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SARO VERA

EL PARAGUAYO
UN HOMBRE FUERA DE SU MUNDO

Prólogo de
MIGUELINA CADOGAN

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Editorial EL LECTOR
Tel.: 595 21 498384
www.ellector.com.py
Tapa: LUIS ALBERTO BOH
Asunción – Paraguay
(212 páginas)

COLECCIÓN LITERARIA, 35
© De esta edición
1996. Editorial El Lector
Oficina: Edificio Círculo de Médicos - 9° piso
Cerro Corá y Tacuary
Tel. 498-384 - Fax: 498-385 (Asunción)
Tapa: Luis Alberto Boh
Composición y Armado: Gilberto Riveros. Tel. 70-494
Tirada: 1.000 ejemplares
Hecho el depósito que marca la Ley 94
Impreso en el Paraguay - Printed in Paraguay
Reservados todos los derechos.

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PRÓLOGO

A los 14 años de edad partía de su comunidad rural, Saro Vera,


rumbo al Seminario Metropolitano de Buenos Aires.
Sometido a la ardua disciplina de los estudios clásicos, de la
filosofía aristotélica y escolástica, estuvo 12 años bajo la firme y
consistente dirección de los Padres Jesuitas.
Internalizó con ellos:
- la mística del estudio,
- la piedad,
- la mística de la misión, del servicio, de la pastoral.
Al término de sus estudios, se convertía en uno de los miembros
mejor preparados de la Diócesis del Guairá.
Pasó 10 meses fugaces en Villarrica, otro poco en Caazapá, y de ahí
se lo destinó como Cura Párroco de Buena Vista, Parroquia que fue creada
expresamente entonces para el ejercicio de su ministerio presbiteral.
Ahí permaneció 18 años.
El brillante párroco luchó denodadamente en su nueva parroquia
con todas las flamantes armas de sus 13 años de formación en el Seminario.
Transculturado él mismo, intenta trasplantar sus actualizadas formas
valóricas en su trabajo pastoral.
Sin embargo, inútil todo... Los campesinos seguían en las mismas...
Con ello vino la profunda sensación de la derrota, del "fracaso".
Surgió entonces su necesidad de conocimiento y comprensión estructural
del sistema de comportamiento del paraguayo.
Y es en ese aparente fracaso que cambia de estrategia.
Se convierte en observador. En observador profundo, sagaz,
fecundo de una CULTURA.
Fruto de esas observaciones, estudio, reflexión, es este libro "El
paraguayo, un hombre fuera de su mundo", que hoy sale a luz.
La preocupación dominante del escrito será la de dar explicación y
sentido a tantos comportamientos del paraguayo, hasta aparentemente
ridículos algunas veces, pero que existen, se dan.

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Y entonces Saro Vera incursiona en el mundo de la CULTURA,
HACE CULTURA y todo lo que pudiese ayudarle a comprender a su
pueblo para poder SERVIRLO.
No lo hace como "hobby" o "teco-reí", como algunos piensan. Lo
hace por una profunda VOCACIÓN DE SERVICIO.
El problema cultural no es sencillo.
Si se quiere conocer al paraguayo, dirá, se debe considerar los
factores o elementos que están en el trasfondo de su comportamiento. El
paraguayo puede estar en New York, afirma, pero las pautas operativas
culturales no se borran de repente. Porque lo difícil es cambiar la mente de
los hombres, es decir, al hombre "por dentro".
Los núcleos o ejes temáticos para entender al paraguayo, los
condensa de la siguiente manera:
- Su cultura Comunitaria o Tribal.
- La lengua guaraní que marca todo el modo de pensar del
paraguayo.
- Su cultura oral.
- La naturaleza o medio ambiente ecológico.
- El cristianismo, como nuevo factor en su esquema de valoración y
formación de juicios.
No pretende ser una obra científica, sino como él mismo afirma, es
un "cúmulo de observaciones fenomenológicas", generado en la realidad
experiencial, individual, cotidiana, base de la ciencia.
Es una obra ante la cual no se puede permanecer indiferente.
Interpeladora, cuestionadora... y como somos paraguayos, se nos
mete el bisturí por dentro...
Obra para suscitar el diálogo, la discusión, el debate, incluso la
DISENSIÓN.
Muchas veces es de carácter AUTOINTUITIVO, por el propio
trasfondo cultural que él mismo lleva dentro. Entonces es cuando estalla lo
subjetivo, lo personal...
Es un observador formidable.
Logra captar la vida, el alma, el espíritu del pueblo paraguayo.

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Que no se exija una SECUENCIA o rigor formal en su trabajo. Su
organización y ordenamiento sigue libremente el curso de sus propias
observaciones fenomenológicas.
Su lenguaje y forma de comunicación, son muy particulares.
Reinculturado él mismo en su sociedad de origen, piensa en guaraní y lo
traduce literalmente al castellano, siendo ambos sistemas de pensamiento y
comunicación, estructuralmente diferentes.
A 500 años de la evangelización de América en el campo religioso
y con aires de renovación y cambio en todos los sectores: educativo,
político, social, etc., surge necesariamente la pregunta:
¿Es posible seguir evangelizando, educando, gobernando,
elaborando planes de acción, programando a espaldas de nuestra cultura?
De Grecia a Roma, de Roma a Europa, de Europa a América, se ha
estado operando sobre supuestos ajenos a nuestra cultura de pertenencia, a
nuestra cultura histórica, a nuestra cultura de origen.
Trascendiendo ya los condicionamientos históricos del pasado, es
hora de mirarnos por dentro como única forma de afirmar nuestro ser,
nuestra esencia, la propia identidad, la autoestima, la autovaloración y
evitar diluirnos como nación.
Tantos años de aprendizaje nos hicieron creer que lo normal de
nuestra cultura era lo "patológico de nuestro comportamiento y que el
hombre paraguayo se siga mirando con desprecio, con profundo complejo
de inferioridad. El "mestizo" que no es nadie, nada, como expresa el autor,
de "tavy", de "koyguá" considerado...
No se puede avasallar a un pueblo a contrapelo, dirá, por vías,
métodos, procedimientos inadecuados, sin considerar los elementos
variables y permanentes de su cultura.
"Es en la cultura donde nos movemos, vivimos y somos",
sintetizaremos, parafraseando a Paulo de Tarso.
Paraguay ha sido muchas veces como un país enigmático y exótico.
Europeos, misioneros, catequistas, evangelizadores, extranjeros,
educadores, políticos, etc., han sentido, al aproximarse, el "misterio" de
esta cultura.

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Gracias a un "Cura Rural" como suele autodenominarse Saro Vera,
a su trasplante a una rigurosa formación clásica, aristotélica, escolástica,
como opuesto a todo lo "bárbaro", a su reinculturación posterior a un
pueblecito campesino, a su "fracaso", así entre comillas, como Pastor, al
profundo sentido de su misión, a su espíritu de servicio, hoy se pone a luz
este trabajo.
Se necesita urgentemente de investigaciones en este campo. Y
pensamos que el presente trabajo puede servir de motivación para nuevos
avances.
En tanto pienso que no pueden seguir indemnes:
- La Iglesia y su marco conceptual y práctico de evangelización,
- La educación y su marco de referencia,
- La sociedad y sus procesos de socialización. Algo tiene que
cambiar.
Y ese algo que tiene que cambiarse que procuremos los paraguayos
SER NOSOTROS MISMOS.

Miguelina Cadogan

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PRESENTACIÓN DE LA 3ª. EDICIÓN

Ha sido una alegría y un honor para mí ser invitado a redactar esta


presentación de la tercera edición del texto de Mons. Saro Vera.
La lectura que hice el año pasado al salir en su primera edición me
sorprendió enormemente. Yo soy italiano, pero vivo en Paraguay desde casi
17 años. La lectura del libro fue para mí como si se corriera una cortina que
me impedía ver con claridad lo que estaba viviendo cotidianamente. Fue
como si un velo se hubiera rasgado y pudiera ver con nitidez lo que antes
sabía sin saber, es decir, sabía inconscientemente.
A medida que corría las páginas me hacían claras tantas cosas que
había experimentado y también sufrido sin conocer.
No es fácil para un extranjero que llega al Paraguay con una cierta
edad y empapado de otra cultura; no es fácil comprender y adaptarse a la
forma de ser, de pensar y actuar del paraguayo.
Las famosas tres leyes: mbareté, ñembotavy y vai vai, con otras más
que se podrían añadir (como una cierta indolencia y desinterés por el
trabajo bien terminado), no son cuentos sino forma de ser y actuar de casi
todos. Pretender, por ejemplo, la puntualidad en las reuniones o esperar que
se despierte un constante interés para superarse, para aprovechar el tiempo
y trabajar "no para vivir" sino para progresar, todo esto es una utopía en la
mayoría de los casos.
Lo que más me impacto es la poca importancia que aquí se les da a
las leyes o normas sociales en cuanto impuestas por la autoridad
gubernamental. La primera cosa que surge en la mente cuando se oye
hablar de una imposición o una prohibición es... cómo evitar someterse a
esta carga que "será destinada para los que no tienen amigo, protectores o
no tienen plata para pagar coima", etc.
No quiero subrayar lo negativo de esta cultura (el texto de Saro
Vera no usa eufemismos y es muy realista y casi pesimista a veces). Quiero
en cambio subrayar lo positivo del paraguayo. Viniendo y todavía viviendo
según un tipo de relaciones que en antropología y sociología llamamos
primarias (relaciones de parentesco y de amistad, de pequeños grupos, de
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cara a cara) el paraguayo es el tipo que privilegia las relaciones personales,
afectivas, amigables. No les afecta para nada "la ley" con su carácter
impersonal y frío.
Si se pudiera corregir esta radicalización sin perder este tipo de
relaciones sociales, podría considerarse esta cultura la forma ideal de vivir
para no caer en el anonimato.
Un extranjero que haya apreciado este clima amistoso extrañará
siempre esta forma de vivir; que en antropología llamamos "relaciones
interpersonales" que solamente pueden permitir a la persona crecer en la
línea del reconocimiento del otro y del amor.
Auspicio que los extranjeros que vienen aquí de otra cultura y
quieren comprender y aceptar al paraguayo y amarlo como es; reediten
cuidadosamente este libro. Les evitará tantos errores y tantas falsas
expectativas y dolores de cabeza.
Sobre todo los misioneros (sacerdotes y religiosos/as) que vienen
con el propósito de evangelizar, encontrarán en este libro una cantera de
observaciones y reflexiones que no habrían podido descubrir a lo largo de
toda la vida. Mons. Saro Vera, observador formidable, nos guía como con
la mano a inculturarnos en este país.
Espero que el idioma guaraní tan utilizado en este libro encuentre
una suficiente traducción (posiblemente literal) para la perfecta
comprensión del contenido.
Y termino recordando que si evangelizar significa inculturar el
Evangelio, este libro no es sólo útil sino indispensable para este fin.
No puedo dejar de recordar también otro libro, el de Helio Vera.
Sin hacer odiosas comparaciones, creo que los dos se
complementan perfectamente; aunque para la pastoral el libro de Saro Vera
es indudablemente único e insustituible.
Augurando a los extranjeros esta lectura, me despido del autor,
Mons. Saro Vera, a quien no conozco personalmente, pero que aprecio
enormemente desde sus páginas admirables.

Prof. Pedro Chinaglia


Sacerdote Salesiano

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INTRODUCCIÓN

Este trabajo pretende establecer la clave para la interpretación del


paraguayo en un porcentaje muy alto de sus comportamientos y de su modo
de pensar. Cabe señalar que no existen dos paraguayos, el citadino y el
campesino. Ambos llevan el trasfondo de una misma cultura fundamental.
Quizás, a veces, con ligereza hablamos del paraguayo de ciudad como si
fuera un hombre más cercano al neoyorkino que a los hermanos en el
mismo origen y cultura.
Es verdad que el paraguayo ha sido considerado un enigma. Todo
esfuerzo por conocerlo reflexiva y coherentemente siempre termina
chocando contra las antinomias, aparentes ambivalencias e indefiniciones,
que imposibilitan toda explicación racional. Sin embargo, para los
pragmáticos nunca el paraguayo fue un enigma. Han sabido utilizar los
resortes para moverlos a su antojo. Es que el paraguayo conoce al
paraguayo dado que la participación de un mismo sentimiento, de los
mismos valores e intereses produce simpatía y mutua comprensión.
Se puede llenar un voluminoso cuaderno de observaciones
ocasionales sobre el comportamiento del paraguayo. Lo que nos falta es
una explicación racional del por qué obra de ésta u otra manera.
El cúmulo de observaciones fenomenológicas constituye el material
que nos permitirá abordar el estudio de la personalidad del paraguayo.
Estudio significa dar razones. Hay que descubrir las razones encubiertas o
las motivaciones profundas, inmersas en la lejanía del tiempo, en la
subconsciencia y en la inconsciencia. Todo comportamiento responde a
determinado motivo. Comprenderlo será sinónimo de sacar a luz ese
motivo que se encuentra soterrado, a veces, no a demasiada profundidad.
La incomprensión de la personalidad cultural del paraguayo, por
prejuicio o por lo que sea, no nos ha permitido encarar adecuadamente su
enriquecimiento. En su educación hemos arado en el agua. Quizá peor. Con
un denodado esfuerzo, digno de mejor causa, hemos procurado alienarlo
sometiéndolo a una doble personalidad.

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Los de mentalidad española han procurado convertirlo en español;
los de mentalidad francesa, en francés; los de mentalidad italiana, en
italiano...
Cuando aún nos encontrábamos más cerca de nuestro origen, nos
resultaba fácil contrarrestar la alienación gracias a la fuerza de una cultura
incontaminada, casi pura. Pero, a medida que nos alejamos de nuestro
origen, la alienación, cada día que pasa, será más incontrastable.
Hay varios factores que intervienen notoriamente en la génesis de
los comportamientos del paraguayo y su modo de pensar. Saltan a la vista
cinco factores: a saber: 1) los dos tipos de cultura dentro de las cuales el
paraguayo nace, crece y muere; 2) el idioma guaraní; 3) el entorno
ecológico y sociológico; 4) su carácter predominante y 5) el cristianismo
católico. Estos generan en gran manera la conducta global del paraguayo.
Sin duda alguna, estos cinco factores no operan independientemente
el uno del otro. Sin embargo, al observar los comportamientos del
paraguayo, algunos aparecen generados más preponderantemente por uno
que por otro.
De ahí que la estructura de este trabajo consista en agrupar las
actitudes y acciones alrededor del factor que, a nuestro juicio, las ha
generado.
Intencionalmente dejamos de lado el factor de los acontecimientos
históricos porque exigiría mucha investigación. Habría que enfrascarse en
las crónicas de la época colonial. Aún más. Se necesitarán datos pre-
coloniales. Alguien que no sea yo tendrá que dedicarse a dilucidar las
incidencias de este factor.
Evitamos también investigar la causa por la cual el paraguayo
guaraní parlante piensa al revés del europeo. Para ilustrar esta afirmación
recurriremos a ejemplos. Para el europeo equivocarse será "meter la pata";
pero el paraguayo es meter la mano o "apo‟e". "Dar coces contra el
aguijón" para el guaraní parlante será golpear la mano contra la piedra
"oinupá ipó itáre". "Che po pe‟a", dice el paraguayo cuando algo no le
permite atender otros menesteres. Anotemos que todo dicho en que se
utilice el pié siempre será de dudosa procedencia guaraní.

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¿Por qué el predominio de las manos sobre los pies? ¿Será que para
los hombres de bosque los pies sirven sólo para caminar y correr?
Estas son preguntas simples, sin mayores intenciones.
Se nos han ocurrido y las consignamos. Quizás alguien con una
vista más penetrante, y mejor equipado científicamente saque a luz las
causas de este modo de pensar.
Mientras tanto, nosotros ofreceremos o procuraremos ofrecer una
cierta gama de comportamientos del paraguayo, basada en los cinco
factores propuestos. Estoy convencido de que dicha gama no será completa.
Cada paraguayo está en condiciones de completarla. Si el lector lo hace,
tendrá la visión más acabada del paraguayo.
Así que lejos de nosotros la idea de que estas líneas contienen la
última palabra sobre el paraguayo. Quizás sea apenas la segunda o la
tercera.
Quisiera anotar además que la pretensión del trabajo es muy
ambiciosa, más aún considerando que el escritor es apenas un Cura rural,
de cuna ultra campesina y cuya actividad pastoral ha sido desenvuelta en
medios rurales durante cuarenta años de los cuarenta y tres de Sacerdocio.
Para terminar desearía advertir que algunas ideas se repiten porque
originariamente los capítulos del libro fueron concebidos para
publicaciones independientes, y, de hecho, dos fueron ya publicados en el
Diario Noticias en 1988. (El paraguayo y el otro y las antinomias del
paraguayo).

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CAPITULO I
EL PARAGUAYO ES PARAGUAYO

El paraguayo pocas veces invoca su condición de tal. Todo lo


contrario del argentino, quien cansa con su: nosotros los argentinos; el
pecho argentino, etc. Parece que quisieran convencerse de que son lo que
son. Nosotros, sin embargo, ni nos acordamos siquiera de que somos
paraguayos. Es que no hay necesidad. Lo somos y basta.
Ha de ser muy difícil consubstanciarse con un territorio inmenso
con varias naciones dentro. El argentino necesitará reafirmarse
permanentemente. Los provincianos están arraigados en sus respectivas
provincias, pero su provincia no se identifica con la Argentina.
No es tan descabellado aquello que se endilga al correntino: "si la
Argentina entra en guerra, nosotros podríamos ayudarle". Mientras tanto,
las gentes sin arraigo aún, como los porteños, se identifican con la
Argentina.
El paraguayo, sin embargo, se ha consubstanciado con su tierra; ha
mantenido una costumbre específica aún dentro de la alimentación y ha
mantenido una lengua específica, propia de la Nación Guaraní. En el
Paraguay nada cambió por siglos enteros. En el orden internacional no se lo
llevó en cuenta ni como centro de inmigración; lo que, para nuestro
cometido, poco importaría. Lo que importa es que el paraguayo permaneció
en su tierra con un mínimo de mezcla. Los mestizos se cruzaron entre sí,
por lo menos, por tres siglos hasta conformar un tipo especial de hombre
aun en lo somático; ante todo, una etnia cultural.
El momento fuerte de una inyección de sangre extraña habrá sido la
época de la postguerra del setenta, durante la ocupación del Brasil y la
Argentina.
No quedaron muchos brasileños; tampoco argentinos. Estos
ocuparon las tierras de pastoreo del sur del país. Constituían una pequeña
cantidad de familias. Los hijos de los brasileños y de los argentinos fueron
absorbidos por la cultura paraguaya con mucha facilidad, debido a que las
madres llevaban en sí mismas una fuerte cultura nacional. Los soldados se
marcharon y sus hijos quedaron como hijos del país. Mamaron una lengua
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y unos comportamientos sociales y personales. Estos mestizos biológicos
eran paraguayos culturalmente.
Una etnia cultural difícilmente se identifica con una etnia biológica
o raza porque no existe pueblo sin mezcla en mayor o menor escala.
Zorrilla de San Martín dijo que el Paraguay no desaparecerá mientras una
mujer paraguaya engendre un hijo de un varón paraguayo. Lo dijo cuando
entregó los Trofeos de la guerra del 70. Nosotros afirmaríamos más aún:
que el Paraguay no desaparecerá mientras las mujeres paraguayas
engendren hijos en su propia tierra.
El paraguayo siente la necesidad de manifestarse paraguayo en
tierras extrañas o lejos de su tierra. El más encumbrado copetudo en el
Paraguay, en el extranjero habla y desea hablar el guaraní; no se
avergüenza por ello; come con fruición alimentos típicos nuestros; escucha
y aun canta la música paraguaya; se muestra amigable y familiar con
cualquier paraguayo que encuentra en el camino. Los que considerarían
rebajarse hablar el guaraní dentro del país, lo hacen con gusto y felicidad
fuera. Muchos aprendieron a expresarse en guaraní en el extranjero y en el
extranjero descubrieron que no era desdoro integrarse a un grupo de
paraguayos con su optimismo y buen humor.
También al paraguayo se le escapa el paraguayo en los momentos
cruciales de la nación. En las grandes encrucijadas de la historia no utiliza
otra lengua, no cambia sus signos y da expansión a sus sentimientos en su
propia música. Aún más, se acordará de Dios dentro del marco de sus
expresiones religiosas populares como encender velas, hacer rogativas y
promesas. Por ejemplo. Una revolución o una guerra el paraguayo la lleva a
cabo al compás de la polka y no al compás de las marchas militares a la
usanza de otras naciones. Los éxitos, aunque sea en las justas deportivas,
terminarán en una peregrinación de acción de gracias a Caacupé.
El paraguayo se formó en unos trescientos años y algo más, lapso
de tiempo en que se encontró aislado de todo contacto suficientemente
fuerte con otra cultura. El mestizaje original se produjo únicamente del
varón español con la mujer guaraní. Lo que explicaría la predominancia de
la cultura guaraní en el paraguayo o cultura del paraguayo.

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La mujer siempre es el elemento conservador de la comunidad y el
elemento inoculador más poderoso de los valores y anti-valores de una
cultura a causa del mayor contacto afectivo con el niño en su edad plástica,
en especial, en una sociedad tribal y agroganadera. La incidencia de la
madre y de las abuelas sobre los niños en la misma sociedad moderna
necesariamente deberá ser muy considerable. Los niños son muy sensibles
al afecto al igual que los animales.
Es equivocado decir que el paraguayo es mestizo. Lo correcto sería
decir que el paraguayo fue mestizo con la característica ya anotada. A esta
altura de los tiempos ya constituye una etnia con una identidad cultural y
una cierta conformación somática. Por muchas generaciones se cruzaron y
se fusionaron los mismos genes con sus mismas bondades y defectos. Antes
que nada, se formó y se conservó un mismo modo de pensar y de
procedimiento.
Se produjo lo que llamaríamos una etnia cultural. Que tengamos
algo de español y algo de guaraní no significa hibridez sino la
conformación de una tercera etnia cultural con los valores y anti-valores de
ambas etnias originales.
El modo de ser paraguayo es fuerte y posesivo, de tal suerte que los
hijos de extranjeros, en contacto con el paraguayo, inmediatamente lo
asumen. Sus gestos, sus movimientos y modo de hablar se vuelven típicos
de la tierra.
Ciertamente los inmigrantes en grupo cerrado requieren, por lo
menos, dos generaciones para integrarse a los habitantes autóctonos. Por lo
general los europeos llevan en si la conciencia de superioridad racial, y esa
conciencia se mantiene con fuerza dentro de un grupo. Para disculpar a los
europeos, diríamos que todos los pueblos están enfermos de racismo.
Cuando más antiguas son las raíces de los pueblos, su racismo es más
profundo, como sucede a los japoneses y chinos. El paraguayo también es
racista. Desprecia a los negros y a los indígenas. "Kamba", y el "Te‟yi" son
palabras despectivas.
Nos hace mucho mal hablar de que somos mestizos. A más de ser
falso, nos resulta pernicioso. Al ser mestizos, somos semieuropeos con la
consecuencia grave de crear en nosotros la conciencia de inferioridad frente

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al europeo y de ser una presa fácil para el imperialismo cultural aun en lo
religioso.
A partir de esta equivocación en el concepto del paraguayo,
resultaría explicable la poca confianza en nosotros mismos, la preferencia
por lo extranjero y la tendencia a copiar cualquier modelo que no condice
ni lejanamente con la idiosincrasia de nuestro pueblo. Lo mismo sucede
cuando pensamos en política como en educación. Nunca se nos ocurrirá
pensar en un modelo nacional.
El mestizo debe importar todo porque sus raíces consideradas
valederas se encuentran fuera de él. Sus padres paradigmáticos viven en
tierras lejanas. Las raíces autóctonas son oscuras, inferiores y
consecuentemente despreciables.
Una vez que colocamos al paraguayo dentro de una etnia cultural, el
paraguayo será un hombre comprensible. No será un híbrido.
Consecuentemente tendría un carácter predominante, y su cultura
posibilitaría la comprensión de sus manifestaciones y comportamientos
sociales y personales.
El marco fundamental caracterológico del paraguayo estaría
formado por tres elementos: 1) la actividad, 2) el sentimiento profundo y 3)
la fuerte resonancia anímica. De cien paraguayos cincuenta son
apasionadas, fusión de sentimientos profundos y fuerte resonancia anímica.
El segundo grupo formado por los flemáticos, alcanza el treinta y cinco por
ciento de la población total, cuyo sentimiento se encuentra por debajo del
cincuenta por ciento en la escala de cien; pero subsiste en él la resonancia
anímica.
Demos por descontado que un buen número de los flemáticos
difícilmente se diferenciará de los apasionados. ¿Quién puede marcar la
diferencia en la vida real entre el apasionado del cincuenta por ciento de
sentimiento y el flemático del cuarenta y ocho por ciento de fuerza
sentimental? La diferencia es posible registrarla solamente en los papeles.
El primario ocupa un lugar ínfimo; su porcentaje es mínimo. El
resto del paraguayo lo desprecia por razón de que habla de su interioridad.
La prudencia es una de las virtudes muy apreciadas por el paraguayo. La
persona respetable necesariamente "iñe‟e rakate‟y" (de pocas palabras).

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Resulta que el paraguayo no perdonará a nadie que propale su
secreto. Su interioridad es sagrada. Nadie la debe manosear. Solamente
cuando su peso anímico ya lo anonada, comunica su problema. Aunque su
necesidad de comunicarlo sea agobiante, no lo hace sin dolor y a cualquiera
que se le presente. El interlocutor debe ofrecerle garantía casi absoluta de
no revelar su confidencia a otro. Por eso recurre al sacerdote, quien, además
de ofrecerle seguridad y comprensión, le demuestra normalmente afecto de
padre.
La secundariedad convierte al paraguayo en un contemplativo. Ve
y admira las cosas, los hechos y las personas. No razona sobre ellos.
Simplemente los mira, los ve o escucha y exclama: "ayépa iporá" (qué
hermoso) o "ayépa ivai" (qué feo); "ayépa ñande rayhú" (cómo nos ama),
"ayépa itríste" (qué triste)... Pronuncia estas frases en ritmo lento y tono
meditativo. En realidad el ritmo psicológico del contemplativo es lento.
"Oyapurava‟ekué omanombáma Boquerónpe" (los apurados murieron
todos en Boquerón).
Para aumentar esta lentitud, el paraguayo es un hombre integrado a
la naturaleza, al medio ambiente ecológico que tiene sus ciclos
determinados. Los pasos de la naturaleza no pueden ser apurados o
detenidos. Son inexorables. ¿Qué actitud cabe frente a ellos? La paciencia;
esperar. No existe otra alternativa.
El paraguayo es amigo del silencio. Vive perfectamente bien
acompañado de su imaginación sumida en los hechos, cosas y personas que
lo rodean. No se siente nunca en la soledad. No requiere bullicios para
sentir la vida. Le basta su interioridad.
El carácter contemplativo se observa con nitidez en la música
paraguaya de ritmo lento y de melodía nostálgica. También lo denota la
lentitud de sus reacciones. Veremos luego las condiciones bajo las cuales la
reacción del paraguayo es rápida y fulminante.
El mal que acarrea la integración al medio ambiente ecológico y
sociológico es la excesiva identificación del paraguayo con el grupo, donde
pierde su conciencia personal. Se diluye dentro de lo comunitario a pesar
de su personalismo, interioridad sagrada y su orgullo.

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Actúa mucho en razón del todo encabezado. Decimos "encabezado"
porque para el paraguayo el todo comunitario sin cabeza o "tendotá" nunca
será una comunidad.
Esta integración, sin embargo, le otorga la ventaja de una gran
capacidad de adaptación a cualquier medio ambiente sociológico y
ecológico.
Uno de los defectos del carácter del paraguayo es la timidez. El
paraguayo es tímido; lo que hará que rehúse siempre ocupar el primer
asiento en una reunión, o haga la pregunta "chéiko", cuándo se le pregunte
algo. Por otras razones culturales, el ungido autoridad no sólo irá a ocupar
el primer lugar sino que lo exigirá aunque sea un alcalde de allá de los
rincones. Esta actitud es propia de toda autoridad en el Paraguay, sea civil,
militar o eclesiástica. Un Obispo que asiste a una reunión y no se le dé un
lugar eminente, no volverá a poner los pies en otra reunión similar.
Justificará su actitud por la desconsideración no a su persona, sino a lo que
representa. Se olvidará aquello de Jesucristo de que el primero sea el
último.
La timidez, por su parte, produce el miedo al ridículo. No hay nada
en la vida al que el paraguayo teme tanto. Se cuidará, en todas las
ocasiones, de hablar primero. Por más que sabe lo que debe responder,
cerrará la boca; podría equivocarse o pronunciar mal, y ocasionar de esta
manera la risa de los demás.
El temor al ridículo es excesivo y siempre hace que lo predisponga
en contra del que hace papelón y es objeto de ridiculización. Es insensible
ante él; más aún, le causa hilaridad. La inmisericordia con el que yerra se
observa palmariamente entre los niños, los sujetos incontaminados de una
cultura. Los mayores quizás disimulen sus ganas de reírse en honor a un
comportamiento social adquirido. Tampoco se esforzará mucho por
disimularlo.
A los ojos del paraguayo el fracaso es el peor estigma. Nunca se
borrará de su memoria la amargura del momento del fracaso, del ridículo
sufrido, y las causas y las personas que lo provocaron.
El fracasado ha perdido hasta la credibilidad. Lleva siempre la de
perder. Por el contrario, la mejor recomendación para una persona será el
éxito. El paraguayo estará dispuesto a acompañarla.
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Junto a la timidez, lleva en sí un gran orgullo. Dicen que el
caparazón del orgullo es la timidez. El paraguayo es orgulloso y
personalista. Se lo tiene que considerar importante a él, a su pensamiento y
sentimiento... Exige para sí una máxima atención y, por momentos,
exclusiva. Si, en un momento dado, percibe en alguien un cierto
miniprecio, inmediatamente se apartará de él aunque sea su mejor amigo.
Volverá a acercársele, pero con la aviesa intención de jugarle una mala
pasada. "Deskíte ha yu‟ái ndopáiva". Habrá siempre un momento para
resarcirse de la humillación. Por lo general, el desquite constituye uno de
los placeres más apetecibles del paraguayo. Lo puede llevar a cabo por
medio de la mentira, cosa que le cuesta muy poco porque para él mentir no
es nada malo. Miente para guardar su interioridad como mecanismo de
defensa; miente por deporte; miente para fastidiar y miente para causar
hilaridad. Le ayuda el eufemismo: "he‟i reí" (decir por decir) para evitar
cargo de conciencia. También "ambotavy" (lo confundo).
Increíblemente, a pesar de que el paraguayo es orgulloso y
personalista, es un hombre inseguro. Su secundariedad, su orgullo y su
timidez lo hacen indeciso. No decide; deja pasar el tiempo bajo cualquier
pretexto. Es seguro solamente cuando opera bajo la influencia o imperio de
su inteligencia intuitiva.
En este caso decide en una décima de segundo, pero sin tener la
conciencia por lo cual hace lo que hace, a pesar de que lo hace con una
precisión admirable como si lo hubiera pensado hasta los últimos detalles.
Nunca podrá explicarlo. No le pida explicación. El paraguayo es
superlativamente inteligente con su inteligencia intuitiva; con lo cual no
afirmamos que sea torpe para el razonamiento basado en premisas y
consecuencias.
Difícilmente se le quita "lo que ha metido en el corazón" al decir del
guaraní parlante. No es su orgullo lo que le domina en este caso sino su
secundariedad. Lo que se graba en el alma forma parte de su alma. Frente al
letrado, él lo resguarda con el "ñembotavy", intentará convencerlo de que
no lo entiende, pero, si no llega a conseguirlo, inmediatamente demostrará
que lo comprende y que además lo aprueba. Para colmo, le cantará una
apología. Sin embargo, en su interior seguirá con su idea y su
18
convencimiento. Por último, cuando ha representado su comedia, dirá del
interlocutor que es un estúpido y tarado "ivyro ha hovatavy", a pesar de que
él no ha dejado un resquicio para entrever su interioridad. Otro paraguayo
lo entrevería porque él también experimenta la misma reacción.
El secreto de su interioridad lo conduce a respetar la interioridad del
otro. Le merece un desprecio muy grande el que haya perdido su propia
personalidad, apeándose de su convencimiento, en especial, del grupo. El
"kué" es despreciable. "Karaikué"... "gauchokué"... "Pá‟ikué"...
"ermanakué"... "liberalkué"... "coloradokué". El "Kué" es un fracasado.
El paraguayo difícilmente abordará al otro al respecto de sus ideas,
incitándole a que las abandone o que las cambie. A veces hará todo lo
contrario. Más bien le ayudará a que se afirme en ellas. Puede suceder que
no le agraden las ideas y emprendimientos del otro; aún más, los juzgue
equivocados. Sin embargo, los aplaudirá. ¿Por qué? "Marãpíko rembovaita
chuguí, ko chupé ogustaitereíva" (¿Para qué decepcionarlo ya que se
encuentra tan feliz con ellas?) Esto no es cinismo. Simplemente no desea
contrariar al otro y quitarle su felicidad. Viene el fracaso y dirá:
"ha‟évaekue voi che": su juicio era contrario. Bien hubiera pronosticado el
fracaso, pero se abstuvo (ya lo había dicho yo).
El paraguayo normalmente ejerce un incomparable autodominio. Es
parco en la manifestación de los sentimientos, aunque la procesión vaya por
dentro, como suele decirse. Llega un momento en que no puede contener la
fuerza interior, entonces, pierde el control sobre sí mismo y se transforma
en un verdadero loco. Matará de veinte puñaladas, y, una vez calmado, se
admirará de lo que hizo. No podrá explicarlo.
Es probable que, para defenderse de este fenómeno, haya adquirido
un gran sentido del humor, humor que, a veces, parece hasta macabro, al
ridiculizar los momentos trágicos de la vida. Sabe reírse de todo el mundo y
de todas las cosas. No existe tragedia que no convierta en risa. Un grupo de
paraguayos se distingue por la risa.
¿Estará relacionado con esto su optimismo? El paraguayo es
optimista, no porque piensa que el hombre es bueno. Es optimista porque
acepta la vida con sus dos caras: la del bien y la del mal. No hay razón para
pasar la vida lamentándose, porque predominan siempre los tiempos

19
buenos sobre los malos, y el mañana puede ser mejor que hoy y, ante todo,
con la vida en la mano vale la pena estar contento.
Le enferman los plagueos y el llorón.
Su carácter activo le proporciona la capacidad de no ver lo
imposible. Todo es posible para el paraguayo. Nunca le dirá: no puedo
hacerlo. Cuando se pregunta si sería capaz de hacer tal o cual cosa,
"yahecháta âga", responderá; y ciertamente intentará llevarlo a cabo.
Al paraguayo lanzado a un determinado trabajo o labor nunca hay
que decirle que es algo imposible o que sobrepasa sus fuerzas. ¿Para qué
trabajar en ese caso? No vale la pena intentar lo imposible. Por otra parte, si
se le facilita todo, se pondrá mano sobre mano. ¿Para qué trabajar si todo
está hecho? Toda labor se le tiene que presentar con cariz de un desafío a su
capacidad de creación.
Hemos presentado al paraguayo con unas cuantas pinceladas a fin
de interiorizarnos de que nos encontramos frente a un hombre bien
concreto, con características especiales, digno de que se lo mire con mayor
detenimiento, a la luz de los cinco factores a que nos referirnos en la
introducción.

20
CAPITULO II
LA CULTURA ORAL DEL PARAGUAYO

Los dos grandes tipos de cultura en que se ha desarrollado la


personalidad del paraguayo son la cultura oral y la tribal.
La cultura escrita es relativamente reciente y no ha llegado ni a la
etnia ni a todos los rincones. La escritura ni siquiera ha sido de uso popular
sino de una élite así como sucediera en los grandes imperios de la
antigüedad, sin excluir el romano y ni siquiera Grecia.
Ahora mismo, en muchas naciones, no sólo en el Paraguay, la
escritura no pertenece al medio común de la comunicación popular. La
cultura oral se caracteriza por su comunicación interpersonal y social por
medio de la palabra viva o palabra hablada. Los hombres se comunican
directamente. Transmiten sus ideas, sentimientos y noticias de persona a
persona, y de persona a la comunidad reunida en determinados
acontecimientos. El jefe no lee para imponer reglas para determinados
procedimientos. Directamente les dicta a las personas, y éstas toman la
precaución de retenerlas en la memoria.
El desarrollo de la memoria es de capital valor en una cultura oral.
Es el único receptáculo de las palabras y noticias, por una parte, y por otra
parte, es necesario transmitir con la mayor fidelidad posible los hechos y
los acontecimientos, especialmente referentes a la vida de la etnia cultural,
con los que ésta irá conformando su depósito de sabiduría.
La fidelidad absoluta en la transmisión verbal será siempre
imposible porque los hechos son impactantes. Una peste, una guerra, un
año de bonanza y de estrecheces son hechos que horadan el alma del grupo
y de los individuos, cuyo relato formará la historia de un pueblo.
Más tarde quizá se vierta en un relato épico, donde cada uno y las
generaciones venideras se sentirán protagonistas en mayor o menor grado.
Los vates, que son miembros de la etnia cultural; rebozan de los
sentimientos que embargan a la comunidad. Los trovadores son poetas de
profundo sentimiento comunitario, capaces de aglutinar toda una etnia
cultural mediante la formación de su conciencia histórica.
21
Los acontecimientos y hechos que forman parte del alma de un
pueblo difícilmente son objeto de objetividad. Se los siente. Cada uno los
recibe conforme a sus sentimientos -más o menos exaltados, conforme a los
prejuicios, preconceptos y predisposiciones. Conforme a éstos, los procesan
interiormente. Así que los acontecimientos sufrirán pequeños grandes
cambios, reflejados en los detalles significativos. Lo fundamental no
cambiará aunque se ornamente con nuevos pormenores que responden a la
apreciación de los individuos y de la misma comunidad que, a veces, se
halla frente a situaciones analógicas. Los detalles añadidos no responden a
una intencionalidad premeditada, pero denotan una intencionalidad de
adaptación espontánea.
Solamente dentro de la cultura oral serán comprensibles muchos de
los comportamientos del paraguayo; en especial, su modo de
comunicación. Este tipo de cultura impone el sistema de comunicación
compuesto de variadas formas. ¿Por qué los periodistas que, se supone,
pertenecen fanáticamente a la cultura escrita insertan en los periódicos
columnas denominadas "radio so‟o", "ñe‟e mbegué? Por lo general, estas
columnas son las primeras en ser leídas y merecen además una
incondicional credibilidad. Responden a la mentalidad de cultura oral.
Allí se recurre al rumoreo, modo específico de comunicación de los
acontecimientos en un pueblo de cultura oral. Si un periódico se mantuviera
dentro del estilo del "ñe‟eguyguy", constituiría una fuerza comunicativa
muy notable. Los paraguayos somos propensos al rumoreo, no importa que
adquiera el tinte de un chismorreo. Con mayor facilidad creemos a lo que
se nos transmite por medio informal de información. Asunción misma
hierve en rumoreos. No es aún un mundo aparte en el Paraguay, aunque
circulen los periódicos de diferentes gustos.
El paraguayo se resiste a creer en las informaciones formales.
Porque “ha‟ekuéra he‟i vaerã vointe péicha”, dado sus intereses, amores y
odios, simpatías y animadversiones, ideas y prejuicios. Todos informan
según su conveniencia. (Están obligados a decir lo que dicen).
Nosotros espontáneamente relacionamos la cultura escrita con las
sociedades más complejas. Todos los grandes estados han utilizado la
escritura para su manejo y desenvolvimiento. Sin ella nos resulta imposible
comprender como un estado con sus decretos, resoluciones y leyes podría
22
desenvolverse. Sin embargo es posible. Un gran imperio, como el incaico,
se manejaba sin escritura.
Por lo visto la sociedad política organizada en estado es compatible
con la cultura oral, por más que resulte difícil de concebir dicha
compatibilidad. El estado supone una relación secundaria mientras la
cultura oral presupone relaciones primarias.
Para el paraguayo la palabra hablada se reviste de una fuerza tal que
produce lo que significa. La palabra es eficaz. Hace recordar aquello de la
Biblia "mi palabra no vuelve a mi vacía".
La cultura oral potencia la palabra. De ahí resulta comprensible que
el paraguayo tema a la maldición. La llamaban originariamente
“ñe‟engá‟i”, (palabra quemante). En la misma medida del miedo a la
maldición, cree en la eficacia y la bendición. La pide al sacerdote... a los
padres... tíos. Junta las manos, “otupanoi” o “Tupã renoi”. También la
oración es eficaz no tanto por la fe ni la buena disposición del orante,
cuanto por la eficacia de la palabra.
La oración es la palabra o conjunto de palabras que ha sido puesta
en forma escrita. Aunque no se la pronuncie tiene eficacia. Basta con que se
la tenga en el bolsillo, para que uno se resguarde con su poder. Si uno la
pronuncia, no es necesario entender su significado. La palabra habla por sí.
La palabra escrita sigue gozando de eficacia de la palabra hablada.
Consecuentemente, el paraguayo creerá a ojos cerrados la curación con
palabra. El "médico con palabra" seguirá con su éxito mientras la cultura
oral sienta sus reales en estas tierras. Para la "curación con palabra" no se
necesita indefectiblemente que se recite una oración, bastan unas cuantas
palabras que expresan la intención de curar. Esto quizá a algunos les
parezca estrafalario y sin sentido, pero es así.
El paraguayo es un gran conversador. La cultura oral promueve la
capacidad de conversación. La mujer es más conversadora aún. Las
mujeres conversan por horas enteras, a veces sobre un solo tema y, a veces,
sobre un conjunto de temas, que abarcará infaliblemente la vida y milagro
de medio mundo. Muchas veces son procaces. No paran mientes en relucir
a la luz del sol sus propias intimidades, al contrario del varón que es más
recatado.

23
Este difícilmente hablará de sus intimidades. Si lo hace, lo hará casi
con delicadeza. No hablamos de jovenzuelos, especialmente citadinos. La
conversación del varón gira alrededor de los acontecimientos y trabajo. A
veces, versa sobre el tiempo cuando éste sale de sus cauces normales y
constituye causa de preocupación. Por ej., la excesiva lluvia... la sequía...
Pero si se mantiene normal, no tiene por qué recordarlo. El tema que
apasiona al paraguayo hasta lo indecible es la política partidaria. Para él es
el tema de los temas. También la mujer es el gran tema.
El complejo sistema de comunicación, originado en la cultura oral
en Paraguay se compone de varias especificaciones a saber: el
"ñe‟eguyguy", el "ñe‟eeguatá" en cuyo contexto se lleva a cabo el
"ñembohekovekué" o calumnia, basada en presunciones o señales
reveladoras. Si es una comunicación a distancia, se llamará el "radio so‟o".
El medio de persuasión será el "ñe‟embegué" y, por último el "ñe‟enga",
ánfora de la sabiduría popular.
Sin necesidad de recurrir a ideologías anti dictatoriales, que nos
obligan a ver toda la vida social y los comportamientos individuales en
relación permanente al dictador, diremos que el "ñe‟eguyguy" es una
manifestación natural y espontánea de la cultura oral, y existe no porque el
dictador no nos permite hablar en voz alta. El "ñe‟eguyguy", no consiste en
una comunicación subrepticia sino en una abierta comunicación de persona
a persona, basada en presunciones y con una fe ciega a las personas -fuente
de la información.
Nunca el "he‟eguyguy" ofrecerá una seguridad objetiva al
observador desinteresado. Lo que le ofrece credibilidad son la honestidad y
autoridad de una persona. Lo notable es que el paraguayo, gracias al
"ñe‟eguyguy" se interioriza aun de la vida más herméticamente
resguardada,
Él conversará y tendrá por indiscutido lo que el Presidente de la
República, por ej. dijo a su señora sobre tal o cual tema. Ni la más lejana
duda sobre la veracidad del hecho. Nace de la boca de una persona
presuntamente allegada al Presidente como sería el chofer o la muchacha.
Esta persona lo escuchó y basta. Con mucha más razón, lo que se rumorea
de la persona más accesible tendrá que ser absolutamente cierto.

24
Lo que otorga la fuerza de persuasión al "ñe‟eguyguy" es que se lo
transmite en forma de narración de hechos concretos. Los hechos son
irrefutables. La narración, que enmarca las ideas dentro de un
acontecimiento en que las personas son reales y concretas, con expresiones
usuales y con actitudes consideradas normales, las convierte en reales y
consecuentemente verosímiles. El "ñe‟eguyguy", pues, adquiere la fuerza
de convencimiento gracias a la narración. El alma del "ñe‟eguyguy" es el
arte narrativo del paraguayo, capaz de utilizar los pormenores de tal suerte
que el acontecimiento adquiera tal o cual sentido.
Por más inverosímil que podría ser el hecho, resulta creíble, gracias
a su presentación. Tan contagioso es el "ñe‟eguyguy" que el más pintado
objetivista se ve atrapado por él.
Ahora, el "radio‟soó" es el mismo "ñe‟eguyguy", con que se
transmiten las buenas y malas noticias a distancia de una manera casi
inexplicable. Normalmente el "radio so‟ó" transmite noticias de hechos que
no llegan a concitar la atención de los medios masivos de comunicación
social, pero interesan a la pequeña comunidad, constituyéndose en el gran
medio de mantener en comunión con la comunidad de origen al lejano
miembro.
Hay que ver la rapidez con que llega a Buenos Aires la noticia de un
nacimiento, muerte, incidente o de cualquier acontecimiento, trascendente
solamente para las pequeñas comunidades. Ese paraguayo del gran Buenos
Aires sigue unido a su familia y vecindario, a su pueblo, gracias a esas
noticias. Al recibirlas se siente inconscientemente ubicado en su lejano
medioambiente social. El "radio so‟ó" presta un servicio humano
invalorable.
El "ñe‟embegué" o hablar al oído, constituye un método de
persuasión. "Eheyánte chéve", "aga aikéta chupe ñe‟embeguépe" dice la
señora refiriéndose a su esposo testarudo. "Déjame por mi cuenta;
conversaré yo con él". El "ñe‟embegué" supone la virtud de la
perseverancia. El agente del "ñe‟embegué" no descansará de repetir ahora y
a deshora la misma cantinela hasta conseguir su objetivo. No quepa la
menor duda de que, tarde o temprano, el del "ñe‟embegué" se alzará con la
victoria de haber convencido.

25
Por último; habría que recordar al "ñe‟engá" o al dicho sentencioso
en que se ha acuñado la sabiduría de la vida y se la transmite. Para
comprenderlo en su presentación hay que llevar en cuenta al idioma
guaraní, lenguaje concreto, carente de la abstracción y de ideas. Así que no
se debe esperar del guaraní una sentencia propiamente dicha que se expresa
en ideas como las que se encuentran en los libros sapienciales del oriente o
de occidente. Las ideas de un valor o de unas pautas de comportamiento se
las presentará en forma de anécdotas, de hechos y de comparaciones. Por
ej. "Una vénte mbarakaya opo‟evatatápe". "Yvy pléito ha kuré cosé,
manóme opavaerá" (Sólo una vez el gato mete la pata en el fuego) (Pleito
de tierra y de cerdos dañinos siempre termina en muerte).
La experiencia ha constatado este comportamiento determinado y lo
acuña a fin de que sirva para dirigir la conducta de los individuos dentro de
la comunidad.
Hay otro tipo de "ñe‟enga" que se usa en forma de muletilla y
exclamación. Los antiguos padres de familia no permitían que sus hijos
usaran cualquier "ñe‟enga" dado que las palabras poseen la fuerza interna
de producir lo que expresa. Cuentan que el Pa‟i Pérez Acosta, de legendaria
memoria, casi en los últimos tiempos de la guerra del Chaco, recomendó a
los soldados que en vez de cualquier "ñe‟engá" usaran "opáta la guerra". A
raíz de esa recomendación Emiliano R. Fernández escribió aquella hermosa
poesía que comienza "Pa‟íma he‟i opáta la guerra". Los "ñe‟engá" actuales
del tipo muletilla serían por ej. "nákore"... "nde rasóre"... etc... etc.
Hay un tercer tipo de "ñe‟enga", que se caracteriza por el "he‟i"
(dice).
Pone ficticiamente en boca de alguien o de animal un determinado
dicho que respondería a un valor o una circunstancia especial de la vida, a
veces, de una manera ridícula, por ej. "Imba‟énte ñame‟e chupé, he‟i
ho‟ukavaekue kesú vakápe". La expresión "imba‟énte ñame‟e chupé", se
suele usar para reconocer el valor de una persona. "Imba‟ente ñame‟e
chupe, imba‟eporá ko karai". En vez de "mba‟epora" cualquier otro atributo
tiene cabida.

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"Ibaí la kuádro, he‟i kururú omañarõespéjope", La expresión "ibai
la kuádro" se usa para decir que la vida económica o de salud se vuelve
pesada.
Este tipo de "ñe‟enga" se puede multiplicar al infinito.
Mientras persista el ingenio ridiculizador seguirá brotando con el
transcurso del tiempo. De hecho, a diario se escucha uno nuevo.

27
CAPITULO III
SU CULTURA TRIBAL.

Si no miramos al paraguayo dentro del marco de la cultura tribal,


nos quedaríamos sin comprender muchos de sus comportamientos y
actitudes, aunque él se consideraría disminuido al ser considerado un
hombre tribal, porque él relaciona tribu con "te‟yi"y "mbyá", tenidos ante
sus ojos en muy baja estima. Los que despreciamos al "te‟yi" asociamos la
palabra tribu con hordas salvajes. Tribu, sin embargo, no es sinónimo de
salvajismo, sino de una sociedad sencilla que respondería más bien, al
concepto de comunidad, en nuestra actual nomenclatura social, que al de la
sociedad propiamente dicha. Tampoco es un grupo humano desordenado,
sin estructura, sin territorio y sin autoridad. Quizá nos resulte difícil
comprenderla en razón de que la causa de su ordenamiento es diferente a la
que estamos acostumbrados.
El Estado debe indefectiblemente contar con un cúmulo
considerable de leyes que establezcan los deberes y derechos de los
individuos a fin de regular su mutua relación. No sólo regulara la relación
de los individuos entre sí, sino también de las entidades y los individuos, y
de las entidades entre sí. Las tribus se rigen por la costumbre más respetada
por ellas que las leyes en el estado. La diferencia no radica en la vigencia o
no del derecho sino en las diferentes unidades básicas de la sociedad. En el
Estado es el individuo y en la tribu es el parentesco.
La sociedad, organizada en Estado, ejerce un cierto poder absoluto
sobre el individuo y se erige en la interpósita persona para el
relacionamiento entre los individuos. La relación de persona a persona se
vuelve infuncional. Aún los servicios se llevarán, en una sociedad estadual,
a través de diferentes canales y mecanismos institucionales.
El individuo se ve avasallado por las estructuras. Se tuvo que
recurrir a nuevas leyes para defender cierta autonomía del individuo ante el
Estado.
La unidad básica diferente crea una concepción social diferente. La
jerarquía de valores también diferente. En la tribu el valor supremo la

28
persona, mientras en el Estado, por lo menos, en la práctica, lo son las leyes
y las estructuras sociales.
La unidad básica conforma modo de pensar, actitudes y
comportamientos específicos.
La diferencia entre el Estado y la tribu es tan grande que un anti
valor fatal para la sociedad tribal puede resultar un simple incidente en la
sociedad civilizada. Por ej. un crimen para el Estado es un acontecimiento
sin mayor importancia. En la sociedad tribal, sin embargo, todo crimen es
fatal porque lesiona el parentesco y socaba la base misma de la comunidad.
Al destruir las relaciones entre persona y persona, y de familia y familia, se
destruye el cimiento social. La tribu justificaría plenamente la pena capital.
El Estada nunca.
La cultura tribal se caracteriza por el gran sentido de pertenencia a
la comunidad de parte de los miembros y la libertad personal, por un lado,
y, por el otro lado, la lealtad y devoción al jefe.
El hombre de tribu goza de gran libertad. La costumbre no le
constriñe por los cuatro costados como lo hacen las leyes. Marca solamente
líneas maestras de comportamiento y el cacique cuida de la vigencia de
esas líneas maestras, reconocidas válidas para la supervivencia de la tribu a
través del tiempo.
Desde que la unidad básica de la tribu sea el parentesco, la
característica fundamental de su cultura tendrá que ser la comunidad.
Todo se hace y se resuelve a nivel de personas y de comunidad.
Hasta su economía será comunitaria. Se produce en común y se consume
también en común. Quizás el gran sueño de Carlos Marx haya sido la
economía comunitaria, pero obsesionado por la concepción del Estado de
corte capitalista, no atinó a concebir sino la economía colectivizada, una
economía tan inhumana como la capitalista. Su sueño, no sé si hubiera sido
más realizable; eso sí, con seguridad, hubiera sido más humano en el caso
de que lo hubiera planteado en calidad de economía comunitaria. Su
hipótesis era la economía primigenia y, sin duda alguna, la economía
primigenia es la comunitaria.
En la sociedad tribal la educación es de la comunidad para la
comunidad. Los netos beben los valores de la etnia cultural en una
comunidad impregnada de una fuerte y vital tradición. Se les transmiten a
29
través de la familia y de los actos conmemorativos de la tribu. No son
extraños, aún en cuanto a la responsabilidad. Serán objeto de esmerada
atención, pero no se les permitirá ser zánganos. Se les educa en la
corresponsabilidad, Apenas pueden, deben prestar algún servicio acorde a
sus posibilidades físicas y mentales. Desde muy pequeños aprenden de sus
mayores su futuro rol; el niño de su padre, y la niña, de su madre. Los niños
crecen identificados con sus padres. De ahí que en la tribu se desconoce la
lucha generacional. El joven ha aprendido que la vida no es ningún juego
de niño, y soportarla en su complejidad requiere fortaleza y tesón.
Gracias a su humanidad la cultura tribal es una cultura simpática y
atrayente. Si no crea la fraternidad con toda la profundidad que hoy ha
adquirido esa palabra, por lo menos establece un ambiente de familiaridad,
en que los hombres se conocen; se tratan como personas, se considera
alguien y tienen por alguien a los demás.
Cualquiera, en la tribu, no así en una sociedad civilizada en la que
se requiere mucho más que el simple vivir para ser considerado alguien.
No es raro que los turistas de los países altamente desarrollados
coincidan en declarar que la mayor riqueza del Paraguay son los
paraguayos. No se cansan de alabar nuestra hospitalidad. Lo que en
realidad les impacto y les tonifica es el ambiente familiar nuestro. Vienen
del inhumano mundo del anonimato y, de repente, entre nosotros se
encuentran en familia. Por lo visto el hombre se siente a sus anchas y feliz
en un medio ambiente de relaciones primarias.
El paraguayo ha mantenido una cultura homogénea, sencilla y
fuerte en toda la nación gracias a tres males: el territorio de dimensión
reducida, la mediterraneidad y la pobreza del subsuelo. Los países
territorialmente grandes, por la común, albergan varias etnias culturales; los
ricos sufren frecuentes invasiones de depredación, y los de la costa
marítima reciben permanentemente a diferentes tipos de gentes.
El Paraguay ha sufrido más que una invasión, un exterminio. Los
exterminadores lo dejaron sumido en una pobreza extrema que le eximía
del interés de los depredadores y neo colonizadores. Recién, a mediados de
este siglo, comenzamos a enfrentarnos con la despersonalización cultural.
Hemos echado un vistazo a la cultura tribal y la encontramos
atrayente por su valor humano. Pero no nos tiene que enceguecer de tal
30
manera que olvidemos que hoy vivimos en otro contexto social en nada
parecido al de la tribu, y en el que con facilidad nos vamos a desubicar.
Podemos observar varias desventajas del hombre tribal para insertarse en la
sociedad estadual.
La primera desventaja de la cultura tribal para el tiempo presente
que imposibilita comprensión del ente moral. El Estado para el hombre de
tribu será siempre una superestructura totalmente innecesaria. Será fuente
de muchos males, su sometimiento a un modo de pensar diferente y sin
sentido de la vida. Será el medio de su explotación, de su limitación y de
los sinsabores de la injusticia. Para él el estado de derecho no es lugar de
sus derechos. Nunca comprenderá que el hombre no sea nadie. En un
Estado civilizado el hombre teóricamente es alguien pero no se lo considera
alguien, a no ser que tenga en sus manos las riendas del poder. Para el
Estado el hombre nunca pasará a ser un número, especialmente el hombre
común.
La segunda desventaja para el hombre tribal es que él no puede
vivir sin jefe que le indique las pautas de procedimientos, hasta cómo debe
hacer. La autoridad en la tribu reside en la personalidad, no en la estructura.
La estructura se impone aunque no se ve ni se escucha. Para el
hombre tribal siempre, se exigirá la autoridad-persona y cuando alguien sea
constituido en autoridad, se erigirá en ley.
La tercera desventaja proviene de que la vida tribal es sumamente
sencilla, frugal y sin otras pretensiones fuera de la de vivir en paz y con
cierta holgura. Todo lo que rompe este esquema de identidad vida produce
necesariamente el desquiciamiento y la pérdida de identidad en las
personas. Cierta holgura como la del "mboriahu ryvatã" no rompe aún ese
esquema porque el hombre se considera dueño de las cosas; no se ha
sometido aún a las exigencias del tener más.
La cuarta desventaja es la casi imposibilidad del diálogo y del
trabajo en equipo. Es que todos son iguales. El único con cierto tinte de
desigualdad, dentro del marco de la igualdad, es el "mburuvichá". Nadie
tiene derecho a imponerse a nadie. Todos son dueños de sus propios actos.
Cuando alguien pretende inmiscuirse en el procedimiento del otro, éste le
dirá: "péa ningo che probléma. Eyehecha ndé ne probléma revé ha ché, che
probléma revé". (Este es mi problema. Yo con el mío y tú con el tuyo).
31
Seremos muy amigos, pero sin derecho a la intromisión en la intimidad del
otro. Libres e independientes. Ni siquiera el cacique se inmiscuirá en la
intimidad de nadie; sólo dictará e impondrá pautas de procedimiento en
relación de la vida comunitaria.
El rol del "mburuvichá" es muy semejante al de un padre. Desde ya,
la expresión "mburuvichá" incluye en si el concepto de "ru" o padre. La
etimología más o menos sería "oñembo-ru-vaicha" o "ñembo-ru-tuvichá",
hacerse como el padre o ser padre grande. La diferencia se observa en que
el dirigente es más dirigente que padre aunque sus atribuciones sean muy
análogas. El padre trabaja, pero el "mburuvicha" no trabaja con los demás.
Él dirige.
Se cuenta una anécdota del finado Dr. Virgilio Ramón Legal, al
que, siendo Delegado de Gobierno del Guairá y Caazapá, se presentó en su
despacho un grupo de indígenas de la parcialidad “mbyá” con problema de
no sé qué. Lo cierto es que necesitaban realizar un trabajo en conjunto para
resolverlo. Entonces, él, para motivarlos, los constituyó a todos en
autoridad con graduación militar. Esta parcialidad es afecta a la vestimenta
y graduación militar. El de menor rango salió con la graduación de
sargento.
Después de un tiempo, el Delegado los convoca para cerciorarse de
la marcha del proyecto trazado con ellos. Y cuál fue su sorpresa al enterarse
de que no se había hecho absolutamente nada.
- ¿Cómo es que no se hizo nada?- recriminó al "mburuvicha".
- "Ndaipori chostáro" (soldado) -respondió éste.
El trabajo, pues, no fue posible. No había soldado o gente para
trabajar. El jefe no trabaja.
El lector debe saber que la parcialidad "mbyá" hasta el presente no
ha incluido en su fonética la de la L como la de la J. La S la pronuncia Ch
porque seguramente el fonema de la S española es casi igual al de la Ch
guaraní. Es una herencia.
La desventaja más grave de la tribu con relación al Estado
civilizado estriba en que en aquella las posibilidades para un desarrollo más
avanzado del potencial humano son muy limitadas. Ciertamente en la tribu
se acepta la persona sin limitaciones, pero carece de los medios y ambiente

32
para que sus miembros alcancen un desarrollo pleno de todas sus facultades
y una respuesta cabal a sus profundas aspiraciones.
Cuando un número alto de personas se pone de acuerdo a vivir en
una cooperación estructural, es mucho más eficaz en cubrir las necesidades
primarias del hombre y a las exigencias del ser más. En este contexto social
necesariamente se multiplican los servicios, y se perfeccionan más cada día
los oficios, y se produce el permanente avance de los conocimientos y en
otros campos de la vida. Consecuentemente el hombre tiene posibilidades
reales de promoción, y de una continuada promoción, a condición de que el
Estado cumpla con su cometido de que el bien común revierta a todos sus
componentes con una equitativa repartición de la riqueza y de los servicios.
La tribu responde mal que mal a las necesidades primarias y de una
manera casi rudimentaria. Así el ideal de cualquier grupo humano, aunque
metido en las espesuras del bosque amazónico o diseminado sobre alguna
inconmensurable duna, será siempre el estado civilizado aunque lo
empobrezca humanamente. En el estado lo que importa es vivir en una
determinada estructura social y promoverse.
En el régimen de estado se impone, por su propio peso, el
pluralismo de pensamiento, de religión, de lengua y cultura; lo que es
absolutamente imposible de concebirse en la tribu. Con el pluralismo se
destruiría el parentesco. El Estado exige solamente un tipo de individuos
que se someta a la estructura social, se mueva en ella normalmente y se
sienta contento. En él no tienen cabida ni los menos ni los más. Por ej. los
minusválidos no pueden integrar la sociedad política; tampoco los genios o
superdotados. Los minusválidos no alcanzan la medida de cierta medianía
requerida para animar la estructura mientras los genios rompen los
esquemas normales de la personalidad. Entonces no existe otra alternativa
para el Estado, ya suficientemente poderoso, que crearles a ambos grupos
su propio mundo. Al minusválido su grupo, sus deportes, sus
distracciones... para los genios los gabinetes de investigación donde
encerrarlos para que investiguen a fin de utilizar sus ideas y sus
descubrimientos según la oportunidad, la buena voluntad y capacidad de
los gobernantes para el bien de la sociedad política.

33
Sin embargo, en la tribu, ambos tipos de personas ocupan su propio
lugar. El minusválido es objeto de cariño familiar; es un miembro efectivo
de la comunidad que no debe arrinconarse a su propio mundo.

34
CAPITULO IV
EL CAUDILLO Y EL PARAGUAYO

El caudillo es uno de los personajes folklóricos más denigrados, sin


el cual el paraguayo no vive. Forma parte de su vida comunitaria.
La animadversión de algunos, por lo general, nace de un deseo
inconfesado de erigirse en caudillo. Lo detectamos en los más encumbrados
predicadores del diálogo o enemigos de la autocracia. El paraguayo quiere
ser caudillo. El que no lo es, es porque no se lo permiten. El que puede lo
será apenas se presente una mínima ocasión.
Al paraguayo le agrada ser el "tendotá", ser Presidente. No en balde
el pueblo paraguayo se ha puesto a llamar "Presidente" aunque sea al de un
Club, por supuesto, con mucha complacencia de los afectados por tal trato.
En algunos lugares se ha puesto a llamar "profesor" o "licenciado" a
cualquiera sin que nadie se ofenda por la aparente burla. Es que el
paraguayo lleva adentro el deseo de ser presidente. En la constitución de
una comisión cualquiera, será inevitable la disputa abierta o solapada por
tal cargo. Una vez constituida, la renuncia a la colaboración de parte de
algunos se deberá a que la presidencia no ha recaído sobre él o sobre el
candidato con quien congenia.
Por desgraciase ha estudiado poco o nada al caudillo, este personaje
de aristas sumamente interesantes, y que, ante todo, es una figura especial
en una sociedad de mentalidad tribal. En la tribu no existe caudillo.
No es fácil ser caudillo. Se requieren cualidades especiales, entre las
cuales sobresale la de pertenecer en cuerpo y alma al pueblo. Pensar como
él, hablar en su lenguaje y convivir sintiéndose afectado en alguna medida
por sus problemas. El caudillo se encuentra dentro del pueblo y es el reflejo
en escala superior del paraguayo común. El pueblo tiene que sentirlo
miembro legítimo suyo al mismo tiempo que superior entre sus pares. Lo
que no significa que asuma una actitud que ni lejanamente se debe
interpretar como un miniprecio a los demás. Por asumir una actitud
despectiva perderá su ascendencia.
Por ser superior demostrará en un mayor grado las virtudes
consideradas relevantes por el paraguayo. "Ikuimba‟é va‟erã"; "ikaria‟y ha
35
ypy‟aguasu" (generoso, magnífico y de gran coraje). Estas virtudes son
necesarias para cumplir a cabalidad el rol del padre. Nunca debe renunciar
a la superioridad en su comportamiento y en su modo de hablar. En las
circunstancias adversas mantenerse tranquilo y en ningún momento echará
mano de fanfarronería. El caudillo nunca se rebaja a fin de congraciarse con
el pueblo. Él sabe que al paraguayo no se le engaña con una demagogia
barata porque es un gran conocedor del hombre, de sus roles y figuras. Para
él, cada uno debe demostrar lo que es y no fingir con intenciones de
engañar. El ficticio es molesto. En la primera oportunidad lo
desenmascararán, el caudillo tiene que ser auténtico. No avergonzarse de lo
que es; mucho menos, avergonzarse de su condición de hijo del pueblo.
El caudillo nace; no se lo hace. También se hereda en tanto cuanto
el hijo detenta en cierta medida, por lo menos, las cualidades de su padre,
mediante las cuales ondea sobre él la sombra del padre, que consiste en una
ascendencia sobre los demás.
El caudillo es un hombre de fuerza psíquica poco común, de
dominio sobre el ánimo ajeno. Si no recurrimos a esta cualidad innata de la
ascendencia psíquica, nos resultará imposible explicar la figura del
caudillo, el respeto y acatamiento que genera. No existe otro camino. Los
títulos académicos, por ej., nunca fueron causas para ungir a un caudillo.
Servirán para muchas otras cosas, ciertamente, pero nunca para erigir un
conductor popular porque la sabiduría de los yuyales es diferente de la
sabiduría de las universidades.
Hablamos del caudillo verdadero. Resulta que, a veces no falta
quien pretenda coronarse de caudillo con prebendas y dádivas; caudillo de
papel. Cuando se le terminan sus dádivas, se desplomará de su pedestal de
barro. Su ascendencia no es psíquica; se debe al interés económico. El día
que cierre las manos, habrá perdido su aura de caudillo. Tras su muerte no
quedará un nostálgico recuerdo como lo deja el caudillo.
El caudillo ayuda siempre y todo cuanto pueda, pero su ascendencia
no se debe a la ayuda. Todo lo contrario, debe ayudar porque es un
caudillo, un paraguayo paradigmático. Se le sigue al caudillo por ser
caudillo; no esperanzado en las ventajas. Pero, si aparece por ahí alguien
repartiendo dádivas, sería tonto desaprovecharlo. No todos los días cae
maná del cielo. Este tipo de caudillo corrompe al paraguayo convirtiéndolo
36
en servil y mendicante, más aún pensando que detrás de manos
munificentes hay otras destinadas a manipularlo.
Ciertamente la fuerza de caudillo estriba en el alma. No radica en
nada exterior. Posee un conocimiento instintivo de su pueblo y gracias a
este conocimiento, una capacidad extraordinaria de comunicación. Se
identifica con su pueblo. Se trata de una compenetración mutua. Dice la
palabra exacta y en el tono exacto en base a los gustos y disgustos;
preferencias y aversiones; aspiraciones y repulsiones de su pueblo. Su
palabra resuena en el alma del paraguayo siempre familiar y comprensible.
Sabe de antemano la medida aceptable para su compueblano. Así que es
explicable que le resulte fácil llevarlo a donde quiera.
Se puede detectar tres tipos de caudillo. El primero es el que hace
todo y no permite que otro haga nada. Lo común a todos los caudillos es
que debe figurar siempre a la cabeza de todos los emprendimientos aunque
permita participar a otros.
El caudillo "hace-lo-todo" normalmente hace muy poco porque le
abruma la multiplicidad de los quehaceres. No hace y no deja hacer. Sin
embargo, hay un tipo de paraguayo con una capacidad increíble de
realizaciones múltiples pero en número muy reducido.
El segundo tipo es aquel de las órdenes tajantes, con gran
propensión a ser un mandón; y el tercero es el que mueve calladamente a
todo el mundo. Casi no se le escucha hablar.
El primero corre el riesgo de dos errores frente al paraguayo.
El primer error es anular toda participación, que para el paraguayo
significa falta de confianza. Aquí pedir un servicio es signo de confianza.
El paraguayo se cuida mucho de ofrecer su servicio porque "ñekuãha yati‟i
noseporaiva". Se pide servicio al que se tiene confianza porque no
humillará con su negativa. Por otra parte, el que niega su servicio solicitado
es hombre despreciable, motejado con el nombre de "kura‟yi", un bichito
casi microscópico que produce una de las sarnas más molestas y
contagiosas.
El segundo error es asemejarse demasiado al paraguayo común
quien no acepta que el conductor se iguale a él. El dirigente se abaja pero
no se rebaja. Requiere mantener su dignidad y la figura del paraguayo

37
paradigmático. Nunca debe renunciar a su ascendencia anímica sin que ésta
lo separe del pueblo. Un equilibrio difícil.
El segundo tipo, el de las órdenes tajantes, llena una condición muy
apreciada por el paraguayo, que es la seguridad. El paraguayo cambia
cualquier cosa por la seguridad. El hombre seguro constituye una garantía
en la vida. Este tipo de caudillo puede llegar a sentirse dueño del pueblo en
vez de considerarse expresión de él. Pierde su identificación con él; se
considera superior y el pueblo comienza a considerarlo extraño.
El tercer tipo es el típico caudillo de poco hablar, sencillo; lleva la
conducción "ñe‟embeguépe". Es el que más claramente demuestra la
ascendencia psíquica mientras se mantiene unido al pueblo en cuanto es
uno de sus miembros. Rara vez se advertirá que imparte órdenes,
Comprende y disimula los errores. Las correcciones las lleva a cabo sin
ostentación y aspavientos. No requiere de demostraciones porque él se
siente seguro con su autoridad.
Ha sido notable en épocas anteriores que el Cura haya sido un
caudillo o un conductor de tipo caudillesco. Lo más notable es que el
mismo pueblo se lo exigía. El "Pa‟íma he‟i" es su exigencia. Al sacerdote
se le exige que sea taxativo. Él es el dueño de la seguridad desde el
momento que tiene en sus manos el instrumento de la máxima seguridad.
Por medio de la Religión maneja pautas eternas, inconmovibles, emanadas
de valores divinos. ¿Quién será seguro si el sacerdote no lo es? ¿A quién
otro se le puede exigir taxatividad? Además es el Presbítero, el más
anciano.
Esta cuestión la trae consigo el paraguayo desde su origen guaraní y
también el europeo de la Edad Media. Para el pueblo guaraní, el "avaré"
gozaba de una autoridad superior a la del cacique. Aquel era el hombre de
oración y consecuentemente el sabio dado que Dios infunde la sabiduría
mediante la oración. En la Edad Media los Obispos y con ellos, los Curas,
eran las máximas autoridades en lo espiritual y en lo temporal. Así que, por
ambas líneas culturales, el paraguayo ha recibido el concepto de que el
Cura era la mayor autoridad dentro de la comunidad, y exige el ejercicio de
esa autoridad conforme a su idiosincrasia y conforme a la nueva fisonomía
de las autoridades máximas impuestas por el nuevo entorno sociológico
donde debe actuar.
38
La primacía de la autoridad del "avaré" había sido sustituida por la
del político en una sociedad organizada en Estado. Si el Cura, pues, no
demuestra su autoridad de alguna manera, perderá terreno infaliblemente
frente al caudillo, por supuesto, poco a poco, en la práctica.
Más aún lo perderá con la estrategia pastoral de rebajarse hasta el
pueblo perdiendo su condición de persona-meta, la persona ideal que el
paraguayo considera la concreción de sus aspiraciones inconscientes. No
hay la menor duda de que para él, por su mentalidad concreta e
integracionista, le resulta imprescindible el paradigmático en quien no
solamente ve un ejemplo práctico sino con el que se identifica en calidad de
una persona corporativa. Todos los de pronunciada autoridad constituyen
personas corporativas para el paraguayo. Con ellas y en ellas se siente
participante de la superioridad a la que aspira. Así que desprenderse del
caudillo es como desprenderse de sí mismo.
Normalmente el caudillo es de poco hablar y de mucha efectividad,
de mucha sencillez y de pronunciada preeminencia. Es un hombre
compuesto de dos aspectos casi antagónicos: hombre de pueblo y con
fuerte sensación de superioridad espontánea. Es el típico paraguayo, poco
amigo de la charlatanería y de la petulancia. Pero se impone por su propio
peso.
Este líder paraguayo es inseguro en la vida ordinaria como todo
buen paraguayo y carece de un criterio que lo obligue a un comportamiento
coherente ante las problemáticas a las cuales deberá afrontar. Es un hombre
de un tipo de cultura ubicado en otro contexto social. Deberá dirigirse por
la costumbre, pero la costumbre ha dejado de ser elemento válido frente a
la ley. Por otra parte, desconoce la ley. Por lo menos, no es para él algo
constitutivo de su psiquis y con fuerza impositiva de pautas operativas.
Resuelve los problemas caprichosamente. El caudillo aparece, a
primera vista un dirigente caprichoso y antojadizo. El mismo problema lo
resuelve de diferentes maneras para diferentes personas. Carece de un
criterio único y firme para una conducción social racional.
Desgraciadamente el paraguayo lo acepta. Su ascendencia lo convierte en
ley. Dispondrá libremente de los demás sin ningún escrúpulo.

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El caudillo tiene la cualidad de ofrecer seguridad a pesar de que él
interiormente no sea una persona segura. No piensa dos veces para resolver
problemas o para decidir. Para el paraguayo esta cualidad es vital porque es
inseguro. La inseguridad y la indecisión los tiene en vilo; le desespera
cuando le resulta imposible evadirse de ellas.
La cualidad de infundir confianza, orlada por el aura de
preeminencia espontánea, hechiza al paraguayo. El más acerbo enemigo
reconoce en él la superioridad. Después de muerto lo recuerda diciendo:
fulano sí que era un hombre en serio. Siente una especie de nostalgia de él.
Es que falta una pieza capital en la vida social del paraguayo, con la que él
se siente seguro y, aún más, a la que se integra. Hasta el enemigo participa
de la seguridad del caudillo, hombre de decisiones dogmáticas.
El caudillo nunca razona porque el paraguayo, a medida que
calcula, pierde seguridad. No le resulta razonable que una persona pueda
vivir en búsqueda. El que anda en búsqueda no vale. No sabe lo que quiere.
Para él búsqueda es sinónimo de inseguridad, la gran enfermedad de la que
procura huir a cualquier precio.
A veces, con mucha ligereza, decimos de un caudillo que es un
cacique. Si los hubiéramos analizado antes, descubriríamos más diferencias
que coincidencias entre estos dos tipos de personajes.
A ambos los consagra la ascendencia sobre la comunidad, pero la
razón de la ascendencia es diferente. Aún la ascendencia misma difiere la
una de otra en su modalidad.
El cacique adquiere ascendencia en razón de un prestigio personal
debido a las hazañas relevantes que lo hacen digno de asumir la autoridad
máxima de la tribu. El caudillo, sin embargo, no requiere ninguna hazaña
para imponerse. Se impone por sí mismo. Su ascendencia es psíquica. En
primer término su ascendencia se hace sentir sobre los individuos mientras
que la ascendencia del cacique recae sobre la comunidad. Ciertamente el
caudillo, a través de los individuos, se impone sobre la comunidad de una
manera indiscutible y absoluta. El cacique al revés. Por su autoridad
comunitaria domina a los individuos.
La razón de la diferencia consiste en que el caudillo y el cacique
viven en diferentes contextos sociales. El primero, en un mundo de
anónimos legales mientras el cacique vive en un mundo de parentesco
40
dentro del cual cada uno es absolutamente libre en relación al otro, a pesar
de que se halla fuertemente unido por la sangre, la proximidad, por la
costumbre y la necesidad de supervivencia. El caudillo generalmente vive
dentro de una comunidad de relaciones primarias cuya razón de
relacionamiento no son esas relaciones sino las leyes e instituciones y
consecuentemente la comunidad no es comunidad sino un conglomerado de
individuos que circunstancialmente se conocen.
El caudillo entonces se convierte en el punto de convergencia de
individuos sin que a estos individuos los mueva un sentido de comunidad.
El caudillo no forma comunidad, ni le interesa.
No rara vez la ascendencia del caudillo trasciende las fronteras o
limites del pequeño grupo y extiende su dominio sobre una gran cantidad
de personas. La autoridad del caudillo no es territorial sino personal, y se
constituye en el centro de un grupo humano. A veces concita la voluntad de
todos, pero a veces algunos o varios, a pesar del respeto, retacean su
adhesión o entrega a él. El caudillo no dudará un segundo para aplastarlos
socialmente, haciéndoles sentir todo el peso de su autoridad.
Contemporizará sólo donde no se juega su autoridad.
El caudillo, conforme a nuestro parámetro de respetabilidad, no es
una persona respetable. Por lo general, digamos, no se mueve con códigos
morales y, como ya lo dijimos, no es hombre de comunidad. No es un
hombre probo ni tiene conciencia de la probidad. Es un hombre totalmente
pragmático y siempre incoherente. Su actitud y procedimiento responderán
a la circunstancia del momento conforme a su juicio formado por lo que a
él le parece lo mejor. ¿Y la razón de lo mejor? Sus gustos y disgustos; su
amor y su odio; y en última instancia, sus caprichos. Así nosotros lo vemos
desde afuera. El cacique es una persona regida por un código de
procedimientos contenido en la costumbre de la etnia cultural.
Allá por la década del 60 en "tapykué", jurisdicción de San Juan
Nepomuceno, se produjo una rebelión contra el gran cacique de la
parcialidad mbyá que residía en las cercanías o en la propiedad de Naville,
cerca de Mbocayaty. Los revoltosos acudieron al Párroco, el P. Carlos W.
Heine, para que apoyara la sedición. La causa de la revuelta era que uno de
los allegados al gran cacique había violado a una muchacha de la tribu de
Tapykué y no permitía que se lo sancionara. Los de Tapykué aducían que
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un cacique, al dejar de lado las costumbres ancestrales, perdía su condición
de cacique porque demostraba infidelidad a la tribu socavando la garantía
de su supervivencia, "Oré ndaha‟ei karaícha" (Nosotros no somos como los
señores), decían permanentemente. Una sociedad política sobrevive a pesar
de la corrupción de sus autoridades. La tribu, no.
El servicio del cacique es, ante todo, a la comunidad, a la etnia. De
ahí que los individuos lo distinguen y lo consideran un gran servidor
aunque no le haya pasado nunca la mano a nadie. Cumple un rol eminente.
El servido debe ser él. Nadie reclamará las atenciones prestadas al cacique.
Se reconoce el relevante servicio que presta.
En el caso del caudillo es diferente. Él está obligado a servir a los
individuos. De hecho es gran servidor, pero carece del servicio a la
comunidad. Él es un personaje creado dentro del individualismo de la
sociedad política. Es la ley y la institución de servicio en una sociedad
política de mentalidad tribal de sus miembros.
El caudillo es un cacique desubicado y corrompido por un estado de
derecho, en el que se carece de un sentido comunitario, y donde nadie
apreciará el servicio sino en cuanto ayuda personal. Entonces el caudillo
derrama servicio a diestra y siniestra a los individuos sin que le inquiete en
lo más mínimo el bien general de la comunidad. Si existe algo del bien
común, el caudillo lo entregará a cualquiera, por supuesto, con la mayor
tranquilidad de conciencia. Él desconoce la comunidad.
¿El servicio del caudillo se debe a un interés de ganar la voluntad?
No, en absoluto. Él ya la tiene en la mano. La tiene ganada antes del
servicio. Lo que nos confunde hoy con respecto al caudillo es que muchos
en el mundo político criollo se han granjeado la simpatía a base de dádivas
y prebendas, y a éstos se los llama equivocadamente caudillos. No sé qué
nombre se les puede dar, lo que sé perfectamente es que no se los puede
denominar caudillos. Su ascendencia no es anímica sino de interés. Al
caudillo no se lo sigue por interés sino por ser caudillo.
La tendencia de hoy es exterminar al caudillo, pero no el manipuleo
de las gentes. En cierta manera el caudillo manipula a las gentes aunque la
palabra no es exacta. El caudillo no tiene, no lleva la idea preconcebida de
utilizar a nadie para un fin determinado como sería el caso de los políticos.
No lleva en cuenta sino su propia ascendencia. Él se considera o se siente
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realizado con palpar ese fenómeno personal. Con todo, el caudillo se ha
insertado en la política, espacio en el que puede manifestar su ascendencia.
La política es un campo suficientemente amplio para la manifestación de su
personalidad, y también, a veces, de ser manipulado. Solamente
encontramos caudillos en el mundo de la política partidaria. En otras
actividades colectivas hallamos líderes. Líderes en el deporte... en la
educación... en el campo laboral...
¿Y qué es el líder con relación al caudillo? Coinciden en la
ascendencia sobre los demás y en cuanto a la conducción de un grupo
humano determinado.
Los separa apenas un hilo muy tenue. Quizá el líder sea un caudillo
disfrazado. Sólo sus métodos de afirmar su ascendencia son diferentes. En
efecto, el líder nunca se despoja de sus convencimientos y sus objetivos. El
líder trabaja en vista de un objetivo, del que el caudillo carecerá. El líder es
un caudillo de guantes blancos y mucho más perspicaz. Se presenta como
el hombre del diálogo, pero dialoga solamente a partir de sus premisas y
supuestos; por lo cual siempre saldrá con la suya. Tampoco discutirá lo
substancial de su objetivo; permitirá cuestionamientos sobre asuntos
periféricos. Se arma de mucha paciencia, y aparentemente decide con los
cuestionadores. Si alguna vez cede es para dar dos pasos adelante en otra
oportunidad. El caudillo, sin embargo, no pierde tiempo en semejantes
lindezas. Decide por sí y ante sí con la mayor presteza posible, sin ningún
miramiento.
Este personaje siempre gustará a los inseguros, los indecisos y
apurados. Creo que pasarán años o décadas antes de que desaparezca.

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CAPITULQ V
KUIMBA’E NAHASEIVA
(EL VARÓN NO LLORA)

El niño paraguayo no debe llorar. Tampoco la niña. A ambos les


espera una vida dura, a la que no se le afronta con lloriqueos y auto-
conmiseración sino aguantando con presencia de ánimo y a pié firme. Hay
que dominar a los acontecimientos en vez de dejarse dominar por ellos.
Este cometido exige preparación desde temprana edad, desde la niñez.
Esperar significará perder el tiempo preciso.
El método tendrá que ser el más eficaz en rapidez y fuerza del
aprendizaje. El paraguayo recurre, por eso, a asociar la corrección al dolor
aun en el aprendizaje de dominar al propio dolor. Lo que se asocia con el
dolor se graba.
Para comprender esta actitud espartana de la educación tradicional
del paraguayo hay que ubicarse dentro de su mentalidad. Más que
mentalidad. Dentro de la exigencia de su entorno social psicológico en el
que culturalmente está inmerso. Su sociedad es una sociedad de
supervivencia, que supone la lucha contra la naturaleza, contra la estrechez,
las enfermedades y ocasionalmente contra el hombre mismo, el animal más
sádico y peligroso. La vida constituirá para él un desafío a la fortaleza, a la
perseverancia y al aguante.
Todo pueblo se educa adecuándose a la vida que le espera y a la
que aspira. El ideal de vida que se asigna o que se le impone domina a la
comunidad, y, con ella y en ella, al individuo.
La cultura no espera para educar. Apenas nazca el hombre, recibe
los valores y pautas de procedimientos, y con ellos se lo obliga a dar los
primeros pasos en la vida. Al crecimiento físico acompaña el aprendizaje
de las variadas formas de comportamiento. Aun el juego vehiculiza la
preparación del hombre a una determinada sociedad.
En las tribus, los chicos aprenderán a manejar el arco y la flecha no
con la intención de agredir sino de adquirir destreza que le permitirá cazar y
defenderse. La agresión no es actitud propia de los hombres de tribu. Estos
no piensan en el dominio sobre los demás.
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El predominio y la expansión territorial son propios de los pueblos
numerosos, suficientemente fuertes para pensar en saciar el apetito de la
ambición. E1 hombre de tribu guerrea casi exclusivamente para sobrevivir.
Su educación, pues, nunca responde a la perspectiva de la guerra por la
guerra.
Por más que aparentemente la juguetería tribal coincide con la
juguetería del mundo moderno, en la intencionalidad son diferentes. La
tribu no alimenta la violencia sino la fortaleza. A1 contrario de nuestra
sociedad civilizada que, con su juguetería de sofisticadas armas de guerra,
prepara asaltantes, asesinos y guerras de dominio. Las armas y el
adiestramiento en su manejo, para nosotros, están asociados directamente a
la violencia.
Para enjuiciar los comportamientos de un pueblo se necesita
comprenderlos. Cada cultura tiene su propio parámetro. E1 juicio de otra
cultura nunca será válido. Pero es dificultoso posesionarse del alma de un
pueblo a fin de vivir su Vida, sentir su cultura y descubrir valores donde un
extraño no encuentra sino anti valores.
En este sistema de educación del paraguayo quizá no veamos sino
un implícito machismo. El varón no llora. No veremos en él un esfuerzo de
adecuarse a la vida tribal. El paraguayo vive en una sociedad civilizada. Es
verdad. Pero sigue anclado en la tribu y en una tribu cuyo hábitat es el
bosque.
Sin estas consideraciones básicas no será posible comprender esta
actitud del paraguayo a la que nos referimos, y otras actitudes y
comportamientos más.
La tribu es una sociedad muy sencilla donde escasean las funciones
específicas. A excepción de la del cacique y del chamán, no quedan sino
los familiares o las paternas. En la familia tribal, por otra parte, la función
de paternidad es diferente conforme al sexo. Solamente la función
procreativa es conjunta, pero solamente esta función, aunque a la del varón
se le otorgue cierta prioridad.
Resulta que, en la sociedad recolectora, cazadora o agroganadera,
desde el momento que se forma un hogar con niños, exige una actividad
doble para sostenerla, una “ad intra” o dentro del hogar y la otra “ad extra”
o fuera del hogar.
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La segunda, por lo general, es una actividad ruda, que requiere
músculo y fuerza y, a veces, peligro, porque su propósito consiste en
conseguir alimento por medio de la caza, de la pesca, atención de animales
mayores o labrando la tierra.
La primera actividad, sin embargo, se dedica exclusivamente a la
atención de los niños, alimentando, vistiendo y educándolos. Esta tarea
tendrá que ser exclusiva porque seré incompatible con la actividad extra-
hogareña, destinada a recolectar o producir los medios de sustento.
La función del varón consiste en proporcionar el sustento diario del
hogar o los medios de adquirirlo. El varón produce y la mujer dispone de la
producción. El varón ganara dinero y lo guardara, pero la mujer lo
administra. Ella sabrá lo que se debe comprar con el dinero. Por eso ella va
al mercado: ella compra las ropas. El varón cultiva la mandioca y ella la
trae a casa. En una palabra la mujer hace uso de lo que el varón produce.
A más de producir alimento, el rol del varón es defender a la mujer
y a los niños. De ahí proviene que el varón vaya suelto, libre de peso
embarazoso, mientras la mujer carga con todo, hasta con los chicos. Esta
actitud, pues, es la de la paternidad responsable. El defensor contra
inopinados peligros en el bosque no puede ir abrumado de cargas. Si se
dispone a cumplir su rol, solo llevara en la mano el arco y la flecha o un
revólver al cinto. E1 bosque esta preñado de peligros imprevistos. Las
virtudes requeridas por su rol son la fortaleza y el coraje.
Diríamos que todo lo pesado, fuera de casa, incumbe al varón, y
toda la compleja tarea dentro del hogar es de incumbencia exclusiva de la
mujer. No es que el rol de la mujer sea menos oneroso, anímica y aún
físicamente. A su cargo quedan la preparación de la comida y la educación
de los hijos. Son actividades intra-hogareñas. En cierta manera el rol de la
mujer es tan pesado como el del varón y, desde algún punto de vista, será
de mayor responsabilidad.
¿Sera licito, pues, lanzar una mujer sin preparación y entrenamiento
a cumplir este rol? No lo desempeñará en la medida necesaria. Entonces, la
niña, desde muy pequeña, aprende con su madre la función de ama de casa,
de tal manera que la mujer a los quince años se encuentra capacitada para
una ama de casa dentro de las limitaciones de la vida tribal, sencilla y
sobria.
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Esta mujer, la mujer paraguaya, es capaz de congeniar de una
manera increíble la dulzura con la implacabilidad. Claudicará, alguna vez,
llevada por el corazón; pero normalmente mantendrá la disciplina y sabrá
repartir responsabilidades a los chicos a medida que crecen.
Para este rol de la mujer es importante que sea sensata. Además se
requiere que sea hacendosa - “itekové”-, a fin de utilizar adecuadamente los
medios de sustento que pone en sus manos el varón: “Kuña paranáda,
kuimba‟e rundiha”. Si la mujer no se ingenia, no hay esfuerzo varonil capaz
de sacar de apuros a un hogar. “Kuña paranada” administra mal y
desperdicia todo. El varón le facilita alimento, medicina y medios para
adquirir vestimenta o fabricarla. En el mundo de las compras, el varón se
reserva el derecho de tener el dinero en su bolsillo para entregarlo a la
mujer, porque él debe proporcionar los medios. Pero la administración está
totalmente a cargo de la mujer.
De esto no se deduce el matriarcado propiamente dicho en el
Paraguay. La mujer no ejerce el poder en la sociedad. Ella es la dueña del
hogar. Lo maneja con la autoridad de la educadora. Se encarga de
transmitir e inocular en el alma de los niños todo el cúmulo de valores y
comportamiento validos heredados. De allí que la influencia de la mujer sea
preponderante. Así se explica la vigencia de una cultura paraguaya frente a
la invasión y la masacre de la población de parte de los conquistadores, y el
avasallamiento de los colonialismos culturales.
El varón no requiere sentimientos. Antes que nada necesita fuerza,
habilidad, “ha‟evé”, capacidad de inventiva y propensión al trabajo.
“Mboriahu, ndaha‟éi mba‟evé; imba‟aposé guive”. El hombre de trabajo es
el candidato aceptable para matrimonio. (La pobreza no es nada con tal que
sea trabajador).
En el Paraguay, el varón, desde pequeño, no debe llorar. E1 no
llorar es un signo de algo mucho más amplio que un simple machismo. Esta
actitud está relacionada con su ro1.
Se abstendrá de demostrar sus sentimientos, especialmente
adversos; le resulta imperioso dominar el dolor y la desgracia. E1
paraguayo, por más que su rol se desarrolla fuera del hogar, es él quien lo
sostiene facilitándole sustento y protección. Es un elemento hogareño
importante en cuanto a la supervivencia, sin desmerecer el rol de la mujer.
47
Ambos roles intervienen en igual proporción aunque el varón es el signo de
la fortaleza en la lucha por la vida.
Los roles de los sexos se complementan no solo en las relaciones
íntimas y sentimientos sino también en el orden social. Estos roles se
integran en el objetivo o finalidad que es la supervivencia de la etnia
cultural mediante la protección de la familia y de los niños. No llegan a
hacerse uno a causa de las funciones muy diferenciadas, que le asignan a
cada sexo. Sería fácil fusionarlos una vez que a los sexos no se les obligue
a funciones diferentes, se tome conciencia de este fenómeno y sean
vencidas las pautas culturales del pasado impuestas por la fuerza de la
inercia, o, si se prefiere, por la fuerza de los inconscientes dinámicos.
En la concepción tribal del hogar el puntal de la fuerza es el varón,
en cuanto que sobre él pesara la obligación de poner el coraje para
defender, el esfuerzo bruto para conseguir alimento a cualquier precio y la
habilidad para solucionar problemas que peligran el naufragio de la familia.
Sus condiciones serán la fortaleza anímica; fortaleza física que
exigirá buena alimentación; circunspección; prudencia y agilidad mental
con qué afrontar las complicadas dificultades individuales y comunitarias.
No es poca cosa el rol del varón en la comunidad tribal del tipo de los
cazadores y agroganaderos.
El varón anímicamente débil no será sostén ni de la familia ni de
nadie. ¿Cómo animará si es el primero en desanimarse? ¿Si es el primero
en anonadarse ante el dolor y la desgracia? ¿Cómo levantara el ánimo de
los demás? Con un dirigente entregado, la comunidad se pierde. ¿Qué
puede esperarse de un varón quejumbroso, que se lamente por un rasguño?
El varón, pues, debe dominar sus sentimientos, en general y, en especial,
sus sentimientos del dolor y de los contratiempos. Las simples señales de
su impacto lo disminuirán en cuanto cabeza.
Cuando un varón se lamenta, todo el mundo lo acompaña porque a
ese dolor suyo se lo considera excesivo e insuperable. El otro caso que
provoca la exteriorización del dolor en todos es cuando un niño se lamenta
y plaguea ante la muerte de su madre por ej. Pero, en este caso, el niño
representa la absoluta impotencia.
Este hombre, dueño de sí y del dolor, no se obtiene si no se lo
forma o no se lo educa. A eso se debe que, desde la niñez el varón no llora,
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no debe llorar. Cuando llora se le pega para que se calle a fin de que
aprenda a dominar su dolor y su llanto. Con este procedimiento no se
pretende un machismo sino la capacitación del varón para un cumplimiento
respetable de su rol. Hay que fortalecer al chico contra el dolor, y, ante
todo, evitar que sea dominado por el capricho, actitud ésta muy perjudicial,
limitando al hombre en su personalidad, en su accionar y en la visión de las
cosas.
El capricho es una tara tanto para el varón como para la mujer.
Consecuencia de lo cual en la educación del paraguayo, no solo se le obliga
al varón a dominar el dolor y el capricho, sino también a la mujer.
Tampoco la niña dará riendas sueltas a las expresiones del dolor. Ella
también requiere el autodominio para sobrevivir en un mundo de
frugalidad, privaciones y enfermedades mal atendidas. Nunca el peso de la
vida comunitaria es un peso liviano. Hay que prepararse para sobrellevarlo.
Como la mujer también carga con el pesado fardo de la supervivencia
familiar y tribal, no será posible eximirla de la educación que le permita
sobrellevarlo adecuadamente.
El autodominio del varón incluye el dominio de la lengua. La
circunspección es una de sus virtudes fundamentales. La prudencia será un
distintivo del varón paraguayo. No puede permitirse el lujo de propalar a
diestra y siniestra sus sentimientos, ideas, gustos, disgustos y proyectos.
Todo será guardado en el corazón. El dominio de la lengua es fundamental.
Revelar lo guardado puede resultar contraproducente. La imprudencia suele
echar por tierra las mejores intenciones y enterrar los mejores proyectos
antes de ponerse a prueba.
Las mujeres, sin embargo, hablaran todo lo que quieran. No
importa. Nunca crearan mayores problemas a no ser que intervengan
varones “mujerines” o que se dejan llevar por habladurías de las mujeres.
A la mujer se le permite ser parlanchina y chismosa. Por esta razón nunca
se la considera una digna depositaria de los secretos y proyectos del varón.
No existe comunicación entre el varón y la mujer en lo que concierne a sus
respectivos roles.
El varón evitara toda comunicación de sus proyectos y secretos, en
vista de que la mujer en esto no le será fiel. Enseguida los hará saber a su

49
comadre, y ésta a su otra comadre, hasta que toda la comunidad se entere,
con el famoso “ndéve minteko amombe‟ú”. (Solo a ti te lo cuento).
Sera lícito cuestionar si aún existe o no el sustrato social que
justifique la determinada educación de los niños. Aún más, se discutirá la
misma validez del método educativo. Pero éstas son cuestiones diferentes a
la explicación del porqué el paraguayo se comporta inoculando estoicismo,
una actitud espartana para afrontar la lucha por la vida.

50
CAPITULO VI
EL PARAGUAYO Y EL BIEN COMÚN

El paraguayo con su tipo de cultura no se inserta dentro de la


macro-comunidad. La nación sobrepasa su posibilidad psíquica de
inserción. Ni siquiera se inserta en la ciudad o pueblo.
Nuestra equivocación consiste en considerarlo inserto en la macro-
comunidad y exigirle actitudes propias de ésta porque su lugar psicológico
es la mini-comunidad de la familia. Solamente el bien común de la familia
le resulta comprensible, o sea el conjunto de intereses al que todos los
miembros tienen derecho conforme a una escala de posiciones privilegiadas
por la relación de parentesco.
El vecindario mismo, que sería una mini-comunidad, no goza de un
bien común propio superior al de las familias. En consecuencia, el
paraguayo no hará nada en provecho del vecindario, que para él sería un
conjunto de familias yuxtapuestas con sus respectivos intereses y derechos.
Una familia no tiene por qué beneficiarse con el sudor de otra familia. Su
actitud llegara a lo absurdo. Por ej. ... nadie se pondrá a arreglar un camino
en mal estado porque alguien usufructuara gratuitamente el fruto de su
trabajo. Un carrero no cortara un árbol que se atraviesa en el camino. Hará
un rodeo, pero no despejara el camino. El paraguayo siempre se
consideraría tonto que otro se aprovechara de su sacrificio, y el tonto es
ridículo. No importa que él mismo sufra las consecuencias. Sin embargo,
cambiaria la situación si apareciera un líder o “tendota”. El bien común es
de incumbencia de la autoridad.
Es una pena ver a un grupo de paraguayos sometido por la ley a
alguna disposición superior a un trabajo de bien común.
El trabajo lo lleva a cabo a desgano; quizás uno o dos pongan todo
El ahínco, pero pronto aflojarán ante la desidia de los demás.
El único ente social comprensible para el paraguayo es la familia.
Consecuentemente a todos los demás los concibe con la categoría mental
de familia. El estado con sus reparticiones administrativas no es más que el
padre de familia con sus hijos. Para él el Estado es igual al conjunto de
personas que componen el gobierno. En su mente no existe la más leve
51
diferencia entre sociedad política, estado, gobierno y gobernantes. Lo
mismo diremos de toda entidad social que no sea la familia. De ahí que en
toda la comisión el presidente será el factotum, y los miembros mismos se
encargaran de rebotar todas las cargas sobre él. Todo se concibe en
categoría de padre o cacique.
En esta concepción el Presidente de la República es el padre de
familia y sus hijos son todos los que participan en el gobierno, no importa
el rango de los colaboradores. Por supuesto, los que se encuentran más
cercanamente colaborando, gozan de mayor privilegio. En este mundo de la
familia también se registra la preferencia. Los padres también sufren este
mal. A veces o normalmente los privilegiados en la familia son los
defectuosos físicos y mentales.
El procedimiento establecido en la familia es que todos gozan del
derecho de usufructuar los bienes considerados familiares, pero los hijos
carecen de un derecho, diríamos, autónomo; su derecho es dependiente del
derecho del padre. Participan en la medida en que éste se lo permita.
Así que la deshonestidad en todo gobierno del Paraguay es algo
lógico; cae por su propio peso, y lógico que los gobernantes se sientan
agraviados cuando alguien los trata de deshonestos.
Probablemente su conciencia les acusa de que cometen algo
levemente indebido, pero jamás de que son unos ladrones públicos. Es que
el bien común no es de nadie “péa plata la patria”. Diríamos que pertenece
a la familia, y la familia la constituyen ellos, los que están más cerca del
presidente.
¿Qué piensan los ciudadanos comunes? ¿Son observadores
complacientes de la arrebatiña de sus propios sacrificios que, a su juicio,
dejaron de ser suyos por parar en una bolsa anónima? No solo son
complacientes sino que lo aprueban sin miramientos. “Ivyro; imboriahu
osevo” (Se retiro pobre, es un tonto). El paraguayo considera tonto a los
que se encaraman al Gobierno y no han aprovechado la oportunidad para
enriquecerse. La condena, pues, de la deshonestidad en el manejo de la res-
pública seria de orden puramente intelectual, sin ninguna fuerza existencial.
Más aún, se debería a cierto despecho del que está excluido del grupo de
los beneficiados.

52
Me llamo la atención una intempestiva intervención de una
jovencita campesina en una conversación de critica a la deshonestidad de
los hombres públicos, diciendo: “ha pee peyepicha” (y Uds. están
despechados). La realidad parecería jugar a su favor ya que el más violento
contestatario, apenas se incluye entre los privilegiados, cambia de parecer
o, por lo menos cierra la boca.
E1 problema no estaría propiamente en el hecho de arrebatar el
bien común sino en no tener cabida en la familia de los que tienen el
derecho al bien familiar.
Para el pueblo, lo que nosotros llamamos deshonestidad se da por
descontado. Lo que debe hacer el hombre público es paliar un tanto su
intemperancia con obras que demuestren que el erario nacional no va
totalmente a su bolsillo. “To‟una pero toyapo”. (Que se aproveche pero que
haga algo). Puesta esta condición, todo marchará excelentemente bien.
La otra condición que también taparía el mal del aprovechamiento
del bien común es recurrir al expediente de hacer participes a otros.
“To‟una, aninte ho‟upaiterei ha‟eño; to porokonvidamimí‟. (Que lo
aproveche, pero haga participar a otros). Desgraciadamente nunca faltará
descontento porque no será posible la participación de todos. Entonces, el
arte de gobernar en el Paraguay consistiría en contentar a los chicos más
peligrosos y hacer el relevo oportuno para aminorar el número de los
descontentos. Así se gobernaría en un estado con gobernantes de
mentalidad tribal.
A pesar de que el paraguayo carece de conciencia política, es un
aficionado a las lides partidarias. Realmente lo apasiona. Muy pocos serán
consecuentes con su manifestación de que su única política es su azada
“péa ha‟é che mongaruha”. Llegado el momento de los enfrentamientos, se
olvidará de la comprometida frase.
Como se notará en la citada expresión que política es igual a
“mongaruha”. Una vez más se confirma que el bien común no existe en
cuanto bien común sino en cuanto medio de sustento a los gobernantes y
allegados. Eso lo dice el pueblo común.
Las luchas políticas partidarias se llevan a cabo con el más puro espíritu de
contienda de tribus. Aquí no son importantes los programas que en un
estado civilizado importarían. Ni importa.
53
E1 paraguayo reconocerá que los caudillos son unos bandidos y
que mañana, después de la contienda, se encargaran de desollarlo vivo. No
importa. Morirá por ellos. La cuestión no es que éstos o aquellos sean unos
bandidos sino la necesidad de que su tribu prevalezca o salga gananciosa en
el enfrentamiento.
Las lides políticas partidarias son enfrentamientos de dos tribus; no
más. En las concentraciones partidarias nunca debe faltar el “karu guasu” o
comilonas, aunque sea a base de “vaca‟i”, a la más pura usanza de nuestras
tribus aborígenes.
E1 día de la victoria partidaria es un día de euforia general. Para
ello se recurre a todos los medios imaginables. Nadie para mientes en lo
lícito y en lo bochornoso. Aquí termina todo concepto de moralidad. Otra
vez, al igual que frente al bien común.
Naturalmente, que al mirar desapasionadamente este fenómeno,
uno se tienta a exclamar: ¡Qué barbaridad! Y espontáneamente buscamos
con la vista al culpable. ¿Existe el culpable? Hay una causa, y esta causa es
el tipo de cultura a que pertenecemos. Los dirigentes nunca podrán ser la
fuente de educación cívica en vista de que llevan consigo la misma
mentalidad. Es que salen del seno de un pueblo de cultura tribal. Sería
inexplicable que un señor, por ser ungido cacique o autoridad, cambie de
mentalidad de la noche a la mañana. Por desgracia, por una parte, y, por
otra, es necesario que surjan dirigentes de la capa popular donde se
mantiene fuerte la cultura de un pueblo.
En las ciudades pronto se diluye y desaparece la cultura de una
etnia cultural. Toda sociedad necesita imperiosamente del campo, de donde
pueda recibir nuevas inyecciones de fuerza. Nuestro problema se ubica muy
lejos. Don Carlos Antonio, no sé si vio el problema, pero abogó por una
progresiva educación del paraguayo para entrar en la sociedad civilizada,
especialmente en esta mentirosa forma democrática de gobierno con
charreteras o con corbatas, donde lo ordinario es usurpar la
representatividad del pueblo.
Por causa de que no estábamos educados, la maravillosa
Constitución del 70 no sirvió sino para entronizar dictaduras de oligarquías
con ficción de representatividad popular mediante votaciones o por el
camino más expeditivo de los cuartelazos. Los pocos hombres de
54
conciencia cívica que han pasado por el Gobierno de este país nunca
pudieron hacer escuela, primero, porque remaban contra la corriente, y,
segundo, porque no comprendieron la inquietud de Don Carlos Antonio.
También educar todo un pueblo no es poco desafío.
¿Qué se hizo del cristianismo del paraguayo, cuyos valores tienden
a redimensionar cualquier cultura asumiendo sus valores, sus signos, y su
lenguaje? Nosotros diríamos que el cristianismo sufrió la tribalización. Se
mantuvo dentro del marco de la familia y de la tribu. Desde ya no era de
esperar que formara la conciencia ciudadana del paraguayo. El ambiente
social y los hombres de Iglesia son también condicionados por el entorno
cultural.
El cristianismo no es un código de comportamientos sociales ni
está encargado de hacerlo. Lo que hace es perfeccionar en los que ya
existen o han sido establecidos por los pueblos, en base al mandamiento del
amor. Ni siquiera es frecuente que imponga nuevos valores a excepción de
los exclusivamente suyos. Lo que hace normalmente, en especial en e1
orden social, es crear conciencia de valores derivados de los suyos para
diferentes ámbitos sociales. No pocas veces en la historia, la Iglesia no ha
podido acompañar el crecimiento de la conciencia de la humanidad
desencadenada por ella misma. Otras veces y en casos particulares, la
humanidad no pudo comprender la conciencia que proclama la Iglesia.
En ambos casos se produce un desencuentro de la Iglesia con el
entorno social.
La conciencia del paraguayo ha quedado fuera de la actividad
cívica de la construcción de la sociedad civilizada. De ahí que el
cristianismo del paraguayo en cuanto a la conciencia cívica no pudo
sobrepasar los lindes de la familia y de la tribu. Su conciencia cristiana
llegó a las “Obras de misericordia”; pero sin que pudiera traducirlas a
conciencia de justicia social. Las catorce “obras de misericordia”
constituyen una especie de código socio-religioso de comportamientos en
un mundo de relaciones primarias.
Dentro de una sociedad civilizada la religión no constituye para el
paraguayo una fuente de pensamiento, actitud y procedimiento adecuados,
aunque permanece como fuente poderosa de un modo de pensar y accionar
dentro de la órbita de las relaciones primarias. A su juicio, puede ser un
55
buen cristiano y un desenfrenado ladrón de la res-publica; un buen cristiano
y un desalmado comerciante; un buen cristiano y un mandatario muy
arbitrario... Lo que demuestra que el cristianismo es sometible a la
limitación de una cultura y un cristiano puede sufrir una dolorosa ruptura
interior.

56
CAPITULO VII
EL PARAGUAYO Y LA LIBERTAD

Es obvio que en el campo del ejercicio de la libertad es diferente en


la tribu que en el estado civilizado. En aquella se desconoce la actividad
denominada cívica. Se desconocen la puja por el poder y las malas
mañanas que acarrea tal puja. Los líderes se imponen por sus cualidades
reconocidas por la comunidad por ser patentes ante sus ojos. No son
cualidades prefabricadas. No se los mira con los ojos de los intereses
creados sino del bien de la comunidad. La tribu necesita dirigentes sabios,
sanos y criteriosos. Por eso los ancianos constituirán el cimiento de la
sociedad. Se los respeta a ellos y a su juicio. E1 acuerdo con ellos se
impone de por sí. La libertad de opinar uno se la guarda en la interioridad
donde nadie debe penetrar.
No es que los líderes se encarguen de reprimir el disenso sino la
misma comunidad, cuya supervivencia prima sobre todos los otros
intereses. El bien común primordial de la tribu es mantener la unidad
perfecta. El desacuerdo significaría su muerte porque su base es el
parentesco.
No así en una sociedad civilizada, en la que las relaciones primarias
han desaparecido como factor de unidad. De ésta se encarga una estructura
denominada estado. Por eso el disentir nunca traerá consigo la desunión
porque los ciudadanos se unen en una interpósita persona moral; Ni
siquiera debe molestar el disenso con los mismos hombres que se
encuentran al servicio del estado con determinadas ideas u opiniones, o si
se prefiere, doctrina política. En principio, no será la sabiduría personal de
ellos la que conduzca a la sociedad sino el cuerpo doctrinal que sustentan,
aunque en la práctica siempre se requerirá el aporte de la prudencia
personal del gobernante.
La conducción de una nación siempre será pasible de crítica. Las
doctrinas políticas no son perfectas ni los hombres. Los enfoques de las
ideologías son unilaterales y pueden carecer de suficiente equilibrio.
Ciertamente que el paraguayo mantiene aún la concepción de la
libertad de una sociedad tribal. Se contenta con ser libre interiormente. Por
57
una parte, él se siente hombre de tribu y, por otra, los caciques, fuera del
contexto de una comunidad tribal, también. Por eso, les dolerá el disenso y
apenas puedan, lo reprimirán de alguna manera. Si no lo reprimen, se
molestarán. Desgraciadamente el disenso no pasa de ser una impúdica
intención de erigir en el nuevo cacique; no se basa en propuestas políticas.
De hecho el paraguayo no es propenso a manifestar su disenso. En
una cultura tribal el jovencito no es igual a un adulto y, mucho menos, a un
anciano. De ahí aquello de “rembyayé va‟erã nde kakuaagãme” (Debes
respetar a tus mayores).
Cualquier ciudadano cuestionaría la libertad del paraguayo. ¿Para
qué sirve una libertad mantenida en lo recóndito del alma? ¿Qué le
aprovecha pensar solamente lo que se le da la gana? Él, a su vez,
cuestionaría la libertad del ciudadano que manipulado por las apariencias,
mentiras, falsas promesas y los medios de comunicación, deposita el voto
por el que aparentemente se le da la gana ¿Acaso le aprovechará en algo?
La libertad no es cuestión de provecho sino de ser. Hacer de la
persona lo que es ella y no otra. Así como la concibe el paraguayo hace que
él sea lo que es, de la misma manera que el ciudadano es lo que es con su
ejercicio de la libertad. El la ejercita en el contexto cultural donde carece de
actividad cívica, como ya lo hemos anotado. En el campo cívico el
paraguayo no ejercita su libertad, en parte, porque está fuera de su esquema
mental, y, en parte, porque no se lo permiten. Lo manipulan.
Donde el paraguayo se siente realmente libre es en el uso del
tiempo. Ser dueño del tiempo constituye la gran libertad. Si se le ocurre
trabajar, trabaja, y si no, no trabaja. Los días, horas y semanas son suyas sin
que cuelgue sobre su cabeza la espada de Damocles. No debe disculparse
casi arrodillado por cinco minutos de tardanza. Su mundo no es el mundo
servil. Aventaja al ciudadano del estado servil, que es dueño solamente de
los restos del tiempo que le regala el amo.
Nuestra sociedad civilizada ha sido originariamente servil y sigue
siéndolo. El estado servil es aquel donde la mayoría se halla al servicio de
la minoría, a veces insignificante. Las formas que ha tomado a través de la
historia este estado servil es la del esclavócrata; el feudal y el industrial. Si
uno se propone ser más detallista podrá encontrar otras formas de Estado
servil.
58
En este tipo de Estado, el que no se somete a la servidumbre, la
única libertad con que cuenta es la de morirse de hambre. El amo que se
llamará feudal, industrial o empresario, o como sea, es el que tiene en sus
manos el tiempo de las personas. Hoy, el gran señor es el que posee los
medios de producción. El resto serán siervos. Gracias a Dios que con el
correr de unos siglos hemos llegado a aliviar bastante la esclavitud. Se han
reducido las 16 o 18 horas de trabajo a ocho. El derecho a la huelga ha sido
un medio no para liberarse de la servidumbre sino para aliviarla. Donde no
existe ni siquiera este derecho como acaece en los países de diferentes tipos
de dictadura, el dolor de la servidumbre es trágico. Es irredento.
Es laudable paliar el peso de la servidumbre cuando la servidumbre
es un hecho.
Los que vivieron bajo este régimen social por generaciones, no lo
consideran un peso muy sensible. Les resulta natural y cómodo. Al
paraguayo, sin embargo, le resulta aun incómodo. Todavía no se ha
adaptado espontáneamente a él. En cualquier momento se erige en dueño
de los minutos contra todo el procedimiento obligado al modo de vivir en
que está inmerso y contra el derecho de la estructura servil.
El paraguayo seguirá viviendo en su libertad, pero los tiempos de la
servidumbre se avecinan. El pueblo, entre la vida y muerte, opta siempre
por la vida, y entre la libertad y seguridad opta por la seguridad, a no ser
que la estructura de seguridad se haya convertido en maquinaria de
permanente inseguridad.
El espacio de la libertad en la tribu es diferente al del estado
civilizado. En éste la privacidad es absolutamente libre de hecho y de
derecho. Si las personas se yuxtaponen de tal manera que no perturban
cierta estructura social aceptada e impuesta, el estado no tiene por qué
entrometerse en los demás. Su objetivo se halla realizado. Uno se puede
pudrir en su propia hediondez sin que el estado se considere afectado;
además podrá exigírsele el derecho a la podredumbre. En la tribu, sin
embargo, la salud moral de las personas o miembros se considera
fundamental para la vida de la comunidad. De ahí que el control social es
muy grande sobre el comportamiento de la vida privada. Este control es
espontáneo y respetado. Si el estado se propone intervenir en ciertos casos
de la vida privada debe dar a su intervención el sentido de un servicio. Por
59
ej., el caso de los drogadictos. La drogadicción generalizada puede socavar
los cimientos de la sociedad, pero se trata de comportamientos privados,
personales que no riñen directamente con las estructuras sociales.
La homosexualidad, la misma cosa. Hay que declararla
enfermedad. Si no es enfermedad hay que cerrar los ojos ante ellos. El
derecho del hombre a pudrirse.
De hecho el espacio de libertad tanto en la tribu come en la
sociedad civilizada es reducido. La libertad se ejercita en un margen de
minucias. Las determinaciones trascendentales las toman los encargados de
las decisiones.
El primer problema de la libertad es ejercitarla en el espacio que el
tipo de sociedad otorga al individuo. El segundo, ejercitarla con
responsabilidad porque libertad debe ser sinónimo de responsabilidad.
Quizá acusemos al paraguayo de irresponsabilidad en el uso de su
libertad porque, por ej., no se echa a la lucha de las reivindicaciones
sociales. Pero hay que llevar en cuenta que él no pertenece a este mundo.
Lo hará incitado y dirigido por un jefe y de la manera que este le impone.
Además se fanatizará más que su dirigente, momentáneamente. Un
observador extraño se asombrará de que de repente abandone la causa
reivindicatoria.
Tres factores podrán operar en él este cambio. Actitudes
represivas. El paraguayo no es valiente. Segundo. La deserción o simple
pérdida de entusiasmo del dirigente. Tercero. E1 tiempo. El paraguayo es
increíblemente inmediatista en contraposición a su virtud da la paciencia.
Cuando algo lo va a adquirir, lo quiere de inmediato. Mientras no lo tienen
al alcance de las manos, esperará. Entonces, diríamos que el paraguayo no
es tan paciente como resignado. Se resigna frente a lo imposible y se
abalanza sobre lo posible.

60
CAPITULO VIII
EL PARAGUAYO Y EL PODER

El poder es una grandísima tentación para el paraguayo. Quizá la


sea para medio mundo menos unos pocos. Mediante el poder el hombre
ocupa un lugar privilegiado dentro de la sociedad. En 1a tribu hay dos
caminos para adquirir notoriedad: ser cacique o líder religioso.
Es muy notable el cambio que produce en el paraguayo.
Inmediatamente asume una actitud de perdona-vidas y, en el mejor de los
casos, la de protector. Es sensible a que se lo considere el protector. Se
rompería el alma para no defraudar al protegido, porque el protegido será
siempre inferior a él; el hombre de poder no se advendrá ya a encontrarse
de igual a igual con los súbditos. Exigirá siempre lugar de preeminencia;
consideraciones especiales y honores.
Debe figurar a la cabeza de cualquier emprendimiento u
organización aunque no haga absolutamente nada. Nadie debe contar con él
si lo relega a segundo plano o lo tiene en calidad de subalterno de otro. En
este caso, hará lo imposible por boicotear el trabajo para demostrar lo
imprescindible que es a la cabeza del emprendimiento.
No hablemos de un jefe partidario. Este sí que asumirá todos los
roles posibles en una comunidad. Será alcalde, juez y, si se le permitiera,
sería también curra párroco. Los de mayor rango nunca renunciarían a
constituirse en Obispo. Por lo menos, no le faltarán nunca ganas de darle su
debida advertencia y directivas para el mejor desempeño de sus funciones.
Ciertamente esta actitud es una aberración aún en relación a la
cultura propiamente guaraní, en la que el “avaré” y los “„Pa‟í" constituían
el freno a las posibles arbitrariedades del cacique o del poder civil. Hasta lo
podían destituir. Aquí ya se escapan las hilachas del ciudadano.
El problema del paraguayo con poder es la desubicación. Es un
cacique en un estado civilizado. Cuando el país debe ya caminar por las
sendas marcadas por las instituciones y las leyes, él se considera aún el
regente personal de la res-pública o de la sociedad.
La autoridad en un estado civilizado se encuentra condicionada por
las leyes e instituciones bien establecidas. Las personas quedan al servicio
61
de estos instrumentos de gobierno. El cacique, sin embargo, tiene
solamente la costumbre como fuente de inspiración para resolver los casos
de la vida comunitaria. É1 seria la ley; condición ésta que reviste de una
enorme responsabilidad al cacique. Sus deficiencias caen totalmente sobre
él, mientras, en el caso de los mandatarios, se pueden dar otras
explicaciones para disculparse. Por esta causa el cacique es nombrado
siempre en consideración de sus dotes personales de conducción y
prudencia. Teóricamente estas dos virtudes fundamentales para la tribu no
serian de absoluta necesidad en un estado civilizado dado que las leyes, se
supone, son sabias e infalibles y que el mandatario medianamente
inteligente las aplicaría juiciosamente. E1 otro supuesto, que muchas veces
resulta fallido, es la competencia del mandatario. Sabido es que las leyes y
las más correctas instituciones dependen del hombre que las emplea. Las
buenas leyes no se aplican según el espíritu que las anima, en manos de
dignatarios incorrectos e incapaces.
Cobran fuerza solamente en los hombres dotados de sabiduría y
buena voluntad. La ley es un instrumento.
Desde el momento que el paraguayo constituido en autoridad es un
cacique, la ley no será el condicionamiento de su conducta sino el
instrumento con el cual demostrara su poderío. La ley siempre será él. Las
autoridades superiores serán incuestionables. Las inferiores invocarán la
famosa orden superior, la instancia incuestionable, de una u otra manera.
En un cacique es muy importante la ascendencia comunitaria en
razón de sus dotes personales, en consideración de las cuales se lo ungirá
cacique. La comunidad se encarga de ungirlo. Su fidelidad, pues, la debe a
la comunidad así como la comunidad se la debe a él. Forman un todo único.
En cambio, cuando existe cacique en un estado civilizado, no es la
comunidad la que lo unge sino es el protector. Su fidelidad entonces la
guardará al protector. Su status no proviene de la ascendencia sino de la
protección. Es un cacique desubicado y distorsionado. La ley, por supuesto,
en manos de este señor servirá en gran parte para afianzar y respaldar su
propia voluntad o capricho.
Los autócratas en el Paraguay son explicables al igual que la
deshonestidad pública, sea cual fuere la ideología en cuyo nombre se
detenta el poder. El disenso, aunque a veces se permite, nunca ha sido
62
efectivo. En el mejor de los casos, se lo ha permitido hasta que amainaba
por cansancio, y, en el otro caso, se ha recurrido a diferentes medios para
acallarlo. Por desgracia el disenso paraguayo no tiene el pudor de disimular
su apetito de poder. No sé si habría un solo paraguayo que no aspira al
poder. Es que los hombres de poder cuentan con todos los medios para
imponer su voluntad y obtener provecho personal en nombre de la ley
tomada de los pelos. No es que el paraguayo se contente con el romántico
“oré ro manda”. (Nosotros mandamos).
La intemperancia será la característica de los caciques desubicados.
No reprimirá sus caprichos, no respetara la res-pública, no pondrá coto a
sus instintos agresivos, entre los cuales se encontrara el sexo. El hombre de
poder en el Paraguay emulará a los más renombrados califas, con la
diferencia de que mantendrán su frondoso harem con el erario nacional.
Entre nuestros ancestros aborígenes uno de los privilegios del cacique era
tener varias esposas y nuestros hombres de poder se consideran con
derecho de poseer mujeres y se vanaglorian por este hecho. Poner
constituye su talón de Aquiles. Los caudillos populares conocen esta
debilidad y la explotan al máximo para granjearse la benevolencia de los
dignatarios. El pueblo lo sabe. Dice: “el que tiene una hermana puta y un
hermano militar, será un privilegiado en este país”.
Esta concepción del poder se agudizara en la medida en que escalen
los hombres de extracción popular, profundamente popular. En el campo y
en la periferia de las ciudades se encuentra fuerte la cultura tribal. Por otra
parte, la cultura nacional se vigoriza con la participación de los hombres
del campo. Así que la solución del problema del hombre de poder no se
solucionará recurriendo a un cierto elitismo sino en la educación de la
conciencia cívica, sueño de Don Carlos Antonio López, sepultado a siete
metros bajo tierra después de la guerra del 70.
E1 paraguayo, si no puede mandar, encuentra una línea de
parentesco con el poderoso. Si no la encuentra, se amigará con el
compadre. El Paraguay es el país de los compadres. Es que el ciudadano
común necesita de este respaldo porque no le ampara ningún derecho.
Solamente es objeto de obligaciones y expuesto al capricho del hombre de
poder. El paraguayo nunca tuvo voz y, mucho menos, voto efectivo. Se lo
ha convertido en esclavo dorado por la acción libertaria del contrato social
63
de Rousseau. La tiene en la medida que un compadre lo ampara. Con
mucha razón el paraguayo deseará el poder, gracias al cual le sonríe el
derecho que abarca el mundo de los caprichos.

64
CAPITULO IX
EL PARAGUAYO Y LA RIQUEZA

Increíble pero cierto. Otro elemento que descoloca totalmente al


paraguayo es la riqueza. El que alcanza cierto nivel económico sufre un
cambio, tal que resulta difícil reconocerlo después de un tiempo.
Como el paraguayo del poder, el paraguayo de la riqueza es otro
hombre, opuesto al que era poco tiempo antes. Con facilidad se forma, en
lenguaje popular, el “judío paraguayo”, al parecer, de peor calaña que el
judío de sangre. Recogerá y nunca se cansara de recoger por cualquier
medio que se le presente. Tan amarrete que no se arriesgara a imprimir
algún ritmo de producción a su dinero. Siempre se circunscribirá a ser
ganadero o bolichero y un explotador deshonesto. Y en el caso de que deba
pagar jornales, sufrirá en el alma desprenderse de su dinero. Preferirá
entregar su aporte para cualquier cosa, en especies.
El paraguayo de por sí es un hombre sencillo, de vida frugal, sin
mayor apego a nada, a quien nada despierta mayor admiración y con un
autodominio tal, que puede disimular los sentimientos más violentos y
permanecer impasible ante una gran desgracia. Quiere ser magnánimo
(ikuimba‟esé) y su mayor timbre de honor es ser magnífico (ikaria‟y). No
se ata al dinero, ni lo mezquina. Con orgullo proclama “ñande mboriahu
oimehaicha rei ñamombo pe mil guaraní, ha umi mba‟erekoha katu hase
sinko guaraníre” (los pobres tiramos mil guaraníes; los ricos, en cambio
lloran por 5 guaraníes). En cualquier momento puede tirar la casa por la
ventana, sin pretensiones de ostentación tan practicada por los nuevos ricos.
Siempre muy centrado y hogareño; por regla general esposo fiel y
respetuoso; tiende a ser dominado por la mujer. Tranquilo. Lo único que se
debe evitar es exacerbarlo.
Es asombroso el cambio que se produce en él con la riqueza en las
manos. El “riko pyahu” es un paraguayo irreconocible. Uno se pregunta a
dónde fue a parar lo que ha sido hace poco. Amante de la ostentación,
esclavo del tener más y una sed inconmensurable de honores. Le parece
natural que con el dinero acumulado ha adquirido una indiscutible
superioridad. Hace unos días viajaba con un amigo descendiente de
65
italianos, quien me expreso textualmente lo siguiente: Mire, padre, es
realmente inconcebible el cambio operado en nuestro pueblo. Ya no conoce
el respeto. Se imagina que el changador hoy se ha olvidado del debido
respeto al patrón. Tranquilamente me dice: “nde fulano. . .” Me he obligado
a decirle lo menos que debes hacer es tratarme de señor, mejor, de patrón.
Otro paraguayo de pura cepa, primario, ya décadas atrás, con un
próspero comercio en Caazapá no tuvo el empacho de decir a un amigo
suyo como aquel descendiente italiano: “Che (con la ch marcado fonema
guaraní) me tienes que decir señor porque tengo plata”.
El adinerado paraguayo adora el dinero y exige pleitesía a los
pobres en la misma medida en que él es obsecuente adulador y rastrero con
el poderoso y el de mayor caudal. Hará grandes dispendios en honor del
que tiene más y dejara morir de hambre al pobre. Prestará servicio costoso
al que le puede retribuir económicamente, aunque no se lo retribuya,
mientras mirará impasible al que necesita y no puede pagarle. Ni un
céntimo sin suficiente garantía. Es proclive a congraciarse con el que tiene
más o puede más.
Quizás le mueva la inconsciente esperanza de seguridad. Tal vez
debajo de esta actitud aquella equivocada expresión “mba‟éiko
reha‟arõkuaa nde rapicha mborahúgui” (qué esperanza se puede depositar
en el pobre).
Las que llevan la peor parte son las empleadas domésticas, a
quienes se les llama despectivamente “pokyra” (las de manos grasas). Son
verdaderas esclavas. Ni siquiera son gentes. Trabajan desde el amanecer o
antes hasta entrada la noche. Nunca comerán en la mesa de los patrones. Se
las arrinconará por ahí y una de las debilidades de los patrones será
maltratarla de palabra. Si tiene novio, tendrá que recibirle en la calle frente
a la casa o por ahí. En el caso de que sea linda, no será raro que el patrón se
encargue de violentarla en su pudor o vera con beneplácito que su hijo lo
haga.
Cuando las empleadas domésticas son parientes del patrón, éste se
considera el gran benefactor de sus parientes pobres teniéndolas en esas
condiciones miserables. Con el paraguayo enriquecido se cumple esta
sentencia: “No hay peor amo que aquel que fue esclavo” o peor patrón que
Aquel que fue pobre.
66
Los servidores domésticos fueron minipreciados a raíz de que el
servicio doméstico se convirtió en servicio remunerado. Siempre fue un
servicio gratuito, prestado de amigo a amigo, de vecino a vecino y pariente
a pariente. Era rebajarse aceptar remuneración por el servicio doméstico y
por todo servicio en general.
Al igual que el hombre paraguayo de poder, una afición del
paraguayo rico es el harem. A veces esta afición lo llevara a atropellar las
sagradas relaciones del parentesco.
Y sucede que, muchas veces, un rico que no es muy bien afirmado
vuelve a la pobreza a causa del harem. El despilfarro con mujeres
ambiciosas desbarata su economía hasta fundirla. “Tuyá ha alambre
hakuhápe oso” dice el dicho popular. Por supuesto, esto no sucederá con el
hombre de poder porque es dueño del erario del bien común.
Hay una estrecha relación entre riqueza y poder, y en nuestro caso
específico del Paraguay, entre el poder y la riqueza. E1 poder genera
riqueza. Por lo cual la intemperancia es mucho más generalizada entre los
hombres de poder.
La educación familiar es otro campo donde se advierte el gran
cambio en el paraguayo. Suele ser un educador familiar de pautas
operativas bien definidas. Sus hijos crecen con un profundo sentido de
responsabilidad en el sostenimiento de la casa. Por lo menos, desde muy
pequeño se le asigna una función que debe desempeñar con
responsabilidad; también una escala de respeto con la que el hogar se
convierte en una unidad jerarquizada dentro de un marco espontaneo y
natural. Sin embargo, con la riqueza en la mano pierde todo sentido
educativo. Rechaza su educación tradicional al igual que toda su vida
anterior como si fuera una peste y queda sin un punto de apoyo. Confunde
la disciplina con la pobreza, y a la pobreza la considera la peor maldición.
“No quiero que mis hijos sufran las estrecheces y trabajos que yo pasé”,
dice. No comprende que las estrecheces nada tienen que ver con la pobreza,
la disciplina; el respeto y la responsabilidad.
La consecuencia de este cambio es que da todos los gustos y
caprichos en la casa. No conocen límites; lo cual no les permitirá madurar
conforme a los años cargados sobre sus espaldas. Los que serían ya
hombres de pelo en pecho no son “más chiquilines con abundantes barbas”.
67
En las ciudades anonimantes se vuelven patoteros a fin de tener la
sensación de ser alguien o de hacer algo. Serán universitarios, no importa.
Resulta que si la confusión reina en la casa y mina la psiquis del niño, la
universidad nunca inoculará sensatez.
Dios mío, ¿cómo pudo sucedemos semejante desbarajuste?
exclaman algunos: Ojalá se percaten de que se ha apoderado de nosotros el
desbarajuste y que nos encaminamos a una total alienación. Es como para
asustarnos.
Junto al orgullo del paraguayo, se incuba un gran auto-miniprecio.
Los paraguayos no nos conocemos, en primer lugar, y, en segundo,
tenemos un juicio equivocado sobre nosotros mismos; lo que genera que
pretendamos ser otro.
Durante tres siglos nos han enseñado a fuego que el europeo es
superior. Es el “karai” y nosotros seguimos siendo “ava”. La
preponderancia de siglos de los “karai” nos ha convencido de que lo único
que vale es ser “karai” o extranjero. Para colmo de desdichas la guerra del
70 nos infringió no sólo una derrota bélica sino una derrota espiritual. Nos
demostraron, diezmándonos, que lo extranjero, resumido en el porteñismo,
es superior e incontrastable. Para completar la desviación de la sub-
conciencia del paraguayo, nosotros mismos nos consideramos
semieuropeos con la consecuencia lógica de que los “semi” deben recibir lo
correcto de los auténticos.
Los mismos europeos nos consideran semi-europeos. Nosotros no
pertenecemos a los pueblos de cultura milenaria como el japonés, por ej.,
capaz de contrarrestar la invasión cultural gracias a su orgullo e identidad
raciales. Nosotros somos orgullosos como individuos, pero no como etnia.
E1 paraguayo es presa fácil de la alienación cultural y del cambio
de parámetro de vida, por las razones apuntadas.
Su problema frente a la riqueza es que siempre vivió pobre y sin
apego al tener más, hasta en cierta indolencia ante lo que sobrepasa lo casi
absolutamente imprescindible para la vida. Había personas con cierta
holgura económica denominada el “mboriahu ryvate”, señor generoso,
respetable, cuya honorabilidad era patente y cuya generosidad lo convertía
en persona paradigmática. Seguían siendo paraguayos dueños de las cosas
y de la riqueza. Al invadimos la civilización de la codicia, nos cambió el
68
parámetro de la vida. La dignidad la hace la riqueza, y el honrado es un
estúpido (“vyro”).
Lo que sus ojos comprueban es que la riqueza cambia al hombre en
cuanto a la consideración de los demás, la posición social y la influencia
ante los poderes. La mala reputación prácticamente ya no le afecta. Se
vuelve cierto aquello de Teodoro Mongelós “Mboriahúnte ika‟úne,
mboriahúnte imonda... ha moriahúgui ni yvyguype na hendái”. Medio
mundo más uno, por lo menos, se considera honrado con la amistad del rico
aunque éste sea un asaltante de camino. “¿Quién no quiere ser alguien en la
vida? ¿Y quién respeta al honrado por ser honrado? ¿Para qué sirve la
honradez entonces? Para que lo pisotee cualquier zopenco forrado de
billetes.
Si no nos mantenemos fuertes en nuestra cultura, infaliblemente
cambiaremos de parámetro existencial; con más razón el paraguayo tan
sensible a la dignidad. La civilización de la codicia, cargada de practicidad,
aloca y desatina al paraguayo, y seguirá desatinándolo.

69
CAPITULO X
EL PARAGUAYO Y EL TRABAJO

¿Cuándo terminará la discusión de que el paraguayo es haragán o


no? En este asunto hay detractores irracionales que no se han puesto a
pensar, ni quieren saber nada de razones que defienden al paraguayo. Para
ellos las pruebas están a la vista y punto. A veces son gentes de la mejor
buena voluntad, pero también se encuentran gentes que desearían ver
defectos a toda costa en el paraguayo. Lleva en sí cierto dejo amargo de
complejo de inferioridad, inconfesable ó complejo de sangre azul.
Las razones que esgrimen son las siguientes; no trabajan como
deben hacerlo. Pierden horas tomando tereré. Nunca se esfuerza a lo
máximo. Cuando se le otorga crédito para que rinda más su trabajo
liberándolo de preocupación adicional de la alimentación o por la necesidad
de ayuda especial en los casos de urgencia, el paraguayo inmediatamente se
convierte en patrón. Trabaja menos aún. El dinero lo invierte en montón de
cosas superfluas y no lo invierte en mejorar o ampliar su área de cultivo,
por ejemplo.
A los detractores se les enfrentan unos defensores a veces
románticos o apologistas, que llevan puestos sobre los ojos unos cristales
optimizantes. Nada malo ven en el paraguayo. No trabaja más porque está
sub-alimentado, porque sufre de parasitosis y mil otras causas justificativas.
Ambos contendientes no se percatan de que el paraguayo es un
obrero sumamente apreciado en cualquier campo de trabajo fuera del
Paraguay y no sólo se lo aprecia sino que, muchos, en los lugares muy
competitivos como Buenos Aires, siendo a veces semi-analfabetos se
convierten en obreros muy calificados. En el ramo de la construcción
pronto son técnicos cementistas; otros son capaces de leer los planos. Y,
ante todo, trabajan de sol a sol y son capaces aún de hacer horas nocturnas.
Los románticos replican que allá en Buenos Aires, por ejemplo, se
alimentan bien y reciben remuneración. No quieren reconocer que el
paraguayo en nuestro ambiente a medida que come bien consume más
tereré, y con el tereré desperdicia mucho tiempo.
70
Lo notable es que al paraguayo en el extranjero se le da por invertir
su dinero comprando terreno, y se pertrechan de todos los elementos de la
comodidad para vivir como gente. Sin embargo, aquí, la mayor parte nunca
va a pagar por el terreno que se le otorga; lo traspasará a otro con la mayor
facilidad para rebuscarse una nueva ocupación precaria de terreno, en otra
parte.
El dinero lo usa en compra, aquí, casi de chucherías. Antes que
nada, en cosas de realce exterior.
Ciertamente el paraguayo en el extranjero sigue con sus exigencias
siempre moderadas. Se contenta con poco. Le basta pasar holgadamente la
vida. Sigue con la costumbre del "a buen tiempo» y la munificencia. Tiene
dinero pero no se enceguece con el dinero; al contrario de los que al
adquirir un poco de capital aquí, se vuelven avaros y desconsiderados. En
realidad el obrero no se considera un capitalista sino un hombre que vive
casi al día. Esta situación se conforma a la mentalidad del paraguayo. No lo
desubica.
Lo que uno observa es que existe una ambivalencia en el paraguayo.
Es llamativo que en su hábitat, se comporta de una manera y en otro
hábitat, al que se adapta, se comporta de otra manera.
Ambos comportamientos son notoriamente diferentes.
Este fenómeno debe tener alguna explicación. No es posible que
debamos contentarnos con aceptar al paraguayo con una conducta aquí y
otra conducta allá. Sería un enigma con el que poco o nada se podría hacer.
El mundo de la fábrica o el mundo industrial es un mundo extraño
al paraguayo. Automáticamente le obliga a cambio de conducta en cuanto a
la utilización del tiempo y al deseo de un bienestar mejor. La experiencia
con que hoy contamos es que, el paraguayo sigue con la pretensión de
adueñarse, en el Paraguay, del tiempo aun en el mundo de la industria y del
servicio. Uno se percata de que su medio ambiente propio incide
muchísimo sobre su conducta. También le sería posible vivir del "a buen
tiempo» por tiempo indeterminado en Buenos Aires cuando Buenos Aires
era Buenos Aires, tierra que manaba leche y miel. Sin embargo, nadie se ha
echado a vivir allí de esa manera. Lo hubiera considerado mendicidad. El
paraguayo rechaza ser mendigo. El Paraguay es un país de pocos mendigos.
71
Nos morimos de hambre y nos avergonzamos de pedir limosna. Hasta nos
avergonzamos de hacer trabajos que consideramos poco dignos.
Así que la explicación de la conducta del paraguayo no camina ni
por la vía de la detracción ni por la vía de la apología romántica. Es
fácilmente perceptible la incidencia del hábitat sobre su comportamiento.
¿En qué consiste? Si reconocemos esta realidad habremos dado un gran
paso hacia la explicación del enigma paraguayo con relación al trabajo y
otros fenómenos como la falta de interés de contar con un pedazo propio de
tierra, adquirido con el sudor de su frente.
Sabido es que el paraguayo ocupa precariamente la tierra. Siempre
está dispuesto a emigrar, a afincarse en un nuevo pedazo de tierra y
dedicarse a un rubro de cultivo preferentemente de venta, en los últimos
tiempos. Le aliena la codicia del dinero, promocionada tanto por el
gobierno como por las empresas y medios de comunicación social.
La tierra para el paraguayo, antes que nada, sigue siendo un lugar de
recolección complementable con un poco de esfuerzo agrícola. La tierra
debe ofrecer el sustento, y el trabajo agrícola ofrecerá lo suntuoso. El
dinero no está relacionado con el sustento sino con lo accesorio, por lo cual
nos parece a nosotros que el paraguayo lo utiliza mal o no lo sabe utilizar;
lo gasta en superfluidades.
Cuando el paraguayo tiene dinero a mano y lo quiere invertir, no
encuentra otra cosa mejor que el boliche. El boliche es la actividad más
parecida a la recolección: cosechar sin cultivar. Eso sí, el boliche cambia al
paraguayo, lo desnaturaliza. El bolichero ya no conoce prójimo,
"ndoikuaavéima aicheyáranga». Aduce en su defensa que las mercaderías
son compradas. Con razón los antiguos instructores de los terciarios
franciscanos prohibían que ningún franciscano se dedicara al comercio
pequeño o grande. El boliche desata en él la "angurria", esa angurria que
observamos en comerciantes, hasta en industriales, quienes en la primera
oportunidad desollarán vivos a los consumidores. Aficionado al boliche;
ganar sin trabajar.
El ideal para el paraguayo es ganar sin trabajar con el menor
esfuerzo. Así que todas las veces que pueda, llevará a cabo el trabajo
remunerado "vai vai suerte rãicha". Parece que escapa a su comprensión la
remuneración. Y su experiencia con relación a ella es la injusticia. Sin
72
embargo, el trabajo para el amigo, sin remuneración, siempre lo hace a
conciencia; no "vai vaí».
Debemos recordar que el paraguayo pertenece a una cultura tribal y
psicológicamente está ubicado en la tribu o la familia. La vida en la tribu es
sencilla, sin mayores pretensiones. Además, uno se siente protegido dentro
de ella. El trabajo es de corto alcance; nunca responde a un deseo de
enriquecimiento. La riqueza no es un punto de vista de nadie en particular,
ni siquiera de la comunidad.
La tribu cuenta con una estructura social que le permitiría acumular
bienes en nombre de la tribu. En ella los hombres se encuentran muy
cercanos los unos a los otros. Los individuos, por más que se encuentran
unidos por relaciones de parentesco y las mismas familias componentes de
la tribu, mantendrán su individualidad con respecto a la tribu aunque se
considerarán dependientes del cacique.
El asentamiento de la tribu es normalmente precario y momentáneo.
Depende de la prodigalidad de la madre tierra o el lugar que ofrece
ventajas, y mientras ofrezca esa ventaja. Esto sucede tanto en las culturas
de recolección como en las de una agricultura complementaria. Una
agricultura precaria nunca pasa de ser el complemento de la recolección.
Suple las necesidades cuando la naturaleza ofrece poco medio de sustento.
Pero el hombre se comporta con las cosechas y durante las cosechas como
si se tratara de una recolección. Consumirán en colectividad la producción
de cada uno y no descansarán de comer mientras no acabe con una cosecha.
No almacenará nada porque la naturaleza mañana se encargará de
proporcionarles el sustento diario. Quizá tarde unos días más pero
infaliblemente lo proporcionará. No es mayormente nada esperar hasta que
se recolecte algo y en abundancia, ya sea se trate de la caza o de frutos del
bosque.
El hombre no tiene por qué esforzarse mucho. Además con alcanzar
lo suficiente ya es suficiente. Lo que se requiere es lo absolutamente
indispensable. Entonces ¿para qué tanta preocupación por lo sobreañadido
ni para qué tanto esfuerzo innecesario?
Esta realidad tribal condiciona a sus miembros psicológicamente.
No sólo la tribu condiciona sino cualquier otra sociedad. En realidad que la
tribu condiciona mucho más por su característica de relaciones primarias y
73
por su patrimonio cultural guardado en familia. La tribu o la familia crea
una unidad espiritual muy fuerte y las pautas operativas entroncadas a la
inconsciencia poseen una fuerza coercitiva poderosa.
El hombre difícilmente explica ciertos comportamientos, y le
resulta difícil explicar y descubrir la raíz de esos comportamientos. Es
mejor no pensar en ella. Pero es muy provechoso conocer los
condicionamientos para trazar una línea realista en la educación de un
pueblo y precisar las metas que tendrán que ser alcanzadas en un proceso
de educación y adaptación a otro tipo de sociedad. Los cambios sociales
son irreversibles y la adaptación a ellos es ineludible.
Al final volvemos a nuestra pregunta primera, causa de la discusión:
¿El paraguayo es haragán o no? Hemos visto que el paraguayo es
trabajador en otro medio ambiente. Es capaz de deslomarse en el trabajo.
No lleva en cuenta ni la hora ni el sacrificio cuando hay necesidad. Pero la
necesidad no la tomamos aquí como algo inevitable sino algo que surge del
compromiso.
El paraguayo trabaja en las peores condiciones sin protestar. Nunca
ha llevado una vida fácil y cómoda. No es por miedo ni rehuyendo
sacrificio que no trabaja en su medio ambiente sino porque la vida aquí le
resulta fácil en el sentido de que no está obligado a hacerlo. El hombre de
tribu no tiene la obligación de trabajar hasta reventarse; ni siquiera más allá
de un esfuerzo relativamente mediano. El sustento lo tiene a mano en la
comunidad; aunque ya no exista tal sustento como en la tribu, se cuenta con
él. Ha cambiado el medio ambiente pero psicológicamente él no ha
cambiado aún. Seguimos viviendo de la tribu y en la tribu.
Así que el problema del paraguayo no es su negativa a trabajar sino
una rémora cultural. Mientras no se lo ubique o él no se ubique
psicológicamente en otro medio ambiente tendremos que aguantar esta
aparente ambivalencia del paraguayo o una actitud doble frente al trabajo,
como frente a muchos otros desafíos de la vida.

74
CAPITULO XI
EL PARAGUAYO Y EL AMOR

Hablamos mucho sobre el amor; hasta hemos llegado a identificarlo


con el acto sexual. “Hagamos el amor” es lenguaje común en la
cinematografía. ¿Es realmente el amor el acto sexual? En este caso sería
muy fácil de definirlo.
En el lenguaje diario y universal el amor es algo indefinible; algo
que se experimenta y, como todo lo experimental, resulta siempre
indefinible. Es algo concreto, que desborda los límites de todo concepto a
causa de que éste pretende reducir las cosas a lo esencial. Que el amor es
sublime... que el amor es lo más grande... cuya expresión gráfica siempre es
la madre con relación al hijo.
¿Sera el amor algo multiforme que se aplica analógicamente a
actos, sentimientos, acciones que revelan alguna tendencia de alguien a
algo? ¿Qué tiene que ver el afecto con el amor? ¿El afecto es el amor o es
el canal de la demostración del amor? No es el caso de perdernos estas
dilucidaciones tan intrincadas.
Nosotros, en vez de entrar a dilucidaciones muy difíciles, nos
dedicaremos simplemente a constatar lo que es el amor para el paraguayo.
Desgraciadamente desconozco la etimología de la palabra “mborayhú” o
amor en guaraní. Lo único que podríamos decir al respecto es que el amor
en guaraní es un concepto relativo, expresado por el prefijo “poro”
convertido en “mboro” por una de esas particularidades del guaraní. La
traducción seria “amar a alguien”. Lo que desconocemos es el significado
etimológico de “hayhu”, lo que poco importaría para descubrir lo que
significa el amor en la vida y en comportamiento del paraguayo.
Ciertamente el amor responde al fenómeno de la necesidad
existencial del hombre de una complementación afectiva y también cuanto
a la función de perpetuar la especie. El hombre comunitario se inclina hacia
el semejante con quien comparte de alguna manera y medida la misma
vida, Y mucho más profundamente con el semejante con quien compartirá
la enorme responsabilidad de transmitir la vida.
E1 misántropo es un ser raro y desequilibrado. Generalmente es
fruto de frustración y grandes desengaños cuando no responde a cierto
75
desequilibrio congénito de la persona. No es posible que el hombre normal
sea una exclusiva caja de resonancia de odio y repulsión. Un misántropo
necesariamente debe ser un enfermo psíquico.
Para nuestro caso, sería suficiente saber que el amor es la
inclinación del hombre hacia su semejante en cuanto semejante y en lo que
sea semejante. De ahí, diríamos con cierta propiedad que el hombre ama a
los animales ya que estos llevan algo en común con el hombre. Mucho más,
el hombre integrado a la naturaleza o entorno ecológico como el paraguayo,
hablaría del amor real entre el hombre y el animal, y de los animales entre
sí. Para él, el animal es un ser racional aunque en un nivel más bajo que el
hombre. Y consecuentemente capaz de amar con la intensidad con la que el
hombre ama.
Para los grecolatinos solamente les sería permitido hablar de afecto
del hombre hacia los animales y entre los animales no sé como llamaríamos
esa inclinación del uno a1 otro hasta con demostraciones de cariño.
En el amor hay que distinguir siempre el amor general y el amor
sexual. Teóricamente el amor entre diferentes sexos podría ser un amor sin
atisbos sexuales aunque en la práctica casi siempre lleva una connotación
sexual aun entre las gentes mas acostumbradas a la camaradería mixta, le
resulta más fácil mantenerse en cierta medida desinteresada sexualmente a
pesar de que en la práctica constatamos que siempre la línea divisoria es
sumamente frágil. La camaradería con muchos no significa interés múltiple
sexual, pero en el grupo habrá necesariamente uno o una que concita el
interés de amor sexual.
El paraguayo se ha educado, aparentemente, en el más estricto
puritanismo; de tal suerte que a veces no pueden jugar los niños con sus
hermanas. Este fenómeno se produce a causa de los roles de los sexos en su
cultura. Cada sexo se educa para su futuro rol. Los varones tienen el modo
mucho más rudo de jugar.
Los juegos responden a los roles como en todas las culturas;
constituyen el entrenamiento para el papel que desempeñará en la vida
adulta. El niño no puede jugar a la muñeca, y, si lo intentara, se lo
recriminarían. Su futuro rol no es criar o amamantar niños, sino facilitar a
la madre para que ella lo haga.
La presencia del varón no es la presencia animadora del hogar sino
76
1a de la seguridad de la supervivencia tanto en cuanto a sostenimiento
alimenticio como en cuanto a la defensa de los peligros exteriores. Sin
lugar a dudas, de este sentido de rol del varón viene aquello de que el
mismo diga siempre: “Ndé, kuña karai, ehechake ne memby... emopotike...
emyakãguapyke…” Entonces viene la pulla de Kemil Yambay llamándolo
“Lorito-oga”, un loro amansado, casero, casi sin autoridad dentro del hogar.
Por otra parte, el paraguayo no es de los esposos que piensan vivir
echándose unas canas al aire. Naturalmente, cuando este señor pierde su
rol, se desorienta y en consecuencia pierde su propia personalidad.
Muchos se escandalizan de la actitud del paraguayo en la casa. Se
lo considera el machista por excelencia. Todo lo exige y en nada colabora
con la mujer dentro de la casa; No moverá una astilla para avivar el fuego a
fin de que la comida esté a punto y a hora... no moverá un dedo para ayudar
en el cuidado de los niños pequeños... Es que no es su rol. ¿Cuándo
aprenderá que también es su rol? Pasará mucho tiempo porque la cultura
impuesta por las circunstancias existenciales lo ha conformado por siglos
enteros. Los sexos en su cultura tienen roles diferentes aunque
complementarios.
No es bien visto que el varón asuma el rol de la mujer. Las mismas
mujeres o madres inculcan a sus hijos que no deben asumir roles de la
mujer evitando así que el varón birle a la mujer su propia personalidad.
Asumiendo su propio rol el varón y respetando el rol de la mujer, respeta a
la mujer en su personalidad.
El paraguayo tiene un alto sentido de la complementariedad de
sexos por sus respectivos roles. No se trata de una complementariedad
romántica, afectiva de convivencia sexual; se trata de una
complementariedad comunitaria. La familia le otorga a cada miembro de la
pareja su propio oficio o papel, con responsabilidad exclusiva en su campo
de acción. Naturalmente, que en este caso, habrá muy poco de dialogo entre
los cónyuges porque las responsabilidades son exclusivas, y las
especializaciones son diferentes para responder a las exigencias de cada
uno.
La mejor recomendación para un esposo es que sea un trabajador,
porque sostendría a la familia. Su orgullo es que sus hijos sean bien
cuidados y su mujer bien presentada. Se lo alaba porque “hembireko poti”.
77
En este contexto cultural el amor es casi funcional. Casi no existe
un lugar para el romanticismo y afectividades. Estas connotaciones del
amor casi se reducen al tiempo del noviazgo. Por otra parte, el paraguayo
varón es sumamente sensible a los afectos. Pero los roles muchas veces
desvían y consumen el tiempo que se destinaria a las manifestaciones
afectivas.
Además las demasiadas demostraciones empalagan al paraguayo
tanto varón como mujer. Cuando la mujer es excesivamente pegajosa, el
varón se molesta. Aguanta hasta cierta medida y, pasando esa medida,
siente una desazón. Tampoco es muy afecto a las demostraciones públicas
de amor. El amor siempre pertenece al mundo de la intimidad.
El paraguayo es poco demostrativo de sus sentimientos. Es siempre
muy parco en este campo ya sea de los sentimientos de dolor, ya sea de
alegría; del amor o de odio;... casi siempre los reduce a gestos y acciones
muy medidos. Las palabras sobran.
En la cultura tribal el hombre goza del amor en razón de la
comunidad y la somete a la comunidad, en especial, a la supervivencia. El
varón tiene mucho de reproductor en las relaciones heterosexuales, y la
mujer la prenda a conquistar. La mujer dista mucho en su actitud de las
jóvenes llamadas modernas que pretenden ser un varón no solo en sus ropas
unisex sino también en su comportamiento. Se viste de varón y entra en
disputa pública por el varón como en cualquier mundo de machos en celo.
La paraguaya es recatada y debe ser conquistada por el varón para
quien es un timbre de honor enamorarla y, muy especialmente raptarla.
La disputa pública, que a veces llega a dirimirse en el campo de
honor, es propia de los varones, movidos más que por amor, por el orgullo.
Por su parte, la mujer se siente halagada al ser admirada por varios varones
mientras sea soltera. Pero cuando haya contraído matrimonio, le parece
inconcebible que alguien la requiera de amores.
A la soltera, aunque admirada por muchos, no se le permite cortejar
con más de uno. A la que lo hace, se la considera voluble y en quien no
puede depositar su confianza un varón. Cuando se dice de ella “iveléta”, ya
queda marcada con un estigma poco menos que de prostituta. En el recato
esta su dignidad.

78
Al contrario, el varón puede festejar a varias al mismo tiempo y el
conquistador es admirado aún por las que deberían cuidarse de él. Este
conquistador se jactara de que su esposa “ndaha‟éi avave yepohyugagué”-
Es muy difícil encontrar a los varones que desfallecen de amor como se ve
en las telenovelas que quizás reflejan la psicología de tierras lejanas.
Tampoco el suspiro de las jóvenes llega al desfallecimiento. Para la joven
el amor es mucho más profundo que para el varón a causa de que su amor
conlleva la entrega. Sin embargo, a muy pocas el fracaso de su sueño
amoroso las deja realmente frustradas. La paraguaya absorbe muy bien el
desengaño, y se considera afortunada con quedarse con el fruto del amor de
su amado. Desea tener un hijo de aquel a quien ama.
El tipo medio calavera que es el paraguayo, una vez que contrae
matrimonio se convierte increíblemente en un esposo ejemplar y fiel a su
matrimonio.
El adulterio es la acción que siempre pesa sobre la conciencia del
paraguayo. Dirá “ambogué che rataindy”. Apagar la vela que simboliza la
fe del cristiano, es una especie de apostasía. En ningún otro caso el
paraguayo usa semejante expresión. El honor al adulterio lo trae de los
guaraníes para quienes esta infidelidad era horrorosa.
Hasta hoy no faltan quienes desaconsejan y prohíben a sus hijos
contraer matrimonio con hijos adulterinos. La mala hierba produce mala
hierba. Contrariamente a esto la mujer paraguaya, llegada a cierta edad, se
decidirá a cargar un hijo de cualquiera porque su futuro lo ve en el sostén
del hijo. La ancianidad femenina sin apoyo varonil constituye una
desgracia, en este su modo de vivir.
El varón paraguayo difícilmente se recupera tras el fracaso
amoroso. Cuando se echa en brazos del amor, se entrega totalmente a él.
Tiene mucho miedo a semejante alternativa. A veces este señor se priva del
matrimonio en vista a esta posibilidad. Prefiere una unión que no lleva al
matrimonio propiamente dicho. Si por ahí llega el desacuerdo entre los
esposos de hecho, la ruptura no es una ruptura sino una simple separación.
Ciertamente la unión de hecho del paraguayo no tiene en vista la
separación. Por lo general, es estable y se realiza en vista a la estabilidad.
Habrá quien abandona a sus hijos y contraiga matrimonio con otra. Pero

79
esto no es lo ordinario. Esta unión como la del matrimonio estará en
función de la procreación y mantenimiento de la prole.
El amor del paraguayo es muy difícil de detectar en el matrimonio
porque sus manifestaciones son muy parcas. No es normal la vida de
cariños; ni siquiera con los niños se abusa de esta manifestación.
El niño es muy querido pero no se lo mima porque es prioritaria su
educación. La niña desde muy pequeña anda con su madre aprendiendo el
rol de la mujer mientras el varón a los pocos años comienza a aprender el
rol del varón, o sea el trabajo. De ahí que la mujer paraguaya en cortos años
puede ser un ama de casa, porque ha aprendido a serlo con su madre, al
igual que el varón, antes de los veinte años, podrá ser un perfecto padre de
familia, con hogar propio.
La mujer es una perfecta educadora, exceptuando las abuelas,
quienes son proclives a un amor mal entendido de la superprotección.
El paraguayo mima poco; lo hace casi solamente en caso de
enfermedad de los niños o en caso de invalidez. El chico enfermizo es muy
malcriado.
A veces, el paraguayo aparece hasta desalmado con relación al hijo.
No perdona que no cumpla su cometido o el trabajo que se le ha encargado.
Las mismas madres son implacables y de exigua expresión de cariño. El
mimo naturalmente trae consigo la superprotección, y con la
superprotección viene la incapacitación para enfrentarse a la vida de parte
del hijo. El objetivo para el padre paraguayo es que el niño cuanto antes sea
capaz de valerse por sí mismo. Cuanto antes debe comer, vestirse, detectar
peligro por sí mismo. Lo educa para la vida independiente y autónoma.
El paraguayo madura con mucha rapidez o se capacita muy pronto
para enfrentarse a los desafíos de la vida. Sus padres no han andado con
sentimentalismos que lo incapacitan. El amor familiar del paraguayo es un
amor que enseña a ser, caminar, pensar y sonar solo. A primera vista es
muy absolutista. No permite que el chico haga sus caprichos porque sabe
que en su mundo no hay tiempo que perder en caprichos. Hay que aprender
la vida tal cual es y rápidamente, porque no tardará para que el chico se
convierta en adulto.

80
Suele decirse que el niño paraguayo no tiene tiempo para jugar o no
juega. Y es cierto. Debe abocarse a aprender a vivir. Debe estar preparado
cuanto antes a vivir solo por su propia cuenta.
El amor de compasión es mucho más profundo en el paraguayo que
cualquier otro amor. De lo que no puede evadirse nunca el paraguayo es del
dolor. Pero la condición para que conmueva se requiere que el dolor o el
dolorido sea palpable o se encuentre al alcance de las manos. La muerte no
conmueve tanto como el dolor.
Por lo general lo único que no se convierte en objeto de
ridiculización es el dolor mientras dure el dolor. En balde se le hablara al
paraguayo del dolor de los habitantes de lejanas tierras, aún dentro de su
propio país. La compasión del paraguayo requiere cercanía. Su lenguaje la
exige. No puede asumir el dolor lejano. Hay que palparlo. En guaraní no se
“padece con” sino se asume la desgracia ajena: “aiporiahuverekó” o
“guereko” (“vereko” es la eufonización de “guereko”). (Asumo la pobreza).
Es decir, hace suyo el dolor ajeno. Se identifica con el sufriente. Lo que es
fácil explicar conociendo que el paraguayo se integra o está integrado a su
entorno ecológico incluyendo el medio existencial sociológico.
Otra característica del paraguayo. Se resiste a ayudar cuando se
trata de una desgracia que sobreviene a la persona a causa de su estupidez o
tozudez, “hovatavy‟gui ngo oyehu chupe; hi‟arieté o‟ye‟é pora va‟ekue
chupé”. El estúpido no merece que se lo compadezca. Es imprudente.
Parece que el equivocado mismo se avergüenza de recurrir a la ayuda
porque “chente voi ningo aheka” (yo me la rebusqué).
El tonto no se siente con derecho. Mucho más, rehuirá la
compasión si se la ha advertido. Teme que se le diga “Ha‟é va‟ekue voi
ningo ndéve” (te he advertido). El paraguayo no quiere escuchar esta frase
porque lo convierte en un estúpido. Se le avergüenza. El momento de
vergüenza el paraguayo nunca lo olvida.
La amistad no es tampoco un amor medio romántico como se la
suele pintar. El amigo no será sobre cuyos hombros el paraguayo se pondrá
a llorar con facilidad. Desde ya no acostumbra a ventilar sus penas e
intimidades sino a muy contadas personas, si las hay. La amistad para él
consiste en la confianza. Pero por lo general, llama amigo a cualquier
conocido. “Pea chamigo”; royotopa, va‟ekue ayukuévo Buenosaires gui”
81
(Este mi amigo: nos hemos encontrado en Bs. As.). No le da la
connotación, en sus referencias, y conversaciones, de una persona muy
apreciada ni de mucha confianza. Dirá “Gral. Fulano Chamigo”, es decir,
conocido, hasta ocasionalmente. Amigo será también el compañero de
trabajo “che rembiapo iru”. El hombre de confianza es aquel con quien uno
vive sin recelos. Se expresa con la frase: “Ore ko roké ha ropayva
oñondivé” “Oré oyopohei gua”. (Nosotros somos íntimos; dormimos en
una cama. Con razón los guaraníes al amigo lo llamaban “Koty‟y” o el que
tiene la pieza aparte.
Nos resulta difícil comprender paraguayo que, en algo tan íntimo
como el amor esté muy condicionado por el sentido comunitario. La mujer
de sus amores sigue siendo “tembireko”, con una función comunitaria
familiar al servicio del varón y de sus hijos. Ella es “ogayara”. El varón
dice “che roga yara” (mi dueña de casa).
Esta concepción del amor es más fuerte que las endechas de amor y
todos los lirismos. Nos hubiera resultado un enigma si no conociéramos
que el paraguayo pertenece a una cultura tribal donde lo familiar es
primordial, y lo personal se halla muy absorbido por lo comunitario. Es
muy notable la antinomia del hombre tribal, tan personalista, por un lado, y
tan comunitario, por el otro. Difícil de compaginar ambos aspectos sobre
los papeles. En la vida si se compaginan perfectamente.
El signo de amor para el paraguayo es mezquinarlo. El padre es de
poco cariño y pocas caricias, sin embargo el niño sabe que lo ama porque
lo mezquina. Daría la vida por él. La mama también es de poco mimo, pero
dejará de comer para que su hijo se harte o pruebe unos bocados de más.
Mezquina al hijo, mezquina su salud y su futuro.

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CAPITULO XII
EL PARAGUAYO Y EL CAMBIO

El miedo al cambio no es privativo de los paraguayos; quien más


quien menos lo teme; lo rehuye. Sólo algunos díscolos precipitan los
cambios sociales que modificarán el comportamiento social y personal de
cada uno.
El que aparentemente cambia con mucha facilidad es el joven.
Decimos aparentemente porque muchas veces el cambio es ínfimo dentro
de un enorme marco de confusión y desorientación que caracterizan a la
juventud. El joven, por lo general, no sabe exactamente lo que quiere.
Percibe lo malo o lo que considera malo, y al sustraerse momentáneamente
de la tutela férrea de los mayores, intuye con mayor facilidad el mal
derrotero de la comunidad y de los hombres. También tienen la facilidad de
manifestarse inconformistas.
Lo que no hay que confundir es el simple inconformismo con un
deseo concreto de cambio. Por cierto que todo inconformismo incluye un
deseo de cambio o una exigencia de cambio.
Pero el simple inconformismo no apunta a un cambio; quiere que
se arregle lo mal hecho, deshacer entuertos, pero no sabe “cómo” ni cuándo
ni con “qué instrumentos” ni para qué.
A veces al repudio del barullo inconformista se lo considera falta
de deseo de cambio. Una cosa es el barullo y otra el deseo racional de
cambio.
Quizá uno haga el barullo, el barullo sin tener una mínima idea de
lo que desea conseguir. Por otra parte, una persona puede estar deseosa de
cambio y sin embargo se calla. Se siente impotente porque carece de los
medios o no sabe lo que le espera.
Cualquier cambio acarrea riesgo y una ruptura existencial. Con el
cambio uno dejara necesariamente de ser que lo que era antes, al menos, en
parte. No es, pues, normal lanzarse a lo desconocido.
Hay un cambio insensible que sufre toda comunidad y toda
persona. Ambas están dotadas de un dinamismo interno que trabaja
adaptándose a las nuevas circunstancias con sus modificaciones, a veces,
83
infinitesimales. Ese cambio de adaptación no se lo percibe en el momento;
requiere tiempo, décadas quizá. En este proceso no se produce ruptura ni
violencia; se lleva a cabo con naturalidad, con tanta naturaleza que todo el
mundo está con la conciencia que nada ha cambiado, “Total la vida sigue
igual” dice el canto.
Cuando hablamos de cambio, no hablamos de este cambio
espontáneo y normal sino del cambio-ruptura, un nuevo modo de vivir muy
diferente al de nuestros ancestros. En todos los pueblos se ha mirado con
recelo a este tipo de cambio.
Frente a él se ha impuesto el sentido común con los dichos: “más
vale un mal conocido, que un bien por conocer” o “más vale un pájaro en
mano que cien volando”.
Con frecuencia se escucha decir que e1 paraguayo ni siquiera
escucha a quien le propone nuevos caminos o lo quiere soliviantar contra
una situación de opresión. La explicación más barata siempre es que hemos
vivido por siglos bajo las dictaduras de diferentes cuños, desde las
encomiendas españolas hasta las dictaduras doradas de democracia. Es una
explicación barata basada en e1 desconocimiento del paraguayo.
Normalmente hablan y pontifican sobre esto los que nunca se han
puesto a pensar en el paraguayo y se han puesto siempre en actitud de
perdona-vidas. No faltará entre ellos unos extranjeros de muy buenas
intenciones, pero que nos conocen tan bien como a los papúes del África.
E1 paraguayo no es reacio al cambio aunque no se abalanza sobre
el cambio, por varios factores: experiencia, constitución sociológica y por
su mismo carácter predominante.
Nunca ha experimentado un cambio brusco o revolución
sociológica; solamente los levantamientos militares seguidos por un grupo
de partidarios más o menos voluntarios, que no responden sino a
ambiciones personales respaldadas por intereses bien disimulados. Lo que
el paraguayo ha adquirido de experiencia de estos cuartelazos y guerras
civiles es sumamente triste.
Corre aquella especie de chiste macabro sobre los indígenas, que
dice así: Llega un grupo de personas armadas. Primero le comen las
provisiones; lo apalean y por último violan a sus hijas y esposas. El

84
indígena dice entonces: “revorusió ngo hina ra‟é” (por lo visto estamos en
revolución).
E1 paraguayo no conoce la filosofía de las revoluciones, pero sabe
que toda revolución termina devorando a la revolución. Conoce que es una
fuente insondable de ambiciones personales que sacrifican todo a su propio
provecho. Por otra parte, el guaraní nunca fue pueblo guerrero. La guerra
nunca fue el objetivo principal de esta raza, de tal manera que el cacique no
debía ser primordialmente guerrero.
El segundo factor de cierto conservadorismo del paraguayo es su
constitución sociológica. Es pueblo consustanciado con la tierra y la
naturaleza, donde los cambios son lentos y en cierta manera lógicos. El
ritmo de la vida del paraguayo es el de la naturaleza. Es todavía un pueblo
ubicado en la tierra. Es un pueblo agricultor, enclavado en su tierra y, en
gran manera, identificado con ella. En la naturaleza todo tiene ciclo.
El hombre telúrico se ríe de los cambios bruscos. Sabe que los
cataclismos duran poco; que después de los cataclismos la naturaleza
vuelve a su proceso normal; y que después de la crecida de los ríos en que
las aguas sobrepasan la medida ordinaria, volverán a sus cauces. Las lluvias
nunca son interminables. “Hetave ara pora aravaigui”. (Los tiempos buenos
predominan sobre los malos).
El tercer factor de renuencia del paraguayo a los cambios bruscos
es su propio carácter. E1 paraguayo es apasionado en más de cincuenta por
ciento y flemático en un treinta y cinco. Predomina una fuerte resonancia
anímica. Es secundario y contemplativo. Su ritmo es lento por su sentido
contemplativo y es el hombre de la tradición que no olvida las impresiones
fuertes y el de las grabaciones indelebles de la niñez.
La tribu o una sociedad de mentalidad tribal no es el mundo de las
ideologías y de la ciencia sino el de la experiencia. Su acervo de sabiduría
es el fruto de siglos de vida. Las pautas operativas que han vencido al
tiempo, se las conservó por ser validas para la supervivencia del pueblo.
Constituyen lo seguro y lo valido. Sería una insensatez exigir a las
gentes que lo rechacen porque simplemente se lo decimos. Es como
pedirles que rechacen su historia, su propia vida.

85
E1 cambio es la propuesta de nuevos comportamientos sociales,
basados en nuevos valores aunque los valores nunca serán totalmente
nuevos. Se los considera nuevos porque su relación con los anteriores
vigentes no parece clara.
En un proceso de crecimiento en base a la experiencia; la relación
del pasado con el presente salta a la vista. Entonces lo nuevo no asusta ni
infunde inseguridad porque no es algo totalmente desconocido. La actitud
frente a él tampoco será totalmente nueva. Sólo sufrirá una leve
modificación.
Los cambios bruscos se visten del ropaje de lo desconocido, y lo
desconocido engendra miedo especialmente en las personas que necesitan
seguridad como los padres de familia. Estos no pueden darse el lujo de
hacer experimento; su responsabilidad exige que su fuente de recursos sea
segura. Ante lo mejor aleatorio siempre quedaran con lo bueno seguro. Un
pueblo con mentalidad de supervivencia piensa lo mismo.
E1 paraguayo no puede ser amigo de los cambios o e1 cambio
propiamente dicho para nuestro tiempo. Lo consideraría un atentado contra
su seguridad, contra el fundamento de su comportamiento y contra su vida
formada por el pasado. Los acontecimientos vividos por el paraguayo no
son objetos del recuerdo sino parte integrante de su vida. Los lleva
grabados.
Sin embargo es posible que e1 paraguayo acepte con cierta
facilidad el cambio. Su capacidad de integración al líder y al medio
ambiente hace que reciba con cierta presteza lo nuevo y se adapte a las
nuevas pautas de conducta. Tenemos la experiencia en la Iglesia. Los
cambios llevados a cabo por ella rápidamente han sido aceptados por los
que se sienten liderados por el sacerdote gracias a su frecuente
participación en la liturgia u otros actos religiosos, en los cuales se ponen
en contacto con e1 cura. En los alejados de las actividades de la Iglesia
hallamos una actitud diferente. Critican los cambios y tienden a un
conservadorismo a ultranza. Otro ejemplo constituirían los emigrantes
paraguayos, que inmediatamente se adaptan al nuevo medio ambiente
sociológico.
Por más que hemos encontrado una profunda predisposición en contra del
cambio en el paraguayo, existe, sin embargo, para él un camino de
86
aceptación del cambio, mediante el entorno sociológico y de los líderes que
lo promuevan reflejando en su propia vida. No bastan las declaraciones y
acusaciones. Los líderes de los plagueos dan la sensación de que lo único
que les interesa es el poder y ocupar el primer puesto. Sus palabras, deben
ser avaladas por su conducta. ¡Menudo desafío educativo! ¿No?

87
CAPITULO XIII
EL PARAGUAYO Y EL CORAJE

Ya habíamos dicho, creo, que el paraguayo no es valiente, en el


sentido de que, hecho el análisis de la situación de peligro y aunque no
entrevea un mínimo resquicio de posibilidad de sobrevivir, se lanzara a la
acción. No es un valiente frío. En estas condiciones el paraguayo
exclamaría “eyerana, mi Coronel” (Curate de la borrachera, mi coronel). Es
decir, a una persona en sus cabales nunca se le ocurriría semejante
insensatez. Sin embargo, se arguye que la Guerra del Chaco ha demostrado
con creces la valentía del paraguayo. No hablemos de las guerras civiles
que constituyen la demostración más lamentable del salvajismo de que es
capaz el paraguayo integrado a una horda.
La Guerra del Chaco se aduce frecuentemente para probar su
valentía; comprobémoslo. No debemos recurrir a las batallas ganadas, a las
estrategias, tácticas y maniobras exitosas o fracasadas, en las que las
individualidades se pierden. El protagonista es el Cuerpo, el Regimiento o
División. Los hombres a excepción de algunos jefes no aparecen.
Recurriremos a las anécdotas donde los protagonistas son los
hombres tales cuales son; por lo cual son más significativas y elocuentes
que los discursos mejor preparados. Las anécdotas como lo veremos nos
van a confirmar solamente sobre lo que sabemos ya del tipo de inteligencia
del paraguayo; su capacidad de conductor una vez que se siente libre de la
sobra del superior y que una de las causas de su heroísmo será el líder o
conductor. Esto último es uno de los elementos del comportamiento del
paraguayo al que no hemos hecho referencia aún.
Tomaré tres anécdotas. Justamente las elijo porque los
protagonistas son de mi jurisdicción parroquial. Son hombres comunes,
sencillos que han perdido sus condecoraciones y sus fojas de servicio, con
la conciencia de que no han hecho sino lo que debían haber hecho en el
momento, y aquellos son adminículos sin valor.
Juan Crisóstomo Figueredo, del R.I. 12 Rubio Ñu. Soldado raso.
Hoy vive en Asunción sus últimos días. Aquel día, en el fragor de la batalla
88
había desaparecido del frente. La siesta era tranquila; Juan Crisóstomo se
propuso comer mistol, una fruta parecida al Ñangapiry, pero de cascara
dura. La recogía tanto de las ramas como del suelo, a cierta distancia de la
trinchera. De repente, al levantar la vista, ve a un grupo de soldados
bolivianos que avanzaban con toda tranquilidad. Juan Crisóstomo se
esconde detrás de un matorral. Cuando los bolivianos se acercaron a unos
pasos de distancia, saltó delante de ellos con el grito de “Manos arriba”. La
patrulla boliviana habrá creído que los compañeros de Juan Crisóstomo se
hallaban emboscados en la espesura. Se entregó con un sub-oficial, un
sargento y un cabo. Al preguntársele a Figueredo como se le ocurrió
sorprender de esa manera a los bolivianos, respondió: “Ha‟ama voíningo
prisionéro; ta che yukapora mandi hikuéi”. (Prácticamente ya era un
prisionero; que me maten de una vez). Ni lejanamente había calculado
sorprender a los bolivianos.
El Cabo 2° Anuncio Cristaldo, del R.C. 6 “Gral. B. Caballero”, se
encontraba en un retén, un puesto avanzado de vigilancia en el frente de
batalla. Era jefe de una escuadra. Aparece desaprensivamente un escuadrón
del ejército boliviano. Cristaldo extendió su línea. Con rapidez colocó a
más de diez metros un soldado del otro. Ordenó disparos de hostigamiento
mientras corría disparando cortas ráfagas de ametralladora liviana; pasó a la
retaguardia del enemigo con dos de sus soldados.
Unos minutos después intimó rendición. El escuadrón boliviano se
rindió. Tuvo la sensación de que había caído en una celada. A Cristaldo se
le premió con 60 días de permiso, de los que no pudo gozar porque, antes
de la evacuación se lo remitió a Ybybobo, donde murió.
Contaba un compañero que al requerírsele cómo pudo pensar con
tanta rapidez semejante maniobra, había respondido “mba‟éiko otra cosa
ikatu ayapo ra‟e”. (No tenía otra cosa que hacer).
El paraguayo, puesto ante el peligro inevitable, activa a1 máximo
su mecanismo de defensa para evitar la sensación de peligro y,
paradójicamente, mantiene tan activo en la sub-conciencia el sentido del
pe1igro que condiciona su comportamiento casi de una manera
inexplicable. Se lo dicta la oscura fuerza de su razonamiento.
No es un razonamiento consciente. Más bien es un conocimiento
intuitivo, instantáneo, fulmíneo; un rayo que emerge del seno de la
89
inconsciencia que, en una décima de segundo, resuelve un problema que el
raciocinio requeriría tiempo para hacerlo.
E1 Paraguayo puesto en apremios nunca razonará, pero hará
exactamente lo que debe hacer. E1 razonamiento discursivo vendrá
posteriormente para justificar o explicar el porqué. La primera explicación,
como se advertirá, no responderá a la realidad. Quizá, este tipo de
razonamiento sea la causa de que e1 paraguayo confíe tanto en la
improvisación. No se ata a la planificación. Si planifica, prescinde de ella.
Es la confianza inconsciente en la intuición.
E1 factor decisivo en la elección entre la vida y la muerte es e1
orgullo, y con éste, su miedo al ridículo y a la humillación. Un primo mío,
considerado de armas tomar en sus tiempos mozos, quien se integrara al
ejército del Chaco a los 16 años, hasta los últimos días de su vida nunca
dejó de contar con rabia la rendición en Cañada Strongest, donde él cayó
prisionero. No escatimaba ofensas para el Mayor López y el Capitán
Flores. Contaba que los soldados lloraban amargamente cuando estos jefes
comunicaron la capitulación.
Este señor vivía en E. A Garay, entonces Charara. Durante la
revolución de 1947 fue herido por los montoneros. Salvo. Era el jefe de
plaza en esa localidad después de su recuperación. Un buen día llega un
contingente, en el tren, al mando de un teniente quien lo maltrato de
palabras delante de mucha gente. Por fin le saltó al cuello del teniente en
frente de la soldadesca con los fusiles apuntando por las ventanillas del
tren. “Repoíta mi Teniente” (vas a morir mi teniente) gritó fuera de sí con
el cañón de su revólver puesto sobre la sien del teniente.
-Te iban a hacer trizas, le dije cuando me lo conté.
- No lo pensé, respondió.
- Te hubieras callado y nada hubiera pasado.
- “Oreñó rireko, akiriri mba‟e va‟era mo‟a, che prímo; ñatî guinte
voi ningo ñande py‟aguasú”. (Si hubiéramos estado solos, quizás me
hubiera callado, primo. Desde ya, uno se hace de coraje solo por
vergüenza)
Nunca hay que aventurarse a colocar al paraguayo ante el dilema de
la muerte o el amor propio. Con seguridad elegirá el amor propio.

90
Entonces se vuelve peligroso cual gato arrinconado al que se la ha
cerrado la puerta de escape. Siempre a1 paraguayo hay que ofrecer una
salida honorable; por lo menos, una salida, aunque sea o aparezca
insignificante.
Recuerdo la anécdota de Franco‟i. Pertenecía al RC. 5, cuyo
comando era el Capitán Céspedes. Se encontraba en “Colina 15” en frente
de un batallón del ejército boliviano acantonado al otro lado del
Pilcomayo. El Capitán Céspedes se acostó tranquilo a dormir porque a esa
altura parecía invadeable el rio. Corría con mucha fuerza al bajar de las
estribaciones de la cordillera. El Sargento había sido comisionado a
bastante distancia con un grupo de mando.
Hacia las horas cercanas a la medianoche comienza un tiroteo en la
playa. Unos pocos disparos hechos por el centinela y los bolivianos. El
capitán se despertó despavorido. Ordenó al sub-oficial de órdenes, Julio
Bernal, que pusiera fusil en manos de tres enfermos e hiciera algo. Bernal
desplegó su tropa de tres soldados. Escuchaba no lejos la conversación de
los bolivianos. Disparaban de cuando en cuando. De repente siente que
alguien se le acerca.
- ¿Mavaiko nde? (¿Quién eres?)
- Chénte ko, respondió, Franco‟i, un soldadito de baja estatura,
casi sin señal de sangre en los labios. Era uno de los enfermos.
- ¿Maraiko reyú, reheya nde puésto? le reprochó el suboficial
Bernal (¿A qué vienes, para qué dejas el puesto?)
- Ha‟esénte ko ndeve, mi suboficial ani hagua ñañentregarei.
Ñamano porante kena (quería decirte, mi suboficial, que no nos
entreguemos; mejor morimos).
- Na ñañentregai chéne, Franco. Terehonte nde puesto pe. Y
Franco‟i volvió satisfecho a su puesto para seguir una lucha tan desigual.
Lo notable es que, según muchos testigos, los que fueron hombres
de armas tomar, temibles en época de paz, se acobardaban al entrar en
acción durante la guerra. Estaban acostumbrados a enfrentarse solos a
personas concretas, palpables y visibles, frente a las cuales sabían qué
hacer, mientras que en la guerra o batalla, el enemigo carece de rostro; es
un ente misterioso que vomita metrallas frente al cual una persona sola no
sabe qué hacer. Este tipo de paraguayo se perdía en estas circunstancias.
91
Sin embargo, el paraguayo común, sin hazañas personales, sencillo, que
vivía integrado a su comunidad, se convertía en soldado en el que no se
percibían los signos del miedo.
La experiencia de los “macheteros de muerte” del Alto Paraná es
una experiencia de horda compuesta de los manumitidos de la esclavitud de
los obrajes negreros. Carecían del sentido comunitario. Por muchos años
los habían uncido a un mismo yugo la esclavitud establecida por algunos
hombres siniestros, a quienes la mayor parte nunca los había visto. Los
“altoparanaceros” murieron como moscas. No respondían a ninguna clase
de disciplina. La euforia de la libertad los llevo a desaparecer sin pena ni
gloria, sin haber prestado ningún servicio a la patria. Vidas desperdiciadas.
El problema es que el paraguayo es un hombre grupal, una vez que
entra dentro de un grupo liderado, se integra totalmente al grupo. Esta es la
explicación.
Sin embargo el caso de los “guerrilleros de la muerte”, con Placido
Jara a la cabeza, presenta otra fisonomía. Es un grupo de paraguayos
liderados que aguzan el ingenio a veces casi hasta lo inverosímil porque
caminaban siempre sobre el filo de la muerte.
En este caso no nos interesa si ayudaba o no a la estrategia del
Comando en Jefe. Lo que nos interesa es que constituían un grupo
razonablemente valiente.
E1 paraguayo vuelve a sufrir cierta alienación frente al peligro en
un grupo liderado o grupo dirigido por un “tendota” (conductor) que se
enfrenta con él a la muerte y comparte con él las penurias.
Si es verdad que “Yrendague” cambió el giro de la Guerra del
Chaco, se debió a que un gran conductor, el General Eugenio Alejandrino
Garay, acompañó y fue capaz de decir a un grupo de soldados postrados
por el hambre y de sed: “yaha ñamano Yrendaguépe”. (Vayamos a morir en
Yrendague).
Si hubiera ordenado que fueran a morir, nadie hubiera muerto. Otro
hubiera sido el desenlace de la historia.
El jefe es un elemento fundamental de la valentía del paraguayo. Le
proporciona el sentido de seguridad. Morirá tranquilamente con él y por él,
sin pensar siquiera en la muerte. Se identifica con el líder y en él pierde el
sentido del peligro.
92
No basta que el paraguayo se encuentre en grupo para enfrentar la
muerte. Tiene que tener un jefe, que es el factor de seguridad y
supervivencia. Entonces se comprende el fenómeno muy paraguayo de que,
en las circunstancias límites comunitarias o grupales, cualquiera asume el
rol directivo o conductor al desaparecer el jefe. No puede sobrevivir sin el
jefe. Muere el Teniente, el Sargento toma el mando de la tropa; muere este
Sargento, el cabo se hace cargo de la conducción, y si muere el Cabo
cualquier soldado se constituye en conductor. Difícilmente un grupo de
soldados paraguayos se desbandará. Esta característica del paraguayo llamó
mucho la atención en la Guerra del Chaco y seguramente es uno de los
factores importantes en lo que se dio en llamar victoria de la Guerra del
Chaco.
La identificación con el jefe origina el inconveniente de que el
paraguayo fácilmente se convierte en horda bajo la conducción de un
dirigente sin conciencia. Esta triste realidad se ha constatado con dolor en
la guerra civil del 47. Hablo del 47 por la sencilla razón de que soy un
testigo. En épocas más recientes llamaríamos la atención sobre los
“garroteros”, de los “macheteros”. Un tipo de horda especial.
El 47 produjo una conmoción en el clero. Muchos feligreses bien
formados religiosamente se habían desbarrancado por el precipicio. ¿Qué
había pasado? La explicación, que se impuso, es que el cristianismo del
“Católico Paraguayo” era demasiado superficial. Quizá en parte sea
correcta, especialmente con relación a algunos. Pero pienso que no es
satisfactoria. Hay de por medio un problema cultural. La evangelización del
“Católico Paraguayo” sería superficial en cuanto que no ha abarcado
integralmente su personalidad, como para dirigir eficazmente su conducta
en todos los órdenes de la vida. En ciertos ámbitos existenciales su
comportamiento será firme e inquebrantable y en otros, casi inexistente la
influencia cristiana. Su conciencia cristiana no es integral.

93
CAPITULO XIV
EL IDIOMA GUARANÍ ES UNA
LENGUA DESCRIPTIVA

Es imprescindible conocer claramente las características


fundamentales del idioma guaraní a fin de comprender el modo de pensar
del paraguayo. Su desconocimiento nos enfrentaría nuevamente al enigma
paraguayo. El guaraní es la lengua en la que vierte su pensamiento. Es el
molde.
El idioma guaraní es una lengua descriptiva. La descripción es su
característica fundamental y principal, con la que se distinguirá de otras
lenguas y mediante la cual impondrá un modo de pensar diferente al del
castellano.
Se ha dado en insistir en la onomatopeya como la peculiaridad
llamativa de la lengua. Imita o procura reproducir los sonidos agradables y
desagradables de la naturaleza. Puede ser el canto de un pájaro, el gruñido
del tigre o el desagradable chisporroteo de un pajonal en quemazón. A
veces los ruidos adquieren una notable musicalidad al convertirse en
palabras.
En general, las palabras y las frases en guaraní son cadenciosas
dado el gran equilibrio de las letras consonantes y vocales en la
constitución de las palabras. Sabido es que las lenguas en que predominan
las consonantes son de fonema áspero y de difícil pronunciación. El idioma
guaraní se suaviza más aun con la nasalización de todas las vocales y
moderando los fonemas guturales, labiales y las sibilantes dentales fuertes.
Las letras aspiradas son suaves.
Todo se permite ante las exigencias de la eufonía. No solo letras
sino silabas enteras serán sacrificadas en honor de ella. El cambio de una
letra por otra es un procedimiento normal. Lo mismo una sílaba por otra o
dos silabas por una.

94
“Pore” se convierte en “mbo” en la palabra “mborayhú”, en la que la “Y”
se hace “i” por su dificultosa pronunciación. La “t” siguiendo a una sílaba
nasal será “d”. Por ejemplo sârâ-ty se debe escribir y leer “sarandy”. Se
quitará o añadirá una letra sin ningún problema, con tal que se consiga la
musicalidad de la palabra o se facilite su pronunciación. Por ej.: el arroyo
de los mosquitos no será “ñati‟u-y” sino “ñati‟iiry”. Es dable también
trastrocar las sílabas.
Por ej., el fonema de “vereda” no es suficientemente suave;
entonces se la pronuncia “vedera”.
Las palabras que suenan ásperas al oído del guaraní-parlante,
cuando es posible, se las deshecha. Ningún niño paraguayo se llamará
“Cristóforo" porque suena mal. La palabra Kirito ha perdido vigencia en el
lenguaje religioso del paraguayo por su fonema desagradable. Suena a
burla. Por la relación íntima que existe entre la palabra y las cosas en el
guaraní, a sonidos agradables responden cosas buenas, y a sonidos
desagradables, cosas malas. Si la palabra suena mal su significado es malo.
Consignemos de paso que la ley de la eufonía no solo es una regla
para el idioma sino también para la vida. Lo ideal para el paraguayo es
vivir sin grandes sobresaltos y contrastes fuertes. Su vida se desenvuelve
dentro de un cuadro de equilibrio de los sentimientos, relaciones,
exigencias y aspiraciones. Esto mismo lo encontramos en la música sin
disonancias y de ritmo pausado.
Las palabras en guaraní responden a la reproducción de los sonidos
con fonemas parecidos a los reales; a la reproducción de los movimientos,
con la repetición de silabas o palabras, a las cualidades sobresalientes de las
cosas y, por último, a los fonemas globales, por más que las palabras sean
silábicas. Unos ejemplos nos aclaran esta idea. “Garañón” significa asno
reproductor en castellano. Para el guaraní-parlante paraguayo significa lo
descomunalmente grande. El fonema global es lo que ofrece la sensación
de lo grande.
Feroz que el paraguayo pronuncia “feró” es sinónimo de grande.
“Petei fero sevo‟í‟ (una enorme lombriz).
Las palabras del fonema global permiten al paraguayo en un
momento dado inventar su propia palabra para expresar ciertas
circunstancias o fenómenos.
95
Pero le creó el problema de la mala pronunciación, incompleta o
inadecuada de la palabra. No hay necesidad de pronunciar con claridad
cada sílaba porque la globalidad es la que ofrece el sentido. El otro
problema que acarrea es peor. Se pueden confundir las palabras de
significados muy diferentes. En bromas y de veras se cuenta la anécdota de
que un indígena dijo: “hasy karai ñe‟e, oyoyapaguasú gui” (difícil es el
castellano porque las palabras suenan iguales) Tatape ya‟e kuego;
vakapipe, kuégo; ryguasu rupi‟ape, kuégo; barajape, kuégo ha yryvúpe,
kuégonte avei”. ¿Cómo se distingue el significado de cada una de estas
palabras si en realidad suenan el mismo? Para el guaraní-parlante es
imposible.
A causa de la modalidad del guaraní con el fonema que expresa las
cosas, cuando el paraguayo narra y se propone dar la sensación de lo
grande engrosa la voz, y para la sensación de lo pequeño, la atipla y la baja
de tono.
Las frases también son como si fueran una sola palabra porque
responde a una idea. En el guaraní a una idea responde una sola palabra
porque las ideas son cosas y a una cosa no pueden corresponder dos
palabras. Se utilizaran dos o tres pero refundidas en una sola, para expresar
una realidad. Diríamos que una frase es un solo fonema cuyo real
significado dependerá de su acentuación, con la cual se lleva a cabo la
inflexión. Así que la inflexión sería la sobreacentuación de la frase con la
que el fonema alcanza su real significado. Con la inflexión se expresa, por
ej. la intensidad de los sentimientos que embargan a una persona”
El guaraní es realmente una lengua de énfasis. Por lo cual está
llamado a ser una lengua eminentemente coloquial. El énfasis por escrito es
imposible. En un guaraní escrito no me sería posible por ej. expresar lo
sobre-superlativo al igual que en castellano, es decir, lo mucho más que
“muy”. Diré de una persona que es feísima o muy fea y nada más. En
guaraní hablado, sin embargo, llego a expresar lo muy feísimo alargando la
última silaba y agregándole un “ko”, “Ivaietereiiiii ko”. Si alguien se fue
mucho más lejos que lejos, diré “mombyryetereiiiii ohó”.
Esta modalidad con frecuencia se advierte en el guaraní-parlante
hablando el castellano.

96
Para confirmar más aún la característica del guaraní de representar
las cosas con un fonema tenemos el caso claro del fonema de la “i” con el
que se expresa lo pequeño. Nunca jamás se usara la “i” donde se tiene algo
grande, En este caso preponderara el fonema de la “o” o la “u”. El fonema
de la “i” es notable por su relación fácilmente observable por su
exclusividad. Vamos a poner algunos ejemplos. “I” ya es una palabra;
significa chico o pequeño; mita‟i; mitami-niño pequeño; niño de pecho.
Achicarse o humillarse: “ñemomirî; arrugar; mocha‟î; cobarde:
py‟amirî (de corazón pequeño).
Quizás el fonema de cada una de las vocales represente una
condición especial de las cosas así como el de la “i” representa la de la
pequeñez.
En verdad que el guaraní es un idioma aún desconocido. Que yo
sepa, no se lo ha estudiado todavía en toda la complejidad de su valor
expresivo. Ni siquiera conocemos la regla en base de la cual se lleva a cabo
la formación de una palabra compuesta de varias. Sabemos que la
polisíntesis se lleva a cabo con apocope, aféresis, sincopa... pero cada
palabra se forma de diferente manera. Porque “sapymi” (cerrar el ojo) se
forma exclusivamente con el aféresis de “tesa-ryepy-ñomi”, esconder el
interior del ojo. Sin embargo, “kaguet프, apocope de “Ka‟arogue-moroti” -
planta de hoja blanquecina se forma con el apócope de “Ka‟a”; el aféresis
de “moroti” y una rarísima sincopa de “rogue” que se convierte en “ué”,
diptongo, para colmo nasal. ¿Cómo se explica todo esto? Si pensamos
mantener el guaraní como un modo de pensar o como toda una cultura, se
nos impone el estudio de estas reglas y de otras a fin de que evitemos su
adulteración con mentalidad extraña a su genio. Mientras carecemos de este
estudio, los profesores de guaraní, que no lo mamaron ni reflexionaron
sobre él, seguirán demoliendo la cultura guaraní viviente. Dentro de poco
nos quedaran solamente los fósiles.
El guaraní tiende a reproducir el sonido, como lo hemos anotado
ya. Así mismo tiende a reproducir el movimiento con la repetición de una
palabra o fonema. “Sir” significa correr. “Syryry” que proviene de “syry”,
significa reptar o correr arrastrándose. Procura presentar o reproducir, el
fenómeno del movimiento al mismo tiempo que reproduce el ruido
producido por la reptación. La palabra “pysyry” también lleva en sí “syry”
97
o mejor “syryry”. Resbalar en guaraní seria arrastrarse el pie por la
superficie de la tierra.
Tenemos también el caso de la palabra “guayguy”. Se forma con la
palabra “guy” (bajo), “ka‟aguy” (bosque) significaría etimológicamente lo
cubierto por los arboles o debajo de los arboles. “Guyguÿ” (bajo-bajo) al
convertirse en verbo, expresa la acción de los animales menores que se
mueven debajo de los yuyos en busca de comida. Se dice también de las
personas que no se dan tregua en rebuscarse.
Con uno o dos ejemplos más quedara bien ilustrada la reproducción
del movimiento con la repetición del fonema. Tomemos “ryryi” y “sysyi”.
“Ryryi” da la sensación de un movimiento rápido. Se traduce al castellano
por temblar.
“Sysyi” sin embargo, responde a un movimiento mas brusco y más
pronunciado.
Es repetición de la palabra fonema “syi” (estremecimiento
repentino). Según el hispano parlante al enfermo de Parkinson le tiembla la
mano. Para el guaraní-parlante “ipo sysyi”. En realidad el movimiento de la
enfermedad de Parkinson no es movimiento arrebatado sino lento y
pronunciado, en el que se distinguirá con facilidad cada golpe del temblor.
El idioma guaraní es una lengua concreta sensorial. Ve las cosas y
las denomina conforme a su característica especial percibida por los
sentidos: la vista, el oído, el tacto, el olfato y el gusto. Al oso hormiguero lo
llamaran “yurumi” el de la boca pequeña o simplemente boca pequeña. Un
árbol se llamara “yvyrapyta” por su color rojizo; otro “ygary” (cedro)
porque destila agua; otro, “yvyraro” por su gusto amargo; otro, “ka‟ahe‟é”
por ser dulce al paladar; otro “yvyratai” porque produce un notable ardor
amargo de acido. El lago se denomina “ypyta” o “ypa” en contraposición al
arroyo, que es “ysyry” o agua que corre.
A primera vista un problema grave para el guaraní constituirán los
fenómenos fisiológicos y psicológicos. Sin embargo, no, porque cada uno
tiene su repercusión perceptible por los sentidos y se lo denominara por su
característica repercusión. Fiebre en guaraní se dice “akanundú”, fonema
que responde al ruido que producen las pulsaciones en la sien cuando se
declara una calentura.

98
Fiebre palúdica será “akanunduro‟y” (fiebre-frio) a causa del
temblor agitado con sensación de mucho frio, que acompaña a esta fiebre.
El hambre se expresa con “py‟arasy” (dolor de estomago). Y a la
enfermedad dolor de estomago se le dice “py‟ahasy”. El síntoma o
manifestación de la infección son unas punzadas amortiguadas al compás
de las pulsaciones. Infección será entonces “tytyi”.
Esta palabra se aplicara a todo movimiento lento y flexible.
Mientras que con “syi” se formaran las palabras que expresen
contracciones bruscas como “py‟andyi” (sobresalto); “mondyi” (susto), etc.
Lo que hemos traído a colación no pretende ser un muestrario de
curiosidades sino la demostración de que el idioma guaraní es una lengua
realista sensorial, a la que corresponde la mentalidad concreta del
paraguayo, a quien le resultara poco menos que imposible comprender todo
lo que viene envuelto en puras ideas y abstracciones. Todo lo convertirá en
objeto de los sentidos. Poco o nada le preocupará la esencia de las cosas
sino las cosas mismas así como se ofrecen a los sentidos. Si no le importa
la esencia de las cosas, tendrá que abocarse a describirlas. No hay otra
alternativa.

99
CAPÍTULO XV
EL GUARANÍ Y EL CONCEPTO DEL TIEMPO

Para una lengua cuyo punto de referencia sea la realidad sensible,


todo debe ser concreto. Lo que no se percibe, se expresará por su teórica
localización o por comparación o por un punto de referencia. Ya hemos
hablado como se sensibiliza la inteligencia, localizándola. Las categorías
mentales no tienen lugar en una lengua como el guaraní. De ahí que no
existe el mes o el año propiamente dicho. Carece de punto de referencia. Lo
que existe en la naturaleza es e1 periodo de la luna con que se puede
expresar el mes, y para e1 año se usara “ro‟y” porque prácticamente en un
país semitropical existen solo dos estaciones: la del calor y la del frio. El
frio, por otra parte, dura muy poco.
Por eso llama la atención y podría utilizarse como punto de
referencia para el periodo llamado año. Con la llegada del frio percibimos
que el tiempo ha vuelto a su punto de partida. Ha cumplido un ciclo;
diríamos, ha dado una vuelta.
El día no se expresa por la luz sino por el firmamento o “ára”, y
está marcado por la salida y la entrada del sol. La noche por la entrada y
salida del sol. Pero “ára” como dijimos significa firmamento cuyo límite se
encuentra en el horizonte, donde se unen la tierra y el cielo “ára rapo”.
El tiempo meteorológico se concreta en la palabra “ára sunú” y “ára
tirî”. La nube recibe el nombre por su relación con el firmamento “araí o
ára-aí‟ (laga del firmamento).
El día es la unidad del tiempo con él se formarán todos los
adverbios, prefijos y sufijos de tiempo. Todo lo referente al tiempo se
expresará con “ára”. Hasta el mismísimo fin del mundo, se llamará “ára
pahá”, el último día o el fin del firmamento. Después de ese día ya no
existirá otro. La desaparición del día significará la terminación del
universo.
El día para el guaraní es una unidad indivisible, como todas las
realidades. Pero una unidad, diríamos, móvil que cuenta con momentos
especiales que servirán de puntos de referencia para especificar lo que
correspondería a la hora.
100
Los momentos serían “ko‟ê”, “kuarahy rese”, “pyharevé”,
“pyharevé asayé”, “asayé”, “asayé pyté”, “kuarahy yero‟á”, “ka‟arú”,
“ka‟aru ete”, “kuarahy reiké”.
La noche se considera tiempo autónomo; no puede incluirse en el
concepto guaraní del día, pero cuenta con momentos especiales: “kuarahy
reiké”, “ka‟arú pytu”, “pyharé”, “pyharé pyté”, “gallo sapukái petei” “gallo
sapukai mõkõi”, “gallo sapukai pu‟yi”, “kõ,embotã”.
Cada uno de estos momentos no es cronometrable. Ni siquiera son
iguales en duración. Llegada la cultura greco-latina, la noche se incluyó en
la duración del día.
Al tomar conciencia de que el guaraní carece del concepto de la
hora o que su unidad de tiempo no es hora sino el día, uno puede
comprender la famosa hora paraguaya. Es que “pyharevé” abarca el tiempo
que corre desde la salida del sol hasta más o menos las ocho. “Pyhareve
asayé” desde las ocho hasta las 10 más o menos. “Asayé” corre desde las
11 hasta las 12 o algo más, “ka”arú” sí que es largo. Así que si se concerta
una reunión para las ocho de la mañana o “pyharevé”, al llegar ya a las
nueve aún llego a tiempo “pyharevé asayé”. Lo mismo, si la reunión se
llevara a cabo a las siete de la noche, si llego a las ocho o a las nueve, llego
a hora porque la reunión se realiza “ka‟aru pytu”. Para fijar la hora exacta
tengo que decir “kuarahy oiké yave” o “pytu parapará yave” o “pytumbá
yave” o “gallo sapukái yave”.
Pienso, sin embargo, que los paraguayos alguna vez dejaremos de
usar el reloj en calidad de simple adorno, para cronometrar el día.
Otra cosa que debe quedar clara es el pésimo invento de la palabra
“aravó” y “aravoí‟” para significar la hora y el minuto. Pues “ára” es una
unidad indivisible; y para colmo, móvil. Esto, por una parte. Por otra parte,
“aravó” ni siquiera es guaraní. Es ridículo que en primer lugar que yo
piense partir el día como se parte sandía. “Mbovó” es acción y efecto de
partir un objeto blando. Un objeto duro como madera o el vidrio se quiebra
“oyoká”. “Mbovó” es partir con un objeto cortante. Pero el objeto debe
tener cierto cuerpo. Si no tiene cuerpo, como sería el papel o el cuero el
cortarlo se dice “kyti”.
También “aikyti vakapí” (cortar el cuero), también la madera se
corta (“kyti”).
101
En segundo lugar, “aravó” no significa parte del día sino la acción
y efecto de partirlo. Al hecho de partir una sandía se le dice “sandía
mbovo”. Pero desde el momento que la sandía ha sido partida, a su parte se
la llama “voré”. En último caso si uno quisiera respetar sólo un poco al
guaraní y se empecinara en usar “mbovó”, a la hora la tendría que llamar
“aravoré”. Ojalá los que se dedican a enseñar el guaraní conozcan la
lengua. La condición imprescindible será reconocer que el guaraní es una
lengua con reglas propias, muy diferentes a los de las lenguas greco-latinas.
En el idioma guaraní, hoy no es igual a mañana. Este día no es
igual a otro día. Es otra realidad. Esta concepción influye enormemente en
la mentalidad del paraguayo. Para él será siempre aquello de Jesucristo
“cada día con su propio afán”.
Esta mentalidad tiene su pro y su contra. No permite pensar en el
futuro y en el ahorro. Se vive el presente. Mañana será otro día; veremos
qué nos depara. Pero trae consigo la esperanza. No se la pierde nunca.
“Hetavé ara põrá aravaígui”. Muy posible que mañana soplen vientos
mejores. Consecuentemente el paraguayo aunque realista, es optimista. En
su música predomina la nota mayor, será nostálgica, pero nunca
deprimente. El paraguayo, a no ser que sea dominado por la enfermedad
depresiva, nunca se suicida. Así como el día es malo hoy, mañana muy bien
puede ser mejor. Esperémoslo.
El guaraní no piensa en el tiempo sin pensar en la unidad “ára”.
Cualquier tiempo será la sucesión de los días y de los no días.
Prácticamente no existen las palabras “siempre” y la palabra “nunca”.
Nunca y siempre en castellano prescinde del día y del año y de
cualquiera otra unidad de tiempo. Son palabras, diríamos, indefinidas. En
guaraní, sin embargo, no. Son palabras bien definidas, muy relacionadas
con la unidad de tiempo que es el día. “Siempre” en guaraní sería la
sucesión permanente de los días y “nunca” será el no día. “Akói” como
“Tapiá” son palabras compuestas de “ara”, “Cuando” se dirá “ara-ka‟é”
(qué día) y “nunca”, “araka‟evé” significará “no cuando”, “Maramo”
también significa “nunca” pero en este caso es el apócope de “mára-áramo”
(quién sabe qué día).
Los conceptos que totalmente faltan en el guaraní son el del tiempo
con el significado de período, edad como período determinado y el de siglo.
102
Es absolutamente lógico ya que el tiempo esta medido en “ara” en “yasy” y
“ro‟y”. Lo eterno se expresará con el “ára apyre‟y” (sin término, sin
principio ni fin). Será difícil diferenciar lo eterno del evo o tiempo que
comienza pero que no termina. Faltarían puntos de referencia para
concretarlo.
Los únicos conceptos del tiempo indefinido que existen en guaraní
son “ymá”, “aré”, “kokuehe”. Esta última palabra significa “hace unos
días” porque “kuehé” significa “ayer”, Aquí se vuelve a observar la falta
absoluta de lo que nosotros llamamos lógica en el significado de las
palabras. “Yma” se refiere a tiempo muy remoto. “Aré” (ara-ré kué)
también a tiempo pasado, pero no tan remoto. Y “kokuehé” significa hace
poco. Todo lo que tenemos de conceptos sobre tiempos indefinidos.
El “Ymá”, “are” y ”kokuehé” se define o se concreta solamente
usando un punto de referencia. Este punto de referencia podrá ser un
acontecimiento “guérrarõ guaré”. Las fechas juegan poco para definir el
tiempo exacto. Yo pregunto: “araka‟é-pa reñemombe‟ú ipahá ra‟e”. El
penitente responde: “Primera komuniónrô guare” o “pe ipahaité nde reyurô
guaré”.
Siglo sí que no hay manera de concretarlo. Carece de punto de
referencia. ¿Por los siglos de los siglos? es una expresión intraducible en
guaraní. Lo mismo “con el correr del tiempo”. Quien lo traduzca “ara
ohasávo” comete un error.
Hay dos errores en esta expresión. Primero “ara” es equivalente
sólo a tiempo meteorológico, no a un período indefinido o períodos
determinados. En nuestro caso sólo se le puede dar el significado de día.
Segundo error: el sufijo “vo” expresa “al instante de”. Nunca se dirá
“añembo‟é akévo” porque significaría (“en el mismo instante en que me
duermo, yo rezo”), lo cual es imposible. Entonces se dice: “akekuévo. . . (al
disponerme a dormir); “ayuhúvo chupé” (en el instante que me encontré
con él). Entonces “ára ohasávo” significaría: en el instante mismo en que
pasa el día. “Vo” ofrece el significado de instantaneidad. No da la sucesión
del tiempo, “Con el tiempo” se traduciría más bien “ohasávo ohóvo”.
El paraguayo cuenta con poca posibilidad de expresar el tiempo
indefinido y tiene toda la posibilidad de que “ymá”, “are”, “kokuehé” sean
tiempos muy relativos a la subjetividad del que habla. No hay que
103
extrañarse de que uno hable de “ymá” refiriéndose a tiempos relativamente
cercanos como a tiempos muy remotos o le diga “kokuehéte” y que hayan
transcurrido muchos años.

104
CAPÍTULO XVI
EL GUARANÍ Y LA DISTANCIA

El problema de la distancia en guaraní es que carece también de unidad de


medida. Después de la conquista, la medida que se había grabado en el
pueblo es la legua. Pero pronto vino el kilómetro, y la legua fue relegada.
Con todo, el kilómetro no ha podido arraigarse aún. El guaraní parlante
hablará siempre de legua.
El kilómetro es aún artificial, sin resonancia anímica. Será llevada
en cuenta para la medida de las rutas camionables porque se encuentra
marcado el kilometraje. En las distancias familiares se utilizará poco o
nada.
En realidad, en guaraní hay solamente tres medidas de distancia; las
tres son totalmente imprecisas. “Mombyry”, “agui” y “apeté”; es decir,
lejos, cerca y aquí en las narices o muy cerca.
Estas tres medidas se concretan por los puntos de referencia en la
misma manera que se mide el tiempo por los puntos de referencia, que
serían hitos naturales. Será un bosque, un árbol de tamaño considerable, un
arroyo, la casa de una persona conocida, un paraje especial o el recodo del
camino. Aún en Asunción nos manejamos con los puntos de referencia.
Pocos son los que utilizan la numeración de las calles. Los que vamos de la
campaña en mucho menor escala. Hace poco di a un chofer amigo la
dirección de un mecánico. Se trataba de un bachiller quien ha vivido ya por
un buen tiempo en Asunción. El taller se hallaba sobre Eusebio Ayala. Me
llevó un motor para que sea desarmado a fin de saber el desperfecto
sufrido. Simplemente no encontró el taller y fue a entregar a otro casi del
mismo nombre unas diez cuadras de distancia hacia el norte. Me vino con
la historia de que el taller no se ocupaba de ese tipo de motor. Me decidí
acompañarle. Lo llevé al taller. Y me dijo: pasé por aquí varias veces.
Ahora llegaré con facilidad. Me guiaré por el letrero de esta mueblería que
se encuentra a su lado.

105
No hace mucho fui a una clínica donde se hace análisis. Me llevó
una persona de cultura. La clínica queda sobre Estados Unidos. Volví y me
olvidé la dirección. Entonces pregunté por teléfono a mi cicerone quien, lo
único que atinó a decirme es que se encuentra sobre EEUU. Entre Herrera y
Azara, al lado de la casa de belleza “Anahí”, cuyo letrero resulta fácil de
ver.
Las gentes de la ciudad se molestan sobremanera con los
campesinos por las indicaciones que les dan sobre el lugar que desean
alcanzar. En primer lugar les dirán: “agui opytá ko‟águi”. Y los viajeros
nunca terminan de andar la poca distancia según la indicación de los
conocedores. Naturalmente que un turista, en el campo, no lleva en cuenta
que “mombyry” y “aguî” dependen de la apreciación del informante. Si él
suele hacer con frecuencia esa distancia, tiene la sensación de que es corta.
Por consiguiente, el lugar averiguado está cerca. Otro quizá diga que se
encuentra lejos. No es su camino habitual.
Infaliblemente le indicará unos puntos de referencia, que a una
persona de ciudad resultará, difícilmente individualizables. De este defecto
de nuestros informantes nadie tiene la culpa sino el guaraní que carece de
una medida de distancia.
Un agricultor nos engañará sin pretenderlo si le pregunto cuánto
tiene de cultivo. Tal vez diga una hectárea o dos hectáreas. Cuando le
comprueba, encontraré que apenas tiene una buena media hectárea el
primero, y el segundo, un poquito más de una hectárea. Carecemos de
medida de distancia y las que tenemos no las utilizamos porque no son
nuestras. Para estos casos el guaraní tiene la medida de “tuichá” y “michi”,
“ipukú ha ipé”, “ipypukú ha ipereri”, “ipy ha ipychi‟i”. Todo lo demás es
pura historia.

106
CAPÍTULO XVII
EL GUARANÍ Y EL ESTILO PARAGUAYO

El estilo es una manera de expresarse en la literatura o en cualquier


manifestación artística. A cada personalidad responde un estilo.
Lo que sucede a nivel de las personas individuales en cuanto a la
diferencia de expresarse, también existe diversidad de estilo de un pueblo a
otro. Cada etnia cultural con sus condicionamientos de sangre, historia y
lengua cuenta con su característica especial de expresión. Por ej. el estilo
alemán en nada se parece al francés y el español, al inglés. Dentro del
común denominador de un pueblo se mueven las individualidades, creando
variantes.
El parámetro del estilo literario es la conversación, la base primera
en la comunicación de ideas y sentimientos. Cuando las expresiones se
retiran de la modalidad de la conversación, sobreviene lo artificioso y
rebuscado. Esta enfermedad se llamó culteranismo y conceptismo en la
literatura española.
El guaraní-parlante habla narrando por la exigencia del genio
descriptivo y carente de ideas del idioma guaraní. El que narra describe los
hechos, acontecimientos y personajes. Las abstracciones y generalizaciones
son incomprensibles; no se las utiliza. El narrador es convincente porque
presenta las ideas en forma de hechos, y los hechos son irrebatibles. Las
visualiza haciéndolas sensibles al alcance de los sentidos.
El paraguayo, a más de visualizar las ideas y sensibilizarlas, utiliza
los pormenores para insinuar, a fin de que el oyente mismo deduzca la
consecuencia. La narración impone inducción; hace que el oyente participe.
Supongamos que un paraguayo no quiere bien a otro. No dirá directamente
que fulano es malo. Lo que hará es contar un hecho denigrante con que lo
convertirá de una manera indiscutible, en una persona despreciable. Si el
personaje es comerciante, lo pintará nadando en abundancia, orondo y
gastando su dinero en fruslerías. De paso, especificará las fruslerías. Es el
detalle necesario; es el contexto que hará más resaltante la mezquindad del
señor.

107
Una vez terminado el preámbulo, contará que el día tal en
compañía de otro amigo de seriedad reconocida, lo vio a don fulano que no
da el vuelto a una pobre señora, para colmo desamparada, y todavía cargará
la tinta con el detalle de que don fulano no completó el kilo.
Una verdadera narración debe ser verosímil; para lo cual los
personajes, los hechos, las circunstancias y el tiempo deben ser concretos.
Un verdadero acontecimiento tiene fecha exacta.
Si no es posible fijar fechas para los cuentos propiamente dichos o
“casos” comenzará con los personajes totalmente paraguayizados: “oikó
petei kuñá imemby retáva”. Por lo menos pondrá un punto de referencia,
mental es el de vigilar y delatar que puede ubicarse lejos en el tiempo,
“yma”. Este es el comienzo de los cuentos de “pychaichi”. A renglón
seguido describe los pormenores de una casa campesina de las gentes más
pobres con sus animales domésticos y su cocina con el fuego apagado,
signo de que no tiene nada que cocer o comer. Ubica el cuento
concretándolo por medio de los pormenores.
La narración será muy sencilla, pero con todos los pormenores
necesarios. Las frases son claras, directas y carentes de florituras. Al
guaraní parlante le molestan las redundancias. El charlatán le tortura.
Pronto quiere entender lo que se le propone. El guaraní no puede echar
manos de las figuras a no ser que sean las de comparación. Absolutamente
imposible usar una palabra por otra; nunca la figura del tropo. Jamás se
permitirá en guaraní decir: “amboi‟u petei kopa” correspondiente al
castellano “tomar una copa”.
Lo que el guaraní expresa es una realidad y esa realidad no se
reduce nunca a otra. Tampoco será posible utilizar símbolos. De ahí que el
paraguayo no tiene en mucho a la bandera y otros símbolos porque los
símbolos son realidades en sí, que llevan su propio significado. El tricolor
será el tricolor. Nunca significará el Paraguay.
Alegoría, en principio, no será posible porque la figura se forma en
base a símbolo; la comparación es convencional.
Para el guaraní las cosas no tienen porqué perder su propio
significado. Lo que no quiere decir que no exista alegoría especialmente en
la literatura poética. Se halla el caso “nde rendápe ayú” cuando se dice allí
“che asusena blánca ryakuãvu reí”. A la novia se la compara con la blanca
108
azucena olorosa. Ciertamente en este caso la comparación se basa en la
relación de semejanza convencional o si se prefiere, intencional. Las
excepciones confirman las reglas.
La única figura apropiada en el guaraní es la comparación porque a
causa de la descripción, cada cosa es irreductible a otra; no puede ser otra.
Puede ser semejante; igual no. El guaraní parlante permanentemente usa la
expresión “ha‟eté” (muy parecido) o “oyoguá” = se parece.
Lo interesante es que la figura se lleva a cabo en base al verbo. Lo
más llamativo es que el primer término de la comparación termina
identificándose con el segundo término, contenido en el verbo. “Ko karia‟y
iyaguá” (este joven es delator). En realidad lo que se dice es: este joven se
ha aperrado o se ha hecho perro cuyo comportamiento fundamental es el de
vigilar y delatar.
En guaraní todas las palabras pueden convertirse en verbo. Aún los
adverbios, por ej. “pya‟é”. Puedo decir “aguatá pya”é” y también “che
pya‟é” (me aligero, diríamos). Ahí que el guaraní cuenta con un recurso
lingüístico incomparable. Se puede hacer maravillas en la expresividad.
Para aumentar la fuerza expresiva se prescinde prácticamente de
palabras abstractas y sin contenido de la realidad palpable. El paraguayo
transmite cosas, y cosas sensibles y sensibilizadas. Naturalmente las cosas
son impactantes.
No usa la tercera persona neutra porque ésta no contiene realidad.
El guaraní se expresa con su sujeto real con su verbo correspondiente y su
complemento. La fraseología guaraní nunca se complica. Muy sobriamente
utiliza las frases complementarias. Las frases, por lo general, son cortas y
claras. El hipérbaton es prácticamente desconocido. En consecuencia la
mentalidad del paraguayo es sencilla, clara y concreta. Todo lo rebuscado
lo confundirá.
Quisiera aclarar que, al decir que no existe tal o cual cosa en el
guaraní, hablamos de lo ordinario, lo dominante, regla general, sin
pretender que no exista ninguna excepción. Ya se sabe que las excepciones
confirman las reglas.

109
CAPÍTULO XVIII
EL GUARANÍ Y EL HUMOR PARAGUAYO

Siempre llama la atención el sentido de humor del paraguayo. En


un corrillo de paraguayos siempre habrá risa. Los porteños, cuando
andábamos por sus lares, nos preguntaban con frecuencia por qué nos
reíamos mucho.
El paraguayo aparenta una notoria seriedad. Parece siempre muy
concentrado. Sin embargo, sufre un cambio radical apenas engrosa un
corrillo. A pesar de su seriedad, explotará en risas en cualquier momento.
No todos serán capaces de provocar la risa, pero no faltará un ocurrente
quien lo haga. El paraguayo que no se ría seguramente será un enfermo
psíquico. Una de sus características es el sentido de humor y su risa sincera,
de todo corazón. No hay que someterlo a un régimen que le prive de la risa.
Destruiremos su identidad y su salud psíquica.
El paraguayo es un hombre risueño. Desata su hilaridad
especialmente la caricatura, que siempre se referirá a algún personaje
conocido. A estos comentarios de anécdotas de caricaturización se los
denomina “talla”.
La “talla” consiste en anécdotas con que se ofrece el perfil
caricaturesco de una persona o un personaje que es de rigor y sea conocido
por los presentes a fin de que la caricatura resulte graciosa. ¿Qué gracia
puede acarrear el desliz de un desconocido? Había un señor. ¿Quién? Un
señor. La anécdota carecerá de viso de realidad y no tiene gracia que un
desconocido caiga en ridículo. Por supuesto, a nadie moverá a risa la
equivocación, ni moverá a compasión su desgracia. No es nadie. No se lo
conoce.
Normalmente el artista en el arte de la “talla” es un “arriero”, un
trotamundos, observador, simpático, de una poderosa capacidad de retener
cantidad inmensa de anécdotas, de notable ingenio, y de mucho tacto para
tratar a sus connacionales. Todo paraguayo lleva en sí una dosis de
“arriero”. El menos esperado lanza su comentario que desata la hilaridad;
una observación ingeniosa que resalta lo ridículo. Para ser gracioso entre
los paraguayos basta la capacidad de ver y expresar con gracia la parte
110
ridícula de las cosas, hechos y personas. Hay pocos paraguayos que no
pueden ser graciosos con sus ocurrencias caricaturescas que llevan en sus
venas.
El intérprete del humor paraguayo conoce muy bien el ambiente
humano donde pisa. El paraguayo es tímido y orgulloso. Convertirse en
hazmerreír entre los demás le produce pavor. Pero le resulta muy graciosa
la ridiculización del otro. A veces ya nos da la sensación de inmisericordia.
Hay un buen número que absorbe muy bien la “talla” hasta cierta
medida aunque su risa no será tan franca; una risa un tanto inexpresiva
(“opuká yreimi”), cuando la “talla” lo toma a él por la vaca de la boda.
Claro está que aún éste terminará por enojarse si la tinta se carga demasiado
en él. Hay, sin embargo, otro grupo que no admite en ningún momento que
se lo constituya en el centro de la “talla”. Cuando las anécdotas se refieren
a él, al instante se enoja y se calla. A este tipo de hombres se lo llama
“ambu‟á”, un animalito de la familia de los miriápodos, que al menor
contacto se enrosca y queda inmóvil hasta que desaparezca todo
movimiento a su derredor. El paraguayo “ambu‟á” se ríe con gusto cuando
el “tallador” lo tiene en la picota a otro. Rebosa de hilaridad espontánea y
franca, pero en el mismo instante en que se lo toca a él, su actitud se vuelve
hosca. No es capaz de disimular su molestia. Lo que debe hacer este señor
es retirarse cuanto antes porque es probable que el grupo se ensañe contra
él con sus insinuaciones y la permanente referencia a lo que le ha
molestado tanto.
Para que la “talla” no ofenda, el humorista hace de sí mismo el
objeto de las anécdotas o recuerda a personas ausentes y a los que, le
consta, no se molestarán. La “talla” requiere mucho tacto y gracia. El que
carece de estas dos cualidades, la “talla” se le convertirá en ofensa. La
caricatura ya no parecerá una broma.
Este humor paraguayo se explica perfectamente en base al guaraní,
una lengua descriptiva. En la descripción con pronunciar más de lo debido
una frase, cambiar el acento, acentuar una línea o suprimirla, se obtendrá la
caricatura.
Para este tipo de humor no existe mejor terreno que la tragedia o
acontecimientos trágicos porque no son normales. Son momentos de
hechos que obligan a expresiones especiales, gestos exagerados a causa del
111
descontrol que produce el dolor o el asombro. Tomadas esas expresiones
fríamente de por sí ya son ridículas o caricaturescas. En el momento de la
tragedia el paraguayo no se ríe, pero apenas se libera del aura trágica
comienza a ver lo ridículo y lo narra con cierta exageración y lo trágico lo
convierte en objeto de hilaridad. Al paraguayo se le ocurren como por arte
de magia los contrastes así como las semejanzas.
El finado don Félix Fernández nos contó un año, en ocasión de una
charla en el día de la Paz, en la municipalidad de Félix Pérez Cardozo, que
una vez, en los últimos tiempos de la contienda del Chaco, el Comando
solicita del P. Pérez Acosta una arenga a las tropas un tanto cansadas con
peligro de desmoralización. El citado sacerdote inmediatamente prepara
una misa campal. En la homilía habló sobre el valor del sacrificio del
soldado. Al final, para animar aún más, dijo que los soldados muertos en
defensa de la Patria vuelan directo al cielo en forma de blancas palomas. En
fin, terminó el oficio religioso y la tropa se puso en marcha a la línea de
combate. A la vera de un pique encuentran a un soldado muerto
enormemente abultado por la hinchazón y ya fétido. Un soldadito, al pasar,
lo tocó con la trompetilla del fusil y le dijo: la paloma del P. Pérez ¿qué
hace aquí? “ehh... ndé pa‟í Pérez palóma, mba‟eiko eyapó gueteri ko‟ape”.
Esta ocurrencia desató la hilaridad de todos y prácticamente animó más que
la encendida arenga.
El paraguayo domina lo trágico con la risa. De lo contrario lo
trágico lo dominaría a él y lo anularía. Es de un sentimiento tan profundo
que sin el humor, lo agobiaría lo doloroso. La risa es el producto de su
mecanismo de defensa. Esto sería un elemento para sobreponerse a la
tragedia, y el otro sería el de su dominante optimismo. Cuando las
desgracias aún propias pasan la raya, las encuentra hilarantes “yapuka rei
yevy, he‟í igentemano hetáva”, (es como para reírse, dice el que ha sufrido
sucesivas muertes de parientes).
Una de las grandes características del paraguayo es su sentido de
humor y su risa sincera, de todo corazón. No hay que privarlos de la risa.
Destruiríamos su identidad y su salud psíquica. El paraguayo que no ríe, no
puede ser normal.

112
La pérdida del humor es una actitud muy notable en los paraguayos
que luchan por la reivindicación social. Se amargan, y el paraguayo
amargado es peligroso. Está alienado.
Nadie se crea que hemos pensado que aquí se ha dicho todo sobre
el humor paraguayo. Pero se dice algo en que deben pensar los humoristas
nuestros del teatro, de las pantallas grandes y de las pantallas chicas al
mismo tiempo que sus libretistas. Hay algunos autores de comedias que han
utilizado muy bien esta veta del humor paraguayo. Otros se equivocan de
medio a medio practicando imitaciones con el recurso con sus
insinuaciones de doble sentido, que se hacen mucho mejor en otras tierras
como en la Argentina.

113
CAPITULQ XIX
EL GUARANÍ Y LA GROSERÍA

El paraguayo no es muy amigo de la grosería, por supuesto,


estando en sus cabales. Ahora lo que llama la atención es su mucha libertad
en las conversaciones. No para mientes en las palabras a usar. Con toda
tranquilidad, como si fuera nada, habla de los órganos sexuales o quizá de
las relaciones sexuales. Naturalmente no faltará a quien lo ponga colorado.
Una vez no recuerdo por qué razones pronuncie la palabra “heviro‟ó”
(glúteo) delante de una señorita toda remilgada y timorata. Es oriunda de la
campaña pero educada en la ciudad, en la más pura tradición de urbanidad
legada por nuestros padres hispanos. “Pero Padre”, - me reprochó, - “¡qué
lenguaje es ése”. No le cuadra a una persona bien educada. Lo cierto que
me callé. El problema mío era que no contaba con otra palabra con qué
expresar glúteo en guaraní. ¿Para qué enristrar lanzas? No se puede
dialogar con la ignorancia. Lo peor del caso que la ignorancia siempre es
arrogante. El ignorante no es interlocutor válido porque sabe todo. No hay
cosa más fastidiosa que conversar con estudiantes de los primeros cursos
que apenas han aprendido algunas nociones porque aún desconocen los
límites de cada ciencia. Él, por conocer algunas nociones, cree dominar el
mundo del conocimiento. Y, por último tiene que desembocar en la
discusión “todo modo” como dicen los paraguayos.
La discusión “todo modo” consiste en la actitud del que carece de
razón y se empecina en su posición con la expresión “de todos modos esto
es así”. El paraguayo es propenso a la discusión “todo modo” por su
orgullo y por su secundariedad. No se adviene a renunciar a su
convencimiento.
El problema del paraguayo es su idioma. El guaraní es una lengua
sin malicias. Lo natural nunca es malo. Jamás se le ocurrirá al paraguayo
que decir “culo” constituya una grosería. Permanentemente habla de “tevi”
por cualquier cosa que pueda relacionarse con el ano sin ninguna
complicación o reticencia. Por desgracia, carece de sinónimos para limar
las palabras que ofenderán los oídos de otras personas de otra cultura.

114
Los españoles hicieron una calamidad con el eufemismo. Imagínese
que los españoles se ponían colorados porque se pronunciaban palabras con
que se designan órganos sexuales mientras mataban a cientos de miles de
indígenas en las encomiendas o en las guerras desatadas para someterlos a
la esclavitud, y se revolcaban con decenas de concubinas indígenas. Con
razón Marañón dice de ellos que son las gentes más hipócritas del mundo.
Qué lío hicieron. Por de pronto suprimieron todas palabras de
relación sexual. Los hombres decían “oporenó” y las mujeres: “amenó”. Se
convirtió en “pyhy” haciendo de la inocentísima ”pyhy” una mala palabra.
Por último, tampoco se puede pronunciar esta palabra por ser mala aunque
en realidad simplemente significa "tomar".
Ahora ya no puedo decir ingle en guaraní porque responde a la
palabra “takó”. La enfermedad de la hinchazón de los ganglios de la ingle,
consecuencia, por lo general, de alguna infección de los que andan
descalzos, se llama “tako rurú”, pero ahora tengo que decir “che cuarto
mata rurú”. El órgano femenino o la vulva se llama “tapypí” El pene a su
vez se llama en guaraní “tapi‟á”. “Tembó” es un tipo de rama larga y
reptante por lo general y flexible. En guaraní se dice “sandía rembó”. Allí
tenemos el “takuarembó”, una de las especies de takuara sin huecura dentro
de la caña larga y flexible. Cuando la planta de la sandía comienza a
desarrollarse se dice “hembo asãi” (se esparce sus ramas).
En estas cosas se llega a lo increíble. No hace mucho consulté el
diccionario de Peralta-Ozuna buscando vena en guaraní. No lo encontré.
Luego consulté el del P. Guash quien, a pesar de haber hecho el
monumental trabajo de la gramática guaraní, nunca es de fiar en el
Diccionario.
De repente me topé con la palabra “vagina” y cuál fue mi sorpresa
al leer su traducción en guaraní “Ta‟yi rapé”. ¿A Ud. no le parece ridículo
al máximo? Esto sí que es pornográfico. Así es. El P. Guash carece de
mentalidad guaraní e inventa de una manera desastrosa las palabras
guaraníes. Seguro que como buen español aunque sea un catalán “Ta‟yi” o
testículo le pareció más decente que el “Tapi‟a” o pene. Además dentro de
su sencillez e ingenuidad - esto lo digo porque lo conocí muy de cerca - le
pareció más decente, sin percatarse de que lo que hizo era adefesio. A más

115
de ser falso lo que dice, un guaraní parlante nunca llamará a la vagina
“tapi‟á rapé”, jamás... jamás. Esto sí que es grosería.
El ser gramático no garantiza el conocimiento de una lengua,
porque toda lengua cuenta con lo imponderable y solamente el dueño de lo
imponderable es el conocedor real de la lengua. Cervantes no es el mayor
literato castellano por ser el mejor gramática de la lengua castellana. Lo es
porque está imbuido de lo imponderable del castellano, lo cual le da la
posibilidad de expresar lo que quiere y con la propiedad requerida.
¿Entonces el guaraní parlante nunca es grosero? Por supuesto que
sí. Pero su grosería no se encuentra en las palabras sino en las intenciones
que se hacen sentir en el énfasis y en descripciones innecesarias. Como el
caso del P. Guash. La grosería del guaraní parlante, pues, está más allá de
las palabras. Su malicia no se manifiesta en las palabras en sí, sino en las
añadiduras que sufre la palabra y, ante todo, el énfasis.

116
CAPÍTULO XX
EL GUARANÍ Y SU CONCEPCIÓN DEL HOMBRE

Siempre recordaremos que el idioma guaraní lleva en sí una


mentalidad concreta y sensible. En él no se piensa en abstracción pura. Se
describe. Obligatoriamente lo abstracto debe hacerse concreto sensible. El
paraguayo dice “ko‟a huventukuéra” o “eheyá che responsáblepe”. Para él
juventud es sinónimo de joven. Y responsabilidad es igual a responsable.
Cuando compone una palabra abstracta, la compone en muchísimos casos
con la palabra “mba‟e” (cosa) Por ejemplo, luz, “mba‟erendy”; el mal,
“mba‟evaí”… etc.…, etc.
¿Sería posible diferenciar al hombre en el reino animal por medio
de la descripción? Quizás imposible. Las diferencias no son absolutas; son
relativas. Las características difieren en grados. ¿Podría ser la facción? Hay
tantas caras con las mismas partes o componentes que una diferencia
mínima no hablaría nada a favor de una diferencia esencial. ¿Su condición
de bípedo? Tampoco lo especifica. ¿Y entonces?
Digamos que al hombre lo diferencia la cabellera. ¿En qué medida
será cierta la teoría de que al hombre se lo llama “ava”. También los
caballos poseen “áva”. Ni siquiera lo tipifican las cualidades
exclusivamente racionales a nuestro modo de pensar. Ni es suficiente
aducir la capacidad de relacionarse con Dios. Hay un pájaro que reza. ¿Por
qué no rezarán los demás?
Lo que tipificaría al hombre seria la inteligencia. Desgraciadamente
a la inteligencia se la confunde con la memoria. Tanto la inteligencia como
la memoria se expresa por “aka” (cabeza), el lugar donde se supone que se
radican dichas facultades. Con todo existiría una tímida diferencia entre
ambas, pues recordar se dice “chemandu‟á” y el acto de comprender
“ahechakuaá”. Otra leve diferencia se insinúa entre el acto de recordar y el
acto de la creación intelectual. En el primer caso se dice: “che mandu‟a” y
en el segundo caso “anohê che akãgui” (extraigo de mi cerebro). A una
historieta inventada se la llama “caso aka”. Del hombre culto o de vasto
conocimiento se le dice “iñakãmegua hetá” (tiene muchas cosas en la
117
cabeza). Al sabio propiamente dicho se lo denominará con la palabra
“arandú”, atributo adquirido gracias a la integración al universo, cuyo
palpitar lo siente y presiente. Para esta sabiduría no se requiere vasto
conocimiento sino la actitud medio mística de sentirse parte integrante de la
naturaleza. “Arandú”, pues, significará más que un conjunto de
conocimientos.
Para una mentalidad greco-latina parecería mentira este modo de
pensar y expresarse. Pero a una lengua descriptiva sensorial no le cabe otra
alternativa. La inteligencia es indescriptible. Y expresándola por el lugar de
su ubicación traerá consigo un complicado modo de pensar. Ciertamente.
El hecho de opinar no se relaciona con la cabeza o idea. Se dice
“che aimo‟ã”. Esta palabra no se deriva de “mo‟ã”, (sombra) sino de
“mo‟ã” adverbio; casi. La traducción literal de “che aimo‟ã” sería “yo
casi”.
Corresponde a la expresión “chéverõ guarã” (a mi parecer) o literalmente
como para mí.
Por la vía intelectual difícilmente hallaremos razones para
proclamar la superioridad del hombre en el reino animal. Solamente la
constatamos en la práctica. De hecho el hombre se considera superior a
todos los otros tipos de animal. Aun se considera superior al zorro, animal
de reconocido despliegue de inteligencia. “Aguará oguerekó 32 arte” (el
zorro cuenta con 32 recursos).
Lo que sucede es que el paraguayo no ha reflexionado sobre sí
mismo en cuanto hombre. Culturalmente se encuentra en la etapa de la
supervivencia, en un mundo totalmente empírico. No ha visto aún la
necesidad de establecer su diferencia con los animales irracionales.
Él se siente a gusto entre los animales. Son sus parientes. Se
desvive por ellos.
Esta actitud del paraguayo no la ha generado la predicación de los
franciscanos como afirman algunos. Es la consecuencia de su propia
filosofía o su modo de concebir su relación con el mundo de los animales.
Nosotros, por nuestra parte, decimos que el espíritu franciscano prendió
profusamente en el Paraguay y con facilidad, gracias a la coincidencia de la
actitud del paraguayo especialmente ante los animales. En la sencillez y la
humildad de San Francisco se reflejan la sencillez y humildad del
118
paraguayo. San Francisco es paraguayo. Pero él nos supera en la amplitud
de su sentido de hermandad, en la que incluye a los animales, p1antas y
minerales.
No hay la menor duda de que el paraguayo se considera superior a
los demás animales; ni siquiera se considera animal. Se cree con derecho de
hacer uso de las demás creaturas aunque carezca de ideas para afirmar
racionalmente su superioridad y las causas de su derecho sobre todos los
animales de tierra, agua y aire. ¿Por qué es superior? Los animales también
tienen “ánga” porque al morir también “oñemo -ánga- o” u “omanó”. Pero
¿qué pasa con el “ánga” de los animales? Tampoco lo ha pensado. ¿Se
diferencia del cuerpo animado?
Ciertamente en el hombre su principio vital no se identifica con el
cuerpo. Lo deducimos de la expresión “hetekué” y “angué” cuando habla
del muerto (sus restos mortales y el alma) su principio vital no se confunde
con el cadáver.
“Anga” proviene de “ã-rã‟angá” (semejante a la sombra) que
seguramente sigue al cuerpo y que se manifiesta en la respiración. Cuando
alguien se atora con una partícula de comida, se dice “ohó hembi‟u hi‟ãme”
(la comida se introdujo en el alma). La respiración es el signo de la vida. La
expresión desde que nació se traduce en guaraní “iti ikuá guive” (desde el
momento en que comenzó a respirar).
Es revelador encontrarse con las expresiones de “angué” y
“hetekué” (cadáver y alma). Cuando el hombre aún vive, tiene cuerpo y
alma (hete ha hi‟ánga). El sufijo “kué” denota el desprendimiento de la
parte de la totalidad. Un brazo cercenado es “ijyvakué”. Puede ser
“pykué”… “akângué”. Lo mismo se dirá “kué” de un gajo cortado.
La idea de que nos ofrecen dichas expresiones es que en el hombre
existen componentes “heté ha ánga” (cuerpo y alma). ¿Qué son uno para el
otro? No podemos esperar que el guaraní nos hable de unión sustancial ni
del alma como forma. Ni se nos ocurrirá que aquí se insinúa la teoría
hilemórfica o que el “ánga” sea exactamente igual en concepto al alma que
nos legara el cristianismo. Esto debe ser objeto de otro tipo de estudio. De
todas maneras los guaraníes concebían cierta supervivencia del “ánga”
rondando lo que fuera su hogar o “tapyi”. Seguramente en esta creencia se
funda el miedo del paraguayo en los lugares donde acaeciera muerte o en el
119
cementerio. No faltarán, hasta en cantidad considerable, quienes atestigüen
que tal o cual difunto han aparecido y ha comunicado su necesidad de
ultratumba.
Lo que nos queda claro es que el paraguayo al igual que sus
antepasados guaraníes, nunca se ha planteado el problema del hombre
como tal. Su idioma quedó en la etapa de la comunicación familiar y
coloquial. No se pudo desprender de la realidad sensorial, y de la vida en
cuanto modo de vivir concreto y descriptible. No existe un concepto
específico del hombre. Para el paraguayo el hombre es y seguirá siendo por
bastante tiempo el varón y la mujer, que son complementarios en lo sexual
y en cuanto al rol. Ciertamente se diferencian sus roles pero también los
unen en una unidad de vida y de misión.

120
CAPÍTULO XXI
LA COSMOVISIÓN DEL PARAGUAYO

El paraguayo tiene un modo peculiar de concebir el universo con todos sus


componentes. Su visión es concreta, en la que cada cosa será según como
se presenta a los sentidos: la vista, el oído, el tacto... y normalmente una
cosa carecerá de relación con otra. Ciertamente lo concreto es único, y el
guaraní lo considera único. A cada cosa le da su propia denominación sin
pensar en género y especie a no ser en el caso de los vegetales. Sobre este
punto volveremos más tarde.
El mundo está poblado de seres absolutos, en el sentido de que
carecen de parentesco con los que les rodean. Cuando algunos presentan
características totalmente iguales, se los denomina de la mismísima
manera. A los puntos brillantes en el firmamento nocturno se los
denominará “mbyá”. Y al disco luminoso más grande, “mbyá-sy” o “yasy”.
La luna será algo único, que no tendrá nada que ver con el disco ígneo, que
disipa la oscuridad y llena de calor la tierra. Gracias a “Kuarahy” (sol) se
producirá la sucesión del día, y de la noche, “ára” ha “pyharé”, momento de
luz, y momento de oscuridad.
El firmamento lleva el mismo nombre de “ára”, la palabra con que
se denomina el momento de luz o día. De noche el firmamento no es más
que una inmensa cantidad de estrellas separadas las unas de las otras por la
oscuridad. La bóveda celeste se ve solamente de día. Quizá por eso lleve el
mismo nombre. La luz ofrece confianza y seguridad; todo es precisó y claro
bajo la luz del día.
Hasta los niños corretean a discreción. La noche sin embargo
desdibuja los contornos de las cosas convirtiéndolas en seres misteriosos;
está preñado de misterios y peligros. Una aprehensión misteriosa se
apodera del paraguayo en la noche. Tiene miedo. Camina en la oscuridad
con los cinco sentidos aguzados.
Millones de seres existen bajo el firmamento, que se dividen en tres
grandes grupos llamados: reino mineral, reino vegetal y reino animal. Para
el idioma guaraní no existe ni el mineral ni el animal porque carece de
abstracción. Sin embargo existe la planta. A primera vista es el único reino
121
donde utilizamos el género con la palabra “ka‟á”, palabra que se constituye
en el denominador común de los nombres de las diferentes plantas o
especies de plantas, con raras excepciones. Sin embargo, no podemos decir
que “ka‟á” corresponda a nuestro concepto de género. Más bien sería un
calificativo que responde en cierta medida a todos los seres denominados
“ka‟á”. En efecto, “ka‟á” en abstracto significa una planta de cualidades
especiales o la yerba mate.
Solamente desde los arbustos para abajo se denominarían “ka‟á” a
pesar de que el bosque es “ka‟aguy”, lo cubierto por las plantas altas o
árboles. Estos no son considerados “ka‟á” sino “yvyrá”, cuyo significado
es, según algunos, elementos destinados a convertirse en tierra. En efecto,
no se dice “ka‟a pytã” sino “yvyra pytã” o “Ygary” (cedro) árbol que
destila agua; yvyrapepe. .. yvyra piú. .. g‟uapo‟y... etc...
Al bosque de plantas menos altas se lo llama “kaysá” cuya
etimología sería “ka‟aguysãmbá”, bosque de árboles entrelazados entre sí
en sus ramajes y por medio de bejucos o “ysypó”.
A partir de aquí nos introducimos dentro del mundo del “ka‟á”.
Encontramos plantas tiernas “ka‟avó”, entre las cuales hay que contar a las
hortalizas. Hasta encontramos plantas delgadas “kapi‟í” o “ka‟apo‟i”„
(plantas delgadas). Con esta denominación manejamos todo el mundo de
las gramíneas.
Los minerales carecen de una palabra única que englobe a la tierra,
las piedras y otros elementos del reino de lo inanimado. Las especies, sin
embargo, cuentan con el común denominador porque las características
determinantes son idénticas.
Es llamativo que el guaraní tan afecto a los vivientes no haya
encontrado una denominación común para todos los animales. Pareciera
mentira esto considerando que la vida es palmaria en todos los
componentes del reino animal, pero es cierto. Así es. No existe la palabra
para expresar el concepto de animal.
Por ahora se tiende a usar la palabra “mymbá” para designar el
género animal, pero “mymbá” tiene su significado en el idioma guaraní.
Aplicado a un animal lo tipifica como doméstico. “Mymbá”, pues,
significará doméstico. Se dice también “mymbá” del hombre totalmente
dominado, domesticado. En contraposición a “mymbá” se utiliza la palabra
122
“saité” (arisco-salvaje) y la palabra “Ka‟aguy” (monte, montaraz) “Y pé
saité ha ype óga” (pato silvestre y pato doméstico) “Kure ka‟aguy ha kuré
óga” (cerdo montes y cerdo doméstico).
Un animal doméstico nunca puede volverse montaraz “ka‟aguy”;
solamente puede ser “saité” arisco. Lo contrario también es cierto. Lo
montaraz nunca será doméstico. Están signados por su medio ambiente
ecológico. Los indígenas usan mucho la expresión “ka‟aguyguá
ka‟aguygua voínte” (el hombre del bosque ha sido hecho para el bosque).
Ha sido tipificado por su entorno ecológico, exactamente como el animal.
El “pytaguá o yuruá” (extranjero) nunca jamás podrá volverse
“ka‟aguyguá”. A pesar de esto, sería conveniente utilizar la palabra
“mymbá” para poseer una palabra con el concepto general de animal.
El guaraní parlante se percata perfectamente de la existencia de los
tres grandes grupos de seres que caen bajo los sentidos, de los cuales dos
están muy bien definidos y uno indefinido.
E1 primer grupo está compuesto de los seres que solamente existen
“oikónteva” y los componentes del otro grupo definido son “oikó” (existe)
“vé” (más) o los que existen mejor; tienen una existencia superior. El
primer grupo lo forman los minerales, y el otro es el de los animales. El
grupo indefinido es el de los vegetales. Estos carecen del más mínimo
signo de vida así, que se observa en los animales.
El vegetal prácticamente no vive, porque no muere. Todos los
vivientes mueren “omanó” (mo-anga-ó) (se le quita el alma) y el vegetal
“ijypi” (“hi-y-opí” se le acabó el agua). Con seguridad la muerte de la
planta no es la muerte del animal. El secarse del árbol o del vegetal en
general es diferente del secarse de otros cuerpos según la mentalidad
guaraní.
En castellano hay una sola palabra para expresar el secarse tanto
del barro, del arroyo y del árbol. El idioma guaraní, en cambio, registra tres
palabras diferentes con el significado de secarse, aplicadas a tres sujetos
diferentes. El arroyo o el tajamar (lugar de acumulación de mucho líquido)
“hypá” (hi-y-opá) se seca. Los cuerpos simplemente húmedos “ika” (se
secan).
Y por último los vegetales hi-y-opí (se secan). Hay un cuarto
vocablo para expresar el concepto de secarse de las plantas. Se dice
123
también “ipiru ko yvyrá” (está seco el árbol). Cuando se refiere a animal
significa “flaco”.
Es el apócope de “ipire-vú”. Efectivamente la corteza de las plantas
secas se abulta, así como los pelos erizados de los animales venidos a
menos en su estado dan la sensación de que la piel se abulta.
Sin embargo, hay algún indicio de que la planta en general tiene
algún tipo de vida. Cuando se habla de las plantitas, se las llama “yvyra
ra‟y” (hijo o cría del árbol). El vegetal llevaría en sí un tipo de vida que no
le emparenta con los animales.
Notable es que, al contrario de los animales superiores, el nacer es
un acto positivo “heñói” (germina). Para los ovíparos también el nacer lo
lleva a cabo el que nace (oyá). Pero el vivíparo simplemente “ho‟a” (cae).
El paraguayo ama los seres vivos. Se siente emparentado con ellos,
el “oikové” al igual que ellos. El parentesco es mayor con los animales
superiores, y mucho mayor aún con animales domésticos. Las gallinas
desovarán y empollarán en las piezas y dormitorios, y los perros y gatos
comerán en el plato en que él come. Les dará de comer mientras él
almuerza o desayuna. Decía uno “che atî ko ahecha rymbágui
nañamongarui haguá” (tengo vergüenza si no invito a comer a mis
animales).
Los animales gozan del afecto de los dueños y han adquirido el
derecho de convivir con ellos. Se los corrige pero no se los maltrata. Me
decían unos cañicultores que pelaban sus cañas en Isla Vega de la
jurisdicción de Itapé “mba‟e palabra de Diósre piko oúta oñe‟é cheve ko
eréje. Mokôi mburikáma oyuká garróte pe”. Se referían a un pastor
protestante. La palabra “hereje” en lenguaje paraguayo significa
desalmado. (De qué palabra de Dios puede hablarme este hereje que ha
matado ya dos mulas a garrotazos).
El hombre, pues, sería un animal superior entre otros tantos. No
digamos que no se le asigne condiciones específicas, pero sus cualidades no
son exclusivas. Cuesta establecer una diferencia tajante entre el hombre y
los animales.
El hombre habla, pero también el pájaro “oñé‟e” (habla), el hombre
“ijuisio” (inteligente), pero también los animales, especialmente el perro,
“ijuísio”.
124
El zorro (aguará) por poco no supera al hombre con sus treinta y
dos recursos (arte) para conseguir sus fines y escapar del peligro. Con
razón se lo llama el astuto o sabio. Los animales ni dudar, se aman
(oyuaihú)- También lloran por sus seres queridos, en especial por su cría
(ímembyre). Con facilidad pueden constatarse sobradas razones para que el
paraguayo se sienta emparentado con los animales.
Así como aprecia a los animales, tiene un poco o nada de
consideración a los vegetales. No tiene nada en común con ellos. Tala
árboles por el gusto de talarlos. Ni siquiera respeta los árboles frutales. Por
unas cuantas frutas derribará un “guabiyú” o un “guavirá”… cuando
construye su casa en un lugar montuoso, lo primero que hace es derribar
todos los árboles que le darían su sombra. Ni siquiera en el momento en
que el calor lanza su tufo caliente al “paguíchi” con pared de estaqueos y
techo de pindó, recordará con nostalgia a los árboles que derribó sin
prevenir la necesidad de la sombra.
Difícilmente se pondrá a cultivar árboles; pero con facilidad se
rodeará de perros y gatos.
El paraguayo se emparenta con la totalidad solamente a través de
los circundantes. Se relaciona con los animales gracias a su relación con
unos cuantos conocidos. Su entorno social es también pequeño, constituido
prácticamente por la familia con sus contados miembros. Su entorno
superior social es la tribu o un conjunto de familias cercanas
territorialmente una de otra y unidas moralmente por la capitalidad de un
cacique. Desaparecida la tribu, la sustituye el vecindario compuesto de
familias yuxtapuestas sin ninguna ligazón entre ellas, a no ser que
pertenezca a un solo tronco familiar.
Este entorno es reducido en cuanto a dimensión y en cuanto a
estructura social, de escasas posibilidades de funciones. En una estructura
social de Estado son infinitas las actividades específicas con las que se
ofrecen innumerables tipos de servicio y la formación de nuevos status. La
diferenciación de oficios de hecho ofrece una gran escala de posiciones
sociales. En la tribu, sin embargo, las funciones se reducen a las del varón y
de la mujer, y a las del cacique y del chamán.
Ni siquiera existe la posibilidad de enriquecimiento individual. Si
existiera, no se le otorgaría ninguna importancia. En la sociedad tribal y
125
agroganadera, el paraguayo llegó a ser el “mboriahu ryvãtã” (el pobre sin
penurias).
La función de la mujer consiste en la compleja administración del
hogar. La ideal, pues, será la hacendosa, la que gobierna atinadamente el
hogar disponiendo con prudencia de los bienes producidos por el varón,
respondiendo con equidad a las necesidades de los demás miembros y
educando con firmeza y dulzura a los niños. Para el paraguayo es apreciada
la mujer “itekovéva” (hacendosa) a la mujer con mucha capacidad de
asumir y realizar su complejo rol hogareño. Por otra parte la mujer
“paranáda” es la maldición del hogar.
El rol de la mujer es fundamental; tanto es así que la supervivencia
de nuestra cultura se debe a este rol de la mujer “itekovéva”. La palabra
está compuesta de “tekó” y “vé”. “Tekó” no responde ni al principio vital
ni al concepto abstracto de la vida sirio al vivir práctico.
El rol del varón, sin embargo, surge de las funciones de sustentar y
defender. Condiciones requeridas para este rol serán la fuerza y la sabiduría
o “arandú”, que le viene gracias a su integración a la naturaleza cuyas
entrañas ausculta. El sabio paraguayo es el que conoce y lee los signos de
los tiempos. Conoce el comportamiento de los animales en sus variadas
circunstancias. Puede hacer el pronóstico del tiempo meteorológico
mediante observaciones de la conducta de algunos animales o las
apariencias del sol o de la luna o cualquier otro ser. Es gran conocedor del
hombre. Por un gesto casi imperceptible sabe perfectamente su gusto y su
disgusto, sus pensamientos y sus sentimientos, sus atracciones y
repulsiones. En esto se fundamenta el “arandu ka‟aty” o sabiduría de los
yuyales, con la que el paraguayo se defiende de la jauría humana. Puede
evitar los golpes y, cuando las circunstancias se lo permitan, los asesta él.
Sabe que debe estar en guardia permanente especialmente frente a los
letrados que se presentan con la suavidad del que lleva el puñal en la
manga. Las víctimas más comunes del “arandu ka‟aty” lleno de
insinuaciones, medias verdades, fingimientos y actitudes estudiadas son los
“gringos”, incapaces de comprender tanto vericueto.
El idioma guaraní y consecuentemente el paraguayo no cuenta con
la posibilidad de diferenciar abstractamente el hombre de los animales. Él
sólo sabe que es diferente y esto es suficiente para su manejo o
126
comportamiento. Ni siquiera diferencia la inteligencia de la memoria; lo
que poco le importa para la vida ordinaria. Le dice “iñakangatú” o
“iñakaporã” al inteligente y memorión.
El centro de la comprensibilidad se encuentra en el “py‟á”
(vísceras), que abarca las entrañas, no sólo el corazón sino también el
hígado o toda la zona donde repercuten los sentimientos. De ahí que para el
paraguayo conocer al otro es conocer sus sentimientos o lo que llevas con
la víscera “oipy‟akuaá”, “ha‟úta nerembyré roipy‟aguaa haguá” (voy a
comer su sobra para conocerte en tu intimidad).
El “arandú” en general o en cuanto “arandú ka‟aty”, se basa en la
experiencia acumulada. La experiencia se acumula con los años.
Consecuentemente todo anciano debe ser sabio y, la ancianidad es
sinónimo de sabiduría. De ahí que la expresión de “karai tuya tavy” resulte
injuriosa.
El anciano no tiene derecho de ser “tavy” (ignorante, no sabio). La
vida tuvo que haberle enseñado lo suficiente para conocer los signos de los
tiempos, a los hombres en sus aspiraciones, en sus falencias y aciertos y en
sus esperanzas. Los hombres no se diferencian mucho, y los
acontecimientos llevan el mismo fondo con pequeñas variantes. Así que el
anciano ignorante es un tarado.
Se dice que todo paraguayo, hacia el ocaso de su vida, se convierte
necesariamente en “médico ñaná” o “pruebero”. Ha pasado por tantas
experiencias de la vida que es capaz hasta de predecir el futuro de las
personas, y mucho más conocerá los secretos de la salud. Es un sabio
(iñarandú).
Según un amigo mío el hombre tiene derecho a equivocarse
solamente hasta los cincuenta años. Don José María Gorostiaga, un tío, me
dijo una vez “che sobrino, ñande tuyávo yahávo, nda vy‟avéi” (con la
ancianidad perdemos la alegría). ¿Por qué? le pregunté. “Nda ikatuvéi
jajavy”, me respondió (ya no podemos equivocarnos).
El hombre, además del “arandú”, para desenvolverse en la vida
requiere otras cualidades, resumidas en la palabra “ha‟evé” que compendia
la ingeniosidad e inventiva. Este vocablo se compone de dos palabras “ha‟e
y vé”. Literalmente significaría “el que es más”. No coincide con el
complejo concepto antropológico del promovido. Significa simplemente un
127
hombre capaz de llevar a cabo a la perfección labores difíciles y sencillas,
extraordinarias y comunes, y capaz de salir airoso de cualquier problema.
Algo más que habilidoso, aunque la base es la habilidad. El complemento
obligado del “arandú”. En efecto, ¿para qué serviría auscultar días
calurosos si se es incapaz de arbitrar medios para refrescarse? ¿Para qué
serviría conocer el rastro de los animales si se carece de la capacidad de
cazarlos? ¿Para qué conocer las costumbres y reacciones del interlocutor si
no se lo puede orientar o prever consecuencias? El “arandú” solo no basta.
El “ha‟evé” del varón correspondería al “tekové” de la mujer. Una
virtud práctica que le habilita a cumplir su cometido. La mujer dedicada al
lo hogareño no requiere de “arandú” que es propio de los varones. Por esta
razón, hasta hace poco se registraba resistencia en el seno de las familias a
que las mujeres estudiaran. ¿Para qué tanto estudio silo que necesitaba es
saber administrar un hogar? Además “agá oñemyarandusémane ñandéve”
(hasta pretenderá hacerse la sabionda). Con el “arandú” la mujer avasallaría
el rol del varón.
Se producirá la lucha de los sexos y la consecuente desavenencia en
el hogar. La base del entendimiento en el hogar es el respeto a los roles de
cada sexo. Allí se siente dignificado el hombre, y también la mujer.
La familia es el núcleo social en que vive el paraguayo y es la
categoría mental sociológica a través de la cual juzga todo lo social. Aun
las autoridades deben llevar el nombre de la autoridad familiar. Mantener la
familia, pues, sería mantener la identidad sociológica de la persona. Por eso
la estabilidad familiar es considerada trascendental, de tal suerte que todo
factor de destrucción de la familia, como el adulterio, es considerado algo
execrable.
La relación de familia a familia es muy limitada. Los paraguayos
no se visitan en grupo familiar. Los encuentros se llevan a cabo en
acontecimientos especiales religiosos o recreativos. Pero estos encuentros
no son precisamente momentos de comunicaciones interpersonales íntimas.
Hablarán de todo un poco, menos de su interioridad o relacionado con su
interioridad. Son las mujeres las que se comunican más y llevan a cabo
furtivas visitas. Los varones son muy hogareños. Se reúnen por solidaridad
con las familias, en ocasión de enfermo o muerto.

128
Desaparecido el vínculo de unión, el cacique, las familias han
perdido el centro de relacionamiento permanente entre sí.
La relación permanente que el paraguayo mantiene es con el ser
transcendente. Este es el padre de familia, que dirige toda suerte de los
hombres. Después de la venida del cristianismo, se lo llama “Ñandeyára”,
traducción directa de la palabra “señor”, Anteriormente lo llamaban
“Ñande Ru Tenondé” o “Ñande Ru rusú”, “Ñande Tamói guazú”. No faltan
quienes afirman que también estos nombres tienen origen en el
cristianismo, aunque no creo que la concepción de abuelo responda a
influencia cristiana. Esto poco importaría. Lo relevante sería que el vínculo
común aún social, sea el Padre común o Dios.
Dios se encarga directamente del destino de los hombres. De los
otros seres vivientes se encarga un hada buena concebida con la bondad de
las abuelas, denominada por eso “jaryi”. Este bondadoso demiurgo Se
encarga de mantener la ecología. Cuida que las especies se conserven. Se
reviste aun de formas terroríficas para defender la supervivencia de sus
protegidos. Es una especie de ángel de la guarda de las especies de
animales indispensables para la vida de las tribus.
Pensar en la supervivencia de la etnia cultural es pensar en los
niños. Sin niños la tribu desaparecerá indefectiblemente. Ellos constituyen
la esperanza y alegría, y no rara vez, la molestia de los ricos. Los niños son
niños; no son pequeños adultos. Sin embargo deben aprender de los adultos
sus futuros roles. Desde su tierna edad aprenden a hacer por sí misma todo
lo que está a su alcance. Cuanto antes, se manejan por sí mismo. Sería
incomprensible, por ej., que a los tres años se le siga dando de comer o se
lo siga vistiendo. Porque son la niña de los ojos de sus padres y su etnia
cultural, no habrá que ser complaciente con ellos. Urge educarlo para la
vida; de lo contrario la vida lo abrumará.

129
CAPÍTULO XXII
LA VENGANZA EN EL PARAGUAYO

Monseñor Felipe Santiago Benítez contó una vez que en ese su


continuo viajar por este mundo de Dios, subió a un taxi, no recuerdo dónde
exactamente, resultó que el taximetrista era un estudiante universitario
cubano. Trabaron conversación. Monseñor le contó que era paraguayo.
-Monseñor, el paraguayo seguramente es hombre noble -dijo el
joven cubano.
-¿Por qué lo dice? le preguntó Monseñor.
-Esa es la impresión que transmite la música paraguaya.
El paraguayo es noble. Uno de los rasgos de nobleza es su
incapacidad de venganza. Se siente impotente de semejante bajeza. Es
deshonor para él matar a traición, llamado en guaraní “guasu apí”. En cierta
manera al venado se lo mata a traición, por lo menos, a sangre fría. El
cazador se emboza en algún matorral para disparar al animal que sale
confiado para pastar.
Para algunos de intenciones aviesas, la impotencia del paraguayo a
la venganza llega a lo execrable. Aunque parezca mentira, le gustará verlo
cortando cabezas. Y realmente es casi increíble que nadie se atreva a
vengarse de una autoridad arbitraria en las pequeñas comunidades donde
aquellas son personas comunes al alcance de las manos. Cuando las cosas
pasan de castaño oscuro, se plaguea, pero no es capaz de levantar las
manos. Todo supone que le paraliza las manos aquello de que “contra la
fuerza no hay resistencia”, actitud explicable frente a las injusticias a nivel
nacional respaldadas, muchas veces, por la fuerza del Orden que, en estos
casos, es la fuerza de la injusticia. Consecuentemente uno espera que la
persona constituida en autoridad, apenas se le despoje de la autoridad sea
presa de la vorágine de venganza. Al señor se lo destituye y nada. Al
comienzo sopla cierto aire de rechazo en la comunidad. ¿Se repetirá lo de
Fuente Ovejuna? No. En el primer caso de emergencia en que se encuentre
la ex-autoridad arbitraria, el primero que correrá a socorrerlo será el que
sufrió mayores arbitrariedades. ¿Por qué? ¿Falta de coraje? Si no se
vengara simplemente por falta de coraje, tomaría la actitud de ignorar lo
sucedido mientras refunfuña entre los familiares y amigos.
130
Esta actitud del paraguayo no significará el perdón. Él no es
hombre de perdón. Su secundariedad no se lo permite. Sólo significa que
no puede con su nobleza. La desgracia lo mueve a conmiseración y surge
de su boca el “aicheyáranga”.
Ante esta exclamación se pierde el recuerdo de los momentos
amargos. No olvidará las ofensas, pero tampoco las echará en cara al
desgraciado, ni las utilizará en su contra.
Cuando en una oportunidad hablé de que él paraguayo era cruel, no
he dicho ni que era vengativo ni que se regocijaba en el sufrimiento de otro.
Lo que hemos dicho es que el paraguayo en el momento de exacerbación
pierde el control de sí mismo hasta cierto estado de alienación de manera
que se vuelve insensible, frío como la hoja de un cuchillo. En ese momento
ni se percatará de que el otro le pide compasión ni de lo que le espera
después. No oye ni ve en esas circunstancias. Si oye, no le importará nada.
Pasado ese momento se apacigua. Olvidará. Quizá lo único que
difícilmente desaparecerá de su conciencia es que le hayan abofeteado.
Según él es la mayor humillación. Dice que la cara es sagrada. Cuando dice
“péa che rovapeté va‟ekue”, asoma en su tono el odio. (Este me ha
abofeteado).
No pocas veces encontramos en el Paraguay luchas entre familiares
que tienden a exterminarse. El odio que perdura de generación en
generación. En este caso la ofensa se mantiene viva, reciente y humillante
gracias a la permanente plática al respecto y las inculcaciones de los padres
a los hijos. La fuerza del odio es mayor y operante cuando lo inculca la
madre. El paraguayo que crece incitado por los padres, nunca recobra la
calma. Se lo tiene permanentemente exacerbado desde pequeño. Nunca la
ofensa deja de ser presente e incitantemente presente.
El caso en que la ofensa surge con una fuerza insuperable es
cuando el paraguayo se convierte en horda. En ese momento lo pasado se
hace el presente y lo ofusca con mucha facilidad; el paraguayo se diluye en
el todo y se identifica con el jefe. Pierde el sentido de su personalidad. Se
aliena. Es capaz de todas las atrocidades, si forma parte de una horda o bajo
el mando de salvaje.

131
CAPÍTULO XXIII
EL PARAGUAYO Y EL FANATISMO

Que el paraguayo es apegado a sus ideas, sentimientos y a sus


tradiciones es indiscutible y además es explicable dada su secundariedad.
Este aspecto de su comportamiento ni siquiera es discutible. No se
advendrá a conversar con alguien de mayor conocimiento a fin de no
cambiar de idea o recurrirá a la discusión “todo modo”. Se volverá
irracional, increíblemente irracional. Sin embargo, a pesar de sus ideas,
hará lo imposible de adoptar posturas y comportamientos correspondientes
a otros modos de pensar para ponerse a tono con las circunstancias. Su
orgullo no le permitirá ser menos que otro, a más de su condición de fácil
integración en el todo.
De esto no cabe la menor duda. La pregunta difícil de responder
sería si el paraguayo de por sí es fanático o solamente en ciertas
circunstancias.
Nosotros diríamos que es fanático y lo es sólo en ciertas
circunstancias. Es demasiado controlado en sus sentimientos.
No hay que confundir en él, el fanatismo con el apego a lo suyo;
modo de pensar y obrar, sus gustos y disgustos.
El fanatismo es un sentimiento agresivo mientras el tradicionalismo es un
sentimiento, en cierta medida, pasivo en cuanto que no pretende imponer lo
suyo a toda costa y cualquier precio, sin importarle lo doloroso que puede
ser. Le parecerá mal lo del otro pero no intentará imponerle lo suyo. Si el
ambiente general es favorable al otro, pues se amoldará tranquilamente a él
sin mayores problemas; no intentará romper el buen ambiente. Entonces de
por sí no es fanático. Sin embargo, hay momentos en que se lo notará
fanático hasta la ofuscación.
Nosotros hablamos del paraguayo de espíritu puro, sin
contaminaciones mayores de la corrupción de la codicia. ¿Hay paraguayos
no contaminados hasta los tuétanos de los huesos? Por supuesto que sí.
Muchísimos. Los que se contentan con la vida que llevan sin pensar en la
posibilidad de amontonar. Entonces vive la paz interior.

132
Las circunstancias que fanatizan al paraguayo, son dos, bien
individualizadas; el fanatismo grupal y su auto-justificación del cambio
asumido. Habíamos anotado que el paraguayo sufre la condición de su fácil
integración al entorno geográfico y humano. Se siente identificado de tal
manera que su lenguaje lo delata como lo habíamos anotado en otra
oportunidad. Se dice que todos los hombres de todas las razas se convierten
en presa del sentimiento predominante de las masas. Es difícil, casi
imposible, mantenerse indiferente y ecuánime cuando el grupo hierve en
sentimientos violentamente manifestados. El paraguayo que se integra al
todo, no podrá evitar nunca el fanatismo colectivo. La corriente lo
arrastrará infaliblemente. Quizá hallemos algunos libres de semejante
presión. Pero este hombre -excepción es probable que simplemente no
comulgue con el sentimiento determinado de un grupo enfervorizado.
Quizá le domine el fanatismo de otro grupo con el que se identifica, con
otros intereses y otras visiones. Puede suceder que tome parte del grupo
sencillamente, sin moverle un sentimiento fuerte. Contemporiza para no
crear desavenencias o caer mal parado.
La otra circunstancia que lo fanatizará será la auto-justificación de
su cambio. El cambio por el cambio lo presentaría a sus propios ojos en
calidad de pobre imbécil. Lo que se dice en el pueblo es que un hombre de
honor no cambia de opinión. No debe cambiar nunca de partido político,
por ejemplo. Recuerdo que en 1961 llevé al General Colman un dirigente
liberal amenazado de muerte durante el descabellado hecho de la guerrilla.
El señor se llamaba Carlos Chamorro. El general lo primero que le
preguntó a qué partido político pertenecía. El otro le respondió que al
Partido Liberal, y prefería morir antes que renunciar a su partido. El general
lo felicitó por su condición de varón de pelo en pecho. “Karia‟yeté nde” le
dijo. El general era un hombre de pueblo. A raíz de aquel encuentro
Chamorro siempre fue un hombre de confianza del General Colmán.
Por la necesidad de la auto-justificación, el paraguayo que cambia
de opinión o renuncia a lo suyo recibido en patrimonio, se vuelve fanático.
“Eñeñangarekókechuguí; hake kolorado pyahú hina” se hace la advertencia
al amigo. Consecuentemente no sería nada extraño que los nuevos en
cualquier agrupación coparan la directiva del grupo. Su notorio fervor lo
acredita.
133
Lo mismo sucede al paraguayo que cambia de religión. Se vuelve
desaforadamente fanático. A más de que las sectas religiosas someten a sus
neófitos a cierto tipo de lavado de cerebro, el paraguayo, que siempre se ha
identificado con la religión cristiana católica, necesita de una actitud
violenta para demostrarse a sí mismo que se ha cambiado con sobrada
razón. Esgrimirán una cantidad de pormenores que lo justifican. Que su
familia se ha curado. . . que los curas lo han explotado aunque nunca
pisaron el umbral de la iglesia y aunque en la secta entreguen con
rigurosidad sin contemplaciones el diezmo así como suena; que le
obligaron a seguir curso de horas en una semana aunque en la sexta sea
sometido a seis u ocho horas semanales de formación o estudio de la Biblia.
El fanático siempre será irracional e impermeable a todo tipo de diálogo. El
paraguayo fanatizado es capaz de “achurarte” como dice el gaucho
argentino.

134
CAPITULO XXIV
LA MÚSICA DEL PARAGUAYO

Pienso que la música es la actividad creativa del paraguayo que


concita los mayores elementos constitutivos de su carácter: el sentimiento,
el optimismo, la contemplación, el equilibrio interno sin grandes
sobresaltos, sin tragedias y fuertes contrastes que se encuentran, por
ejemplo, en la música rusa. Aún carecemos de un novelista de la talla poco
frecuente en la historia, donde podemos leer el alma paraguaya en toda su
sencilla y complicada manifestación. El día que leamos “la casa de los
muertos y la sepultura de los vivos” paraguayo donde hallar el alma
paraguaya con todos sus matices habremos descifrado la música paraguaya.
Así leídas las novelas de Dostoweski nos resultarán comprensibles,
por ejemplo, el poema sinfónico “Una noche en Monte Calvo”, de
Musorski, donde yuxtaponen el cataclismo de la noche con la suavidad
celestial del amanecer con su campana llamando Misa.
El paraguayo es un alma musical. Su característica en esta
manifestación es que no canta en grupo. Canta solo. Lo que demuestra que
el paraguayo es fundamentalmente un músico no porque es cierta aquella
anécdota de que con la música los misioneros atraían a los indígenas, sino
por la aparición espontánea de cantores solistas y conjuntos allá en los
rincones perdidos de su tierra. Cada pueblito ha dado nacimiento a
innumerables músicos. Anteriormente la manifestación más ordinaria del
canto era del dúo. Pero la música se guarda para los acontecimientos
sociales. El paraguayo difícilmente canta solo o a solas. Prefiere silbar, el
silbido melodioso. Pareciera que el silbido es la manera más silenciosa y
meditativa de hacer música. No distrae, no produce un ruido perturbador.
El paraguayo se deleita con la música mientras se abstrae de lo que sucede
alrededor, especialmente en sus viajes solitarios, silbando melodías propias.
La melodía de la música paraguaya responde a la preponderancia
de cierto sentimiento moderadamente nostálgico, sea en ritmo de polka o de
la guarania, de rasguido doble, de valseado o de chamamé, sea en los
ritmos más rápidos y de interpretación más vivaz del “kyre”y” o la llamada
“litoraleña”.
135
El paraguayo tiende a un ritmo lento. No es que se cambia al 6 x 4
ó 6 x 8. Lo que sucede es que las notas se alargan, toman más tiempo del
que se le asigna según el significado de los signos musicales. Lo que deseo
expresar es que el paraguayo tiende, por ejemplo, a convertir las
semicorcheas en corcheas, las corcheas en negras y las negras en blancas y
las blancas en redondas, pero sin perder el ritmo básico. Cuando se trata de
música religiosa sí que es el colmo cómo alargan las notas.
Dentro de la realidad de la expresión musical del paraguayo, la
“polka yahe‟o” no es nada extraño. No se requiere ideologización para
comprenderla. Sin mayor esfuerzo y sin mayor perspicacia musical se
descubrirá el proceso de decadencia de la música paraguaya. No sé si faltan
valores creativos o si se debería a la popularización de la música.
Desaparecieron o dejaron de abundar los músicos inspirados con la
sublimación de la música del pueblo. Es probable que ya en notables
músicos folclóricos se hallen ya pronunciados los vestigios de esta
tendencia.
A partir de algunos músicos proliferan los compositores muy
populares que carecen de una inspiración suficientemente sólida para
imprimir sublimidad a la expresión musical del pueblo. Componen con
toda la tosquedad de la mano callosa del agricultor. Ya no se liman sus
obras y se las impone el estilo del alargamiento de los sonidos de las notas
musicales. La polka “yahe”ó” no es un producto social sino que es,
diríamos, la música paraguaya originaria. Las circunstancias trágicas nunca
han dado origen a expresiones musicales luctuosas y desesperadas en el
paraguayo. Ni siquiera la hecatombe del 70. Considérese el Campamento
Cerro León por ej.
En cuanto a expresión del alma del paraguayo predomina la nota
mayor que da a la música paraguaya una nostalgia muy propia. Es muy
diferente, por ejemplo, de la del Altiplano en la que predomina la nota
menor resultando una música triste, casi desesperante. Pienso que la visión
anonadante de la Cordillera de los Andes y otros fenómenos quizá sociales
del pasado hayan impreso en el alma incaica la tristeza de la vida.
Escuchando su música da la impresión de una etnia dominada, entregada,
sin esperanza.

136
La tragedia para el paraguayo es un accidente de la vida; nunca
podrá marcar su alma. Por eso carecemos de música de protesta
propiamente dicha. Ni siquiera las letras son de real protesta a excepción
única quizá de las de Teodoro Mongelós. No se me escapa que en las
décadas del 60 y 70 se han importado muchas letras de protesta y también
música. Pero desaparecieron porque el paraguayo no soporta la tragedia.
No condice con su identidad. Si la acepta, al poco tiempo verá destruida su
alma quitándole el optimismo de la vida como hemos observado en tiempos
de las ligas agrarias, dominadas por extranjeros con alma llena de amargura
tal vez, del fracaso en sus propias tierras.
La lentitud de la melodía y cierta moderación en el tono responde
al carácter contemplativo. Todo lo fuerte y lo rápido va directamente contra
la contemplación, que requiere lentitud para contar con el tiempo de
ponerse frente a las cosas o acontecimientos o las personas. La
contemplación conlleva cierta paz o necesita una cierta dosis bastante alta
de paz. Lo estrepitoso que hiere la interioridad anula a la contemplación. El
paraguayo se aturde con lo estrepitoso. Hasta considera falta de respeto el
hablar fuerte.
No hace mucho conversaba yo con una muchacha que pertenecía a
cierto grupo de laicos consagrados cuyo asesor es sacerdote español. Nos
decía que ella infaliblemente se escondía con otras compañeras cuando
llegaba el susodicho sacerdote. Les espantaba porque hablaba muy fuerte.
No las retaba, simplemente hablaba muy fuerte. Por lo visto tenía una voz
impresionante, que es suficiente para perturbar el ánimo del paraguayo.
Una experiencia, hace unos años, con los seminaristas del
Seminario Menor de Villarrica. Les había dicho que la música, llamada
culta, es fácilmente comprensible. Sus melodías son también simples con la
diferencia de que se las desarrolla como se desarrolla una idea en una
composición literaria. En fi, para demostrarles les hice escuchar la “Danza
de Anita y el amanecer” de Peer Gynt de Grieg. Todos contentos. Luego
escuchamos el cuarto movimiento de la sexta sinfonía de Beethoven. Este
creó cierto desasosiego. Pero, cuando escuchamos la primera parte de una
“noche en Monte Calvo”, por poco los muchachos no se tapaban los oídos.
Este poema sinfónico produce la sensación, no de una tormenta que
describe Beethoven, sino de que el universo se desquicia y se desintegra.
137
Un cataclismo cósmico, que en una persona excesivamente sensible, puede
producir el sentido de un cataclismo psíquico. A más de la terrible
descripción del mal, Musorski recurre a la disonancia espantosa justo para
dar la sensación del desquicio y despedazamiento universal concentrado en
la misa negra. El paraguayo no lo soportará. Quizá ni siquiera diga que se
trata de un ruido menos molesto como Napoleón definía la música, según la
leyenda que corre por ahí.
La disonancia expresa lo trágico, la destrucción irredenta. Las cosas
no se encuentran en su lugar, ni siquiera se las puede componer. Lo peor
del caso es que escapa a la posibilidad del paraguayo de dominar lo trágico
por medio de la evasión y la caricatura o ridiculización. En la música, la
tragedia carece de cara y cuerpo, así que es imposible encontrarle el lado
ridículo. Más aún, le hiere al paraguayo por medio de lo inefable en el
mundo de sus sentimientos, dentro de su intimidad. Con la música queda
prisionero de la tragedia en vez de aprisionarla él como normalmente
sucede o hace.
La característica de la música paraguaya será siempre de tono
romántico; de acordes perfectos; de ritmo lento y acompasado. La música
sería uno de los caminos de fácil descomposición interna del paraguayo.
Someterlo a la disonancia, pronto sería presa de la tragedia. Y ni pensar en
esto porque del paraguayo sin su vida franca, se podrá esperar cualquier
cosa, formaría una masa destructora peor que los tártaros de aquellos
tiempos. La música paraguaya llama a la meditación y a la danza antes que
al baile.

138
CAPITULO XXV
LA POESÍA

Es de conocimiento universal que la literatura de todas las lenguas


ha comenzado por la poesía. Seguramente por la exigencia de la cultura
oral, ya que la cadencia como la rima ayuda a la memorización. Sin
embargo, la literatura del guaraní paraguayo comenzó de la prosa. Al revés.
Se explica en razón de que la literatura guaraní de los primeros tiempos ha
estado en manos de los españoles cuya literatura había alcanzado la famosa
edad de oro. El español no vivía la época de los romances sobre las hazañas
del Mío Cid o de los trovadores ambulantes. Era, pues, lógico que la nueva
lengua, puesta en sus manos, la utilizara dentro de la etapa literaria en que
se encontraban. Resulta casi increíble que se hayan atrevido a traducir la
obra, por momentos, abstrusa del P. Nieremberg.
Era de esperar que este momento original desapareciera, y
desapareció. En realidad desapareció todo esfuerzo literario en guaraní
hasta la edición de la revista Kavichu‟i impuesta por la necesidad del
momento histórico.
Recordemos que el idioma guaraní ha sido prácticamente
proscripto por el mismo Carlos Antonio López. Pero en la Guerra Grande,
se lo aceptó por necesidad. Reconocieron que el castellano no era el idioma
del paraguayo como no lo es ahora.
Tras el interregno de varios años después de la guerra del 70, el
guaraní paraguayo se somete a la ley universal de las lenguas.
Surge la literatura poética que domina hasta el momento. No se ha
ensayado aún una literatura en prosa de manera suficientemente amplia.
Hallamos los ensayos de traducciones especialmente de la Biblia,
realizadas preponderantemente por extranjeros con muy escasa mentalidad
guaraní. Ciertamente que no es despreciable el esfuerzo, aunque falta
mayor mentalidad y cadencia propia del idioma. Estos efectos
desaparecerán cuando los paraguayos se atrevan a escribir en su propia
lengua.
No desconocemos que escribir en prosa es mucho más difícil.
Porque es más difícil mantener el ritmo, que es muy diferente del ritmo de
139
la poesía o la versificación. Su ritmo suele ser el ritmo utilizado en las
conversaciones.
Al igual que la música, la poesía le resulta fácil al paraguayo. El
contemplativo carga de colores vaporosos las realidades, las inyecta una
sobrecarga de sentimientos y las dota de nuevas dimensiones. No sé si los
flemáticos serán poéticos. Seguramente se internarían en el mundo de una
poesía medio filosófica. Pero nunca producirá la poesía del gusto y
comprensión del pueblo.
Contamos con muy buenos poetas entre los cuales había que
destacar Darío Gómez Serrato, Félix Fernández, Teodoro Mongelós...
Muchas de sus obras poéticas no desmeritarán ninguna antología en
cualquier parte del mundo.
Notable es que estos grandes poetas quizá de mayor fuste que
Emiliano R. Fernández, no hayan ocupado un lugar preponderante en la
apreciación del pueblo. Se les aprecia en círculos más cultivados. Emiliano
constituye alguien fuera de serie dentro de la literatura poética popular. Es
innegable su inspiración aunque nunca quizá se ocupó en limar sus obras.
Las lanzaba al consumo público así como salía de su pluma en la primera
redacción. Esa es la impresión que ofrece ante algunas inexplicables
vulgaridades mezcladas con sublimes inspiraciones. Emiliano además tuvo
la fortuna de inspirar hermosas páginas musicales del gusto popular. Quizá
no sea un hecho casual que los buenos músicos se inspiren en él para
escribir páginas probablemente inmortales del folklore paraguayo.
La popularidad de Emiliano, ante todo, se debe a que responde a la
característica de los trovadores, poetas épicos o semi-épicos que en sus
poesías usan la narrativa y las expresiones comprensibles o familiares para
el pueblo.
Dentro de un todo inspirado las expresiones aparentemente medio
burdas adquieren una dimensión de sublimidad. Emiliano narra los
acontecimientos heroicos con fuertes figuras y giros de tipo popular.
Igualmente describe en el amor haciendo resaltar las actitudes, ansias,
desvelos, esperanzas... En fin, este poeta se identifica con su pueblo
asumiendo todas sus expresiones. Siempre es un poeta comprensible y
familiar. Las composiciones de Emiliano casi responderían al
“Compuesto”, un género poético en que simplemente se narran las
140
perspicacias de un acontecimiento, por lo general, trágico en que los
personajes hablan, dialogan, sienten, que comienza siempre con el
“atención pido señores, atención ayeruré”.
A este género pertenece la poética religiosa de los cantos de los
estacioneros, en los que se narra el acontecimiento religioso, por ejemplo,
de la crucifixión con todos los pormenores agregándoles diálogos que ni se
insinúan en los Evangelios. Este estilo poético se adecua al modo
específico del idioma guaraní una lengua descriptiva, con un lenguaje
popular. De ahí que la sublimación del lenguaje poético de Darío Gómez
Serrato, por ejemplo, no cale mucho sino en círculos intelectuales. Hace
una poética superior, supra-popular, con todo que nunca se le podrá
endilgar una falta de mentalidad guaraní. Su lenguaje ha superado al
lenguaje común; sus temas a veces salen de la órbita de los intereses
primarios del pueblo, y antes que nada, sus expresiones ya carecen de la
fuerza de las expresiones populares.
La poética de la “polka yahe‟o” es una composición versificada de
escasa inspiración; material tosco. El problema anotado con relación a la
música de este tipo finca en que la poesía no pasa por el tamiz de una
inspiración superior. Entonces las endechas de amor se convierten en
plagueos; los suspiros en lágrimas, y las decepciones en lamentaciones sin
consuelo. Naturalmente para los simples versificadores faltos de
inspiración es mucho más fácil hablar de las decepciones y de infidelidades
de la mujer. Si observamos que muchas poesías de Emiliano y otros buenos
poetas guaraníes, al quitarle la fuerza de la inspiración, se convertirán en
unas burdas poesías de “polka yahe‟o”.

141
CAPÍTULO XXVI
EL PARAGUAYO Y LAS ARTES PLASTICAS

El paraguayo que se integra al entorno, característica ya anotada en


una oportunidad, se ve tipificado por ese entorno físico y social. No es,
pues, nada raro que las parcialidades guaraníes supervivientes, a la
comunidad la denominen “tekotá” o lugar donde se vive. “Ubi movemur et
sumus” como dirían los latinos.
El guaraní se identifica dentro de lo ecológico. El entorno no es
algo externo sino parte de sí mismo. Quizá si nos pusiéramos a filosofar,
encontraríamos ideas sorprendentes que jamás se le habían pasado por la
mente al guaraní. Pero no hace falta. Alguna vez surgirá alguien que se
dedique a las ideas de antropología filosófica de los guaraníes para
sorprendernos con sus elucubraciones.
A raíz de esta actitud frente a la naturaleza, habíamos anotado
también ciertas actitudes lógicas del paraguayo, y ahora quisiéramos
considerar su actitud artística. La naturaleza es la fuente de su lenguaje, de
sus ocupaciones y la sensibilización de lo espiritual.
El guaraní nunca tuvo un desarrollo relevante del arte a excepción
de la música y la poesía. Es notable que, a diferencia de todos los demás
pueblos primitivos, el guaraní no haya desarrollado el arte pictórico y de la
escultura ni en los túmulos ni en los utensilios domésticos y de cazas.
Los túmulos se consideran del ámbito religioso; allí generalmente
las etnias graban sus ideas sobre el destino supra-terrenal del hombre.
También alrededor de la muerte se desarrolla toda la escenograficación de
la idea del destino, denominada culto a los muertos. Por lo general, la
liturgia de los muertos es la primera manifestación religiosa de los pueblos
donde campean sus ideas del más allá, y con la que se relaciona
íntimamente la idea de Dios.
Los túmulos guaraníes que conocemos o hemos visto carecen de
todo adorno y de motivos religiosos; ni dibujos, ni pinturas, ni
bajorrelieves. Es un cántaro sencillo, casi idéntico a los que se usan en las
casas para conservar el agua.

142
Diríamos que prácticamente el arte pictórico es desconocido por
nuestros antepasados indígenas.
Se preguntará cómo es que pudieron desarrollar la pintura en la
época colonial bajo la dirección de los europeos. Bueno, esto sería fácil de
explicar. La combinación de los colores le resultaría no problemático una
vez que se le proporcionara el rudimento de la técnica de este arte. El otro
problema sería cómo pudieron ofrecer a sus maestros pinturas o tintes casi
indelebles y de todos los tonos. Esto también sería muy fácil de explicar
por su gran conocimiento de la naturaleza: de la tierra, de la flora y de la
fauna. Así como conocían los guaraníes las virtudes medicinales de miles
de plantas, conocían los colores de quizás de cientos de plantas.
El conocimiento de tintes no se debe al desarrollo del arte pictórico
sino al conocimiento de la naturaleza, en especial de la flora. Hasta ahora se
extrae el amarillo indeleble del “tatayyvá”; el verde con que se tiñe el hilo
de pesar se consigue del “typychau”; el rojo del “urukú”. Seguramente para
la pintura al óleo utilizarían el “tapytá”, un material excelente, también
indeleble y resistente a todo tipo de material corrosivo como la sal y el
ácido.
Pienso que a la pintura en sí el paraguayo no la aprecia. Quizá la
naturaleza es tan pródiga que la pintura no le resulta sino una artificiosidad
innecesaria; la pintura no es la realidad. Me contaba una hermana de la
Congregación de las Hijas de María Auxiliadora que los “ayoreos” cuando
pintan un árbol usan cualquier color. Al preguntársele por qué usan el rojo
para pintar las hojas, responden: porque lo que hace no es la realidad, no es
árbol. Por consiguiente no tienen porqué usar el verde. Es decir, lo que hace
no es nada, por lo menos, nada real.
El paraguayo acepta la pintura y la aprecia en la representación de
los santos o las imágenes sagradas, pero ante la carencia de la estatua. Las
imágenes pintadas son de segunda categoría, aceptables, a falta de la
primera categoría. Hay imágenes religiosas pintadas no aceptadas por el
paraguayo como la del Crucificado.
El Crucificado pintado no es el Crucificado. A veces se
representará la pintura de un magnífico crucificado, en relación de San
Francisco, por ejemplo, pero él nunca lo llevará en cuenta. Al preguntársele
si tiene un Crucificado en su casa, de cuya falta siempre se considera
143
culpable, nunca le dirá que lo tiene si en su nicho solo se encuentra la
pintura del Crucificado.
Es que la pintura no se parece a la realidad que tiene cuerpo. Quizá
solamente en la realidad guaraní lo más parecido a un lienzo de pintura sea
el arrebol del atardecer y la alborada. También las nubes. Sin embargo para
el concepto del guaraní el firmamento “ára” es algo sólido, terso, sano
descompuesto por una especie de laga “ara-aí” o “arai”.
En la pintura las cosas materiales se vuelven prácticamente
impalpables. Han perdido a la realidad de la materia. El cuerpo se convierte
en una especie de ilusión óptica. La pintura no responde a la realidad de las
cosas materiales. Les quita su objetividad. Pintar las cosas siempre
constituirá una ficción.
En realidad, en cuanto yo sepa, el idioma guaraní carece del
concepto de pintura. Despintar, sí, existe (“amboyé‟o”), técnicamente sería
“amboyé” y podría usarlo hoy. ¿Pero lo usaron los guaraníes al pintar en
abstracción? Colorear en sus diferentes tonos existe: “ambopytã”,
“ambohovy”, “ambopará”, “ambyesa‟yjú”. El “ta‟anga apó” podría
aplicarse tanto a la pintura como al dibujo, que goza de muy poco aprecio
sino sólo en cuanto sea una fiel imitación de la realidad o en cuanto a la
cualidad de la persona capaz de retratar con unas líneas. Normalmente
pocos se preocupan ni de adquirir esta cualidad o desarrollarla. No vale la
pena.
La idea estética que rige en la pintura es la de la proporción que
rige en la naturaleza. La perfecta armonía entre las partes. Un animal con
cabezas o patas desproporcionadas es feo. También si la altura no responde
al volumen del cuerpo, la pintura será fea. No responde a la realidad. El
parámetro de la estética del paraguayo es la naturaleza; por lo cual su
origen se hallaría en la perfecta armonía de las partes.
Será absolutamente imposible convencer al paraguayo que la “Guernica” de
Picasso sea una valiosísima pintura. Nadie le quitará de la cabeza que no
sea un simple mamarracho. Suerte que frente a una pintura impresionista
cada uno experimenta su propio placer estético. Entonces le ampararía
también el derecho de no sentir nada o sentir la impresión de un
mamarracho. Entre los últimos me encontraría yo y muchos que se pasan
boquiabiertos por horas delante de semejante pintura. Ya había dicho Lili
144
Pons, cantante francesa muy renombrada en su época, cuando unos
reporteros le preguntaron su juicio sobre el pintor malagueño. Respondió:
“Mi hijita de siete años hace dibujos tan buenos como los de él con la
diferencia de que ella no los puede exponer en la Galería Nacional de
Bellas Artes”. Con seguridad el paraguayo estaría totalmente de acuerdo
con la famosa diva.

145
CAPÍTULO XXVII
LA ESCULTURA

El mismo parámetro vale para enjuiciar la belleza de la escultura.


Pero el paraguayo aprecia más la escultura que la pintura porque aquella
cuenta con peso, dimensión y cuerpo. La realidad es ponderable.
Como se trata de un pueblo realista, la talla cuanto más se acerca a
la realidad se considera más apreciable. La talla del hombre debe acercarse
a la talla de un hombre normal. La exigencia del sentido de lo real.
En las paraliturgias populares de la Semana Santa, en las que se
exige en muy alto grado el sentido de la realidad, se aceptan solamente las
imágenes de Cristo, de San Juan y de la Santísima Virgen de tamaño
natural o cercanas al tamaño natural. De lo contrario se prescinde de los
actos paralitúrgicos. Es que la Semana Santa es la representación del gran
acontecimiento que no admite ficciones. ¿Qué puede significar un
Crucificado pequeño en esa ocasión? Nada. No se asemeja al Cristo real. El
memorial debe suscitar la presencia del acontecimiento. Sin embargo el
Crucifijo pequeño se acepta en los nichos familiares y para devociones aún
comunitarias. Aquí la fe suple la ausencia de la realidad.
El criterio de lo bello es el mismo que rige para las pinturas. La
armonía de las partes es la regla de oro. El arte abstracto en la escultura
será incomprensible para el paraguayo. Nos han venido de los países
desarrollados esculturas estilizadas de la Virgen María, por ejemplo que
pretenden expresar sublimidad espiritual de esta mujer. Estas tallas
responden a un concepto más que a la expresión de una mujer real. Hay
también medallas de este tipo. El paraguayo las comprará para adorno, pero
nunca las considerará objeto de veneración. Para él la Virgen María es una
mujer de carne y hueso. La más bella mujer. No comprenderá que sea
desproporcionada aunque haciéndola una mujer delgada, casi etérea.
La sublimidad de ella no se expresará con la estilización sino con la
exaltación de su belleza hasta lo casi inexpresable. Los grandes pintores y
escultores cristianos han sido capaces de trasuntar la belleza espiritual de la
Virgen María con la sublimación de la materia así como otros pudieron
imprimir el espíritu a los héroes. El Moisés de Miguel Ángel no es
146
solamente grande por sus dimensiones sino porque la trasunta el espíritu
del gran líder, capaz de liberar a su pueblo y hablar con el mismo Dios. Así
que es posible que la materia, sin deformarse, exprese lo espiritual o lo
imponderable de las personas.
En el Paraguay es todavía inconcebible que en los templos se
pretendan promover la piedad en base a los Cristos de chatarra o algo
parecido. A veces uno se resiste a creer el desconocimiento tan supino de
nuestro pueblo. Con los Cristos retorcidos y de hierros viejos despojaremos
de su piedad al paraguayo y nunca la promoveremos. Son figuras tan
irreales como feas, que nunca inspirarán piedad sino por el que los puso
allí. A veces pienso ¿qué pensaran los que cuelgan artes impresionistas o
abstractos en los templos? Tengo la seguridad de que él mismo estará lejos
de comprenderlas.

147
CAPÍTULO XXVIII
EL CRITERIO DE SALUD DEL PARAGUAYO

El criterio del paraguayo para juzgar el estado de salud de una


persona nos parece hoy casi infantil. “Neresãi; nde kyraguasú”, dice. ¿Es
posible a esta altura del tiempo creer que la gordura es signo de buena
salud? Nosotros sabemos que la gordura trae consigo una inmensa cantidad
de problemas, entre los cuales es de destacar el extraordinario esfuerzo del
corazón.
Es verdad. Pero semejantes aseveraciones vienen después de
calcular que a tantos kilos de tejidos adiposos corresponden tantos
centenares de metros o kilómetros de venas adicionales, a las que el
corazón debe alimentar, Estas afirmaciones las hará la ciencia médica
actual con la que no cuenta el paraguayo común. Él hará su diagnóstico
solamente en base a lo que ve y sus observaciones,
En la naturaleza que le circunda, el enflaquecimiento es señal de
alguna enfermedad detectada o no detectada. El paraguayo sabe que un
animal enflaquecido lleva camino a la muerte. Enflaquece porque sufre
alguna dolencia o le falta suficiente alimentación. Como normalmente el
animal en su medio ambiente no carece de alimento, el desmejoramiento
necesariamente se deberá a alguna enfermedad que mina su vida. El
enflaquecimiento es en consecuencia fatal.
El hombre que es uno de los tantos animales que pueblan la tierra,
no tiene porqué regirse por otras reglas de salud. ¿Por qué su delgadez
debería significar buena salud, al contrario de sus congéneres?
La flacura es mal síntoma si no se trata de una simple delgadez. El
paraguayo las sabe distinguir. “Ipo‟ínte; nda ipirúi”. Pero cuando se
advierte una pérdida de peso, no se las distingue. “Ipiru; oiméne mba‟épa
oyehu chupe”. Cuando la pérdida de peso es excesiva ya dice que quizás la
causa sea la tuberculosis. (“Oiméne imba‟asy po‟ímba‟e”).
Ni la delgadez es bien vista en algunos casos, por ej. en las
personas de edad, porque les imprime un sello muy notable de vejez.
“Karai tuya cha‟imi oikó chugui” o “guãigui rova jepytepamí” (se
transformó en un viejito insignificante o una viejecita de cara chupada). Sin
148
embargo cargar un poco de carne rejuvenece o, al menos, otorga la
apariencia de rejuvenecimiento. “Tuichá ikyrá; karia”y pyahjueté oikó
chuguí” (engordó y rejuveneció).
Lo que le da mala espina al paraguayo es la palidez. Para él es un
síntoma infalible de muerte. El pálido o estuvo muy cerca de la muerte o se
encamina hacia ella. La lección la deduce de los árboles. Cuando las hojas
se vuelven amarillentas fuera de la época otoñal, el árbol con toda certeza
se secará a corto plazo. ¿Por qué se secará? No lo sabemos, pero
ciertamente se secará. Ha comenzado a escapársele la vida. “Hoguesayjupá
ko yvyrá; ipirúta” (este árbol se va a secar porque sus hojas se vuelven
amarillentas). Y es cierto.
Lo cierto es que la palidez precede a la muerte aunque sea unos
minutos antes. Por lo general, la precede por bastante tiempo. Por lo cual al
paraguayo siempre le extraña la muerte repentina, que no es el modo
normal de morir. Le admira que una persona aparentemente llena de salud
caiga muerta. “Hova pytãguasú; hesãi hagui ho‟a omanó”. A pesar de que
es de conocimiento general que hay enfermedades anidadas en el
organismo que de repente cortan la vida, el paraguayo parece resistirse a
comprender el caso de la muerte sin los síntomas naturales.
La gordura, que es síntoma de salud, responde a cierta apariencia
agradable en la persona. Diríamos que se trata de una contextura física
robusta y de rostro rozagante. Una cara bien rellena. “Rei porã, nde rova
pytã”. Aquí‟ está la medida de la buena salud. Ni flaco ni gordo. Desde ya,
la excesiva gordura aunque no sea síntoma de enfermedad, afea, por una
parte y, por otra, entorpece para el trabajo y todo esfuerzo. “Ivai jevyma;
ikyraitereí”. “Ñande kyraitereíramo, ñande pyahembareí”. La demasiada
gordura cual un cerdo (kuréícha ikyrá) afea; quita la rapidez de movimiento
necesaria y merma la capacidad del esfuerzo.
El criterio de salud del paraguayo, después de analizar su fuente, no
resulta un criterio antojadizo como pareciera al comienzo. Le amparan
razones bien serias, refrendadas por la observación. El que se encuentra
inmerso en la naturaleza no puede pensar contradiciéndola.
En realidad, a pesar de nuestra animadversión a la gordura,
respaldada por la ciencia médica, nunca afirmaríamos con certeza que todo
gordo lleva en sí una enfermedad mortal o se encuentra al borde de un
149
infarto. A lo sumo diríamos que lleva en sí cierta predisposición a algunas y
determinadas enfermedades.

150
CAPITULO XXIX
EL PROBLEMA DE LA CULTURA
RELIGIOSA DEL PARAGUAYO

Cuando hablamos de cultura religiosa no nos referimos, por


supuesto, al mayor o menor cúmulo de conocimientos religiosos que tiene
el paraguayo. El simple conocimiento no significa cultura. Uno de gran
conocimiento puede resultar un supino inculto.
El paraguayo es cristiano aunque muchos pondrán en tela de juicio
tal cristianismo, aduciendo la permanente contradicción de la conducta, aun
del modo de pensar que riñe con el cristianismo. Pero no podríamos negar
que muchos comportamientos suyos ajustan al cristianismo matizado con
incongruencias quizá por falta de suficiente inculturación de la primera
evangelización.
Si decimos que el Evangelio no se ha inculturado en el pueblo
paraguayo sino a través de los siglos y en la medida de las coincidencias
con los valores nativos y con sus intereses, no ofenderíamos a nadie. Sería
absurdo pedir a un español, más aún a un español del siglo dieciséis que
comprendiera a los indígenas, infieles para él, y mucho menos, asumiera
los valores autóctonos. La institución eclesial misma, condicionada por el
tiempo, tampoco se encontraba en condiciones de comprenderlos. La
Iglesia está formada por hombres, y los hombres son de un tiempo
determinado. Con todo, han asumido por lo menos una parte de su lenguaje
religioso como la denominación de Dios y del demonio y algunas otras más
que permitiera al indígena aceptar los fundamentos básicos del
cristianismo, transmitidos al paraguayo a través de las madres indígenas.
Es de obligación comprender que el pueblo cristiano paraguayo ha
caminado en un permanente esfuerzo de inculcar el cristianismo. No se lo
ha entregado ni se lo entrega hoy mismo ya inculturado. Los hombres
encargados de la Iglesia normalmente son gentes transculturizadas cuando
son nativas. Se forman en instituciones extranjeras o, por lo menos, bajo la
influencia de mentalidad extraña o extranjera cuando los educadores no son
extranjeros natos.

151
El cristianismo es una religión universal, que originariamente está
vertida en una mentalidad hebraica y posteriormente a la greco-latina.
Como las expresiones de las literaturas sagradas fueron consideradas
intocables aún en las palabras, no fue posible ni pensar en la inculturación.
Ni siquiera se podía tocar una palabra o una frase de la Sagrada Escritura
aunque el mensaje resulte diametralmente opuesto al ser vertido en otra
lengua y otra cultura.
Hemos convertido el gran libro de mensajes en montón de palabras
sagradas y consecuentemente intocables. Así que el guaraní mal pudo
comprender en muchas ocasiones el mensaje evangélico.
No se trata de discusiones bizantinas cuando se advierte sobre la
enfermedad básica de la evangelización del primer momento, de la que
nadie procuró curarla con el correr del tiempo. Nos equivocamos de medio
a medio cuando pretendemos explicar la deficiencia de nuestro cristianismo
a costa del pobre Francia, sin desconocer que este señor pudo influir para
que el espejismo de un cristianismo importado desluciera.
Muchos valores fueron comprendidos e inculturados. Entonces
quedarán firmes. Otros fueron arropados en signos importados que, con el
tiempo, fue imposible ver la relación entre el signo y su contenido, al
aflojarse por las circunstancias históricas la tarea de inculcar el mensaje de
Salvación. Mientras no comprendamos que la cultura es el vehículo de
comprensibilidad de los pueblos, no le vamos a otorgar su rol insustituible
y seguiremos inculcando el mensaje evangélico hasta la saciedad sin
hacerlo familiar al paraguayo. Muchos valores cristianos seguirán extraños
en lenguaje extraño o valores extraños a causa de expresarse en lenguaje
extraño.
Ya hemos anotado lo que significa, en cuanto conjunto de valores y
comportamientos, ser "católico, apostólico, romano”. A pesar de pulular
movimientos nacidos en otras latitudes, el paraguayo no cambia con
relación a lo que hemos dicho de él en cuanto a cristiano. A veces reina un
gran entusiasmo pensando que se ha dado con la piedra filosofal para
cambiarlo y de repente nos topamos con la decepción de que al paraguayo,
apenas, se lo ha vuelto a retocar con un poco de barniz. Él trabajo de la
catequesis demuestra fehacientemente que el cambio del paraguayo
católico es un problema. Se ha errado de camino.
152
Sobre el problema religioso del vaciamiento de los signos nos
explayamos mucho en otro trabajo denominado “La catequización del
católico paraguayo”. Este problema deriva de los signos artificiales o
símbolos, expresiones de valores propios del cristianismo. Con todo, a
pesar de la superficialización el cristianismo del católico paraguayo
subsiste el juicio del valor muy fuerte para ciertos ámbitos de la existencia.
El “católico paraguayo” es capaz de enjuiciar correctamente los actos de los
demás en sus relaciones primarias aunque él caiga en los mismos errores o
incoherencias existenciales. Su juicio, diríamos, no constituye un criterio
suficientemente poderoso para obligarlo a obrar conforme a lo que piensa.
Diríamos que en muchos casos el cristianismo no se existencializa en el
paraguayo.
A causa de la absorción parcial del cristianismo de parte del
paraguayo, ser cristiano carece de una concepción integralista de su vida
cristiana. Sus valores cristianos son casi autónomos. Carecen de una
interdependencia. Lo que no quiere decir que no exista un valor principal
como el caso de “Ñandejára Jesucristo” aunque éste no juega el papel de
valor cardinal en la conciencia del católico paraguayo. Su cristianismo no
es un cristianismo orgánico. No sé si en otros pueblos existirá un
cristianismo realmente orgánico.
No hablamos de las élites, entre las cuales quizá se encuentre esta
concepción, que constituirá el gran desafío de toda evangelización en el
Paraguay y que, por otra parte, no se conseguirá nunca jamás mientras
caminemos por las vías de culturas extrañas o mientras no nos apoyemos en
su propia cultura.
Al describir al paraguayo católico ponemos de relieve los valores
religiosos que lo mueven, y al hablar de la religiosidad popular hemos
anotado sus comportamientos religiosos ordinarios y válidos a sus ojos.
Quizá no habremos agotado el tema, pero ya contamos con el material
suficiente, casi total, del elenco de su comportamiento heredado.
Lo que nos falta hablar es de su lenguaje religioso. Está por demás
decir que sin conocer el lenguaje de un pueblo, es imposible conocer su
cultura. Diríamos que el lenguaje es la cultura de un pueblo; en mucho
mayor grado, el pueblo paraguayo que carece de expresiones culturales

153
materiales. Apenas existen hoy algunos monumentos que el paraguayo no
los considera suyos.
Las civilizaciones antiguas se dedicaban a levantar monumentos a
sus héroes, en los lugares de sus gestas y de sus tumbas. El guaraní apenas
se enterraba en una especie de cántaro, perdido en las espesuras de los
bosques. Recién hace unos poquísimos años que hemos dado a levantar
estatuas a los héroes. Algunos historiadores extranjeros clamaban por un
monumento al Mariscal López, por ej. mientras a nosotros ni se nos
ocurría.
Para el paraguayo el único a quien se debe levantar monumento es
a Dios. Los templos deben ser grandes y dignos. El trato a Dios debe ser
respetuoso. El lugar santo o dedicado a Dios no debe utilizarse para ningún
otro fin. Se le debe lo mejor. Es el Señor.
El conjunto de comportamientos, de signos, acciones y gestos
constituye el gran medio con que un pueblo se comunica. La religiosidad
popular con signos y acciones es parte fundamental de su lenguaje
religioso. También la liturgia. Pero nosotros deseamos hacer hincapié sobre
el lenguaje como idioma o conjunto de palabras portadoras de valores. Las
palabras llevan en sí juicio de valor.
Debemos reconocer que el paraguayo está dotado de un lenguaje
religioso con que comunica lo que, a su juicio, es un valor. La palabra está
unida o identificada con algo religioso de tal manera que si se le arrebata
esa palabra se le quitará el valor. Al fin y al cabo la palabra es el primer
símbolo o signo con que se tipifica o define una cosa, se la comprende y se
la transmite en su calidad de algo.
Los pueblos, no sólo en la religión sino en todos los ámbitos de la
vida y en el entorno, cuentan con palabras que les hace comprensibles las
cosas internas y externas. Cuando se le quita esas palabras, naturalmente se
apodera de los pueblos la confusión. Ya no sabe qué es qué. Este fenómeno
sucede en las invasiones culturales. El pueblo pasa largos períodos de
oscuridad cultural porque ya no saben ni qué son ellos. A veces, pasan los
siglos para que un pueblo se recupere. Recién en ese momento puede
comunicar y crear, porque ha recuperado la palabra y puede expresarse.
El arte siempre es la expresión de la realidad hacia un
perfeccionamiento. Nunca es una creación pura. En este aspecto requiere de
154
la palabra para que sea una transmisión de valores y para que el hombre lo
pueda comprender.
No es ningún capricho respetar las palabras, no importa que con el
tiempo vaya sufriendo modificaciones insensibles hasta a veces, perder casi
su significado original. La semántica responde a la necesidad de mantener
la palabra con su relación básica a una realidad que va cambiando.
Los acontecimientos que son fuentes de experiencias de los
pueblos, nunca son absolutamente iguales de un tiempo a otro tiempo. Son
analógicos. El pueblo no inventa palabras para una diferencia, a veces
ínfima, casi imperceptible. La sensación que produce en el interior es que
los acontecimientos analógicos son iguales. El problema sobreviene cuando
se oscurece la analogía a causa de cambios excesivamente grandes.
En lo religioso, en nuestra Iglesia, se ha procedido con muy poca
cautela y mucha irresponsabilidad en cuanto al manoseo de las palabras.
En una época, recuerdo, a causa del cambio de los tiempos, se ha jugado
con el pueblo hasta con pretensiones prácticas de considerarlo un robot al
que se lo puede programar y reprogramar para cualquier cosa. Con la
electrónica se puede jugar al cambio repentino, pero con el hombre, no.
Este lleva demasiada carga anímica de la que no resulta posible
desembarazarse sino lentamente y en largos períodos de tiempo. Y el
cambio sólo le resulta razonable por la vía de la analogía. El cambio de
“shock” será posible solamente en la economía que no maneja el pueblo
sino algunos técnicos. Menos aún se puede llevar a cabo el “shock” porque
el paraguayo de profunda carga anímica del pasado es incapaz de
absorberlo. Para él los cambios bruscos son imposibles. No los
comprenderá. La confusión infaliblemente se adueñará de él. La
consecuencia es su paralización.
Ciertamente el lenguaje religioso del paraguayo no es el lenguaje
teológico de aula. Naturalmente no podrá utilizar el lenguaje teológico puro
a causa de su abstracción porque no le dirá. Sin embargo, su lenguaje, no
por eso, dejará de ser menos teológico para él. Significará el valor religioso
que hace a su fe, y, si se prefiere, los valores religiosos cristianos que son
objetos de fe. Las palabras, que usa están cargadas de teología o le hablan
de Dios y de todo el contenido de su fe cristiana.

155
Podríamos dividir las palabras que se refieren directamente a Dios,
a Jesucristo, a la Iglesia, a los Sacramentos y a los santos. Quizás no se
encuentre en condiciones de aclarar muy bien o nada bien el significado de
las expresiones, pero esas expresiones ciertamente le resultan
imprescindibles para la comprensión de los valores religiosos y su
comunicación.
Para muestra echaremos mano a algunas palabras.
Dirá “Padre Eterno”, refiriéndose al Padre, la primera persona de
la Santísima Trinidad, en su comunicación familiar y diaria. Decir “Padre”
para el paraguayo es hablar del padre natural. El problema del guaraní
necesita diferenciar a Dios Padre del padre natural. La diferencia
fundamental entre Dios Padre y el padre natural estaría en que el uno es
eterno y el otro es muy temporal.
La Santísima Virgen o la Virgen María. Por siglos en estas
tierras María, a la madre de Dios, se la llama “La Santísima Virgen” o “La
Virgen María” o a veces “María Santísima”. En guaraní “Tupãsy” es
sinónimo de la Santísima Virgen por más que la palabra signifique “Madre
de Dios”. De ahí que los poetas digan a su amada “che tupãsy” o la Virgen
adorada. Cuando hoy decimos “María” refiriéndose a la Virgen, el
paraguayo recuerda a cualquier otra María sin que se le ocurra pensar en la
madre de Dios. A los escrituristas y a los protestantes les resulta natural
llamarla María a secas.
“Jesucristo o Ñandejára Jesucristo”. “Cristo” no significa nada
para el católico paraguayo. Nunca dicha palabra sola se refirió a Jesucristo.
Jesús a secas, tampoco. Estas palabras legítimas escriturística y
teológicamente carecen de resonancia anímica para él. De tal manera que
“kiritó”, la guaranización de Cristo ya llevada a cabo en los primeros
tiempos de la colonización, suena hoy a palabra burlesca. Los curas y
religiosos fanáticos de la palabra “Cristo” tienen que saber que no dicen
nada al paraguayo, nada que tenga resonancia anímica. “¿Qué será cuando
llegamos a la ridiculez de llamarlo el “flaco”?
"San". Esta palabra es importante para diferenciar al hombre
común de los que gozan de la presencia de Dios. A los que nos consta que
se encuentran en la presencia de Dios, siempre se los llamó "santo". Suena
muy mal al oído del paraguayo decir el “evangelio” de Lucas o Mateo
156
porque es probable que estos nombres en nuestro recuerdo estén
relacionados más bien con personas ridículas por deficiencias físicas o
morales.
"Eucaristía". Esta palabra tampoco significa nada. Nunca el
pueblo paraguayo la utilizó. La Eucaristía fue siempre el Santo Sacrificio
de la Misa, y con relación a Jesucristo reservado en el Tabernáculo, lo
llaman el “Santísimo Sacramento”. En consecuencia, por ej., cuando yo
decía “La Eucaristía para el nuevo Paraguay” yo no decía nada al
paraguayo. Eso sí que era “flatus vocis”. Predicamos en el desierto. Gastar
saliva, energía y buena voluntad para nada. Mejor sería no decir, con lo que
seríamos menos perniciosos.
“El nuevo nombre de la caridad” Primero nos metimos con el
desarrollo y luego con la promoción. Al final, el que no hacía la promoción
no era cristiano.
Casi tiramos por la borda la asistencia sin darnos cuenta de que la
promoción es también un tipo de asistencia; lo que llamábamos de una
manera comprensible para el paraguayo “enseñar al que no sabe”. Se halla
consignado entre las catorce obras de misericordia. Probablemente hoy ya
desconocemos esas catorce obras de misericordia.
Tanto el “desarrollo” o la “promoción” no son comprensibles para
el paraguayo de mentalidad concreta. Al contrario, comprende, “enseñar al
que no sabe” cultivar, no saber cuidar la salud, ordenar un hogar... tampoco
comprenderá la frase “enseñar a ser más”. ¿Qué significa ser más?
Estas pocas muestras nos demuestran que salir del mundo del
lenguaje religioso del paraguayo, no sólo somos inocuos en el campo de la
evangelización sino, lo más grave, somos perniciosos. Des-evangelizamos.
Quitamos al paraguayo su cristianismo. Del método a aplicar en el caso
paraguayo se hablará en el inédito libro “La catequización del paraguayo
católico”.

157
CAPTTULO XXX
LA FENOMENOLOGÍA DEL
“CATOLICO PARAGUAYO”

Seria incompleta la visión del paraguayo si no lo vemos en cuanto a


católico porque él mismo se considera “católico, apostólico, romano”

a) Su definición y característica

Así como le resulta fácil proclamarse paraguayo, al paraguayo le


resulta fácil definirse en su condición de hombre religioso. Su timbre de
honor es ser católico. En cualquier momento dirá “yo soy católico,
apostólico romano”. Esta es su definición y la razón de su superioridad.
El católico paraguayo cree que el que no está bautizado no es gente.
Es algo parecido, muy cercano a lo animal. No puede imaginar que alguien
no se bautice o no esté bautizado. Fundamentalmente esta es la razón por la
cual se considera superior al indígena. La palabra “te‟yi” la pronuncia con
mucho dejo de desprecio, así como la palabra “kamba” o negro.
E1 “católico paraguayo” en cierta medida no está muy errado en
cuanto que el hombre perfecto conforme a la justicia de Dios es el cristiano.
Ojalá el paraguayo mantenga este timbre de honor sin el dejo de desprecio
para nadie y procurando que todos alcancen la estatura humana adquirida
en Jesucristo y con Jesucristo.
Este señor no solo se proclama católico, apostólico, romano sino
también es una persona muy religiosa con una característica de que siente
muy cerca de sí a Dios y ve la mano de Dios en todos los acontecimientos.
Comprenderá las causas segundas, pero verá en ellas la mano de Dios. Le
resulta fácil comunicarse con Dios. “Che añe‟e Nandejárape”. El habla con
Dios. Dios nunca es extraño ni amenazante ni en el caso de su estado de
pecado. No sé si tiene muy claro e1 concepto de pecado. En realidad la
palabra pecado no significa nada para él. Es una simple palabra. Lo que
tiene peso en su conciencia es el “mba‟evai” (cosa mala). Pecado tiene
sentido muy restringido, estereotipado mientras “mba‟evai” tiene un
sentido muy amplio.
158
Abarca a todo lo incorrecto. Su espíritu contemplativo le hace
propenso a la oración y a la oración recitada, dada la cadencia de éste.
El Dios cercano se explica por su carácter contemplativo. No aleja
a Dios con el discurso o razonamiento. El razonamiento aleja las cosas,
especialmente a Dios que poco o nada cabe dentro del raciocinio. Cuando
comenzamos con las premisas que serán hipótesis o simples datos de la Fe,
comenzamos a convertir a Dios en un extraño; un alguien desconocido que
requiere juegos de ideas para ser conocido, pero al final uno queda con un
mayor desconocimiento que antes de comenzar el razonamiento. De ahí que
las cinco vías de Santo Tomás nunca convirtieron a nadie, mientras los
momentos, los simples momentos de comunicación con Dios por medio de
la actitud o una impresión de lo sublime o la necesidad de una justicia
superior lo han logrado.
El paraguayo no está muy convencido, existencialmente
convencido de que un concubinario, por ej. no pueda confesarse. Este, de
ninguna manera, se considera alejado de Dios. Lo que le sucede es que
acata, simplemente acepta lo que la Iglesia le dice por medio de los
encargados de enseñar. No sentiría ningún cargo de conciencia para llevar
una comunión diaria. Hasta ésto. Es un familiar de Dios. Él no teje teorías.
Tiene cerca a Dios y lo quiere tener más cerca. Si hiciera teoría,
probablemente diría: “qué le hace a Dios que haga esto o aquello”. Pero su
religión no es razonada. ¿Es necesario que sea razonada? Para él no, porque
comenzaría a alejar a Dios con el que vive feliz por la cercanía “che ndahái
Tupaópe, pero añembo‟é che rogápe”. (Yo no acudo al templo, pero rezo en
casa).

b) Su evangelización

El primer problema de su evangelización fue la transmisión o


predicación aculturada o, si se prefiere, transculturada. No se llevó en
cuenta los valores y el lenguaje del guaraní. Ciertamente pronto se contó
con el catecismo mínimo del Concilio limense de 1583 en guaraní. Pero el
lenguaje de un pueblo no consiste en una simple hilvanación de palabras,
en qué consistiría un idioma sin los signos, los símbolos y la relación de las
palabras con los valores. Se le inculcaron al paraguayo los valores en un
159
vehículo o lenguaje extraño. No se comprendió la realidad cultural.
Ciertamente en la Edad Media la antropología se confundía con la filosofía
y no era posible comprender la cultura de los pueblos y la importancia de
esa cultura como medio de comprensibilidad.
Una evangelización defectuosa, la que se ha llevado a cabo
siempre, a excepción seguramente de los judíos, y, en un momento, los
griegos. Por lo cual la asimilación del cristianismo siempre fue muy lenta,
aún en tiempo del catecumenado.
Esta evangelización defectuosa tiene por secuela inmediata la
superficialidad de los valores religiosos asumidos. Junto a la superficialidad
se ubica la cantidad relativamente escasa de valores bien insertos en la
psiquis del evangelizado. Por la repetición y en consideración de su mayor
adecuación al interés, los valores adquieren menor o mayor vigencia. Otra
de la razón de la vigencia de los valores sería una cierta relación que existe
con la cultura en la que se pretende insertar el cristianismo. Por ej. el
adulterio. Lo que mucho importa es el ropaje signológico para la
comprensibilidad del hombre; lo es mucho más importante aún para el
paraguayo cuya lengua es totalmente descriptiva. Los valores que se
adecuan al tipo de cultura son fáciles de ser aceptados aunque no se
comprendan muy bien.
La no comprensibilidad apareja el problema de quedarse con la
cáscara o con los signos, a lo que hemos llegado en el Paraguay; a un
cristianismo de signos-valores, que están a un paso de la folclorización o de
que los signos se conviertan en simples costumbres sin ninguna
connotación religiosa. El caso de la fogata de San Juan o el “judaskái”.
Conforme al tipo de cultura, como la tribal, el ámbito existencial
evangelizado es el ámbito de las relaciones primarias: las de la familia, de
los vecinos, las relaciones directas de persona sin incluir la multitud en
cuanto a multitud, en cuanto miembro de una sociedad sirio en cuanto a que
es el próximo (no en cuanto en su connotación de persona humana sino en
cuanto prójimo).
El lenguaje religioso en la evangelización de las relaciones
humanas llegó a las obras de misericordias: 7 materiales y 7 espirituales.
Las relaciones primarias imponen al paraguayo católico a ayudar al
prójimo aunque sea mintiendo. La mentira no es un anti-valor muy
160
pronunciado para él en ciertos casos. Por ej. si viene un requerimiento de
que una persona necesita una constancia de que es un trabajador o
referencia de trabajo anterior, para que se le pueda proporcionar trabajo,
cualquiera, incluyendo al cura, le va a proporcionar un certificado falso.
Los valores y principios irrenunciables son los siguientes:
1) La oración, en primer lugar. El que no reza no es católico. Se
tipifica por ella. El paraguayo es un hombre de oración. Confía plenamente
en ella. Pero mucho más en las oraciones hechas. Estas gozan de una fuerza
independiente del orante. Es que son las palabras que se concretan en un
conjunto de letras, y se relacionan en las frases.
La oración para el guaraní era la expresión de su espíritu religioso;
su comunicación con Dios, y el camino de la sabiduría. Dios se comunica o
comunica la sabiduría por medio de la oración.
El sabio es hombre de oración. El hombre consagrado debe ser
hombre de oración. Según el paraguayo el Pa‟í o religioso es un hombre
que ora. El poder espiritual incontrastable lo tiene el Pa‟í porque es un
hombre de oración. Lo que no se puede conseguir con la oración del
sacerdote es algo imposible de obtener (ni pa”i ñembo‟épe ndoiko mo‟ãi).
2) El Bautismo. El que no se bautiza es casi un animal. Se hace
hombre verdadero por el bautismo. La palabra “mongarai”, “añemongaraí”
hacerse señor, alguien importante, dentro de la comunidad. Esta sería la
razón por la cual el paraguayo considera de absoluta necesidad al bautismo.
El que no se bautiza no es “karaí”, no es nadie o casi nadie. El hombre debe
ser bautizado, el animal no se bautiza. Pero el paraguayo no sabe por qué el
bautismo es importante ni tampoco el signo del bautismo.
3) La confirmación también es muy apreciada. La razón consciente
casi no existe. “Na ñandé ovíspoi ramo, na ñande kristiano pai”. No somos
cristianos completos si no nos confirmamos. Por recibir estos sacramentos
se hará cualquier sacrificio y será un desdoro no haberlo recibido.
4) La Primera Comunión ocupa un lugar prioritario, antes que la
Confirmación. No es posible comprender a este católico apostólico romano
que no haya hecho la Primera Comunión; y la máxima expresión de su
catolicismo es haber hecho siete veces la Primera Comunión. Luego quizá
no vuelva a comulgar. Pero se justificará con que ha hecho siete veces la
Primera Comunión.
161
La Primera Comunión es el acontecimiento comunitario y todo el
conjunto de fenómenos que hacen a la Primera Comunión. No es
propiamente el recibir por primera vez a Jesús Sacramentado sino participar
del acontecimiento comunitario en que algunos reciben el Sacramento por
primera vez.
Recordemos que el paraguayo lleva todavía mucho de carga
comunitaria en el fondo psíquico. Los padres se consideran responsables de
la situación religiosa de sus hijos. Si tienen un hijo concubinario, dejan de
comulgar y confesarse por considerarse también imposibilitado de recibir el
perdón. Participa de la condición del hijo.
5) Los Santos. Los santos son las imágenes, especialmente las
talladas. Los que tienen imagen son santos. Entonces Jesucristo también es
un santo. Lo que no quiere decir que lo iguala a los santos propiamente
dichos. “Ñandejára Jesucristo” nunca será igual a San Antonio por ej. Las
zonas evangelizadas o más evangelizadas consideran una falta muy seria no
poseer el crucificado. El caso de notar es que el católico paraguayo profesa
un monoteísmo en que el único Dios es “Ñandejára Jesucristo”. Las demás
personas de la Santísima Trinidad son categorías mentales. Quizá se deba a
que se lo predica a Jesucristo casi exclusivamente, y, es el único que obra
visiblemente a favor del hombre.
El nicho de los santos es muy interesante en cuanto que convierte al
hogar en una Iglesia con su réplica del retablo de los templos parroquiales.
Cuantos más santos acumula el paraguayo en su nicho y con el crucificado
en el centro, mejor.
El marianismo. Constituiría un peligro en zonas de cierta debilidad
evangelizador. María puede reemplazar a Cristo y crear el marianismo.
6) Se sacramentalizan todos los signos cuyos significados se han
perdido en su proceso de vaciamiento: el doble o el repique de la
campana...
7) El adulterio. Es muy grave. Las relaciones prematrimoniales
nunca serán consideradas malas o “mba‟e vai” aunque lo llamará pecado si
se le obliga a hacerlo sin la connotación real de pecado; en última instancia
esas relaciones no serían nada especial. Consecuentemente el concubinato
no será “mba‟evai” ni las relaciones sexuales de las aventuras
circunstanciales. Pero sí las relaciones extramaritales de los cónyuges. Los
162
guaraníes consideraban extremadamente grave; los mellizos, considerados
frutos del adulterio, se los llamaban “mitã yo‟ã” y se los mataba. De ahí
que las familias aunque no muy bien constituidas, tienden a rechazar los
adulterinos tanto para esposos como para esposas.
8) El Orden Sagrado ni pensar entre los paraguayos. Absolutamente
desconocido. Existe el Pa‟í, que es una institución guaraní. Los Pa‟í eran y
son personas respetables, por lo general, de cierta edad, de larga familia y
consecuentemente personas de consejo.
La virtud principal del sacerdote por lo general se basa sobre su
don de consejo. “Nunca nos da malos consejos”. Es el sabio. Aquí se
comprenderá el verdadero significado de “paíma he‟í”.
El Obispo es un personaje muy relacionado casi exclusivamente
con la Confirmación. Y el Papa un personaje muy grande, insuperable, el
más destacado ante sus ojos. Más idea al respecto no hay que exigírsela.
Sigue pensando o con su juicio de valor igual a los guaraníes. La
evangelización perdurable es la que se realiza mediante la evangelización
de la cultura.
9) La Eucaristía es un Sacramento desconocido en cuanto a Misa,
utilizado más que nada para sufragio por los difuntos y para cierto realce de
los acontecimientos sociales. Por lo general es un relleno en las citadas
fiestas. Quizá se la considere el momento apropiado para el matrimonio.
Pero probablemente también aquí sea un relleno.
10) La Penitencia es un Sacramento relativo. Sirve para que
comulguemos. No se tiene porqué confesarse cuando no se va a comulgar.
Y muchos consideran casi un pecado haberse confesado y no comulgar. Por
lo menos se acercan a contar al sacerdote el problema de haberse confesado
y no haber comulgado, antes de acercarse a la Mesa eucarística.
¿Causas? Ya las hemos considerado al principio. ¿Cómo recuperar
los valores sacramentales? Un medio imprescindible pero que no está en
nuestras manos. Es la Liturgia, una liturgia más comprensible mediante un
lenguaje de signos, palabras y expresiones. La Liturgia romana será
perfecta teológica y estructuralmente, pero pedagógicamente es
absolutamente deficiente. Su lenguaje incomprensible para el paraguayo.
11) El cristianismo del católico paraguayo está muy marcado por
sus devociones personales, familiares y comunitarias vecinales. Lo vemos
163
en el caso de la novena por los muertos; Oración al “abogado”; oraciones
antes de dormir; el Rosario y las novenas; las procesiones y
peregrinaciones. Las procesiones son actos de acompañamiento al santo
“ambovy‟a haguá ore patrónpe”. Una manifestación de comunión con el
santo. Lo que sobresale en el paraguayo es su propensión a la oración
personal.
12) Los valores morales: el respeto, la hospitalidad, pero al nivel de
personas no a nivel de valor de comunidad a causa de su cultura tribal. Su
fuerte no será la solidaridad sino la ayuda al que ve necesitado. Su relación
primaria lo traiciona.
La mentira no es “mba‟evai”„. Hasta le resulta una satisfacción
poder mentirle a alguno porque lo convierte en ridículo.
Le causa mucha gracia relatar cómo engañó a éste o a aquel. Luego
terminará el relato con el consabido “ivyro”.
Al contrario, es siempre malo el robo. Este no es sólo pecado sino
“mba‟evaí”. Tratar al paraguayo de ladrón es el peor insulto. Ni el más
asaltante acepta que se lo trate de ladrón. Tiene un miedo espantoso a que
se le reconozca ladrón de tal suerte que es providencial que los abigeos
descubiertos siempre matarán al que lo haya visto en su fechoría. No es
problema de la cárcel. De ésta se sale de cualquier manera. El problema es
que sea considerado ladrón en público o le considere ladrón. Ese baldón es
imborrable y execrable.
13) El gran valor religioso, insuperable, el máximo concebible es la
Semana Santa. El único memorial real de la Pasión, Muerte y Resurrección
de Jesucristo es la Semana Santa en la que se representan las escenas de la
Pascua. Mediante la representación el paraguayo se compenetra del
acontecimiento de la salvación. La Misa no es para él siquiera una parodia
del memorial.
El día que el paraguayo llegue a comprender o le hagamos
comprender signológicamente la Misa como memorial, será un
empedernido mísero; apreciará la Misa como aprecia la Semana Santa.

164
CAPÍTULO XXXI
EL PARAGUAYO Y EL OTRO

LA COMUNIDAD

El otro es todo lo que no sea el individual. El otro es múltiple y de


diversas índoles. Puede abarcar desde el Estado hasta los animales
domésticos que conviven con él en la casa. ¿Cómo lo considera el
paraguayo?
Si no lo observamos al paraguayo dentro de su cultura, su
procedimiento nos resultará incomprensible. Quizás necesitamos además
poseer algún conocimiento rudimentario siquiera de su carácter. Bien
sabemos que todo hombre está fuertemente condicionado por su cultura y
por su carácter ni qué decir.
El paraguayo vive interiormente en el mundo que ha recibido
aunque los moldes sociales presentes ya no le correspondan. Su óptica de
las cosas es la de sus antepasados. Él aporta muy poco para cambiar el
enfoque heredado de la vida.
Normalmente sigue las pautas de procedimientos aún mucho
tiempo después que hayan desaparecido los elementos condicionantes de
dicho procedimiento. Los siglos, por ej., no han borrado en el paraguayo la
actitud de paternidad responsable del hombre del bosque: libre y
desembarazado de toda carga e impedimento a fin de actuar rápidamente en
el caso de peligro para la familia.
Ya no acechan en su camino enemigos emboscados, pero su actitud
no ha cambiado.
El paraguayo no ha llegado sino a la cultura de relaciones primarias
en sus dos momentos: familiar y tribal.
La familia y la tribu son grupos de personas atadas por un interés o
conjunto de intereses comunes. La finalidad más fuerte en ambos grupos es
la supervivencia. Por eso la descendencia numerosa constituye un
imperativo ineludible. La inconsciente voz de la especie resuena con mayor
fuerza en estos grupos primarios humanos.
165
El clan se acerca más a las comunidades de relaciones secundarias
o sociedad. A las familias que lo componen les unen la sangre y cierto
afecto medio romántico. El clan puede desencadenar un conflicto grave por
la ofensa a una de las familias miembro, pero paradójicamente la dejará
extinguirse en la miseria sin pasarle la mano de manera efectiva.
En la familia y en la tribu, sin embargo, todo es comunitario, hasta
la enfermedad, la salud y la muerte. Naturalmente también la producción y
el consumo. Si son agricultores, cultivan juntos y si son simples
recolectores, recolectan juntos. Si el cultivo es individual o familiar, el
consumo es comunitario. Como la caza y la pesca son para consumo de
todos. Y uno de los objetos de un cuidado de mucho esmero serán los
niños, cuya educación también será comunitaria.
Hay muchos indicios de que el paraguayo sigue siendo hombre de
relaciones primarias fundamentales. Le resulta imposible por ej.: concebir
que alguien se encuentre en su comunidad y no le preste ninguna atención.
Lo tiene que saludar.
No hace muchos años, un sacerdote argentino que realizaba
trabajos pastorales en las “Villas Miserias” de Buenos Aires se vino al
Paraguay y se hospedó en la Curia de Villarrica. Una mañana salió a dar un
paseo por las calles. A su vuelta me dijo: “chéee, increíblemente muchos
me conocen aquí. Resulta que él miraba a los transeúntes y éstos lo
saludaban, cosa que se hace con las personas requeteconocidísimas allá en
B. Aires. Nos había medido con el parámetro porteño.
Otra costumbre muy nuestra es acosar con preguntas a una persona
extraña que llega a una comunidad. Un amigo mío que estudió por varios
años en el extranjero, se molesta sobremanera por semejante actitud del
paraguayo. “¿Qué mierda le importa de dónde vengo, a dónde voy o qué
me trae por aquí? ¿Qué le interesa?”, me dijo una vez.
Quizás no exista un interés concreto o no concreto, pero es el modo
de trabar conversación con el nuevo miembro de la comunidad. A un
extraño en serio, le hablaríamos del tiempo o de los rumores del Lejano
Oriente. Pero el que se encuentra con nosotros en la comunidad, se ha
convertido en miembro de la comunidad.

166
Entonces es lógico que me interese por su persona; qué cometido le
trae o trae entre manos; de dónde proviene y por cuánto tiempo
permanecería entre nosotros.
Damos por supuesto, en el Paraguay, que las preguntas nunca se
referirán a la intimidad del interlocutor porque la intimidad es sagrada. Si
existen dos con quienes intimar un paraguayo, sería una demasía. Lo
normal es que no exista ninguno.
A los extranjeros, después del momento de extrañeza, les encanta
esta actitud de los paraguayos. Se sienten en un mundo humano en que los
hombres son algo digno de atención. De repente el anónimo hombre de las
grandes ciudades se siente alguien. En este mundo de las relaciones
primarias lo importante son las personas.
Las funciones quedan en segundo plano.
En el Paraguay no es raro ver a los funcionarios públicos platicar
amenamente con uno o dos, en vez de atender sus respectivas funciones. Es
que no es posible hacer otra cosa. Ha llegado un amigo o un recomendado
del amigo. Pues hay que atenderlo con mucha deferencia. El Paraguay es el
país de los amigos, parientes y compadres donde nada es imposible.
Cuantos más amigos cuentas, más perspectivas se abren en la vida.
Por el amigo hasta se puede desvalijar la nación.
Sin embargo es notable la proliferación de la maledicencia. Es que
la maledicencia es una característica de la comunidad. Pero, en ella, no todo
es negro; tiene su lado positivo. Algo incomparablemente peor es la
indiferencia.
El maledicente considera que el otro es digno de atención y
consideraciones preferenciales, de tal suerte que se lo convierte en el centro
de las preocupaciones, mientras, que la indiferencia lo ignora. Cuando en
una comunidad nadie habla de ti, considérate muerto socialmente; ya no
eres nadie.
¿Qué hacer con un extraño que, por pisar dentro de los límites de la
comunidad, es considerado automáticamente miembro de ella? La pregunta
ya tiene su respuesta. Pues, si es miembro, hay que acogerlo y acogerlo con
alegría, proporcionándole todas las comodidades con que cuenta la
comunidad o la familia. A este advenedizo o peregrino de otros lares, se lo
llama aquí “mbohupá”, palabra que literalmente traducida significa: a quien
167
se ofrece la cama para dormir o pasar la noche. El paraguayo le otorga
todos los privilegios. Él dormirá en el suelo y el “mbohupa” en la cama. Le
servirá la mejor cena posible dentro de sus limitaciones de medios. Cuando
no tiene nada bueno para agasajar al mbohupá”, lo pedirá al vecino. Hasta
hace relativamente poco el “mbohupá” dormía en la pieza de los dueños de
casa. Las malas experiencias con las gentes del mal vivir quitaron esta
costumbre recién anotada con relación al “mbohupa”.
Pero no por eso ha dejado de brindarle todas las atenciones que les
sean posibles: tereré, mate, comida y lugar para dormir.
Mons. Sinforiano Bogarín dice que el paraguayo es desagradecido.
Yo diría que más bien que no agradece. En último caso este paraguayo le
dirá a Ud. un simple “Dios se lo pague” o un insulso “muchas gracias”. Y
todo termina aquí. Nunca se sentirá obligado por el servicio que se le
presta. Quizá alguna vez diga, como si fuera la cosa más natural del
mundo: éste me salvó la vida o salvó la vida de mi hijo. Pero nada más. Lo
dice con toda naturalidad, de tal suerte que uno presiente que considera el
hecho algo debido, algo que se le hizo y que se le tenía que hacer desde ya.
Él, pues, tiene derecho a lo que se le prestó en calidad de servicio. La
comunidad se lo debe por ser miembro de ella.
Entonces ¿por qué agradecer?
Lo que se da a uno, todos tienen derecho a ello. Cuando a un
indígena se le da algo, lo recibe y dice: “oiméko avei cheirünguéra”
(también están mis compañeros). Él no está solo; es miembro de un grupo.
Cuando a un paraguayo se lo invita a subir a un vehículo particular, al
abordarlo, él se pone a invitar a los demás para que también suban. El
vehículo le pertenece. Si se le preguntara por qué lo hace respondería:
“ha‟ekuéra ko ohosé avei” (ellos también quieren viajar).
Si se le advirtiera que vive en un mundo individualista, se
avergonzaría y consideraría un abuso su procedimiento. El paraguayo es un
hombre fuera de su mundo.
En el mundo comunitario el defecto vergonzoso es la tacañería.
Cuando el paraguayo tacha a alguien de: “imo‟ôpí” o “miserable”, su
expresión se carga de un profundo desprecio. El “mo‟opí” niega a los
demás lo suyo. El robo asimismo es también un defecto de raíz anti-
comunitario. Para el paraguayo el peor insulto es ser tachado de ladrón. Sin
168
embargo, el matar no lo considera tan denigrante; a veces ni siquiera
denigrante. Lo es solamente cuando se lo perpetra con cobardía. Pero el que
mata exponiendo la vida es digno de loa y respeto. El paraguayo admira el
coraje porque él no lo posee. Él es temerario. Con facilidad pierde la
conciencia del peligro.
Este sentido de la comunidad es tan profundo que lleva al
paraguayo a una identificación con el grupo familiar o local. No importa
que la comunidad se una por un lazo de sangre; basta el vecindario o la
convivencia; basta la unión por la misma tierra, el “tekohá”. El paraguayo
dice: yo soy Paraguay “chéko mitã Paraguái” o “chéko mita Yuty”… De la
misma manera se identifica con su dirigente que así se convierte en una
persona corporativa. Supongamos que sea partidario de un López, él
entonces dice: “chéko López kuéra hina”. Así que el seguidor de López se
considera López en cierta medida.
Se me ocurre que, cuando traduzcamos la palabra cristiano
conforme a la mentalidad paraguaya, diremos: kristokuérava.
La comunidad del paraguayo abarca no sólo a los vecinos y a los
“mbohupá” sino también a los animales domésticos, especialmente los
animales menores en razón de que éstos conviven en la familia.
No así los animales mayores como vaca y caballo por más
apreciados que fueran éstos porque no son muy familiares; más bien están
al servicio de la familia; no viven bajo el mismo techo y en la misma
cocina.
Las gallinas, perros, gatos, comen prácticamente, con los dueños.
Normalmente no quiere que la comida se les sirva a los perros en el suelo.
Si no se les da de comer en el plato de los dueños, se los dotará de sus
propios platos. La gallina desova en la cama y empolla en el mismo
dormitorio. La enfermedad del pollito es todo un drama y la muerte de un
perro una tragedia. Al perro lo llama como si fuera hijo, le llama “che
ra‟y”. Al perrito o el gatito durante su desmame se lo tendrá en el
dormitorio o junto al dormitorio a pesar de la molestia que ocasiona con su
interminable maullido o aullido. La muerte de una vaca o de un caballo no
será tan trágica como la de estos animales menores aunque su dolor y su
agonía siempre le resultarán insoportables. Preferirían verlos ultimados que
verlos sufrir.
169
Hay una especie de chiste macabro que tiene mucho fondo de
verdad. Dice así: mi compadre me maltrató tanto, tanto, tanto que no tuve
otra alternativa que dispararle un balazo. Cayó. Gemía tan lastimero que no
pude aguantar porque soy muy sensible y me partía el corazón. Tuve que
pegarle el tiro de gracia.
El único camino para comprender en su verdadera dimensión el
Patriotismo del paraguayo es este complejo mundo comunitario. Para él no
es algo diferente del amor a sí mismo, a su familia, a su tierra, a sus
animales y a su modo de vivir. Su patriotismo no es el amor a un símbolo
más o menos abstracto sino algo concreto, tangible y hasta ponderable. La
patria, pues, para el paraguayo no es la tierra de sus padres ni la herencia de
sus antepasados sino la tierra suya, hoy con él dentro, integrado a ella.

PRACTICAS COMUNITARIAS

El “caruguasú” o comida comunitaria. Está práctica es común


entre los aborígenes, en especial, para festejar la cosecha y agradecerle a
Ñanderuvusú. De ahí que el banquete o caruguazú de la “novena pahá”
tomó carta de ciudadanía entre los paraguayos. Se halla dentro de su
mentalidad cultural y coincide con su práctica religiosa. Lo mismo diremos
de la comida de recordación de la última cena del Jueves Santo. Ciertos
“carúguazú” son instituciones intocables.

El “óga guazú” o casa paterna. Hasta el presente se registra la


tendencia de que los hijos casados se afinquen en los alrededores de la casa
paterna formando una familia grande. Aún más, no es nada extraño que
algunos de ellos vivan con toda la familia en el “ogaguazú”, a veces,
echando casi toda la carga de la manutención sobre los abuelos mientras
éstos son felices. Su vida será dura pero le da la satisfacción de que al padre
se lo siga considerando padre y a la madre, madre.
Se da por descontado que, si los chicos quedan huérfanos, se
refugiarán en el “óga guazú”. Y cuando los abuelos ya no se hallan con la
fuerza para cargar con el peso de la crianza de los niños, a los huérfanos los
retiran sus tíos aunque éstos estén cargados de hijos.

170
El lema es: donde comen dos, pueden comer tres. El parentesco es
un vínculo fuerte entre nosotros, pero el más fuerte lo constituyen los
padres, a quienes se los llama en guaraní “oga ytá”, el horcón, la mata, el
cimiento de la familia. “Petei óga ytá omanó vove, ta‟yrakuéra
isarambipa‟haguáma”. La muerte de los padres descompagina la familia o
produce su desbande.
La práctica de la “minga” siempre se aduce como signo de comunitariedad
de nuestro pueblo. Creo que sí, aunque la “minga” nunca pudo haber
nacido entre los guaraní, tribu semi-nómada y con una agricultura
rudimentaria coexistiendo con la práctica de la recolección. La “minga”
supone una estructura social que haya superado el estado tribal. Se practica
entre las personas que poseen parcela propia de cultivo. Entre varias llegan
a un acuerdo de trabajar juntas, pero no para provecho comunitario sino
personal. La “minga” ha encontrado un eco favorable en el paraguayo, pero
no así la cooperativa que pertenece a una estructura social-económica
mucho más complicada: la sociedad de orden económico.
La experiencia de orden económico no ha sido satisfactoria para el
paraguayo.
La grabó en un “ñe‟enga” “mboriahú sociedá ha yaguá ñuvãití,
ñorãiróme opá”. En algunos lugares se dice “jaguá colléra” y en otros:
“Yaguá ñuvãitú Collera” (encuentro de perros siempre termina en peleas),
En una sociedad de orden económico la unión natural de las
personas en una comunidad es sustituida por el interés que es un elemento
radicalmente anti-comunitario; disociante. En esta sociedad
paradójicamente la codicia sería el vínculo de la unidad. La codicia, por
supuesto desune porque se adueña del corazón del hombre. Es egoísta.
La unidad basada en el interés es una unidad muy débil; y lo es
mucho más entre los pobres, pues el pobre no aporta sino poco y lo poco
reditúa poco. Pero el pobre juntó su poco con el poco del otro a fin de que
juntos se convirtiera en mucho, con la esperanza de mucha ganancia.
Desgraciadamente lo poco no produce lo mucho. Entonces el pobre que
puso todo lo que tenía, sospecha de la honestidad del socio. La sospecha es
mutua. La consecuencia: la ruptura entre los socios. Sin embargo, en la
comunidad se vive tranquilo con lo poco porque no se lo mancha con el
egoísmo o la codicia.
171
El paraguayo acepta la cooperativa a regañadientes a pesar del gran
esfuerzo que se ha gastado en establecerla aún por medio de la Iglesia, ya
por medio del Estado y entes autónomos ad hoc. En cierta medida, el
“mboriajhú sociedá” rige en la cooperativa. Pero, ante todo, esta
organización no se adecua a la estructura psicológica social del paraguayo.
Ciertamente la cooperativa de los grandes capitales marcha “viento
en popa a toda vela” porque en ella rige otra mentalidad y donde
lógicamente la ganancia salta a la vista y es satisfactoria.
Suele repetirse ya como un lugar común que el paraguayo es
individualista. Sin embargo estamos observando que el paraguayo es más
bien comunitario. Eso sí, se lo está sacando de este el claustro materno
comunitario, y desde ese momento se han acentuado en él el orgullo, a
veces, superlativo, la suspicacia y su personalismo.
El paraguayo es personalista. Se considera importante. Además es
un hombre aferrado a lo suyo, ya sea a sus sentimientos, ya sea a sus
ideas...
Como es secundario, lo que se le ha grabado queda realmente
grabado. Difícilmente se lo puede arrancar. En última instancia se calla y
sigue su camino con sus propios pensamientos. Si se lo obliga, recurre el
“kysé yvyrá”. Se calla, no responde, pero sigue con lo suyo simulando que
no entiende nada de lo que le sucede y se le dice. ¿Cómo convencer al
paraguayo? Se lo puede alienar con la fanatización utilizando en su contra
su afectividad o explotando su fuerte sentimiento y su comunitariedad.
La experiencia de lo privado o interés personal le ha arrastrado a
desavenencias graves por cosas, al parecer, de poca monta. “Kuré cosé ha
yvy pléito, jejukápe mante opáva‟erã”. El caso de los cerdos dañinos y
pleitos por tierra infaliblemente terminan en asesinato. Su orgullo con la
profundidad de sus sentimientos no le permite recurrir a las palabras sino a
los hechos.
Las antinomias comunitarias. Las dos antinomias que citaremos
sería más bien la confirmación de su comunitarismo. Aparentemente son
prácticas anti-comunitarias pero no lo son.
“Tojehechakuaa ha’é” (que se vea él). Esta frase se escucha aún
en el seno de la familia. Responde a un objetivo de educación. Supongamos
el caso de un niño que cae y no se levanta. Alguien lo quiere levantar y se
172
le dice “ehejá; tojehechakuaa ha‟e”, que se las vea él a fin de aprender a
solucionar su propio problema. No hay que sobreproteger al niño porque se
lo destruye. “Ose yva isy typói guygui, nda ikara‟yí araka‟evé”. El que no
se libera de la tutela de su madre nunca llegará a ser hombre de ley.
No dice: “na ikuimba‟e mo‟ãi”. El concepto de “kuimba‟e” es un
concepto simple, responde al de un varón generoso, que no pone reparos en
ayudar económicamente. El de “karia‟y” sin embargo, es complejo. No se
lo puede explicar con una sola palabra. Es el compendio de cualidades que
hacen de un hombre ideal: valiente, generoso en un sentido más amplio,
honesto, magnánimo y respetable; dueño de sí mismo.
El tercer concepto del hombre que suele utilizarse en vez de
“karia‟y”, es el de “arriero”, pero está mal usado. “Arriero” significa:
pícaro, inteligente, agradable y capaz de adaptarse a cualquier circunstancia
de la vida y de lugar.
El segundo caso en que se utiliza “ojehechakuaá ha‟e” es cuando
alguien se da en llevar a cabo algo que sobrepasa sus fuerzas y
posibilidades. El hombre, antes de comprometerse a algo, debe pensar diez
veces y medir sus fuerzas a fin de evitar el fracaso.
El paraguayo no piensa dos veces sino diez. El que dice y hace lo
primero que se le ocurre, es despreciable.
Hay que anotar que una exigencia de la familia y tribu son la
unidad y una férrea disciplina. Todos unidos a la cabeza, todos unidos entre
sí. Nadie compromete a nadie. Se hace lo que conviene y se debe hacer, y
nada más. Todos, absolutamente todos, desde el cacique hasta el último
niño recién nacido están obligados a esta ley fundamental. Si alguien las
quebranta, paga las consecuencias.
El díscolo apeligra al grupo. Entonces hay que educarlo.
“Tojehechakuaá” a fin de que no vuelva a extralimitarse. Si su inconducta
llega a conmover a los cimientos de la comunidad, no habría que dudar en
eliminarlo. Algunas parcialidades indígenas aplican la pena de muerte con
la más absoluta naturalidad, y el culpable la acepta con sumisión.
Dura es la educación de la vida por la vida. Por desgracia es la
única educación efectiva y rápida. “Una vénte mbarakajá opo‟êva tatápe”.
Uno se deja quemar una sola vez para aprender.

173
“Ñekuá ha jati’í nose porãiva”. El paraguayo no ayuda
espontáneamente al otro aunque se encuentre en apuros porque “ñekuá ha
jati‟í nose porãiva”. El voluntario y forúnculo no salen bien. La frase “nose
porãi” tiene doble sentido: Sale mal parado y sale en un inconveniente
lugar. El forúnculo sale siempre en los lugares del cuerpo donde más puede
molestar, en la sentadera, las axilas...
Efectivamente, el paraguayo no ofrecerá su servicio de ayuda sino a
condición de que se lo pida. La razón: el receloso paraguayo y sumamente
sensible evitará que su trabajo no se adecue al gusto del necesitado y
consecuentemente que éste se moleste y, al final, manifieste su
incomodidad o molestia. El paraguayo ni quiere molestar ni quiere ser
molestado. Se cuida al máximo para no ofender. Pero cuando ofende, lo
hace porque lo ha pensado diez veces y lo hace ya teniendo en cuenta las
consecuencias que podría acarrear. Aunque no es pendenciero, es
demasiado sensible para soportar ofensas y burlas, y olvidarlas.
Para el primario, el paraguayo es un pendenciero que va a las
manos por un quítame esas pajas.
Cuando se le pide el servicio, lo hace con gusto y de todo corazón,
pero siempre espera las indicaciones del interesado a no ser que, éste le
otorgue plena libertad de acción. Siempre espera las indicaciones del patrón
o del superior. Aquí no existe servilismo sino sentido práctico de
autodefensa ante problemas que podrían surgir sin necesidad, a su juicio.
Para utilizar al máximo la capacidad creativa del paraguayo, se requiere
darle absoluta libertad.
El paraguayo reconcentrado, introvertido y con su intimidad
celosamente guardada nunca puede saber el sentimiento del otro con
respecto a él y a su capacidad. Entonces es mejor evitar problemas. Esperar
que el interesado muestre su buena disposición con respecto a él pidiéndole
su servicio o ayuda. Para el paraguayo pedirle ayuda significa confianza en
su persona.

LA IGUALDAD

La primera consecuencia del sentido comunitario y del


personalismo del paraguayo es la igualdad que se manifiesta en el trato. Su
174
primer medio es la propia lengua, el guaraní, que carece de toda
discriminación en el trato. En él no existe como en el castellano el tú, Ud.
vuecencia… solamente el “ndé”. “Ndé” se le dice al chico, al adulto, al
campesino, y letrado y al doctor, al ricachón y al pobrucho, al soldadito y al
general, al simple ciudadano y al Presidente de la República. El padre en la
familia, aunque ocupa un lugar preeminente no es merecedor de un trato
especial.
En la tribu, la misma cosa. Cada uno es miembro de un grupo de
iguales; lo que no excluye el respeto. La igualdad no quita el respeto al
igual, con más razón cuando ese igual, tiene una función específica de
servicio, la del cacique o chamán. Su función nunca le dará derecho a
considerarse más que el otro. Es indigno el que se da de grande “ijejapóva”.
Sumamente odioso.
Las únicas distinciones se reservan al “karai” Según el dicho
popular sólo hay tres karaí en la comunidad: karaí pa‟í, karaí juez, karaí
comunitario. Y para reírse se suele añadir el cuarto karai, que es “karai
pyharé”, el duende nocturno o pombero. El “karai”„ se ha metido
profundamente en el alma del paraguayo y tiene una tendencia fuerte de
considerar karaí al extranjero. De ahí que muchos patanes franceses y
alemanes y de otras nacionalidades se han inyectado sangre azul en las
venas en nuestro medio. Este mal es una de las herencias de la dominación
española.
A las autoridades se les reserva una consideración especial. En las
tribus había solamente el cacique; luego, cuando las tribus fueron superadas
con una nueva estructura social, se le añadió el juez. El cacique también era
el juez. Pero el rol del sacerdote ya existía con mayor relevancia que el del
cacique. Era prácticamente el conductor de la comunidad; sus palabras eran
decisivas en cualquier circunstancia. Se recordará que Pativará fue quien
impulsó al cacique Ñesú para matar a San Roque González y los mártires
de Ka‟aró. Aun la destitución del cacique dependía del hechicero como lo
llaman a los cronistas de la conquista o el chamán como lo llaman los
antropólogos o el “avá pajé” o “avaré” como lo llaman los de su raza.
Un amigo mío que trabaja en un programa indigenista lo llama el
rezador, porque su función religiosa fundamental consiste en la oración. De
por ahí viene que el “karaí” por excelencia para el paraguayo sea el
175
sacerdote, que desgraciadamente en los últimos tiempos ha perdido mucho
su figura religiosa; quizás él mismo se haya esforzado por laicizarse. Ha
descubierto que él es un presbítero, uno del pueblo común, pero el pueblo
no acepta que el “avaré” sea el común de los mortales en su vida. Si es
como un cualquiera, pues, ha de ser un cualquiera. Pero, a pesar de todo, el
Sacerdote sigue siendo el gran “karaí” de la comunidad, aunque acabamos
de decir, un poco disminuido en su figura. Aun el más reconcentrado anti-
clerical paraguayo terminará en aceptar que los consejos y la educación que
imparte el sacerdote, no tienen parangón. Y consecuentemente a todos sus
hijos los encaminará aun colegio religioso.
Puede ser que una de las causas de la disminución de la vocación
sacerdotal se halle en que el sacerdote aparezca hoy un cualquiera.
El sacerdote nunca fue en el Paraguay un personaje misterioso ni se
dio el tono de gran señor, pero su función es considerada de una excelsa
superioridad porque se dedica al servicio de Dios. Para el paraguayo la
religión es fundamentalmente la relación con Dios: Cuando estábamos más
cerca de nuestro origen, la gloria del paraguayo era tener un hijo sacerdote;
y motivo de frustración no tenerlo, si su hijo ingresaba al Seminario.
Al paraguayo le agrada constituirse en autoridad. Esta es la única
vía dé obtener cierta preeminencia o distinción en la comunidad aunque
esta distinción no le acarree sino pérdida de tiempo y malos momentos. Se
siente ampliamente realizado cuando lleva colgado al cinto un revólver,
símbolo de su autoridad. El que manda en el Paraguay nunca renunciará a
su cargo por propia iniciativa. Todos nacieron para cacique o dictador a
perpetuidad. No está fuera del contexto psicológico-social del paraguayo
nuestra historia plagada de dictadores a corto y largo plazo, a nombre
personal o a nombre de la ley. También la condición de autoridad le da al
paraguayo la suficiente libertad para actuar aunque no siempre sabe utilizar
esa libertad para el bien de la comunidad.

LA AUTORIDAD

La tribu es una familia de familias. Tiene una sola cabeza igual que
en la casa, cuya autoridad nadie discutirá. La decisión es única y de una

176
sola persona, cosa muy explicable en un mundo en que el conocimiento
llega únicamente con la experiencia.
La sabiduría de los jóvenes es la experiencia recibida de los padres
con palabras o con hechos. El joven, en esta circunstancia tiene una fuerte
conciencia de su limitación y el respeto a los mayores. Su actitud es
espontánea. El “kakuaaguã” se reviste de un rol importante en la educación.
Los mayores nunca comprenderán que un hijo suyo pueda
discutirle u opinar sobre nada de la vida frente a él. El joven carece de
experiencia. Así que la autoridad es única y absoluta. Naturalmente la
autoridad es una persona; no se distingue de la persona. No existe
dicotomía en la concepción de la autoridad.
Todos, pues, absolutamente todos deben acatar a la autoridad,
quien, en principio, será el varón capaz de mantener y defender la
comunidad; y en esta faena de mantener y defender la comunidad requiere
mucha experiencia y al mismo tiempo, recoge experiencia. El cacique, pues
debe ser capaz. Su capacidad o experiencia es cuestión de vida o muerte.
No es como en la sociedad donde se puede ungir autoridad al más inútil y
seguir sobreviviendo gracias a la repartición de funciones. El instinto de
supervivencia no permite a las tribus ungir autoridades inútiles y sin
sentido comunitario.
Eso sí, la misma tribu tiene conciencia de que el que rige su destino
debe gozar de ciertos privilegios en la atención y alimentación. El
debilucho será incapaz de regir.
“Contra la fuerza no hay resistencia”, reza el dicho popular cargado
de experiencia de dominación española y dominación de las autoridades
arbitrarias sin respeto a la comunidad, a la persona y al bien común.
La dictadura de los civilizados fueron mil veces peores que la
autoridad de los caciques naturales. Estos se reducían a mantener cierta
disciplina para la supervivencia del grupo mientas los mandatarios
coloniales y post-coloniales se han aprovechado de la persona y de los
grupos, y los han convertido en juguete de su propio capricho. El pueblo no
tiene derecho ni a la protesta, y si se anima a protestar en forma seria se le
ahoga en sangre o de otra manera. La injusticia se ha entronizado en sus
tierras con una arbitrariedad rayana en la locura.

177
Hasta el presente sucede que los familiares de un delincuente vayan
a pudrir su humanidad en los calabozos y torturas. No hay apelación
posible. En el caso de las tribus de costumbres guaraníes contaba con el
recurso de “avaré”, quien en última instancia, convocaba a una reunión de
tribu y destituía al cacique arbitrario.
Dada esta triste experiencia, el pueblo paraguayo valora en demasía
a los llamados “gauchos”, hombres que desafiaban a las autoridades.
Algunos prácticamente pasaban años enteros perseguidos, mientras la gente
común se ufanaba de la amistad de dichos personajes y los encubría
siempre que no llegaban a mancillar la casa abusando de su hija. En este
caso, el “gaucho” perdía todo su predicamento de hombre de pelo en pecho
para convertirse en un vulgar delincuente. Desde ese momento, el que fuera
amigo se prestaría gustoso para que el abusivo pagara sus culpas. Podría
llegar hasta el caso de que él mismo con sus familiares se tomara el derecho
de hacer justicia por sus propias manos.

EL HIJO VARÓN Y LA HIJA

En la concepción el mundo en el que el varón debe apechugar con


la alimentación y la defensa de la familia, el varón necesariamente se
considera el puntal indispensable de la comunidad. Sin el varón, sin su
fuerza, sin su destreza, sin su capacidad procreativa, la comunidad familiar
o tribal es inconcebible. No subsistiría.
Así que es lógico que ese puntal de la comunidad sea cuidado de
manera más esmerada y sea objeto de cierta discriminación, pero aceptada
con gusto por los demás miembros de la tribu o familia. Si le necesita, pues
hay que cuidarlo y rodearlo de cierta preferencia. Cuando un niño muere, se
suele escuchar esta expresión: “ñambasyeté ningo, ha kuímba‟emí
hi‟arieté”. (Uno siente la muerte del niño, y para más es la muerte del
varón). Es decir, la pérdida es mayor y en consecuencia más lamentable. La
mujer tiene que servirle; pero hasta ahí no más. Los padres no permiten que
se extralimiten en el trato de las hermanas. No dispone de ellas como si
fueran sus sirvientes. Las mismas mujeres rodean de preferencia a sus
hermanos varones, hasta el extremo de privarse de una parte de su
alimento, para que su hermano sea mejor nutrido.
178
El varón, ya de corta edad, comienza a acompañar a su padre en las
faenas propias del varón. Lo acompaña a la chacra y a los trabajos rudos, y
de esta manera el niño aprende su rol desde su niñez. Pero repito, que no
existe una discriminación en el trato entre hijos varones y mujeres en el
hogar. Lo que hay es el aprendizaje de roles diferentes.
A veces se aprueba que los varones aprendan faenas de mujeres
como lavar ropa y cocinar en vista de que: “nda yaikuaái ñande raperã. Ko
karia‟y ko ose va‟erã hógagui ha oikoteveko oikuaá opa mba‟e”. Es decir
debe aprender las faenas de la mujer porque algún día quizás necesite salir
de su casa y se vea en la obligación de realizarlas él mismo.
Es interesante el recordar que la mujer constituye una especie de
orgullo de la familia, a pesar de lo que generalmente se dice. Lo que se
considera o llama la atención siempre es que el varón se echa a la
calaverada y nadie se considera por aquello de que “kuimba‟ére ndo yái
mba‟evé”, el varón no se mancha. Sin embargo, se lanza el grito al cielo si
una joven se embaraza. Se arma el escándalo del siglo. Lo raro es que se
acepta también el dicho: “kuñá imemby va‟erã vointe”, aunque esta
expresión que tanto escandalizaba a un amigo Obispo, no es correcta; no
expresaba el pensamiento cultural. Debería ser: “kuñá ko imemby haguã
voínte oi”, es decir, la gran función de la mujer es la de tener un hijo.
¿Entonces por qué tanto escándalo por el embarazo de una joven?
Si se mirara este caso desde otro ángulo, quizás hallemos una
explicación lógica y valedera que la simple discriminación del machismo.
En realidad sería que el varón no constituye un elemento del hogar, casi un
sostén externo de la casa. No participa en las minucias de ella. La mujer, al
contrario, es la dueña del hogar; es además su adorno, y de esta manera es
un timbre de orgullo. De hecho, las señoras y los varones se sienten
orgullosos al presentar a su hija moza a un conocido o desconocido sea en
público o en privado. La mujer, pues, tiene menos derecho de equivocarse
porque ocupa un lugar más eminente en la imagen de un hogar o familia.
Quizás a la mujer se le haya cargado de figura más relevante que al varón,
en cierto orden de cosas, por supuesto.

EL PADRE Y LA MADRE

179
El padre es un hombre de determinada función. El que atiende la
manutención y el respeto a la familia. Debe ser, pues, un hombre de honor.
Entre las cualidades u obligaciones del hombre de honor, se encuentra el de
dar la vida por la familia o por la palabra dada.
La palabra en este tipo de cultura sustituye a todos los trámites
legales de una sociedad de relaciones secundarias con la diferencia de que
en los trámites legales no participa el interesado. Aquí se puede hacer
cualquier cosa. No se da la palabra a nadie. La Ley y el Estado son para él
entes abstractos, sin consistencia existencial. Nadie está obligado a un
fantasma. Por desgracia hemos corrompido, en demasía al paraguayo
sacándole de su cultura y enseñándole que los papeles, aunque mentirosos,
valen más que la palabra. Quizás esta pérdida sea ya irreparable. Con todo,
no es raro todavía encontrar a personas que respetan la palabra dada aunque
ya parecen un poco anticuadas.
Dada su función, el padre es, ante todo, un dirigente, no es la
persona con quien los hijos pueden intimar mucho. El receptáculo de las
intimidades es la madre. Ella es la de las relaciones sentimentales. Acoge
con el calor del sentimiento materno. Abraza, y recuesta la cabeza del
acongojado en el pecho; al niño le aprieta contra el pecho en señal de
cariño. El padre, sin embargo difícilmente manifestará una pizca de
sentimiento. Rara vez alza al chico en brazos. Lo recibe entre las piernas:
“hypa‟ume” o “hakamby pa‟ume”. Él protege”. Traerá obsequio y los
entregará sin mayores demostraciones de afectos.
A la mujer le corresponde la función de criar en el doble sentido:
dar a luz, cuidar y educar al nuevo miembro de la familia. El varón, en
cambio, se encarga de la seguridad y de los medios de sustento
administrados por la mujer. Dentro del hogar, la mujer es la que regentea y
sabe todo lo que pasa. El varón no avasalla el rol de la mujer. Cuando al
varón se le inmiscuye en la función de la mujer como por ejemplo
supervisar la comida y otras minucias, se lo califica de mujeril o “mujerín”
como dicen ellas.
En este caso, el varón resulta despreciable, en cierta manera
degenerado, por asumir el rol de la mujer. Así que el varón y la mujer
tienen sus funciones bien delimitadas en el hogar. Lo cual se explica muy
bien considerando que no hace mucho, el varón tenía que salir de caza y
180
pesca al rayar el alba mientras la mujer quedaba a lidiar con la preparación
de los alimentos y cuidado de los niños. No es de larga data aún que
algunos padres jóvenes intenten tímidamente ayudar en los quehaceres
domésticos.
La relación fundamental del varón con la mujer se reduciría en la
reproducción. Ahora el rol de la hembra en la concepción guaraní es un
simple receptáculo del embrión depositado en ella por el macho. Tal es así
que las especies se tipifican por el macho. Lo que quiero decir es que si yo
digo: “vacá, kavayú o ryguasú”, hablo del macho: toro, padrillo y gallo,
pues en guaraní al ternero se lo llama vaká ra‟y, al potrillito no lo llamo
“yegua memby”, sino “kavajú ra‟y”; al pollito no se dice “ryguasú
memby”, sino “ryguasú ra‟y”. “Ra‟y”, como sabemos, es cría del macho. El
que procrea, pues, es el macho. Por no considerar esto, algunos
guaranólogos para designar al macho dieron en añadir “me” o “ména” o
esposo. Por ejemplo, al gallo lo llama “ryguasúme”, al toro “vacáme”...
Ridículo. ¿No? Además, en el hablar común se dice siempre: “vaka kuña”,
“ryguasú kuña”...

LAS INSTITUCIONES

El paraguayo se siente extranjero en la estructura social donde está


inserto hoy. Las instituciones son todas externas a él. No les pertenece o no
se siente dentro de ellas, comenzando por la mismísima Iglesia.
Su pertenencia a la Iglesia es la del súbdito a la autoridad. Por lo
cual, no se considera responsable con respecto a ella. Al templo lo
considera, más o menos, de su incumbencia aunque solamente en cierta
medida. La Institución eclesial en sí, pues, es cuestión de los sacerdotes; no
es de su responsabilidad. Al Obispo lo tiene en mucho, pero es un señor un
tanto circunstancial porque su relación con el pueblo es muy esporádica.
Así que la Institución eclesial para el paraguayo necesariamente debe ser el
sacerdote. Este es el hombre fuerte. Al Papa lo respeta; éste, sí que es un
personaje mucho más lejano aún, cuyo rol probablemente ni siquiera sueña
en su verdadera dimensión. Lo claro para él es que el Papa es la gran
cabeza de la Iglesia y nada más. No le conmoverá mucho.

181
Como es de relaciones primarias el verdadero personaje es el que está
cerca. El Delegado de gobierno ha de ser muy importante en la teoría, pero
en la práctica el alcalde lo es mucho más, porque éste es el que va a
proceder contra él con o sin razón. Tiene relación inmediata con él. La
grandeza de los personajes lejanos se rodea de un nimbo insustancial ante
sus ojos.
Si la Iglesia resulta una Institución extraña para el que se proclama
católico, apostólico, romano, ¿qué serán las demás instituciones? La
escuela, el colegio, la universidad, el juzgado, la policía, etc., etc.
Ciertamente el paraguayo es una persona extraña para estas instituciones y
sin ningún sentido de obligación con relación a ellas. Se le han impuesto;
entonces que apechugue con ellas quien las impuso.
Para las instituciones solamente hallaremos voluntarios “a
culetazos” como ellos mismos lo dicen. ¿Por qué no se las ve con ellas el
gobierno? Será siempre el cuestionamiento del ¿no son acaso creaciones
del gobierno? Las Cámaras de Representantes no lo representan; por lo
menos, él no se considera representado por ellas. Entonces, si se les puede
sacar alguna tajada a los miembros de esas Cámaras, hay que sacarla.
Necesitan del voto, pues que lo paguen, él ha hecho un trueque del voto por
la atención personal con un ente extraño pero que puede prestar esa
atención. El paraguayo no se considera con derecho porque el derecho lo
detenta la autoridad.

LA POLÍTICA

El paraguayo desconoce la política, nunca se le dio un rol en ella.


Lo que conoce muy bien son las lides políticas partidarias, pero como si
fueran luchas entre dos personajes que compiten por el poder. Sin embargo,
estas lides influyen sobre él y le acarrean desavenencia. Recordemos que
siempre es fanatizable. Las campañas políticas son llamadas para él a una
lucha de vencer o morir, aunque en ellas no se juega ningún programa de
servicio sino la imposición de una persona en el puesto. El personalismo no
es nuevo, ni dejará de existir hasta mucho tiempo en la política en el
Paraguay. Por eso los partidos políticos deben optar en conciencia por
personas populares a quien acompañan programas bien estudiados y
182
diagramados. Deben tomar conciencia de que los programas en sí nunca
impresionaran mayormente. No hay que dudar de que el personalismo se
encuentra preñado de muchos intereses creados. Se ha corrompido al
pueblo hasta tal punto de que no se le hace ver sino lo útil o el beneficio
personal. Mejor, se aprovecha la falta de conciencia cívica.
En la política todo se permite con tal de conseguir adeptos, desde
matar hasta desvalijar al Estado con la mayor tranquilidad de conciencia.
Los profesionales de la política no son ciertamente los más distinguidos por
su cristianismo aunque sean cristianos en cierta medida. Me decía uno que
existe, en el católico paraguayo, una duplicidad de conciencia. Me parece
acertado. Pero diríamos más bien que la política ni siquiera ha entrado
dentro de su conciencia. Eso es aparte. No pertenece a su vida. Sería
todavía para él una superestructura.
Los intereses creados han corrompido a una buena parte de los
paraguayos, en especial, a los jóvenes. Por ejemplo, la casta de los
“hurreros” es una casta de corrompidos pero prácticos. Son los que
ocuparán los cargos dentro de la estructura socio-política. No importa que
tengan capacidad o idoneidad. Para medir la corrupción hay que recordar
que el paraguayo no es de los que gastan admiración para nadie ni nada; ni
sabe siquiera aplaudir. Los extranjeros, cuando yo estudiaba por esas tierras
extranjeras, recordaban escandalizados de que se lo recibiera al ejército
llegado del Chaco, terminada la contienda, sin ningún aplauso. Los varones
lo miraban adustos, y las mujeres lloraban.
Más de uno de mis compañeros me dijo: ¿que tienen ustedes los
“paragua” que no aplauden ni al Presidente de la República? Y es cierto,
somos respetuosos, pero nuestro respeto queda dentro. Nos resulta difícil,
casi imposible exteriorizar nuestros sentimientos.

183
CAPÍTULO XXXII
ALGUNAS ANTINOMIAS DEL PARAGUAYO

El que escudriñara más profundamente que yo en la conducta del


paraguayo, probablemente descubriría otras antinomias nacidas de las
diferentes facetas de su carácter y de la experiencia de su historia. No nos
detendremos en la antinomia de la falta de valentía y de su temeridad
porque habíamos hecho mención de ella en otra oportunidad.
Las antinomias son reveladoras, y en nuestro caso nos darán pie
para reflexionar sobre el paraguayo y descubrir que constituye todo un
problema tanto para el evangelizador como para el educador. Nos
ayudarán, sin duda, a comprender nuestros aciertos y nuestros errores en el
enfoque de nuestra pastoral, de la catequesis, de la formación de los
sacerdotes tanto diocesanos como religiosos y de religiosas de cara al
servicio de salvación del pueblo.
El paraguayo nos deparará muchas sorpresas si nos dejamos engañar por
las apariencias. Es un hombre tan sencillo que nadie esperaría que rebullan
en su interior complicaciones. Sencillo en el hablar y en su porte. Rehuye
toda espectacularidad y ostentación. Enemigo de los alardes. Intuye que en
el alardeo trabaja el mecanismo de defensa del pusilánime. Es aquello de
perro que ladra, no muerde. No conceptualizará su intuición, pero sabrá que
responde a la verdad. Tampoco le interesará la conceptualización. Lo
importante es la realidad; las cosas. No se inmutará o no lo demostrará tan
fácilmente. Guardará la apariencia de una despreocupada tranquilidad. A
raíz de esta apariencia, no hace mucho escuché a un doctor en no sé que
llamar al paraguayo: don tranquilo. Por lo visto este doctor apenas conoce
la epidermis del paraguayo. Las antinomias nos ayudarán a sacudir nuestra
ignorancia.

1) INTELIGENTE Y NO COMPRENDE

El doctor Vera, a quien familiarmente lo llamamos Dr. Juanillo, dijo una


vez en una reunión de Pastoral Social no recuerdo en qué año: “yo no

184
desearía vivir cuando los paraguayos hayan recibido una alimentación
adecuada desde el período prenatal”.
Lo que no se ha recibido en este período de la existencia no se
recupera nunca, y lo que se ha perdido en alimentación, en la primera
infancia, especialmente en el primer año, se recupera sólo el cuarenta por
ciento. En estas condiciones precarias de alimentación encontramos
muchos verdaderos genios. ¿Qué será cuando la alimentación sea
adecuada? El Paraguay va a ser un mundo de locos.
Es sorprendente la inteligencia del paraguayo. Cuando andábamos
en los menesteres de la formación de catequistas, nos resultaba casi
increíble que hombres salidos de la escuela primaria pudieran interesarse y
entender problemas teológicos muy difíciles o la complicada técnica de la
planificación.
El problema está en que hay que adecuarse a su modo de pensar. Su
inteligencia es una inteligencia concreta, condicionada por el guaraní y por
consubstanciación con la realidad circundante. El guaraní será siempre su
medio de pensar aunque se exprese en otra lengua. La abstracción no le
dice nada. En balde se repetirá mil veces algo abstracto. Su mentalidad no
es greco-latina. Su inteligencia es plástica. Le interesa lo concreto. Desde
ya el sabio de los guaraníes era el que se sentía profundamente
consubstanciado con el cosmos de tal suerte que respiraba con él y percibía
el palpitar de la realidad. Comprendía los signos de los tiempos y conocía
al hombre por sus gestos más simples e insignificantes. El paraguayo es un
gran conocedor del hombre por su integración a la realidad y por el
profundo conocimiento de sí mismo. Es introvertido y meditabundo,
aunque no taciturno. Lleva en si la alegría de la vida. Aún la muerte no le
resulta una tragedia porque es parte de la vida “la muerte jadevevoí” así
como el nacimiento es parte de la vida. El paraguayo nunca dirá aquella
estupidez “a mí nadie me consultó si quería venir al mundo”.
Con ésto no quiero afirmar que el paraguayo es incapaz de elevarse
al mundo de las abstracciones. Lo hace y lo hace muy bien, pero no le
atrae. Es el mundo donde se realizan justas de ideas. Para él la idea carece
de interés. Lo que importa es la realidad. El paraguayo quiere comprender.
La intelección supone la actividad exclusiva de la inteligencia mientras que
la comprensión, a más de la inteligencia, abarca cierta asimilación
185
existencial. El que comprende no sólo entiende sino también asume en
cierta medida la realidad. Al paraguayo no le interesa tanto entender como
comprender.
No comprende porque nuestras explicaciones no se encuadran a su
mentalidad o porque no perciben la realidad que transmiten las ideas.
El paraguayo no es el griego de la era clásica, que se deleitaba en jugar con
las ideas. No sabrá qué hacer de las ideas en sí. Cuando las hilaciones de
las ideas apuntan a una realidad o proyecto, bien que le interesan y las
graban. De lo contrario no se le grabarán. No vale la pena grabar ideas. No
son realidades.
Aquí entra el caso del “ñembotavy”, el hacerse el zote. Cuando se
obstina en no comprender, no habrá medio posible para hacerle comprender
porque se ha puesto a no comprender, quizá no le conviene, quizá no le
interesa; quizá por simple capricho o por lo que sea. No comprenderá “ni
oñemoñe‟eramo chupe teatíno”, aunque le predique un teatino religioso,
cuya figura en el recuerdo legendario de nuestros abuelos es sinónimo de
santidad. En este caso del “ñembotavy” no hay otra alternativa que desistir
del propósito de convencerlo y con mucha tranquilidad. Si Ud. pierde los
estribos, se le reirá en sus adentros.

2) SOBRIO EN PALABRAS Y AMANTE DE LA ORATORIA

El paraguayo no es locuaz y el locuaz le molesta. Cuando escucha a


alguien que habla por los codos, dice: “Péa oiméne oka‟ú”. No le parece
que una persona normal hable demasiado. Tampoco es amigo del
dicharachero porque le desagrada lo chabacano y lo soez. El paraguayo es
un hombre de espíritu delicado.
Eso sí, es amigo del dichero, que es un anecdotario viviente. Le
encantan las anécdotas o los “casos”, en que por lo general los personajes
pasan por momentos ridículos. El dichero es siempre popular. Su arte
consiste en inventar situaciones hilarantes sobre su persona evitando así
que nadie se ofenda, pero los que escuchan entienden perfectamente que los
hechos relatados son ficticios, que tienen por finalidad producir risa y
alegría. Ya se da por sentado que no son reales pero se los narra como si

186
fueran reales, y de tal manera que parecen reales. Todos los pormenores
son verosímiles. Pudieron haber sucedido.
El paraguayo festeja que el otro caiga en ridículo, pero no acepta
que a él se lo ridiculice. Si el dichero a quien se lo llama normalmente
“arriero”, cuenta algo de su intimidad, lo cuenta tan exageradamente que
tapa la realidad con la exageración. Narra lo real de una manera irreal. Así
mantiene oculta su intimidad. Si uno ve un corrillo que a veces explota en
carcajada, es porque allí se encuentra algún “arriero” con sus “casos”.
El paraguayo es conversador. Sus temas son las cosas y
acontecimientos: el nacimiento, la muerte, los animales, los conflictos,
enfermedades, amores, los sucesos personales y comunitarios. Pero su
lenguaje es sumamente sobrio. Sus frases son escuetas. Mucho se expresa
en énfasis e insinuaciones. Su comunicación la lleva a cabo mediante la
narración en la que es un eximio artista. Utiliza los detalles con maestría
para que su narración transmita exactamente la idea o sentimiento que
desea transmitir. Al que no lo conoce lo convencerá en el primer encuentro.
El “gringo” no lo conoce; por eso dice: “ivyro ko‟ã gringo”. Aún en la
narración sus frases son cortas, y si las escribiera, serán secas e
inexpresivas. El guaraní es una lengua de énfasis. Depende del lugar de la
frase donde se acentúa la voz para que tenga uno u otro sentido o para que
tenga mayor o menor fuerza.
El guaraní es una lengua sobria. Tiene una sola palabra rara para
cada cosa. Carece de sinónimos. Lo que tendrá son palabras para los
diferentes matices de una misma cosa. Por ej. un matiz del llorar es el
lamentarse y otro, el lamentarse a gritos: che rase, ajahe‟o y ayahe‟ósoró. O
por ej. los matices del amanecer: Ko‟ei, ko‟etisoró, ko‟embá, ko‟eyú,
ko‟epytá, pero una sola palabra para cada matiz. Las lenguas conceptuales
pueden gastar el lujo de utilizar varias palabras para expresar una sola cosa,
pero el guaraní, no, por ser una lengua descriptiva. Cuando algo se lo
describe, se lo vuelve único; no puede ser otro ni de otra manera. La
palabra se identifica con la cosa. Entonces la palabra no es simple “flatus
vocis” como decían nuestros viejos antepasados latineros.
Los sentimientos responden a determinadas palabras. A la ira
responderá la palabra “pochy”. Lo máximo que puede decir a este respecto
el paraguayo “che pochyeterei”. Para descargarse contará con un sonoro
187
“aña memby” y con otra expresión de calibre superior. Pero, una vez
usadas estas dos frases, el paraguayo queda sin repertorio para descargarse
y se encuentra ya con la única alternativa de recurrir a los hechos.
Otra característica del guaraní impuesta por su sobriedad es que es
una lengua imposibilitada a utilizar figuras que no se originan en la
comparación. Si una cosa es la cosa y no puede ser de otra manera,
lógicamente no admitirá sino semejanza, otra cosa semejante. No será
posible en una lengua descriptiva utilizar ni tropo ni alegoría ni metáfora ni
simple símbolo. Ni se podrá nunca utilizar el continente por el contenido ni
el efecto por la causa y viceversa. A cada cosa por su nombre. Menudo
problema es la traducción de la alegoría del “Cordero de Dios”, por ej.
Una lengua sin figuras nunca será exuberante. Será muy expresiva,
pero nunca altisonante.
Contrasta con este modo de expresarse sencillo, sobrio, casi
esquemático del paraguayo, su gran afición a la oratoria. Tiene un alto
aprecio al orador. Un sacerdote calificado de buen orador concita en sí una
doble razón de aprecio del paraguayo. Para el orador siempre habrá
público; al fin y al cabo el “católico paraguayo” acude a Misa para rezar y
para escuchar al sacerdote - “añembo‟e haguã ha ahendú haguã Pa‟ípe”.
Pero lo llamativo es que al preguntarle de lo dicho, el paraguayo no es
capaz de repetir a veces ni una sola idea del orador o predicador. Entonces,
¿qué pasa o qué pasó? Muy sencillo. El paraguayo es contemplativo y
fácilmente se adormece con la cadencia de la oratoria. Lo introduce dentro
del mundo de la música donde predomina una indefinida sensación, sin
ninguna idea clara.
La música paraguaya es la mejor expresión del paraguayo.
Lleva en sí el ritmo lento y la infinita tranquilidad de la
contemplación. Nunca tiene el sentido trágico de la vida aunque la letra
hable tragedia. El marxista José Asunción Flores es el mayor músico
religioso del Paraguay. No sé cuál de sus piezas musicales cuya ejecución
sería vedada en la Iglesia. El materialismo no ha vencido en él al
paraguayo.
Las músicas consideradas propiamente religiosas son mucho más
lentas aún, y las muy tradicionales se cantan letras narrativas y descriptivas

188
que permiten contemplar. La narración y la descripción que hacen ver la
Pasión, la Navidad y los grandes acontecimientos religiosos.
Su música con este tipo de letra produce en el paraguayo una
especie de éxtasis. Si la letra es muy conceptual, canta solamente la música,
y ésta le une a Dios.

3) ACTIVO Y DE UNA SOLA ACCIÓN

La condición para que la música una al paraguayo a Dios, la música


debe ser religiosa. No basta que la letra sea religiosa. Si no la considera
religiosa, se concentrará sólo en la música.
El paraguayo es contemplativo, secundario y de sentimientos
profundos. En lo que le interesa vuelca toda el alma y es incapaz de
concentrarse en dos, tres cosas al mismo tiempo. A1 ofrecerle dos o tres
cosas que hacer, se aturde. “Mba‟éicha piko reipotá ajapó ojojapá”, dice ya
molesto. Un sacerdote, compañero fallecido no hace mucho decía:
“hetaitereí che rembiaporã tañeno také mba‟e”, tengo tantas cosas que
hacer que me acostaré a dormir. Cada tarea se reviste de tanta importancia
que uno no acierta con cuál de ellas debe comenzar.
A excepción de los momentos de mucho apremio, también la
decisión se somete al ritmo lento de los contemplativos. La decisión más
sencilla a veces le insume mucho tiempo. Hasta parece padecer de desidia.
Uno tiene la sensación de que le resulta claro lo que debe y cómo debe
decidir. Cuando se le insta mucho, dice: “pejapó katu upéicha; oimeva‟erã
ku iporã hína”. (Háganlo así; seguro que estará bien). Pero es probable que
tal decisión no la considere suya y no tome responsabilidad con relación a
ella. Ahora, cuando él ha decidido algo, será muy difícil sacárselo de su
interior.
Todas sus experiencias adquieren tintes de mucha profundidad.
Todo se le graba de manera indeleble. La ofensa ya no se borra. Quizá lo
único que se borra es el amor con el olvido impuesto por la decepción.
En este mundo moderno en que todo se universaliza desde la moda
hasta los gestos y la música, corremos un grave riesgo de equivocarnos
frente al paraguayo. Cuando lo vemos bailar el rock quizá nos
convenzamos que ha entrado en ese ritmo de la vida. De hecho al rock se lo
189
llevó a la liturgia o a las celebraciones litúrgicas, basado en que nadie
quiere bailar sino música de ese ritmo o que a los jóvenes les atrae la
alegría. Esta razón no vale. Pues la música no es la música de la liturgia o
música religiosa, y la alegría del baile no es la alegría religiosa. Son
diferentes. Aunque en el África lo fuera, en el Paraguay no lo es ni puede
serlo.
Cuando preparé para recibir el Sacramento de la Confirmación a un
grupo de universitarios jóvenes, ya egresados entre los cuales se encontraba
el Dr. Alberto Ugarte Ferrari, alguien del grupo dijo que prefería la Misa en
Cristo Rey por su música alegre y joven. Yo le pregunté si esa música le
volvía más piadoso, le unía más a Dios. Respondió que no lo podía afirmar.
Al paraguayo le resultará imposible moverse y al mismo tiempo
concentrarse; bailar y rezar, aplaudir y pensar en Dios. Se concentrará en el
aplauso y en el baile o en el movimiento. Para concentrarse en Dios
requiere cierta atmósfera de quietud, recogimiento y desentenderse de toda
otra cosa.
La música que le unirá a Dios lo pondrá en actitud interna de
oración, tendrá que gozar de las tres características recién citadas. No hay
que confundir que alguien entra en trance por la fuerza dominante del ritmo
con el entrar en oración. El éxtasis mismo no requiere necesariamente
motivos religiosos. Algo que ciertamente saca de sí mismo a una persona es
el ritmo frenético. Pero se trata de una especie de nirvana con la mente en
blanco y con la voluntad muy debilitada.
A pesar de que sea predominantemente secundario y
contemplativo, también es predominantemente activo. ¿Cómo compaginar
ambos caracteres? Lo que hay que advertir que activo no significa inquieto
y movedizo; mucho menos en el caso de los secundarios y contemplativos.
Solamente significa espíritu inquisitivo, curioso y creativo. El paraguayo es
un hombre que quiere saber, indaga no importa a veces a qué precio. Quiere
descubrir. No importa que se haya descubierto ya, él necesita saberlo por su
propia cuenta. Y lo puede hacer gracias a su gran capacidad de
concentración. Una vez que haya hecho el descubrimiento, se convence.
Con facilidad se capacita en forma extraordinaria en cualquier
oficio e inmediatamente se convierte en un operativo calificado. Su
capacidad de penetración es muy grande, tanto en las cosas experimentales
190
como en el relacionamiento de las ideas con la realidad. Ahora, es muy
exigente en las explicaciones. Estas deben ser tan profundas que le sirvan
de medios de descubrimiento. No se le engaña con jueguitos de palabras.

4) CALCULADOR E INMEDIATISTA

Llama la atención de que el paraguayo sea activo y que por otra


parte pase días enteros mano sobre mano, sin hacer nada. No da la
impresión de que indague nada ni le incite ningún propósito de hacer nada
siendo que tiene muchas cosas que hacer. Puede suceder que se encuentre
debajo de un rancho y que no mueva una astilla para mejorarlo. Pensará en
una casa confortable, pero seguirá viviendo precariamente debajo de un
techo casi improvisado. Éste es un ejemplo.
Habrá otros ejemplos o casos en que en estará mano sobre mano
soñando en algo mejor.
No le cuesta vivir de una manera espartana. Es sobrio no solo en la
lengua sino también en la vida. Se contenta con poco, y con lo poco es
feliz. Se le quita la felicidad cuando se le ha metido la codicia en el
corazón. Quizá esto sea algo natural para todos los hombres.
Uno de sus tantos defectos es que sueña despierto y es un
perfeccionista empedernido. Hace las cosas provisoriamente y luego le sale
lo provisorio para siempre. Hace muy poco porque su intención es hacer
algo grande y digno. Y como no puede realizar su sueño, se paraliza.
“Angante ayapota aina”, responde cuando se le insta demasiado. Es que me
falta todavía ésto y aquello. Cuando se le dice que debería hacerlo por
parte, responde con un “si” carente de convicción. Sueña con lo mejor, lo
mejor es enemigo de lo bueno, y lo bueno es enemigo de lo posible.
El paraguayo será calculador en muchos aspectos de la vida y de
sus relaciones, pero nunca el tiempo lo tendrá en cuenta en sus cálculos.
Nada piensa a largo plazo. Le resultará incomprensible un proyecto, por ej.
a diez años de plazo. Ni siquiera le preocupa el mismísimo mañana. Es
muy capaz y lo hace con frecuencia, de despilfarrar en un día lo que le
hubiera servido por largo tiempo.
Es inmediatista a pesar de que vive consubstanciado con el ritmo de
la naturaleza. Esta característica lo hace paciente. Las cosas llegan a su
191
tiempo, nunca antes ni después; ni siquiera la muerte. La naturaleza tiene
sus ciclos. Las plantas, con su tiempo de brotar, de crecer, de florecer, de
fructificar y madurar sus frutos. Por más que Ud. se muera de hambre el
maíz no echará mazorcas antes de los tres o cuatro meses.
Hay que esperar. No hay otra alternativa. Todos los que no lo miran con
esta óptica lo acusan siempre de fatalista.
A pesar de que el ritmo de su vida sea el de la naturaleza, quizá preferiría la
condición de obrero a la del agricultor. La agricultura supone tiempo; el
obrero sin embargo, percibe inmediatamente la remuneración.
La remuneración adecuada para él es igual a la que le permita vivir sin
mayores angustias. Lo apremiante para él es que cada día cuente con que
responder a las exigencias de la vida. Este incentivo rápidamente lo
convierte en obrero dedicado en cualquier oficio. En los países vecinos
muchos son los paraguayos, o migrados de los tugurios del campo
pauperizado por falta de técnica y de la explotación, que hoy viven
prósperamente en las grandes urbes con el sudor de su frente, gracias a su
capacidad de aprendizaje y tenacidad.

5) DESORDENADO Y PERFECCIONISTA

El paraguayo no será ordenado ni siquiera en sus pensamientos.


Carece do estructura mental porque no piensa en ideas sino en cosas u
objetos, según la vida que carece de estructura.
La vida es nada más que la vida. En ella no existe nada
preestablecido. Fluye según las circunstancias que se presentan, y hay muy
pocas circunstancias previstas, para las cuales hayan respuestas
preestablecidas de mucho tiempo atrás. Las circunstancias previsibles
ocupan una parte mínima y consecuentemente es absurdo levantar un
andamio para un edificio cuya forma se desconoce. ¿Qué se puede hacer en
espera de lo imprevisto? Nada. Seguir. Cuando no se ha aprisionado la vida
dentro de estructuras, se vive según aquello de “cada día con su afán". Se
vive al día. El paraguayo no se preocupa del mañana. ¿Qué es el mañana?
El mañana no existe; no constituye una realidad. ¿Entonces para qué
preocuparse de él?

192
El mundo de las estructuras para la vida y el mundo de la vida sin
estructura no coinciden; hasta los juicios de valores son diferentes. En una
sociedad de confort un chiche ocupará un lugar privilegiado, o un detalle
constituirá un objeto de gran preocupación, mientras en una comunidad en
que se vive la vida así como se presenta, aquellas cosas carecerán de toda
relevancia y ni se les prestará atención alguna. En el hogar del paraguayo,
aturdirá la gran mescolanza de personas, utensilios, animales, ropas,
creaturas, juegos, trabajo ¿Cuál es el lugar y el momento de cada cosa? Los
que ocupan ahora. ¿Cuáles serían? ¿Será posible concebir otros diferentes a
los del momento? ¿La vida puede ser diferente de lo que es?
En el mundo de las estructuras la ley ocupa un lugar
preponderante. Ni es posible concebir una sociedad que no se asiente sobre
ella. Excluida la ley, sobreviene la barbarie. En el mundo del paraguayo
una de las cosas superfluas es la ley, y además es algo odioso porque a
nombre de ella se cometen tropelías de toda laya, y sobre todo, se
coacciona a las personas. Se les impone; se les obliga y se las arrea a
proceder contra su voluntad.
Recordemos que la ley es un invento muy útil para ofrecer un
molde social determinado. Por supuesto, este instrumento se convierte
inconscientemente en el gran valor. Para la Iglesia también. En ella la
estructura o conjunto de leyes es tan poderosa que ha obtenido el sitial
prioritario en la formación eclesial en desmedro de la comunitariedad. Hay
que anotar que esta concepción eclesial en el mundo paraguayo resultará
tarde o temprano contraproducente porque la ley sustituye a Dios aunque
prediquemos lo contrario. Para el paraguayo son importantes las cosas y
acontecimientos. Poco o nada le importará el Dios legislador aunque hemos
llegado a meterle en el cuerpo el miedo a este señor. Pero el legislador
nunca será el Dios de los paraguayos. El Dios de los paraguayos tendrá que
ser siempre el Dios vivo con quien entrar en comunión y con quien se entra
en comunión directamente. Sin la menor duda, el paraguayo se
descristianizaría en la medida en que se le quite el Dios vivo y se lo
sustituya por ej. por la caridad institucionalizada.
La Pastoral Social con la que pretendimos afianzar nuestro
cristianismo será el elemento preponderante de su debilitamiento toda vez
que sigamos dándole el sitial privilegiado en la cristianización o en la
193
concepción de un cristianismo puro, auténtico. Nunca se debe perder de
vista que para el paraguayo lo más importante es Dios y luego las cosas
relacionadas con Dios en cuanto relacionadas.
El desorden de le vida, por lo visto, no se contrapone a la
perfección. El paraguayo exige mucho. Notará la mínima imperfección, y
por esta causa puede rechazar todo el conjunto. Minucioso y detallista
aunque no le falta visión de conjunto. No sólo no le satisface las obras de
los demás sino las suyas propias. Si se le pide algo apresurado, de urgencia,
hay que advertirle que debe ser “vaivainte suerterâicha”. Desgraciadamente
la injusticia le ha enseñado a realizar los trabajos deficientemente. A mala
remuneración, magro esfuerzo. Otra de las causas de sus deficiencias será
el placer maligno de engañar. Así como siente pánico ante el hecho de
sufrir la ridiculización, le encanta que el otro sufra el ridículo. Para él la
venganza más refinada y dolorosa es la ridiculización.

6) BUENO. COMPASIVO Y CRUEL

Ya habíamos anotado que el paraguayo es sumamente sensible al


dolor. Le resulta insoportable por varias razones: 1ª) Porque ese dolor lo
siente suyo. No lo considera sino que lo siente, porque entra en comunión
con el otro como entra en comunión con Dios y con la naturaleza. Pero se
halla impotente para aliviarlo. No le resta sino mirar y sufrir. 2ª) Su
impotencia de prestar una mínima ayuda. Sabe que cualquier cosa que se
diga es inútil, Por eso se calla con una actitud adusta. 3ª) El dolor responde
a un estado o situación de indefinición. Se está entre la vida y la muerte.
¿Qué hacer? La indefinición interior se dice en guaraní: “py‟a hetá”,
muchas cosas en el corazón. Al reconcentrado y contemplativo, este estado
de cosas produce un cansancio psicológico. Necesita concentrarse en una
sola cosa. Por eso, la muerte produce tranquilidad. Uno ya sabe a qué
atenerse. Hay que preparar el entierro. Lo que deparará esa muerte se lo
verá en su debido tiempo. Ahora la muerte es el acontecimiento a que
dedicarse íntegramente. Si por ahí pasa el dolor y el enfermo se cura,
también la tranquilidad. “Trankilopá” como suele decirse hoy.
Así que el paraguayo en un momento dado desea la muerte de
alguien y se alegra por ella. En el caso de los animales quizá lo ultimo para
194
que descanse. Su compasión lo impele a esto. “Opytu‟ú" dice cuando
alguien muere. Descansa. Pero, ante todo, el que descansa es él.
Este no es el caso en que lo consideramos cruel al paraguayo.
Sucederá que alguien, que no comprenda, lo vea con un cariz de crueldad o,
por lo menos: de insensibilidad A mí me sucedió ya con una sobrinita de
ocho años. Una de mis hermanas se pasó dos años llorando dia y noche a
causa de un cáncer en los huesos. Cuando murió, le dije a otra de mis
hermanas enferma del corazón: hay que alegrarse porque nuestra hermana
ha descansado "opytu‟ú”. Entonces la chiquilina, nieta de la finada, dijo:
que malo es el tío Pa‟í; se alegra por la muerte de abuela.
Los sentimientos tienen su anverso y reverso: el amor y el odio; la
compasión y la crueldad... Rara vez el paraguayo dejará de demostrar
compasión y faltará en sus labios el “aichinyaranga”. Se abrirá camino en
los yuyales por defender a una ranita que chilla dolorida en las fauces de
una serpiente o liberará una mosca desesperada entre las garras de una
araña. Pero cuando se apodera de él la crueldad, es terrible. Contemplará
impasible al prójimo revolcado en su dolor y si le es posible aumentarle el
dolor, lo hará. Produce la sensación de que se convierte en témpano de
hielo. Se endurece hasta lo indecible. Mantendrá la apariencia de gran
tranquilidad. Quizá no demuestre una visible repulsión al que sufre. “Ehejá
to sufrí ko añamemby”, dice: deja que sufra este desgraciado. El paraguayo
en este estado de ánimo es temible. Casi no reconoce ni al más amigo. Se
ofusca. Resulta increíble que el hombre tan cuidadoso en el hablar y en no
herir la sensibilidad de nadie, se vuelva una fiera insensible, brusco y
desconsiderado.
Había recordado al comienzo, que increíblemente un doctor lo
llamará “don tranquilo” a este paraguayo. Por lo visto nunca se adentró en
él. Hubiera evitado semejante apelativo con sólo reflexionar sobre el dato
caracterológico del paraguayo: más del ochenta por ciento de la población
paraguaya, entre apasionados y flemáticos, es de una secundariedad tal que
la caída de una piedrecita en su interior retumba igual que un trueno al
desencadenarse una tormenta. En él se agrandan las sensaciones y las
ofensas nunca se borran. Hay que cuidarse de obligar a este, “don
tranquilino” a perder el control sobre sus sentimientos y sobre sí mismo,

195
que tiene en alto grado. La aparente tranquilidad no responde a un carácter
abúlico.

7) ORGULLOSO Y SUMISO

Su personalismo lleva en sí mucho de orgullo. No tolera ofensa y


miniconsideración. Es tan importante que debe ocupar el primer lugar
aunque él nunca ocupará los primeros asientos en ninguna clase de reunión
a causa de su timidez. El que debe atenderlo, tiene que despreocuparse de
todo otro menester y concentrarse en él. Antes que nada, hay que
escucharle con los cinco sentidos. Si por cualquier gesto percibe que no se
le presta suficiente atención optará por retirarse pretextando cualquier cosa.
No le cuesta el menor esfuerzo inventar una falsedad. Es un artista en
simular sentimientos e ideas falsas y en disimular los verdaderos. Esta
advertencia será muy útil para el sacerdote, porque es la única persona en la
que confía el cien por ciento y no cree que lo defraude nunca.
Jamás perdonará al que le haya enrostrado sus defectos en público.
Ante éste mantendrá siempre una actitud de distancia. Ni siquiera querrá
conversar con él. Rehuirá su presencia sea quien fuere. Se le acercará
porque no le resta ninguna otra alternativa.
No es que no acepta las advertencias; bien que las acepta si se las
hace con respeto y, ante todo, con sentimiento de amor, pero hay que
hacérselas a solas y normalmente con cariño. El paraguayo se convence por
la vía de los sentimientos y actitudes.
Si se lo obliga, hará cualquier cosa. Es sumiso hasta la exageración.
Cumple al pie de la letra lo que se le ordena, pero no hará un milímetro más
de lo que se le ordenó. Esta actitud de sumisión no le quitará que siga
pensando lo que se le da la gana y el derecho de un juicio peyorativo sobre
el que manda. Quizá él vea perfectamente bien que podría mejorar lo que
se le manda hacer, pero se cuidará muy bien de manifestarlo.
Las autoridades tanto civiles como eclesiásticas siempre tienen la
razón. La vanidad de las autoridades es siempre grande. Mientras las
estructuras de poder sigan firmes, al pobre diablo nunca le amparará razón
alguna. El paraguayo lo sabe desde hace siglos. Es mejor callarse y
aguantar. Se lo aguanta por medio de una higiene mental de la evasión o
196
porque se lo considera una realidad. ¿Quién cambia una realidad? Las cosas
son las cosas y los hechos son los hechos. El mundo es así. ¿Quién lo
cambiará? Sólo Dios.
¿Cómo liberar al paraguayo de la sumisión? Hay que revestirlo de
cierta función para que sienta la libertad de pensar y obrar aún en las tareas
encomendadas. De lo contrario, él asumirá el rol de peón que ejecuta las
labores impuestas así como son impuestas y sin interesarse en ellos porque
no son suyas. Le pertenecen al patrón civil o religioso. Un problema
pastoral fundamental entre paraguayos será inventar o encontrar suficientes
funciones para medio mundo, asumidas personalmente o en grupo. Luego
el dirigente del grupo usará de un delicado tacto para que cada uno se
considere funcionario o constructor de la obra. Supongamos un ejemplo:
Un electricista que nunca pisa la Iglesia. El día en que se le dé la función de
atender los aparatos eléctricos del templo y cuidar que se instalen
correctamente para cada fiesta religiosa, no faltará en la Iglesia. Pero el día
en que el cura se ponga a saber más que él, automáticamente se
desentenderá del trabajo y de la Iglesia.
Quizá ésto nos permita entender que el paraguayo, a más de ser
activo, su educación básica se funda en la repartición de funciones en la
familia. Desde muy pequeño el niño cuenta con una función específica en
la casa. Existe una gran corresponsabilidad familiar bajo la dirección del
padre y la madre, pero dentro de un margen de libertad para que cada uno
arbitre los medios para cumplir a su modo su función. Arbitrar los medios
es libre.

8) IDEALISTA Y REALISTA

El idealismo del paraguayo se diferencia de otros idealismos.


Generalmente se le denomina idealismo a cierta consecuencia de un buen
razonamiento considerada realizable sin llevar en cuenta la realidad
humana condicionante que incidiría en la realización. Nosotros sabemos
que el paraguayo no juega con ideas sino con realidades, o sea, cosas y
acontecimientos. Así que difícilmente su idealismo coincidirá con el que lo
hemos pergeñado mal que mal: El suyo tendrá que fundarse sobre lo
estrictamente posible. Le dominará a veces una actitud letárgica que
197
consiste en una especie de ensoñación en el vacío, propia de los
contemplativos, pero esto nunca guarda relación alguna con la realidad
concreta a realizarse. Cuando sueña en lo realizable, no soñará en lo
imposible, en quimeras y frutos de puro raciocinio. Su ideal se encuadrará
siempre dentro de los límites de lo posible.
La medida de lo posible la establece la experiencia. Las cosas
totalmente nuevas no se encuentran sino en la cabeza, en las ideas. No se
las ve ni se las palpa. No existen. Aunque la palabra en guaraní es creadora,
las ideas no lo son. Lo que se piensa, en cierto sentido es irreal. Es difícil,
pues, o será difícil toparse con un revolucionario paraguayo movido por
una idea de implantar algo totalmente nuevo, a excepción de los pocos
primarios o fanatizados.
El paraguayo es conservador y no puede no serlo. Admitirá
solamente un insensible proceso en el que lo único claro será la meta. Los
medios más bien estarán sometidos a cierto juego del azar. A veces ni la
meta estará clara. Querrá algo mejor sin diferencia mayor con la que ya se
tiene.
Lo lejano siempre tendrá el sabor de lo irreal. Por consiguiente se
volcará a lo bueno inmediato sin proyecciones al futuro. ¿Para qué pensar
en el futuro si se cuenta con algo bueno entre manos o si el presente es aún
suficientemente tolerable? Ahora, como hombre volcado a la realidad, le
resulta fácil adaptarse a cualquier circunstancia de la vida o a cualquier
ambiente. Si se le cambia su realidad ambiental, inmediatamente la asume.
Posee una ductilidad interior notable que le permite en breve tiempo
convertirse prácticamente en otra persona con nuevos modales, lenguaje e
intereses. El más iletrado de los paraguayos se vuelve un perfecto porteño o
brasileño en contadas semanas. No afirmaré por carecer de experiencia, que
con la misma rapidez y facilidad se vuelve boliviano o ecuatoriano o
colombiano.
Si uno conociera a fondo las costumbres y modales del paraguayo y
las del porteño, consideraría imposible que el paraguayo sea en ningún
momento un porteño. Sin embargo, la experiencia nos dice que es posible.
Pero también es cierto que una vez que el paraguayo vuelva a su medio
ambiente, inmediatamente recupera su paraguayidad, su costumbre con
todos los defectos, al parecer, superados en otro ambiente.
198
Me decía un médico amigo que se advierte cierto estado de
ansiedad y de tensión en muchos de los que han emigrado al extranjero. Él
no atinaba con la causa. Cuando le llamé la atención sobre el esfuerzo
extraordinario que se produce en la psiquis del paraguayo sometido a una
adaptación excesivamente rápida al polo opuesto, me prometió estudiar a
sus pacientes bajo la luz de esta advertencia. Desde ya acepta el hecho
como muy probable.
Pienso que habrá varias antinomias todavía que anotar. Ante todo,
las anotadas deben ser sometidas a estudios más profundos del que se ha
hecho ahora. Prácticamente casi no hicimos sino anotarlas. En esta última,
por ej. merecería esclarecer la relación de la capacidad de adaptación con la
secundariedad que a primera vista constituiría más bien un obstáculo.
Alguien deberá estudiarlas.

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INDICE

Prólogo
Presentación de la 3º Edición
Introducción
Capítulo I - El paraguayo es paraguayo
Capítulo II - La cultura oral del paraguayo
Capítulo III - Su cultura tribal
Capítulo IV - El caudillo y el paraguayo
Capítulo V - Kuimba‟e nahaseiva (El varón no llora)
Capítulo VI - El paraguayo y el bien común
Capítulo VII - El paraguayo y la libertad
Capítulo VIII - El paraguayo y el poder
Capítulo IX - El paraguayo y la riqueza
Capítulo X - El paraguayo y el trabajo
Capítulo XI - El paraguayo y el amor
Capítulo XII - El paraguayo y el cambio
Capitulo XIII - El paraguayo y el coraje
Capítulo XIV - El idioma guaraní es una lengua descriptiva
Capítulo XV - El guaraní y el concepto del tiempo
Capítulo XVI - El guaraní y la distancia
Capítulo XVII - El guaraní y el estilo paraguayo
Capítulo XVIII - El guaraní y el humor paraguayo
Capítulo XIX - El guaraní y la grosería
Capítulo XX - El guaraní y su concepción de hombre
Capítulo XXI - La cosmovisión del paraguayo
Capítulo XXII - La venganza y el paraguayo
Capítulo XXIII - El paraguayo y el fanatismo
Capítulo XXIV - Lu música del paraguayo
Capítulo XXV - La poesía
Capítulo XXVI - El paraguayo y las artes plásticas
Capítulo XXVII - La escultura
Capítulo XXVIII - El criterio de salud del paraguayo
Capítulo XXIX - El problema de la cultura religiosa del paraguayo
Capítulo XXX - La fenomenología del "católico paraguayo"
Capítulo XXXI - El paraguayo y el otro
Capítulo XXXII - Algunas antinomias del paraguayo.

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