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CORAZÓN MALO Por Carlos Fariñas, Enero 2020

Engañoso es el corazón más que todas las cosas,


Y perverso; ¿Quién lo conocerá?
Yo Jehová, que escudriño la mente,
Que pruebo el corazón.
Jeremías 17:9-10

Muchas veces, cuando predicamos el evangelio, usamos la porción anterior para señalar
la condición de cada ser humano en la presencia de Dios. Es una escritura donde el
mismo Dios nos enseña donde está el origen de nuestros males; no son las malas
influencias, ni el ambiente corrupto que nos rodea, ni siquiera podemos acusar a la
corriente del mundo que nos arrastra. El Señor nos indica que el problema radica en
nuestro interior, en nuestros propios corazones. El Señor Jesucristo en los días de Su
ministerio terrenal afirmó: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los
homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las
blasfemias (Mt.15:19)”. Notemos la gravedad de la afirmación del Señor, pues no solo
señala que del corazón salen los malos pensamientos, sino que esos pensamientos se
convierten en acciones que además de ofender la santidad de Dios en abierta rebelión en
Su contra, traen consecuencias trágicas y dolorosas a nuestros semejantes. La palabra
griega kardia, traducida correctamente como corazón, mediante una fácil transición
vino a significar toda la actividad mental y moral del hombre, incluyendo tanto sus
elementos racionales como emocionales. En otras palabras, se usa el corazón de manera
figurada para denotar las corrientes escondidas de la vida personal (W.E.Vine). Así
que, podemos decir sin temor a equivocarnos, que nuestro Dios nos asegura que toda la
depravación del hombre, se origina en su propio corazón. Nos dice el apóstol Pablo,
refiriéndose al hombre, que “habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a
Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su NECIO
CORAZÓN fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la
gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves,
de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en
las concupiscencias de SUS CORAZONES, de modo que deshonraron entre sí sus propios
cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto
a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén (Ro.1:21-
25)”.
Entendemos entonces que no tenemos excusas, cada ser humano, de cualquier cultura,
raza o edad, es absolutamente responsable personalmente ante Dios por toda la maldad
que expresa en su andar diario.
Ahora bien, esta verdad que es aplicable a todo pecador no arrepentido, ¿pierde
veracidad o vigencia en los ya salvados? Es una pregunta severa que requiere mucha
seriedad, sinceridad y responsabilidad al responderla. Cuando el pecador se convierte a

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Cristo, sus pecados son todos perdonados, borrados, gracias a la bondad de Dios y a la
virtud de la sangre de Su amado Hijo vertida en el sacrificio de la cruz. Pero seguimos
teniendo un corazón no redimido aún, es decir, que permanece en nosotros todavía la
naturaleza no transformada a la semejanza del cuerpo glorioso de nuestro Salvador
bendito. Podemos entender entonces con toda claridad, las palabras de Santiago:
“Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no
puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando
de su propia concupiscencia es atraído y seducido (Stg.1:13-14)”. La concupiscencia
referida no es otra cosa que los deseos desordenados del corazón. Esto es “natural” en
toda persona, convertida o no. En el específico caso de la profecía de Jeremías señalada
en el epígrafe, Dios está apuntando a un elemento puntual en los hijos de Israel
entonces: “Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone
carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová (Jer.17:5)”. Un caso triste que se
ha repetido a lo largo de la historia de la Iglesia también; en momentos de crisis
solemos buscar ayuda y apoyo en los seres humanos, confiamos nuestras debilidades y
necesidades a los poderosos, a los gobernantes de turno o a cualquiera que parezca
tener suficiente capacidad para resolver nuestros problemas, antes de buscar la guía y
ayuda de Dios, y quedamos expuestos a nuestros malvados corazones. Solo nuestro
Señor nos puede ayudar y proteger por la gracia de Su Espíritu, de las presiones
internas del corazón. Cuando el profeta Samuel fue a ungir al hijo de Isaí en
conformidad al mandamiento de Dios, puso inicialmente su mirada en la estatura y
fortaleza del mayor de los hijos que le fueron presentados, pero el mismo Dios le
corrigió al decirle: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo
desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que
está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón (1 S.16:7)”. Solo Dios puede
mirar nuestro interior y prueba lo que allí hay para pagar a cada quien según el fruto de
sus obras. Debido a esta realidad, temprano Dios advirtió a Su pueblo Israel a través de
Moisés: “Habla a los hijos de Israel, y diles que se hagan franjas en los bordes de sus
vestidos, por sus generaciones; y pongan en cada franja de los bordes un cordón de
azul. Y os servirá de franja, para que cuando lo veáis os acordéis de todos los
mandamientos de Jehová, para ponerlos por obra; y no miréis en pos de vuestro
corazón y de vuestros ojos, en pos de los cuales os prostituyáis. Para que os acordéis, y
hagáis todos mis mandamientos, y seáis santos a vuestro Dios (Nm.15:38-40)”. Cada
vez que un israelita daba un paso, veía y sentía el cordón de azul y de inmediato se
acordaba de los mandamientos, revisaba el paso que pretendía dar y se abstenía de
hacer lo malo. La aplicación de ese consejo es oportuna en nuestros días; reconocer la
maldad que nos agobia y mirar al Señor, buscar la guía y compañía del Espíritu Santo
para no cumplir los deseos de nuestra carne y ejecutar las acciones del corazón.

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