es sa-
¿De qué sirve la propiedad y el poder a un hom- na. Tiene vitaminas. Los conventillos han sido
bre no educado para su uso? Va al teatro y se sustituidos por las enormes casas de departamen-
aburre. Se hastía en los conciertos. Pasear, es tos. En la misma superficie vive el mismo núme-
perder el tiempo en la recriminación de su con- ro de personas que antes, pero ahora sin sol, sin
ciencia. Pero la tierra pasó a sus manos. Ese fue aire. A eso le llaman progreso. ¡Está bueno! Yo
el único inconveniente del método. Los criollos prefiero los arrabales, feos y desordenados, pero
haraganearon de lo lindo. Ahora tienen que tra- anchos de sol y aire. En el conventillo había un
bajar personalmente. cantor, y los conciliábulos de comadres daban pá-
bulo a las historias de humanidad cercana y vi-
vida de la alcahuetería. Ahora oyen carraspeos
*DELITO. — El resumen es delictuoso. ¿Quién de radio telefonía y ven chismorreos estúpidos en
es? ¿Qué dice? ¿Por qué lo hizo? ¿Es bueno o es los cinematógrafos. Las heroínas de los cuentos
malo? Nada, es una vida, es el gesto de una vida, conventilleros solían no casarse, las del cinema-
una de sus palabras. No es así, ni de la otra ma- tógrafo se casan irremediablemente. ¡Qué parve-
nera. ¡Quién sabe qué razones tendrá!, dice el dad de imaginación ésta del progreso! Los po-
Hombre. bres de 1850 eran más pobres, pero eran más
felices.

*REO. — El hombre gusta de la vida rea. El


desorden le es casi grato. Parece que hay una
*POBREZA. — Nuestras realizaciones son mi-
eventualidad. El se plancha los pantalones con
una botella llena de agua caliente. Íntimamente, serables. Las míseras conquistas de la técnica ante
el Hombre desea el orden, pero el desorden es la variedad y complejidad de los problemas vul-
una aventura. Descubrir un botón de cuello tras gares. Por ejemplo: el cálculo de equilibrios que
larga exploración, equivale a descubrir el Polo. resuelve un individuo que se larga de un tranvía
en marcha. Ni Newton lo plantearía en términos
correctos. Es más fácil predecir un eclipse. El cos-
*RETROSPECCIÓN. — Elogio de los conven- mos tiene una mecánica para embelecar tontos,

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pero la que está dentro de esa, no la alcanza na- me encomia, porque he logrado decir una ínfima
die. parte de lo que él intuía ya. Y yo me engrío. Las
jerarquías, ¿quién las estableció? Por eso me pa-
rece grande el elogio del fracaso que escribió
*PREGUNTA. — ¿Por qué el porteño se ale- Cunninghame Graham. Era un inglés que vivió
gra cuando es parte de una multitud? Es dicha- mucho aquí. Sólo un porteño podía escribir eso.
rachero. Lanza pullas, chuscadas. Es ingenioso. Cunninghame es un porteño inglés. Hay otros mu-
Oír la concurrencia de las tribunas populares. Los chos desde el Almirante Brown.
comentarios chispeantes. Vuelven con el mismo
humor, hacinados en vehículos incómodos. Se frac-
*ECONOMÍA. — La pobreza es como una lepra.
cionan. Unos van a sus casas, otros al café. ¡Ya
Se pega. Ser pobre no es delito, mientras la po-
están de malhumor y maliciando! Los grupos se
breza no aflore. La suciedad exterior insinúa en-
miran con recelo, hoscos. ¿No está escondida una
fermedad. La limpieza y arreglo, salud. Hay una
imagen de mujer, que no se ve, en la cancha de
demarcación en cada extremo.
fútbol?

*NARCISO. — Se empezó a arreglar para agra-


*MÚSICA. — Es relativamente escasa la con- dar a las mujeres y engatusarlas. Ahora se arregla
currencia de melómanos a los conciertos. Anuncian por puro gusto. En realidad es un dejado, no un
la novena sinfonía de Beethoven y el teatro se paquete. Sabe que su ropa simula una riqueza que
colma, aunque sea el teatro Colón. Esa música no tiene y que las mujeres husmean. Pero odia
cálida es un tango excelso. lo singular, lo vistoso, lo llamativo. En el momen-
to en que está con amigos, quisiera ser igual a to-
dos y embellecerse de golpe, delante de la mujer
*IMPOTENCIA. — ¡Qué formidable tarea cum- que le atrae.
ple cualquier menestral! ¡Qué heroísmos descono-
cidos! ¡Qué prudencias, qué tácticas en el desem-
peño del oficio más humilde! Yo escribo... es una *PRONTITUD. — No es pendenciero ni hombre
miseria. Yo escribo parte de lo que él siente. Él de altercado, pero si se le agachan manotea.

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*BAILE. — Es un misterio. ¿Por qué baila el Pero los individuos ¿son más felices que cuando
Hombre? Descartado el placer sensual de apre- éramos quinientos mil? La fecha no la recuerdo,
tar a una mujer, ¿qué goce experimenta? Doble- porque no había nacido. ¿No hay un límite para
garse al compás, es sumisión que debe irritarle. el incremento de la población? ¿O a lo menos
Comprobación: Cuanto más marcado el compás, para el desear que siga aumentando? ¿Aumen-
menos le complace. No baila un paso doble. El tan proporcionalmente los recursos? ¿Y hasta
tango es casi caminar. Pero en realidad le gusta qué límites? ¿No es más fuerte una nación de 10
más charlar, hacer tertulia. Una conversación tren- millones de individuos robustos que una de 20
zada con calor, es su mayor placer. ¿Será que millones de famélicos? Los socialistas propugnan el
aleja a la mujer de su deleite preferido y piensa: aumento. Claro. Así crean problemas sociales y
“Con la mujer no se puede hablar. No se puede justifican el marxismo que ahora está un poco
sino bailar”. ¿O por herencia europea, seguirá cre- fuera de lugar. La nación más dichosa no es la
yendo que bailar es divertirse? El porteño no se más densamente poblada. Allá hay verdadera
embriaga en el baile, como el europeo o el nor- miseria. Hambre. ¿Saben ustedes lo que es
teamericano. Hambre? Yo la sentí una sola vez, y es desagra-
dable. Allá recurren a las reservas del sub–suelo, a
las vetas carboníferas y ferruginosas para tener
*CACHADA. — La cachada es la suplantación algo que cambiar por trigo y carne. Recurrir al
de la sorna. El Hombre es respetuoso con su in- sub–suelo es extenuación; como el cuerpo humano
terlocutor. La socarronería no es de su carácter. recurre a los tejidos adiposos profundos cuando
Cachar es inducir al otro con seriedad a una la- lo acosa la necesidad. El Hombre es yuyo de qui-
mentable equivocación. Burlarse sin socarronería. miotasis positiva, brota en el suelo y asciende.
Burlarse, pero no delante de él. El Hombre pre- El que desciende, es que está cayendo. Ser mu-
fiere pelearse. La sorna se gasta solamente en com- chos... ¡No, señores! ¡Ser felices... y fuertes
plicidad chacotona con la víctima o cuando odia. para amparar esa felicidad! El temeroso no es
feliz.

*OBJECIÓN. — Somos más de dos millones.


Eso es cierto porque nos contaron a uno por uno. *CIENCIA. — La ciencia honrada tiene el juicio

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inhibido. Puede decir: he comprobado esto, y *LA PATRIA. — Dignifiquemos la palabra pa-
nada más. No puede negar nada a priori. Ni indu- tria. Dejémosla que en el reposo se empape nue-
cir premisas, ni sacar consecuencias. He compro- vamente del espíritu de la tierra. El que la enuncie
bado esto. Y a mí, ¿qué me importa? Las reglas para disimulo de sus intereses personales, el que
cartesianas son el mayor disparate que se imagi- la pronuncie como tapujo de sus conveniencias de
nó. Generalizar... ¡pero señor, si jamás podremos gremio, de querellas económicas o en simples dis-
asegurar la identidad de las circunstancias que cordias entre el capital y el trabajo debe ser con-
rodean los fenómenos! ¡Ni siquiera el mundo está denado a cien tundas en las nalgas.
en el mismo lugar! Leyes y teorías se suceden en
mutua corrección. La ciencia tiene tantos parches
y remiendos, que ya no se ve la ciencia. Una man- *MEDIODÍA. — El hombre va con su miseri-
zana cayó de tal altura en tal tiempo, una, dos, cordia junto al sol que se derrama en la calle,
tres, mil, diez millones de veces. Y ¿por eso va junto al hombre que se escabulle del hombre, co-
a asegurar que a la vez siguiente caerá en la mis- mo la sombra de su propio destino. Va con su
ma aceleración? ¡Vamos! Mil veces pasé bajo un espíritu incógnito, refregándose al ras de las casas,
techado. Estaba por hacer una ley física y a la mil en el mediodía luciente, entre muchachas jovia-
y una, me cayó una teja en la testa. les, modistas y escolares que no envejecen. Está
solo en su soledad, y ya no es nadie y espera el
tranvía y la muerte en una esquina cualquiera.
*ODIO. — El odio porteño es insidioso y lento. Mediodía del hombre, tumba de sus deseos, fruto
Carcome pero no mata. Lo odiaba y le dio un escéptico. Sus apeteceres le aniquilan y le marcan
puntapié al jarrón de Sevres que él más cuidaba. en el lucero diurno, entre el rodar de los ómnibus,
Se hizo el distraído. “Te voy a dar jarrones, pe- el pasaje de los autos, en la calle que las ausen-
dazo de maricón”, pensaba. El odio es tenaz, ani- cias pueblan y donde el hombre es nadie, uno
da siempre detrás del hombre odiado. No hay co- cualquiera que va con su chamberguito gris, su cor-
mentario en que no reluzca y le dé un tarascón. bata barata, su traje desdibujado, su charol eco-
“No me hables de ese idiota”, dirá. Y fue él quién nómico. Nadie bajo el sol que es de todos, sobre
lo trajo a colación. la impiedad del granito que holla y es eterno.
Solo y en todos —como el sol.

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*AVENTURA. — ¡Qué prodigiosa aventura es *JUEGO. — El jugador porteño es un sórdido
para el porteño el relato de las aventuras de los atesorador de sensaciones. Ninguno de ellos codi-
otros! Oye con fruición las vidas ajenas. Las cia dinero, aunque todos hablan de él como del
revive en él. El capataz del Banus, dice: “Yo objeto de sus devaneos. Todos los timberos tie-
quisiera una motocicleta para irme a Perú”. El nen la certeza de que en el juego no harán for-
porteño ríe enamorado de ese disparate. El ca- tuna. Un carrerista sabe que al final de las ocho
pataz es un alemán veterano de la guerra. reuniones el Jockey Club les ha substraído más
del cincuenta y cinco por ciento del dinero ju-
gado, pero ellos no buscan dinero. “Hermano,
*CINE. — El cinematógrafo es el mayor ene- dice uno. No hay emoción parecida al de una lle-
migo del espíritu porteño. Debía ser penado con gada en que los burros se acercan al disco apa-
fuertes impuestos para evitar una corrupción la- reados...” Hablan de sus emociones y no de sus
mentable. Por él se cuela lo más antipático del peculios.
ademán norteamericano: el elogio de la ambición,
la pornografía apenas orillada, la sensualidad sin
altura. El cine norteamericano es, además, un es- *DOMINGO. — El domingo porteño es triste-
tupefaciente tan poderoso como el opio o la mor- mente célebre por su tedio. Ahora por lo menos,
fina. Es un substituto de la vida en que el uso están los profesionales del fútbol.
de la vida se relaja. El espectador consuetudinario
de cinematógrafo es un ente muy inferior en hu-
manidad al lector de crónicas policiales. En las *ALEGRÍAS. — Ese miope porteño era un de-
crónicas policiales suelen mentarse maestrías de fraudador. Se recreaba con la policromía de los
humanidad insuperables. letreros luminosos y no veía las letras. Todos los
porteños son algo miopes para las cosas que no
llaman sus sentimientos. El introductor del Yum
*DOGMAS. — No, señores, nada de dogmas ni Yum, goma de mascar, hizo una propaganda de
de teorías importadas, ¿Qué es eso de librecambio todos los diablos. Gastó un dineral. Todo Bue-
o de proteccionismo? ¿Se piensa sacrificar la po- nos Aires se divirtió a su costa, comentando el
sible solución de un problema a una palabra? asunto; pero el introductor fundió hasta el úl-

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timo cobre. Las tragaderas porteñas no se adap- *RELOJERÍA. — Todos los sistemas europeos
tan al chicle. procuran hacer de un hombre un instrumento de
relojería.

*DIVORCIO. — ¿Y por qué un hombre de


buena voluntad dijo, displicentemente, hace veinte *AUTORIDAD. — Cuando lo aplastan con la
siglos: “Lo que yo ato en la tierra atado está en autoridad, el porteño se achica. Discute con un
el cielo”, Antonio no puede separarse de Luisa, conocido reciente un punto de medicina exclusi-
con quien está reñido y a quien odia? ¡Qué ab- vamente lógico. Critica en el otro la conducción
surdo! del razonamiento y no los testimonios que el otro
aporta. De pronto sabe que el otro es médico y
se calla. “Ah, me lo hubiera dicho”.
*EVASIÓN. — El Hombre casado que se eva-
de de la tiranía de su mujer. La manda a Mar
del Plata y él reemprende la vida de soltero. Se *MUCHACHAS. — Corruptor y corrompido,
va a la milonga, a la trastienda de almacén que sensual, artero y desalmado. Cinco adjetivos que
frecuentó antes. Busca a sus amigos. Es más feliz. hasta los veinte años las muchachas porteñas
No lo confiesa y dice añorar la mujer. No quiere creen que definen a un hombre.
demostrar su defraude.

*TARDÍA. — El Hombre, pensaba decirle: “Lle-


*DISCUSIÓN. — El viajante es un tipo pin- gaste tarde, ya no te necesito. Podes irte. Ya es-
toresco. Recorre la República y se aburre. Para toy encanecido, viejo. Tengo fortuna. Caes como
distraerse, discute con sus ocasionales amigos. mosca al tufo de los morlacos. Ahora ya estoy
“Hace ocho años que discuto, decía uno de ellos, curtido. Sé andar solo. Déjame en paz, si querés
y aún no sé qué es más importante. Si la teoría te compro por un rato”. Y después, el Hombre
o la práctica”. soñaba en que ella volviera.

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*DEFINICIÓN. — Bromeando, el Hombre me *DELINCUENTE. — Un crimen, un robo, un
dijo: “Soy una confesión que vive en procura de asalto, un adulterio con homicidio son sucesos sin
cosas que confesar”. repercusión social, despreciables y previstos en el
equilibrio colectivo. El delito mayor es darles una
divulgación indebida, repartirlos por todos los
*PAMPA. — La pampa le jugó una mala pa- ámbitos, redactados por plumas expertas en sen-
sada a Ortega y Gasset. Le hizo creer en prome- sacionalismo, bajo títulos pomposos, corno si se
sas. Se llenó de espejismos para engañarlo. Y quisiera que todos los hombres tomaran por mo-
que falsía bien tramada debió ser, porque Ortega delos las fechorías que relatan. Más delito que el
y Gasset es un observador poderoso. delito es la publicidad morbosa del delito.

*PATRIARCAL. — La familia porteña es pa-


*PARÁSITOS. — Como toda especie exuberan- triarcal. Nada se insinúa en contra. Ver la obe-
te, el Hombre porteño soporta parásitos que diencia que el dueño de la casa exige a sus hijos.
medran a sus expensas, chupan su savia y en El obrero está en la puerta de su casa. De pronto
compensación niegan su existencia o le vilipen- dice a los chicuelos, con una voz que no admite
dian. Hablan ahora de la chusma agringada, de réplica: “A ver, mocosos, no molesten a su ma-
la plebe inculta, como antes hablaban de los ta- dre”.
pes, de los mulatos, de los zambos, de los indios,
de las chiruzas...
*RECETA. — Para combatir el egoísmo es ne-
cesario que cada hombre diga: YO, y nada más.
*ACAPARADORES. — Los frailes se quieren
acopiar el espíritu del Hombre, monopolizarlo.
*CHANTAGE. — Este es chantagista. Y bueno
Por eso todos engordan. No hay alimento superior
¿qué hay? Elementos pervertidos son de lógica
al espíritu ruando está bien aderezado con los
presunción. Eso no es lo reprobable. Pero un
pesos de la náción y de los fieles ricos. Pero el es-
chantagista presupone la existencia de un delin-
píritu no necesita ritos, ni liturgias para sobrevivir.
cuente de gran calibre.

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*MACHONA. — “Mira, no seas machona”, gri-
tan las madres. “No me gusta que andes chaco-
teando con los varones”. Hay un engreimiento
en germen.

La historia argentina está llena de arquetipos


maravillosos, en que el espíritu de la tierra se en-
carna sucesivamente. Hay uno, el más grande, en
que la índole argentina es más neta. Fue débil
para consigo mismo —era opiómano— pero en CONNOTACIÓN DE FUGACIDADES
la tutela del espíritu de su tierra hizo proezas sin
parangón en la historia universal. Era humano
para juzgar y benigno con los demás hombres. En el sentimiento porteño hay
Nunca tuvo ambición personal. Era sencillo y casi una fe que está esperando.
humilde. Renunció a la gloria en plena gloria. Fue
glorioso sin proponérselo, resignadamente: por
que el espíritu de la tierra se lo exigía. Se llama-
ba Don José de San Martín. De una vez por
todas, dio una orden que debemos acatar por
siempre:

SERÁS LO QUE DEBES SER


Y SINO NO SERÁS NADA

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CONNOTACIÓN DE FUGACIDADES Un niño construye en la playa un castillo de
arena: es su ofrenda al mar. La marea alta lleva-
rá sus formas al horizonte inmóvil de las tardes y
sus materiales a otros niños. Un transeúnte halla
vanidad en mentar lo efímero de esa construc-
ción, que nadie quiso eterna, y no aprecia que tan
pueril y transitorio como el castillo es el pensar
Porque no intervine lo devuelto. Sea del azar de su destino... y menos bello. ¿Por qué hablar
lo que del azar provino. El espíritu se nutre por del castillo si el transeúnte piensa en él mismo
sí mismo y su albedrío sorprende a veces mi con- y no en el castillo.
templación indiferente con la intromisión inespe-
rada de una idea. ¿Con qué derecho combinaré
lo que nació aislado? ¿A quién engañaré con el Me intriga con frecuencia el origen de la tenaz
amasijo artificioso de lo que no he creado? ¿Qué oposición de mis deseos y de las realidades que
méritos acumularé ensuciando con argamasa lógica pudieran satisfacerlos. Podría descubrirlo remon-
la ruina menuda de la unidad disgregada? Doy, tando mi recuerdo hasta las ya secas fuentes de
pues, esas presencias fugaces de un espíritu que es mis sentimientos y de mis primeros juicios. Y
mío y me es extraño, en la misma desnuda ma- ¿quién justificará después el empleo abusivo de
nera en que llegaron: sin antecedentes y sin con- lo que ya no me pertenece? ¿quién me dirá la
secuencias. palabra buena que aduerma los remordimientos
de un depositario infiel? ¿Quién sofocará el so-
matén de los días redivivos y frustrados?
Un orden, de cualquier categoría, presupone
un desorden postergado. Un orden estricto se
establece sobre el máximo desorden de una tras- A cambio de un relato fastuoso, diste tu espe-
tienda. Lo difícil es descubrir el cuarto de cachi- cia más sutil al viandante que una tarde cruzó tu
vaches de un sistema. Pero en general, en el aldea. Desde entonces vas y vienes, trabajas y te
cuarto de cachivaches está la humanidad del ríes, pero envidias el humo de la chimenea y el
hombre. destino de las nubes que parten al país del pasa-

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jero. Y no me crees cuando afirmo que él ha que- Partiste de la infancia y fuiste manirroto para
dado junto a tí, que él eres tú mismo... disipar tu asombro. ¿Qué te dieron en trueque de
tu candor? ¡Cuántos números, cuántos nombres
conoces! ¡Qué sabio eres! ¿Y duermes todavía con
Te aprestas al envión del salto. Abajo hay un un sueño no turbado por el deseo de que el nuevo
vacío que inútilmente quieren llenar el mar y el día sea distinto del anterior? ¿Duermes todavía
cielo. Estás en un peñón, y te separa del agua la no atenaceado por el deseo de ser distinto de tí
misma distancia que te separa de la muerte. Vas mismo?
a zambullir, y todo tu ser calla, recogido en una
expectativa ansiosa. También callan el cielo y el
mar. Te empinas suavemente y caes sobre un mun- La pareja del viento y de la noche golpea la
do invertido. Caes viéndote subir. Crees subir y ventana de tu imaginación. “Vamos”, dicen. ¿Y
te precipitas. Resucitas al pie del peñón con todo dónde será más grande el silencio que no oyes y
el júbilo de una vida renovada... Yo sé que ahora más claras las pausadas voces que no escuchas?
temes caer en tu abismo y no saltas. Presientes en
tu fondo la ausencia del agua piadosa. Y alguna
vez hay que saltar, porque el peñón es estéril. ¡Cuántas máquinas tienes! Pero tú ¿dónde es-
tás que no te veo?

Dices: “Esta es la historia de todos los mun-


dos”, y apenas logras conjugar los elementos que Con el volante en la mano y el pie en el acele-
tienes a mano. Un hombre con cola y tridente, rador unificas el andar del tiempo y la distancia.
un sentimiento con brazos ajenos, un río que as- Pareces bello, inmutable e insensible como un dios.
ciende o un pensamiento que se arrevesa son Una piedra del camino, un bache anónimo, vuelca
transposiciones infantiles. Pero lo verdaderamente tu coche. Bajo los escombros escucho tus lamen-
fantástico ¿quién pudo captarlo en el seno de tos. ¡Qué débil habías sido! Me acuerdo de los se-
un delirio, de un éxtasis? ¿Y de qué palabras se res miserables que iban cantando hacia la muerte...
valdrá para decirlo? ¿No serás tú, lo verdade- ¡Cuántas máquinas tienes! ¡Qué lástima que no
ramente fantástico, y no quieres verlo? tengas nada más!

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Hay un momento alquímico en que el hierro
fatigado se transforma en oro. Es el momento en
que tú lo crees. Mientras tanto, avanza. Pero ten
cuidado que no gires y estés retornando al punto
de partida.

Hay un momento en que las contradicciones


cesan, porque la razón tiene un límite y la fe es
omnipotente. Se demuestra la existencia de los
dioses muertos, pero la mansión de los dioses vi-
ACENTOS DE UNA SOLEDAD
vos está más allá de todo argumento. Tu razón
es un perro que te sigue. Quizá el Cristo eres tú.
Devotamente, esta es una
oración del Hombre de
Muy en la entraña de los días está el futuro Corrientes y Esmeralda.
para que podamos deletrear su voz. Hay que es-
cucharse... y después ser leal consigo mismo.

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ACENTOS DE UNA SOLEDAD Lo por decir enmudece en mis labios y en chis-
porroteos de leña, en rumores de calle presta al
sueño en la sonochada o en quejosas voces de
viento hallo más legítimo acento de mi soledad
que en mi propia voz.

De ausencias soy. Ladrillo sobre ladrillo, para


Has vuelto sin llegar. Ignoro el camino en que uno cualquiera un albañil edificó esta casa. Para
te buscaron mis noches y la desesperada intensidad uno cualquiera se escribió este libro. Soy más uno
de luz que mis ojos disiparon. Pero sé que mi sú- cualquiera que yo mismo.
plica no amansará tu silencio ni descubrirá la so-
leada latitud en que resides.
De ajeno en tu espera vivo. Comprenden lo que
en lenguajes comprensibles hablo, pero no la emo-
Envías el sonido de los fonógrafos lejanos, la ción que se detiene en el imperceptible estreme-
invitación estridente de los barcos que parten, el cimiento de mi mano.
cariñoso perfume de las estaciones en flor, y sobre
un paisaje invisible te trasladas siempre frente a
mí. Sembrador sin sembradío, mis palabras se aco-
modan en cualquier mañana o se quedan sin sen-
tido en el umbral de un zaguán, apabulladas por
Tu espejismo abrevia las perspectivas dilatadas, mi reflexión. “Tú también te irás, soñadora, so-
tu presentimiento apocopa las distancias sin fatiga ñando” o “Una nube de tristeza empaña su ale-
y en tu esperanza reposan los cansancios. gría”. Soy un niño que no puedo serlo. Soy un
indigente sembrador sin sembradío.

Vives a mi lado, como la sombra, y como la


sombra te escurres, permaneciendo. Un lejano despunte de anochecer de juventud e

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incemprendidas frases de fervor te dieron voz e
imagen y el hechizo no se repitió.

¡Cuántas cosas que no hubiera hecho hice al


buscarte! ¡Cuántos ojos miré, creyendo que eran
los tuyos! ¡Cuántos labios besé, creyendo que eran
tus labios! ¡Cuánta palabra innecesaria dije, cre-
yendo que tú me oías!

Este libro que compendia los


sentimiento que yo he soñado y
Una imagen destruida se aviva en la espera y es proferido durante muchos años
el origen de otra imagen. Hay un horizonte para en las redacciones, cafés y calles
cada desesperación. Más de lo que hice, ¿qué ha- de Buenos Aires, fue vivido du-
ré? ¿No lloré, no reí, no canté, por si tú entendías rante los treinta y tres años del
mi llanto, mi risa o mi canto? autor y escrito en un mes, Sep-
tiembre de 1931, a instancias
amistosas de don Manuel Gleizer.

Esta primavera será, me decía en cada una, y


las primaveras pasaron desmenuzando ilusiones.
Este otoño, y los otoños fracasaron. ¡Ya no sé los
años de mi edad!

El cadáver de mis empeños vanos fecundiza el


pavimento estéril de las calles, y en cada pena ha
de nacer un júbilo ajeno y venidero.

En ellos revivirán mis sueños.

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