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ESCUDRIÑANDO MI CORAZÓN

la importancia de escudriñar nuestros corazones, especialmente en este tiempo en


que muchas cosas están fuera de nuestra normalidad o nuestro control.

«Yo sé, Dios mío, que tú escudriñas los corazones, y que la rectitud te agrada; por eso
yo con rectitud de mi corazón voluntariamente te he ofrecido todo esto…» 1 Cron.
29:17

(Palabras contenidas en la oración de David cuando daba a conocer al pueblo que su


hijo Salomón sería el que construiría el Templo).

Este hombre conforme al corazón de Dios, quien pecó groseramente contra Dios,
Urías, Betsabé, su familia y el pueblo, al arrepentirse de su pecado, nos dice en el Sal.
51:10:

«Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mi».

Este debe ser nuestro deseo diario, pues, aunque ya hemos sido perdonadas, aún hay
un pecado remanente que mora en nosotras. En Jer. 17:9 vemos que el corazón es
ENGAÑOSO y PERVERSO.

En Jer. 17:10 vemos que «Jehová escudriña la mente, prueba el corazón, para dar a
cada uno según su camino, según el fruto de sus obras».

Así que muy amadas, nosotras debemos escudriñar nuestros corazones para conocer
sus tendencias particulares a fin de que, por Su Gracia, nuestro corazón sea cada día
más recto, limpio y en constante renovación a fin de parecernos más a Jesucristo.

¿Que es el Corazón?

En hebreo se usa la palabra «LEB» o «LEV». Indica corazón, intelecto, conciencia,


mente; es lo más íntimo de la persona, con sus sentimientos, pensamientos y
emociones. Es nuestro yo.

«Porque cuál es su pensamiento en el corazón, tal cual es el». (el hombre del que se
habla en el vs.6). Prov. 23:7
En griego se usa la palabra «KARDIA», que significa «Estremecerse» O «Palpitar».
Alude al órgano físico, pero también es el centro de la personalidad. El asiento de
toda la actividad mental y moral que contiene elemento racionales y emocionales. En
él residen nuestros sentimientos, deseos, gozo, dolor y amor. También es el asiento
del pensamiento, del entendimiento y de la voluntad. Es la morada del Espíritu Santo.

Y como nuestro Dios es Omnisciente, discierne lo más profundo del mismo, donde
tomamos las decisiones concernientes a Él, a la vida y a la piedad.

El corazón es lo que realmente somos

Como cada una de nosotras viene de una raza rebelde, indomable, necia y terca,
tenemos una lucha consciente o velada, de querer sentarnos en el TRONO que solo le
pertenece al SEÑOR. Queremos nuestra propia agenda; llevar el control de nuestras
vidas…y lo más triste es que a veces osamos decirle a Dios cómo es que entendemos
deben ser las cosas…hasta este punto podemos llegar sino guardamos nuestro
corazón.

El Coronavirus ha dejado bien claro que hay UNO solo quien lleva la agenda, y es el
Dios que hizo los cielos y la tierra, y los gobierna. La Palabra nos insta a que:

«Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida». Prov.
4:23

El corazón será el índice de lo que somos en realidad, y es la fuente de toda actitud y


acción. Para Cristo, este es: un buen tesoro o un mal tesoro. Y dependiendo de lo que
atesoremos en este, saldrán los resultados de nuestro accionar. Mt. 12:35 – Lc. 6:45

En Mr. 7:20-23 Jesús dice: También decía: «Lo que sale del hombre, eso es lo que
contamina al hombre. Porque de adentro, del corazón de los hombres, salen los
malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricias,
maldades, engaños, sensualidad, envidia, calumnia, orgullo e insensatez. Todas estas
maldades de dentro salen, y contaminan al hombre».

Por estas razones es que hay muchas que andan turbadas y sin paz. Aun siendo
creyentes, cuando albergamos algunas de estas cosas, no solo contristamos al
Espíritu Santo, sino que al igual que David, «nuestro verdor se vuelve sequedades de
verano». Sal. 32:4b
El llamado que Dios nos hace todo…
Cuando Dios escudriña en nuestro corazón y nuestra mente
Las Escrituras hacen énfasis en que nuestros pensamientos le preocupan mucho a
Dios. Él tiene la habilidad de leer nuestra mente y discernir nuestros motivos.

Cuando Dios escudriña en nuestro corazón y nuestra mente


El Rey David entendió cuán importantes son para Dios nuestros pensamientos,
motivaciones y las intenciones de nuestra mente. Él escribió:

“Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; Has entendido desde lejos mis
pensamientos.... Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis
pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame por el camino
eterno” (Salmo 139:2, 23-24, énfasis añadido).

El Comentario bíblico del expositor explica que David le está “pidiendo a Dios que
discierna sus motivos y acciones.... Lo único que desea el salmista es la conformidad
con la voluntad de Dios; por eso ora para que Dios examine su condición espiritual”
(edición revisada, p. 964, énfasis añadido).

Gente malvada había acusado a David, lo que le produjo inquietud. Él quería estar
seguro de que no era el resultado de sus propias acciones y que su corazón estaba
bien ante Dios. Por eso le pidió a Dios que le mostrara si estaba equivocado.

El corazón del rey Salomón no estaba bien con Dios


David le transmitió a Salomón este conocimiento vital de cómo Dios mira nuestro
corazón y nuestra mente.

“Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto
y con ánimo voluntario; porque el eterno escudriña los corazones de todos, y
entiende todo intento de los pensamientos. Si tú le buscares, lo hallarás; más si lo
dejares, él te desechará para siempre” (1 Crónicas 28:9, énfasis añadido).

En la recta final de su vida, lamentablemente Salomón no siguió el consejo de su


padre: “Y cuando Salomón era ya viejo, sus mujeres inclinaron su corazón tras dioses
ajenos, y su corazón no era perfecto con el Eterno su Dios, como el corazón de su
padre David.... Y se enojó el Eterno contra Salomón, por cuanto su corazón se había
apartado del Eterno Dios de Israel” (1 Reyes 11:4, 9, énfasis añadido).
Una lección de la vida del rey Ezequías
En 2 Crónicas 32 se nos da un ejemplo de cómo Dios puede obrar con nosotros en
ciertos momentos. Por ejemplo, cuando el rey Ezequías recibió los mensajeros
enviados de Babilonia, Dios se apartó de Ezequías, para ver como actuaba. Este
incidente le dio a Dios la oportunidad de averiguar más acerca del verdadero carácter
del rey.

“Más en lo referente a los mensajeros de los príncipes de Babilonia, que enviaron a él


para saber del prodigio que había acontecido en el país, Dios lo dejó, para probarle,
para hacer conocer todo lo que estaba en su corazón” (v. 31, énfasis añadido).

De este ejemplo, podemos aprender que hay momentos en que Dios no interviene
inmediatamente, sino que nos permite perseverar a través de circunstancias difíciles
y que nos ponen a prueba. Esto le da la oportunidad, con el tiempo, de ver cómo
trabaja nuestra mente. La manera como tratamos, a nivel individual, diferentes
asuntos, le dice mucho a Dios acerca de nosotros y cuánto estamos aprendiendo a
pensar como Él lo hace. ¿Cuánto nos estamos preparando para las responsabilidades
que Él tiene en mente para nosotros en su Reino?

Desafortunadamente, en este caso lo que Dios vio en el corazón de Ezequías no le


agradó, como lo demuestra la reprimenda del profeta Isaías (Isaías 39:1-7). ¡El rey no
pasó esta prueba! Los pensamientos de su mente no agradaban a Dios, aunque en
general Ezequías “hizo lo recto ante los ojos del Eterno” (2 Crónicas 29:2).

¿Qué hay de nosotros?


Cuando nos encontramos en situaciones en las que nuestra mente es puesta a prueba
—por ejemplo, dificultades de trabajo, dificultades financieras, las relaciones con los
demás, problemas de salud, etcétera— Dios puede hacerse a un lado por un tiempo
para ver cuán deseosos estamos de afrontar estos asuntos de acuerdo a su voluntad.
¿El resultado de nuestras acciones refleja la mente de Cristo o nuestras respuestas
carnales y egoístas?

Lo que vemos en las escrituras nos muestra que Dios escudriña nuestra mente para
determinar las intenciones y propósitos detrás de nuestros pensamientos y acciones
(ver Proverbios 17:3; Jeremías 17:10).
Reconocemos que en ocasiones nuestros corazones no son tan espirituales y de
acuerdo a Dios como nos gustaría que fueran. Físicamente, entendemos que un
corazón enfermo puede traer como consecuencia graves problemas de salud. ¡De la
misma manera que un corazón espiritualmente enfermo puede causar problemas
espirituales!

Entonces, ¿qué pasos debemos tomar para asegurarnos de que nuestros corazones
están espiritualmente sanos ante los ojos de Dios?

Necesitamos una actitud de arrepentimiento


David estaba consciente de lo absolutamente vitales que eran para Dios los
pensamientos y las intenciones de su corazón. Había pecado gravemente contra Dios
al cometer adulterio con Betsabé. Cambió sus pensamientos y tomó medidas para
renovar su relación con Dios.

¿Qué se requería? Dios quería que él tuviera “la verdad en lo íntimo” (Salmo 51:6).

David le suplicó a Dios: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu
recto [constante] dentro de mí” (v. 10).

Uno de los pasos más difíciles para nosotros es admitir que nuestro corazón no
siempre está bien ante los ojos de Dios.El Salmo 51 es un salmo del arrepentimiento
de David, una enseñanza crucial en la Biblia. Jesucristo constantemente hacía
bastante énfasis en el tema del arrepentimiento (Mateo 4:17; Marcos 1:15; Lucas
13:3, 5; aprenda más en nuestro artículo “¿Cómo debemos arrepentirnos?”).

Fue sólo después de que David se arrepintió (Salmo 51:1-4) que Dios le perdonó sus
pecados (2 Samuel 12:13).

No es fácil reconocer los pecados en nuestro corazón


Uno de los pasos más difíciles para nosotros es admitir que nuestro corazón no
siempre está bien ante los ojos de Dios. A veces nos rehusamos a reconocer nuestras
transgresiones y los pecados que acechan en nuestro corazón —“despojémonos de
todo peso y del pecado que nos asedia” (Hebreos 12:1).

Veamos lo que escribió el apóstol Juan: “Si decimos que no tenemos pecado, nos
engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos
nuestros pecados [como lo hizo David], él es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:8-9).

Nos hacemos mucho daño cuando escondemos nuestros pecados o permitimos que
nuestros egos nos convenzan de que nuestros corazones están limpios y puros.
Analicemos cómo el Rey David se regocijó cuando le manifestó sus pecados a Dios:

“Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día… Mi pecado te


declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones al Eterno; Y tú
perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmos 32:3, 5, énfasis añadido). La alegría de
su vida le regresó: “Alegraos en el Eterno y gozaos, justos; Y cantad con júbilo todos
vosotros los rectos de corazón” (v. 11, énfasis añadido).

Un examen espiritual para todos los cristianos


Tome nota cuidadosamente de las siguientes escrituras. ¿Cómo podemos estar a la
altura de estas enseñanzas?

“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”
(Jeremías 17:9, énfasis añadido). ¡Una excelente pregunta! ¿Podemos responder y
reconocer con sinceridad que en ocasiones la maldad está presente en nuestros
corazones?
“Examinaos a vosotros mismos [no a los demás] si estáis en la fe; probaos a vosotros
mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a
menos que estéis reprobados?” (2 Corintios 13:5). SI no lo hacemos, corremos el
riesgo de que seamos “reprobados” o rechazados por Dios (mismo versículo).
Hacia el final del primer siglo, el apóstol Juan dio una definición de lo que es el
pecado: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es
infracción de la ley” (1 Juan 3:4). Más tarde dijo que si amamos a Dios, vamos a
guardar sus mandamientos, los cuales no son gravosos como algunos afirman (1 Juan
5:3). ¿Estamos seguros de que estamos guardando todas las leyes de Dios, y no las
tradiciones sin respaldo bíblico enseñadas por los seres humanos en nombre de la
religión?
Jesucristo dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los
cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21,
énfasis añadido). Si no hacemos la voluntad del Padre, Cristo nos va a decir: “Nunca
os conocí” (v. 23). ¿Estamos seguros de que estamos viviendo de acuerdo a la
voluntad de nuestro Padre Celestial?
El rey David entendió que los pecados ocultos —pecados de los cuales no estaba
consciente— posiblemente existían en su vida. Si era así, quería que Dios le mostrara
cuáles eran esos pecados: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de
los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; Que no se
enseñoreen de mí; Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión” (Salmos
19:12-13). El deseo de David era: “Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación
de mi corazón delante de ti, Oh Eterno, roca mía, y redentor mío” (v. 14, énfasis
añadido). Cada uno de nosotros debe tener en cuenta que, al igual que David,
tenemos pecados ocultos en nuestras vidas y necesitamos que Dios nos los muestre
para que nos podamos arrepentir y cambiar.
Lo que Dios le ofrece a cada persona
Reconocer y admitir nuestros pecados, seguido por un genuino arrepentimiento, son
los principios fundamentales del verdadero cristianismo. Es el camino al perdón de
los pecados que lleva a la vida eterna, en lugar de la muerte eterna (Romanos 6:23).

Dios nos da éstas opciones:

La vida o la muerte.
Bendición o maldición.
Él le dice a cada persona: “escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia”
(Deuteronomio 30:19).

Créale a Dios y a su palabra, y hágase un examen espiritual del corazón. No sólo


traerá un sentido de alegría y felicidad en su vida, sino que abrirá la puerta a un
futuro más allá de sus más increíbles sueños.

En el libro del Apocalipsis leemos: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en
mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono”
(Apocalipsis 3:21). ¡Dios nos está preparando para un futuro de éxito y servicio (lea
más en nuestro artículo “Nacidos para ser reyes”)!

Lo que ocurra en nuestra mente y en nuestro corazón va a determinar en gran


medida si seremos uno de los que reclaman esta promesa.

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nuestros corazones y nuestras mentes, en el folleto gratuito ¡Cambie su vida!

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