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EL PARAGUAYO
UN HOMBRE FUERA DE SU MUNDO
Prólogo de
MIGUELINA CADOGAN
1
Editorial EL LECTOR
Tel.: 595 21 498384
www.ellector.com.py
Tapa: LUIS ALBERTO BOH
Asunción – Paraguay
(212 páginas)
COLECCIÓN LITERARIA, 35
© De esta edición
1996. Editorial El Lector
Oficina: Edificio Círculo de Médicos - 9° piso
Cerro Corá y Tacuary
Tel. 498-384 - Fax: 498-385 (Asunción)
Tapa: Luis Alberto Boh
Composición y Armado: Gilberto Riveros. Tel. 70-494
Tirada: 1.000 ejemplares
Hecho el depósito que marca la Ley 94
Impreso en el Paraguay - Printed in Paraguay
Reservados todos los derechos.
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PRÓLOGO
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Y entonces Saro Vera incursiona en el mundo de la CULTURA,
HACE CULTURA y todo lo que pudiese ayudarle a comprender a su
pueblo para poder SERVIRLO.
No lo hace como "hobby" o "teco-reí", como algunos piensan. Lo
hace por una profunda VOCACIÓN DE SERVICIO.
El problema cultural no es sencillo.
Si se quiere conocer al paraguayo, dirá, se debe considerar los
factores o elementos que están en el trasfondo de su comportamiento. El
paraguayo puede estar en New York, afirma, pero las pautas operativas
culturales no se borran de repente. Porque lo difícil es cambiar la mente de
los hombres, es decir, al hombre "por dentro".
Los núcleos o ejes temáticos para entender al paraguayo, los
condensa de la siguiente manera:
- Su cultura Comunitaria o Tribal.
- La lengua guaraní que marca todo el modo de pensar del
paraguayo.
- Su cultura oral.
- La naturaleza o medio ambiente ecológico.
- El cristianismo, como nuevo factor en su esquema de valoración y
formación de juicios.
No pretende ser una obra científica, sino como él mismo afirma, es
un "cúmulo de observaciones fenomenológicas", generado en la realidad
experiencial, individual, cotidiana, base de la ciencia.
Es una obra ante la cual no se puede permanecer indiferente.
Interpeladora, cuestionadora... y como somos paraguayos, se nos
mete el bisturí por dentro...
Obra para suscitar el diálogo, la discusión, el debate, incluso la
DISENSIÓN.
Muchas veces es de carácter AUTOINTUITIVO, por el propio
trasfondo cultural que él mismo lleva dentro. Entonces es cuando estalla lo
subjetivo, lo personal...
Es un observador formidable.
Logra captar la vida, el alma, el espíritu del pueblo paraguayo.
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Que no se exija una SECUENCIA o rigor formal en su trabajo. Su
organización y ordenamiento sigue libremente el curso de sus propias
observaciones fenomenológicas.
Su lenguaje y forma de comunicación, son muy particulares.
Reinculturado él mismo en su sociedad de origen, piensa en guaraní y lo
traduce literalmente al castellano, siendo ambos sistemas de pensamiento y
comunicación, estructuralmente diferentes.
A 500 años de la evangelización de América en el campo religioso
y con aires de renovación y cambio en todos los sectores: educativo,
político, social, etc., surge necesariamente la pregunta:
¿Es posible seguir evangelizando, educando, gobernando,
elaborando planes de acción, programando a espaldas de nuestra cultura?
De Grecia a Roma, de Roma a Europa, de Europa a América, se ha
estado operando sobre supuestos ajenos a nuestra cultura de pertenencia, a
nuestra cultura histórica, a nuestra cultura de origen.
Trascendiendo ya los condicionamientos históricos del pasado, es
hora de mirarnos por dentro como única forma de afirmar nuestro ser,
nuestra esencia, la propia identidad, la autoestima, la autovaloración y
evitar diluirnos como nación.
Tantos años de aprendizaje nos hicieron creer que lo normal de
nuestra cultura era lo "patológico de nuestro comportamiento y que el
hombre paraguayo se siga mirando con desprecio, con profundo complejo
de inferioridad. El "mestizo" que no es nadie, nada, como expresa el autor,
de "tavy", de "koyguá" considerado...
No se puede avasallar a un pueblo a contrapelo, dirá, por vías,
métodos, procedimientos inadecuados, sin considerar los elementos
variables y permanentes de su cultura.
"Es en la cultura donde nos movemos, vivimos y somos",
sintetizaremos, parafraseando a Paulo de Tarso.
Paraguay ha sido muchas veces como un país enigmático y exótico.
Europeos, misioneros, catequistas, evangelizadores, extranjeros,
educadores, políticos, etc., han sentido, al aproximarse, el "misterio" de
esta cultura.
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Gracias a un "Cura Rural" como suele autodenominarse Saro Vera,
a su trasplante a una rigurosa formación clásica, aristotélica, escolástica,
como opuesto a todo lo "bárbaro", a su reinculturación posterior a un
pueblecito campesino, a su "fracaso", así entre comillas, como Pastor, al
profundo sentido de su misión, a su espíritu de servicio, hoy se pone a luz
este trabajo.
Se necesita urgentemente de investigaciones en este campo. Y
pensamos que el presente trabajo puede servir de motivación para nuevos
avances.
En tanto pienso que no pueden seguir indemnes:
- La Iglesia y su marco conceptual y práctico de evangelización,
- La educación y su marco de referencia,
- La sociedad y sus procesos de socialización. Algo tiene que
cambiar.
Y ese algo que tiene que cambiarse que procuremos los paraguayos
SER NOSOTROS MISMOS.
Miguelina Cadogan
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PRESENTACIÓN DE LA 3ª. EDICIÓN
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INTRODUCCIÓN
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Los de mentalidad española han procurado convertirlo en español;
los de mentalidad francesa, en francés; los de mentalidad italiana, en
italiano...
Cuando aún nos encontrábamos más cerca de nuestro origen, nos
resultaba fácil contrarrestar la alienación gracias a la fuerza de una cultura
incontaminada, casi pura. Pero, a medida que nos alejamos de nuestro
origen, la alienación, cada día que pasa, será más incontrastable.
Hay varios factores que intervienen notoriamente en la génesis de
los comportamientos del paraguayo y su modo de pensar. Saltan a la vista
cinco factores: a saber: 1) los dos tipos de cultura dentro de las cuales el
paraguayo nace, crece y muere; 2) el idioma guaraní; 3) el entorno
ecológico y sociológico; 4) su carácter predominante y 5) el cristianismo
católico. Estos generan en gran manera la conducta global del paraguayo.
Sin duda alguna, estos cinco factores no operan independientemente
el uno del otro. Sin embargo, al observar los comportamientos del
paraguayo, algunos aparecen generados más preponderantemente por uno
que por otro.
De ahí que la estructura de este trabajo consista en agrupar las
actitudes y acciones alrededor del factor que, a nuestro juicio, las ha
generado.
Intencionalmente dejamos de lado el factor de los acontecimientos
históricos porque exigiría mucha investigación. Habría que enfrascarse en
las crónicas de la época colonial. Aún más. Se necesitarán datos pre-
coloniales. Alguien que no sea yo tendrá que dedicarse a dilucidar las
incidencias de este factor.
Evitamos también investigar la causa por la cual el paraguayo
guaraní parlante piensa al revés del europeo. Para ilustrar esta afirmación
recurriremos a ejemplos. Para el europeo equivocarse será "meter la pata";
pero el paraguayo es meter la mano o "apo‟e". "Dar coces contra el
aguijón" para el guaraní parlante será golpear la mano contra la piedra
"oinupá ipó itáre". "Che po pe‟a", dice el paraguayo cuando algo no le
permite atender otros menesteres. Anotemos que todo dicho en que se
utilice el pié siempre será de dudosa procedencia guaraní.
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¿Por qué el predominio de las manos sobre los pies? ¿Será que para
los hombres de bosque los pies sirven sólo para caminar y correr?
Estas son preguntas simples, sin mayores intenciones.
Se nos han ocurrido y las consignamos. Quizás alguien con una
vista más penetrante, y mejor equipado científicamente saque a luz las
causas de este modo de pensar.
Mientras tanto, nosotros ofreceremos o procuraremos ofrecer una
cierta gama de comportamientos del paraguayo, basada en los cinco
factores propuestos. Estoy convencido de que dicha gama no será completa.
Cada paraguayo está en condiciones de completarla. Si el lector lo hace,
tendrá la visión más acabada del paraguayo.
Así que lejos de nosotros la idea de que estas líneas contienen la
última palabra sobre el paraguayo. Quizás sea apenas la segunda o la
tercera.
Quisiera anotar además que la pretensión del trabajo es muy
ambiciosa, más aún considerando que el escritor es apenas un Cura rural,
de cuna ultra campesina y cuya actividad pastoral ha sido desenvuelta en
medios rurales durante cuarenta años de los cuarenta y tres de Sacerdocio.
Para terminar desearía advertir que algunas ideas se repiten porque
originariamente los capítulos del libro fueron concebidos para
publicaciones independientes, y, de hecho, dos fueron ya publicados en el
Diario Noticias en 1988. (El paraguayo y el otro y las antinomias del
paraguayo).
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CAPITULO I
EL PARAGUAYO ES PARAGUAYO
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La mujer siempre es el elemento conservador de la comunidad y el
elemento inoculador más poderoso de los valores y anti-valores de una
cultura a causa del mayor contacto afectivo con el niño en su edad plástica,
en especial, en una sociedad tribal y agroganadera. La incidencia de la
madre y de las abuelas sobre los niños en la misma sociedad moderna
necesariamente deberá ser muy considerable. Los niños son muy sensibles
al afecto al igual que los animales.
Es equivocado decir que el paraguayo es mestizo. Lo correcto sería
decir que el paraguayo fue mestizo con la característica ya anotada. A esta
altura de los tiempos ya constituye una etnia con una identidad cultural y
una cierta conformación somática. Por muchas generaciones se cruzaron y
se fusionaron los mismos genes con sus mismas bondades y defectos. Antes
que nada, se formó y se conservó un mismo modo de pensar y de
procedimiento.
Se produjo lo que llamaríamos una etnia cultural. Que tengamos
algo de español y algo de guaraní no significa hibridez sino la
conformación de una tercera etnia cultural con los valores y anti-valores de
ambas etnias originales.
El modo de ser paraguayo es fuerte y posesivo, de tal suerte que los
hijos de extranjeros, en contacto con el paraguayo, inmediatamente lo
asumen. Sus gestos, sus movimientos y modo de hablar se vuelven típicos
de la tierra.
Ciertamente los inmigrantes en grupo cerrado requieren, por lo
menos, dos generaciones para integrarse a los habitantes autóctonos. Por lo
general los europeos llevan en si la conciencia de superioridad racial, y esa
conciencia se mantiene con fuerza dentro de un grupo. Para disculpar a los
europeos, diríamos que todos los pueblos están enfermos de racismo.
Cuando más antiguas son las raíces de los pueblos, su racismo es más
profundo, como sucede a los japoneses y chinos. El paraguayo también es
racista. Desprecia a los negros y a los indígenas. "Kamba", y el "Te‟yi" son
palabras despectivas.
Nos hace mucho mal hablar de que somos mestizos. A más de ser
falso, nos resulta pernicioso. Al ser mestizos, somos semieuropeos con la
consecuencia grave de crear en nosotros la conciencia de inferioridad frente
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al europeo y de ser una presa fácil para el imperialismo cultural aun en lo
religioso.
A partir de esta equivocación en el concepto del paraguayo,
resultaría explicable la poca confianza en nosotros mismos, la preferencia
por lo extranjero y la tendencia a copiar cualquier modelo que no condice
ni lejanamente con la idiosincrasia de nuestro pueblo. Lo mismo sucede
cuando pensamos en política como en educación. Nunca se nos ocurrirá
pensar en un modelo nacional.
El mestizo debe importar todo porque sus raíces consideradas
valederas se encuentran fuera de él. Sus padres paradigmáticos viven en
tierras lejanas. Las raíces autóctonas son oscuras, inferiores y
consecuentemente despreciables.
Una vez que colocamos al paraguayo dentro de una etnia cultural, el
paraguayo será un hombre comprensible. No será un híbrido.
Consecuentemente tendría un carácter predominante, y su cultura
posibilitaría la comprensión de sus manifestaciones y comportamientos
sociales y personales.
El marco fundamental caracterológico del paraguayo estaría
formado por tres elementos: 1) la actividad, 2) el sentimiento profundo y 3)
la fuerte resonancia anímica. De cien paraguayos cincuenta son
apasionadas, fusión de sentimientos profundos y fuerte resonancia anímica.
El segundo grupo formado por los flemáticos, alcanza el treinta y cinco por
ciento de la población total, cuyo sentimiento se encuentra por debajo del
cincuenta por ciento en la escala de cien; pero subsiste en él la resonancia
anímica.
Demos por descontado que un buen número de los flemáticos
difícilmente se diferenciará de los apasionados. ¿Quién puede marcar la
diferencia en la vida real entre el apasionado del cincuenta por ciento de
sentimiento y el flemático del cuarenta y ocho por ciento de fuerza
sentimental? La diferencia es posible registrarla solamente en los papeles.
El primario ocupa un lugar ínfimo; su porcentaje es mínimo. El
resto del paraguayo lo desprecia por razón de que habla de su interioridad.
La prudencia es una de las virtudes muy apreciadas por el paraguayo. La
persona respetable necesariamente "iñe‟e rakate‟y" (de pocas palabras).
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Resulta que el paraguayo no perdonará a nadie que propale su
secreto. Su interioridad es sagrada. Nadie la debe manosear. Solamente
cuando su peso anímico ya lo anonada, comunica su problema. Aunque su
necesidad de comunicarlo sea agobiante, no lo hace sin dolor y a cualquiera
que se le presente. El interlocutor debe ofrecerle garantía casi absoluta de
no revelar su confidencia a otro. Por eso recurre al sacerdote, quien, además
de ofrecerle seguridad y comprensión, le demuestra normalmente afecto de
padre.
La secundariedad convierte al paraguayo en un contemplativo. Ve
y admira las cosas, los hechos y las personas. No razona sobre ellos.
Simplemente los mira, los ve o escucha y exclama: "ayépa iporá" (qué
hermoso) o "ayépa ivai" (qué feo); "ayépa ñande rayhú" (cómo nos ama),
"ayépa itríste" (qué triste)... Pronuncia estas frases en ritmo lento y tono
meditativo. En realidad el ritmo psicológico del contemplativo es lento.
"Oyapurava‟ekué omanombáma Boquerónpe" (los apurados murieron
todos en Boquerón).
Para aumentar esta lentitud, el paraguayo es un hombre integrado a
la naturaleza, al medio ambiente ecológico que tiene sus ciclos
determinados. Los pasos de la naturaleza no pueden ser apurados o
detenidos. Son inexorables. ¿Qué actitud cabe frente a ellos? La paciencia;
esperar. No existe otra alternativa.
El paraguayo es amigo del silencio. Vive perfectamente bien
acompañado de su imaginación sumida en los hechos, cosas y personas que
lo rodean. No se siente nunca en la soledad. No requiere bullicios para
sentir la vida. Le basta su interioridad.
El carácter contemplativo se observa con nitidez en la música
paraguaya de ritmo lento y de melodía nostálgica. También lo denota la
lentitud de sus reacciones. Veremos luego las condiciones bajo las cuales la
reacción del paraguayo es rápida y fulminante.
El mal que acarrea la integración al medio ambiente ecológico y
sociológico es la excesiva identificación del paraguayo con el grupo, donde
pierde su conciencia personal. Se diluye dentro de lo comunitario a pesar
de su personalismo, interioridad sagrada y su orgullo.
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Actúa mucho en razón del todo encabezado. Decimos "encabezado"
porque para el paraguayo el todo comunitario sin cabeza o "tendotá" nunca
será una comunidad.
Esta integración, sin embargo, le otorga la ventaja de una gran
capacidad de adaptación a cualquier medio ambiente sociológico y
ecológico.
Uno de los defectos del carácter del paraguayo es la timidez. El
paraguayo es tímido; lo que hará que rehúse siempre ocupar el primer
asiento en una reunión, o haga la pregunta "chéiko", cuándo se le pregunte
algo. Por otras razones culturales, el ungido autoridad no sólo irá a ocupar
el primer lugar sino que lo exigirá aunque sea un alcalde de allá de los
rincones. Esta actitud es propia de toda autoridad en el Paraguay, sea civil,
militar o eclesiástica. Un Obispo que asiste a una reunión y no se le dé un
lugar eminente, no volverá a poner los pies en otra reunión similar.
Justificará su actitud por la desconsideración no a su persona, sino a lo que
representa. Se olvidará aquello de Jesucristo de que el primero sea el
último.
La timidez, por su parte, produce el miedo al ridículo. No hay nada
en la vida al que el paraguayo teme tanto. Se cuidará, en todas las
ocasiones, de hablar primero. Por más que sabe lo que debe responder,
cerrará la boca; podría equivocarse o pronunciar mal, y ocasionar de esta
manera la risa de los demás.
El temor al ridículo es excesivo y siempre hace que lo predisponga
en contra del que hace papelón y es objeto de ridiculización. Es insensible
ante él; más aún, le causa hilaridad. La inmisericordia con el que yerra se
observa palmariamente entre los niños, los sujetos incontaminados de una
cultura. Los mayores quizás disimulen sus ganas de reírse en honor a un
comportamiento social adquirido. Tampoco se esforzará mucho por
disimularlo.
A los ojos del paraguayo el fracaso es el peor estigma. Nunca se
borrará de su memoria la amargura del momento del fracaso, del ridículo
sufrido, y las causas y las personas que lo provocaron.
El fracasado ha perdido hasta la credibilidad. Lleva siempre la de
perder. Por el contrario, la mejor recomendación para una persona será el
éxito. El paraguayo estará dispuesto a acompañarla.
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Junto a la timidez, lleva en sí un gran orgullo. Dicen que el
caparazón del orgullo es la timidez. El paraguayo es orgulloso y
personalista. Se lo tiene que considerar importante a él, a su pensamiento y
sentimiento... Exige para sí una máxima atención y, por momentos,
exclusiva. Si, en un momento dado, percibe en alguien un cierto
miniprecio, inmediatamente se apartará de él aunque sea su mejor amigo.
Volverá a acercársele, pero con la aviesa intención de jugarle una mala
pasada. "Deskíte ha yu‟ái ndopáiva". Habrá siempre un momento para
resarcirse de la humillación. Por lo general, el desquite constituye uno de
los placeres más apetecibles del paraguayo. Lo puede llevar a cabo por
medio de la mentira, cosa que le cuesta muy poco porque para él mentir no
es nada malo. Miente para guardar su interioridad como mecanismo de
defensa; miente por deporte; miente para fastidiar y miente para causar
hilaridad. Le ayuda el eufemismo: "he‟i reí" (decir por decir) para evitar
cargo de conciencia. También "ambotavy" (lo confundo).
Increíblemente, a pesar de que el paraguayo es orgulloso y
personalista, es un hombre inseguro. Su secundariedad, su orgullo y su
timidez lo hacen indeciso. No decide; deja pasar el tiempo bajo cualquier
pretexto. Es seguro solamente cuando opera bajo la influencia o imperio de
su inteligencia intuitiva.
En este caso decide en una décima de segundo, pero sin tener la
conciencia por lo cual hace lo que hace, a pesar de que lo hace con una
precisión admirable como si lo hubiera pensado hasta los últimos detalles.
Nunca podrá explicarlo. No le pida explicación. El paraguayo es
superlativamente inteligente con su inteligencia intuitiva; con lo cual no
afirmamos que sea torpe para el razonamiento basado en premisas y
consecuencias.
Difícilmente se le quita "lo que ha metido en el corazón" al decir del
guaraní parlante. No es su orgullo lo que le domina en este caso sino su
secundariedad. Lo que se graba en el alma forma parte de su alma. Frente al
letrado, él lo resguarda con el "ñembotavy", intentará convencerlo de que
no lo entiende, pero, si no llega a conseguirlo, inmediatamente demostrará
que lo comprende y que además lo aprueba. Para colmo, le cantará una
apología. Sin embargo, en su interior seguirá con su idea y su
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convencimiento. Por último, cuando ha representado su comedia, dirá del
interlocutor que es un estúpido y tarado "ivyro ha hovatavy", a pesar de que
él no ha dejado un resquicio para entrever su interioridad. Otro paraguayo
lo entrevería porque él también experimenta la misma reacción.
El secreto de su interioridad lo conduce a respetar la interioridad del
otro. Le merece un desprecio muy grande el que haya perdido su propia
personalidad, apeándose de su convencimiento, en especial, del grupo. El
"kué" es despreciable. "Karaikué"... "gauchokué"... "Pá‟ikué"...
"ermanakué"... "liberalkué"... "coloradokué". El "Kué" es un fracasado.
El paraguayo difícilmente abordará al otro al respecto de sus ideas,
incitándole a que las abandone o que las cambie. A veces hará todo lo
contrario. Más bien le ayudará a que se afirme en ellas. Puede suceder que
no le agraden las ideas y emprendimientos del otro; aún más, los juzgue
equivocados. Sin embargo, los aplaudirá. ¿Por qué? "Marãpíko rembovaita
chuguí, ko chupé ogustaitereíva" (¿Para qué decepcionarlo ya que se
encuentra tan feliz con ellas?) Esto no es cinismo. Simplemente no desea
contrariar al otro y quitarle su felicidad. Viene el fracaso y dirá:
"ha‟évaekue voi che": su juicio era contrario. Bien hubiera pronosticado el
fracaso, pero se abstuvo (ya lo había dicho yo).
El paraguayo normalmente ejerce un incomparable autodominio. Es
parco en la manifestación de los sentimientos, aunque la procesión vaya por
dentro, como suele decirse. Llega un momento en que no puede contener la
fuerza interior, entonces, pierde el control sobre sí mismo y se transforma
en un verdadero loco. Matará de veinte puñaladas, y, una vez calmado, se
admirará de lo que hizo. No podrá explicarlo.
Es probable que, para defenderse de este fenómeno, haya adquirido
un gran sentido del humor, humor que, a veces, parece hasta macabro, al
ridiculizar los momentos trágicos de la vida. Sabe reírse de todo el mundo y
de todas las cosas. No existe tragedia que no convierta en risa. Un grupo de
paraguayos se distingue por la risa.
¿Estará relacionado con esto su optimismo? El paraguayo es
optimista, no porque piensa que el hombre es bueno. Es optimista porque
acepta la vida con sus dos caras: la del bien y la del mal. No hay razón para
pasar la vida lamentándose, porque predominan siempre los tiempos
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buenos sobre los malos, y el mañana puede ser mejor que hoy y, ante todo,
con la vida en la mano vale la pena estar contento.
Le enferman los plagueos y el llorón.
Su carácter activo le proporciona la capacidad de no ver lo
imposible. Todo es posible para el paraguayo. Nunca le dirá: no puedo
hacerlo. Cuando se pregunta si sería capaz de hacer tal o cual cosa,
"yahecháta âga", responderá; y ciertamente intentará llevarlo a cabo.
Al paraguayo lanzado a un determinado trabajo o labor nunca hay
que decirle que es algo imposible o que sobrepasa sus fuerzas. ¿Para qué
trabajar en ese caso? No vale la pena intentar lo imposible. Por otra parte, si
se le facilita todo, se pondrá mano sobre mano. ¿Para qué trabajar si todo
está hecho? Toda labor se le tiene que presentar con cariz de un desafío a su
capacidad de creación.
Hemos presentado al paraguayo con unas cuantas pinceladas a fin
de interiorizarnos de que nos encontramos frente a un hombre bien
concreto, con características especiales, digno de que se lo mire con mayor
detenimiento, a la luz de los cinco factores a que nos referirnos en la
introducción.
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CAPITULO II
LA CULTURA ORAL DEL PARAGUAYO
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Este difícilmente hablará de sus intimidades. Si lo hace, lo hará casi
con delicadeza. No hablamos de jovenzuelos, especialmente citadinos. La
conversación del varón gira alrededor de los acontecimientos y trabajo. A
veces, versa sobre el tiempo cuando éste sale de sus cauces normales y
constituye causa de preocupación. Por ej., la excesiva lluvia... la sequía...
Pero si se mantiene normal, no tiene por qué recordarlo. El tema que
apasiona al paraguayo hasta lo indecible es la política partidaria. Para él es
el tema de los temas. También la mujer es el gran tema.
El complejo sistema de comunicación, originado en la cultura oral
en Paraguay se compone de varias especificaciones a saber: el
"ñe‟eguyguy", el "ñe‟eeguatá" en cuyo contexto se lleva a cabo el
"ñembohekovekué" o calumnia, basada en presunciones o señales
reveladoras. Si es una comunicación a distancia, se llamará el "radio so‟o".
El medio de persuasión será el "ñe‟embegué" y, por último el "ñe‟enga",
ánfora de la sabiduría popular.
Sin necesidad de recurrir a ideologías anti dictatoriales, que nos
obligan a ver toda la vida social y los comportamientos individuales en
relación permanente al dictador, diremos que el "ñe‟eguyguy" es una
manifestación natural y espontánea de la cultura oral, y existe no porque el
dictador no nos permite hablar en voz alta. El "ñe‟eguyguy", no consiste en
una comunicación subrepticia sino en una abierta comunicación de persona
a persona, basada en presunciones y con una fe ciega a las personas -fuente
de la información.
Nunca el "he‟eguyguy" ofrecerá una seguridad objetiva al
observador desinteresado. Lo que le ofrece credibilidad son la honestidad y
autoridad de una persona. Lo notable es que el paraguayo, gracias al
"ñe‟eguyguy" se interioriza aun de la vida más herméticamente
resguardada,
Él conversará y tendrá por indiscutido lo que el Presidente de la
República, por ej. dijo a su señora sobre tal o cual tema. Ni la más lejana
duda sobre la veracidad del hecho. Nace de la boca de una persona
presuntamente allegada al Presidente como sería el chofer o la muchacha.
Esta persona lo escuchó y basta. Con mucha más razón, lo que se rumorea
de la persona más accesible tendrá que ser absolutamente cierto.
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Lo que otorga la fuerza de persuasión al "ñe‟eguyguy" es que se lo
transmite en forma de narración de hechos concretos. Los hechos son
irrefutables. La narración, que enmarca las ideas dentro de un
acontecimiento en que las personas son reales y concretas, con expresiones
usuales y con actitudes consideradas normales, las convierte en reales y
consecuentemente verosímiles. El "ñe‟eguyguy", pues, adquiere la fuerza
de convencimiento gracias a la narración. El alma del "ñe‟eguyguy" es el
arte narrativo del paraguayo, capaz de utilizar los pormenores de tal suerte
que el acontecimiento adquiera tal o cual sentido.
Por más inverosímil que podría ser el hecho, resulta creíble, gracias
a su presentación. Tan contagioso es el "ñe‟eguyguy" que el más pintado
objetivista se ve atrapado por él.
Ahora, el "radio‟soó" es el mismo "ñe‟eguyguy", con que se
transmiten las buenas y malas noticias a distancia de una manera casi
inexplicable. Normalmente el "radio so‟ó" transmite noticias de hechos que
no llegan a concitar la atención de los medios masivos de comunicación
social, pero interesan a la pequeña comunidad, constituyéndose en el gran
medio de mantener en comunión con la comunidad de origen al lejano
miembro.
Hay que ver la rapidez con que llega a Buenos Aires la noticia de un
nacimiento, muerte, incidente o de cualquier acontecimiento, trascendente
solamente para las pequeñas comunidades. Ese paraguayo del gran Buenos
Aires sigue unido a su familia y vecindario, a su pueblo, gracias a esas
noticias. Al recibirlas se siente inconscientemente ubicado en su lejano
medioambiente social. El "radio so‟ó" presta un servicio humano
invalorable.
El "ñe‟embegué" o hablar al oído, constituye un método de
persuasión. "Eheyánte chéve", "aga aikéta chupe ñe‟embeguépe" dice la
señora refiriéndose a su esposo testarudo. "Déjame por mi cuenta;
conversaré yo con él". El "ñe‟embegué" supone la virtud de la
perseverancia. El agente del "ñe‟embegué" no descansará de repetir ahora y
a deshora la misma cantinela hasta conseguir su objetivo. No quepa la
menor duda de que, tarde o temprano, el del "ñe‟embegué" se alzará con la
victoria de haber convencido.
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Por último; habría que recordar al "ñe‟engá" o al dicho sentencioso
en que se ha acuñado la sabiduría de la vida y se la transmite. Para
comprenderlo en su presentación hay que llevar en cuenta al idioma
guaraní, lenguaje concreto, carente de la abstracción y de ideas. Así que no
se debe esperar del guaraní una sentencia propiamente dicha que se expresa
en ideas como las que se encuentran en los libros sapienciales del oriente o
de occidente. Las ideas de un valor o de unas pautas de comportamiento se
las presentará en forma de anécdotas, de hechos y de comparaciones. Por
ej. "Una vénte mbarakaya opo‟evatatápe". "Yvy pléito ha kuré cosé,
manóme opavaerá" (Sólo una vez el gato mete la pata en el fuego) (Pleito
de tierra y de cerdos dañinos siempre termina en muerte).
La experiencia ha constatado este comportamiento determinado y lo
acuña a fin de que sirva para dirigir la conducta de los individuos dentro de
la comunidad.
Hay otro tipo de "ñe‟enga" que se usa en forma de muletilla y
exclamación. Los antiguos padres de familia no permitían que sus hijos
usaran cualquier "ñe‟enga" dado que las palabras poseen la fuerza interna
de producir lo que expresa. Cuentan que el Pa‟i Pérez Acosta, de legendaria
memoria, casi en los últimos tiempos de la guerra del Chaco, recomendó a
los soldados que en vez de cualquier "ñe‟engá" usaran "opáta la guerra". A
raíz de esa recomendación Emiliano R. Fernández escribió aquella hermosa
poesía que comienza "Pa‟íma he‟i opáta la guerra". Los "ñe‟engá" actuales
del tipo muletilla serían por ej. "nákore"... "nde rasóre"... etc... etc.
Hay un tercer tipo de "ñe‟enga", que se caracteriza por el "he‟i"
(dice).
Pone ficticiamente en boca de alguien o de animal un determinado
dicho que respondería a un valor o una circunstancia especial de la vida, a
veces, de una manera ridícula, por ej. "Imba‟énte ñame‟e chupé, he‟i
ho‟ukavaekue kesú vakápe". La expresión "imba‟énte ñame‟e chupé", se
suele usar para reconocer el valor de una persona. "Imba‟ente ñame‟e
chupe, imba‟eporá ko karai". En vez de "mba‟epora" cualquier otro atributo
tiene cabida.
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"Ibaí la kuádro, he‟i kururú omañarõespéjope", La expresión "ibai
la kuádro" se usa para decir que la vida económica o de salud se vuelve
pesada.
Este tipo de "ñe‟enga" se puede multiplicar al infinito.
Mientras persista el ingenio ridiculizador seguirá brotando con el
transcurso del tiempo. De hecho, a diario se escucha uno nuevo.
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CAPITULO III
SU CULTURA TRIBAL.
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persona, mientras en el Estado, por lo menos, en la práctica, lo son las leyes
y las estructuras sociales.
La unidad básica conforma modo de pensar, actitudes y
comportamientos específicos.
La diferencia entre el Estado y la tribu es tan grande que un anti
valor fatal para la sociedad tribal puede resultar un simple incidente en la
sociedad civilizada. Por ej. un crimen para el Estado es un acontecimiento
sin mayor importancia. En la sociedad tribal, sin embargo, todo crimen es
fatal porque lesiona el parentesco y socaba la base misma de la comunidad.
Al destruir las relaciones entre persona y persona, y de familia y familia, se
destruye el cimiento social. La tribu justificaría plenamente la pena capital.
El Estada nunca.
La cultura tribal se caracteriza por el gran sentido de pertenencia a
la comunidad de parte de los miembros y la libertad personal, por un lado,
y, por el otro lado, la lealtad y devoción al jefe.
El hombre de tribu goza de gran libertad. La costumbre no le
constriñe por los cuatro costados como lo hacen las leyes. Marca solamente
líneas maestras de comportamiento y el cacique cuida de la vigencia de
esas líneas maestras, reconocidas válidas para la supervivencia de la tribu a
través del tiempo.
Desde que la unidad básica de la tribu sea el parentesco, la
característica fundamental de su cultura tendrá que ser la comunidad.
Todo se hace y se resuelve a nivel de personas y de comunidad.
Hasta su economía será comunitaria. Se produce en común y se consume
también en común. Quizás el gran sueño de Carlos Marx haya sido la
economía comunitaria, pero obsesionado por la concepción del Estado de
corte capitalista, no atinó a concebir sino la economía colectivizada, una
economía tan inhumana como la capitalista. Su sueño, no sé si hubiera sido
más realizable; eso sí, con seguridad, hubiera sido más humano en el caso
de que lo hubiera planteado en calidad de economía comunitaria. Su
hipótesis era la economía primigenia y, sin duda alguna, la economía
primigenia es la comunitaria.
En la sociedad tribal la educación es de la comunidad para la
comunidad. Los netos beben los valores de la etnia cultural en una
comunidad impregnada de una fuerte y vital tradición. Se les transmiten a
29
través de la familia y de los actos conmemorativos de la tribu. No son
extraños, aún en cuanto a la responsabilidad. Serán objeto de esmerada
atención, pero no se les permitirá ser zánganos. Se les educa en la
corresponsabilidad, Apenas pueden, deben prestar algún servicio acorde a
sus posibilidades físicas y mentales. Desde muy pequeños aprenden de sus
mayores su futuro rol; el niño de su padre, y la niña, de su madre. Los niños
crecen identificados con sus padres. De ahí que en la tribu se desconoce la
lucha generacional. El joven ha aprendido que la vida no es ningún juego
de niño, y soportarla en su complejidad requiere fortaleza y tesón.
Gracias a su humanidad la cultura tribal es una cultura simpática y
atrayente. Si no crea la fraternidad con toda la profundidad que hoy ha
adquirido esa palabra, por lo menos establece un ambiente de familiaridad,
en que los hombres se conocen; se tratan como personas, se considera
alguien y tienen por alguien a los demás.
Cualquiera, en la tribu, no así en una sociedad civilizada en la que
se requiere mucho más que el simple vivir para ser considerado alguien.
No es raro que los turistas de los países altamente desarrollados
coincidan en declarar que la mayor riqueza del Paraguay son los
paraguayos. No se cansan de alabar nuestra hospitalidad. Lo que en
realidad les impacto y les tonifica es el ambiente familiar nuestro. Vienen
del inhumano mundo del anonimato y, de repente, entre nosotros se
encuentran en familia. Por lo visto el hombre se siente a sus anchas y feliz
en un medio ambiente de relaciones primarias.
El paraguayo ha mantenido una cultura homogénea, sencilla y
fuerte en toda la nación gracias a tres males: el territorio de dimensión
reducida, la mediterraneidad y la pobreza del subsuelo. Los países
territorialmente grandes, por la común, albergan varias etnias culturales; los
ricos sufren frecuentes invasiones de depredación, y los de la costa
marítima reciben permanentemente a diferentes tipos de gentes.
El Paraguay ha sufrido más que una invasión, un exterminio. Los
exterminadores lo dejaron sumido en una pobreza extrema que le eximía
del interés de los depredadores y neo colonizadores. Recién, a mediados de
este siglo, comenzamos a enfrentarnos con la despersonalización cultural.
Hemos echado un vistazo a la cultura tribal y la encontramos
atrayente por su valor humano. Pero no nos tiene que enceguecer de tal
30
manera que olvidemos que hoy vivimos en otro contexto social en nada
parecido al de la tribu, y en el que con facilidad nos vamos a desubicar.
Podemos observar varias desventajas del hombre tribal para insertarse en la
sociedad estadual.
La primera desventaja de la cultura tribal para el tiempo presente
que imposibilita comprensión del ente moral. El Estado para el hombre de
tribu será siempre una superestructura totalmente innecesaria. Será fuente
de muchos males, su sometimiento a un modo de pensar diferente y sin
sentido de la vida. Será el medio de su explotación, de su limitación y de
los sinsabores de la injusticia. Para él el estado de derecho no es lugar de
sus derechos. Nunca comprenderá que el hombre no sea nadie. En un
Estado civilizado el hombre teóricamente es alguien pero no se lo considera
alguien, a no ser que tenga en sus manos las riendas del poder. Para el
Estado el hombre nunca pasará a ser un número, especialmente el hombre
común.
La segunda desventaja para el hombre tribal es que él no puede
vivir sin jefe que le indique las pautas de procedimientos, hasta cómo debe
hacer. La autoridad en la tribu reside en la personalidad, no en la estructura.
La estructura se impone aunque no se ve ni se escucha. Para el
hombre tribal siempre, se exigirá la autoridad-persona y cuando alguien sea
constituido en autoridad, se erigirá en ley.
La tercera desventaja proviene de que la vida tribal es sumamente
sencilla, frugal y sin otras pretensiones fuera de la de vivir en paz y con
cierta holgura. Todo lo que rompe este esquema de identidad vida produce
necesariamente el desquiciamiento y la pérdida de identidad en las
personas. Cierta holgura como la del "mboriahu ryvatã" no rompe aún ese
esquema porque el hombre se considera dueño de las cosas; no se ha
sometido aún a las exigencias del tener más.
La cuarta desventaja es la casi imposibilidad del diálogo y del
trabajo en equipo. Es que todos son iguales. El único con cierto tinte de
desigualdad, dentro del marco de la igualdad, es el "mburuvichá". Nadie
tiene derecho a imponerse a nadie. Todos son dueños de sus propios actos.
Cuando alguien pretende inmiscuirse en el procedimiento del otro, éste le
dirá: "péa ningo che probléma. Eyehecha ndé ne probléma revé ha ché, che
probléma revé". (Este es mi problema. Yo con el mío y tú con el tuyo).
31
Seremos muy amigos, pero sin derecho a la intromisión en la intimidad del
otro. Libres e independientes. Ni siquiera el cacique se inmiscuirá en la
intimidad de nadie; sólo dictará e impondrá pautas de procedimiento en
relación de la vida comunitaria.
El rol del "mburuvichá" es muy semejante al de un padre. Desde ya,
la expresión "mburuvichá" incluye en si el concepto de "ru" o padre. La
etimología más o menos sería "oñembo-ru-vaicha" o "ñembo-ru-tuvichá",
hacerse como el padre o ser padre grande. La diferencia se observa en que
el dirigente es más dirigente que padre aunque sus atribuciones sean muy
análogas. El padre trabaja, pero el "mburuvicha" no trabaja con los demás.
Él dirige.
Se cuenta una anécdota del finado Dr. Virgilio Ramón Legal, al
que, siendo Delegado de Gobierno del Guairá y Caazapá, se presentó en su
despacho un grupo de indígenas de la parcialidad “mbyá” con problema de
no sé qué. Lo cierto es que necesitaban realizar un trabajo en conjunto para
resolverlo. Entonces, él, para motivarlos, los constituyó a todos en
autoridad con graduación militar. Esta parcialidad es afecta a la vestimenta
y graduación militar. El de menor rango salió con la graduación de
sargento.
Después de un tiempo, el Delegado los convoca para cerciorarse de
la marcha del proyecto trazado con ellos. Y cuál fue su sorpresa al enterarse
de que no se había hecho absolutamente nada.
- ¿Cómo es que no se hizo nada?- recriminó al "mburuvicha".
- "Ndaipori chostáro" (soldado) -respondió éste.
El trabajo, pues, no fue posible. No había soldado o gente para
trabajar. El jefe no trabaja.
El lector debe saber que la parcialidad "mbyá" hasta el presente no
ha incluido en su fonética la de la L como la de la J. La S la pronuncia Ch
porque seguramente el fonema de la S española es casi igual al de la Ch
guaraní. Es una herencia.
La desventaja más grave de la tribu con relación al Estado
civilizado estriba en que en aquella las posibilidades para un desarrollo más
avanzado del potencial humano son muy limitadas. Ciertamente en la tribu
se acepta la persona sin limitaciones, pero carece de los medios y ambiente
32
para que sus miembros alcancen un desarrollo pleno de todas sus facultades
y una respuesta cabal a sus profundas aspiraciones.
Cuando un número alto de personas se pone de acuerdo a vivir en
una cooperación estructural, es mucho más eficaz en cubrir las necesidades
primarias del hombre y a las exigencias del ser más. En este contexto social
necesariamente se multiplican los servicios, y se perfeccionan más cada día
los oficios, y se produce el permanente avance de los conocimientos y en
otros campos de la vida. Consecuentemente el hombre tiene posibilidades
reales de promoción, y de una continuada promoción, a condición de que el
Estado cumpla con su cometido de que el bien común revierta a todos sus
componentes con una equitativa repartición de la riqueza y de los servicios.
La tribu responde mal que mal a las necesidades primarias y de una
manera casi rudimentaria. Así el ideal de cualquier grupo humano, aunque
metido en las espesuras del bosque amazónico o diseminado sobre alguna
inconmensurable duna, será siempre el estado civilizado aunque lo
empobrezca humanamente. En el estado lo que importa es vivir en una
determinada estructura social y promoverse.
En el régimen de estado se impone, por su propio peso, el
pluralismo de pensamiento, de religión, de lengua y cultura; lo que es
absolutamente imposible de concebirse en la tribu. Con el pluralismo se
destruiría el parentesco. El Estado exige solamente un tipo de individuos
que se someta a la estructura social, se mueva en ella normalmente y se
sienta contento. En él no tienen cabida ni los menos ni los más. Por ej. los
minusválidos no pueden integrar la sociedad política; tampoco los genios o
superdotados. Los minusválidos no alcanzan la medida de cierta medianía
requerida para animar la estructura mientras los genios rompen los
esquemas normales de la personalidad. Entonces no existe otra alternativa
para el Estado, ya suficientemente poderoso, que crearles a ambos grupos
su propio mundo. Al minusválido su grupo, sus deportes, sus
distracciones... para los genios los gabinetes de investigación donde
encerrarlos para que investiguen a fin de utilizar sus ideas y sus
descubrimientos según la oportunidad, la buena voluntad y capacidad de
los gobernantes para el bien de la sociedad política.
33
Sin embargo, en la tribu, ambos tipos de personas ocupan su propio
lugar. El minusválido es objeto de cariño familiar; es un miembro efectivo
de la comunidad que no debe arrinconarse a su propio mundo.
34
CAPITULO IV
EL CAUDILLO Y EL PARAGUAYO
37
paradigmático. Nunca debe renunciar a su ascendencia anímica sin que ésta
lo separe del pueblo. Un equilibrio difícil.
El segundo tipo, el de las órdenes tajantes, llena una condición muy
apreciada por el paraguayo, que es la seguridad. El paraguayo cambia
cualquier cosa por la seguridad. El hombre seguro constituye una garantía
en la vida. Este tipo de caudillo puede llegar a sentirse dueño del pueblo en
vez de considerarse expresión de él. Pierde su identificación con él; se
considera superior y el pueblo comienza a considerarlo extraño.
El tercer tipo es el típico caudillo de poco hablar, sencillo; lleva la
conducción "ñe‟embeguépe". Es el que más claramente demuestra la
ascendencia psíquica mientras se mantiene unido al pueblo en cuanto es
uno de sus miembros. Rara vez se advertirá que imparte órdenes,
Comprende y disimula los errores. Las correcciones las lleva a cabo sin
ostentación y aspavientos. No requiere de demostraciones porque él se
siente seguro con su autoridad.
Ha sido notable en épocas anteriores que el Cura haya sido un
caudillo o un conductor de tipo caudillesco. Lo más notable es que el
mismo pueblo se lo exigía. El "Pa‟íma he‟i" es su exigencia. Al sacerdote
se le exige que sea taxativo. Él es el dueño de la seguridad desde el
momento que tiene en sus manos el instrumento de la máxima seguridad.
Por medio de la Religión maneja pautas eternas, inconmovibles, emanadas
de valores divinos. ¿Quién será seguro si el sacerdote no lo es? ¿A quién
otro se le puede exigir taxatividad? Además es el Presbítero, el más
anciano.
Esta cuestión la trae consigo el paraguayo desde su origen guaraní y
también el europeo de la Edad Media. Para el pueblo guaraní, el "avaré"
gozaba de una autoridad superior a la del cacique. Aquel era el hombre de
oración y consecuentemente el sabio dado que Dios infunde la sabiduría
mediante la oración. En la Edad Media los Obispos y con ellos, los Curas,
eran las máximas autoridades en lo espiritual y en lo temporal. Así que, por
ambas líneas culturales, el paraguayo ha recibido el concepto de que el
Cura era la mayor autoridad dentro de la comunidad, y exige el ejercicio de
esa autoridad conforme a su idiosincrasia y conforme a la nueva fisonomía
de las autoridades máximas impuestas por el nuevo entorno sociológico
donde debe actuar.
38
La primacía de la autoridad del "avaré" había sido sustituida por la
del político en una sociedad organizada en Estado. Si el Cura, pues, no
demuestra su autoridad de alguna manera, perderá terreno infaliblemente
frente al caudillo, por supuesto, poco a poco, en la práctica.
Más aún lo perderá con la estrategia pastoral de rebajarse hasta el
pueblo perdiendo su condición de persona-meta, la persona ideal que el
paraguayo considera la concreción de sus aspiraciones inconscientes. No
hay la menor duda de que para él, por su mentalidad concreta e
integracionista, le resulta imprescindible el paradigmático en quien no
solamente ve un ejemplo práctico sino con el que se identifica en calidad de
una persona corporativa. Todos los de pronunciada autoridad constituyen
personas corporativas para el paraguayo. Con ellas y en ellas se siente
participante de la superioridad a la que aspira. Así que desprenderse del
caudillo es como desprenderse de sí mismo.
Normalmente el caudillo es de poco hablar y de mucha efectividad,
de mucha sencillez y de pronunciada preeminencia. Es un hombre
compuesto de dos aspectos casi antagónicos: hombre de pueblo y con
fuerte sensación de superioridad espontánea. Es el típico paraguayo, poco
amigo de la charlatanería y de la petulancia. Pero se impone por su propio
peso.
Este líder paraguayo es inseguro en la vida ordinaria como todo
buen paraguayo y carece de un criterio que lo obligue a un comportamiento
coherente ante las problemáticas a las cuales deberá afrontar. Es un hombre
de un tipo de cultura ubicado en otro contexto social. Deberá dirigirse por
la costumbre, pero la costumbre ha dejado de ser elemento válido frente a
la ley. Por otra parte, desconoce la ley. Por lo menos, no es para él algo
constitutivo de su psiquis y con fuerza impositiva de pautas operativas.
Resuelve los problemas caprichosamente. El caudillo aparece, a
primera vista un dirigente caprichoso y antojadizo. El mismo problema lo
resuelve de diferentes maneras para diferentes personas. Carece de un
criterio único y firme para una conducción social racional.
Desgraciadamente el paraguayo lo acepta. Su ascendencia lo convierte en
ley. Dispondrá libremente de los demás sin ningún escrúpulo.
39
El caudillo tiene la cualidad de ofrecer seguridad a pesar de que él
interiormente no sea una persona segura. No piensa dos veces para resolver
problemas o para decidir. Para el paraguayo esta cualidad es vital porque es
inseguro. La inseguridad y la indecisión los tiene en vilo; le desespera
cuando le resulta imposible evadirse de ellas.
La cualidad de infundir confianza, orlada por el aura de
preeminencia espontánea, hechiza al paraguayo. El más acerbo enemigo
reconoce en él la superioridad. Después de muerto lo recuerda diciendo:
fulano sí que era un hombre en serio. Siente una especie de nostalgia de él.
Es que falta una pieza capital en la vida social del paraguayo, con la que él
se siente seguro y, aún más, a la que se integra. Hasta el enemigo participa
de la seguridad del caudillo, hombre de decisiones dogmáticas.
El caudillo nunca razona porque el paraguayo, a medida que
calcula, pierde seguridad. No le resulta razonable que una persona pueda
vivir en búsqueda. El que anda en búsqueda no vale. No sabe lo que quiere.
Para él búsqueda es sinónimo de inseguridad, la gran enfermedad de la que
procura huir a cualquier precio.
A veces, con mucha ligereza, decimos de un caudillo que es un
cacique. Si los hubiéramos analizado antes, descubriríamos más diferencias
que coincidencias entre estos dos tipos de personajes.
A ambos los consagra la ascendencia sobre la comunidad, pero la
razón de la ascendencia es diferente. Aún la ascendencia misma difiere la
una de otra en su modalidad.
El cacique adquiere ascendencia en razón de un prestigio personal
debido a las hazañas relevantes que lo hacen digno de asumir la autoridad
máxima de la tribu. El caudillo, sin embargo, no requiere ninguna hazaña
para imponerse. Se impone por sí mismo. Su ascendencia es psíquica. En
primer término su ascendencia se hace sentir sobre los individuos mientras
que la ascendencia del cacique recae sobre la comunidad. Ciertamente el
caudillo, a través de los individuos, se impone sobre la comunidad de una
manera indiscutible y absoluta. El cacique al revés. Por su autoridad
comunitaria domina a los individuos.
La razón de la diferencia consiste en que el caudillo y el cacique
viven en diferentes contextos sociales. El primero, en un mundo de
anónimos legales mientras el cacique vive en un mundo de parentesco
40
dentro del cual cada uno es absolutamente libre en relación al otro, a pesar
de que se halla fuertemente unido por la sangre, la proximidad, por la
costumbre y la necesidad de supervivencia. El caudillo generalmente vive
dentro de una comunidad de relaciones primarias cuya razón de
relacionamiento no son esas relaciones sino las leyes e instituciones y
consecuentemente la comunidad no es comunidad sino un conglomerado de
individuos que circunstancialmente se conocen.
El caudillo entonces se convierte en el punto de convergencia de
individuos sin que a estos individuos los mueva un sentido de comunidad.
El caudillo no forma comunidad, ni le interesa.
No rara vez la ascendencia del caudillo trasciende las fronteras o
limites del pequeño grupo y extiende su dominio sobre una gran cantidad
de personas. La autoridad del caudillo no es territorial sino personal, y se
constituye en el centro de un grupo humano. A veces concita la voluntad de
todos, pero a veces algunos o varios, a pesar del respeto, retacean su
adhesión o entrega a él. El caudillo no dudará un segundo para aplastarlos
socialmente, haciéndoles sentir todo el peso de su autoridad.
Contemporizará sólo donde no se juega su autoridad.
El caudillo, conforme a nuestro parámetro de respetabilidad, no es
una persona respetable. Por lo general, digamos, no se mueve con códigos
morales y, como ya lo dijimos, no es hombre de comunidad. No es un
hombre probo ni tiene conciencia de la probidad. Es un hombre totalmente
pragmático y siempre incoherente. Su actitud y procedimiento responderán
a la circunstancia del momento conforme a su juicio formado por lo que a
él le parece lo mejor. ¿Y la razón de lo mejor? Sus gustos y disgustos; su
amor y su odio; y en última instancia, sus caprichos. Así nosotros lo vemos
desde afuera. El cacique es una persona regida por un código de
procedimientos contenido en la costumbre de la etnia cultural.
Allá por la década del 60 en "tapykué", jurisdicción de San Juan
Nepomuceno, se produjo una rebelión contra el gran cacique de la
parcialidad mbyá que residía en las cercanías o en la propiedad de Naville,
cerca de Mbocayaty. Los revoltosos acudieron al Párroco, el P. Carlos W.
Heine, para que apoyara la sedición. La causa de la revuelta era que uno de
los allegados al gran cacique había violado a una muchacha de la tribu de
Tapykué y no permitía que se lo sancionara. Los de Tapykué aducían que
41
un cacique, al dejar de lado las costumbres ancestrales, perdía su condición
de cacique porque demostraba infidelidad a la tribu socavando la garantía
de su supervivencia, "Oré ndaha‟ei karaícha" (Nosotros no somos como los
señores), decían permanentemente. Una sociedad política sobrevive a pesar
de la corrupción de sus autoridades. La tribu, no.
El servicio del cacique es, ante todo, a la comunidad, a la etnia. De
ahí que los individuos lo distinguen y lo consideran un gran servidor
aunque no le haya pasado nunca la mano a nadie. Cumple un rol eminente.
El servido debe ser él. Nadie reclamará las atenciones prestadas al cacique.
Se reconoce el relevante servicio que presta.
En el caso del caudillo es diferente. Él está obligado a servir a los
individuos. De hecho es gran servidor, pero carece del servicio a la
comunidad. Él es un personaje creado dentro del individualismo de la
sociedad política. Es la ley y la institución de servicio en una sociedad
política de mentalidad tribal de sus miembros.
El caudillo es un cacique desubicado y corrompido por un estado de
derecho, en el que se carece de un sentido comunitario, y donde nadie
apreciará el servicio sino en cuanto ayuda personal. Entonces el caudillo
derrama servicio a diestra y siniestra a los individuos sin que le inquiete en
lo más mínimo el bien general de la comunidad. Si existe algo del bien
común, el caudillo lo entregará a cualquiera, por supuesto, con la mayor
tranquilidad de conciencia. Él desconoce la comunidad.
¿El servicio del caudillo se debe a un interés de ganar la voluntad?
No, en absoluto. Él ya la tiene en la mano. La tiene ganada antes del
servicio. Lo que nos confunde hoy con respecto al caudillo es que muchos
en el mundo político criollo se han granjeado la simpatía a base de dádivas
y prebendas, y a éstos se los llama equivocadamente caudillos. No sé qué
nombre se les puede dar, lo que sé perfectamente es que no se los puede
denominar caudillos. Su ascendencia no es anímica sino de interés. Al
caudillo no se lo sigue por interés sino por ser caudillo.
La tendencia de hoy es exterminar al caudillo, pero no el manipuleo
de las gentes. En cierta manera el caudillo manipula a las gentes aunque la
palabra no es exacta. El caudillo no tiene, no lleva la idea preconcebida de
utilizar a nadie para un fin determinado como sería el caso de los políticos.
No lleva en cuenta sino su propia ascendencia. Él se considera o se siente
42
realizado con palpar ese fenómeno personal. Con todo, el caudillo se ha
insertado en la política, espacio en el que puede manifestar su ascendencia.
La política es un campo suficientemente amplio para la manifestación de su
personalidad, y también, a veces, de ser manipulado. Solamente
encontramos caudillos en el mundo de la política partidaria. En otras
actividades colectivas hallamos líderes. Líderes en el deporte... en la
educación... en el campo laboral...
¿Y qué es el líder con relación al caudillo? Coinciden en la
ascendencia sobre los demás y en cuanto a la conducción de un grupo
humano determinado.
Los separa apenas un hilo muy tenue. Quizá el líder sea un caudillo
disfrazado. Sólo sus métodos de afirmar su ascendencia son diferentes. En
efecto, el líder nunca se despoja de sus convencimientos y sus objetivos. El
líder trabaja en vista de un objetivo, del que el caudillo carecerá. El líder es
un caudillo de guantes blancos y mucho más perspicaz. Se presenta como
el hombre del diálogo, pero dialoga solamente a partir de sus premisas y
supuestos; por lo cual siempre saldrá con la suya. Tampoco discutirá lo
substancial de su objetivo; permitirá cuestionamientos sobre asuntos
periféricos. Se arma de mucha paciencia, y aparentemente decide con los
cuestionadores. Si alguna vez cede es para dar dos pasos adelante en otra
oportunidad. El caudillo, sin embargo, no pierde tiempo en semejantes
lindezas. Decide por sí y ante sí con la mayor presteza posible, sin ningún
miramiento.
Este personaje siempre gustará a los inseguros, los indecisos y
apurados. Creo que pasarán años o décadas antes de que desaparezca.
43
CAPITULQ V
KUIMBA’E NAHASEIVA
(EL VARÓN NO LLORA)
49
comadre, y ésta a su otra comadre, hasta que toda la comunidad se entere,
con el famoso “ndéve minteko amombe‟ú”. (Solo a ti te lo cuento).
Sera lícito cuestionar si aún existe o no el sustrato social que
justifique la determinada educación de los niños. Aún más, se discutirá la
misma validez del método educativo. Pero éstas son cuestiones diferentes a
la explicación del porqué el paraguayo se comporta inoculando estoicismo,
una actitud espartana para afrontar la lucha por la vida.
50
CAPITULO VI
EL PARAGUAYO Y EL BIEN COMÚN
52
Me llamo la atención una intempestiva intervención de una
jovencita campesina en una conversación de critica a la deshonestidad de
los hombres públicos, diciendo: “ha pee peyepicha” (y Uds. están
despechados). La realidad parecería jugar a su favor ya que el más violento
contestatario, apenas se incluye entre los privilegiados, cambia de parecer
o, por lo menos cierra la boca.
E1 problema no estaría propiamente en el hecho de arrebatar el
bien común sino en no tener cabida en la familia de los que tienen el
derecho al bien familiar.
Para el pueblo, lo que nosotros llamamos deshonestidad se da por
descontado. Lo que debe hacer el hombre público es paliar un tanto su
intemperancia con obras que demuestren que el erario nacional no va
totalmente a su bolsillo. “To‟una pero toyapo”. (Que se aproveche pero que
haga algo). Puesta esta condición, todo marchará excelentemente bien.
La otra condición que también taparía el mal del aprovechamiento
del bien común es recurrir al expediente de hacer participes a otros.
“To‟una, aninte ho‟upaiterei ha‟eño; to porokonvidamimí‟. (Que lo
aproveche, pero haga participar a otros). Desgraciadamente nunca faltará
descontento porque no será posible la participación de todos. Entonces, el
arte de gobernar en el Paraguay consistiría en contentar a los chicos más
peligrosos y hacer el relevo oportuno para aminorar el número de los
descontentos. Así se gobernaría en un estado con gobernantes de
mentalidad tribal.
A pesar de que el paraguayo carece de conciencia política, es un
aficionado a las lides partidarias. Realmente lo apasiona. Muy pocos serán
consecuentes con su manifestación de que su única política es su azada
“péa ha‟é che mongaruha”. Llegado el momento de los enfrentamientos, se
olvidará de la comprometida frase.
Como se notará en la citada expresión que política es igual a
“mongaruha”. Una vez más se confirma que el bien común no existe en
cuanto bien común sino en cuanto medio de sustento a los gobernantes y
allegados. Eso lo dice el pueblo común.
Las luchas políticas partidarias se llevan a cabo con el más puro espíritu de
contienda de tribus. Aquí no son importantes los programas que en un
estado civilizado importarían. Ni importa.
53
E1 paraguayo reconocerá que los caudillos son unos bandidos y
que mañana, después de la contienda, se encargaran de desollarlo vivo. No
importa. Morirá por ellos. La cuestión no es que éstos o aquellos sean unos
bandidos sino la necesidad de que su tribu prevalezca o salga gananciosa en
el enfrentamiento.
Las lides políticas partidarias son enfrentamientos de dos tribus; no
más. En las concentraciones partidarias nunca debe faltar el “karu guasu” o
comilonas, aunque sea a base de “vaca‟i”, a la más pura usanza de nuestras
tribus aborígenes.
E1 día de la victoria partidaria es un día de euforia general. Para
ello se recurre a todos los medios imaginables. Nadie para mientes en lo
lícito y en lo bochornoso. Aquí termina todo concepto de moralidad. Otra
vez, al igual que frente al bien común.
Naturalmente, que al mirar desapasionadamente este fenómeno,
uno se tienta a exclamar: ¡Qué barbaridad! Y espontáneamente buscamos
con la vista al culpable. ¿Existe el culpable? Hay una causa, y esta causa es
el tipo de cultura a que pertenecemos. Los dirigentes nunca podrán ser la
fuente de educación cívica en vista de que llevan consigo la misma
mentalidad. Es que salen del seno de un pueblo de cultura tribal. Sería
inexplicable que un señor, por ser ungido cacique o autoridad, cambie de
mentalidad de la noche a la mañana. Por desgracia, por una parte, y, por
otra, es necesario que surjan dirigentes de la capa popular donde se
mantiene fuerte la cultura de un pueblo.
En las ciudades pronto se diluye y desaparece la cultura de una
etnia cultural. Toda sociedad necesita imperiosamente del campo, de donde
pueda recibir nuevas inyecciones de fuerza. Nuestro problema se ubica muy
lejos. Don Carlos Antonio, no sé si vio el problema, pero abogó por una
progresiva educación del paraguayo para entrar en la sociedad civilizada,
especialmente en esta mentirosa forma democrática de gobierno con
charreteras o con corbatas, donde lo ordinario es usurpar la
representatividad del pueblo.
Por causa de que no estábamos educados, la maravillosa
Constitución del 70 no sirvió sino para entronizar dictaduras de oligarquías
con ficción de representatividad popular mediante votaciones o por el
camino más expeditivo de los cuartelazos. Los pocos hombres de
54
conciencia cívica que han pasado por el Gobierno de este país nunca
pudieron hacer escuela, primero, porque remaban contra la corriente, y,
segundo, porque no comprendieron la inquietud de Don Carlos Antonio.
También educar todo un pueblo no es poco desafío.
¿Qué se hizo del cristianismo del paraguayo, cuyos valores tienden
a redimensionar cualquier cultura asumiendo sus valores, sus signos, y su
lenguaje? Nosotros diríamos que el cristianismo sufrió la tribalización. Se
mantuvo dentro del marco de la familia y de la tribu. Desde ya no era de
esperar que formara la conciencia ciudadana del paraguayo. El ambiente
social y los hombres de Iglesia son también condicionados por el entorno
cultural.
El cristianismo no es un código de comportamientos sociales ni
está encargado de hacerlo. Lo que hace es perfeccionar en los que ya
existen o han sido establecidos por los pueblos, en base al mandamiento del
amor. Ni siquiera es frecuente que imponga nuevos valores a excepción de
los exclusivamente suyos. Lo que hace normalmente, en especial en e1
orden social, es crear conciencia de valores derivados de los suyos para
diferentes ámbitos sociales. No pocas veces en la historia, la Iglesia no ha
podido acompañar el crecimiento de la conciencia de la humanidad
desencadenada por ella misma. Otras veces y en casos particulares, la
humanidad no pudo comprender la conciencia que proclama la Iglesia.
En ambos casos se produce un desencuentro de la Iglesia con el
entorno social.
La conciencia del paraguayo ha quedado fuera de la actividad
cívica de la construcción de la sociedad civilizada. De ahí que el
cristianismo del paraguayo en cuanto a la conciencia cívica no pudo
sobrepasar los lindes de la familia y de la tribu. Su conciencia cristiana
llegó a las “Obras de misericordia”; pero sin que pudiera traducirlas a
conciencia de justicia social. Las catorce “obras de misericordia”
constituyen una especie de código socio-religioso de comportamientos en
un mundo de relaciones primarias.
Dentro de una sociedad civilizada la religión no constituye para el
paraguayo una fuente de pensamiento, actitud y procedimiento adecuados,
aunque permanece como fuente poderosa de un modo de pensar y accionar
dentro de la órbita de las relaciones primarias. A su juicio, puede ser un
55
buen cristiano y un desenfrenado ladrón de la res-publica; un buen cristiano
y un desalmado comerciante; un buen cristiano y un mandatario muy
arbitrario... Lo que demuestra que el cristianismo es sometible a la
limitación de una cultura y un cristiano puede sufrir una dolorosa ruptura
interior.
56
CAPITULO VII
EL PARAGUAYO Y LA LIBERTAD
60
CAPITULO VIII
EL PARAGUAYO Y EL PODER
64
CAPITULO IX
EL PARAGUAYO Y LA RIQUEZA
69
CAPITULO X
EL PARAGUAYO Y EL TRABAJO
74
CAPITULO XI
EL PARAGUAYO Y EL AMOR
78
Al contrario, el varón puede festejar a varias al mismo tiempo y el
conquistador es admirado aún por las que deberían cuidarse de él. Este
conquistador se jactara de que su esposa “ndaha‟éi avave yepohyugagué”-
Es muy difícil encontrar a los varones que desfallecen de amor como se ve
en las telenovelas que quizás reflejan la psicología de tierras lejanas.
Tampoco el suspiro de las jóvenes llega al desfallecimiento. Para la joven
el amor es mucho más profundo que para el varón a causa de que su amor
conlleva la entrega. Sin embargo, a muy pocas el fracaso de su sueño
amoroso las deja realmente frustradas. La paraguaya absorbe muy bien el
desengaño, y se considera afortunada con quedarse con el fruto del amor de
su amado. Desea tener un hijo de aquel a quien ama.
El tipo medio calavera que es el paraguayo, una vez que contrae
matrimonio se convierte increíblemente en un esposo ejemplar y fiel a su
matrimonio.
El adulterio es la acción que siempre pesa sobre la conciencia del
paraguayo. Dirá “ambogué che rataindy”. Apagar la vela que simboliza la
fe del cristiano, es una especie de apostasía. En ningún otro caso el
paraguayo usa semejante expresión. El honor al adulterio lo trae de los
guaraníes para quienes esta infidelidad era horrorosa.
Hasta hoy no faltan quienes desaconsejan y prohíben a sus hijos
contraer matrimonio con hijos adulterinos. La mala hierba produce mala
hierba. Contrariamente a esto la mujer paraguaya, llegada a cierta edad, se
decidirá a cargar un hijo de cualquiera porque su futuro lo ve en el sostén
del hijo. La ancianidad femenina sin apoyo varonil constituye una
desgracia, en este su modo de vivir.
El varón paraguayo difícilmente se recupera tras el fracaso
amoroso. Cuando se echa en brazos del amor, se entrega totalmente a él.
Tiene mucho miedo a semejante alternativa. A veces este señor se priva del
matrimonio en vista a esta posibilidad. Prefiere una unión que no lleva al
matrimonio propiamente dicho. Si por ahí llega el desacuerdo entre los
esposos de hecho, la ruptura no es una ruptura sino una simple separación.
Ciertamente la unión de hecho del paraguayo no tiene en vista la
separación. Por lo general, es estable y se realiza en vista a la estabilidad.
Habrá quien abandona a sus hijos y contraiga matrimonio con otra. Pero
79
esto no es lo ordinario. Esta unión como la del matrimonio estará en
función de la procreación y mantenimiento de la prole.
El amor del paraguayo es muy difícil de detectar en el matrimonio
porque sus manifestaciones son muy parcas. No es normal la vida de
cariños; ni siquiera con los niños se abusa de esta manifestación.
El niño es muy querido pero no se lo mima porque es prioritaria su
educación. La niña desde muy pequeña anda con su madre aprendiendo el
rol de la mujer mientras el varón a los pocos años comienza a aprender el
rol del varón, o sea el trabajo. De ahí que la mujer paraguaya en cortos años
puede ser un ama de casa, porque ha aprendido a serlo con su madre, al
igual que el varón, antes de los veinte años, podrá ser un perfecto padre de
familia, con hogar propio.
La mujer es una perfecta educadora, exceptuando las abuelas,
quienes son proclives a un amor mal entendido de la superprotección.
El paraguayo mima poco; lo hace casi solamente en caso de
enfermedad de los niños o en caso de invalidez. El chico enfermizo es muy
malcriado.
A veces, el paraguayo aparece hasta desalmado con relación al hijo.
No perdona que no cumpla su cometido o el trabajo que se le ha encargado.
Las mismas madres son implacables y de exigua expresión de cariño. El
mimo naturalmente trae consigo la superprotección, y con la
superprotección viene la incapacitación para enfrentarse a la vida de parte
del hijo. El objetivo para el padre paraguayo es que el niño cuanto antes sea
capaz de valerse por sí mismo. Cuanto antes debe comer, vestirse, detectar
peligro por sí mismo. Lo educa para la vida independiente y autónoma.
El paraguayo madura con mucha rapidez o se capacita muy pronto
para enfrentarse a los desafíos de la vida. Sus padres no han andado con
sentimentalismos que lo incapacitan. El amor familiar del paraguayo es un
amor que enseña a ser, caminar, pensar y sonar solo. A primera vista es
muy absolutista. No permite que el chico haga sus caprichos porque sabe
que en su mundo no hay tiempo que perder en caprichos. Hay que aprender
la vida tal cual es y rápidamente, porque no tardará para que el chico se
convierta en adulto.
80
Suele decirse que el niño paraguayo no tiene tiempo para jugar o no
juega. Y es cierto. Debe abocarse a aprender a vivir. Debe estar preparado
cuanto antes a vivir solo por su propia cuenta.
El amor de compasión es mucho más profundo en el paraguayo que
cualquier otro amor. De lo que no puede evadirse nunca el paraguayo es del
dolor. Pero la condición para que conmueva se requiere que el dolor o el
dolorido sea palpable o se encuentre al alcance de las manos. La muerte no
conmueve tanto como el dolor.
Por lo general lo único que no se convierte en objeto de
ridiculización es el dolor mientras dure el dolor. En balde se le hablara al
paraguayo del dolor de los habitantes de lejanas tierras, aún dentro de su
propio país. La compasión del paraguayo requiere cercanía. Su lenguaje la
exige. No puede asumir el dolor lejano. Hay que palparlo. En guaraní no se
“padece con” sino se asume la desgracia ajena: “aiporiahuverekó” o
“guereko” (“vereko” es la eufonización de “guereko”). (Asumo la pobreza).
Es decir, hace suyo el dolor ajeno. Se identifica con el sufriente. Lo que es
fácil explicar conociendo que el paraguayo se integra o está integrado a su
entorno ecológico incluyendo el medio existencial sociológico.
Otra característica del paraguayo. Se resiste a ayudar cuando se
trata de una desgracia que sobreviene a la persona a causa de su estupidez o
tozudez, “hovatavy‟gui ngo oyehu chupe; hi‟arieté o‟ye‟é pora va‟ekue
chupé”. El estúpido no merece que se lo compadezca. Es imprudente.
Parece que el equivocado mismo se avergüenza de recurrir a la ayuda
porque “chente voi ningo aheka” (yo me la rebusqué).
El tonto no se siente con derecho. Mucho más, rehuirá la
compasión si se la ha advertido. Teme que se le diga “Ha‟é va‟ekue voi
ningo ndéve” (te he advertido). El paraguayo no quiere escuchar esta frase
porque lo convierte en un estúpido. Se le avergüenza. El momento de
vergüenza el paraguayo nunca lo olvida.
La amistad no es tampoco un amor medio romántico como se la
suele pintar. El amigo no será sobre cuyos hombros el paraguayo se pondrá
a llorar con facilidad. Desde ya no acostumbra a ventilar sus penas e
intimidades sino a muy contadas personas, si las hay. La amistad para él
consiste en la confianza. Pero por lo general, llama amigo a cualquier
conocido. “Pea chamigo”; royotopa, va‟ekue ayukuévo Buenosaires gui”
81
(Este mi amigo: nos hemos encontrado en Bs. As.). No le da la
connotación, en sus referencias, y conversaciones, de una persona muy
apreciada ni de mucha confianza. Dirá “Gral. Fulano Chamigo”, es decir,
conocido, hasta ocasionalmente. Amigo será también el compañero de
trabajo “che rembiapo iru”. El hombre de confianza es aquel con quien uno
vive sin recelos. Se expresa con la frase: “Ore ko roké ha ropayva
oñondivé” “Oré oyopohei gua”. (Nosotros somos íntimos; dormimos en
una cama. Con razón los guaraníes al amigo lo llamaban “Koty‟y” o el que
tiene la pieza aparte.
Nos resulta difícil comprender paraguayo que, en algo tan íntimo
como el amor esté muy condicionado por el sentido comunitario. La mujer
de sus amores sigue siendo “tembireko”, con una función comunitaria
familiar al servicio del varón y de sus hijos. Ella es “ogayara”. El varón
dice “che roga yara” (mi dueña de casa).
Esta concepción del amor es más fuerte que las endechas de amor y
todos los lirismos. Nos hubiera resultado un enigma si no conociéramos
que el paraguayo pertenece a una cultura tribal donde lo familiar es
primordial, y lo personal se halla muy absorbido por lo comunitario. Es
muy notable la antinomia del hombre tribal, tan personalista, por un lado, y
tan comunitario, por el otro. Difícil de compaginar ambos aspectos sobre
los papeles. En la vida si se compaginan perfectamente.
El signo de amor para el paraguayo es mezquinarlo. El padre es de
poco cariño y pocas caricias, sin embargo el niño sabe que lo ama porque
lo mezquina. Daría la vida por él. La mama también es de poco mimo, pero
dejará de comer para que su hijo se harte o pruebe unos bocados de más.
Mezquina al hijo, mezquina su salud y su futuro.
82
CAPITULO XII
EL PARAGUAYO Y EL CAMBIO
84
indígena dice entonces: “revorusió ngo hina ra‟é” (por lo visto estamos en
revolución).
E1 paraguayo no conoce la filosofía de las revoluciones, pero sabe
que toda revolución termina devorando a la revolución. Conoce que es una
fuente insondable de ambiciones personales que sacrifican todo a su propio
provecho. Por otra parte, el guaraní nunca fue pueblo guerrero. La guerra
nunca fue el objetivo principal de esta raza, de tal manera que el cacique no
debía ser primordialmente guerrero.
El segundo factor de cierto conservadorismo del paraguayo es su
constitución sociológica. Es pueblo consustanciado con la tierra y la
naturaleza, donde los cambios son lentos y en cierta manera lógicos. El
ritmo de la vida del paraguayo es el de la naturaleza. Es todavía un pueblo
ubicado en la tierra. Es un pueblo agricultor, enclavado en su tierra y, en
gran manera, identificado con ella. En la naturaleza todo tiene ciclo.
El hombre telúrico se ríe de los cambios bruscos. Sabe que los
cataclismos duran poco; que después de los cataclismos la naturaleza
vuelve a su proceso normal; y que después de la crecida de los ríos en que
las aguas sobrepasan la medida ordinaria, volverán a sus cauces. Las lluvias
nunca son interminables. “Hetave ara pora aravaigui”. (Los tiempos buenos
predominan sobre los malos).
El tercer factor de renuencia del paraguayo a los cambios bruscos
es su propio carácter. E1 paraguayo es apasionado en más de cincuenta por
ciento y flemático en un treinta y cinco. Predomina una fuerte resonancia
anímica. Es secundario y contemplativo. Su ritmo es lento por su sentido
contemplativo y es el hombre de la tradición que no olvida las impresiones
fuertes y el de las grabaciones indelebles de la niñez.
La tribu o una sociedad de mentalidad tribal no es el mundo de las
ideologías y de la ciencia sino el de la experiencia. Su acervo de sabiduría
es el fruto de siglos de vida. Las pautas operativas que han vencido al
tiempo, se las conservó por ser validas para la supervivencia del pueblo.
Constituyen lo seguro y lo valido. Sería una insensatez exigir a las
gentes que lo rechacen porque simplemente se lo decimos. Es como
pedirles que rechacen su historia, su propia vida.
85
E1 cambio es la propuesta de nuevos comportamientos sociales,
basados en nuevos valores aunque los valores nunca serán totalmente
nuevos. Se los considera nuevos porque su relación con los anteriores
vigentes no parece clara.
En un proceso de crecimiento en base a la experiencia; la relación
del pasado con el presente salta a la vista. Entonces lo nuevo no asusta ni
infunde inseguridad porque no es algo totalmente desconocido. La actitud
frente a él tampoco será totalmente nueva. Sólo sufrirá una leve
modificación.
Los cambios bruscos se visten del ropaje de lo desconocido, y lo
desconocido engendra miedo especialmente en las personas que necesitan
seguridad como los padres de familia. Estos no pueden darse el lujo de
hacer experimento; su responsabilidad exige que su fuente de recursos sea
segura. Ante lo mejor aleatorio siempre quedaran con lo bueno seguro. Un
pueblo con mentalidad de supervivencia piensa lo mismo.
E1 paraguayo no puede ser amigo de los cambios o e1 cambio
propiamente dicho para nuestro tiempo. Lo consideraría un atentado contra
su seguridad, contra el fundamento de su comportamiento y contra su vida
formada por el pasado. Los acontecimientos vividos por el paraguayo no
son objetos del recuerdo sino parte integrante de su vida. Los lleva
grabados.
Sin embargo es posible que e1 paraguayo acepte con cierta
facilidad el cambio. Su capacidad de integración al líder y al medio
ambiente hace que reciba con cierta presteza lo nuevo y se adapte a las
nuevas pautas de conducta. Tenemos la experiencia en la Iglesia. Los
cambios llevados a cabo por ella rápidamente han sido aceptados por los
que se sienten liderados por el sacerdote gracias a su frecuente
participación en la liturgia u otros actos religiosos, en los cuales se ponen
en contacto con e1 cura. En los alejados de las actividades de la Iglesia
hallamos una actitud diferente. Critican los cambios y tienden a un
conservadorismo a ultranza. Otro ejemplo constituirían los emigrantes
paraguayos, que inmediatamente se adaptan al nuevo medio ambiente
sociológico.
Por más que hemos encontrado una profunda predisposición en contra del
cambio en el paraguayo, existe, sin embargo, para él un camino de
86
aceptación del cambio, mediante el entorno sociológico y de los líderes que
lo promuevan reflejando en su propia vida. No bastan las declaraciones y
acusaciones. Los líderes de los plagueos dan la sensación de que lo único
que les interesa es el poder y ocupar el primer puesto. Sus palabras, deben
ser avaladas por su conducta. ¡Menudo desafío educativo! ¿No?
87
CAPITULO XIII
EL PARAGUAYO Y EL CORAJE
90
Entonces se vuelve peligroso cual gato arrinconado al que se la ha
cerrado la puerta de escape. Siempre a1 paraguayo hay que ofrecer una
salida honorable; por lo menos, una salida, aunque sea o aparezca
insignificante.
Recuerdo la anécdota de Franco‟i. Pertenecía al RC. 5, cuyo
comando era el Capitán Céspedes. Se encontraba en “Colina 15” en frente
de un batallón del ejército boliviano acantonado al otro lado del
Pilcomayo. El Capitán Céspedes se acostó tranquilo a dormir porque a esa
altura parecía invadeable el rio. Corría con mucha fuerza al bajar de las
estribaciones de la cordillera. El Sargento había sido comisionado a
bastante distancia con un grupo de mando.
Hacia las horas cercanas a la medianoche comienza un tiroteo en la
playa. Unos pocos disparos hechos por el centinela y los bolivianos. El
capitán se despertó despavorido. Ordenó al sub-oficial de órdenes, Julio
Bernal, que pusiera fusil en manos de tres enfermos e hiciera algo. Bernal
desplegó su tropa de tres soldados. Escuchaba no lejos la conversación de
los bolivianos. Disparaban de cuando en cuando. De repente siente que
alguien se le acerca.
- ¿Mavaiko nde? (¿Quién eres?)
- Chénte ko, respondió, Franco‟i, un soldadito de baja estatura,
casi sin señal de sangre en los labios. Era uno de los enfermos.
- ¿Maraiko reyú, reheya nde puésto? le reprochó el suboficial
Bernal (¿A qué vienes, para qué dejas el puesto?)
- Ha‟esénte ko ndeve, mi suboficial ani hagua ñañentregarei.
Ñamano porante kena (quería decirte, mi suboficial, que no nos
entreguemos; mejor morimos).
- Na ñañentregai chéne, Franco. Terehonte nde puesto pe. Y
Franco‟i volvió satisfecho a su puesto para seguir una lucha tan desigual.
Lo notable es que, según muchos testigos, los que fueron hombres
de armas tomar, temibles en época de paz, se acobardaban al entrar en
acción durante la guerra. Estaban acostumbrados a enfrentarse solos a
personas concretas, palpables y visibles, frente a las cuales sabían qué
hacer, mientras que en la guerra o batalla, el enemigo carece de rostro; es
un ente misterioso que vomita metrallas frente al cual una persona sola no
sabe qué hacer. Este tipo de paraguayo se perdía en estas circunstancias.
91
Sin embargo, el paraguayo común, sin hazañas personales, sencillo, que
vivía integrado a su comunidad, se convertía en soldado en el que no se
percibían los signos del miedo.
La experiencia de los “macheteros de muerte” del Alto Paraná es
una experiencia de horda compuesta de los manumitidos de la esclavitud de
los obrajes negreros. Carecían del sentido comunitario. Por muchos años
los habían uncido a un mismo yugo la esclavitud establecida por algunos
hombres siniestros, a quienes la mayor parte nunca los había visto. Los
“altoparanaceros” murieron como moscas. No respondían a ninguna clase
de disciplina. La euforia de la libertad los llevo a desaparecer sin pena ni
gloria, sin haber prestado ningún servicio a la patria. Vidas desperdiciadas.
El problema es que el paraguayo es un hombre grupal, una vez que
entra dentro de un grupo liderado, se integra totalmente al grupo. Esta es la
explicación.
Sin embargo el caso de los “guerrilleros de la muerte”, con Placido
Jara a la cabeza, presenta otra fisonomía. Es un grupo de paraguayos
liderados que aguzan el ingenio a veces casi hasta lo inverosímil porque
caminaban siempre sobre el filo de la muerte.
En este caso no nos interesa si ayudaba o no a la estrategia del
Comando en Jefe. Lo que nos interesa es que constituían un grupo
razonablemente valiente.
E1 paraguayo vuelve a sufrir cierta alienación frente al peligro en
un grupo liderado o grupo dirigido por un “tendota” (conductor) que se
enfrenta con él a la muerte y comparte con él las penurias.
Si es verdad que “Yrendague” cambió el giro de la Guerra del
Chaco, se debió a que un gran conductor, el General Eugenio Alejandrino
Garay, acompañó y fue capaz de decir a un grupo de soldados postrados
por el hambre y de sed: “yaha ñamano Yrendaguépe”. (Vayamos a morir en
Yrendague).
Si hubiera ordenado que fueran a morir, nadie hubiera muerto. Otro
hubiera sido el desenlace de la historia.
El jefe es un elemento fundamental de la valentía del paraguayo. Le
proporciona el sentido de seguridad. Morirá tranquilamente con él y por él,
sin pensar siquiera en la muerte. Se identifica con el líder y en él pierde el
sentido del peligro.
92
No basta que el paraguayo se encuentre en grupo para enfrentar la
muerte. Tiene que tener un jefe, que es el factor de seguridad y
supervivencia. Entonces se comprende el fenómeno muy paraguayo de que,
en las circunstancias límites comunitarias o grupales, cualquiera asume el
rol directivo o conductor al desaparecer el jefe. No puede sobrevivir sin el
jefe. Muere el Teniente, el Sargento toma el mando de la tropa; muere este
Sargento, el cabo se hace cargo de la conducción, y si muere el Cabo
cualquier soldado se constituye en conductor. Difícilmente un grupo de
soldados paraguayos se desbandará. Esta característica del paraguayo llamó
mucho la atención en la Guerra del Chaco y seguramente es uno de los
factores importantes en lo que se dio en llamar victoria de la Guerra del
Chaco.
La identificación con el jefe origina el inconveniente de que el
paraguayo fácilmente se convierte en horda bajo la conducción de un
dirigente sin conciencia. Esta triste realidad se ha constatado con dolor en
la guerra civil del 47. Hablo del 47 por la sencilla razón de que soy un
testigo. En épocas más recientes llamaríamos la atención sobre los
“garroteros”, de los “macheteros”. Un tipo de horda especial.
El 47 produjo una conmoción en el clero. Muchos feligreses bien
formados religiosamente se habían desbarrancado por el precipicio. ¿Qué
había pasado? La explicación, que se impuso, es que el cristianismo del
“Católico Paraguayo” era demasiado superficial. Quizá en parte sea
correcta, especialmente con relación a algunos. Pero pienso que no es
satisfactoria. Hay de por medio un problema cultural. La evangelización del
“Católico Paraguayo” sería superficial en cuanto que no ha abarcado
integralmente su personalidad, como para dirigir eficazmente su conducta
en todos los órdenes de la vida. En ciertos ámbitos existenciales su
comportamiento será firme e inquebrantable y en otros, casi inexistente la
influencia cristiana. Su conciencia cristiana no es integral.
93
CAPITULO XIV
EL IDIOMA GUARANÍ ES UNA
LENGUA DESCRIPTIVA
94
“Pore” se convierte en “mbo” en la palabra “mborayhú”, en la que la “Y”
se hace “i” por su dificultosa pronunciación. La “t” siguiendo a una sílaba
nasal será “d”. Por ejemplo sârâ-ty se debe escribir y leer “sarandy”. Se
quitará o añadirá una letra sin ningún problema, con tal que se consiga la
musicalidad de la palabra o se facilite su pronunciación. Por ej.: el arroyo
de los mosquitos no será “ñati‟u-y” sino “ñati‟iiry”. Es dable también
trastrocar las sílabas.
Por ej., el fonema de “vereda” no es suficientemente suave;
entonces se la pronuncia “vedera”.
Las palabras que suenan ásperas al oído del guaraní-parlante,
cuando es posible, se las deshecha. Ningún niño paraguayo se llamará
“Cristóforo" porque suena mal. La palabra Kirito ha perdido vigencia en el
lenguaje religioso del paraguayo por su fonema desagradable. Suena a
burla. Por la relación íntima que existe entre la palabra y las cosas en el
guaraní, a sonidos agradables responden cosas buenas, y a sonidos
desagradables, cosas malas. Si la palabra suena mal su significado es malo.
Consignemos de paso que la ley de la eufonía no solo es una regla
para el idioma sino también para la vida. Lo ideal para el paraguayo es
vivir sin grandes sobresaltos y contrastes fuertes. Su vida se desenvuelve
dentro de un cuadro de equilibrio de los sentimientos, relaciones,
exigencias y aspiraciones. Esto mismo lo encontramos en la música sin
disonancias y de ritmo pausado.
Las palabras en guaraní responden a la reproducción de los sonidos
con fonemas parecidos a los reales; a la reproducción de los movimientos,
con la repetición de silabas o palabras, a las cualidades sobresalientes de las
cosas y, por último, a los fonemas globales, por más que las palabras sean
silábicas. Unos ejemplos nos aclaran esta idea. “Garañón” significa asno
reproductor en castellano. Para el guaraní-parlante paraguayo significa lo
descomunalmente grande. El fonema global es lo que ofrece la sensación
de lo grande.
Feroz que el paraguayo pronuncia “feró” es sinónimo de grande.
“Petei fero sevo‟í‟ (una enorme lombriz).
Las palabras del fonema global permiten al paraguayo en un
momento dado inventar su propia palabra para expresar ciertas
circunstancias o fenómenos.
95
Pero le creó el problema de la mala pronunciación, incompleta o
inadecuada de la palabra. No hay necesidad de pronunciar con claridad
cada sílaba porque la globalidad es la que ofrece el sentido. El otro
problema que acarrea es peor. Se pueden confundir las palabras de
significados muy diferentes. En bromas y de veras se cuenta la anécdota de
que un indígena dijo: “hasy karai ñe‟e, oyoyapaguasú gui” (difícil es el
castellano porque las palabras suenan iguales) Tatape ya‟e kuego;
vakapipe, kuégo; ryguasu rupi‟ape, kuégo; barajape, kuégo ha yryvúpe,
kuégonte avei”. ¿Cómo se distingue el significado de cada una de estas
palabras si en realidad suenan el mismo? Para el guaraní-parlante es
imposible.
A causa de la modalidad del guaraní con el fonema que expresa las
cosas, cuando el paraguayo narra y se propone dar la sensación de lo
grande engrosa la voz, y para la sensación de lo pequeño, la atipla y la baja
de tono.
Las frases también son como si fueran una sola palabra porque
responde a una idea. En el guaraní a una idea responde una sola palabra
porque las ideas son cosas y a una cosa no pueden corresponder dos
palabras. Se utilizaran dos o tres pero refundidas en una sola, para expresar
una realidad. Diríamos que una frase es un solo fonema cuyo real
significado dependerá de su acentuación, con la cual se lleva a cabo la
inflexión. Así que la inflexión sería la sobreacentuación de la frase con la
que el fonema alcanza su real significado. Con la inflexión se expresa, por
ej. la intensidad de los sentimientos que embargan a una persona”
El guaraní es realmente una lengua de énfasis. Por lo cual está
llamado a ser una lengua eminentemente coloquial. El énfasis por escrito es
imposible. En un guaraní escrito no me sería posible por ej. expresar lo
sobre-superlativo al igual que en castellano, es decir, lo mucho más que
“muy”. Diré de una persona que es feísima o muy fea y nada más. En
guaraní hablado, sin embargo, llego a expresar lo muy feísimo alargando la
última silaba y agregándole un “ko”, “Ivaietereiiiii ko”. Si alguien se fue
mucho más lejos que lejos, diré “mombyryetereiiiii ohó”.
Esta modalidad con frecuencia se advierte en el guaraní-parlante
hablando el castellano.
96
Para confirmar más aún la característica del guaraní de representar
las cosas con un fonema tenemos el caso claro del fonema de la “i” con el
que se expresa lo pequeño. Nunca jamás se usara la “i” donde se tiene algo
grande, En este caso preponderara el fonema de la “o” o la “u”. El fonema
de la “i” es notable por su relación fácilmente observable por su
exclusividad. Vamos a poner algunos ejemplos. “I” ya es una palabra;
significa chico o pequeño; mita‟i; mitami-niño pequeño; niño de pecho.
Achicarse o humillarse: “ñemomirî; arrugar; mocha‟î; cobarde:
py‟amirî (de corazón pequeño).
Quizás el fonema de cada una de las vocales represente una
condición especial de las cosas así como el de la “i” representa la de la
pequeñez.
En verdad que el guaraní es un idioma aún desconocido. Que yo
sepa, no se lo ha estudiado todavía en toda la complejidad de su valor
expresivo. Ni siquiera conocemos la regla en base de la cual se lleva a cabo
la formación de una palabra compuesta de varias. Sabemos que la
polisíntesis se lleva a cabo con apocope, aféresis, sincopa... pero cada
palabra se forma de diferente manera. Porque “sapymi” (cerrar el ojo) se
forma exclusivamente con el aféresis de “tesa-ryepy-ñomi”, esconder el
interior del ojo. Sin embargo, “kaguet프, apocope de “Ka‟arogue-moroti” -
planta de hoja blanquecina se forma con el apócope de “Ka‟a”; el aféresis
de “moroti” y una rarísima sincopa de “rogue” que se convierte en “ué”,
diptongo, para colmo nasal. ¿Cómo se explica todo esto? Si pensamos
mantener el guaraní como un modo de pensar o como toda una cultura, se
nos impone el estudio de estas reglas y de otras a fin de que evitemos su
adulteración con mentalidad extraña a su genio. Mientras carecemos de este
estudio, los profesores de guaraní, que no lo mamaron ni reflexionaron
sobre él, seguirán demoliendo la cultura guaraní viviente. Dentro de poco
nos quedaran solamente los fósiles.
El guaraní tiende a reproducir el sonido, como lo hemos anotado
ya. Así mismo tiende a reproducir el movimiento con la repetición de una
palabra o fonema. “Sir” significa correr. “Syryry” que proviene de “syry”,
significa reptar o correr arrastrándose. Procura presentar o reproducir, el
fenómeno del movimiento al mismo tiempo que reproduce el ruido
producido por la reptación. La palabra “pysyry” también lleva en sí “syry”
97
o mejor “syryry”. Resbalar en guaraní seria arrastrarse el pie por la
superficie de la tierra.
Tenemos también el caso de la palabra “guayguy”. Se forma con la
palabra “guy” (bajo), “ka‟aguy” (bosque) significaría etimológicamente lo
cubierto por los arboles o debajo de los arboles. “Guyguÿ” (bajo-bajo) al
convertirse en verbo, expresa la acción de los animales menores que se
mueven debajo de los yuyos en busca de comida. Se dice también de las
personas que no se dan tregua en rebuscarse.
Con uno o dos ejemplos más quedara bien ilustrada la reproducción
del movimiento con la repetición del fonema. Tomemos “ryryi” y “sysyi”.
“Ryryi” da la sensación de un movimiento rápido. Se traduce al castellano
por temblar.
“Sysyi” sin embargo, responde a un movimiento mas brusco y más
pronunciado.
Es repetición de la palabra fonema “syi” (estremecimiento
repentino). Según el hispano parlante al enfermo de Parkinson le tiembla la
mano. Para el guaraní-parlante “ipo sysyi”. En realidad el movimiento de la
enfermedad de Parkinson no es movimiento arrebatado sino lento y
pronunciado, en el que se distinguirá con facilidad cada golpe del temblor.
El idioma guaraní es una lengua concreta sensorial. Ve las cosas y
las denomina conforme a su característica especial percibida por los
sentidos: la vista, el oído, el tacto, el olfato y el gusto. Al oso hormiguero lo
llamaran “yurumi” el de la boca pequeña o simplemente boca pequeña. Un
árbol se llamara “yvyrapyta” por su color rojizo; otro “ygary” (cedro)
porque destila agua; otro, “yvyraro” por su gusto amargo; otro, “ka‟ahe‟é”
por ser dulce al paladar; otro “yvyratai” porque produce un notable ardor
amargo de acido. El lago se denomina “ypyta” o “ypa” en contraposición al
arroyo, que es “ysyry” o agua que corre.
A primera vista un problema grave para el guaraní constituirán los
fenómenos fisiológicos y psicológicos. Sin embargo, no, porque cada uno
tiene su repercusión perceptible por los sentidos y se lo denominara por su
característica repercusión. Fiebre en guaraní se dice “akanundú”, fonema
que responde al ruido que producen las pulsaciones en la sien cuando se
declara una calentura.
98
Fiebre palúdica será “akanunduro‟y” (fiebre-frio) a causa del
temblor agitado con sensación de mucho frio, que acompaña a esta fiebre.
El hambre se expresa con “py‟arasy” (dolor de estomago). Y a la
enfermedad dolor de estomago se le dice “py‟ahasy”. El síntoma o
manifestación de la infección son unas punzadas amortiguadas al compás
de las pulsaciones. Infección será entonces “tytyi”.
Esta palabra se aplicara a todo movimiento lento y flexible.
Mientras que con “syi” se formaran las palabras que expresen
contracciones bruscas como “py‟andyi” (sobresalto); “mondyi” (susto), etc.
Lo que hemos traído a colación no pretende ser un muestrario de
curiosidades sino la demostración de que el idioma guaraní es una lengua
realista sensorial, a la que corresponde la mentalidad concreta del
paraguayo, a quien le resultara poco menos que imposible comprender todo
lo que viene envuelto en puras ideas y abstracciones. Todo lo convertirá en
objeto de los sentidos. Poco o nada le preocupará la esencia de las cosas
sino las cosas mismas así como se ofrecen a los sentidos. Si no le importa
la esencia de las cosas, tendrá que abocarse a describirlas. No hay otra
alternativa.
99
CAPÍTULO XV
EL GUARANÍ Y EL CONCEPTO DEL TIEMPO
104
CAPÍTULO XVI
EL GUARANÍ Y LA DISTANCIA
105
No hace mucho fui a una clínica donde se hace análisis. Me llevó
una persona de cultura. La clínica queda sobre Estados Unidos. Volví y me
olvidé la dirección. Entonces pregunté por teléfono a mi cicerone quien, lo
único que atinó a decirme es que se encuentra sobre EEUU. Entre Herrera y
Azara, al lado de la casa de belleza “Anahí”, cuyo letrero resulta fácil de
ver.
Las gentes de la ciudad se molestan sobremanera con los
campesinos por las indicaciones que les dan sobre el lugar que desean
alcanzar. En primer lugar les dirán: “agui opytá ko‟águi”. Y los viajeros
nunca terminan de andar la poca distancia según la indicación de los
conocedores. Naturalmente que un turista, en el campo, no lleva en cuenta
que “mombyry” y “aguî” dependen de la apreciación del informante. Si él
suele hacer con frecuencia esa distancia, tiene la sensación de que es corta.
Por consiguiente, el lugar averiguado está cerca. Otro quizá diga que se
encuentra lejos. No es su camino habitual.
Infaliblemente le indicará unos puntos de referencia, que a una
persona de ciudad resultará, difícilmente individualizables. De este defecto
de nuestros informantes nadie tiene la culpa sino el guaraní que carece de
una medida de distancia.
Un agricultor nos engañará sin pretenderlo si le pregunto cuánto
tiene de cultivo. Tal vez diga una hectárea o dos hectáreas. Cuando le
comprueba, encontraré que apenas tiene una buena media hectárea el
primero, y el segundo, un poquito más de una hectárea. Carecemos de
medida de distancia y las que tenemos no las utilizamos porque no son
nuestras. Para estos casos el guaraní tiene la medida de “tuichá” y “michi”,
“ipukú ha ipé”, “ipypukú ha ipereri”, “ipy ha ipychi‟i”. Todo lo demás es
pura historia.
106
CAPÍTULO XVII
EL GUARANÍ Y EL ESTILO PARAGUAYO
107
Una vez terminado el preámbulo, contará que el día tal en
compañía de otro amigo de seriedad reconocida, lo vio a don fulano que no
da el vuelto a una pobre señora, para colmo desamparada, y todavía cargará
la tinta con el detalle de que don fulano no completó el kilo.
Una verdadera narración debe ser verosímil; para lo cual los
personajes, los hechos, las circunstancias y el tiempo deben ser concretos.
Un verdadero acontecimiento tiene fecha exacta.
Si no es posible fijar fechas para los cuentos propiamente dichos o
“casos” comenzará con los personajes totalmente paraguayizados: “oikó
petei kuñá imemby retáva”. Por lo menos pondrá un punto de referencia,
mental es el de vigilar y delatar que puede ubicarse lejos en el tiempo,
“yma”. Este es el comienzo de los cuentos de “pychaichi”. A renglón
seguido describe los pormenores de una casa campesina de las gentes más
pobres con sus animales domésticos y su cocina con el fuego apagado,
signo de que no tiene nada que cocer o comer. Ubica el cuento
concretándolo por medio de los pormenores.
La narración será muy sencilla, pero con todos los pormenores
necesarios. Las frases son claras, directas y carentes de florituras. Al
guaraní parlante le molestan las redundancias. El charlatán le tortura.
Pronto quiere entender lo que se le propone. El guaraní no puede echar
manos de las figuras a no ser que sean las de comparación. Absolutamente
imposible usar una palabra por otra; nunca la figura del tropo. Jamás se
permitirá en guaraní decir: “amboi‟u petei kopa” correspondiente al
castellano “tomar una copa”.
Lo que el guaraní expresa es una realidad y esa realidad no se
reduce nunca a otra. Tampoco será posible utilizar símbolos. De ahí que el
paraguayo no tiene en mucho a la bandera y otros símbolos porque los
símbolos son realidades en sí, que llevan su propio significado. El tricolor
será el tricolor. Nunca significará el Paraguay.
Alegoría, en principio, no será posible porque la figura se forma en
base a símbolo; la comparación es convencional.
Para el guaraní las cosas no tienen porqué perder su propio
significado. Lo que no quiere decir que no exista alegoría especialmente en
la literatura poética. Se halla el caso “nde rendápe ayú” cuando se dice allí
“che asusena blánca ryakuãvu reí”. A la novia se la compara con la blanca
108
azucena olorosa. Ciertamente en este caso la comparación se basa en la
relación de semejanza convencional o si se prefiere, intencional. Las
excepciones confirman las reglas.
La única figura apropiada en el guaraní es la comparación porque a
causa de la descripción, cada cosa es irreductible a otra; no puede ser otra.
Puede ser semejante; igual no. El guaraní parlante permanentemente usa la
expresión “ha‟eté” (muy parecido) o “oyoguá” = se parece.
Lo interesante es que la figura se lleva a cabo en base al verbo. Lo
más llamativo es que el primer término de la comparación termina
identificándose con el segundo término, contenido en el verbo. “Ko karia‟y
iyaguá” (este joven es delator). En realidad lo que se dice es: este joven se
ha aperrado o se ha hecho perro cuyo comportamiento fundamental es el de
vigilar y delatar.
En guaraní todas las palabras pueden convertirse en verbo. Aún los
adverbios, por ej. “pya‟é”. Puedo decir “aguatá pya”é” y también “che
pya‟é” (me aligero, diríamos). Ahí que el guaraní cuenta con un recurso
lingüístico incomparable. Se puede hacer maravillas en la expresividad.
Para aumentar la fuerza expresiva se prescinde prácticamente de
palabras abstractas y sin contenido de la realidad palpable. El paraguayo
transmite cosas, y cosas sensibles y sensibilizadas. Naturalmente las cosas
son impactantes.
No usa la tercera persona neutra porque ésta no contiene realidad.
El guaraní se expresa con su sujeto real con su verbo correspondiente y su
complemento. La fraseología guaraní nunca se complica. Muy sobriamente
utiliza las frases complementarias. Las frases, por lo general, son cortas y
claras. El hipérbaton es prácticamente desconocido. En consecuencia la
mentalidad del paraguayo es sencilla, clara y concreta. Todo lo rebuscado
lo confundirá.
Quisiera aclarar que, al decir que no existe tal o cual cosa en el
guaraní, hablamos de lo ordinario, lo dominante, regla general, sin
pretender que no exista ninguna excepción. Ya se sabe que las excepciones
confirman las reglas.
109
CAPÍTULO XVIII
EL GUARANÍ Y EL HUMOR PARAGUAYO
112
La pérdida del humor es una actitud muy notable en los paraguayos
que luchan por la reivindicación social. Se amargan, y el paraguayo
amargado es peligroso. Está alienado.
Nadie se crea que hemos pensado que aquí se ha dicho todo sobre
el humor paraguayo. Pero se dice algo en que deben pensar los humoristas
nuestros del teatro, de las pantallas grandes y de las pantallas chicas al
mismo tiempo que sus libretistas. Hay algunos autores de comedias que han
utilizado muy bien esta veta del humor paraguayo. Otros se equivocan de
medio a medio practicando imitaciones con el recurso con sus
insinuaciones de doble sentido, que se hacen mucho mejor en otras tierras
como en la Argentina.
113
CAPITULQ XIX
EL GUARANÍ Y LA GROSERÍA
114
Los españoles hicieron una calamidad con el eufemismo. Imagínese
que los españoles se ponían colorados porque se pronunciaban palabras con
que se designan órganos sexuales mientras mataban a cientos de miles de
indígenas en las encomiendas o en las guerras desatadas para someterlos a
la esclavitud, y se revolcaban con decenas de concubinas indígenas. Con
razón Marañón dice de ellos que son las gentes más hipócritas del mundo.
Qué lío hicieron. Por de pronto suprimieron todas palabras de
relación sexual. Los hombres decían “oporenó” y las mujeres: “amenó”. Se
convirtió en “pyhy” haciendo de la inocentísima ”pyhy” una mala palabra.
Por último, tampoco se puede pronunciar esta palabra por ser mala aunque
en realidad simplemente significa "tomar".
Ahora ya no puedo decir ingle en guaraní porque responde a la
palabra “takó”. La enfermedad de la hinchazón de los ganglios de la ingle,
consecuencia, por lo general, de alguna infección de los que andan
descalzos, se llama “tako rurú”, pero ahora tengo que decir “che cuarto
mata rurú”. El órgano femenino o la vulva se llama “tapypí” El pene a su
vez se llama en guaraní “tapi‟á”. “Tembó” es un tipo de rama larga y
reptante por lo general y flexible. En guaraní se dice “sandía rembó”. Allí
tenemos el “takuarembó”, una de las especies de takuara sin huecura dentro
de la caña larga y flexible. Cuando la planta de la sandía comienza a
desarrollarse se dice “hembo asãi” (se esparce sus ramas).
En estas cosas se llega a lo increíble. No hace mucho consulté el
diccionario de Peralta-Ozuna buscando vena en guaraní. No lo encontré.
Luego consulté el del P. Guash quien, a pesar de haber hecho el
monumental trabajo de la gramática guaraní, nunca es de fiar en el
Diccionario.
De repente me topé con la palabra “vagina” y cuál fue mi sorpresa
al leer su traducción en guaraní “Ta‟yi rapé”. ¿A Ud. no le parece ridículo
al máximo? Esto sí que es pornográfico. Así es. El P. Guash carece de
mentalidad guaraní e inventa de una manera desastrosa las palabras
guaraníes. Seguro que como buen español aunque sea un catalán “Ta‟yi” o
testículo le pareció más decente que el “Tapi‟a” o pene. Además dentro de
su sencillez e ingenuidad - esto lo digo porque lo conocí muy de cerca - le
pareció más decente, sin percatarse de que lo que hizo era adefesio. A más
115
de ser falso lo que dice, un guaraní parlante nunca llamará a la vagina
“tapi‟á rapé”, jamás... jamás. Esto sí que es grosería.
El ser gramático no garantiza el conocimiento de una lengua,
porque toda lengua cuenta con lo imponderable y solamente el dueño de lo
imponderable es el conocedor real de la lengua. Cervantes no es el mayor
literato castellano por ser el mejor gramática de la lengua castellana. Lo es
porque está imbuido de lo imponderable del castellano, lo cual le da la
posibilidad de expresar lo que quiere y con la propiedad requerida.
¿Entonces el guaraní parlante nunca es grosero? Por supuesto que
sí. Pero su grosería no se encuentra en las palabras sino en las intenciones
que se hacen sentir en el énfasis y en descripciones innecesarias. Como el
caso del P. Guash. La grosería del guaraní parlante, pues, está más allá de
las palabras. Su malicia no se manifiesta en las palabras en sí, sino en las
añadiduras que sufre la palabra y, ante todo, el énfasis.
116
CAPÍTULO XX
EL GUARANÍ Y SU CONCEPCIÓN DEL HOMBRE
120
CAPÍTULO XXI
LA COSMOVISIÓN DEL PARAGUAYO
128
Desaparecido el vínculo de unión, el cacique, las familias han
perdido el centro de relacionamiento permanente entre sí.
La relación permanente que el paraguayo mantiene es con el ser
transcendente. Este es el padre de familia, que dirige toda suerte de los
hombres. Después de la venida del cristianismo, se lo llama “Ñandeyára”,
traducción directa de la palabra “señor”, Anteriormente lo llamaban
“Ñande Ru Tenondé” o “Ñande Ru rusú”, “Ñande Tamói guazú”. No faltan
quienes afirman que también estos nombres tienen origen en el
cristianismo, aunque no creo que la concepción de abuelo responda a
influencia cristiana. Esto poco importaría. Lo relevante sería que el vínculo
común aún social, sea el Padre común o Dios.
Dios se encarga directamente del destino de los hombres. De los
otros seres vivientes se encarga un hada buena concebida con la bondad de
las abuelas, denominada por eso “jaryi”. Este bondadoso demiurgo Se
encarga de mantener la ecología. Cuida que las especies se conserven. Se
reviste aun de formas terroríficas para defender la supervivencia de sus
protegidos. Es una especie de ángel de la guarda de las especies de
animales indispensables para la vida de las tribus.
Pensar en la supervivencia de la etnia cultural es pensar en los
niños. Sin niños la tribu desaparecerá indefectiblemente. Ellos constituyen
la esperanza y alegría, y no rara vez, la molestia de los ricos. Los niños son
niños; no son pequeños adultos. Sin embargo deben aprender de los adultos
sus futuros roles. Desde su tierna edad aprenden a hacer por sí misma todo
lo que está a su alcance. Cuanto antes, se manejan por sí mismo. Sería
incomprensible, por ej., que a los tres años se le siga dando de comer o se
lo siga vistiendo. Porque son la niña de los ojos de sus padres y su etnia
cultural, no habrá que ser complaciente con ellos. Urge educarlo para la
vida; de lo contrario la vida lo abrumará.
129
CAPÍTULO XXII
LA VENGANZA EN EL PARAGUAYO
131
CAPÍTULO XXIII
EL PARAGUAYO Y EL FANATISMO
132
Las circunstancias que fanatizan al paraguayo, son dos, bien
individualizadas; el fanatismo grupal y su auto-justificación del cambio
asumido. Habíamos anotado que el paraguayo sufre la condición de su fácil
integración al entorno geográfico y humano. Se siente identificado de tal
manera que su lenguaje lo delata como lo habíamos anotado en otra
oportunidad. Se dice que todos los hombres de todas las razas se convierten
en presa del sentimiento predominante de las masas. Es difícil, casi
imposible, mantenerse indiferente y ecuánime cuando el grupo hierve en
sentimientos violentamente manifestados. El paraguayo que se integra al
todo, no podrá evitar nunca el fanatismo colectivo. La corriente lo
arrastrará infaliblemente. Quizá hallemos algunos libres de semejante
presión. Pero este hombre -excepción es probable que simplemente no
comulgue con el sentimiento determinado de un grupo enfervorizado.
Quizá le domine el fanatismo de otro grupo con el que se identifica, con
otros intereses y otras visiones. Puede suceder que tome parte del grupo
sencillamente, sin moverle un sentimiento fuerte. Contemporiza para no
crear desavenencias o caer mal parado.
La otra circunstancia que lo fanatizará será la auto-justificación de
su cambio. El cambio por el cambio lo presentaría a sus propios ojos en
calidad de pobre imbécil. Lo que se dice en el pueblo es que un hombre de
honor no cambia de opinión. No debe cambiar nunca de partido político,
por ejemplo. Recuerdo que en 1961 llevé al General Colman un dirigente
liberal amenazado de muerte durante el descabellado hecho de la guerrilla.
El señor se llamaba Carlos Chamorro. El general lo primero que le
preguntó a qué partido político pertenecía. El otro le respondió que al
Partido Liberal, y prefería morir antes que renunciar a su partido. El general
lo felicitó por su condición de varón de pelo en pecho. “Karia‟yeté nde” le
dijo. El general era un hombre de pueblo. A raíz de aquel encuentro
Chamorro siempre fue un hombre de confianza del General Colmán.
Por la necesidad de la auto-justificación, el paraguayo que cambia
de opinión o renuncia a lo suyo recibido en patrimonio, se vuelve fanático.
“Eñeñangarekókechuguí; hake kolorado pyahú hina” se hace la advertencia
al amigo. Consecuentemente no sería nada extraño que los nuevos en
cualquier agrupación coparan la directiva del grupo. Su notorio fervor lo
acredita.
133
Lo mismo sucede al paraguayo que cambia de religión. Se vuelve
desaforadamente fanático. A más de que las sectas religiosas someten a sus
neófitos a cierto tipo de lavado de cerebro, el paraguayo, que siempre se ha
identificado con la religión cristiana católica, necesita de una actitud
violenta para demostrarse a sí mismo que se ha cambiado con sobrada
razón. Esgrimirán una cantidad de pormenores que lo justifican. Que su
familia se ha curado. . . que los curas lo han explotado aunque nunca
pisaron el umbral de la iglesia y aunque en la secta entreguen con
rigurosidad sin contemplaciones el diezmo así como suena; que le
obligaron a seguir curso de horas en una semana aunque en la sexta sea
sometido a seis u ocho horas semanales de formación o estudio de la Biblia.
El fanático siempre será irracional e impermeable a todo tipo de diálogo. El
paraguayo fanatizado es capaz de “achurarte” como dice el gaucho
argentino.
134
CAPITULO XXIV
LA MÚSICA DEL PARAGUAYO
136
La tragedia para el paraguayo es un accidente de la vida; nunca
podrá marcar su alma. Por eso carecemos de música de protesta
propiamente dicha. Ni siquiera las letras son de real protesta a excepción
única quizá de las de Teodoro Mongelós. No se me escapa que en las
décadas del 60 y 70 se han importado muchas letras de protesta y también
música. Pero desaparecieron porque el paraguayo no soporta la tragedia.
No condice con su identidad. Si la acepta, al poco tiempo verá destruida su
alma quitándole el optimismo de la vida como hemos observado en tiempos
de las ligas agrarias, dominadas por extranjeros con alma llena de amargura
tal vez, del fracaso en sus propias tierras.
La lentitud de la melodía y cierta moderación en el tono responde
al carácter contemplativo. Todo lo fuerte y lo rápido va directamente contra
la contemplación, que requiere lentitud para contar con el tiempo de
ponerse frente a las cosas o acontecimientos o las personas. La
contemplación conlleva cierta paz o necesita una cierta dosis bastante alta
de paz. Lo estrepitoso que hiere la interioridad anula a la contemplación. El
paraguayo se aturde con lo estrepitoso. Hasta considera falta de respeto el
hablar fuerte.
No hace mucho conversaba yo con una muchacha que pertenecía a
cierto grupo de laicos consagrados cuyo asesor es sacerdote español. Nos
decía que ella infaliblemente se escondía con otras compañeras cuando
llegaba el susodicho sacerdote. Les espantaba porque hablaba muy fuerte.
No las retaba, simplemente hablaba muy fuerte. Por lo visto tenía una voz
impresionante, que es suficiente para perturbar el ánimo del paraguayo.
Una experiencia, hace unos años, con los seminaristas del
Seminario Menor de Villarrica. Les había dicho que la música, llamada
culta, es fácilmente comprensible. Sus melodías son también simples con la
diferencia de que se las desarrolla como se desarrolla una idea en una
composición literaria. En fi, para demostrarles les hice escuchar la “Danza
de Anita y el amanecer” de Peer Gynt de Grieg. Todos contentos. Luego
escuchamos el cuarto movimiento de la sexta sinfonía de Beethoven. Este
creó cierto desasosiego. Pero, cuando escuchamos la primera parte de una
“noche en Monte Calvo”, por poco los muchachos no se tapaban los oídos.
Este poema sinfónico produce la sensación, no de una tormenta que
describe Beethoven, sino de que el universo se desquicia y se desintegra.
137
Un cataclismo cósmico, que en una persona excesivamente sensible, puede
producir el sentido de un cataclismo psíquico. A más de la terrible
descripción del mal, Musorski recurre a la disonancia espantosa justo para
dar la sensación del desquicio y despedazamiento universal concentrado en
la misa negra. El paraguayo no lo soportará. Quizá ni siquiera diga que se
trata de un ruido menos molesto como Napoleón definía la música, según la
leyenda que corre por ahí.
La disonancia expresa lo trágico, la destrucción irredenta. Las cosas
no se encuentran en su lugar, ni siquiera se las puede componer. Lo peor
del caso es que escapa a la posibilidad del paraguayo de dominar lo trágico
por medio de la evasión y la caricatura o ridiculización. En la música, la
tragedia carece de cara y cuerpo, así que es imposible encontrarle el lado
ridículo. Más aún, le hiere al paraguayo por medio de lo inefable en el
mundo de sus sentimientos, dentro de su intimidad. Con la música queda
prisionero de la tragedia en vez de aprisionarla él como normalmente
sucede o hace.
La característica de la música paraguaya será siempre de tono
romántico; de acordes perfectos; de ritmo lento y acompasado. La música
sería uno de los caminos de fácil descomposición interna del paraguayo.
Someterlo a la disonancia, pronto sería presa de la tragedia. Y ni pensar en
esto porque del paraguayo sin su vida franca, se podrá esperar cualquier
cosa, formaría una masa destructora peor que los tártaros de aquellos
tiempos. La música paraguaya llama a la meditación y a la danza antes que
al baile.
138
CAPITULO XXV
LA POESÍA
141
CAPÍTULO XXVI
EL PARAGUAYO Y LAS ARTES PLASTICAS
142
Diríamos que prácticamente el arte pictórico es desconocido por
nuestros antepasados indígenas.
Se preguntará cómo es que pudieron desarrollar la pintura en la
época colonial bajo la dirección de los europeos. Bueno, esto sería fácil de
explicar. La combinación de los colores le resultaría no problemático una
vez que se le proporcionara el rudimento de la técnica de este arte. El otro
problema sería cómo pudieron ofrecer a sus maestros pinturas o tintes casi
indelebles y de todos los tonos. Esto también sería muy fácil de explicar
por su gran conocimiento de la naturaleza: de la tierra, de la flora y de la
fauna. Así como conocían los guaraníes las virtudes medicinales de miles
de plantas, conocían los colores de quizás de cientos de plantas.
El conocimiento de tintes no se debe al desarrollo del arte pictórico
sino al conocimiento de la naturaleza, en especial de la flora. Hasta ahora se
extrae el amarillo indeleble del “tatayyvá”; el verde con que se tiñe el hilo
de pesar se consigue del “typychau”; el rojo del “urukú”. Seguramente para
la pintura al óleo utilizarían el “tapytá”, un material excelente, también
indeleble y resistente a todo tipo de material corrosivo como la sal y el
ácido.
Pienso que a la pintura en sí el paraguayo no la aprecia. Quizá la
naturaleza es tan pródiga que la pintura no le resulta sino una artificiosidad
innecesaria; la pintura no es la realidad. Me contaba una hermana de la
Congregación de las Hijas de María Auxiliadora que los “ayoreos” cuando
pintan un árbol usan cualquier color. Al preguntársele por qué usan el rojo
para pintar las hojas, responden: porque lo que hace no es la realidad, no es
árbol. Por consiguiente no tienen porqué usar el verde. Es decir, lo que hace
no es nada, por lo menos, nada real.
El paraguayo acepta la pintura y la aprecia en la representación de
los santos o las imágenes sagradas, pero ante la carencia de la estatua. Las
imágenes pintadas son de segunda categoría, aceptables, a falta de la
primera categoría. Hay imágenes religiosas pintadas no aceptadas por el
paraguayo como la del Crucificado.
El Crucificado pintado no es el Crucificado. A veces se
representará la pintura de un magnífico crucificado, en relación de San
Francisco, por ejemplo, pero él nunca lo llevará en cuenta. Al preguntársele
si tiene un Crucificado en su casa, de cuya falta siempre se considera
143
culpable, nunca le dirá que lo tiene si en su nicho solo se encuentra la
pintura del Crucificado.
Es que la pintura no se parece a la realidad que tiene cuerpo. Quizá
solamente en la realidad guaraní lo más parecido a un lienzo de pintura sea
el arrebol del atardecer y la alborada. También las nubes. Sin embargo para
el concepto del guaraní el firmamento “ára” es algo sólido, terso, sano
descompuesto por una especie de laga “ara-aí” o “arai”.
En la pintura las cosas materiales se vuelven prácticamente
impalpables. Han perdido a la realidad de la materia. El cuerpo se convierte
en una especie de ilusión óptica. La pintura no responde a la realidad de las
cosas materiales. Les quita su objetividad. Pintar las cosas siempre
constituirá una ficción.
En realidad, en cuanto yo sepa, el idioma guaraní carece del
concepto de pintura. Despintar, sí, existe (“amboyé‟o”), técnicamente sería
“amboyé” y podría usarlo hoy. ¿Pero lo usaron los guaraníes al pintar en
abstracción? Colorear en sus diferentes tonos existe: “ambopytã”,
“ambohovy”, “ambopará”, “ambyesa‟yjú”. El “ta‟anga apó” podría
aplicarse tanto a la pintura como al dibujo, que goza de muy poco aprecio
sino sólo en cuanto sea una fiel imitación de la realidad o en cuanto a la
cualidad de la persona capaz de retratar con unas líneas. Normalmente
pocos se preocupan ni de adquirir esta cualidad o desarrollarla. No vale la
pena.
La idea estética que rige en la pintura es la de la proporción que
rige en la naturaleza. La perfecta armonía entre las partes. Un animal con
cabezas o patas desproporcionadas es feo. También si la altura no responde
al volumen del cuerpo, la pintura será fea. No responde a la realidad. El
parámetro de la estética del paraguayo es la naturaleza; por lo cual su
origen se hallaría en la perfecta armonía de las partes.
Será absolutamente imposible convencer al paraguayo que la “Guernica” de
Picasso sea una valiosísima pintura. Nadie le quitará de la cabeza que no
sea un simple mamarracho. Suerte que frente a una pintura impresionista
cada uno experimenta su propio placer estético. Entonces le ampararía
también el derecho de no sentir nada o sentir la impresión de un
mamarracho. Entre los últimos me encontraría yo y muchos que se pasan
boquiabiertos por horas delante de semejante pintura. Ya había dicho Lili
144
Pons, cantante francesa muy renombrada en su época, cuando unos
reporteros le preguntaron su juicio sobre el pintor malagueño. Respondió:
“Mi hijita de siete años hace dibujos tan buenos como los de él con la
diferencia de que ella no los puede exponer en la Galería Nacional de
Bellas Artes”. Con seguridad el paraguayo estaría totalmente de acuerdo
con la famosa diva.
145
CAPÍTULO XXVII
LA ESCULTURA
147
CAPÍTULO XXVIII
EL CRITERIO DE SALUD DEL PARAGUAYO
150
CAPITULO XXIX
EL PROBLEMA DE LA CULTURA
RELIGIOSA DEL PARAGUAYO
151
El cristianismo es una religión universal, que originariamente está
vertida en una mentalidad hebraica y posteriormente a la greco-latina.
Como las expresiones de las literaturas sagradas fueron consideradas
intocables aún en las palabras, no fue posible ni pensar en la inculturación.
Ni siquiera se podía tocar una palabra o una frase de la Sagrada Escritura
aunque el mensaje resulte diametralmente opuesto al ser vertido en otra
lengua y otra cultura.
Hemos convertido el gran libro de mensajes en montón de palabras
sagradas y consecuentemente intocables. Así que el guaraní mal pudo
comprender en muchas ocasiones el mensaje evangélico.
No se trata de discusiones bizantinas cuando se advierte sobre la
enfermedad básica de la evangelización del primer momento, de la que
nadie procuró curarla con el correr del tiempo. Nos equivocamos de medio
a medio cuando pretendemos explicar la deficiencia de nuestro cristianismo
a costa del pobre Francia, sin desconocer que este señor pudo influir para
que el espejismo de un cristianismo importado desluciera.
Muchos valores fueron comprendidos e inculturados. Entonces
quedarán firmes. Otros fueron arropados en signos importados que, con el
tiempo, fue imposible ver la relación entre el signo y su contenido, al
aflojarse por las circunstancias históricas la tarea de inculcar el mensaje de
Salvación. Mientras no comprendamos que la cultura es el vehículo de
comprensibilidad de los pueblos, no le vamos a otorgar su rol insustituible
y seguiremos inculcando el mensaje evangélico hasta la saciedad sin
hacerlo familiar al paraguayo. Muchos valores cristianos seguirán extraños
en lenguaje extraño o valores extraños a causa de expresarse en lenguaje
extraño.
Ya hemos anotado lo que significa, en cuanto conjunto de valores y
comportamientos, ser "católico, apostólico, romano”. A pesar de pulular
movimientos nacidos en otras latitudes, el paraguayo no cambia con
relación a lo que hemos dicho de él en cuanto a cristiano. A veces reina un
gran entusiasmo pensando que se ha dado con la piedra filosofal para
cambiarlo y de repente nos topamos con la decepción de que al paraguayo,
apenas, se lo ha vuelto a retocar con un poco de barniz. Él trabajo de la
catequesis demuestra fehacientemente que el cambio del paraguayo
católico es un problema. Se ha errado de camino.
152
Sobre el problema religioso del vaciamiento de los signos nos
explayamos mucho en otro trabajo denominado “La catequización del
católico paraguayo”. Este problema deriva de los signos artificiales o
símbolos, expresiones de valores propios del cristianismo. Con todo, a
pesar de la superficialización el cristianismo del católico paraguayo
subsiste el juicio del valor muy fuerte para ciertos ámbitos de la existencia.
El “católico paraguayo” es capaz de enjuiciar correctamente los actos de los
demás en sus relaciones primarias aunque él caiga en los mismos errores o
incoherencias existenciales. Su juicio, diríamos, no constituye un criterio
suficientemente poderoso para obligarlo a obrar conforme a lo que piensa.
Diríamos que en muchos casos el cristianismo no se existencializa en el
paraguayo.
A causa de la absorción parcial del cristianismo de parte del
paraguayo, ser cristiano carece de una concepción integralista de su vida
cristiana. Sus valores cristianos son casi autónomos. Carecen de una
interdependencia. Lo que no quiere decir que no exista un valor principal
como el caso de “Ñandejára Jesucristo” aunque éste no juega el papel de
valor cardinal en la conciencia del católico paraguayo. Su cristianismo no
es un cristianismo orgánico. No sé si en otros pueblos existirá un
cristianismo realmente orgánico.
No hablamos de las élites, entre las cuales quizá se encuentre esta
concepción, que constituirá el gran desafío de toda evangelización en el
Paraguay y que, por otra parte, no se conseguirá nunca jamás mientras
caminemos por las vías de culturas extrañas o mientras no nos apoyemos en
su propia cultura.
Al describir al paraguayo católico ponemos de relieve los valores
religiosos que lo mueven, y al hablar de la religiosidad popular hemos
anotado sus comportamientos religiosos ordinarios y válidos a sus ojos.
Quizá no habremos agotado el tema, pero ya contamos con el material
suficiente, casi total, del elenco de su comportamiento heredado.
Lo que nos falta hablar es de su lenguaje religioso. Está por demás
decir que sin conocer el lenguaje de un pueblo, es imposible conocer su
cultura. Diríamos que el lenguaje es la cultura de un pueblo; en mucho
mayor grado, el pueblo paraguayo que carece de expresiones culturales
153
materiales. Apenas existen hoy algunos monumentos que el paraguayo no
los considera suyos.
Las civilizaciones antiguas se dedicaban a levantar monumentos a
sus héroes, en los lugares de sus gestas y de sus tumbas. El guaraní apenas
se enterraba en una especie de cántaro, perdido en las espesuras de los
bosques. Recién hace unos poquísimos años que hemos dado a levantar
estatuas a los héroes. Algunos historiadores extranjeros clamaban por un
monumento al Mariscal López, por ej. mientras a nosotros ni se nos
ocurría.
Para el paraguayo el único a quien se debe levantar monumento es
a Dios. Los templos deben ser grandes y dignos. El trato a Dios debe ser
respetuoso. El lugar santo o dedicado a Dios no debe utilizarse para ningún
otro fin. Se le debe lo mejor. Es el Señor.
El conjunto de comportamientos, de signos, acciones y gestos
constituye el gran medio con que un pueblo se comunica. La religiosidad
popular con signos y acciones es parte fundamental de su lenguaje
religioso. También la liturgia. Pero nosotros deseamos hacer hincapié sobre
el lenguaje como idioma o conjunto de palabras portadoras de valores. Las
palabras llevan en sí juicio de valor.
Debemos reconocer que el paraguayo está dotado de un lenguaje
religioso con que comunica lo que, a su juicio, es un valor. La palabra está
unida o identificada con algo religioso de tal manera que si se le arrebata
esa palabra se le quitará el valor. Al fin y al cabo la palabra es el primer
símbolo o signo con que se tipifica o define una cosa, se la comprende y se
la transmite en su calidad de algo.
Los pueblos, no sólo en la religión sino en todos los ámbitos de la
vida y en el entorno, cuentan con palabras que les hace comprensibles las
cosas internas y externas. Cuando se le quita esas palabras, naturalmente se
apodera de los pueblos la confusión. Ya no sabe qué es qué. Este fenómeno
sucede en las invasiones culturales. El pueblo pasa largos períodos de
oscuridad cultural porque ya no saben ni qué son ellos. A veces, pasan los
siglos para que un pueblo se recupere. Recién en ese momento puede
comunicar y crear, porque ha recuperado la palabra y puede expresarse.
El arte siempre es la expresión de la realidad hacia un
perfeccionamiento. Nunca es una creación pura. En este aspecto requiere de
154
la palabra para que sea una transmisión de valores y para que el hombre lo
pueda comprender.
No es ningún capricho respetar las palabras, no importa que con el
tiempo vaya sufriendo modificaciones insensibles hasta a veces, perder casi
su significado original. La semántica responde a la necesidad de mantener
la palabra con su relación básica a una realidad que va cambiando.
Los acontecimientos que son fuentes de experiencias de los
pueblos, nunca son absolutamente iguales de un tiempo a otro tiempo. Son
analógicos. El pueblo no inventa palabras para una diferencia, a veces
ínfima, casi imperceptible. La sensación que produce en el interior es que
los acontecimientos analógicos son iguales. El problema sobreviene cuando
se oscurece la analogía a causa de cambios excesivamente grandes.
En lo religioso, en nuestra Iglesia, se ha procedido con muy poca
cautela y mucha irresponsabilidad en cuanto al manoseo de las palabras.
En una época, recuerdo, a causa del cambio de los tiempos, se ha jugado
con el pueblo hasta con pretensiones prácticas de considerarlo un robot al
que se lo puede programar y reprogramar para cualquier cosa. Con la
electrónica se puede jugar al cambio repentino, pero con el hombre, no.
Este lleva demasiada carga anímica de la que no resulta posible
desembarazarse sino lentamente y en largos períodos de tiempo. Y el
cambio sólo le resulta razonable por la vía de la analogía. El cambio de
“shock” será posible solamente en la economía que no maneja el pueblo
sino algunos técnicos. Menos aún se puede llevar a cabo el “shock” porque
el paraguayo de profunda carga anímica del pasado es incapaz de
absorberlo. Para él los cambios bruscos son imposibles. No los
comprenderá. La confusión infaliblemente se adueñará de él. La
consecuencia es su paralización.
Ciertamente el lenguaje religioso del paraguayo no es el lenguaje
teológico de aula. Naturalmente no podrá utilizar el lenguaje teológico puro
a causa de su abstracción porque no le dirá. Sin embargo, su lenguaje, no
por eso, dejará de ser menos teológico para él. Significará el valor religioso
que hace a su fe, y, si se prefiere, los valores religiosos cristianos que son
objetos de fe. Las palabras, que usa están cargadas de teología o le hablan
de Dios y de todo el contenido de su fe cristiana.
155
Podríamos dividir las palabras que se refieren directamente a Dios,
a Jesucristo, a la Iglesia, a los Sacramentos y a los santos. Quizás no se
encuentre en condiciones de aclarar muy bien o nada bien el significado de
las expresiones, pero esas expresiones ciertamente le resultan
imprescindibles para la comprensión de los valores religiosos y su
comunicación.
Para muestra echaremos mano a algunas palabras.
Dirá “Padre Eterno”, refiriéndose al Padre, la primera persona de
la Santísima Trinidad, en su comunicación familiar y diaria. Decir “Padre”
para el paraguayo es hablar del padre natural. El problema del guaraní
necesita diferenciar a Dios Padre del padre natural. La diferencia
fundamental entre Dios Padre y el padre natural estaría en que el uno es
eterno y el otro es muy temporal.
La Santísima Virgen o la Virgen María. Por siglos en estas
tierras María, a la madre de Dios, se la llama “La Santísima Virgen” o “La
Virgen María” o a veces “María Santísima”. En guaraní “Tupãsy” es
sinónimo de la Santísima Virgen por más que la palabra signifique “Madre
de Dios”. De ahí que los poetas digan a su amada “che tupãsy” o la Virgen
adorada. Cuando hoy decimos “María” refiriéndose a la Virgen, el
paraguayo recuerda a cualquier otra María sin que se le ocurra pensar en la
madre de Dios. A los escrituristas y a los protestantes les resulta natural
llamarla María a secas.
“Jesucristo o Ñandejára Jesucristo”. “Cristo” no significa nada
para el católico paraguayo. Nunca dicha palabra sola se refirió a Jesucristo.
Jesús a secas, tampoco. Estas palabras legítimas escriturística y
teológicamente carecen de resonancia anímica para él. De tal manera que
“kiritó”, la guaranización de Cristo ya llevada a cabo en los primeros
tiempos de la colonización, suena hoy a palabra burlesca. Los curas y
religiosos fanáticos de la palabra “Cristo” tienen que saber que no dicen
nada al paraguayo, nada que tenga resonancia anímica. “¿Qué será cuando
llegamos a la ridiculez de llamarlo el “flaco”?
"San". Esta palabra es importante para diferenciar al hombre
común de los que gozan de la presencia de Dios. A los que nos consta que
se encuentran en la presencia de Dios, siempre se los llamó "santo". Suena
muy mal al oído del paraguayo decir el “evangelio” de Lucas o Mateo
156
porque es probable que estos nombres en nuestro recuerdo estén
relacionados más bien con personas ridículas por deficiencias físicas o
morales.
"Eucaristía". Esta palabra tampoco significa nada. Nunca el
pueblo paraguayo la utilizó. La Eucaristía fue siempre el Santo Sacrificio
de la Misa, y con relación a Jesucristo reservado en el Tabernáculo, lo
llaman el “Santísimo Sacramento”. En consecuencia, por ej., cuando yo
decía “La Eucaristía para el nuevo Paraguay” yo no decía nada al
paraguayo. Eso sí que era “flatus vocis”. Predicamos en el desierto. Gastar
saliva, energía y buena voluntad para nada. Mejor sería no decir, con lo que
seríamos menos perniciosos.
“El nuevo nombre de la caridad” Primero nos metimos con el
desarrollo y luego con la promoción. Al final, el que no hacía la promoción
no era cristiano.
Casi tiramos por la borda la asistencia sin darnos cuenta de que la
promoción es también un tipo de asistencia; lo que llamábamos de una
manera comprensible para el paraguayo “enseñar al que no sabe”. Se halla
consignado entre las catorce obras de misericordia. Probablemente hoy ya
desconocemos esas catorce obras de misericordia.
Tanto el “desarrollo” o la “promoción” no son comprensibles para
el paraguayo de mentalidad concreta. Al contrario, comprende, “enseñar al
que no sabe” cultivar, no saber cuidar la salud, ordenar un hogar... tampoco
comprenderá la frase “enseñar a ser más”. ¿Qué significa ser más?
Estas pocas muestras nos demuestran que salir del mundo del
lenguaje religioso del paraguayo, no sólo somos inocuos en el campo de la
evangelización sino, lo más grave, somos perniciosos. Des-evangelizamos.
Quitamos al paraguayo su cristianismo. Del método a aplicar en el caso
paraguayo se hablará en el inédito libro “La catequización del paraguayo
católico”.
157
CAPTTULO XXX
LA FENOMENOLOGÍA DEL
“CATOLICO PARAGUAYO”
a) Su definición y característica
b) Su evangelización
164
CAPÍTULO XXXI
EL PARAGUAYO Y EL OTRO
LA COMUNIDAD
166
Entonces es lógico que me interese por su persona; qué cometido le
trae o trae entre manos; de dónde proviene y por cuánto tiempo
permanecería entre nosotros.
Damos por supuesto, en el Paraguay, que las preguntas nunca se
referirán a la intimidad del interlocutor porque la intimidad es sagrada. Si
existen dos con quienes intimar un paraguayo, sería una demasía. Lo
normal es que no exista ninguno.
A los extranjeros, después del momento de extrañeza, les encanta
esta actitud de los paraguayos. Se sienten en un mundo humano en que los
hombres son algo digno de atención. De repente el anónimo hombre de las
grandes ciudades se siente alguien. En este mundo de las relaciones
primarias lo importante son las personas.
Las funciones quedan en segundo plano.
En el Paraguay no es raro ver a los funcionarios públicos platicar
amenamente con uno o dos, en vez de atender sus respectivas funciones. Es
que no es posible hacer otra cosa. Ha llegado un amigo o un recomendado
del amigo. Pues hay que atenderlo con mucha deferencia. El Paraguay es el
país de los amigos, parientes y compadres donde nada es imposible.
Cuantos más amigos cuentas, más perspectivas se abren en la vida.
Por el amigo hasta se puede desvalijar la nación.
Sin embargo es notable la proliferación de la maledicencia. Es que
la maledicencia es una característica de la comunidad. Pero, en ella, no todo
es negro; tiene su lado positivo. Algo incomparablemente peor es la
indiferencia.
El maledicente considera que el otro es digno de atención y
consideraciones preferenciales, de tal suerte que se lo convierte en el centro
de las preocupaciones, mientras, que la indiferencia lo ignora. Cuando en
una comunidad nadie habla de ti, considérate muerto socialmente; ya no
eres nadie.
¿Qué hacer con un extraño que, por pisar dentro de los límites de la
comunidad, es considerado automáticamente miembro de ella? La pregunta
ya tiene su respuesta. Pues, si es miembro, hay que acogerlo y acogerlo con
alegría, proporcionándole todas las comodidades con que cuenta la
comunidad o la familia. A este advenedizo o peregrino de otros lares, se lo
llama aquí “mbohupá”, palabra que literalmente traducida significa: a quien
167
se ofrece la cama para dormir o pasar la noche. El paraguayo le otorga
todos los privilegios. Él dormirá en el suelo y el “mbohupa” en la cama. Le
servirá la mejor cena posible dentro de sus limitaciones de medios. Cuando
no tiene nada bueno para agasajar al mbohupá”, lo pedirá al vecino. Hasta
hace relativamente poco el “mbohupá” dormía en la pieza de los dueños de
casa. Las malas experiencias con las gentes del mal vivir quitaron esta
costumbre recién anotada con relación al “mbohupa”.
Pero no por eso ha dejado de brindarle todas las atenciones que les
sean posibles: tereré, mate, comida y lugar para dormir.
Mons. Sinforiano Bogarín dice que el paraguayo es desagradecido.
Yo diría que más bien que no agradece. En último caso este paraguayo le
dirá a Ud. un simple “Dios se lo pague” o un insulso “muchas gracias”. Y
todo termina aquí. Nunca se sentirá obligado por el servicio que se le
presta. Quizá alguna vez diga, como si fuera la cosa más natural del
mundo: éste me salvó la vida o salvó la vida de mi hijo. Pero nada más. Lo
dice con toda naturalidad, de tal suerte que uno presiente que considera el
hecho algo debido, algo que se le hizo y que se le tenía que hacer desde ya.
Él, pues, tiene derecho a lo que se le prestó en calidad de servicio. La
comunidad se lo debe por ser miembro de ella.
Entonces ¿por qué agradecer?
Lo que se da a uno, todos tienen derecho a ello. Cuando a un
indígena se le da algo, lo recibe y dice: “oiméko avei cheirünguéra”
(también están mis compañeros). Él no está solo; es miembro de un grupo.
Cuando a un paraguayo se lo invita a subir a un vehículo particular, al
abordarlo, él se pone a invitar a los demás para que también suban. El
vehículo le pertenece. Si se le preguntara por qué lo hace respondería:
“ha‟ekuéra ko ohosé avei” (ellos también quieren viajar).
Si se le advirtiera que vive en un mundo individualista, se
avergonzaría y consideraría un abuso su procedimiento. El paraguayo es un
hombre fuera de su mundo.
En el mundo comunitario el defecto vergonzoso es la tacañería.
Cuando el paraguayo tacha a alguien de: “imo‟ôpí” o “miserable”, su
expresión se carga de un profundo desprecio. El “mo‟opí” niega a los
demás lo suyo. El robo asimismo es también un defecto de raíz anti-
comunitario. Para el paraguayo el peor insulto es ser tachado de ladrón. Sin
168
embargo, el matar no lo considera tan denigrante; a veces ni siquiera
denigrante. Lo es solamente cuando se lo perpetra con cobardía. Pero el que
mata exponiendo la vida es digno de loa y respeto. El paraguayo admira el
coraje porque él no lo posee. Él es temerario. Con facilidad pierde la
conciencia del peligro.
Este sentido de la comunidad es tan profundo que lleva al
paraguayo a una identificación con el grupo familiar o local. No importa
que la comunidad se una por un lazo de sangre; basta el vecindario o la
convivencia; basta la unión por la misma tierra, el “tekohá”. El paraguayo
dice: yo soy Paraguay “chéko mitã Paraguái” o “chéko mita Yuty”… De la
misma manera se identifica con su dirigente que así se convierte en una
persona corporativa. Supongamos que sea partidario de un López, él
entonces dice: “chéko López kuéra hina”. Así que el seguidor de López se
considera López en cierta medida.
Se me ocurre que, cuando traduzcamos la palabra cristiano
conforme a la mentalidad paraguaya, diremos: kristokuérava.
La comunidad del paraguayo abarca no sólo a los vecinos y a los
“mbohupá” sino también a los animales domésticos, especialmente los
animales menores en razón de que éstos conviven en la familia.
No así los animales mayores como vaca y caballo por más
apreciados que fueran éstos porque no son muy familiares; más bien están
al servicio de la familia; no viven bajo el mismo techo y en la misma
cocina.
Las gallinas, perros, gatos, comen prácticamente, con los dueños.
Normalmente no quiere que la comida se les sirva a los perros en el suelo.
Si no se les da de comer en el plato de los dueños, se los dotará de sus
propios platos. La gallina desova en la cama y empolla en el mismo
dormitorio. La enfermedad del pollito es todo un drama y la muerte de un
perro una tragedia. Al perro lo llama como si fuera hijo, le llama “che
ra‟y”. Al perrito o el gatito durante su desmame se lo tendrá en el
dormitorio o junto al dormitorio a pesar de la molestia que ocasiona con su
interminable maullido o aullido. La muerte de una vaca o de un caballo no
será tan trágica como la de estos animales menores aunque su dolor y su
agonía siempre le resultarán insoportables. Preferirían verlos ultimados que
verlos sufrir.
169
Hay una especie de chiste macabro que tiene mucho fondo de
verdad. Dice así: mi compadre me maltrató tanto, tanto, tanto que no tuve
otra alternativa que dispararle un balazo. Cayó. Gemía tan lastimero que no
pude aguantar porque soy muy sensible y me partía el corazón. Tuve que
pegarle el tiro de gracia.
El único camino para comprender en su verdadera dimensión el
Patriotismo del paraguayo es este complejo mundo comunitario. Para él no
es algo diferente del amor a sí mismo, a su familia, a su tierra, a sus
animales y a su modo de vivir. Su patriotismo no es el amor a un símbolo
más o menos abstracto sino algo concreto, tangible y hasta ponderable. La
patria, pues, para el paraguayo no es la tierra de sus padres ni la herencia de
sus antepasados sino la tierra suya, hoy con él dentro, integrado a ella.
PRACTICAS COMUNITARIAS
170
El lema es: donde comen dos, pueden comer tres. El parentesco es
un vínculo fuerte entre nosotros, pero el más fuerte lo constituyen los
padres, a quienes se los llama en guaraní “oga ytá”, el horcón, la mata, el
cimiento de la familia. “Petei óga ytá omanó vove, ta‟yrakuéra
isarambipa‟haguáma”. La muerte de los padres descompagina la familia o
produce su desbande.
La práctica de la “minga” siempre se aduce como signo de comunitariedad
de nuestro pueblo. Creo que sí, aunque la “minga” nunca pudo haber
nacido entre los guaraní, tribu semi-nómada y con una agricultura
rudimentaria coexistiendo con la práctica de la recolección. La “minga”
supone una estructura social que haya superado el estado tribal. Se practica
entre las personas que poseen parcela propia de cultivo. Entre varias llegan
a un acuerdo de trabajar juntas, pero no para provecho comunitario sino
personal. La “minga” ha encontrado un eco favorable en el paraguayo, pero
no así la cooperativa que pertenece a una estructura social-económica
mucho más complicada: la sociedad de orden económico.
La experiencia de orden económico no ha sido satisfactoria para el
paraguayo.
La grabó en un “ñe‟enga” “mboriahú sociedá ha yaguá ñuvãití,
ñorãiróme opá”. En algunos lugares se dice “jaguá colléra” y en otros:
“Yaguá ñuvãitú Collera” (encuentro de perros siempre termina en peleas),
En una sociedad de orden económico la unión natural de las
personas en una comunidad es sustituida por el interés que es un elemento
radicalmente anti-comunitario; disociante. En esta sociedad
paradójicamente la codicia sería el vínculo de la unidad. La codicia, por
supuesto desune porque se adueña del corazón del hombre. Es egoísta.
La unidad basada en el interés es una unidad muy débil; y lo es
mucho más entre los pobres, pues el pobre no aporta sino poco y lo poco
reditúa poco. Pero el pobre juntó su poco con el poco del otro a fin de que
juntos se convirtiera en mucho, con la esperanza de mucha ganancia.
Desgraciadamente lo poco no produce lo mucho. Entonces el pobre que
puso todo lo que tenía, sospecha de la honestidad del socio. La sospecha es
mutua. La consecuencia: la ruptura entre los socios. Sin embargo, en la
comunidad se vive tranquilo con lo poco porque no se lo mancha con el
egoísmo o la codicia.
171
El paraguayo acepta la cooperativa a regañadientes a pesar del gran
esfuerzo que se ha gastado en establecerla aún por medio de la Iglesia, ya
por medio del Estado y entes autónomos ad hoc. En cierta medida, el
“mboriajhú sociedá” rige en la cooperativa. Pero, ante todo, esta
organización no se adecua a la estructura psicológica social del paraguayo.
Ciertamente la cooperativa de los grandes capitales marcha “viento
en popa a toda vela” porque en ella rige otra mentalidad y donde
lógicamente la ganancia salta a la vista y es satisfactoria.
Suele repetirse ya como un lugar común que el paraguayo es
individualista. Sin embargo estamos observando que el paraguayo es más
bien comunitario. Eso sí, se lo está sacando de este el claustro materno
comunitario, y desde ese momento se han acentuado en él el orgullo, a
veces, superlativo, la suspicacia y su personalismo.
El paraguayo es personalista. Se considera importante. Además es
un hombre aferrado a lo suyo, ya sea a sus sentimientos, ya sea a sus
ideas...
Como es secundario, lo que se le ha grabado queda realmente
grabado. Difícilmente se lo puede arrancar. En última instancia se calla y
sigue su camino con sus propios pensamientos. Si se lo obliga, recurre el
“kysé yvyrá”. Se calla, no responde, pero sigue con lo suyo simulando que
no entiende nada de lo que le sucede y se le dice. ¿Cómo convencer al
paraguayo? Se lo puede alienar con la fanatización utilizando en su contra
su afectividad o explotando su fuerte sentimiento y su comunitariedad.
La experiencia de lo privado o interés personal le ha arrastrado a
desavenencias graves por cosas, al parecer, de poca monta. “Kuré cosé ha
yvy pléito, jejukápe mante opáva‟erã”. El caso de los cerdos dañinos y
pleitos por tierra infaliblemente terminan en asesinato. Su orgullo con la
profundidad de sus sentimientos no le permite recurrir a las palabras sino a
los hechos.
Las antinomias comunitarias. Las dos antinomias que citaremos
sería más bien la confirmación de su comunitarismo. Aparentemente son
prácticas anti-comunitarias pero no lo son.
“Tojehechakuaa ha’é” (que se vea él). Esta frase se escucha aún
en el seno de la familia. Responde a un objetivo de educación. Supongamos
el caso de un niño que cae y no se levanta. Alguien lo quiere levantar y se
172
le dice “ehejá; tojehechakuaa ha‟e”, que se las vea él a fin de aprender a
solucionar su propio problema. No hay que sobreproteger al niño porque se
lo destruye. “Ose yva isy typói guygui, nda ikara‟yí araka‟evé”. El que no
se libera de la tutela de su madre nunca llegará a ser hombre de ley.
No dice: “na ikuimba‟e mo‟ãi”. El concepto de “kuimba‟e” es un
concepto simple, responde al de un varón generoso, que no pone reparos en
ayudar económicamente. El de “karia‟y” sin embargo, es complejo. No se
lo puede explicar con una sola palabra. Es el compendio de cualidades que
hacen de un hombre ideal: valiente, generoso en un sentido más amplio,
honesto, magnánimo y respetable; dueño de sí mismo.
El tercer concepto del hombre que suele utilizarse en vez de
“karia‟y”, es el de “arriero”, pero está mal usado. “Arriero” significa:
pícaro, inteligente, agradable y capaz de adaptarse a cualquier circunstancia
de la vida y de lugar.
El segundo caso en que se utiliza “ojehechakuaá ha‟e” es cuando
alguien se da en llevar a cabo algo que sobrepasa sus fuerzas y
posibilidades. El hombre, antes de comprometerse a algo, debe pensar diez
veces y medir sus fuerzas a fin de evitar el fracaso.
El paraguayo no piensa dos veces sino diez. El que dice y hace lo
primero que se le ocurre, es despreciable.
Hay que anotar que una exigencia de la familia y tribu son la
unidad y una férrea disciplina. Todos unidos a la cabeza, todos unidos entre
sí. Nadie compromete a nadie. Se hace lo que conviene y se debe hacer, y
nada más. Todos, absolutamente todos, desde el cacique hasta el último
niño recién nacido están obligados a esta ley fundamental. Si alguien las
quebranta, paga las consecuencias.
El díscolo apeligra al grupo. Entonces hay que educarlo.
“Tojehechakuaá” a fin de que no vuelva a extralimitarse. Si su inconducta
llega a conmover a los cimientos de la comunidad, no habría que dudar en
eliminarlo. Algunas parcialidades indígenas aplican la pena de muerte con
la más absoluta naturalidad, y el culpable la acepta con sumisión.
Dura es la educación de la vida por la vida. Por desgracia es la
única educación efectiva y rápida. “Una vénte mbarakajá opo‟êva tatápe”.
Uno se deja quemar una sola vez para aprender.
173
“Ñekuá ha jati’í nose porãiva”. El paraguayo no ayuda
espontáneamente al otro aunque se encuentre en apuros porque “ñekuá ha
jati‟í nose porãiva”. El voluntario y forúnculo no salen bien. La frase “nose
porãi” tiene doble sentido: Sale mal parado y sale en un inconveniente
lugar. El forúnculo sale siempre en los lugares del cuerpo donde más puede
molestar, en la sentadera, las axilas...
Efectivamente, el paraguayo no ofrecerá su servicio de ayuda sino a
condición de que se lo pida. La razón: el receloso paraguayo y sumamente
sensible evitará que su trabajo no se adecue al gusto del necesitado y
consecuentemente que éste se moleste y, al final, manifieste su
incomodidad o molestia. El paraguayo ni quiere molestar ni quiere ser
molestado. Se cuida al máximo para no ofender. Pero cuando ofende, lo
hace porque lo ha pensado diez veces y lo hace ya teniendo en cuenta las
consecuencias que podría acarrear. Aunque no es pendenciero, es
demasiado sensible para soportar ofensas y burlas, y olvidarlas.
Para el primario, el paraguayo es un pendenciero que va a las
manos por un quítame esas pajas.
Cuando se le pide el servicio, lo hace con gusto y de todo corazón,
pero siempre espera las indicaciones del interesado a no ser que, éste le
otorgue plena libertad de acción. Siempre espera las indicaciones del patrón
o del superior. Aquí no existe servilismo sino sentido práctico de
autodefensa ante problemas que podrían surgir sin necesidad, a su juicio.
Para utilizar al máximo la capacidad creativa del paraguayo, se requiere
darle absoluta libertad.
El paraguayo reconcentrado, introvertido y con su intimidad
celosamente guardada nunca puede saber el sentimiento del otro con
respecto a él y a su capacidad. Entonces es mejor evitar problemas. Esperar
que el interesado muestre su buena disposición con respecto a él pidiéndole
su servicio o ayuda. Para el paraguayo pedirle ayuda significa confianza en
su persona.
LA IGUALDAD
LA AUTORIDAD
La tribu es una familia de familias. Tiene una sola cabeza igual que
en la casa, cuya autoridad nadie discutirá. La decisión es única y de una
176
sola persona, cosa muy explicable en un mundo en que el conocimiento
llega únicamente con la experiencia.
La sabiduría de los jóvenes es la experiencia recibida de los padres
con palabras o con hechos. El joven, en esta circunstancia tiene una fuerte
conciencia de su limitación y el respeto a los mayores. Su actitud es
espontánea. El “kakuaaguã” se reviste de un rol importante en la educación.
Los mayores nunca comprenderán que un hijo suyo pueda
discutirle u opinar sobre nada de la vida frente a él. El joven carece de
experiencia. Así que la autoridad es única y absoluta. Naturalmente la
autoridad es una persona; no se distingue de la persona. No existe
dicotomía en la concepción de la autoridad.
Todos, pues, absolutamente todos deben acatar a la autoridad,
quien, en principio, será el varón capaz de mantener y defender la
comunidad; y en esta faena de mantener y defender la comunidad requiere
mucha experiencia y al mismo tiempo, recoge experiencia. El cacique, pues
debe ser capaz. Su capacidad o experiencia es cuestión de vida o muerte.
No es como en la sociedad donde se puede ungir autoridad al más inútil y
seguir sobreviviendo gracias a la repartición de funciones. El instinto de
supervivencia no permite a las tribus ungir autoridades inútiles y sin
sentido comunitario.
Eso sí, la misma tribu tiene conciencia de que el que rige su destino
debe gozar de ciertos privilegios en la atención y alimentación. El
debilucho será incapaz de regir.
“Contra la fuerza no hay resistencia”, reza el dicho popular cargado
de experiencia de dominación española y dominación de las autoridades
arbitrarias sin respeto a la comunidad, a la persona y al bien común.
La dictadura de los civilizados fueron mil veces peores que la
autoridad de los caciques naturales. Estos se reducían a mantener cierta
disciplina para la supervivencia del grupo mientas los mandatarios
coloniales y post-coloniales se han aprovechado de la persona y de los
grupos, y los han convertido en juguete de su propio capricho. El pueblo no
tiene derecho ni a la protesta, y si se anima a protestar en forma seria se le
ahoga en sangre o de otra manera. La injusticia se ha entronizado en sus
tierras con una arbitrariedad rayana en la locura.
177
Hasta el presente sucede que los familiares de un delincuente vayan
a pudrir su humanidad en los calabozos y torturas. No hay apelación
posible. En el caso de las tribus de costumbres guaraníes contaba con el
recurso de “avaré”, quien en última instancia, convocaba a una reunión de
tribu y destituía al cacique arbitrario.
Dada esta triste experiencia, el pueblo paraguayo valora en demasía
a los llamados “gauchos”, hombres que desafiaban a las autoridades.
Algunos prácticamente pasaban años enteros perseguidos, mientras la gente
común se ufanaba de la amistad de dichos personajes y los encubría
siempre que no llegaban a mancillar la casa abusando de su hija. En este
caso, el “gaucho” perdía todo su predicamento de hombre de pelo en pecho
para convertirse en un vulgar delincuente. Desde ese momento, el que fuera
amigo se prestaría gustoso para que el abusivo pagara sus culpas. Podría
llegar hasta el caso de que él mismo con sus familiares se tomara el derecho
de hacer justicia por sus propias manos.
EL PADRE Y LA MADRE
179
El padre es un hombre de determinada función. El que atiende la
manutención y el respeto a la familia. Debe ser, pues, un hombre de honor.
Entre las cualidades u obligaciones del hombre de honor, se encuentra el de
dar la vida por la familia o por la palabra dada.
La palabra en este tipo de cultura sustituye a todos los trámites
legales de una sociedad de relaciones secundarias con la diferencia de que
en los trámites legales no participa el interesado. Aquí se puede hacer
cualquier cosa. No se da la palabra a nadie. La Ley y el Estado son para él
entes abstractos, sin consistencia existencial. Nadie está obligado a un
fantasma. Por desgracia hemos corrompido, en demasía al paraguayo
sacándole de su cultura y enseñándole que los papeles, aunque mentirosos,
valen más que la palabra. Quizás esta pérdida sea ya irreparable. Con todo,
no es raro todavía encontrar a personas que respetan la palabra dada aunque
ya parecen un poco anticuadas.
Dada su función, el padre es, ante todo, un dirigente, no es la
persona con quien los hijos pueden intimar mucho. El receptáculo de las
intimidades es la madre. Ella es la de las relaciones sentimentales. Acoge
con el calor del sentimiento materno. Abraza, y recuesta la cabeza del
acongojado en el pecho; al niño le aprieta contra el pecho en señal de
cariño. El padre, sin embargo difícilmente manifestará una pizca de
sentimiento. Rara vez alza al chico en brazos. Lo recibe entre las piernas:
“hypa‟ume” o “hakamby pa‟ume”. Él protege”. Traerá obsequio y los
entregará sin mayores demostraciones de afectos.
A la mujer le corresponde la función de criar en el doble sentido:
dar a luz, cuidar y educar al nuevo miembro de la familia. El varón, en
cambio, se encarga de la seguridad y de los medios de sustento
administrados por la mujer. Dentro del hogar, la mujer es la que regentea y
sabe todo lo que pasa. El varón no avasalla el rol de la mujer. Cuando al
varón se le inmiscuye en la función de la mujer como por ejemplo
supervisar la comida y otras minucias, se lo califica de mujeril o “mujerín”
como dicen ellas.
En este caso, el varón resulta despreciable, en cierta manera
degenerado, por asumir el rol de la mujer. Así que el varón y la mujer
tienen sus funciones bien delimitadas en el hogar. Lo cual se explica muy
bien considerando que no hace mucho, el varón tenía que salir de caza y
180
pesca al rayar el alba mientras la mujer quedaba a lidiar con la preparación
de los alimentos y cuidado de los niños. No es de larga data aún que
algunos padres jóvenes intenten tímidamente ayudar en los quehaceres
domésticos.
La relación fundamental del varón con la mujer se reduciría en la
reproducción. Ahora el rol de la hembra en la concepción guaraní es un
simple receptáculo del embrión depositado en ella por el macho. Tal es así
que las especies se tipifican por el macho. Lo que quiero decir es que si yo
digo: “vacá, kavayú o ryguasú”, hablo del macho: toro, padrillo y gallo,
pues en guaraní al ternero se lo llama vaká ra‟y, al potrillito no lo llamo
“yegua memby”, sino “kavajú ra‟y”; al pollito no se dice “ryguasú
memby”, sino “ryguasú ra‟y”. “Ra‟y”, como sabemos, es cría del macho. El
que procrea, pues, es el macho. Por no considerar esto, algunos
guaranólogos para designar al macho dieron en añadir “me” o “ména” o
esposo. Por ejemplo, al gallo lo llama “ryguasúme”, al toro “vacáme”...
Ridículo. ¿No? Además, en el hablar común se dice siempre: “vaka kuña”,
“ryguasú kuña”...
LAS INSTITUCIONES
181
Como es de relaciones primarias el verdadero personaje es el que está
cerca. El Delegado de gobierno ha de ser muy importante en la teoría, pero
en la práctica el alcalde lo es mucho más, porque éste es el que va a
proceder contra él con o sin razón. Tiene relación inmediata con él. La
grandeza de los personajes lejanos se rodea de un nimbo insustancial ante
sus ojos.
Si la Iglesia resulta una Institución extraña para el que se proclama
católico, apostólico, romano, ¿qué serán las demás instituciones? La
escuela, el colegio, la universidad, el juzgado, la policía, etc., etc.
Ciertamente el paraguayo es una persona extraña para estas instituciones y
sin ningún sentido de obligación con relación a ellas. Se le han impuesto;
entonces que apechugue con ellas quien las impuso.
Para las instituciones solamente hallaremos voluntarios “a
culetazos” como ellos mismos lo dicen. ¿Por qué no se las ve con ellas el
gobierno? Será siempre el cuestionamiento del ¿no son acaso creaciones
del gobierno? Las Cámaras de Representantes no lo representan; por lo
menos, él no se considera representado por ellas. Entonces, si se les puede
sacar alguna tajada a los miembros de esas Cámaras, hay que sacarla.
Necesitan del voto, pues que lo paguen, él ha hecho un trueque del voto por
la atención personal con un ente extraño pero que puede prestar esa
atención. El paraguayo no se considera con derecho porque el derecho lo
detenta la autoridad.
LA POLÍTICA
183
CAPÍTULO XXXII
ALGUNAS ANTINOMIAS DEL PARAGUAYO
1) INTELIGENTE Y NO COMPRENDE
184
desearía vivir cuando los paraguayos hayan recibido una alimentación
adecuada desde el período prenatal”.
Lo que no se ha recibido en este período de la existencia no se
recupera nunca, y lo que se ha perdido en alimentación, en la primera
infancia, especialmente en el primer año, se recupera sólo el cuarenta por
ciento. En estas condiciones precarias de alimentación encontramos
muchos verdaderos genios. ¿Qué será cuando la alimentación sea
adecuada? El Paraguay va a ser un mundo de locos.
Es sorprendente la inteligencia del paraguayo. Cuando andábamos
en los menesteres de la formación de catequistas, nos resultaba casi
increíble que hombres salidos de la escuela primaria pudieran interesarse y
entender problemas teológicos muy difíciles o la complicada técnica de la
planificación.
El problema está en que hay que adecuarse a su modo de pensar. Su
inteligencia es una inteligencia concreta, condicionada por el guaraní y por
consubstanciación con la realidad circundante. El guaraní será siempre su
medio de pensar aunque se exprese en otra lengua. La abstracción no le
dice nada. En balde se repetirá mil veces algo abstracto. Su mentalidad no
es greco-latina. Su inteligencia es plástica. Le interesa lo concreto. Desde
ya el sabio de los guaraníes era el que se sentía profundamente
consubstanciado con el cosmos de tal suerte que respiraba con él y percibía
el palpitar de la realidad. Comprendía los signos de los tiempos y conocía
al hombre por sus gestos más simples e insignificantes. El paraguayo es un
gran conocedor del hombre por su integración a la realidad y por el
profundo conocimiento de sí mismo. Es introvertido y meditabundo,
aunque no taciturno. Lleva en si la alegría de la vida. Aún la muerte no le
resulta una tragedia porque es parte de la vida “la muerte jadevevoí” así
como el nacimiento es parte de la vida. El paraguayo nunca dirá aquella
estupidez “a mí nadie me consultó si quería venir al mundo”.
Con ésto no quiero afirmar que el paraguayo es incapaz de elevarse
al mundo de las abstracciones. Lo hace y lo hace muy bien, pero no le
atrae. Es el mundo donde se realizan justas de ideas. Para él la idea carece
de interés. Lo que importa es la realidad. El paraguayo quiere comprender.
La intelección supone la actividad exclusiva de la inteligencia mientras que
la comprensión, a más de la inteligencia, abarca cierta asimilación
185
existencial. El que comprende no sólo entiende sino también asume en
cierta medida la realidad. Al paraguayo no le interesa tanto entender como
comprender.
No comprende porque nuestras explicaciones no se encuadran a su
mentalidad o porque no perciben la realidad que transmiten las ideas.
El paraguayo no es el griego de la era clásica, que se deleitaba en jugar con
las ideas. No sabrá qué hacer de las ideas en sí. Cuando las hilaciones de
las ideas apuntan a una realidad o proyecto, bien que le interesan y las
graban. De lo contrario no se le grabarán. No vale la pena grabar ideas. No
son realidades.
Aquí entra el caso del “ñembotavy”, el hacerse el zote. Cuando se
obstina en no comprender, no habrá medio posible para hacerle comprender
porque se ha puesto a no comprender, quizá no le conviene, quizá no le
interesa; quizá por simple capricho o por lo que sea. No comprenderá “ni
oñemoñe‟eramo chupe teatíno”, aunque le predique un teatino religioso,
cuya figura en el recuerdo legendario de nuestros abuelos es sinónimo de
santidad. En este caso del “ñembotavy” no hay otra alternativa que desistir
del propósito de convencerlo y con mucha tranquilidad. Si Ud. pierde los
estribos, se le reirá en sus adentros.
186
fueran reales, y de tal manera que parecen reales. Todos los pormenores
son verosímiles. Pudieron haber sucedido.
El paraguayo festeja que el otro caiga en ridículo, pero no acepta
que a él se lo ridiculice. Si el dichero a quien se lo llama normalmente
“arriero”, cuenta algo de su intimidad, lo cuenta tan exageradamente que
tapa la realidad con la exageración. Narra lo real de una manera irreal. Así
mantiene oculta su intimidad. Si uno ve un corrillo que a veces explota en
carcajada, es porque allí se encuentra algún “arriero” con sus “casos”.
El paraguayo es conversador. Sus temas son las cosas y
acontecimientos: el nacimiento, la muerte, los animales, los conflictos,
enfermedades, amores, los sucesos personales y comunitarios. Pero su
lenguaje es sumamente sobrio. Sus frases son escuetas. Mucho se expresa
en énfasis e insinuaciones. Su comunicación la lleva a cabo mediante la
narración en la que es un eximio artista. Utiliza los detalles con maestría
para que su narración transmita exactamente la idea o sentimiento que
desea transmitir. Al que no lo conoce lo convencerá en el primer encuentro.
El “gringo” no lo conoce; por eso dice: “ivyro ko‟ã gringo”. Aún en la
narración sus frases son cortas, y si las escribiera, serán secas e
inexpresivas. El guaraní es una lengua de énfasis. Depende del lugar de la
frase donde se acentúa la voz para que tenga uno u otro sentido o para que
tenga mayor o menor fuerza.
El guaraní es una lengua sobria. Tiene una sola palabra rara para
cada cosa. Carece de sinónimos. Lo que tendrá son palabras para los
diferentes matices de una misma cosa. Por ej. un matiz del llorar es el
lamentarse y otro, el lamentarse a gritos: che rase, ajahe‟o y ayahe‟ósoró. O
por ej. los matices del amanecer: Ko‟ei, ko‟etisoró, ko‟embá, ko‟eyú,
ko‟epytá, pero una sola palabra para cada matiz. Las lenguas conceptuales
pueden gastar el lujo de utilizar varias palabras para expresar una sola cosa,
pero el guaraní, no, por ser una lengua descriptiva. Cuando algo se lo
describe, se lo vuelve único; no puede ser otro ni de otra manera. La
palabra se identifica con la cosa. Entonces la palabra no es simple “flatus
vocis” como decían nuestros viejos antepasados latineros.
Los sentimientos responden a determinadas palabras. A la ira
responderá la palabra “pochy”. Lo máximo que puede decir a este respecto
el paraguayo “che pochyeterei”. Para descargarse contará con un sonoro
187
“aña memby” y con otra expresión de calibre superior. Pero, una vez
usadas estas dos frases, el paraguayo queda sin repertorio para descargarse
y se encuentra ya con la única alternativa de recurrir a los hechos.
Otra característica del guaraní impuesta por su sobriedad es que es
una lengua imposibilitada a utilizar figuras que no se originan en la
comparación. Si una cosa es la cosa y no puede ser de otra manera,
lógicamente no admitirá sino semejanza, otra cosa semejante. No será
posible en una lengua descriptiva utilizar ni tropo ni alegoría ni metáfora ni
simple símbolo. Ni se podrá nunca utilizar el continente por el contenido ni
el efecto por la causa y viceversa. A cada cosa por su nombre. Menudo
problema es la traducción de la alegoría del “Cordero de Dios”, por ej.
Una lengua sin figuras nunca será exuberante. Será muy expresiva,
pero nunca altisonante.
Contrasta con este modo de expresarse sencillo, sobrio, casi
esquemático del paraguayo, su gran afición a la oratoria. Tiene un alto
aprecio al orador. Un sacerdote calificado de buen orador concita en sí una
doble razón de aprecio del paraguayo. Para el orador siempre habrá
público; al fin y al cabo el “católico paraguayo” acude a Misa para rezar y
para escuchar al sacerdote - “añembo‟e haguã ha ahendú haguã Pa‟ípe”.
Pero lo llamativo es que al preguntarle de lo dicho, el paraguayo no es
capaz de repetir a veces ni una sola idea del orador o predicador. Entonces,
¿qué pasa o qué pasó? Muy sencillo. El paraguayo es contemplativo y
fácilmente se adormece con la cadencia de la oratoria. Lo introduce dentro
del mundo de la música donde predomina una indefinida sensación, sin
ninguna idea clara.
La música paraguaya es la mejor expresión del paraguayo.
Lleva en sí el ritmo lento y la infinita tranquilidad de la
contemplación. Nunca tiene el sentido trágico de la vida aunque la letra
hable tragedia. El marxista José Asunción Flores es el mayor músico
religioso del Paraguay. No sé cuál de sus piezas musicales cuya ejecución
sería vedada en la Iglesia. El materialismo no ha vencido en él al
paraguayo.
Las músicas consideradas propiamente religiosas son mucho más
lentas aún, y las muy tradicionales se cantan letras narrativas y descriptivas
188
que permiten contemplar. La narración y la descripción que hacen ver la
Pasión, la Navidad y los grandes acontecimientos religiosos.
Su música con este tipo de letra produce en el paraguayo una
especie de éxtasis. Si la letra es muy conceptual, canta solamente la música,
y ésta le une a Dios.
4) CALCULADOR E INMEDIATISTA
5) DESORDENADO Y PERFECCIONISTA
192
El mundo de las estructuras para la vida y el mundo de la vida sin
estructura no coinciden; hasta los juicios de valores son diferentes. En una
sociedad de confort un chiche ocupará un lugar privilegiado, o un detalle
constituirá un objeto de gran preocupación, mientras en una comunidad en
que se vive la vida así como se presenta, aquellas cosas carecerán de toda
relevancia y ni se les prestará atención alguna. En el hogar del paraguayo,
aturdirá la gran mescolanza de personas, utensilios, animales, ropas,
creaturas, juegos, trabajo ¿Cuál es el lugar y el momento de cada cosa? Los
que ocupan ahora. ¿Cuáles serían? ¿Será posible concebir otros diferentes a
los del momento? ¿La vida puede ser diferente de lo que es?
En el mundo de las estructuras la ley ocupa un lugar
preponderante. Ni es posible concebir una sociedad que no se asiente sobre
ella. Excluida la ley, sobreviene la barbarie. En el mundo del paraguayo
una de las cosas superfluas es la ley, y además es algo odioso porque a
nombre de ella se cometen tropelías de toda laya, y sobre todo, se
coacciona a las personas. Se les impone; se les obliga y se las arrea a
proceder contra su voluntad.
Recordemos que la ley es un invento muy útil para ofrecer un
molde social determinado. Por supuesto, este instrumento se convierte
inconscientemente en el gran valor. Para la Iglesia también. En ella la
estructura o conjunto de leyes es tan poderosa que ha obtenido el sitial
prioritario en la formación eclesial en desmedro de la comunitariedad. Hay
que anotar que esta concepción eclesial en el mundo paraguayo resultará
tarde o temprano contraproducente porque la ley sustituye a Dios aunque
prediquemos lo contrario. Para el paraguayo son importantes las cosas y
acontecimientos. Poco o nada le importará el Dios legislador aunque hemos
llegado a meterle en el cuerpo el miedo a este señor. Pero el legislador
nunca será el Dios de los paraguayos. El Dios de los paraguayos tendrá que
ser siempre el Dios vivo con quien entrar en comunión y con quien se entra
en comunión directamente. Sin la menor duda, el paraguayo se
descristianizaría en la medida en que se le quite el Dios vivo y se lo
sustituya por ej. por la caridad institucionalizada.
La Pastoral Social con la que pretendimos afianzar nuestro
cristianismo será el elemento preponderante de su debilitamiento toda vez
que sigamos dándole el sitial privilegiado en la cristianización o en la
193
concepción de un cristianismo puro, auténtico. Nunca se debe perder de
vista que para el paraguayo lo más importante es Dios y luego las cosas
relacionadas con Dios en cuanto relacionadas.
El desorden de le vida, por lo visto, no se contrapone a la
perfección. El paraguayo exige mucho. Notará la mínima imperfección, y
por esta causa puede rechazar todo el conjunto. Minucioso y detallista
aunque no le falta visión de conjunto. No sólo no le satisface las obras de
los demás sino las suyas propias. Si se le pide algo apresurado, de urgencia,
hay que advertirle que debe ser “vaivainte suerterâicha”. Desgraciadamente
la injusticia le ha enseñado a realizar los trabajos deficientemente. A mala
remuneración, magro esfuerzo. Otra de las causas de sus deficiencias será
el placer maligno de engañar. Así como siente pánico ante el hecho de
sufrir la ridiculización, le encanta que el otro sufra el ridículo. Para él la
venganza más refinada y dolorosa es la ridiculización.
195
que tiene en alto grado. La aparente tranquilidad no responde a un carácter
abúlico.
7) ORGULLOSO Y SUMISO
8) IDEALISTA Y REALISTA
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INDICE
Prólogo
Presentación de la 3º Edición
Introducción
Capítulo I - El paraguayo es paraguayo
Capítulo II - La cultura oral del paraguayo
Capítulo III - Su cultura tribal
Capítulo IV - El caudillo y el paraguayo
Capítulo V - Kuimba‟e nahaseiva (El varón no llora)
Capítulo VI - El paraguayo y el bien común
Capítulo VII - El paraguayo y la libertad
Capítulo VIII - El paraguayo y el poder
Capítulo IX - El paraguayo y la riqueza
Capítulo X - El paraguayo y el trabajo
Capítulo XI - El paraguayo y el amor
Capítulo XII - El paraguayo y el cambio
Capitulo XIII - El paraguayo y el coraje
Capítulo XIV - El idioma guaraní es una lengua descriptiva
Capítulo XV - El guaraní y el concepto del tiempo
Capítulo XVI - El guaraní y la distancia
Capítulo XVII - El guaraní y el estilo paraguayo
Capítulo XVIII - El guaraní y el humor paraguayo
Capítulo XIX - El guaraní y la grosería
Capítulo XX - El guaraní y su concepción de hombre
Capítulo XXI - La cosmovisión del paraguayo
Capítulo XXII - La venganza y el paraguayo
Capítulo XXIII - El paraguayo y el fanatismo
Capítulo XXIV - Lu música del paraguayo
Capítulo XXV - La poesía
Capítulo XXVI - El paraguayo y las artes plásticas
Capítulo XXVII - La escultura
Capítulo XXVIII - El criterio de salud del paraguayo
Capítulo XXIX - El problema de la cultura religiosa del paraguayo
Capítulo XXX - La fenomenología del "católico paraguayo"
Capítulo XXXI - El paraguayo y el otro
Capítulo XXXII - Algunas antinomias del paraguayo.
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