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Robert Nozick intenta recrear una visión del Estado Guardián a través de su concepto de
Estado mínimo, lo cual nos plantea dudas sobre la compatibilidad de tal pensamiento en el marco
de una sociedad pos-industrial cuya característica más sobresaliente es la diversidad de una
sociedad civil cada vez más compleja.
Por su parte, Michael Walzer, sin obviar el compromiso clásico sobre el componente
ético de la civilidad, característica ésta ya señalada por Tocqueville en la democracia
norteamericana, intenta por medio del concepto de igualdad compleja diseñar una propuesta
original sobre la justicia y la distribución de los bienes sociales. El interrogante que se nos
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Resulta significativo que los trabajos de Nozick Y Walzer tienen su origen en un curso dictado conjuntamente en
Harvard a principios de la década de los años 70s.
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Para Nozick cualquier Estado que sea coactivo es indeseable. Para él es sólo legítimo el
Estado mínimo, esto es, aquel Estado que no atropelle a las personas o actúe contra su voluntad y
cuya intervención esté limitada únicamente a la protección de las mismas contra el abuso, el
robo, el incumplimiento de los contratos, etc. En consecuencia el poder público no tiene derecho
a ejercer políticas distributivas ya que éstas implicarían quitarle a algunos lo que es suyo para
dárselo a otros, y esto sería una injusticia (es el caso de los impuestos, los cuales según Nozick,
quitan a las personas sus recursos legítimos). El único bien que el Estado puede proporcionar sin
ser coercitivo es la seguridad. Cualquier otro tipo de bienes que el Estado pretenda suministrar lo
volverán coercitivo y por lo tanto indeseable. La otra cara de este planteo es, por supuesto, la
defensa del mercado libre como el mecanismo de distribución más justo, en el cual no se violan
los derechos de las personas ya que el intercambio es libre.
Para Nozick la teoría retributiva de justicia distributiva debe ser histórica pues la justicia
de pertenencias depende de lo que en efecto ha ocurrido, de cómo se ha producido la
distribución, de la justicia que ha tenido lugar al efectivizarse la misma. Como consecuencia de
esta aproximación, este autor critica al utilitarismo y a la economía de bienestar social ya que se
rigen por principios de justicia distributiva que llama de ‘porciones actuales’, principios según
los cuales la justicia de una distribución está determinada por la forma en que son distribuidas las
cosas según algún principio estructural de distribución justa y no según el modo en que dicha
distribución tomó forma (principio histórico).
Por otro lado, Nozick también impugna la determinación de pautas para establecer
principios de justicia distributiva. Cualquiera sea la pauta que se establezca (a cada cual su
mérito moral, o sus necesidades, o su utilidad para la sociedad), el establecer la misma implica
formular un fin más general, una pauta distributiva que no puede dar cuenta de la complejidad de
un sistema distributivo justo: “El sistema distributivo es defendible cuando está constituido por
los objetivos individuales de las transacciones individuales” (1988:162).
otras reciben donativos de fundaciones, otras reciben intereses por préstamos, algunas reciben
obsequios de admiradores, otras reciben beneficios por inversiones, otras obtienen por sí mismas
mucho más de lo que tienen, algunas otras encuentran cosas, etcétera” (1988: 160). Todas estas
variantes de creación de pertenencias pueden ser explicadas y estar en conformidad (para ser
legítimas) con los principios de justicia retributiva, pero no podrán responder a ninguna pauta
específica.
Debemos recordar que gran parte del libro Anarquía, Estado y utopía está dedicado a
analizar y criticar la teoría de la justicia de Rawls, y es precisamente valiéndose de su teoría
retributiva que Nozick llevará adelante tal critica.2 Rawls le da una entidad teórica a la
cooperación social respecto de la justicia distributiva que Nozick se ocupa de discutir. En efecto,
en su “Teoría de la Justicia” Rawls señala el problema de la justicia social distributiva en lo que
hace a cómo se deben repartir o distribuir los beneficios de la cooperación social, y para el cual
la resolución estaría en los principios de la justicia social que brindan un modo de asignar
derechos y deberes en las instituciones básicas de la sociedad y definen la distribución apropiada
de los beneficios y las cargas de cooperación social.
Otra crítica de Nozick a la formulación de Rawls está dirigida a cómo éste resuelve el
problema mencionado, esto es, en qué términos se da la cooperación social y cuáles son los
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Lo que nos interesa examinar aquí es la crítica de Nozick y sus implicaciones. En otros trabajos (Acquarone y
Caleri, 1999 y 2000) abordamos la propuesta de la teoría de la justicia de Rawls en más detalle.
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Además Nozick desaprueba que Rawls catalogue a las personas como mejor o peor
dotadas cuando este último explica el principio de la diferencia en un sistema de cooperación.
Por el principio de la diferencia los menos dotados estarían dispuestos a cooperar ya que dicha
cooperación implicaría una ventaja, y esto según Nozick no sería considerado legítimo desde la
postura de la justicia retributiva porque implicaría remitir a un principio pautado (1988: 193).
Como apunta Van Parijs (1992: 165), las dos teorías de justicia (la de Rawls y la de
Nozick) en sus propuestas contienen una diferencia fundamental. Desde la perspectiva de la
posición original la estructura de base obedece a una lógica consecuentalista ya que el contenido
de los principios de justicia que entraña una teoría de base dependerá de las consecuencias en
que derive el sistema de cooperación específico. De hecho, según la teoría retributiva, la
legitimidad de los derechos de propiedad deriva de los principios de apropiación, transferencia y
rectificación y no de sus consecuencias. Con la aproximación desde la posición original, la
elección de la estructura de base estará limitada a la ponderación sobre las consecuencias. Y más
aún, no hay reconocimiento previo a la posición original de ningún principio de intitulación. Al
respecto, Nozick (1988: 199) señala la imposibilidad de Rawls de producir una concepción
retributiva o histórica de la justicia distributiva pues “la naturaleza del problema de decisión que
enfrentan las personas que deciden sobre principios en una posición original, detrás del velo de
la ignorancia, las limita a principios retributivos de estado final.”
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Paralelamente, según la teoría retributiva, tenemos que por los principios retributivos, y el
de adquisición en particular, se le permite a las personas (esto es, se considera legítimo)
apropiarse de los recursos naturales que no son propiedad de nadie, siempre que dicha
apropiación no perjudique a otros o que se compense en su defecto el deterioro que pueda
generar – ya que a la cláusula lockeana, Nozick agrega la posibilidad de compensación. Esto
lleva a pensar que la acumulación en el capitalismo no constituye un problema en sí porque la
desigualdad que surge de la apropiación es justa si no ha violado los principios mencionados y
por lo tanto las restricciones a la apropiación implicarán una violación de derechos.
Ahora bien, creemos que esta justificación de la propiedad, que conduce a la desigualdad
y a la acumulación sin restricciones, puede ser objetada no sólo por las implicancias políticas de
la misma, sino también por la consistencia teórica de la que carece. En realidad, aun en el caso
de que la apropiación original haya sido debidamente compensada (y su transferencia haya sido
voluntaria) los principios de justicia retributiva pueden no ser aptos para dar cuenta de la
legitimidad de la propiedad. Van Parijs (1992) advierte que puede pasar que los títulos de
propiedad justamente adquiridos dejen de ser legítimos como en el caso de recursos naturales
que se vuelven escasos. La compensación debida dependerá así de su escasez y concentración, o
de las capacidades y preferencias de otros usuarios potenciales, o de alguna otra variable,
generándose una situación en que “toda fluctuación de estos factores puede entonces minar la
legitimidad de los títulos actuales, por irreprochable que sea su historial...” y así la teoría se
vuelve tan ‘incoherente’ como aquellas que Nozick objetaba pues “... es perfectamente posible
que uno no tenga verdaderamente derecho a aquello a lo que supuestamente tiene derecho” (p.
120).
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Quedaría el interrogante sobre qué sucede si las apropiaciones pasadas sobre las que se
han conformado pertenencias presentes han infringido la segunda parte del principio de justa
apropiación, es decir, se han realizado perjudicando a otras personas. De hecho para este
interrogante Nozick no tiene una respuesta tan asertiva como lo son sus principios retributivos.
De hecho, nos dice: “Si la injusticia pasada ha conformado las pertenencias presentes de varias
formas, algunas identificables y algunas no ¿qué debe hacerse ahora, si puede hacerse algo, para
rectificar las injusticias? ¿Qué obligación tienen los que cometieron la injusticia hacia aquellos
cuya posición es peor que la que hubiera sido si no se hubiera cometido la injusticia?...No sé de
ningún tratamiento completo o teóricamente refinado de tales cuestiones” (Nozick, 1988: 155).
Ante tal problema el autor manifiesta que, si se supusiera que la investigación teórica llegara a
producir algún principio de rectificación, el mismo se valdría de información histórica sobre
situaciones anteriores y situaciones cometidas en ellas, y haría uso de ‘información subjuntiva’
sobre lo que hubiera ocurrido si la injusticia no se hubiera cometido. Y agrega que si la
descripción real de pertenencias no estuviera descripta por el principio, entonces una de las
descripciones producidas debería realizarse. Y es significativo lo que Nozick acota en su nota:
“Si el principio de rectificación de violaciones a los dos primeros principios produce más de una
descripción de pertenencias [distintas estimaciones de información subjuntiva de lo que hubiera
ocurrido si la injusticia no se hubiera cometido], entonces se tiene que escoger cuál de ellas debe
ser realizada. Tal vez la clase de consideraciones sobre la justicia distributiva que yo ataco
desempeñe un papel ilegítimo en esta opción subsidiaria. Similarmente puede haber lugar para
tales consideraciones al decidir qué rasgos característicos, de otra manera arbitrarios, contendrá
una ley, cuando tales rasgos característicos son inevitables porque otras consideraciones no
especifican una línea precisa; sin embargo debe trazarse una línea” (p. 154).
realidad, cualquier acción redistributiva que implicara la rectificación de injusticias nos llevaría a
pensar en instituciones entre cuyas posibilidades está la política, instancia que desde luego no
está comprendida en el Estado mínimo. Implicaría definiciones y replanteos acerca de los
contenidos de tal redistribución que escapan a la comprensión abstracta de los principios de
justicia retributiva y también al tipo de racionalidad universalista que tanto atrae a la tradición
liberal.
La igualdad, nos dice, es una relación compleja entre personas, la cual está mediada por
una serie de bienes sociales, no consistiendo en una identidad de posesión. La igualdad entre las
personas es en virtud de que éstas producen cultura, hacen y pueblan mundos llenos de sentidos.
Y dado que no es posible el ordenamiento o clasificación de estos mundos de acuerdo a sus
nociones de bienes sociales, el hacer justicia remite a sus creaciones particulares. En efecto,
Walzer propone imaginarse la justicia sin buscar un punto de vista universal y sin elaborar
principios válidos para todas las sociedades ya que considera sólo posible plantear la cuestión de
la justicia si se parte de una comunidad política específica, apoyándose en una perspectiva
particularista y en la noción comunitarista según la cual los individuos están vinculados a una
comunidad que les brinda una identidad y un significado común a las prácticas sociales. Según
esta perspectiva, no podemos establecer un criterio de distribución único para la distribución de
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los distintos bienes de interés social, ya que los mismos tienen un significado distinto en cada
comunidad, son culturales. Las diversas comunidades entonces realizan principios distributivos
distintos y en cada una de ellas las convenciones sociales atribuyen esferas distintas a aquellos
bienes que hay que distribuir, rigiendo en cada esfera un criterio distributivo distinto. Respecto
de tal distribución hay dos aspectos a destacar: los bienes a distribuir deben ser distribuidos en
función del principio adecuado a su esfera correspondiente, y el logro en una esfera no debe
suponer el dominio sobre otras esferas. Es decir, cada esfera tiene criterios distributivos distintos
y los mismos no deben invadir las otras esferas. La igualdad compleja implica que ningún
ciudadano ubicado en una esfera o en relación con un bien social determinado pueda ser
condicionado por situarse en otra esfera, con respecto a un bien distinto: “Ningún bien social X
ha de ser distribuido entre hombres y mujeres que posean algún bien Y simplemente porque
poseen Y sin tomar en cuenta el significado de X” (Walzer, 1993: 33). Un bien es dominante
cuando los individuos que lo poseen, por el hecho de poseerlo pueden disponer de otra amplia
gama de bienes. Es monopolizado si un solo individuo lo acapara eficazmente ante cualquier otro
rival. El predominio representa un camino para usar los bienes sociales mientras que el
monopolio representa un medio de poseer o controlar los bienes sociales a fin de explotar su
predominio. Walzer propone para la sociedad complejamente igualitaria concentrarse no en la
distribución o la restricción de los monopolios, sino en la reducción del predominio.
Al intentar pensar la justicia no desde un punto de vista universal, común para todas las
sociedades, sino como construcción de quienes participan de la misma cultura en las sociedades
concretas, para Walzer entonces las formas de distribución, la pertenencia, el poder, el honor, la
eminencia ritual, la gracia divina, el conocimiento, la riqueza, la seguridad física, el trabajo serán
resultado de las concepciones y configuraciones políticas que las justifiquen. Apoyándose en los
principios de justicia plural, Walzer entiende que para todos estos aspectos habrá múltiples
procedimientos, agentes y criterios distributivos, y la distribución de los bienes sociales tendrá
que ver con la visión de los mismos en una cultura determinada en un momento histórico
determinado. En esta dirección el autor plantea seis aspectos a tener en cuenta en la teoría: el
carácter social de los bienes considerados por la justicia distributiva; la realización de
identidades concretas por parte de los individuos en su relación con los bienes sociales de
acuerdo a cómo los conciben, crean, poseen y emplean; la inexistencia de un único tipo de bienes
básicos concebibles para los distintos mundos morales y materiales; el carácter intrínseco de los
criterios y procedimientos distributivos respecto al bien social y no respecto al bien en sí mismo;
el carácter histórico de los significados y las distribuciones sociales; la necesidad de que las
distribuciones sean autónomas respecto a significados diferentes. Entonces a falta de principios
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externos o universales que generen y sustenten reglas de justicia, la misma para Walzer es
relativa a los significados sociales, y por lo tanto, el tratamiento de la justicia distributiva es
local, histórico, particular. El carácter que deben tener tales distribuciones y los significados
sociales es el de respetar la autonomía de las esferas, esto es, la aceptación de que un bien tiene
su forma y es distribuido de modo diferente que otro bien. La igualdad compleja es por lo tanto
más segura en la medida que la autonomía de las esferas sea respetada. En este sentido Walzer
(1993: 328) señala: “Los sistemas de beneficencia y los mercados, los cargos y las familias, las
escuelas y los Estados son operados en arreglo a distintos principios y así deberían serlo. Los
principios tienen que encajar entre sí de alguna manera dentro de una única cultura. En toda
sociedad diferenciada, la justicia conducirá a la armonía sólo si conduce a la separación. Buenas
verjas hacen sociedades justas.” Pero esta separación no está prefigurada: “Nunca sabemos
dónde poner la verja ya que ésta no tiene una localización natural. Las demarcaciones son
vulnerables a los cambios de los significados sociales.”
Si, como destaca Walzer, la sociedad es justa en la medida que es fiel a la forma de vida
compartida por sus miembros, cabría preguntarnos cómo puede sustentarse el acuerdo sobre la
justicia, cómo se resuelve la interpretación común sobre qué es justo entre quienes no comparten
las mismas prácticas y tradiciones ya que pertenecen a comunidades diferentes. De hecho, en el
planteo pareciera haber una gran confianza en el pensar a la comunidad como homogénea. Pero
tal característica no se presenta en la realidad como aspecto constante en las comunidades. Éstas
no son necesaria o totalmente homogéneas ni tampoco están tan diferenciadas unas de otras; es
más, la demarcación de los límites entre las comunidades no es algo sencillo ya que éstas poseen
diversos aspectos entrecruzados.
De todas maneras debemos señalar que el comunitarismo entiende que ‘la sociedad
nueva’ implica también un cambio político profundo. De hecho, los valores proyectados por la
comunidad en la esfera pública impiden cualquier pretensión de neutralidad por parte del
gobierno. En este sentido Walzer explica que los gobiernos se interesan en la supervivencia
cultural de la mayoría nacional; no hay pretensión de neutralidad con referencia a su lengua, su
historia, su literatura, y tampoco sus costumbres menores, aspectos éstos a los que los gobiernos
le dan reconocimiento y apoyo públicos. Sin embargo, Walzer trasunta cierto temor al poder
estatal al advertir sobre el peligro del poder abusivo de las instituciones políticas, el cual es tan o
más indeseable que una de sus preocupaciones recurrentes, el predominio del dinero. Contra éste
propone, como señalábamos, el diseño de una sociedad que supere ése o cualquier otro
predominio; contra el abuso de las instituciones públicas en tal sociedad a diseñar, esto es, la de
un socialismo descentralizado democrático, recurre a los individuos y a sus conciencias morales.
En efecto, Walzer plantea que la vía más directa al predominio y el poder político es la
política y de allí la necesidad de establecer límites constitucionales que la restrinjan. Por este
motivo, rescata del liberalismo la necesidad de protección contra las tiranías. Sin embargo, no
cree que la solución para este problema pueda ser sólo un gobierno limitado ya que este planteo
no da cuenta de los que gobiernan ni especifica la distribución del poder dentro de la esfera
política. Sobre la cuestión de quién debe poseer y ejercer el poder estatal, plantea que el poder
político debe ser ejercido por quienes sepan usarlo mejor y debe ser poseído o al menos
controlado, por quienes experimenten sus efectos de la manera más inmediata. También advierte
que muchas veces el poder estatal puede ser “colonizado por la riqueza material, el talento, la
sangre o el sexo” transformándose “en imperialista y sus agentes en tiranos con plenos derechos”
pero afirma que el poder del dinero funciona como balance del poder de los funcionarios
estatales (1993: 294). Por ello Walzer explica que las demarcaciones tienen que ser definidas de
ambos lados del binomio dinero / política y afirma que la tiranía del dinero es menos terrible que
las clases de tiranía cuyos orígenes residen del otro lado de tal binomio: “La plutocracia es
menos terrible que el totalitarismo. La resistencia es menos peligrosa. La principal diferencia es
que el dinero puede comprar poder e influencia, así como puede comprar cargos, educación,
honores y demás, sin coordinar radicalmente las distintas esferas distributivas y sin eliminar
acciones y procesos alternos. El dinero corrompe las distribuciones sin transformarlas, así las
distribuciones corruptas coexisten con las legítimas, como la prostitución con el amor conyugal.
No obstante es una tiranía y pueden conducir a severas formas de dominación”(p. 326).
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necesaria del ciudadano: “Estar listo y ser capaz: no sólo en Estados, ciudades y en poblados,
sino allí donde el poder sea ejercido, en empresas y en fábricas, en sindicatos, facultades y en
profesiones ... La idea del poder potencial puede ser reconocida como una forma de salud moral
más que una amenaza de subversión política” (p. 320).
Algunas reflexiones.
Vemos cómo en sus concepciones de justicia Nozick y Walzer se apartan ya desde sus
primeras definiciones. Si bien Nozick plantea que la teoría retributiva es histórica porque
establece que el modo de determinar si un acto de apropiación es justo o no observando cómo el
mismo se ha producido, esto no impide que podamos caracterizar los principios a los que él apela
para tal determinación como abstractos y con pretensión universalista. Contrariamente, Walzer
señala que nunca hubo un único criterio para determinar la legitimidad de todas las
distribuciones ya que no hay un medio universal de intercambio que facilite la distribución, por
lo tanto, es impensable definir la justicia fuera de la historia. Es más, los principios de justicia
que según Walzer deben delinearse son sustantivos, no abstractos, elegidos por los hombres, no
naturales.
Respecto de esta cuestión cabe observar que para Walzer la elección de los principios de
justicia que los hombres realizan, no puede concretarse si no hay comunidad. La idea de
comunidad indica, por supuesto, una manera opuesta de pensar el colectivo a como lo concibe
Nozick, en cuya propuesta aparece una idea de sociedad entendida como el de mero agregado de
las múltiples y diversas transacciones que efectúan los hombres; hombres cuya única ligazón
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entre sí es el intercambio y cuya identidad está definida solamente por el derecho a la libertad -
que no es otra cosa el ejercicio de la voluntad de adquirir o transferir bienes. Esta visión de un
hombre aislado, desprovisto de historia, no aparece en Walzer para quien lo humano no es
reductible a una sola dimensión (económica, política), sino que tiene diversos aspectos: aquél
que manifiesta los intereses y las funciones del yo (así somos ciudadanos, mercaderes, padres),
aquél que expresa las identidades (fundadas en la familia, la nación, la religión, el género, el
compromiso político), aquél que se muestra en sus ideales, principios y valores. Estas
dimensiones presuponen que las personas únicamente terminan de constituirse en la comunidad.
Sin duda, esta forma de entender la constitución de la identidad está lejos de aquélla
constitución pre-política que encontramos en Nozick, de cuyo planteo se deriva que la identidad
del individuo se conforma antes de cualquier asociación que surja entre las personas, y se define
por un derecho fundamental: el de disponer libremente de aquello de lo que se es propietario.
Este lugar central que le confiere a la libertad así entendida, lo lleva a Nozick a desconfiar de la
igualdad, ya que la igualdad de oportunidades o la intervención a favor de alguna pauta de
distribución conllevan el condicionamiento de la libertad.
Esto nos lleva a deducir del enfoque de Nozick un tipo de ciudadanía en términos de
barrera a cualquier intento de imposición sobre el individuo, de límite defensivo de la libertad
del derecho de propiedad frente a las usurpaciones. De manera opuesta, Walzer intenta
reformular la relación libertad-igualdad dando una nueva mirada a lo que en la tradición liberal
se ha entendido como una relación difícil. Con su propuesta de la igualdad compleja plantea la
posibilidad de concreción de un orden justo en el que la igualdad sea consistente con la libertad.
Así, la identidad ciudadana no debe estar definida por la posesión, la propiedad no debe tener
connotaciones políticas. De hecho, para Walzer sólo los bienes políticos podrán ser tenidos en
cuenta en lo que hace al ejercicio del poder en la esfera pública. De este modo una comunidad
podrá ser distributiva legítimamente, teniendo en cuenta que los recursos se distribuirán de
acuerdo a la esfera que les corresponda.
Si bien este planteo de Walzer implica una reducción (y con ello un empobrecimiento) de
lo político al ámbito de lo público, hay en este teórico un reconocimiento del valor de la
comunidad y de la participación de los ciudadanos así como de su consecuente incidencia en la
construcción y definición del orden. Y más allá de que se puedan encontrar objeciones al planteo
acerca de cómo lograr la concreción de tal tipo de sociedad en una sociedad capitalista en que las
relaciones de poder no son exclusivas del ámbito público, sino más bien se expresan en el mismo
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como resultante de relaciones de fuerzas mucho más complejas que se originan en la sociedad,
creemos que vale el esfuerzo de Walzer por procurar revalorizar la importancia de la comunidad
para la realización de los hombres y la necesidad de su participación y cooperación en el
colectivo social.
Referencias bibliográficas:
Acquarone, A. y Caleri S. (2000) “Un debate en torno al consenso. Los libertarianos y sus
críticos”, en Anuario de Sociología, Departamento de Sociología, Fac. de Ciencia Política y
RRII, UNR Editora, vol. 1.
Nozick, Robert (1988): Anarquía, Estado y utopía, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
Van Parijs, Philippe (1992) : ¿Qué es una sociedad justa?, Buenos Aires, Ediciones Nueva
Visión.
Van Parijs, Philippe (1995): La libertad real para todos, Barcelona, Paidós.