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El padre en cuestión
Portadilla
Legales
Agradecimiento. Luz Casenave
A modo de prólogo.Mariel Robledo
Una voz singular. Jorge R. Rodríguez
Seminario
El estrago en la relación madre-hija y en la relación con un hombre
Superyó e Ideal del yo
El complejo de Edipo. Del mito a la estructura
La decadencia de la función paterna
Vigencia del psicoanálisis en el 2000
El signo de una degeneración catastrófica
Indart, Juan Carlos
El padre en cuestión / Juan Carlos Indart. - 1a ed. - Olivos : Grama Ediciones,
2021.
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-987-8372-68-6
1. Psicoanálisis. I. Título.
CDD 150.195
Digitalización: Proyecto451
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las
sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.
Para evitar quedar fijados en los marcos a los que el psicoanálisis pueda
quedar confinado, debemos inscribir nuestra tarea en la cultura vigente y
los problemas sociales de la actualidad.
Mariel Robledo
Responsable de Secretaría de Biblioteca del CID San Luis.
Una voz singular
Este libro es un reencuentro en muchos sentidos. Es volver a un momento
inaugural para la formación de muchos de los analistas puntanos, ya que en
simultáneo a la institución local que nos nucleaba, nos sumábamos a una red
articulada y pensada por Jacques-Alain Miller para la enseñanza sistemática
del psicoanálisis en el territorio nacional. Esa red tenía un significante que
incluía un nombre propio: Instituto Oscar Masotta, de la que hoy festejamos
sus primeros 20 años de existencia. Y lo hacemos con la publicación de este
libro.
Es también el reencuentro, 20 años después, con ese joven entusiasta que
era quien escribe estas líneas, quien reproductor en mano desgrababa uno a
uno los casetes donde una voz quedaba registrada. Y es también reencuentro
con esa voz, que aun me acompaña, y me estremece como la primera vez. La
voz de ese maestro llamado Juan Carlos Indart, y al que muchos –pese a no
frecuentarlo ni constituir su grupo de cercanos– de forma cariñosa llamamos
Juanqui.
En este reencuentro libidinal, y cuyo producto resulta ser este libro,
queremos agradecer a Juanqui el trabajo epistémico y político que supo
desplegar en San Luis, y a través suyo a esa maravillosa articulación
transferencial que hoy llamamos IOM2.
Jorge R. Rodríguez
Responsable Local del CID San Luis
Seminario
El estrago en la relación madre-hija y en la
relación con un hombre (1)
LUZ CASENAVE: Quisiera ante todo agradecerles la tolerancia por la
hora de comienzo, que no depende de nosotros sino del tiempo, un
inmanejable, por lo menos para algunas situaciones.
Me parece oportuno, antes de darle la palabra a Juan Carlos Indart, hacer
algunas referencias sobre nuestro camino recorrido, para llegar a este punto
de la invitación a una persona tan prestigiosa, de quien además tengo el honor
de ser su colega y amiga. Hace más o menos unos diez años empezamos a
trabajar acá en San Luis, nos organizamos en pequeños grupos de estudio
sobre Freud con los avances dados por Lacan, siguiendo la propuesta
lacaniana del retorno a Freud.
Todo ese camino de trabajo de seminarios en grupos culminó en la
formación de un curso de postgrado, que era en realidad el primer curso de
postgrado en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de
San Luis que hemos ofrecido, y diría que marcó el punto inicial del camino
que se iba a recorrer hacia la formación de la Biblioteca de Psicoanálisis
Eugenia Sokolnicka. En este camino escuchamos y nos nutrimos de la
transmisión de otros colegas, y entre ellos quiero nombrar a Roberto
Mazzuca, Jorge Bekerman, Mabel Grosso, Liliana Cazenave, que nos
ayudaron a profundizar y alentaron nuestra adhesión al pensamiento y a las
problemáticas del psicoanálisis.
Juan Carlos Indart sostiene muchos seminarios en Buenos Aires, es autor
de muchas publicaciones, es un trabajador tenaz, de deseo decidido por el
psicoanálisis de la orientación lacaniana, es un amigo, y es alguien que nos
alienta en el trabajo siempre. Es AME (Analista Miembro de la Escuela de la
Orientación Lacaniana); incluso participó, por supuesto, de su fundación; en
este momento es presidente del Comité Consultivo de la Asociación Mundial
de Psicoanálisis (AMP), y presidente de la Fundación de la Casa del Campo
freudiano.
Creo que aquel inicio que tuvimos en el seminario de 1992 y la fundación
de la Biblioteca en 1993 culmina hoy con la posibilidad de invitar a alguien
que seguramente nos va a enriquecer, y al que yo, como presidenta de la
institución, quiero agradecer personalmente en nombre de todos los
miembros por su respuesta a nuestra convocatoria.
Esta cita nos parece indicar como una mala orientación buscar en la madre
resolver la condición del estrago, porque ésta es a su vez otra persona
estragada. Ese es el primer sentido de esa frase.
Hace muchos años utilicé mucho esta cita, fui un poco pionero, porque las
utilizaciones de ésta vinieron un poco después, y con más vuelo y con más
sentido del que yo había podido darle al principio.
Ocurrió que llevaba por años –lo sigo haciendo– un grupo de discusión
clínica con colegas, y por el año ´90, discutimos dos o tres veces por semana
el mismo caso; cuando más o menos lo agotábamos un poco, alguien
presentaba otro caso. Es una práctica que continúo, porque es de mucho
provecho la discusión de casos clínicos en veinte minutos, una hora, cada
vez, dejar pasar unos días, volver a discutir el mismo caso, dejar pasar una
semanita y volver a discutirlo. Así se consigue de a poco encontrar cosas más
paradigmáticas y ordenar los distintos niveles, porque la clínica se puede
discutir bien, pero desde distintos puntos de vista. Los psicoanalistas están
todos con distintos puntos de vista, enfatizan más unas cosas que otras. Por
esa discusión clínica, al terminar ese año de trabajo, descubrí que, si
habíamos discutido diez o doce casos en el año, seis o siete eran redundantes,
porque planteaban una misma cuestión que a los analistas los dejaba sin
recursos.
Era fácil observar que, cuando el análisis lo pide, una muchacha entre
quince y treinta –podemos retroceder más si quieren, de los once–, anda por
sobre ruedas el despliegue del mismo, donde se va situando su cuestión en
relación al padre, y del padre a sus sustitutos, con un efecto que lleva una
cierta elaboración de separación de la madre. Y es muy frecuente en los casos
que se da, en los cuales puede haber toda una serie de inhibiciones, de
dificultades para hacer pareja, de inestabilidad, siempre muy vinculadas a una
mujer que está todavía muy presa, vive en la casa con la mamá, piensa
demasiado en la mamá, está dejando pasar los novios un poco por la mamá.
El análisis, en la medida que la sitúa en el Edipo, en lo que Freud ya había
dicho que era el paso de la subjetivización importante para la mujer en el
orden fálico, la conducía a preferir al padre a cierta altura y no a la madre,
ubicando dónde está el falo –en el sentido de quien lo tiene–, y siendo a
través de la relación con un hombre, a partir del padre, en el que puede
empezar a jugar un destino de mujer. Allí elaboraba lo que es ser deseada, lo
que se dice ser un objeto de deseo de los hombres, y también por esa vía
encontraba una forma sustitutiva de ese falo bajo la ecuación pene-niño y su
ubicación como madre.
En una ciudad con tanto análisis como Buenos Aires, y un poco en toda la
Argentina, es un resultado terapéutico muy frecuente en el análisis de
mujeres, el que efectivamente se quitan un poco las ñañas, ciertas histerias,
soportan un poco más a los hombres, se ubican y despegan. Hasta había
llegado a ser un poco burdamente una especie de estandarización. Ya en el
psicoanálisis anterior a Lacan era una cuestión de presionarlas a que dejasen
la casa materna, que empezasen a salir de ahí y a vivir o con una amiga, o
solas, y rápidamente ubicar un hombre, casarse, tener los niños, etcétera. No
me burlo tampoco de eso, porque es como un poco más allá de la orientación
que uno tenga, ella habla, y por el solo hecho de que habla se va ubicando en
sus temas, esta es una de las salidas muy frecuentes.
El tema clínico que había aparecido ese año en bastantes casos es cuando
nos retorna ella a los cuarenta y pico, solamente que separada, tal vez por
segunda o tercera vez, con una seguidilla de experiencias con los hombres tan
dolorosas y catastróficas que hay un: basta. Aunque quede un lugar de ilusión
que, de golpe, como la lotería, le hiciese pasar a no sé quién, tal vez, pero ella
ya no va a hacer nada por buscarlo. Y nos encontramos que, con la
separación, y las dificultades económicas, y ninguna perspectiva de rehacer
su vida en relación a un hombre, muchas veces porque los años han pasado y
el padre además ha muerto, retorna muy fuertemente al vínculo con la madre.
Que ya puede empezar a valer mucho, en el sentido de que, por lo menos, le
atiende los chicos un tiempo, mejor o peor, incluso todo el nivel del manejo
del dinero ya empieza a ser sólo de ella o con los consejos de la madre. Y una
clínica donde empieza una circularidad de odio y de amor, de queja y de
sostén, que tiene la peculiaridad de no saber encontrarse dónde eso realmente
pueda separarse, porque los mismos accesos de odio y de furia que
mínimamente deberían llevar a una persona a no querer verla más –eso ocurre
en la pelea del viernes a las ocho de la noche– es cerrado a la mañana
siguiente tomando unos matecitos que sólo se toman con mamá, y
conversando, conversando, y conversando para llegar a las once de la mañana
a una pelea con insultos y angustias tales, que es la madre la que parece que
se tira por el balcón pero ella la agarra, pero entonces la hija dice: “No puedo
vivir más con vos, sólo me queda el suicidio”, y la madre le dice: “Hija, te
acordarás de mí cuando me muera, porque vos me vas a matar”, y una cosa
infernal y que se describe como tal, y que al mismo tiempo no se puede salir
de eso.
Para el analista, él o ella como analista, la posición del analista, todo el
truco que había funcionado tan bien en la primera fase del análisis ya no
funciona, más cuando esto se ve en un re-análisis. En el re-análisis ya es el
colmo, porque cuando vuelve a análisis a los cuarenta con esta decepción y
en este estado, ¿uno que le va a decir? “Usted tiene que irse de la casa de su
madre, está muy pegoteada con su madre”, y ella dice: “Mire doctor, eso ya
me lo dijeron a los dieciocho y lo hice, ¿pero qué solución hubo?”
Ella, como mujer en la vía freudiana de articularse al deseo del hombre,
empieza a no tener salida. Tampoco le vamos a sugerir que qué bien le haría
la ecuación pene-niño, porque ya arrastra tres que no sabe si dejárselos a la
madre, si los cría la madre “porque me los está robando y yo me doy cuenta”.
Entonces esa era la dificultad, y es en esa dificultad que lo asocié en
aquella época con esta frase de L´étourdit (10) y los puse a trabajar sus casos,
y a revisar las distintas doctrinas de Freud, de Melanie Klein, y otras
posiciones más contemporáneas hasta Lacan. Y bien, trabajaron e hicieron un
librillo que se llama Un estrago. La relación madre-hija. (11) Al redactar las
cosas en equipo, se tomaron su tiempo, pero lo hicieron, así que salió editado
en el ´93, ya van a hacer siete años.
El enfoque que yo les sugerí, que me parece clínicamente importante, era
ir a los casos más paradigmáticos, y no ponía tan en juego la cuestión de la
feminidad como tal.
En el caso que veíamos como más paradigmático, hay un pacto común
entre la madre y la hija. Es un pacto desolador, porque es un pacto de
entenderse como nadie, una y la otra, en el desprecio, la decepción por los
hombres.
Por supuesto uno ve en la clínica cómo ella, aunque haya hecho algunos
pasos y después le fracasan, todos estos retornos hacen revivir cosas que ya
estaban en la relación con la madre desde su infancia, pero hay situaciones en
las cuales hay un guiño fatal de madre-hija. ¿Por qué digo fatal? Porque es un
guiño imposible de prohibir, desde cierto punto de vista tiene una verdad
completa. No tenemos hombres de una eficacia tal, que no se vaya a dar en la
pregunta decisiva de la hija acerca de qué es una mujer, dirigida a esa que
debe saber algo, porque es mi mamá, ese guiño: “Hija, tu padre es un imbécil.
Lo fue siempre y todos los hombres son iguales, y te lo digo yo”. Hay un
mensaje de muchas madres a sus niñas ya pequeñas –en esas preguntas–, que
es ya ese mensaje como diciendo: “Hacé lo que quieras, pero si vos me
preguntaste yo te digo la verdad, nuestro destino es un estrago, es una
catástrofe, no hay salida”. Con variantes en el estilo: “Aguantá”, o con más
cinismo: “Sacale plata, no hagas como yo que fui una boba de entrada, no te
dejes engañar en esto, defendete”.
Ese pacto es muy difícil de deshacer, porque toca un punto de connivencia
y de complicidad muy enigmático. Cuando está dada esa condición –
observábamos en la clínica buscando las cosas en términos edípicos esa
suerte de rechazo, de desafío al deseo masculino–, tenemos la formación a
partir de ese pacto de realmente un dúo que podemos llamar madre-hija. No
es una forclusión, no estamos hablando de psicosis, pero hay una forma de
rechazar al hombre –al significante fálico encarnado en el hombre, al deseo
del hombre–, que no es una psicosis pero que es muy sutil del lado de las
mujeres, porque tiene –se lo sepa o no– como soporte, como verdad, que
efectivamente ningún hombre, ningún falo puede articular lo femenino.
Entonces, si el rechazo viene desde ese lugar, tiene consecuencias muy
especiales, porque no es ni siquiera un rechazo que podamos llamar de
represión, porque eso es de histérica, tiene un síntoma, una represión que
supone haber reprimido un elemento fálico, el síntoma se analiza. No es una
represión, no tiene mucho nombre clínico, hay que inventar un poco, es ese
pacto, una hostilidad muy fuerte de fondo.
Si no se vuelve a despertar un poco el rapto, si no se permiten y no
quieren saber nada, si no se permiten algún efecto de renovación de amor
vinculado a los hombres, no sé si tiene cura, en el sentido de que no varía con
el análisis, porque todo lo que va saliendo del análisis no hace al sujeto más
que confirmarle la posición fantasmática que tiene con su madre. Así que lee
todas las significaciones de lo que va surgiendo en esa dirección,
especialmente cuando ya han pasado sus decepciones.
La primera vez se consiguen cosas cuando surge el material: “Bueno, tu
madre también siempre pone esa significación, esa es la de tu madre, ¿vos
qué pensás?”, y se empieza a producir una chance. Pero acá se produce un
retorno, una vuelta, y es como si dijera: “Mamá tenía razón”, y eso hace una
posición muy refractaria, reabrir el camino. Así lo enfrentamos, como un
problema difícil en la cura.
Un enfoque que le dimos, que me parece importante clínicamente –y que
por ejemplo se puede extraer del Lacan del Seminario 10, (12) cuando él
analiza justamente la clínica de angustia que surge cuando hay una caducidad
del funcionamiento fálico, la falta fálica, de lo que él llama en su letra menos
phi (-φ), y cuando no hay esa falta, cuando falta la falta–, la condición
constante de angustia y la exacerbación de un fantasma para defenderse de
esa angustia, el retorno de esa angustia y otra vez apelar al fantasma. Esa es
una característica importante clínicamente para ver ese problema de la
relación madre-hija. Es decir que cada una colma la falta de la otra, y no
puede no ser así, en la medida que han ausentado del campo la falta fálica
como tal. Y como Lacan dice: no hay solo la castración que anima el deseo,
la falta menos phi (-φ), hay además el objeto. Y son las descripciones más
vívidas del lado de la hija, de llegar a estar casi teledirigida como objeto por
la madre, como si volviese a ser ese cachorrito recién nacido que la madre
colocaba así, asá, era la que sabía todo, y ella sigue siendo ese objeto, y dice:
“Mamá sabe todo, yo no sé nada”.
Cuando se estudia los circuitos entre madre-hija, se observa perfectamente
la posibilidad de la inversión de la situación. Es decir que el tiempo pasa en
esa clínica, ya la madre está más viejita, se está quedando sola, tiene sus
angustias, se desmorona, ahora ella se cae como objeto. Entonces es la hija la
que toma el lugar de sostén de esa madre, si no la sostiene ella sería un
desecho y un objeto angustiante máximo. A los diez minutos la madre ya se
recuperó y esto gira, y es la hija la que vuelve a ser ese objeto que cae. Lacan,
en el Seminario 10, (13) en una frase trató de hacer entender esto, evocando
ese paradigma que es “el tubo” que se lleva de la mano, que no siempre es
madre-hija, porque puede ser marido-mujer, entre hermanas, pero cuya
estampa es que uno sostiene de la mano al otro, y si la llega a abrir, la
condición absoluta es que el otro cae en la nada, habría la culpa más
espantosa, imposible en ese compromiso hacer eso. Sólo tienen que agregarle
que en esa mano, uno sostiene, el otro es el sostenido, y después puede ser al
revés. Lacan analizaba esto diciendo que se trata sin duda de las situaciones
más incómodas. En el tubo que se lleva de la mano, uno encarna el objeto, lo
que se llama el objeto a, pero el que sostiene encarna el superyó, es decir, la
serie de premisas, frases, saberes, enunciados que se dirigen al otro como
mero objeto, y que retumban entonces del modo más oracular.
Esa clínica había surgido en todos esos casos con esa intensidad de
presentación, como una hija en una especie de estado un poco alucinado sin
ser de ninguna manera una psicosis, en el sentido de la presencia para ella de
las voces, de las órdenes más o menos insensatas de la madre. Todo esto no
quiere decir –estoy en los extremos– que al mismo tiempo se agrave el
problema, porque se la pasan muy bien las dos, en una manera de disfrutar de
ese mismo fantasma. Aunque, ante la ausencia del efecto castración, está
siempre amenazado de la angustia, del pasaje al acto, del acting out, y de esa
demanda absoluta e incondicional y sin sentido.
Nosotros habíamos encontrado una descripción patética de una analista
mujer –que como más de una, prefirió buscar también una subsistencia con
las mujeres, que es seguir lidiando contra ese bruto Lacan, padre de la horda
primitiva, y que las maltrataba y no sé qué, por la misma decepción se peleó
mucho con Lacan, se abrió–, que escribió un texto que se llama “Y una no se
mueve sin la otra”, (14) en el cual se encuentran algunos párrafos con las
descripciones más patéticas que yo haya leído de lo que quiere decir eso: la
una no se mueve sin la otra. Y en ese fantasma va produciéndose la visión
más descarnada de una para con la otra, es decir, ya no hay brillo fálico en
ninguno, donde va quedando para cada una lo real del cuerpo sin ya brillo
fálico alguno.
[PREGUNTA DEL PÚBLICO]
Luce Irigaray, psicoanalista francesa que brilló en aquellos tiempos por
ese texto y por una polémica famosa que tuvo con Lacan, pero luego de lo
cual digamos que se abrió, se fue de la escuela de Lacan. Ese texto, si lo
consiguen, se los recomiendo para ver la descripción –que creo que no la ha
hecho solamente por haber visto casos, la ha hecho viviéndola del modo más
intenso–, en la que llega al extremo cuasi melancólico de una pérdida de
pudor, en la que cada una ya no tiene interés de presentarse con la mascarada
fálica, donde ya se mezcla todo en una especie de desinterés completo por
acicalarse, arreglarse, y van quedando en ese fondo de pura angustia, y es el
precio final de ese rechazo –por más razones que tenga– de elegir la vía de
amar a algún hombre.
Creo que la idea de Lacan –y en eso es una idea que nos da porque está
aludido, nos da para tomar distancia de toda una otra manera de pensar la
cuestión en psicoanálisis–, es que hay ahí un error. Yo lo llamé el error de
deseo –porque no hay una represión–, el error de deseo de dirigir la pregunta
de la feminidad a la madre.
Llevaría mucho tiempo justificar por qué Lacan dice eso, por qué uno
podría incluso tratar de contradecirlo desde la clínica y decirle: ¿qué querés?
¿Otra vez hay que articularla a ella en relación al hombre? Si ella ya ha
tenido la experiencia de que tampoco consigue demasiada subsistencia para
su feminidad del lado de los hombres. Y Lacan diría: sí, pero es un error
completo que se dirija a este pacto y a esta búsqueda de ser sostenida como
mujer en esa relación con la madre, de la cual se ven los estragos –que yo
traté de comentar clínicamente–, si es llevar una pregunta a nivel de estrago a
otra persona igualmente víctima de ese estrago.
Bueno, ¿en qué quedamos? Por un lado, podríamos decir que hay el
retorno a Freud, por una insistencia que, a nivel inconsciente, y más del lado
del síntoma, el deseo inscripto en ella también, es un deseo que se articula a
nivel del significante paterno, y sus sustitutos. Cualquier movilización de
deseo sólo puede ocurrir en esa dirección, que lo otro sólo va a ser ese dúo
fantasmático con la condición del objeto a constante, y que igual habría que
encontrarle la manera de interpretarlo o articular la relación de su deseo con
significantes de la línea padre-marido-hermano, más allá de la dificultad que
plantee esto en la clínica.
Pero si es un Lacan que en cierto modo vuelve a Freud
–porque Freud fue el que tenía realmente una orientación muy precisa, dada
por los elementos de lo inconsciente, de que el deseo de la mujer era y se
constituía en el Edipo, pasando por el hombre, y aun cuando Freud, y por
supuesto, Lacan lo sigue–, rápidamente se da cuenta de que es por esa vía que
ella plantea la cuestión de la feminidad en relación a otra mujer, y tenemos el
fundamento de la constitución del posicionamiento histérico en el deseo. Para
sostener ese posicionamiento histérico, que da lugar, sin solución definitiva, a
una variación de respuestas sobre qué es una mujer, es necesario reconocer la
articulación con el deseo del hombre. Porque no se puede plantear a nivel de
qué es una mujer, qué es la otra, sino es que es una otra porque es deseada
por un hombre. Y si con la otra, originariamente la madre, el pacto es:
“Vamos a ser nosotras, hija, más allá del deseo de los hombres”, observamos
esa dimensión estragante, y lo verificamos clínicamente.
Así que podríamos decir que Lacan, en esa frase, insiste en ser freudiano
en cuanto a la interpretación del deseo inconsciente. Y eso tendría un valor
respecto a la historia del psicoanálisis en la medida en que el fracaso de los
analistas para lograr analizar la histeria, el límite que encontraron en la
práctica, respecto de qué resuelve ella en su articulación al deseo de los
hombres, fue dando cada vez más importancia al análisis posible de una fase
preedípica madre-hija, y eso tomó su despliegue máximo –y su efecto en la
Argentina–, desde el kleinismo.
Y el kleinismo produjo en sus análisis, vía análisis de mujeres –lo he
observado, mucho, por años–, un punto de hostilidad respecto de los
hombres. Claro, cuando yo digo un punto de hostilidad se puede oír a coro,
perfectamente, que sí, no es ese el tema. Y que favoreció posiciones muy
obsesionadas, y búsquedas en las mujeres de resolver las cosas con más
distancia, evitar esos estragos con los hombres, –no querrían saber nada de la
segunda frase de Lacan, la del síntoma–, y el comienzo de dúos de mujeres,
del estilo madre-hija, con todas estas otras características que hemos
descripto. Además de todos los enormes problemas doctrinarios que por eso
se producen, suponiendo la existencia de una fase preedípica madre-hija.
Para resumir, la frase que he comentado de la relación madre-hija,
vinculándola con la segunda, el término ravage, ya ahí también habría que
hacerlo resonar en la problemática de lo ilimitado, y del problema de lo que
entre madre-hija toca esa dimensión en la cual algo hay de falta de límite. Y
por eso es también que muchas veces esas situaciones mejoran por el solo
hecho de que alguien introduzca el límite, y que no sea la madre la que tenga
que usurpar supuestamente ese lugar. Se hacen insensatos los límites de la
madre porque es una mujer, porque ya ha sido ser en ese estrago. Y entonces
siempre hay una manera caprichosa e insensata de establecer todos los
principios y las reglas con las cuales la hija se podría conducir.
Muchas de esas situaciones se alivian si un tío, el abuelo, le dicen:
“Búscate hija un novio, alguien que te ponga límite, déjame en paz a mí”. A
veces las dos se dan cuenta de qué es lo que falla ahí.
Uno podría decir ¿por qué? Porque si se ponen en feministas hostiles no
tiene salida la cuestión, trato de ir a otro punto. ¿Por qué vemos clínicamente,
que una ley sostenida por un idiota es mil veces más eficaz que la que quiere
sostener esa astutísima madre? Porque la ventaja del idiota es que –aparte de
que no la pone muy bien a la ley, o se olvida, está un poco ausente, pero no
importa, con que diga algo está bien, es otra la cosa–, viene esa ley de alguien
que es sexualmente y en su goce un limitado, y permite la identificación de
ella a algo acotado, a un conjunto cerrado.
Y es en eso que para ella es la referencia a esa identificación en un
hombre, le es algo de enorme estabilización respecto de una angustia,
angustia que excede la teoría de la angustia como objeto a, porque es la
angustia de un cuerpo que funciona fuera de límite. Y no es que ellas vayan a
adorar a ese hombre que sostiene una ley, ni nada por el estilo, pero hay que
preguntarse el porqué de ese referente. Y por qué el mismo referente es
superyoico e insensato sostenido por una mujer.
Es un dato que les doy, cuando se dice: bien, la mujer también puede
reemplazar al padre y sostener la ley. Sí, por supuesto, pero a la larga se va a
encontrar este problema, porque para ella la cuestión de la feminidad no
puede sino planteársele, y en formas más o menos sintomáticas aparece en la
madre, indefectiblemente, que ella también es mujer, y que ella también es
una ilimitada.
Creo que hay que ir más allá, no es un problema ni de machismo, ni de
paternalismo, ni de negar las lacras concretas de los hombres, y de su manera
un poco bruta de relacionarse con las mujeres –no vamos a hacer ningún
panegírico, ni elogio de nada–, hay que ir a algo más estructural. Y creo que
Lacan ya en L’étourdit (15) tenía la idea de que es agotando, y articulando,
pero llevando hasta el final para ella la referencia al significante del hombre,
como podría ubicar un más allá de su feminidad, para alguna chance que no
fuese de estrago.
Para terminar, diría que Lacan veía para ella –es un tema de fin de
análisis–, alguna ubicación respecto de su feminidad en lo que podríamos
decir un paso más que el Edipo. Pero no buscando a la mamá originaria
mucho más acá del Edipo. No es que a Lacan no le interesó cómo resolver
que ella encuentre algo más de sustancia en la cuestión de su cuerpo abierto e
ilimitado y la cuestión de su feminidad, pero en Lacan ese tema fue siempre
sobre la base de un recorrido de toda la lógica del falo como tal. Y es, al fin
de cuentas, por una lógica de no-todo respecto del falo que va a ubicar la
feminidad –es decir que en su definición se necesita del falo para ubicarse en
eso como no-todo–, y no por la decepción, el rechazo a jugarse a la aventura
de volver a amar a algún hombre que se pueda resolver la feminidad, salvo
bajo las formas fantasmáticas, superyoicas, y de estrago en el sentido fuerte
que hemos comentado.
Esa me parece la orientación lacaniana en el tema, pero es un comentario,
porque como les digo, son frases muy complejas que están siendo trabajadas.
Bien, estoy abierto a las preguntas. Voy a esperar tranquilo hasta que
aparezca alguna, no puede ser que vayan después todos a preguntarle a la
mamá de cada uno de ustedes algo.
(PREGUNTA DEL PÚBLICO)
Sabemos de los límites que tiene para una mujer el análisis, en tanto
culminan en un deseo del falo. El falo, no eso que ellos tienen entre las
piernas –ellas saben de su fracaso– sino como dice Lacan en el Seminario 10,
(16) el que podría articular la feminidad como tal. En esto se estanca la
solución edípica.
De todos los significantes-amo, los significantes-padre, inscriptos en una
cadena inconsciente, todos darán como respuesta, siempre, la ubicación del
deseo, el deseo del falo. En ese sentido es, yendo un poquito más de su
propio inconsciente, por eso es una temática difícil vinculada al fin de
análisis y a cierta separación de ese mismo determinismo inconsciente, que
Lacan plantea la ubicación de ella, la revelación para ella de la condición de
esa lógica de no ser toda para el falo. De averiguar en qué –como dice
Lacan–, es medio loca, pero no por una razón moral, consciente, un cuerpo
medio loco, fuera de lenguaje, y que se presta al paraíso como a la
devastación.
Nunca hizo Lacan de esto una cosa enteramente por fuera de la lógica
fálica. Le encontró una vuelta que no podemos elaborar acá, pero digamos,
toda la fuerza de sus fórmulas de la sexuación es haber encontrado una
manera de entender ese ilimitado femenino, sin embargo, en un modo que se
puede articular la función fálica. Eso era lo que decía que se podía tener en
cuenta también en la frase que dice en L´étourdit, (17) donde expresa que es
un error ir a buscar esa solución del lado de la madre. Por supuesto que,
mientras permanezca en una posición histérica, habrá para ella toda la
dinámica, la dialéctica y todas las transformaciones de su deseo, no una
relación superyoica, pero habrá siempre insatisfacción, porque todas las
formas fálicas que los hombres articulan para su identificación son para los
hombres fantasmas, lunares, y haciéndose lunar no es como una mujer
consigue el rapto.
Hay más ideas en el último Lacan. Ahora ha salido un texto, un pequeño
seminario que dio Jacques-Alain Miller en Brasil, que es como un resumen
de sus desarrollos más recientes, y donde encontrarán esta lectura de la
cuestión de la devastación o del estrago, que ha sido publicada en castellano
con el título de El hueso de un análisis. (18) Ahí tienen bien articulado –bien
articulado quiere decir: ¡reconocido por fin! por una persona importante del
psicoanálisis, el mejor comentarista de la obra de Jacques Lacan–, cuál es el
papel estructural como modo de goce que juega el amor en la mujer. Me
atrevo a haber sido un poquito pionero en eso, porque escribí un libro que se
llama Problemas sobre el amor y el deseo del analista, (19) que los analistas
dejaron caer en un tacho de basura, porque la teoría del amor era que el amor
era una trampa narcisista, sostenido siempre por la idealización, y que había
que atravesar eso. No había otra teoría.
Lo que me pasó es que, a mí, en mis discusiones con las alumnas de tantos
cursos, las mujeres jamás me lo creyeron. Yo notaba que explicaba la teoría
del narcisismo y los límites del amor, y ellas me miraban como diciendo:
“eso ya lo sé, pero el amor es otra cosa”.
Así que lo revisé en Lacan todo lo que pude, y ahora está perfectamente
dicho, bien fundamentado, que no es una coquetería, no es un alma femenina,
no es un no sé qué de las mujeres en un sentido culturoso, tierno, romántico.
Es que hay una razón por la cual el amor es el único modo de acceso al goce
femenino. Se lo puede entender como un operador. Con mucha frialdad, si
quieren, se puede decir: es que ellas suelen ser tan enamoradas, llegan a tal
sin límites en el amor. Bueno, pero no lo veamos desde los hombres sino
sobre nosotros; nunca vamos a responder con una cosa tan así, salvo algunos
muchachos muy dotados, pero hay que ir a San Juan de la Cruz. Estamos
empezando a entender que –no hagamos eso en términos de pullas de un sexo
con el otro, de que sean más nobles en el amor y nosotros unos brutos,
etcétera– en el exilio de los sexos hasta qué punto están determinadas,
podríamos decir, cómo les conviene la locura del amor, porque es el único
modo de acceso a ese otro goce.
Y eso nunca se decía con claridad, y si no se dice con claridad se empuja a
las mujeres al goce pulsional, al desengaño, a engañar a todos y a sí misma,
pensando que por puro sexo se la pasa fenómeno, y que se puede vivir sin
pasar por los riesgos de la devastación. Acomodarse al día de hoy y decir:
“Bueno, él se bajó tres, yo me bajé cuatro” –dicen ellas-. Salir con un chabón,
con otro y con otro, pum, tum, en un clima general de gran dificultad de
retomar la cuestión del amor.
En realidad, estamos en un momento bastante desengañado, terminaremos
todos con mamá, pero es muy importante que por fin hay una teoría que
empiece a dar cuenta de que hay un real de goce en juego en eso. Que no es
sólo un tema de querer fundirse con el otro, y que ese carácter insaciable de la
demanda de amor de una mujer, no podemos adjudicarlo ya en análisis
siempre a la insatisfacción histérica. De querer curarse de la histeria,
quitándole, al mismo tiempo, algo en lo que siempre reclama en el amor algo
más, pero que en ese algo más se lo puede ver desde un punto de vista
distinto que solamente la falta fálica, que nos hace creer que lo que ella
quiere es más falo, y entonces es una quejosa. Pero es que habita en esa
demanda ilimitada en la mujer algo que no se soluciona por la histeria, sino
que hay que entender que es exactamente el modo en que se articula su goce.
Y no cuesta tanto eso cuanto se entiende bien la relación que tiene el amor
con ese no-todo. Por eso hay ese carácter ilimitado femenino en la cuestión
del amor, tanto en el pedido de amor como en el amor que es capaz de dar,
que son locas de amor, como dice Miller: la mujer ama de una manera
erotómana, (20) pero es que en eso está el único modo que conocemos de
posible acceso a ese goce. No tenemos un modo que decís: bueno, si los
hombres se ponen un lunarcito, ellas llegan al goce femenino. No, no, ni con
fantasma, ni con esto, ni con todo lo que conocemos para gozar, no es el
modo de ese otro goce, y el único del que hay ciertos testimonios, también en
los místicos; es por coraje, o por una posibilidad más allá de la angustia de
aguantarse un amor sin límites. Eso, dice Lacan, que puede ser para una
mujer un hombre. La excusa para dar lugar a ese goce en ella.
(PREGUNTA DEL PÚBLICO)
No se sabe bien qué pierde una mujer cuando pierde un amor, y ni la
teoría del duelo, que es una cosa extraordinariamente difícil. Ayuda en esto,
porque cuando decimos decepción es una decepción de devastación, no es la
decepción de perder un objeto, que puede ser muy fuerte, pero que es un
objeto bien enmarcado en un fantasma ilimitado. Entonces es difícil eso, y se
ve mucho cuando vos decís: bueno, ¿por qué no quiere intentarlo de nuevo?
Conozco mujeres que, por ejemplo, respecto de las maldades mayores que le
puede hacer un hombre –vamos a la más simple de todas, que no la quiera
más y se fue con otra–, cuando ella había abierto ese amor a la dimensión sin
límites, ese agravio no tiene solución. Una mujer puede decir, tres, cinco años
después: “Estoy nerviosa porque tengo que ir a una reunión donde va a estar
él”.
Hay un chiste muy lindo que salió ayer u hoy en La Nación, de Maitena,
que se llama “Superadas” (21) –es muy chistosa en cosas de mujeres–, donde
una amiga le dice a la otra así: “pero escuchame, estás loca, si te largó hace
cinco años, vos ya te casaste con otro, y has tenido hijos con otro, y ahora
porque te enteraste que él tiene una novia estás con un ataque de celos, ¿qué
celos son esos?” Y ella dice: “Unos celos residuales”.
Después uno ve distintos acomodos posibles, puede haber hasta el temor.
Una mujer desde el lado de la feminidad hace cosas que no se entienden, que
siempre se entendían como histeria, y es porque sólo ella tiene en su angustia
dimensión de lo que es si le agarra eso. Y puede decir: “no voy a ir, no quiero
verlo, única defensa que tengo, porque si lo veo, en un instante, todo lo que
he pensado racionalmente de este desgraciado, bum”. Y te dicen que es por
una cosita que sienten acá, qué sé yo.
Hay toda una clínica nueva posible, en la que la palabra puede ubicarla
dándole un lugar a eso, porque ¿quién puede conseguir una solución acerca
de cómo manejarse sino ellas? Le daría mucho valor, ya que muy fácilmente,
en nuestra cultura, ellos están absolutamente en el lado del consumo
fantasmático, con todo un proceso de caducidad de la familia, separación, y
ellas también parecen estar destinadas a una solución del estilo masculino,
por decir así. “No te metás más en eso porque perdés”, ese es el mensaje
fuerte, “no se enamoren porque acá el que se enamoró perdió”. O libros como
pueden ser “el problema de las mujeres que aman demasiado”, como si
pudieras tener una terapéutica para decir: amá menos.
Pero es que a veces espontáneamente a uno le puede salir eso en un
análisis también, “no te lo tomés tan así”. Pero una mujer enamorada está
fuera del planeta en eso, es inútil que diga: “Sí, no me lo voy a tomar tan así”.
¿Y qué pasó? “Esperé en un insomnio catorce horas el llamado telefónico de
él, y yo me doy cuenta que soy loca porque no tiene sentido, porque incluso
él me dijo: no sé si voy a poder llamarte”, y nada del discurso sirve, y están
desbordadas, raptadas en ese estado de devastación.
No sabemos mucho, pero se empieza a reconocer el tema, y que no se
soluciona tampoco diciendo: “Teléfono… dígame qué asocia con teléfono”,
tele-fono, su mamá, qué sé yo, debe ser un ritual de la voz de la madre,
porque es un punto en el cual todo un inconsciente está en suspenso, y se
trata de ver cómo articular ese plus corporal y de goce a algo.
Me alejé un poco, pero contestaba en el sentido de que no me extraña, no
me parece tan raro, que después de algunas decepciones, pueda crecer este
punto de defensa hostil y de decir: “Me cansé, me cansé”.
(PREGUNTA DEL PÚBLICO)
Se ve bien eso en la clínica, cuando hay por detrás una especie de reproche
de mujer a mujer. Está carcomiendo lo que podría ser la relación de una
madre con su hija, de una hija con su madre. Por eso hay que buscar más
datos clínicos para ver si es realmente una situación estragante.
No estoy tampoco diciendo que ella puede contar: “Sí, mi marido se queja
porque tal día me gusta ir a almorzar con mamá”, o “le dije a mamá que
venga a casa” y como él piensa “la suegra” –les estoy haciendo la novela,
medio machista, de que las mujeres tienen que despreciar a sus madres o cosa
por el estilo–.
Hay que precisar el asunto, y el dato que indica que se van a pasar la
cuenta estragante de un reproche de mujer –por detrás de la relación madre-
hija–, es lo que les digo de un pacto mutuo de hostilidad y rechazo del deseo
masculino. Ahí es cuando ves que, estamos juntas porque somos dos fracasos
como mujeres, por esos mierdas de hombres, pero la sociedad en comandita
que queda ya toma una dimensión estragante.
¿Está claro eso? Puede haber perfectamente vínculos de hija – madre
donde no se plantean, no se articula eso, y que pueden ser con todas las
peripecias comunes de un vínculo, y sin este matiz tan especial.
Así que, ojo, hay que comentar muy bien la frase, porque Lacan lo dice
muy bien, en qué la relación es un estrago. Lo dice en la medida en que se
instala entre ellas una pregunta sin salida.
I
El título de esta conferencia se deriva de las jornadas anuales de la Escuela
de la Orientación Lacaniana (EOL) del año pasado. El tema de esas jornadas
fue “El peso de los ideales”. (1) Con esta orientación de trabajo se trataba de
hacer reflexionar a todos los colegas, tanto en la clínica como también en los
problemas sociales, en lo que llamamos el malestar en la cultura, la paradoja
con que se pueden presentar los ideales de la persona, tradicionalmente
estudiados con la noción de ideal del yo. Esos ideales, que pueden parecer a
todos en principio sanos, identificaciones que tenemos que nos provienen de
la cultura, que nos dan un punto de vista sobre todos nuestros objetos,
nuestras escenas, se sabe en una primera descripción cuánto el seguimiento
de ese ideal se vuelve para una persona un peso muy pesado.
Es un clásico diría, en los desarrollos iniciales de un análisis, justamente
que el sujeto va pudiendo articular hasta qué punto su identificación con
ciertos ideales familiares, que, o porque no los puede realizar, o porque
francamente los mantiene por una cierta adhesión infantil a esa tradición
familiar –pero que no son exactamente de él–, le producen toda suerte de
obstáculos y de culpas en todas las realizaciones que intenta de su deseo.
Ese era el tema general, y su referencia más amplia al malestar en la
cultura provenía, por supuesto (porque es un tema tratado por antropólogos,
economistas, sociólogos, filósofos, educadores), de la comprobación de cierto
gran sacudimiento de los ideales en el mundo contemporáneo. O
especialmente un gran sacudimiento de los ideales particulares, de los ideales
regionales, de los ideales de cada lugar, frente a esa globalización de
mercados que parece sacudir o anular todas nuestras referencias simbólicas
más particulares, casi diría más íntimas.
Estando justamente en Mendoza –el tema tiene una ilación–, en las
jornadas de la Asociación Cuyana de Estudios Psicoanalíticos (ACEP), donde
hubo participación de colegas de una u otra orientación, freudianos y
kleinianos inscriptos en la Asociación Psicoanalítica Internacional,
escuchándolos, advertí que toda esa problemática está referida a la noción de
superyó, y eso en razón de que la segunda tópica freudiana –aquélla en la
cual Freud reconsidera su manera de entender el aparato psíquico, con su
famosa trilogía: superyó, yo y ello–, digamos que tuvo un éxito increíble en
la posteridad de Freud, en el post freudismo, y se convirtieron en los tres
únicos conceptos fundamentales –con sus articulaciones– para explicar la
clínica psicoanalítica. Ello produjo cierto grado de banalización en la teoría,
lo que ocurre sin duda cada tanto con cualquier concepto psicoanalítico. Todo
se reducía siempre al conflicto, a entender todo como el problema del empuje
pulsional proveniente del ello, el duro trabajo del yo para acomodarse de ese
empuje, y una referencia general a la ética y moral y a todo lo que nos viene
en términos de principios morales con sus exigencias, a esa noción de
superyó.
Y eso había incidido enormemente en la práctica de la dirección de la
cura, de manera que pude escuchar en esa ocasión cuán decisivo les resultaba
en esa orientación, señalar que se podía decir que la eficacia de un análisis, en
última instancia, consistía en que el sujeto pudiese desprenderse de aspectos
malignos, nocivos, de ese superyó, de esas exigencias, provenientes, en
principio, de los padres, y poder quedarse y asumir todos los rasgos de esas
exigencias que fuesen benéficos. De manera que era crucial la idea de un
superyó con aspectos buenos y con aspectos malos.
Tenía eso en mente cuando me puse a trabajar al ser invitado a dar una
conferencia en esas jornadas de la EOL, y reviendo el tema me di cuenta de
que en la Orientación Lacaniana, en aquélla en la que yo estoy, en el Campo
Freudiano, la AMP, (2) y en los desarrollos de sus distintas Escuelas, algo no
estaba bien aclarado, elaborado, respecto de cuál era la posición de Lacan
acerca de la noción de superyó, y que todos nosotros lo usábamos en cierto
modo en un estilo freudiano, aunque tuviese la noción de deseo según Lacan,
significante, significado, el inconsciente estructurado como un lenguaje, la
diferencia entre goce y placer, y muchas nociones con las que se retoma y
revisan las nociones freudianas, pero que reconocemos como forjadas
propiamente por Lacan en su enseñanza. Bien, todos nosotros usábamos de
pronto si nos convenía, en nuestras reflexiones clínicas, o en nuestras
reflexiones sobre el malestar en la cultura, referencias al superyó. Y me
empecé a dar cuenta de que no habíamos trabajado lo suficiente cuál había
sido la elaboración propiamente de Lacan sobre la noción de superyó.
Es cierto también que hay una razón para este atraso, porque Lacan no
dejó un desarrollo sistemático sobre esa noción, y tiene referencias cada
tanto, pero que son realmente como pequeños hilos sobre la cuestión del
superyó, incluso algunas menciones en las que puede decir: atención, que
nunca les hablé del todo acerca de la cuestión del superyó.
Sin embargo, creo que siguiendo su enseñanza se puede ver algo que me
pareció de extremada importancia.
Para ir viendo eso, y las consecuencias que tendría, (porque acá lo repito
de la misma manera que lo dije en esa conferencia), les ofrezco como una
propuesta y un modo relativamente novedoso de leer la cuestión, así que
ustedes podrán hacerse su propia idea verificando después en la bibliografía y
meditando cómo ven la cosa.
El punto inicial de mi argumentación, en buena parte está basada en volver
a Freud, al contexto mismo en que él produce esa noción y no tanto a todos
los usos que se hicieron después de la segunda tópica, o de otros autores.
Saben que eso está, es del año 1923, en su texto “El yo y el ello”, (3) es
decir el texto en donde Freud inventa la segunda tópica. Y bien, si igual al
inventarla hay por supuesto reconsideraciones del yo, sobre el ello,
podríamos decir a grandes trazos que sintetiza, resume, recoloca con la
noción del yo algo que de todos modos ya venía trabajando y considerando
desde antes de su propia enseñanza. Y lo mismo podemos decir con el ello
como sede de las pulsiones.
De manera que, si bien el invento de Freud en el ´23 es toda esa segunda
tópica, la noción decisiva con la que se arma esa segunda tópica es la noción
de superyó. Y en ese texto se puede probar creo, fácilmente, que Freud hace
una completa equivalencia entre el ideal del yo y el superyó, hasta el punto de
que en el subtítulo de “El yo y el ello” en que presenta la problemática del
superyó, introduce la noción de superyó y pone entre paréntesis “ideal del
yo”.
Quiere decir que todo lo que él había conjeturado con la noción de ideal
del yo, es decir desde “Introducción del narcisismo” (4) (que es donde
propone la noción de ideal del yo), queda ahora completamente absorbido por
la noción de superyó. Así que tenemos esa operación freudiana, voy a escribir
ideal del yo así, una gran I, no lo voy a escribir como lo escribe Lacan, pero
nos entendemos, y le pongo con este signo en qué consiste esa operación, en
esa equivalencia.
I Superyó
Y también son más pruebas, no sólo ese detalle del texto, sino que esta
cuestión no escapó para nada a los comentaristas de Freud. Uno crucial,
Strachey, en su comentario de la edición inglesa de las obras completas de
Freud (lo pueden ver en la edición de Amorrortu, donde esos comentarios
están), puntúa en ese comentario, que efectivamente Freud, a partir de “El yo
y el ello”, prácticamente no usa más la noción de ideal del yo, así que se
verifica esa absorción conceptual. Una sola vez, en un resumen en una de sus
conferencias, hace una pequeña mención a lo que él había llamado ideal del
yo, justamente aclarando que le parece solamente una vertiente del
funcionamiento del superyó.
Recordar solamente esto, enfatizarlo así, ayuda mucho para de pronto ver
cuál fue en cambio, la operación inicial de Lacan sobre esta cuestión.
Sólo sabemos de manera general que, en la primera enseñanza de Lacan,
el peso del retorno a Freud fue la búsqueda de la fundamentación de lo que
sería su primera tópica, la distinción conciente-inconsciente, y cómo
fundamentar esa noción de inconsciente. Y le busca esa fundamentación
(digamos para simplificar), en su famosa bandera teórica: el inconsciente está
estructurado como un lenguaje, (5) y su noción de sujeto del inconsciente y
todo el estudio con los aportes de nociones tomadas de la lingüística, etcétera,
de cómo puede fundamentarse todo ese Freud.
Siempre tuvo Lacan como un matiz crítico de la segunda tópica de Freud,
cuyos problemas retoma recién hacia el final de su enseñanza. Eso lo
podemos tomar así, crítico quiere decir: Lacan no sabía cómo meterse con la
problemática de la segunda tópica, necesitaba encontrar un fundamento de
muchas cosas previas. No estoy diciendo que todo lo que Freud desarrolla a
partir de eso no nos sirva, ni mucho menos; al revés, pero tomó su distancia,
que la podemos verificar en lo que fue el último Seminario (6) de Lacan, un
Seminario aislado que dio en Caracas en 1980. Fue la vez que Lacan viajó a
América Latina, estuvo en Venezuela, fue nuestro primer encuentro con él, de
todos los interesados en su enseñanza en América Latina. En ese Seminario,
como si alguien le hubiese informado de que en el psicoanálisis en América
Latina el empleo de la segunda tópica era predominante, máximo, señaló que
esos tres de Freud –superyó, yo y ello– no eran sus tres, (7) y que él había
tratado de hacer algo mejor que ese esquema de Freud de articulación de yo,
superyó y ello, así que es literal ahí la crítica de Lacan a esa segunda tópica.
Pero uno puede rastrear la cosa mucho antes si recuerda esta operación de
Freud, porque veremos cómo, cuando
Lacan inicia su enseñanza, la que conocemos publicada a nivel del Seminario
1, Los escritos técnicos de Freud, (8) el planteo de Lacan es sostener la más
profunda diferencia entre el superyó y el ideal del yo. Eso se ve muy bien en
ese primer Seminario. Ya veremos después con más detalle como propone
una manera de entender efectivamente la noción de ideal del yo de Freud,
tomada de “Introducción del narcisismo”, su articulación y diferencia con la
noción de yo ideal, y una idea en la cual él desarrolla toda la importancia
vinculada al ideal del yo, y dice: el superyó es otra cosa, ya lo veremos, pero
no tiene nada que ver con la noción de ideal.
Al retomar esta distinción (el clima que uno observa al leer todo eso), es
que se trata de entender con la noción de ideal del yo, identificaciones que
podríamos decir benéficas, identificaciones cruciales para que el sujeto pueda
sostener más o menos su mundo, contra un clima en el cual el superyó es algo
siempre entrevisto por Lacan o mencionado en el sentido freudiano de algo
opresor, con peso, insensato, tiránico, vinculado en sus exigencias máximas a
las descripciones de los estados clínicos más severos, más graves, y eso ya da
para hacer un binario en el cual diferenciar ideal del yo de superyó.
En efecto, si uno con esta idea relee a Freud, se encuentra que desde el
vamos se le impone a Freud diferenciar en su concepción sobre el aparato
psíquico, una instancia que había que diferenciarla del yo, para dar cuenta de
todos los datos que él observaba acerca de cómo en ese yo (y en esa
organización yoica, incluso consciente), se presentaban toda suerte de ideas
vinculadas a censuras, autocríticas, reproches, sentimientos de culpa, que son
inexplicables desde el punto de vista de la idea de un yo como organización
perceptiva y consciente en alguna función vinculada a hacer de vínculo con la
realidad, y articular esa realidad y sus pruebas, pero esa noción no explica
que dentro de ese campo yoico haya tanta cantidad de ideas que son en Freud
clínicamente siempre ideas de culpa, autorreproches, etcétera. Y eso, que lo
detecta en sus primeros casos, especialmente de neurosis obsesiva (si releen
los primeros casos de Freud donde empieza a ubicar la cuestión de la neurosis
obsesiva), ese material es fundamental, y aparece además del lado patológico,
del lado sintomático, del lado que introduce sufrimientos, del lado en que se
introduce una presencia del reproche y de la culpa, que incluso así lo vive el
sujeto, aunque para el propio Freud o el observador pueda considerar que está
un poco loco, porque visto de afuera no es para hacerse semejante idea de
reproche. O inclusive muchas veces, verificando que no tienen nexo con
ningún suceso real, y que el sujeto perfectamente se puede hacer reproches
muy intensos de algo que no ha ocurrido –recuerdan los primeros casos, ya
de Freud, de neurosis obsesiva, donde el sujeto se reprocha haber asesinado
gente, etcétera, cuando es una persona común y silvestre que no ha matado a
nadie todavía.
Eso es lo que lo lleva a Freud (esa simple descripción de los hechos
clínicos) a la idea de que hay que inventar de algún modo, nombrar de algún
modo otra instancia psíquica que no está tan al servicio de la organización de
una realidad, sino que parece recibir, representar en el psiquismo, una serie
de elementos, de ideas que en su descripción misma indican que provienen de
la existencia de exigencias culturales; porque ningún reproche se entiende si
no se formula con lenguaje y refiriéndose a una serie de premisas, de normas,
que varían según las culturas, y que el sujeto ha recibido de los otros, del
entorno parlante. Y eso justificaba para Freud decir: en el psiquismo hay que
anotar, en algún lado, una instancia, que es como la encargada de haber
adquirido, recibido, toda esa referencia, pero no a la cultura en cualquier
sentido, no a la cultura en sentido informativo, no a lo que aprendo de tanta
información buena acerca de la vida, sino una instancia que adquiere el
aspecto moral, ético, normativo de la cultura.
Pero en “Introducción del narcisismo”, (9) esa instancia a pensar como
nexo con ese universo cultural, y por el tipo de problema que trata, es
nombrada por Freud ideal del yo. Lo que lo lleva a ese tema en esa ocasión,
en que, como ustedes saben, desarrolla por primera vez su idea de la
existencia de un aspecto libidinal del yo, que tampoco estamos ya en un yo
que organiza la realidad, sino de una imagen de sí que tiene un profundo
investimiento libidinal, y es con eso que inventa una nueva teoría del yo, que
eso es el yo del narcisismo (un invento extraordinario para Lacan al que hay
que darle el mismo peso que la invención o el descubrimiento del
inconsciente, hay que ponderar eso), que para toda una filosofía y una
psicología que pone en la noción de yo una instancia cognitiva, la de ensayo
y error, y de articulación de cómo se constituye la realidad, Freud dice: el yo
es una imagen que nos da placer. A partir de ahí el yo empieza en Freud a
tener más bien una orientación de algo riesgoso, porque puede llevar a un
encandilamiento, y al que da lugar a lo que se difundió para siempre en la
cultura, que todo el mundo emplea y utiliza ahora como la cuestión del
narcisismo, que es lo mismo que antes se representaba como soberbia,
orgullo excesivo, amor de sí mismo, etcétera.
Freud considera (para pensar, como siempre hace Freud, para poder
pensar cómo aparece algo en el psiquismo), imagina una situación previa,
anterior, e imagina una situación originaria donde uno se baña en un
investimiento libidinal narcisístico máximo, y que él evoca como infantil, una
especie de reino máximo de un investimiento yoico, y eso le permite pensar
que ese narcisismo que no desaparece, no tiene esa omnipotencia ni esa
totalización extrema en los seres humanos, en lo que él llama los adultos.
Pero los adultos, cuando vamos a la clínica, van a encontrar desde los dos o
tres añitos ya, seguramente que no hubo nunca un “su majestad el niño” (10)
de un investimiento narcisístico total. Freud ubica originariamente algo así
para poder pensar cómo en realidad la gente vive una suerte de narcisismo
atemperado, que se mantiene un aprecio por la imagen de uno mismo, una
autoestima, pero que no desborda en una omnipotencia loca, salvo en casos
muy patológicos. Y para poder resolver eso, es que Freud se hace ese planteo
para saber a dónde va a parar ese investimiento libidinal narcisístico en el
adulto. Entonces se le ocurre esta idea, esta articulación, que es la
identificación con los elementos de la cultura, con los puntos de referencia
obtenidos de las exigencias culturales del entorno, y para diferenciar estas
dos cosas es que inventa, para la identificación a esa referencia cultural, la
noción de ideal del yo. Eso le permite explicar que ahora es desde ahí que
uno mide su narcisismo. Si tienen el ideal por identificación a la cultura de
ser rubios, atléticos, y dueños de varios millones de dólares, y se miran en el
espejo gordos, negros, y cada vez más empobrecidos, van a tener unas
heridas narcisísticas y un investimiento libidinal narcisístico en baja, y tal vez
al borde de una crisis muy fuerte o hasta de un suicidio. Pero si tienen el ideal
de ser criollos de pura cepa, pobres pero honrados, y lo importante es ser feliz
y no andar siempre haciendo pinta de atleta, se verán gordos, negros y sin un
peso, y se considerarán con una autoestima maravillosa.
Freud permite con esa idea entender algo muy importante, y es por qué
con los mismos objetos –ése es el argumento de él, un argumento típico en
las ciencias sociales para hacer surgir el determinismo cultural, el argumento
típico es: se coloca a dos personas con los mismos objetos–, uno se pregunta
por qué este está feliz y este está hecho un desgraciado, cuando no hay
diferencia respecto de lo que tienen, y esa es la manera de probar que todo
depende de otra cosa, de otra instancia, y que Freud denomina ahí el ideal del
yo, como diferente al yo.
Eso es un renglón de Freud al fin de cuentas, es un párrafo de
“Introducción del narcisismo”, pero fue un párrafo de un valor crucial para
Lacan porque le permitía mostrar cómo en Freud estaba bien claro ese
predominio de las relaciones simbólicas por sobre las relaciones imaginarias,
y la importancia crucial en el sostén del sujeto de todo lo que era la serie de
sus identificaciones, hasta ahora llamadas culturales. Bien, Lacan puede
precisar y decir simbólicas, se puede hacer un estudio de esto que llamé ser
pobre pero honrado, y se ve muy bien que son palabras, que eso sólo existe
en rasgos simbólicos preexistentes en la palabra de los demás, en la cultura, y
a Lacan le permitía indicar que hay que diferenciar muy bien las
identificaciones a rasgos simbólicos, identificaciones al ideal del yo, de la
identificación libidinal a la imagen. Y con eso construyó inclusive,
rápidamente a partir del Seminario 1, todo un modelo para entender esto,
divertido, que se llama modelo óptico, (11) y en el que se ve muy bien cómo
el espejo de nuestro mundo está mejor o peor, nos sentimos mejor o peor
según lo que gobierna ese espejo, y que es nuestra relación como sujetos a las
identificaciones simbólicas.
Lacan llevó esa temática (es decir, la posibilidad del análisis de reubicar al
sujeto en saber cuáles son sus rasgos identificatorios, en advenir por el
análisis y la rememoración a los puntos mismos en que se habían constituido
para él esos rasgos tan determinantes y que pueden ser inconscientes, lo que
podía hacer pensar el proceso como tal de una cura), hasta encontrar y
realmente por cierto obstáculo, las razones para empezar a pensar que un
final de un análisis no puede ser pensado exclusivamente en términos de esas
identificaciones. Que es necesario ir más allá de esas identificaciones al ideal,
y ese es un momento hasta crítico en su enseñanza, que lo pueden encontrar
en su escrito “Observación sobre el informe de Daniel Lagache:
“Psicoanálisis y estructura de la personalidad”, (12) donde describió al
máximo las características de ese modelo óptico. Lo que les enfatizo ahora
es: sí, pero no sólo eso, piensa además cómo es la cura con eso, y piensa
inclusive que tiene que desprenderse de ese modelo y pensar más cosas
porque queda un obstáculo final en esa línea vinculada al final del análisis,
qué podemos obtener a partir de un análisis.
Esto se los digo a vuelo de pájaro, nada más que para lo siguiente: para
indicar el enorme valor que tuvo en Lacan la distinción ideal del yo-yo ideal,
la cantidad de años que centró fundamentalmente la cuestión del sujeto y su
análisis con esos elementos. E inclusive en el final del Seminario 11, (13) es
decir donde se ha desplegado una refundamentación de los cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis para Lacan: la repetición, la transferencia, el
inconsciente, la pulsión, y una teoría del final de análisis que ha durado en su
concepción hasta ahora para nosotros, toda su teoría del final de análisis
como atravesamiento del fantasma, caída de las identificaciones, con sus
efectos de asunción del acto. Al final del Seminario 11, todo eso está armado
en relación a la noción de ideal del yo. Y es de una oposición entre el objeto
pulsional, lo que llama el objeto a, y el ideal como fabrica al final del
Seminario las condiciones del final del análisis.
Así que es una noción que ha tenido un desarrollo sistemático en Lacan;
no sólo ha formado parte de ese gran planteo del modelo óptico, es también
un matema crucial en su grafo del deseo, donde figura ahí escrito (justamente
para indicar hasta qué punto toda esta gama de identificaciones lo era a
rasgos simbólicos preexistentes en el Otro del lenguaje) es que lo hizo una
función de su noción de gran Otro, esto es, la escritura de Lacan de ideal del
yo. Y si no pone yo y pone su noción de gran Otro, es para enfatizar al
máximo que esto sólo se entiende como relaciones del sujeto a rasgos
significantes, rasgos significantes que no son cualesquiera, son nada más y
menos que los significantes que dan una posición al sujeto, y es por esa
posición que de ahí se decide cómo arma su campo imaginario.
Mientras tanto, de superyó en todo ese desarrollo, no hay noticias, ningún
modelo óptico para la noción de superyó, ni figura en el grafo del deseo, y si
hay algo para decir de él habrá que buscarlo entre líneas, en cambio, cuánta
teoría, dirección de la cura, discusiones del final del análisis, todas centradas
en la problemática del ideal del yo.
En Freud, si tomamos estrictamente el problema que lo conduce a él, a
forjar la instancia ideal del yo, verificamos que es una instancia pensada para
entender un efecto moderador, de temperancia, de consistencia, benéfico.
Recuerden que su argumento es el de un narcisismo que en su locura propia
(por decir así) da cuenta de los fenómenos clínicos más catastróficos. Y que
Freud va a estudiar estados narcisísticos desbordados en las psicosis, en las
melancolías, en los aspectos más riesgosos para el sujeto, y que moderar eso,
gracias a las identificaciones simbólicas, era un sostén extraordinario. El
sujeto no queda mejor ni mucho menos; si uno en principio le elimina, o no
ha podido constituir suficiente serie de ideales, no es que quedemos unos
animalitos libres para saltimbanquear por el bosque si perdemos los ideales;
lo que queda es un pobre niño enfermo de megalomanía ficticia, porque con
mirarse al espejo no se resuelven las cosas, y el espejo estalla en fenómenos
de fragmentación corporal, locura, muerte.
Todo eso yo lo he ido armando para decir el peso de los ideales.
Bienvenido si es un peso; no es ningún peso, un enorme peso es andar mal
con los ideales. ¿Por qué achacar tanta problemática al ideal?
Lacan sigue a Freud, entonces, en la mostración clínica de cómo las
carencias identificatorias a nivel de ideal son las que nos pueden explicar
efectivamente las patologías de cualquier nivel. Y recuerden que Freud, en su
construcción del complejo de Edipo, señala como el logro máximo de su
desarrollo lo que Lacan ubicó en el tercer tiempo del Edipo (14) un logro
crucial de por vida, la constitución del ideal del yo, y del ideal del yo
soportado para Freud fundamentalmente en la función paterna.
De pronto, ¿qué le pasó a Freud? Se lo ve muy bien en el análisis de niños.
Viene con unos fenómenos imaginarios y sus angustias respectivas inmensas,
y se ve –y se ha verificado infinidad de veces en la clínica de niños en
análisis– el papel normativizante de colocar al niño en relación a la función
paterna y a la conquista de sus ideales, entre los cuales (como saben) ni más
ni menos que su posición sexual, resultado fundamental para Freud, de algo
que no es ninguna maduración libidinal propia sino que se obtiene, más o
menos, pero nada mejor hay, sobre la base a la identificación al ideal del yo.
Un niño bien constituido en el tercer tiempo del Edipo, gracias a un
análisis que más o menos, a los siete añitos, a los ocho años –Freud pensaba
que a los cinco ya había que haber conquistado todo esto–. No andamos tan
bien como en la época de Freud, en donde los niños a los cinco años ya eran
hombrecitos; ahora los niños tienen como veinte, veinticinco y están en el
segundo tiempo del Edipo… Bueno, eso es lo que queremos decir con las
grandes crisis del sistema del ideal del yo y la declinación de la función
paterna.
Y Lacan les había dado a esas insignias del ideal del yo, ese papel de
verdaderos instrumentos, emblemas, que el niño se lleva –“se pone en su
bolsillo” es su expresión–, (15) articulado su Edipo, y como recurso
simbólico constante.
Entonces es mucho lo que hay que pensar cuando Freud, que seguía
exactamente esa misma dirección, de pronto en el ´23 hace caducar la noción
de ideal del yo, y la sumerge en la de superyó. Y es mucho, porque Freud, lo
freudiano de Freud en mi opinión –estas cosas en un seminario no se pueden
transmitir porque en Freud hay de todo, porque piensa en ese estilo dialéctico
consigo mismo en el cual se le ocurre la idea A para una cuestión, pero él
mismo después escribe que podría ser la B, de eso sale una contradicción que
se podría arreglar con la idea C, pero la C no le da mucho, así que podríamos
volver a la A, y después, en nota, también se podría pensar la F, porque él
escribía mientras pensaba, entonces no tiene sentido discutir qué dijo Freud o
no dijo, porque Freud dice más o menos de todo. Pero yo les doy mi idea que
creo que se puede verificar en sus textos, y en el texto fundante de la segunda
tópica– el espíritu freudiano sobre la cuestión del superyó es en cambio cómo
pensar, y empezar a pensar una y otra vez, y a pensar todo el tiempo esa
instancia ahora llamada superyó como una instancia acosadora, como una
instancia desequilibrante, como una instancia maléfica. Es decir, una
problemática totalmente distinta a la que se había constituido con la noción
de ideal del yo.
Es el gran momento en que empieza en Freud a poder pensarse (y Lacan
lo va a hacer también, por supuesto) que todo lo que habíamos puesto de
normativizante y benéfico en ese efecto de cultura, debe ser estudiado ahora
desde el punto de vista de que la cultura enferma.
Esto que les dije medio en broma (pero es así como lo pienso), el sistema
de argumentación de Freud, de ver todas esas alternativas, si tiene un lugar
para divertirse es cómo trata de fundamentar este invento nuevo, la noción de
superyó en “El yo y el ello”. Los desafío a que me digan que eso es claro, y
que se entiende fácilmente, qué diablos es para Freud el superyó cuando él
mismo es el que lo inventa como noción. Y es una de las argumentaciones
más contradictorias, intrincadas, y que se puede –evidentemente– leer de una
manera o de otra.
Pero yo les voy a decir, cuando relean eso, cuál me parece el argumento
más interesante, que es por supuesto el más extremo. Eso depende de cada
cual. A mí, de los autores me gusta la parte en que enloquecen un poco con
las ideas, es decir, llevan la argumentación a un extremo.
Muchas veces, después ese extremo no es el tomado por los
continuadores, que suelen quedarse con una idea un poquito más tibia de la
cuestión. Pero cuando se trata de rodear algo real con el pensamiento, eso se
lo obtiene en combinatorias argumentales muy extremas, donde se lleva el
propio planteo de las conjeturas a punto de contradicción o estallido máximo.
Y eso es muy común en los autores inventivos, en el momento mismo en que
presentan una noción nueva.
Seguramente Freud –les podría dar muchos ejemplos en Freud de esto–,
después se asusta de la propia argumentación que ha hecho, y él mismo o la
entibia, o dice que no hay que generalizarla, o dice que sabemos tan poco que
solamente intentamos tratar en psicoanálisis, que más adelante la ciencia
psicoanalítica podrá ver mejor eso, etcétera. Ahora, pasa el tiempo, se discute
todo, y lo suculento, verdaderamente interesante, estaba en esa suerte de
desborde un poco argumental.
He jerarquizado siempre (lo hago también con Lacan), el ir siempre con
mucho interés –no es por erudición, es porque es el momento desde cierto
punto de vista más fecundo en la discusión de un concepto–, a ir a las páginas
mismas donde ese concepto es presentado.
Creo que todos tendrán la experiencia de cómo después los conceptos,
cuando parecen ya más fáciles, más de diccionario, tomados de segunda
mano, funcionan, pero uno se ha olvidado, no puede rehacer a qué
respondían, a qué problemática propia del autor respondían, y en eso, retornar
cada tanto a las páginas iniciales siempre es sumamente rico, y por eso en el
tema del superyó recomiendo una y otra vez ver qué diablos pensó Freud en
el momento en que introduce esa noción.
El argumento, en el que yo creo que él lleva la problemática al mayor
extremo, se puede ordenar en estos pasos.
Nada cambia la idea freudiana constante de que esa instancia, el superyó
se constituye en un determinado momento, y eso es lo que queremos decir
siempre en psicoanálisis por identificación: que se incorpora un elemento que
no estaba en ese psiquismo, y el superyó –cualquier cosa que sea como
instancia–, se produce por incorporación de una identificación padre. Así que
es ubicable en un rasgo vinculado para Freud al padre y a su función.
Pero uno puede estudiar muchas identificaciones con el padre, y Freud lo
aclara muy bien, que no es una identificación cualquiera, es una
identificación al padre en su función, es decir, al padre en su función edípica,
al padre en su función de, si bien no constituir, recordar para el sujeto que
hay un límite. Es una identificación al padre como agente de la represión, al
servicio de la represión. Y respecto de un acoso, más o menos angustiante
para el yo, provenientes de las exigencias pulsionales del ello.
Entonces, esa dinámica en Freud: puede haberse constituido una
organización yoica, pero está jaqueada por elementos discordantes,
inquietantes, que provienen de las exigencias de goce del cuerpo. Y es aquí
para Freud, donde incorporar (todo lo contrario de rechazar, o de asustarse, o
de no querer saber nada), identificarse al ‘no’ paterno, es algo que le viene
bien a ese yo, porque colabora, es benéfico, porque es un ‘no’, es un ‘basta’,
un límite a esas exigencias de realizaciones pulsionales.
Creo que los psicoanalistas lo describimos, lo repetimos, se observa todo
el tiempo, sería decir que para el yo del niño esta repentina exigencia de
meterse un dedo en la nariz todo el tiempo, llega un momento en que
preocupa al propio yo, aunque no sea más que porque si eso sigue se
convierte en un dolor, en úlceras, sobre la base de esa exigencia (estoy dando
un ejemplo pudoroso, hay otros posibles en cuanto a las exigencias
pulsionales, pero he tomado el desplazamiento de la enseñanza al niño, de
que no es conveniente de que esté todo el tiempo metiéndose el dedo en la
nariz).
Es de una instancia, para Freud, paterna, aunque venga de la madre, o de
cualquiera, de un tío o un sobrino, como función, y es esa orden normativa
que pone ‘basta’, un límite.
Freud piensa eso. ¿Y por qué diablos uno se va a identificar, por qué uno
va a incorporar esa instancia de ‘no’ en el propio psiquismo? Ese es el
problema. Porque saben, uno podría decir: “yo no lo incorporo nada, me la
aguanto porque él es un grandote que me amenaza”, así que a lo sumo le
digo: “Sí papá, sí papá”, pero en cuanto se dé la vuelta yo estoy del lado de la
exigencia pulsional.
Entonces Freud tiene que pensar (es muy difícil encontrar un buen
argumento para eso), que no es que uno recibe un ‘no’ de prohibición, de un
límite, es que el superyó quiere decir que me va a empezar a funcionar a mí
mismo, porque me he identificado e incorporado dentro de mi psiquismo esa
instancia, y que a partir de ahora si papá no está, yo mismo, a veces me viene
la tentación pulsional, y yo mismo me voy a decir: “Juanqui, esto no puede
ser, basta”. Y voy a empezar a luchar entre una instancia que me dice que no,
y otra que me lo transgrede todo el tiempo.
Esa fue ya la gran idea de cómo pensar esas exigencias entre el superyó y
el yo. Si no puedo a final de cuentas, porque estoy toda la noche diciéndome
no a lo mismo, que no me puedo poner un límite, pero me siento lleno de
culpa porque me digo que no puede ser, pero no tengo límite, y me vuelvo a
decir no puede ser, bueno. Cuando ya llego a muchas crisis voy a un diván y
pido un análisis.
Entonces la idea de Freud, su argumento es: hay tal vez una razón para
entender por qué el sujeto no es que reciba una prohibición, sino que se
identifica con ella, la hace instancia psíquica, y es por el provecho que tiene a
los fines de mantener una cierta consistencia yoica, es decir que Freud tenía
la idea de que en principio ese movimiento pulsional del ello, el goce, es una
cosa peligrosa para cualquier equilibrio o consistencia imaginaria corporal.
Así que el yo dice: bienvenida prohibición de papá, y se la incorpora.
Pero aquí, donde todo esto parece tan benéfico, Freud dice que ese
empréstito (Freud piensa que ese yo toma prestado, porque le conviene en ese
momento, esa instancia prohibitiva, ese ‘no’, ‘basta’, ese límite), ese
empréstito va a resultar grávido en consecuencias. (16) Les subrayo ese
grávido, que es ya la idea de que esto va a tener un terrible peso –esa es la
manera en que Freud lo plantea-. Como diciendo: ¿te convino, yo? ¿Te vino
bien? Benéfico, qué suerte que te ayudó la prohibición paterna para que vos
te defiendas un poco de tus exigencias pulsionales. Pero vas a ver ahora la
hipoteca que caerá sobre ti. Esa es la idea de Freud.
¿Ven cómo persiste el problema de cómo un elemento tiene una función
benéfica, por un lado, y la idea de Freud de que el mismo elemento se
transforma en algo que va a ser pesado? Y en una especie de viraje para él,
que es como sin solución de continuidad (Freud lo piensa como si fuese una
especie de transformación sin corte), y que justifica en cierto modo que de
pronto él haya hecho una equivalencia completa entre superyó e ideal.
En Lacan hablar de imperativo de goce, como definición de superyó, es
muy útil para clasificar de manera distinta el ideal del yo (a las formaciones
simbólicas – imaginarias) del tema de fondo del significante de goce. La
distinción se hacía muy bien así, pero ha arrastrado llamar superyó al hecho
de que hay el significante de goce.
Una manera de resumir esto sería haber creído –por estas referencias de
Lacan tan aisladas y que no las entendimos– que el superyó sería la
dimensión más real del significante. Es por eso que después quedan todos sin
saber muy bien cómo pensar la problemática del fin de análisis, la posición
del analista, etcétera, diciendo: bien, si este sujeto ha quedado sin ideales,
parece no tener más que el cinismo de dedicar su vida a una voluntad de goce
superyoica.
Después hay que decir ¡no, no, no, no! ¡Ah! ¿volvemos a los ideales,
entonces? No, no, no, hay que tener el deseo del analista, hacer el pase, ir a la
Escuela, dedicarse a buenas cosas. No conozco personas más idealistas que
los psicoanalistas del Campo Freudiano, pero son los que más hablan de la
desidentificación y el fin de los ideales como promesa analítica. Bueno, si no
tienen más ideales deberían ser más mafiosos, con claridad, porque qué queda
sino dedicarse al significante de goce. Y después todos se dedican a paliar el
goce, hay que poder vaciar el goce, curar a la gente del goce. Entonces han
vuelto al ‘no’ de papá que se ponía al servicio del yo. Hemos superado ese
nudo freudiano.
Acosador en Freud quiere decir ahí que esa instancia de prohibición, esa
suerte de ‘no’, es divertido que Freud le llama grávido en consecuencias. La
consecuencia es convertirse en una instancia opresora, de una característica
de opresión muy especial, porque es una opresión ilimitada, o dicho mejor:
que sólo tiende a un límite, que sólo se pacificaría, que sólo dejaría de exigir,
en la muerte. Que ese ‘no’ es ahora un ‘no’ a meterme el dedo en la nariz,
‘no’ a comer, ‘no’ a respirar, ‘no’ a nada, ‘no’, ‘no’, ‘no’, ‘no’, y uno
diciendo: “pero ya te cumplí, no me meto más el dedo en la nariz, ya te
cumplí, estoy comiendo lo mínimo necesario, ya te cumplí, estoy haciendo
régimen, ya te cumplí, estoy estudiando psicoanálisis, ya te cumplí, fui a San
Luis, ya te cumplí, voy a venir dos veces más, ya te cumplí”, y uno dice:
“bueno, se quedará en paz, ¿no?” Una exigencia se quedará en paz si yo le
cumplo, pero le cumplo y no hace más al cumplírsele, que seguir exigiendo.
Entonces se llega a un momento en que no se sabe qué, salvo lo que el sujeto
dice bajo esta opresión que es: “quiero matarme, quiero desaparecer, quiero
embrutecerme con pastillas, y dormir y dormir, si puedo, porque todavía
durmiendo es capaz de despertarme un poquito”, y decir: “¿qué hacés
durmiendo? ¿Cómo no te levantás más temprano?”
Con esto les quiero decir que Freud enfrenta con la noción de superyó una
característica que él empieza cada vez más a discutir, a pensar, que no es una
exigencia cultural cualquiera.
Se articula efectivamente en exigencias culturales según cada cual, pero lo
que hay que entender es su lógica. Y su lógica es mucho más importante que
el enunciado, el concepto de lo que exige, porque no importa acá de la lógica
que exija: tomate un trago, o exija: rezá diez Ave María, no importa el valor
que ustedes tengan respecto de lo que exija, de que lo que exige esté muy
bien culturalmente, o lo que exija sea algo que les parece un vicio. El
problema es que no se sacia con ningún cumplimiento, que no puedo
responder a esa exigencia así fuese: “bien, quiere que me tome una copa, me
tomo una copa, ¿por qué tiene que ser otra y otra y otra?” Y así con cualquier
cosa.
Así que a esa lógica se la llamó exigencia, que sólo se sacia en la
tendencia a un límite que es la muerte. Destrucción y muerte.
Pero cuando Freud detecta que esta instancia, que al principio parecía tan
benéfica, toma este funcionamiento de exigencia ilimitado, de más, y más, y
más, es que tiene que pensar que entonces tiene alguna raíz en el ello. Es un
genio Freud en sus locos argumentos, porque es aquí cuando se le ocurre
decir: pero entonces el superyó, esta instancia, que el yo incorporó y se
identificó con ella, ella de por sí tiene raíces en lo inconsciente, y por lo
inconsciente toma raíces en el problema pulsional, porque Freud ve esa típica
descripción de más, y más, y más, esa ferocidad exigente (que notaba
exactamente en lo que estudiaba) como exigencia pulsional.
Es como si pensara que de la norma como tal no se deduce relación a un
acoso pulsional sino cuando ese enunciado toma esa insistencia, que conduce
en última instancia a esa muerte. ¿Queda claro esto?
Ese es el argumento de Freud, y después, cuando lo dibuja más o menos
en ese famoso huevo raro, (17) en el dibujo tiene que trazar de algún modo el
nexo de ese superyó con lo que nosotros llamamos la cuestión del goce.
Ahí es donde evoca su pregunta: ¿cómo puede ser que esa identificación
padre resulte luego, repentinamente, algo de una severidad que el propio
Freud hace que la llame la de un tirano? Y aquí sí que Freud le anudó un
peso. Su idea, su espíritu, su invención, es realmente fabricar una noción de
la que él se preocupa y piensa su peso.
Si piensan en una lógica que tiende al límite sólo en la muerte, diríamos
que es una instancia más bien pesada (no sé si creen que hay algo de más
peso).
Él mismo encontró sus propios límites en la clínica –lo sabemos– en
relación a este peso, porque hace al nudo central de lo que Freud reconoce
como lo que no se resuelve en un análisis, en el final del análisis. El
sentimiento de culpa inconsciente, la reacción terapéutica negativa, siempre
adjudicadas a la presencia en el sujeto de esta instancia, que empuja al mal,
aunque lo lleve a veces por los caminos más nobles (no es que Freud piensa
que nos lleva al mal por lo que nosotros llamamos los caminos del mal),
porque esto nos puede llevar al mal rezando Ave Marías, pero van a ser
veinte, treinta, quinientos rosarios por día, y más, más, más, hasta la
consunción del sujeto.
Si les doy este ejemplo, es para indicar cómo eso uno lo podría llamar:
esta persona tiene un ideal. Puede tener un ideal religioso que le da un mundo
consistente, que le ordena sus deseos, y cumple ese ideal. Si seguimos a
Freud, y la manera equivalente en que él mete el ideal en esta nueva figura
superyoica, deberíamos decir que ese ideal tan noble, como el de hacer una
vida cristiana, religiosa, el cumplimiento del ideal, lleva al sujeto a
convertirse en un monstruo, o en un fundamentalista, para sí, para los demás,
donde el ideal se ha convertido en este tirano que lleva a ese punto límite, en
la destrucción y la muerte.
Si no hacemos una distinción, se puede hablar del peso de los ideales, pero
la parte de peso es lo que Freud trata de pensar, al transformar esa noción en
superyó.
Es completamente notable el argumento de Freud –acá llegó al punto
máximo de lo que es su argumentación extrema– porque es: ¿cómo puede ser
que se produzca ese cambio tan brusco de sentido, de la identificación
benéfica a una identificación mortífera? El argumento de Freud es que,
efectivamente la incorporación benéfica de ese ‘no’ paterno, de esa instancia
agente de la represión, exige una suerte de sublimación, es decir (ideas de
Freud), que el elemento simbólico que encarna esa función de ‘no’, haya
quedado desprendido de sus satisfacciones pulsionales sexuales. Que se exige
identificarse con un elemento que vale de por sí sin condimentos de goce
pulsionales. Freud tiene pensado para esto lo que había tratado de desarrollar
con la noción de sublimación, y nos anuda –para resolver este tema, en “El
yo y el ello”–, una noción de sublimación a la conquista del ideal paterno, y a
partir de ahí cualquier ideal.
Esto sí que es grávido en consecuencias, porque vemos una igualación
entre sublimación e ideal.
Esto, que se los he presentado como: haz tal cosa, o como ‘no’ (no
interesa por ahora la versión por la negativa), pero es una manera de decir
que no es cualquier identificación, es a una función simbólica muy precisa,
proveniente del padre. Haz tal cosa, no hagas tal cosa.
En la parte benéfica, que era la que se refería al ideal (antes en Freud), él
tiene que decir que este rasgo es un significante, –podemos llamarlo S1–, ha
tenido que ser vaciado de cualquier conexión con la satisfacción pulsional.
Eso es lo que llama ahí sublimación. Y este elemento funciona como un
ideal, y vemos la confusión, posible, entre idealización o ideal y sublimación.
Sí, dice Freud, pero justamente por eso, por haber arrancado la parte de
Eros, de pulsiones de vida, de ese elemento significante que era el ideal, a ese
elemento sólo le va a quedar la articulación con la pulsión de muerte. Y
Freud utiliza ahí, para la explicación, las divisiones que había estudiado entre
las pulsiones de vida y el enigma de la pulsión de muerte. Entonces, es un
modo de entender cómo se arma la hipoteca, esa cuestión tan grávida en
consecuencias.
Vean qué argumento increíble, notable, porque es decir: ¡ah! Has
solucionado las cosas teniendo un ideal, pero eso tiene un costo, porque para
tener un ideal (ser argentino, ser hombre, ser mujer, ser de River Plate, ser
buena persona, ser honesto, todas esas referencias culturales), uno tiene que
eliminar el hecho de que ese significante es un significante de goce.
Y es verdad que intuimos que el ideal debería ser, en ese sentido, un punto
de referencia neutro, y que Freud piensa como sublimación idealizante –
podríamos decir–, desprendimiento de un condimento de goce que tiene ese
significante mismo. Pero, con una idea genial también, es como si Freud
dijera: sí, pero todo significante tiene una conexión, todo S1 tiene una
conexión con el goce, entonces el resultado será fatalmente que ese mismo
ideal se va a volver a presentar como significante que exige goce. Pero como
no puede ya exigirlo en las formas benéficas de las pulsiones de vida, exigirá
solamente un goce que es la pulsión de muerte. Increíble como explicación.
Y me permito decir que si se piensa así el tema, si uno recupera este
argumento que llamo extremo de Freud, podríamos decir que acá está el peso
freudiano del superyó. Pero está el peso que él tuvo sobre los hombros, como
obstáculos en un análisis, el peso que le pasó a todos los analistas que iban a
continuar su obra, y en el que estamos todavía, en el que no podemos resolver
el hecho de que, evidentemente, una manera de entender la eficacia de un
análisis es una reubicación del sujeto a partir de identificaciones ideales. Y
que no podemos resolver el hecho de que esas mismas identificaciones se les
van a transformar en un tirano, insistente a nivel de la pulsión de muerte.
Eso que después dijo Freud, ya a la altura de sus grandes reflexiones de
“El malestar en la cultura”, “Más allá del principio del placer”, etcétera, es el
peso que nos ha dejado en los hombros, a saber, que la ubicación en una
normativa cultural cualquiera y su cumplimiento, no hace más que hacer
aparecer, cada vez con más ferocidad, la exigencia de la pulsión de muerte.
De manera que, o nos dedicamos a un desenfreno que nos lleva igualmente a
la destrucción y a la muerte, o nos dedicamos a una vida ordenada que no
hace más que exacerbar, cada vez más, la misma exigencia que lleva a la
destrucción y a la muerte. Y recuerdan sus descripciones que se ven en la
clínica, de cómo la vida más ascética, de cómo el niñito, que muy
tempranamente ha sido como un soldadito, un chico que no nos ha dado
problemas, fue decirle: “no te pongas el dedo en la nariz”, y no lo hacía, y así
y todo es el niño poblado de los fantasmas más obscenos y feroces, y de los
contenidos masoquistas y sádicos más intensos.
Y ese doblez sorpresivo que indaga el psicoanálisis, donde las vidas de
mayor realización vistas desde afuera, de una bonhomía y un ideal, se
esconden los momentos de la ferocidad fundamentalista más terribles, como
les decía: para sí o para los demás. Y si la condición es la que dice Freud,
¿quién le encuentra el cascabel al gato? Porque ese yo no tiene otra solución
para la exigencia pulsional, que adoptar ese ideal en términos de poner un
límite, y es por idealizar, por constituir un ideal, por su precio de sublimación
–como dice Freud–, que ese ideal, hecho ahora cara superyoica, no tendrá
más relación con el goce (como les decía), que la pulsión de muerte.
No está mal sentir que tenemos en nuestros hombros, quienes nos
dedicamos a la práctica analítica, clínica, este peso freudiano, y si no nos
damos cuenta a veces es porque reconducimos al sujeto a la ley, a la palabra,
a las exigencias de la palabra, al ‘no’, y lo despedimos rapidito cuando está
un poco mejor de esa manera, y no lo volvemos a ver (es lo mejor que
podemos hacer), porque si lo tomamos en un reanálisis tiempo después, lo
vamos a ver acosado por el tirano, en las máximas exigencias de un goce
desbordado, ilimitado.
Si les seguí con tanto detalle este argumento (que llamo como extremo),
Freud después se asusta de este argumento. Como les digo, Freud nos puede
decir: démonos una esperanza, debe haber aspectos francamente positivos del
superyó, y los podríamos distinguir de los negativos, y tratar de encontrar
alguna distinción (de donde se prendieron todos los psicoanalistas después, y
es lo que escuché en Mendoza el año pasado), así que en el ´98 y llegando al
fin de siglo, los analistas diciendo: bueno, justamente hay que quitarle al
sujeto su fundamentalismo, la parte destructiva, agresiva, de la pulsión de
muerte, y dejarlo con las identificaciones de vida, sanas, productivas. Sí, pero
tachando este argumento de Freud, porque Freud dice: sí, esas
identificaciones productivas y benéficas son porque se ha tenido, en ese ideal,
que cortar la ubicación con un goce, que va a retornar inevitablemente una
exigencia de goce desbordada y mortífera, superyoica.
No parece tan sencillo esa solución un poco maniquea de decir: confiemos
en que el superyó tenga aspectos buenos, posibles de diferenciar de los
malos, y que fue, desde Strachey, una manera efectivamente de pensar la
dirección de la cura y el final del análisis. O introyectar un superyó menos
severo, benigno, que sería el del propio analista, que lo habría conseguido él
a su vez de su análisis.
Creo que estamos en el punto justo en el que podemos hacer un corte,
aclarándoles solamente, para dejar planteada la cuestión, que en el Seminario
1 brilla de otro modo, si vamos para atrás de este tema en Lacan. Van a ver
una ubicación de Lacan en el Seminario 1 que es la de insistir en que hay una
diferencia de estructura cualitativa entre el rasgo del ideal y el superyó, que
no hay esa continuidad, que son dos instancias distintas. Punto uno.
Punto dos: que hay que hacer la más radical distinción entre sublimación e
idealización.
Son las dos grandes ideas, no habla mucho de pulsión, de sublimación,
pero discutiendo el problema del ideal, de la idealización, encontrarán
páginas, y tomadas ya de la lectura muy precisa de “Introducción del
narcisismo”, donde dice: atención, que aquí, por una vez, Freud nos dice con
claridad que el proceso de idealización debe ser radicalmente distinguido del
proceso sublimatorio.
Está bien que Lacan dice por una vez, porque Freud en otros momentos (a
raíz de que la cultura generalmente toma con buenos ojos los productos
sublimatorios), vuelve a confundirse, en el sentido de que la satisfacción
pulsional sublimatoria estaría orientada o dirigida a los ideales. Justamente
hay ideales que han significado resignar cierto objeto sexual.
Esas son las coordenadas del Seminario 1 que son –aunque sean el esbozo
de la enseñanza inicial de Lacan– un primer cuestionamiento a la segunda
tópica de Freud. Un alto y decir: vamos más despacio, creo que ideal en
Freud –según su primera definición– no es lo mismo que él está pensando
como superyó. Y hay que mantener la tajante distinción, como está en
“Introducción del narcisismo”, entre el destino de la pulsión sublimación y la
idealización.
Vemos en cambio borrarse esas diferencias en este nudo freudiano. Pero si
se borran esas diferencias, tenemos el nudo freudiano del obstáculo
irreductible al final de análisis, del obstáculo irreductible a una solución
analítica, y un obstáculo irreductible a nuestra posición en la cultura.
(Hacemos un alto, y en la continuación voy a tratar de mostrarles
rápidamente cuatro momentos en la enseñanza de Lacan, en el que él
evoluciona en su noción de superyó.)
II
(Bueno, vamos a retomar.) Voy a tratar de puntuarles –del modo más
ordenado posible–, algo que ya empieza a ser un tema que habría que
investigar más lentamente, pero hago como el esquema de la resolución de
este problema en la enseñanza de Lacan. Y espero hacerlo breve para dejar un
espacio de preguntas porque me interesa oírlos.
Habíamos quedado en que se puede probar que ya, desde el comienzo de
su enseñanza, Lacan no soportó bien en los hombros eso que llamé el peso
freudiano. Que lo cuestionó de entrada, de una manera investigativa,
prudente, y que he anotado ahí cómo mantener una distinción entre superyó e
ideal del yo, y mantener una distinción entre idealización y sublimación.
Ya les avancé pruebas de la persistencia de esta distinción en Lacan, en
los largos desarrollos que hizo de la noción de ideal, sumamente sistemáticos,
y el problema que tenemos en la medida que fue siempre muy cauto, dijo
pocas cosas, muy esenciales y un poco dispersas sobre la noción de superyó.
Les dije también que hay un matema, una escritura de Lacan para el ideal
del yo; nunca lo hubo para la noción de superyó. Y veremos de estos detalles
qué se puede sacar.
Inclusive cuando Lacan, en aquello mismo que él dijo en ese último
Seminario, qué era lo que se proponía para sustituir la segunda tópica, cuando
dice: mis tres no son los tres de Freud, (18) y los tres de Lacan son:
simbólico, imaginario y real, en una articulación topológica muy especifica
(porque es la articulación de eso sobre la base de la estructura del nudo
borromeo, en un Lacan que considera que de ese modo, podía tal vez estar
más cerca de lo real que hay que cernir en psicoanálisis), fue situando
algunas nociones de Freud en su tópica del nudo borromeo (situó por ejemplo
inhibición, síntoma y angustia, que serían tres conceptos de Freud que Lacan
recupera hasta el final, y los vuelve a pensar, ubicados ya los tres a nivel del
nudo borromeo).
Pero no sólo hizo eso. Con el nudo borromeo también ubicó el sistema, la
doctrina freudiana de las identificaciones, de las tres identificaciones tal
como aparecen en “Psicología de las masas y análisis del yo” (de una de las
cuales hemos hablado), es decir, la idea de la identificación a un rasgo, tronco
de lo que llamamos ideal del yo.
Pero no hay ninguna ubicación del superyó en la problemática final de
Lacan. Y cuando nos dice: bien, es un invento de Freud el superyó, no lo ha
tomado para darle un lugar realmente en la estructura. Pero veremos cómo se
van dando los pasos que conducen a eso.
Desde el vamos, una manera que tuvo él –mucho antes del nudo
borromeo, pero ya con el manejo de sus tres registros, simbólico, imaginario
y real–, de mantener esta distinción fuerte, fue enseñar que el ideal del yo era
algo a pensar como un nexo entre lo simbólico y lo imaginario. Ninguna
cuestión ahí de lo real del goce. Mientras que había que tratar de indagar qué
podía ser el superyó, como algo vinculado a una relación entre lo simbólico y
lo real.
Efectivamente, la doctrina del ideal (desarrollada y mantenida siempre por
Lacan desde su esquema óptico), es que el ideal es algo que sirve para
entender cómo, a partir de un rasgo simbólico, puede darse una consistencia
al plano imaginario. Y en eso es bien freudiano, en el sentido de lo que les
conté de “Introducción del narcisismo”. Siempre en cambio tuvo la idea (es
una frase que ha circulado mucho en el Campo Freudiano, en la orientación
lacaniana), de que el superyó no se presentaba como un rasgo, punto de
referencia identificatorio eficaz para dar una consistencia a nuestro campo
imaginario, de por sí siempre fragmentado, sino que el superyó era un
imperativo, y era un imperativo de goce. Y que una manera de representar
bien qué era eso, era hacerlo hablar siempre diciendo lo mismo, que es:
¡goza! La enunciación de ese verbo de goce en imperativo: ¡goza!
Eso es muy temprano en Lacan, y decir no sé qué es el superyó, pero si es
algo, hay que verlo como un imperativo de goce: ¡goza!. Vemos la marca de
un elemento simbólico, imperativo, estrictamente vinculado a un tema real.
La cuestión del goce en lo real.
En cambio, el rasgo del ideal permanece solamente como un articulador
entre lo simbólico y lo imaginario. Eso es un buen criterio inicial para ir
contra la equiparación freudiana, para sostener una desigualdad. Será muy
provisorio, pero uno, anotado así, dice: eso es distinto.
Nos podía hacer confundir el que los dos tienen que ver con lo simbólico,
pero en una sólo se piensa como articulación de lo simbólico y lo imaginario.
Y lo otro es articulación de lo simbólico con lo real.
Esa articulación de lo simbólico con lo imaginario, que fue tan buscada
por Lacan, nos muestra muy bien que, si uno piensa cuál es el peso del ideal
en su estructura, es nada. No tiene peso ninguno. No tiene ningún elemento
pulsional real por detrás, es un soplo, un ideal, una ficción simbólico-
imaginaria, nada más.
Me habían pedido recién bibliografía, está en castellano, lo que fue un
curso de Jacques-Alain Miller, que originariamente se llamaba “lo que hace
insignia” –y ha sido traducido al castellano por mi colega Graciela Brodsky–,
y editado con el nombre Los signos del goce. (19) Tiene un capítulo con un
título, excelentemente puesto (ya veremos cómo nos sirve en esta charla), y
que se llama “Fenómeno y estructura”. (20) Y ahí pueden seguir (no lo puedo
hacer acá), paso por paso, con la precisión lógica de los comentarios de
Miller sobre la cuestión de Lacan, cómo hay una serie de nociones en Lacan
que son: Nombre del Padre –esto sí tiene una profunda equivalencia con la
noción de ideal del yo–, y una profunda equivalencia con la noción de sujeto
supuesto saber. Y el aporte insistente de Lacan de que ellas constituyen un
punto de cruce entre lo simbólico y lo imaginario. Un punto de cruce que es
una ficción, independientemente de todos los valores benéficos que podemos
atribuir a una ficción.
Por ficción no estoy diciendo nada peyorativo, porque es como decir: el
ideal de la argentinidad. Bueno, es una ficción mental. Con un término
simbólico: Argentina, y un poquito de imaginario, se puede fabricar una clase
que no existe en ninguna parte, no existe en ninguna cosa concreta.
Al revés, si queremos llevar eso a lo concreto, si queremos hacer del ideal
algo real, empieza la locura fundamentalista. Entonces yo iría a ver a cada
uno de ustedes si tienen sangre argentina, de argentinidad, y me pondría
realmente de un peso y un pesado. No decimos nada, cada cual que sea lo que
quiera, y mantenemos una idea, es eso, una idea de conjunto cerrado, ficticia,
que sólo existe en ese punto de juntura, de detenimiento de lo simbólico con
lo imaginario. Si lo simbólico no lo cruzan con lo imaginario, lo simbólico no
se detiene nunca, sería como hacer asociación libre con la palabra Argentina.
Si el psicoanálisis produce, efectivamente, la revelación de la ficción de
los ideales, y en ese sentido le quita peso, si es que le hemos dado peso a
nuestros sistemas de ideales, es porque la asociación libre, al desplegar lo
simbólico, se separa de ese punto fijo de juntura con lo imaginario. Si uno
quiere mantener el ideal, uno le tendría que decir al analista: yo le asocio con
todos los términos que quiera, pero Argentina, no me lo toque.
Se lo puede pensar como punto, donde la idea de una suerte de totalidad
ideal imaginaria (eso sólo lo provee lo imaginario, y seguramente de base, en
términos de lo que es la misma totalización de la imagen corporal), se lo
puede pensar tanto como que ese pegote, podríamos decir, imaginario,
detiene ahí a un símbolo, y es en eso que se constituye como ideal, y define
una clase, o que lo simbólico incide en lo imaginario en un punto, y fabrica
ese sostén, que es (por eso les digo) un soplo, no tiene ningún peso real.
Por eso Lacan va a decir que el Nombre del Padre, que es su manera de
entender la misma problemática del ideal del yo (por su referencia en Freud a
la función paterna), es un semblante. El padre, esa función paterna, es una
creación simbólico imaginaria, y no le quitamos por eso su eficacia, porque
saben que es una ficción bastante importante para no hacer una psicosis, pero
no es real, y así todas las ficciones ideales, todo lo que la humanidad ha
concebido como la idea, los ideales, son fabricaciones simbólico –
imaginarias. Con un valor de consistencia, y sin un peso real.
Y por eso, la versión que más revela esto, que es un soplo, es lo mismo,
pensado como sujeto supuesto saber.
Esas tres nociones están desarrolladas por Miller, mostrando muy bien su
homología en Lacan, su factura hecha solamente de simbólico-imaginario –
como si dijera: para analizarse hay que tener un ideal, un mínimo de
consistencia, pensar: vamos a ir a parar a alguna parte poniéndonos en un
diván y asociando. Después puede ser que el análisis lo revele, qué inocentes
que fuimos para analizarnos, porque las cosas salieron totalmente distintas a
la ficción que teníamos, pero es una ficción que si no se constituye no hay
análisis; y la transferencia debe, a cierta altura, caer, pero es una ficción de
consistencia operativa.
Fíjense que el pulimiento de Lacan, de la noción de transferencia como
sujeto supuesto saber, es exactamente una transferencia que es reducida a esa
conexión simbólico – imaginaria. No estoy hablando de la transferencia real,
con sus efectos de goce, fantasmáticos, sino, otra vez más, la profunda
distinción que hizo Lacan, entre la transferencia vinculada a la pulsión, a su
objeto pulsional, y la transferencia reducida sólo a su aspecto simbólico –
imaginario. Que es ya un nivel, en Lacan, que podríamos decir, de verificar,
aceptar, darse cuenta que a estas funciones simbólico – imaginarias, se las
puede usar, servirse de ellas, darles inclusive un valor metodológico.
En metodología, y en ciencia también, para poder investigar algo, es
necesario hacerse una suposición ideal. Freud, por ejemplo, nos habló del
ideal, y nos habló de todos sus problemas clínicos; en su terminología
encontrarán infinidad de veces que puede decir: esta descripción que hago es
sin duda un ideal, las cosas nunca son tan como se las estoy contando, pero el
ideal de cura me permite pensar que podría tener tantos pasos, etcétera. Ese
es el valor de suposiciones, suponer que exista una cosa, que en realidad es
nada más que una pura idea, como es todo lo que podemos definir como
ideales; son ficciones útiles.
Pero si uno sabe eso es muy fácil desprenderse de un ideal, cuando se
verifica que no sirve, y no tiene peso ninguno.
La gente sufre de un peso, que se confunde con que viniese del ideal,
porque está incluyendo una problemática real de goce en ese ideal. Pero si
ustedes toman más distancia, y eliminan esa parte pulsional, de satisfacción
libidinal, uno podría decir: la ficción Argentina se creó hablando, e
imaginando, nada más; es una ficción útil. Hasta ahora, son ficciones que
cambian, y en cualquier momento, por ahí, se produce algo por el cual, o
quedamos más chicos, o más grandes, o varían esas ficciones. No sé si las
ficciones ideales, nacionales, durarán mucho; no existían, se constituyeron en
un momento de la historia, y todo el mundo sabe (basta referirse a la ficción
que hubo con Yugoslavia), para mostrar qué distancia hay entre la ficción
ideal y los hechos reales. Para dar ese ejemplo, en el cual se puede inventar,
con lápiz y papel e imaginación, un país, después verificar que en realidad
son veinte cosas separadas, tensas y distintas.
No puedo desarrollar todo eso suficientemente, doy esa bibliografía, ese
excelente capítulo “Fenómeno y estructura”, pero es la orientación que
deberíamos seguir, es decir, que el ideal es una articulación, de puro
semblante, simbólico-imaginaria, de un valor de método. Se puede leer el
final incluso del Seminario 11 –que los analistas, mis colegas, la gente de la
orientación lacaniana también, es un poco superyoica, sufre de eso–, cuando
dice: solamente el análisis debe desidentificar, hay que hacer caer los ideales.
Pero si ustedes leen el final del Seminario 11, lo que
Lacan decía no es exactamente hacer caer el ideal, era poner la máxima
distancia absoluta posible entre el ideal y el objeto pulsional. (21) Es distinto.
La coherencia en Lacan, si lo pongo al revés, era: en el fin de análisis puede
ser que un sujeto llegue a verificar, de una manera incurable en su análisis, la
separación absoluta entre esto y el objeto pulsional, es acá donde hay una
cuestión real de goce.
Necesitamos ideales, son suposiciones de consistencia esenciales, y son
esenciales en cualquier actividad humana, y en cualquier realización de
deseo. Pero dar al ideal lo que es del ideal, es decir, una ficción útil, sin
confundir eso, que ahí se va a realizar la cuestión real del goce.
Se ve muy bien esa diferencia, ¿no? Está muy bien que haya la idea de la
ficción política, ideal: Argentina; y tendrá toda la utilidad que tiene. Otra cosa
es confundir Argentina y el ideal, con la satisfacción pulsional de un partido
de fútbol y un asado, y disfrazado de gaucho. Y como esa es mi satisfacción,
voy a eliminar a cuanta persona encuentre que no goce como gozo yo, y
confundo argentinidad con una manera mía de gozar.
Entonces más bien en Lacan era separar, y eso es ya una separación que
resuena muy parecida a la que él había hecho entre ideal y superyó, y
problemas de goce, en otra parte.
Pero esto tuvo sus vueltas en la enseñanza de Lacan, aunque el problema,
hoy en día, para mí se me plantea éticamente, porque sobre este problema
creo que uno se puede dar su tiempo de comprender. Seguramente, hoy es un
instante de ver el problema. Podemos dar un tiempo de comprender, pero me
parece una cuestión en la cual un analista debe tomar posición. Entre hacer
una equivalencia entre superyó e ideal del yo, o esclarecerse respecto de su
diferencia.
Voy a una bibliografía mínima, pero de cuatro momentos en Lacan, que
me parecen importantes para situar el tema.
El primero está en el Seminario 1, en el capítulo que se llama ‘’El núcleo
de la represión’’, capítulo XV, (22) es la última página y media de ese
capítulo, donde Lacan dice (no dice que sea su definición absoluta), que el
modo en que la gente en la clínica usa superyó, el modo en que lo detecta, es
el considerar al superyó como un enunciado discordante. Era una manera de
mantener su referencia simbólica –y se ve bien en esa oposición–, porque los
enunciados son concordantes cuando pueden ser situados exactamente en la
ficción del ideal; entonces arman un conjunto donde los enunciados se
organizan entre sí, y como este conjunto no existe en lo real –se lo fabrica
con una invención simbólico – imaginaria–, es ideal.
Y se observa en la clínica (era la referencia de Lacan), siempre hay algún
simbólico, algún enunciado que está fuera de esto, y que resulta respecto de
este universo de enunciados, completamente discordante, insensato, fuera de
lugar, caprichoso, repetitivo.
Era una primera visión de Lacan para diferenciar la cuestión, y es verdad
que tiene una aplicación clínica posible, porque el sujeto menciona sus
aspectos de funcionamiento superyoico, como parásitos completamente
discordantes de lo que es su propio sistema de ideales. Es como si dijéramos:
he aquí que tengo un universo normativo cultural coherente, porque es
coherente con mi posición ética, la posición que tengo en la familia, los
ideales familiares, las relaciones ideales educativas, de conocimiento, de
saber mandar a mis niños a la escuela, todo eso, yo soy así, una persona con
un universo simbólico coherente, pero no sé por qué se me incrusta el
enunciado que me dice: metete el dedo en la nariz (para no dar otro ejemplo);
y yo, me asombro de sufrir de ideas que resultan completamente
discordantes.
Lacan ya decía que hay que reconocer que hay algo acá, que siempre, por
más ordenado que sea un sistema simbólico, por más coherentes que cada
cultura haga sus referencias simbólicas, siempre hay aquí o allá, en la vida de
los sujetos, el momento traumático en el cual se filtra, con la fuerza de una
ley, de un enunciado de ley, un enunciado parásito, discordante,
contradictorio con todos los esfuerzos del sujeto para unificar su vida.
Por eso el primer Lacan, la convicción de Lacan de la división del sujeto,
la convicción de Lacan de que era imposible seguir soñando con
personalidades integradas, se sostenía sin dudas de sus primeras lecturas de
Freud como psiquiatra, con la noción de superyó. Y con la prueba de que
ninguna cultura ha logrado hacer un sistema de normas y de referencias
culturales, tan perfectamente consistentes como para que, para cualquiera de
sus sujetos, no se infiltre ese enunciado discordante.
Pero, esta primera idea de Lacan, deja entrever, sugiere (y creo que esto ha
seguido hasta hoy en día, entre nosotros, siguiendo la enseñanza de Lacan,
esta primera posición, la del enunciado discordante), deja la idea de que la
relación del significante con lo real (no con lo imaginario), la relación del
significante con el goce es de por sí superyoica.
Si Lacan sugería al principio: el superyó tómenlo como ese enunciado
discordante, es una suerte de imperativo, pero de imperativo discordante,
porque el goce es siempre discordante, con los ideales, ese imperativo de
goce es el superyó, el superyó tiende a ser un elemento de una valorización
extrema desde el punto de vista estructural. Más bien, el ideal y todas estas
nociones simbólico-imaginarias, pasan del lado de ser efectivamente ficticias,
y lo decisivo en la estructura es que hay un significante, un operador en el
significante, que a diferencia de los que solamente quedan vinculados a lo
imaginario, ése llega sí a lo real de goce del cuerpo. No digo que en Lacan no
seguirá siempre el tema de que efectivamente hay un significante que no vale
por su conexión con lo imaginario, sino que llega a lo real del goce, pero
empieza a deslizarse –y con susto para todo el mundo–, en relación a ese
significante.
La segunda referencia la encuentran en el Seminario 7. La clase llamada
“Los fines morales del psicoanálisis”, (23) si se lo lee en detalle, es una
profunda reflexión de Lacan sobre el superyó, aislada pero intensa, ni más ni
menos en el Seminario que él empieza a plantear de manera decisiva la
cuestión del goce como tal.
Lacan corrige por completo esa primera idea del Seminario 1. La corrige
de un modo muy esencial (después hay que ver cuánto se generaliza de todo
eso), pero retoma el tema a nivel del superyó propiamente freudiano, el que
Freud situó como desgraciada herencia del complejo de Edipo –que es lo que
les expliqué antes, que se ve bien esa idea de Freud–, usted hace el Edipo y
sale con el ideal. Eso es maravilloso. Lo que no sabe es que, por la misma
razón que tiene un ideal, heredará esa función que él piensa de ese mismo
ideal transformado en vigencia mortífera de un goce hasta la muerte.
Él retoma ese punto, y ya había desarrollado una distinción (voy rápido en
esto), entre castración, privación y frustración. Con la terminología de esa
época había situado el agente de la castración en un padre real, en el segundo
tiempo del Edipo, en un ‘no’ que tiene una incidencia concreta, y que no es
sólo la ficción del padre en general, y dice que el superyó no tiene nada que
ver con ese padre real y la castración. Mientras que Freud pensaba otra cosa
(ahí uno lo ve que está pensando, no lo dice, no lo cita, no dice: estoy
discutiendo “El yo y el ello”, pero uno ve que le está dando vueltas a esa
cuestión, y corrige ese punto), Lacan dirá: el superyó no tiene nada que ver
con la incorporación de ese ‘no’ de función paterna, puesto al servicio de un
efecto de castración, que pone límites de castración a la pasión del dedo en la
nariz, e incorpora ese ‘no’. Ese ‘no’, como ustedes saben, tiene que ver con la
intervención de un agente real de la castración; que el niño no alcanza la
incorporación de esa instancia sobre la base de que la madre le diga: sabes
niño, que está escrito en los mejores textos de moral y urbanismo del mundo,
que no es conveniente meterse un dedo en la nariz, refiriéndose a esa norma
en su pura existencia simbólico – imaginaria. Saben que se necesita una
intervención, que puede ser de cualquiera –Lacan llama a eso segundo
tiempo–, el agente real del padre que incide en una escena concreta, con su
efecto sobre el niño, si es que sale bien. Saben que hay niños en los que, a
pesar de la intervención, no sale tan bien, pero que inciden realmente en esa
castración, en ese ‘no’, y de pronto, dice Lacan (creo yo, contestándole a
Freud), sí, pero eso que incorpora, en el segundo tiempo del Edipo, que es
esta instancia de este ‘no’ de castración, no tiene nada que ver con el superyó.
El superyó tiene que ver con un padre imaginario.
Caramba, habíamos empezado con el enunciado discordante, que el
superyó tenía que ver con el significante en su dimensión más real de goce, y
de pronto, el superyó (señor Freud, usted confunde el argumento ahí), no
tiene nada que ver con esa función paterna de castración, es una fantasía, es
algo vinculado a un fantasma de padre, a un padre imaginario.
Podríamos decir que sigue a Freud, cuando dice: si hay que pensar un
superyó, hay que pensarlo a partir de la incorporación de una identificación a
un padre. Pero ¿cuál padre? Un padre imaginario.
Y por eso dice que, en realidad, para ir entendiendo esa clínica del
superyó, sería más conveniente tomar los análisis de Freud de “Duelo y
melancolía”. (24)
Lo que se incorpora, y que va a dar lugar a la función del superyó, es una
imagen, una imagen de padre total; no la intervención concreta, vez por vez,
uno por uno, del agente real de la castración.
Una imagen, dice Lacan, respecto de la cual el sujeto quedará
efectivamente sumido, aplastado por el peso de los reproches. Y –dice
Lacan–, en esto hay que seguir el Freud de “Duelo y melancolía”, todo ese
peso de autorreproches y de culpas, de no haber cumplido con algo, ¿en
relación a qué? En relación a ese padre imaginario; es una retorsión del
más profundo reproche dirigido por el niño a ese padre imaginario, a esa
figura imaginaria del padre, a la que le adjudicamos –dice Lacan– la
responsabilidad de habernos hecho tan mal.
Es sobre ese padre imaginario que se edifica la idea de un dios, y no sobre
el padre de las intervenciones reales de la castración.
Fíjense cómo se desplaza esto hasta algo que es la figura de un Otro
completo. El padre que interviene en lo real, con su función de introducir un
efecto de castración y de límite al goce, no es nunca total. Estuvo esa vez, me
acuerdo, cuando el viejo me dijo: “te sacas el dedo de la nariz”, o no sé qué, y
yo dije: “Bah, pero hoy en día se lo agradezco tanto, y yo también tengo
ahora ese ideal”. Ese es uno, en un momento o en otro.
El permanente, la figura aplastante del padre de todos los días, desde el
cual empieza el reproche de que todo lo hacemos mal, eso nada que ver con
el padre real y su castración. Es una figura de un Otro, figura puramente
imaginaria, a la que el niño dirigió todo el caudal de sus frustraciones y
reproches, en cuanto a toda la inermidad, fracaso sexual, fracaso en el saber,
y todas las delicias que Freud prueba, que es como venimos al mundo. ¿Y
quién es el responsable de esto? La figura de ese padre imaginario.
Dice: con ese padre imaginario, y no con un padre real, es que se edifica a
dios’. Es otra precisión respecto de Freud, que había relacionado la función
del padre con la idea de dios, y por eso –dice– en el fondo, el superyó es en el
fondo, odio de dios. (25) Esa es la definición que nos da en el Seminario 7.
Recuerdan cuando dice: esto hay que leerlo de la misma manera que
“Duelo y melancolía”, recuerden que hasta en el extremo máximo de la
melancolía, en el sujeto que va a ir efectivamente a la muerte, y al suicidio,
por el peso superyoico, manifestado en esa clínica por reproches y
autorreproches que no tienen límite, que ya no puedo hacer nada –
contrariamente a la ilusión kleiniana–, reparar nada, Freud dice: atención, que
esos autorreproches esconden por detrás el odio del melancólico, el reproche
que él hace a una figura imaginaria total, de la que hubiese esperado un amor
divino, y que, por supuesto, no fue así, era sólo una figura imaginaria.
Con esto tendríamos (y queda mucho por comentar, pero es para
mostrarles), del Seminario 1 al Seminario 7 un vertiginoso cambio del
estatuto del problema. Nos fuimos del significante real, y todo parece
vinculado al problema de haber constituido la fantasía, el fantasma de un
Otro total, figura imaginaria en la que, dice Lacan, se edifican y funciona
todo el sistema de las culpas y de los reproches.
La tercera referencia está en el Seminario 17. El reverso del psicoanálisis,
en el capítulo que se llama ‘’El amo castrado’’. (26)
Discutiendo también los postfreudianos, el empleo que hacen o no del
complejo de Edipo, en un momento en que Lacan ya se desprende de los
aspectos míticos del Edipo, rumbo a una teoría más sólida en cuanto a lo real
y su estructura, esos comentarios sitúan un punto que me parece clave, en
algo que tuvo un enorme peso en el post freudismo, y que habían llamado –en
el post freudismo, especialmente en el kleinismo– la noción de padres
combinados. Que existiría esa teoría, dice, como si existiese en el momento
estructural fundamental, que no es justamente el padre freudiano, agente real
de la prohibición, ni la madre, solamente como lugar de ubicación de
satisfacciones pulsionales, fantasmáticas, sino para el niño, una suerte de
objeto total: papá-mamá.
Y, dice Lacan: qué extraordinaria elucubración a la que han llegado los
mismos analistas, haber inventado esta figura del papá-mamá, y los padres
combinados. Y dice: eso es edificar un Otro completo, y un Otro completo
que detentaría todo el goce. Y saben toda la doctrina que surgió acerca de por
qué, pobrecito el niño, para tratar de obtener un objeto de goce, no puede sino
vivirlo en una ansiedad sádica, porque todo el tiempo tiene que hacer daño a
ese papá-mamá total, así que, o se queda absolutamente sin ninguna
satisfacción de goce, o el goce está apoderado en esa figura de ese Otro total.
Y, ese Otro total, que en un análisis apareció como padres combinados, es
también una manera de hacerse una idea de un dios, que sería el que tiene
todo el goce, y se verá si a nosotros nos deja participar un poco o no.
Es la misma noción de Lacan, del problema de un Otro completo, pero
con el agregado muy importante, de que es un Otro completo en el que
fantaseamos que hay ahí el goce absoluto, el todo goce.
Tenemos entonces esta noción siguiente en Lacan, a lo que antes había
pensado como el superyó, como una fabricación vinculada al padre
imaginario. Ahora, en cuanto se fabrica ese fantasma (y del que acaba de
decir que ya lo increíble es que además de ese fantasma del neurótico, los
psicoanalistas del post freudismo hayan hecho una noción clave de su propia
doctrina, bajo la forma de la pareja combinada) eso se elabora como ese dios
total que detenta todo el goce–, en cuanto se constituye esa figura, el sujeto
no puede sino iniciar con ese Otro, una apuesta a todo o nada. (27)
En francés, esa apuesta la llama Lacan qui tout double; está bien traducido
a ‘todo o nada’, pero es más interesante ir al diccionario, y estudiarse bien
qué quiere decir en francés el sistema de apuesta a ‘todo o nada’. Pero
digamos que, si damos la primera apuesta, no interesa, la perdemos; la
exigencia es que hay que redoblarla en la siguiente, porque es un tipo de
apuestas en las cuales, o yo recupero lo perdido, o pierdo más. Pero en la
siguiente, se va acumulando, ¿no? Ustedes pusieron cinco pesos y perdieron;
en la siguiente tienen que apostar diez; en la siguiente, si perdieron, tienen
que apostar veinte.
Lacan había estudiado ese sistema de apuesta –incluso todo formalizado
en relación a dios–, en la famosa apuesta de Pascal. (28) Con esta apuesta,
Pascal había inventado una manera de probar la existencia de dios, o de que
conviene creer en dios, en un dios todo goce, justamente ya no sobre la base
de argumentos lógicos, sino por una sana razón de probabilidad. ¿Por qué
uno apuesta?, y ¿con qué apuesta uno? Con el poquito de goce que tiene a
nivel de su objeto pulsional. Entonces apostar quiere decir: renuncio,
renuncio a ese goce de la vida, a cambio de entrar un día en el goce total a
nivel de ese Otro.
Y Pascal decía: como lo que uno apuesta vale poquito, y lo que el Otro
ofrece en la apuesta es el goce total, conviene jugársela a creer en dios, y en
el más allá.
Aparte de todo el interés con que Lacan estudió esa famosa apuesta de
Pascal, aquí (y esto es lo esencial que les quiero decir de esta tercera cita),
nos dice: haber fabricado el fantasma del Otro, todo goce, determina siempre
una lógica, para nuestro goce y la realización de nuestros deseos, que es la
lógica de la apuesta a todo o nada, y eso –dice– es exactamente el
funcionamiento que se llama superyó. (29)
Es muy importante que ponga la palabra funcionamiento –se los destaco
también para su investigación-. No es que Lacan elimine la noción de
superyó, que es perfectamente descriptiva de los problemas y sufrimientos
que podemos notar en la psicosis, en la perversión, en la neurosis, pero no es
un elemento de estructura. No estamos condenados al superyó por una razón
de estructura. El superyó no es el problema de la relación del significante con
el goce. Es lo que ocurre en nuestra relación con el goce cuando hemos
fabricado un Otro, supuesto goce total. Y si eso está, dice Lacan, no puede
empezar sino lo que llama el funcionamiento superyoico.
Si la neurosis obsesiva nos ha dado tanto material para entender el
superyó, y se sabe en esa clínica la ferocidad que tiene la problemática
superyoica, encontrarán siempre en la neurosis obsesiva los fantasmas del
goce total, temidos, angustiantes, deseados, fascinantes, pero siempre
presentes, y la apuesta, que Lacan llama qui tout double, es exactamente la
lógica infernal de querer borrar lo sucedido. La noción de Freud, de lo que
aqueja constantemente en la obsesión, es un problema en relación a un goce
total: el trabajito que presenté no ha estado a la altura de obtener ese goce
total, no sé cómo me lo imagino, las masas caen emocionadas, yo saco el
premio Nobel, y tengo además mil chicas a mi disposición gracias a eso.
Libretos del goce de la obsesión, donde se ve, exactamente, que se trata de
imaginar todo el tiempo la problemática no de un goce, sino de un goce total.
Y que explica por qué nuestro sujeto se va a trabar tanto en el próximo
trabajito, porque no tiene que hacer un trabajito más, tiene que hacer uno que
borre la pérdida anterior.
La exigencia superyoica, feroz en un obsesivo, está perfectamente ligada a
eso. Y la referencia de Lacan –aunque sea a través de la apuesta de Pascal, y
de esa lógica qui tout double–, nos da, de un plumazo, un entendimiento muy
preciso de que en esa lógica es fácil de ver su carácter superyoico. Les doy
ese ejemplo, que es de lo que no puede zafar un obsesivo, que no es que tiene
que hacer algo, tiene que hacer algo en el que esté la chance de ganar la
apuesta del goce total. Y por eso se le hace todo cada vez más exigente y más
difícil, y vive pensando cómo podría hacer algo que le pueda resarcir de una
pérdida anterior. Y mientras duren las condiciones de esa lógica, durará el
funcionamiento superyoico.
Es fácil ver que lo que Freud entendía como pulsión de muerte (es decir,
una exigencia que al final no queda más límite que lo absoluto de la muerte),
es discutible que sea así el significante realmente en la estructura, a nivel del
goce. Hay un significante que toca lo real, hay un significante de goce. Ese
significante de goce de ninguna manera es pulsión de muerte, no tiende a la
muerte, podemos pensar que incluso él tiene sus propios límites, de antes de
que el padre vaya a redoblar ese límite con una prohibición.
Pero se entiende muy bien que un funcionamiento de goce enloquece, si
su referencia es el Otro del goce total. Seguro, hay un significante en la
pulsión que me hace llegar a lo real de un cierto goce tomando un trago, pero
eso encuentra fácilmente sus propios límites. Pero si yo estoy en la
articulación con el fantasma de la obtención de más, porque hay que obtener
el goce absoluto, no está mi satisfacción en un trago sino ya en el siguiente, y
en el siguiente, y en el siguiente. Y en el siguiente tengo, además, que
conseguir un orden de satisfacción que me pueda resarcir de todos los
perdidos antes. Hoy me voy a agarrar la borrachera de mi vida, donde las
penas, y todos los sinsabores de toda mi existencia caducarán en el estado al
que voy a llegar. Puede ser este ejemplo: hoy voy a tener el encuentro de
amor, que va a resarcirme de todo lo anterior; hoy voy a tener el triunfo
económico que va a justificar todos los huecos de las castraciones anteriores.
Eso es siempre el funcionamiento superyoico.
Entonces la corrección es importantísima, porque empieza a abrirse el
camino de una reflexión acerca de que acá el malo de la película no es el
significante de goce; el que hay un significante que toca o real; que lo que
enloquece su funcionamiento es lo que llamamos superyó, y ahí sí… No hay
pulsión de muerte. Freud se equivoca en ese punto, podemos revisar eso
también. El movimiento pulsional es un movimiento delicado alrededor del
objeto, es una vueltita –como decía Lacan. Y como decía Freud:– al servicio
de la vida.
¿Cómo puede exacerbarse la pulsión, a los fines de llevar hasta la muerte?
Les dejo las coordenadas. Es que eso pasa cuando el sujeto se ha defendido
de una castración, fabricando el fantasma del Otro total.
Voy a dar ejemplos más allá de la moral. Puede haber una actividad con
un deseo que consista, eventualmente, en rechazar, alejar a algunas personas
que me resultan insoportables; algunas. A todo el mundo le pasa eso, y
ustedes también pueden alejarse o rechazar una gente que no les guste
mucho, no la invitan más a sus casas, etcétera. Pero la cosa cambia cuando
eso es: debo conseguirlo de una manera total, que ni siquiera me va a
alcanzar Kosovo, como a Hitler no le hubiese alcanzado Europa, porque no
hay en ese funcionamiento otra posibilidad de conseguir llegar a realizar ese
goce total. Si ustedes lo realizan sobre la base de castigar, repudiar, matar,
segregar a cierta gente, no es divertido, sería aburrido rápidamente, además,
encontraría hasta su límite. Pero cuando eso se combina con ese fantasma del
Otro todo, ahí es donde tienen la ferocidad sin salida, es decir, la que conduce
efectivamente hacia la destrucción y la muerte.
Se ve muy bien eso; les daba esos ejemplos de racismo, que nunca era una
satisfacción, efectivamente castigar, burlar y matar a un judío, era al
siguiente, y al siguiente, era la verdadera búsqueda, era conseguir la
desaparición absoluta del planeta, la extinción total, la realización de ese Otro
todo.
Es un tema reciente, yo lo he enfocado de este lado. Desde otros puntos de
vista, comentando las últimas enseñanzas de Lacan, lo observarán en El
hueso de un análisis (30) de Miller, cuando dice: tenemos que empezar a
hacer un cambio de perspectiva, acá hay algo, incluso siguiendo a Lacan, que
no hemos pensado suficientemente bien. Y es un clima todavía oprimente en
relación al goce, un clima donde el psicoanálisis sigue siendo un poco
victoriano, es decir, echa pestes del goce, le tiene miedo al goce, hay que
mortificarse, hay que perder el fantasma, no se puede tener satisfacciones, y
hay que vaciar de goce… Eso indica todavía la persistencia de ese fantasma
del Otro todo, de creer que pueda existir el todo goce. Y eso es lo que Lacan
dice: es una ficción, un fantasma total, y que eso vuelve, y enloquece el
funcionamiento del significante del goce.
Y en ese cambio de perspectiva, decir: el significante, por suerte,
introduce goce, y hay que revisar por qué, y bajo qué condiciones, toma ese
acento mortífero. Y en qué nos comprometemos en el análisis al respecto.
Si creemos que el superyó es una instancia real en la estructura, no hay
salida, como se quedó Freud sin salida. Podemos paliar eso sobre la base de
las prohibiciones que nos hacen los ideales, pero el mismo Freud nos espera
diciendo: más se impide en el goce por realización de los ideales, más
fuertemente les va a retornar el peso superyoico. (31)
Y tenemos que rever hasta qué punto no puede ser el goce más pacífico y
suficiente estructuralmente, a condición de aceptar la castración del Otro, a
condición de aceptar que no hay el Otro del todo goce. Pero eso es muy
difícil, muy difícil en razón a que exige verificar de fondo la no relación
sexual, y que para ningún sexo existe ese Otro, en cuya fusión posible podría
encontrarse el goce todo.
Pero si el fantasma del goce todo ha enloquecido a los hombres, y de un
modo u otro aparece siempre, es seguramente porque sirve para cubrir la
inexistencia de ese Otro del goce.
Está muy bien utilizar el significante de goce para deslizarse en Mendoza
con unos esquíes; ahora, al triple de velocidad, agregándole cocaína, ése es
alguien que está apostando su goce con un Otro total. Que cree que, aparte
del goce pulsional que puede tener, que no lo llevaría a ninguna cosa
mortífera, lo va a apostar, hasta apostar su vida, con la ilusión de entrada en
el instante de goce total. Hay gente que cree en esa fantasía; me acuerdo de la
película Matador, (32) una película que jugaba con el tema de unirse en el
goce total, con la condición misma del instante de muerte. Son fantasías que
hay que atemperar un poco, porque un segundo antes no es aún el goce total,
y un segundo después ya se está muerto. Hay que ser un poco fantasioso para
creer que valdría la pena morir, porque se va a obtener ese instante de goce
total.
Y eso es para el psicoanálisis lo que la gente busca.
Bailar, danzar, vivir de satisfacciones pulsionales, todas se vuelven
superyoicas en relación a ese fantasma todo. Entonces una cosa es hacer un
ejercicio, otra cosa es cuando vean que: un, dos, un, dos, un, dos, un, dos, un,
dos, más, más, más, más, más, que ya es apostar a ese goce, a la posibilidad
de no sé qué entrada en el éxtasis de la esbeltez, la juventud, y no sé qué
cuerpo de goce total. Y por poco que existan las formas de ese fantasma,
cualquier actividad de goce toma la lógica superyoica.
Pero es un funcionamiento, no es una propiedad estructural del goce. O,
por lo menos, vale abrir esa pregunta.
La última referencia, dicha casi en los mismos términos, es en el
Seminario siguiente, que se llama De un discurso que no sería del semblante,
(33) y exactamente en su última lección, la del 16 de Junio del ´71, (34)
concluye Lacan con más datos, señalando que, si Freud inventa, y cree que en
la estructura hay el superyó, eso deben pensarlo –dice Lacan– estrictamente
vinculado a la fabricación de su mito de “Tótem y tabú”, que es su mito
personal.
Y es porque Freud ahí había fabricado el fantasma del padre primordial,
todo goce. No importa que pensemos que después se produce la castración, y
que se lo mata, y que se viene el tótem, y lo que se quiera. Ya se ha fabricado
de fondo la idea del fantasma todo goce. Freud creía que era absolutamente
real, hasta el punto de –a su manera– pensar que había existido
históricamente como figura real, y que, de algún modo, hasta genético, se
había transmitido como impronta en todos los aparatos psíquicos posteriores
del ser humano. Así que siempre estaba agazapada esa figura, de la que
Lacan
–en estos Seminarios, el 17 y el 18–, efectúa numerosas críticas acerca del
carácter, puramente fantasmático, de ese padre que habría tenido, ese todo
goce de todas las mujeres.
Explica muy bien Lacan que es en relación a ese punto freudiano (de ese
fantasma todo goce), que debe ser entendido, que lo lleva eso mismo, a
cambiar toda su tópica, e inventar la noción de superyó. Y nos vuelve a decir:
la esencia de ese famoso superyó es solamente ese fantasma de todo goce. Es
una ficción fantasmática, no hay padres combinados, desde el vamos hay la
división subjetiva, el significante de goce nunca puede armar un todo en lo
real, no hay ese todo en lo real, y no hay por lo tanto ningún superyó en lo
real.
Yo me permití, con todo ese comentario (les doy solamente la referencia)
señalar que podríamos decir –si Lacan había dicho respecto del Edipo,
cuando desmonta las partes míticas del complejo de Edipo de Freud, y dice:
acá hay un punto en el Edipo que ha sido un sueño de Freud–, (35) podríamos
decir que la idea de Freud, de que el superyó se hereda como resultado del
Edipo, ha sido su pesadilla. Si el Edipo fue su sueño, esto ha sido su
pesadilla. Y es realmente una pesadilla en su drama, en el malestar, en la
cultura, y en todas las relaciones, entre la satisfacción pulsional, el orden
cultural.
Estando en eso, retoma Lacan (36) (creo que hasta con cierta aclaración o
corrección de su parte), que, si se toma el funcionamiento superyoico como
un imperativo de goce: ¡goza!, y él recuerda haber tomado incluso esa idea de
un fragmento de un libro que él considera tan enigmático, –siempre dice de
autor enigmático, pero no nos explica por qué, así que uno tiene que inventar
un poco–, y que es el autor de uno de los libros de la Biblia, “Eclesiastés”,
(37) un libro extraño por un lado, en el sentido de presentar una doctrina
sobre la vanidad del deseo, y de todas las búsquedas humanas, en el plano de
sus proyectos políticos, militares, etcétera, y pega un viraje, tratando de
sostener que no hay otro mensaje de dios más que: ¡goza! Esa sería la palabra
fundamental de dios. Y en ese goza, el autor enigmático, dice: goza de la
mujer que amas. (38) Me he permitido pensar: bueno sí, enigmático; cuando
Lacan dice enigmático no es precisamente en un sentido policial, querer saber
a ver quién fue; me parece enigmática su posición subjetiva, porque hay que
identificarse con dios, y pretender hablar desde el lugar de dios, y decir
además su mandato fundamental, y decir además que su mandato
fundamental es: ¡goza! Bien, autor enigmático.
Y, dice Lacan, pero ese: goza de la mujer que amas –que a veces había
sido comentado con más romanticismo, como diciendo: qué lindo mensaje,
hubo algunos comentarios desde analistas diciendo eso: deberían los hombres
asumir de manera decidida, en vez de estar siempre con vueltas, y elegir una
mujer–, ese es el imperativo, goza de la mujer que amas, Lacan dice: sí, pero
es desde esa misma instrucción, desde ese mismo imperativo que viene su
imposible, su obstáculo, porque no hay manera de llegar a ese todo de ella.
Se puede decir: goza de tu objeto a, sí, tranquilo, encarnado en ella, pero
no te tomes en serio el: goza de la mujer que amas, porque imagínense la
tarea superyoica que sería imponerse, como se imponen los muchachos, la
fantasía de querer hacer obtener, y participar del goce absoluto y total de ella.
Es lo que acosa al obsesivo cuando ella, por hacerle celos, o francamente se
va con otro, lo engaña, y verán que en el obsesivo, su crisis total no es ni
siquiera el dolor o el desamor por la posible pérdida de ese amor, sino la
intolerable idea de que el rival la hubiese podido hacer gozar toda. Y,
respecto del cual, otra vez siente la apuesta pascaliana, superyoica.
Entonces esa frase: ¡goza!, que había sido en el inicio, una manera de
Lacan de distinguir las ficciones del ideal de las cuestiones del significante de
goce, vemos retomar –en el Seminario 10. La angustia, también había pasado
por el examen del texto del “Eclesiastés”, (39) y de algunas elucubraciones
sobre el superyó–, de la manera más concreta, vuelve a dejarnos (parece ya
que como efecto final de su enseñanza), que el superyó es un funcionamiento,
no es un término real en la estructura, es el resultado del funcionamiento del
goce cuando hay el todo, el toda la mujer, el todo goce, el todo que quieran,
según sus distintas formas.
Termino diciéndoles que, luego del desplazamiento de este tema, podrían
considerar, si siguen interesados en la enseñanza de Lacan, el valor clínico-
teórico de fondo (difícil pero tan decisivo), en todas las elucubraciones de
Lacan, tratando de demostrar que no hay todo. En todas sus largas
demostraciones de que, con el significante de goce, con el Uno del goce no se
puede fabricar en lo real un todo. Que debería un analista haber entendido
bien: los todos son ficciones, y que no detentan ese todo goce.
Y por eso también, hay una manera de retomar algunas observaciones de
Freud, que fueron consideradas peyorativas por algunos, y que era hablar de
cierta debilidad mayor del superyó en las mujeres. Que cuando se cree que el
superyó es esa función de exigencia que te lleva al progreso, y más, y más, y
más, muchas mujeres han dicho: este Freud es un machista, y a nosotras nos
deja siempre con todo de menos. Pero se puede retomar eso, es decir, ¿en qué
ellas efectivamente pueden estar mucho más aliviadas del superyó? En
general, no precisamente cuando se obsesionalizan, que sufren de superyó
igual que ellos. Es porque hay en ellas la posibilidad de un goce, que se
define solamente en el contexto de un no-todo, que hay esa parte que escapa,
por definición, a la locura de esta lógica.
Nunca una mujer, en el plano del enigma de su goce femenino (es en eso
que no sabemos qué es), puede articular eso con la locura de los instrumentos
del más, y más, y más. Es un goce que viene o no viene, pero no tiene
medición, ni partes, y no se puede con eso fabricar nunca una apuesta para
decir: he obtenido un poco de goce femenino, mañana más, y más, y más,
porque su característica es escapar por completo a las condiciones de esa
lógica.
Entonces el no-todo, a algo que hace a la cuestión de la feminidad, por un
lado (y que por supuesto, puede interesar tanto a las mujeres), es también en
mi opinión, en la enseñanza de Lacan, y por vía del deseo del analista, y de lo
que se espera del fin del análisis, algo también profundamente ligado, a lo
que podría ser una cura del superyó. Que es difícil, siguiendo a Lacan,
articular una cura posible del superyó, si el sujeto no consigue superar la
angustia inicial que supone admitir que no hay Otro todo.
Con esto les he dado un vistazo de cuatro citas –que van del Seminario 1,
7, y ya un poquito avanzado, 17 y 18–, para tratar de dejarles la importancia
del tema, y por lo menos resumirlo en esto, si les interesa el psicoanálisis, la
enseñanza de Lacan, revisar esto. No hacer una sinonimia del significante de
goce con el superyó.
Quedo a entera disposición de algunas preguntas; había habido ya algunas,
las personas que las hicieron las pueden repetir para todos, y si aguantan
todavía un ratito, las discutimos un poco.
[PREGUNTA DEL PÚBLICO]
Es una noción útil clínicamente, descriptiva, pero efectivamente, es una
cosa que obtura la castración, y condena al sujeto a un imaginario constante
de frustración. Y el efecto constante de esa frustración es el reproche, que,
aunque tome las formas de caer constantemente sobre el sujeto, es
inicialmente, efectivamente, el reproche en lo imaginario, a esa figura total
imaginaria.
Ese reproche, y esa frustración, nunca saca de la situación, porque la
frustración, por definición, exige el “otro que tiene”. Es respecto de ese otro
que sí tiene todo el goce, que yo soy un desgraciado. Y puedo con eso decir
qué culpa, porque no hago lo suficiente para, o a veces girar u odiar a ese otro
–eso puede tener todas sus peripecias–, pero esas son efectivamente las
condiciones.
Así que hay una coherencia, lo que pasa es que Lacan después lo plantea
en términos cada vez más estrictamente lógicos. Y ahora lo que llama el Otro
detentador del goce se puede presentar como padre imaginario, como padres
combinados, se puede presentar de miles de maneras, se puede presentar
como poseer totalmente a una mujer. Cosa que si se dice padre imaginario
son más parciales, clínicamente, y cuando se hace de eso la lógica, pueden
ser muchas figuras.
Pero estoy de acuerdo con lo que decís.
[PREGUNTA DEL PÚBLICO]
Queda mucho por revisar de las últimas referencias de Lacan. En la del
Seminario 7, que es cuando él pega ese giro: había pensado en el enunciado
discordante, el significante vinculado a lo real, y de pronto dice: no, el
superyó es otra cosa. Y deshace el argumento de Freud de “El yo y el ello”, y
corre el superyó, en cambio, a una figura vinculada, no al padre de la
castración, sino a una figura imaginaria.
Cuando articula ese viraje dice: me estoy refiriendo al superyó freudiano;
pero quedaría por revisar qué es esa historia de un superyó más primario, más
arcaico. Idea que Lacan al principio había festejado, en el sentido de que –
contra aquellos que creían que el orden simbólico recién empezaba a los
cinco años, por decir así–, eran maneras de todos modos de hablar de la
eficacia de la palabra desde mucho antes. Así que en ese sentido la clínica
que mencionó toda esa problemática mucho más precoz, es algo que tuvo un
apoyo por parte del primer Lacan, en el sentido de querer mostrar la
necesidad de pensar siempre la cosa con los tres registros.
Pero tomaría en esta dirección a esta armazón teórica kleiniana: si hay
algo que es la convicción kleiniana –y de Melanie Klein–, de lo que hay en el
origen para explicar todo, es un Otro total, pero total totalísimo, no hay nada
para el niño que no esté como contenido del continente materno. Después
pueden decir: es desde antes del Edipo, porque no está discriminado papá-
mamá, y se inventa la pareja combinada, o se puede inventar la madre total –
es secundario eso–, la cuestión es la lógica que hace que para Melanie Klein
no pueda haber más que ese sadismo desesperado, y un instinto terrorífico de
muerte de entrada. ¿Es así estructuralmente? Como clima absoluto, del cual
sólo se va a poder ir saliendo sobre las bases de unas depresiones llenas de
culpas, para dedicarse, no a ir más allá de ese fantasma de Otro, sino a ser
ahora bueno y reparatorio de ese Otro.
Hace muchos años trabajé mucho unos textos de Melanie Klein, y me
había permitido decir, hasta qué punto había una doctrina de una
obsesionalización indescriptible, en el planteo teórico kleiniano, y después se
reflejaba mucho en la práctica kleiniana. Pero eso, es decir: estructuralmente,
para todo niño cuando nace, tiene y constituye el objeto total enfrente, y
entonces está bien que diga que toda relación de objeto está teñida de
destrucción y de sadismo, y de estados esquizoparanoides, etcétera.
En cierto modo no se equivoca, porque ése es el funcionamiento, si se ha
supuesto eso.
Lo que Lacan puede decir es: la neurosis es defensa de la castración, es
decir: negar que nunca hubo esa madre total, que siempre fue para mí, por
supuesto, constitución de objetos parciales con sus fantasmas, y jamás tuve
ese sadismo. Paladeé de su pezón, como se hace en la pulsión oral, con toda
satisfacción. Por qué Melanie Klein me tiene que decir que mi intención de
satisfacción es arrancar y destruir ese objeto, como si el niño ya quisiera
desesperadamente el goce total. Si a un niño le suscita eso, entonces verán la
angustia en la propia madre.
No es lo mismo un niño que se alimenta porque ha aprendido a chupetear.
Pulsionalmente, como dice Lacan, no arranca ningún objeto, da vueltas
alrededor de una nada, van a amamantar con tranquilidad. Pero si realmente
es una pequeña fiera superyoica, que está apostando cualquier goce que
obtenga a la obtención del todo de esa madre, y les mama sobre la base de
más, más, más, bien, van a hacer grietas, lo van a pasar más duro, van a decir:
este niño es un monstruo, un vampiro.
Pero no demos por obligatorio, estructuralmente, que se nazca con
superyó, que se tenga que constituir de base.
Siempre Lacan fue diciendo que esa idea de la madre total, del Otro total,
era ya defensiva, de una verdad más honda, a saber, que no hay Otro. Y creo
que lo que él conducía, por lo menos ya que uno como neurótico niega eso
fabricándose Otros, y entonces hereda el funcionamiento superyoico, más o
menos severo, si ya bastante lo hacemos en nuestra estructura clínica, bien,
pero sería conveniente que el analista revisara un poco la cosa, porque ya se
redoblaría el problema si la teoría psicoanalítica avala exactamente la misma
posición de la que sufre el neurótico.
Así que respondería que es sospechoso la invención de un superyó
particularmente sádico (porque en Melanie Klein no es demasiado benéfico,
hay que esperar un rato para algo benéfico), y con un clima verdaderamente
tremendo, de agresividad y de muerte, de instinto de muerte, hay que revisar
si no hay una razón para que ella viera siempre toda la clínica así, y empujara
todo el tiempo a hacer surgir esa clínica, su convicción de un Otro total,
poseedor de todos los objetos.
[PREGUNTA DEL PÚBLICO]
Estoy dispuesto con esto a ir revisando poco a poco todo. Bueno, un poco
a poco en este sentido. Se ha hablado –pero me parece que un poco sin tal vez
toda la discusión previa que habría que hacer–, del goce en la histeria. No me
parece tan fácil, porque la histeria se caracteriza por una posición insatisfecha
de deseo, y por un escamoteo constante de dónde podría estar la cuestión de
su goce. Así que hay que ir muy rápido y buscarle la vuelta y decir: debe
gozar de su propia insatisfacción. No sé si eso es tan fácil, o si eso pega con
el Lacan de la histeria como discurso, la revisión del caso Dora a este
respecto. De todos modos, primero como que habría que conseguir material
vinculado a dónde están las satisfacciones pulsionales en ese cuadro, tal
como aparece, y después de eso ver qué lógica tienen.
Pero más bien la histeria presenta una cuestión de insatisfacción de deseo,
y no se queja de otra cosa, mientras tanto quiere toda suerte de
insatisfacciones pulsionales, sin presentar la lógica de la problemática del
superyó.
Pero con eso, ¿a qué me refiero? Me refiero en tanto articula, y analiza, y
desarrolla la cuestión de su deseo histérico, pero una histérica corta ese tema
en la cuarta sesión, y puede decir: tengo la compulsión de comer, y estoy
gorda, y no puedo adelgazar, y no sé qué, pero cuando esa histérica (desde el
punto de vista del deseo, si ustedes han podido verificar en sus coordenadas
que su deseo tiene esa característica, que llamamos de deseo histérico), habla
de esto, habla de un objeto a, habla de un goce que le es consciente, habla de
una compulsión, y puede hablar muy bien de una lógica superyoica, de un
problema que la obsesiona.
Entonces hay que manejar con mucha más soltura un poco lo que nos
ubica como cuadros clínicos, y no se puede estampar, porque es una histeria,
toda la problemática que trae como histérica. Como también a veces en una
obsesión hay repentinos momentos de otra problemática.
A mí, por lo menos en mi experiencia clínica (y he debatido esto, y he
tratado de transmitirlo con bastante fracaso, porque la gente prefiere que, si es
una histeria, sea una histeria siempre) me protestan mucho cuando digo: pero
toda esa problemática que trae es de una histérica, pero completamente
obsesionada, y qué hacer con ello. Les doy a veces en broma, para tratar de
defenderme de que no logro transmitir esto, decirles cuánto se ve, con qué
facilidad, con un tema perfectamente freudiano, que una mujer, en cuanto hay
satisfacción vinculada al objeto, y es por ejemplo, como dice Lacan, lo que
conquistan con los hijos, los hijos son los objetos a de ella, es decir, la mujer
como madre, pero despliega obsesiones indescriptibles. La misma mujer que
va a la fiesta, una vez que revisó la llave del gas, limpió catorce veces al hijo,
se angustia porque no hay control, y con pesos superyoicos, etcétera, y el
mismo sistema de apuesta nerviosa y compulsiva, deja eso a las diez de la
noche porque sale a una fiesta, y en la fiesta desarrolla una histeria completa.
Es decir, que cada vez que se le plantee la situación como mujer, arma una
problemática histérica, pero como madre… –Freud lo vio en amas de casa, y
armó de eso un cuadro obsesivo paradigmático.
Entonces hay que ver qué temas van trayendo en análisis, porque podés
tener todo un momento histérico, y después hay mujeres que empiezan con la
angustia de que si al niñito no le habrá pasado algo, si le pasó algo, o ideas de
sacárselo de encima, les hace un peso superyoico, estoy loca, los estoy
tratando mal, les he perdido la paciencia, les pego, después me siento con
culpa.
Pueden ser histéricas, pero cuando desarrollan una problemática
superyoica es siempre por un plus de satisfacción, porque empiezan con una
lógica en vinculación a un todo, y se obsesionalizan.
[PREGUNTA DEL PÚBLICO]
He estudiado la diferencia entre pulsión y compulsión, que me parece
importante. Esa “co” es un prefijo, no de copertenencia, es un prefijo de
intensidad. Entonces no es un empuje de goce, sino que es una exacerbación.
¿Por qué la pulsión se va a poner compulsiva? Me parece importante
distinguir eso. Lo que se entiende muy bien lógicamente, que no puede sino
llevar a la compulsión máxima el desarrollo de una pulsión, es si vos le
agregás a la pulsión la loca idea de que, con ella (que es siempre de un goce
parcial, con su propio límite, estructural, por fantasía), vos pretendés de esa
pulsión obtener el goce total. Entonces le echamos la culpa a esto, como si
hubiese algo maléfico y mortífero en el significante de goce, cuando –
pobrecito él–, nunca quiso hacer un todo, ni tiene la fantasía de hacer un todo,
porque en lo real no hay ningún todo. Y él haría simplemente unos viajecitos
de goce todo abiertos, y queda siempre en el lugar del no-todo.
El problema es la dificultad y la angustia de admitir la soledad que impone
que no hay ese Otro.
Creo que podemos entender que está bien armado, cómo la locura de esa
relación de goce aparece constantemente en relación a querer, con un
instrumento que no sirve para fabricar ningún todo, fabricar un todo en lo
real. Eso es lo que hace estallar esto, nunca se obtiene el todo sino, la muerte.
Esto no tiene por detrás un real; lo que tiene por detrás es un pequeño
objeto de un goce parcial. Pero si ustedes ponen ese objeto, sobre el que ese
significante de goce hace su trazado pulsional, lo esconden atrás del fantasma
de todo, ahí se verifica ya el tema de: te amo totalmente, pero como quiero
algo más que tú, te mutilo. (40)
Se ha hecho un clima mortífero de la pulsión, y del goce, pero todos los
problemas que alarman en los modos de goce que angustian hoy en día, en la
modernidad. No me parece que haya que ser tan pacato para decir que me
asusta el modo de goce como tal, sino al que se le observa una dimensión
compulsiva cada vez mayor.
Pero no veo por qué, con los pocos goces que hay, un niñito
verdaderamente no pueda, o un adulto, hacerse un jueguito electrónico. ¿Qué
problema hay? Uno, y que tenga un goce con eso, o con lo que quieran, o
tomarse un trago, o fumarse un porro, distintos modos de goce que se
quieran.
¿Qué es lo que empieza como una alarma? Es que se ejercita un modo de
goce, donde vos ves que la compulsión es buscar el instante de la obtención
de un goce total. Y si vos lo buscás con el significante, que no va a poder
constituir nunca eso, destruís al final todo equilibrio, hasta la muerte.
Y esa es la paradoja por la cual estamos viendo gente que busca
soluciones por el lado de prohibiciones de un ascetismo indescriptibles, que
no te sacan del fantasma de todo. Entonces: como hay el problema de querer
fumarse todos los cigarrillos para obtener el goce, entonces no hay que fumar
ninguno. O se prohíben todas las bebidas alcohólicas, la ley seca que fabricó
un emergente superyoico tremendo.
Entonces estamos en el momento ascético, y Freud qué dice: ojo, que la
vía ascética no hace más que retornar con mayor exigencia el goce, esa
instancia de goce.
Por eso el debate del psicoanálisis, hoy en día, de qué vías encontrar, que
no sean exactamente estas conocidas. Y a veces los analistas, como hay
formas nuevas de goce, uno se vuelve un poco segregacionista, un poco
prejuicioso, y como no fueran formas de goce mías, entonces ya las veo todas
mal, en la juventud.
Otro tema es distinguir lo que hay de compulsivo. Si vos decís: diez, doce
catorce, diecisiete, veintidós horas con el jueguito, en esa violencia cada vez
mayor, etcétera, bueno. Pero el problema no es el goce pulsional del jueguito
(en alguna cosa hay que tener un goce pulsional), es igual que con algo que te
puede parecer noble como hacer un partidito de ajedrez, ¿está?
[PREGUNTA DEL PÚBLICO]
Lo que no pude desarrollar tanto, que me ha parecido genial en Lacan, es
haber entendido eso con la lógica de la apuesta. Porque la apuesta es, siempre
en un punto, renunciar al pequeño goce posible. Es la exacerbación de que en
el fondo hay una insatisfacción profundísima en esa carrera loca, etcétera, eso
es lo que arma más, y más, y más, porque no puedo tomar certeza de este
goce que me está dado, porque ya tengo que estar en algo más para obtener el
total.
Entonces, eso se ve bien con la lógica de la apuesta, porque en la apuesta,
si yo apuesto con el Otro, yo tengo que perder, renunciar a la apuesta que
pongo. Entonces renuncio a lo que podrían ser mis goces, bajo la expectativa
de obtener el total. Eso da una carrera desenfrenada, donde ahí se puede ver
bien lo que Freud había pensado como pulsión de muerte.
Son las cosas que me gustaría revisar mucho. Es muy distinto decir que en
la estructura de la pulsión hay pulsión de muerte, que ella, la pulsión, sólo
quiere retornar a lo inorgánico, y otra cosa es decir: de ninguna manera, la
pulsión es de muerte en un funcionamiento, cuando queda presa de la lógica
del todo.
Es muy distinto decir funcionamiento que decir estructura.
Es un debate, lo dejo abierto, pero para mí sería muy distinto decir: bien,
la pulsión es un engaño, parece de vida, pero en el fondo la pulsión, como es
real, y toca lo real, es de muerte. ¿Por qué? Pobre pulsión.
En el modelo de Lacan de la pulsión, es muy interesante este tema para
rever distintas cosas de Lacan, pero una cosa muy interesante en el seminario
de Los cuatro conceptos… es la distancia total, puesta por Lacan en esos
conceptos, para estudiar uno que se llama repetición, pero no compulsión de
repetición. Que él incluso, en el Seminario de la carta robada, (41) había
estudiado un mecanismo más puramente significante, como automatismo de
repetición. Y al revés, en el estudio de la repetición le quita el automatismo
total, y cambia, hay una repetición que tiene sus automatismos, pero hay la
sorpresa contingente, la tyché, que no es ese fatalismo total.
Ya como cambio no es el concepto fundamental el de compulsión de
repetición, el fundamental es “repetición”. Sí, el goce se repite, tiende
siempre a hacer una repetición, con escansiones, porque es un goce y su
pérdida. Por qué la repetición tiene que ser compulsión es otro tema.
La pulsión –seguramente Lacan, inspirado para estudiarla en su estatuto
más puramente de destino sublimatorio, para entenderla en su estructura
como tal, no mezclarla con problemas de deseo, o de represión–, la pulsión
da una vuelta por un objeto. Su propio modelo no es un goce que fuese
tortuoso, que fuese más… la flecha, la flecha, hasta obtener ese todo, que no
es ningún todo, es tirarse por un balcón.
La pulsión hace una vueltita por el objeto, nunca busca destruir el
fantasma, ni querer agarrar locamente un todo.
Van a ver siempre esa distinción, que estoy elaborando en mi curso de este
año. Si decimos: una persona puede satisfacerse, tener un goce corporal
bailando, lo van a ver además inmediatamente si tiene gracia, da una
satisfacción suficiente, y tiene siempre un movimiento que no es compulsivo.
Traten ustedes, en cambio, de lograr el todo goce del baile, y entonces van a
empezar: bom, bom, bom, bom, con luces de colores, si, una cosa que ya no
tiene gracia ninguna porque toma otra lógica.
En Lacan la lógica de pulsión es una lógica que no trata de atrapar
desesperadamente nada total en lo real, no es una flecha que atraviesa el
blanco posible, más bien es una especie de flecha zen, que da una vueltita, y
hace sentir una satisfacción.
Entonces tenemos que distinguir también, se puede disfrutar mucho del
paladeo sobre la nada, y eso es una satisfacción, pero si esa satisfacción yo ya
la estoy perdiendo, no estoy en esa satisfacción, porque le estoy apostando a
otra más y a un todo. Entonces ya no estoy en eso y ya me van a ver
compulsivo, porque se ve, se ve la lógica del cuerpo cómo funciona. Y sí, si
me empieza a agarrar un rollo total del problema del psicoanálisis, el Campo
Freudiano, porque quiero el todo, mi mano va a empezar a comer de otra
manera. Que deja siempre un esbozo de satisfacción, y su pérdida, y su
pérdida, y más, y más, y más.
Todas las tradiciones que han cultivado bien desprenderse de esa locura
superyoica, y cómo lograr una satisfacción suficiente, como son todas las
prácticas orientales del yoga, del zen, etcétera, no hacen más que insistir en
eso. Hasta en la forma de alimentarse, de respirar, etcétera, e insisten
diciendo: eso introduce un goce suficiente que él mismo dice basta. Él mismo
dice basta, porque no está enloquecido por su referencia al Otro.
Pero si vos estás diciendo: sí, es tan rico, pero vos no sabés el otro día, en
otro restaurante, ya te voy a llevar al otro, porque en otro de no sé qué,
etcétera, bla, bla, bla, o como los hacía mi madre, bla, bla, bla. Todo eso se
arma en la locura de ese deseo que busca no sé qué cosa total.
Lo importante es ir estudiando esos modos. Es así de simple el tema,
donde conseguimos gente que diga: bien disfrutados, tres o cuatro ravioles, es
una cosa fantástica. Y con el superyó, siempre estamos en el dolor de
estómago, y seis platos más, y la culpa.
La alimentación en el mundo moderno, viene pasando en los últimos
quince, veinte años, un grado de superyó indescriptible. He asistido a muchas
comidas con colegas, amigos, y decirles: basta, me voy a comer a otro lado,
por favor, a España, que es un lugar que por suerte no sufren del superyó
como nosotros en la comida. Pero es una cosa.. que no se puede probar, que
el colesterol, que lo dietético, porque esto, que lo otro. Toda forma de goce
está vinculada al todo de la muerte.
Eso estudiamos, porque después se hacen falsas bases científicas con todo
eso, mentiras que nos cuentan, se hace todo dietético, todo tiene veneno,
colesterol, después pasa un tiempo de esa locura que se ha originado por la
problemática superyoica, y después resulta que hay que comer un poco de
aceite, un poco de vino, y no sé qué, el colesterol bueno, malo, etcétera,
diciendo: todo esto fue una locura.
Es el tema por el cual, les decía, es hasta ciertamente urgente, seguramente
desde el psicoanálisis, hacerse una idea de esto, hasta concluir en una
convicción acerca de si la problemática está exactamente en el goce o no, o si
se trata de la locura del fantasma del todo.
Bueno, quedamos aquí, muchas gracias.
J. C. INDART: Me parece que el punto que esto nos implica, como decía,
éticamente, me parece repartido. No haría una cuestión de diferencia de
sexos, porque si no hacemos juicios de valor, si tomamos sólo algunos
ejemplos, la corriente mayoritaria para ellas, a la vista de que no hay más que
tontos, y que no hay más hombres, es una forma generalizada –lo voy a decir
con un término un poco fuerte–, es una forma generalizada de cierta como
prostitución. Así que no van a poner en juego en una historia de amor nada, y
entretener a estos niños, aprenden a entretenerlos, y se consiguen niños que
tengan más dinero, mejores condiciones, son niños y punto. ¿Cuáles son las
figuras femeninas, las heroínas para las chicas que hay en la cultura masiva?
La que tiene que ser la Barbie de estos niños hasta los 60 y pico de años,
pasarla bien y no te preocupés.
Ojo, les he traído el ejemplo del efecto más estudiado, del efecto de la
decadencia de la función paterna sobre lo que podría ser el relevo de esa
misma función, es decir, la transmisión de eso en el varón. Por eso traje como
el quiebre de esa cadena y en qué punto está.
[PREGUNTA DEL PÚBLICO]
Bueno, pero habría que matizar todas esas expresiones. Porque hay una
diferenciación sexual, puede no haberla, pero en el caso que les conté, o en la
referencia a Juanito en Lacan, dicen muy bien, que eso puede dar
perfectamente para una ubicación por la cual la elección de objeto va a ser
heterosexual, y tenemos esos casos. Eso, como elección de objeto. La otra
discusión, es en cambio, desde qué posición. Es un tema de estudio la
tremenda transformación que ha habido en las relaciones de hombre – mujer,
siendo ellos hombres y ellas mujeres, y se eligen recíprocamente, así que no
estamos estudiando homosexualidades. Pero dentro de él y ella que se eligen
recíprocamente se venía diciendo que había una transformación; lo que nadie
sabía era la velocidad que iba a tomar esa transformación en las últimas dos
décadas. Entonces está todo el mundo diciendo: “Yo ya no sé esto, qué es una
ella o qué es un él”. Lo que decimos con esas bromas es eso. En un
relámpago… A nivel de mi abuelo, o incluso de mi padre, esto de cocinar y
planchar era una cosa impensable, pero impensable en el sentido de que era
confusa para ellos, que eso era un error, un error, que no convenía para los
hijos además ver constantemente en esa posición al padre, el padre tenía que
estar en otros semblantes.
Porque hay una argumentación siempre que hay que tenerle cuidado,
considerarla, escucharla, pero no hacerla absoluta, porque cuando hay un
período de decadencia y de caída de los semblantes, hay un discurso que va
diciendo que cada caída de los semblantes está plenamente justificada,
porque esos eran unos explotadores, machistas, de no sé qué. No trato ese
tema, pero no es que las cosas vayan mejor.
Es todo cada vez más confuso en cuanto a la diferencia que vos decías, me
estoy refiriendo a la diferencia de posiciones, de roles, de ideales, no en
cuanto a la elección de objeto. Eso es cada vez más enredado. Es una figura –
se ha trabajado–, va saliendo una especie de figura unisex que la ha
representado tan bien el ídolo de rock, que es un niño llorón en su música
misma, desenfrenado, llora y se desenfrena maníacamente. Y es un niño,
tiene un pelo largo, y unas tachas, y hace a lo sumo una especie de figura de
“te asusto, te asusto”, y pone cara de que asustan a toda la sociedad. Habrán
visto, todos repiten lo mismo en los medios, cualquiera sea el conjunto, hay
que poner una cara de “mirá cómo me asusta”, y es infantil, uno ve en el
cultivo de esos fantasmas esa posición que era de los 4, 5 años. Se suponía
que eso era a los 18, pero ya se sabe… cincuentones algunos haciendo la
misma cosa. Eso me parece un paradigma de algo que es: “No queremos más
ser hombres, no queremos ninguna de las formas del ser hombre que había
antes”, nos vamos de todo eso y el resultado es… Es una moda, son unas
décadas, en cierta manera está empezando a amainar un poco, hay cambios,
pero les decía, después otra virada más, y otra oleada en la que se profundiza
esa decadencia.
En el plano del psicoanálisis, no quería comentarlo acá, todo esto fue nada
más que una visión a vuelo de pájaro, pero creo que la idea de Lacan, como
resultado del psicoanálisis, es llevarlo al extremo de encontrar una posición y
una solución que no es generalizable, se podrá hacer un pueblito con algunos,
encontrar una posición, una solución, una ética en esto, que no es
identificarse a las figuras de ‘no’ paternas de antes, porque no hay más, y
porque no dan la solución de fondo. Por supuesto que nos interesan todas las
nuevas tareas, como decías muy bien vos, cosas en la sociedad que intentan
un ‘no’. Eso es interesante, hay que verlo, a veces se juntan los intentos y
algo pasa.
[PREGUNTA DEL PÚBLICO]
Es una pregunta que creo que la podría responder así: en el caso de la
institución psicoanalítica llamada Escuela, es decir, en el invento de Lacan de
esa institución, y en todas las peripecias que ha tenido en su cortísima
historia, no lo podríamos enfocar de ese lado porque el deseo en la Escuela es
el de una pequeña aldea, una institución que no funcione al nivel del padre.
Entonces no podría tener decadencia de la función del padre, más bien el
problema en que estamos todo el tiempo en la Escuela es que no se llegue a
armar una función paterna.
No puedo desarrollar ese tema en el que hay diferencias, pero lo
podríamos ejemplificar, en cambio, en toda la organización institucional de la
IPA. En cambio, esa institución, tal como la dejó Freud, es una institución
que funciona sobre la base de padres, de padres analistas. ¿Y en dónde
veríamos la decadencia? Sí, pero padres que tenían, venía otro y decía: ‘basta,
no’, y armaba otro movimiento, había una riqueza. Y venía la decadencia en
el estado actual, que es: todas las teorías están bien, que no queremos héroes,
que no venga ninguno a decir: ‘no, basta’.
Hay que ser democráticos, todo eso que se dice del ‘políticamente
correcto’, todo eso es este paciente, hay que tener en claro eso, son leyes
maravillosas, son leyes para todos, de la mayor democracia, cordialidad,
bienvenidas todas las ideas, acá cabemos todos, winnicotianos, lacanianos,
kleinianos. Tenés ahí un ‘para todo x de X’ ahí perfecto. Por favor, que
ninguno se haga el loco y diga “no, basta. No, no vale lo mismo todo, no
pueden ser todas las ideas lo mismo”. Por favor no, porque eso es un lío, no
es democrático, hay que respetar que cada cual esté en lo suyo, respetar,
respetar, es eso. Respétenme mi teclado, yo a vos no te digo nada, vos
quedate en otro lado, con la televisión, yo me quedo con el porro, no jodás.
Eso se ha descripto, y es la posición actual de la IPA, la de esa suerte de
pluralismo democrático que es un gran valor, nadie niega que es un gran
valor; lo que nosotros discutimos es que eso esconde, muestra muy bien la
decadencia de la otra función.
Por eso nosotros tenemos tantas discusiones y crisis, en cambio, a partir de
la idea de Escuela de Lacan, porque todo el tiempo es una cuestión de no
todo es lo mismo. Todo el tiempo son cuestiones de ‘no’.
Entonces la discusión es cómo puede funcionar un ‘no’, y que no funcione
como ley paterna. Pero eso es otro tema complejo, propio de la comunidad de
los analistas. No sé si respondo.
[PREGUNTA DEL PÚBLICO]
No, eso de ninguna manera, así abruptamente diría más bien al revés,
cuando la función paterna funcionaba muy bien, o en los lugares donde
funciona mucho mejor, es donde realmente la gente no se analiza, donde el
discurso del Amo funciona bien, y en la familia hay mucho de esta función de
asumir el ‘no’, son lugares terriblemente opacos para el psicoanálisis.
Es verdad que el psicoanálisis recoge estos casos, recoge gente un poco
desvariada, marginal, un poco histerificada, que se enojó con ese ‘no’ y no lo
quiso asumir, rebeldes, estudiantes. Así que, en ese sentido, de ninguna
manera, me parece que al revés.
Pero no sólo al psicoanálisis, esa decadencia lo que está provocando es
miles y miles de formas de necesidad de intervención terapéutica con esa
paradoja, nosotros discutimos eso, pero le pasa en cualquier enfoque
terapéutico. Lo que le pasa a esta persona con 28 años, más que un análisis
hay que hacer un acompañamiento sabiendo cómo jugar con la función del
‘no’ un tiempito, para que recién después se pueda hablar de una entrada en
análisis, porque son casos en que la temática es parecida a los casos de
análisis de niños.
Y en ese sentido, me parece que crecen los lugares, todas formas de
instituciones terapéuticas, de las más variadas, hasta sectas, que suplen ese
hueco.
Nosotros, a nuestra manera, nos ubicamos también en eso y tenemos
nuestra manera de responder.
Es muy interesante en este caso, además, pero no puedo desarrollar todo,
la relación que eso va tomando en la dirección de la imposibilidad de
conversar. Así que en ese sentido la imagen de discothèque dice algo, las
nuevas formas del baile, una música a todo volumen, bueno… ¿Por qué?
Porque la conversación es muy natural, si se realiza, que lleve a ese punto, a
los puntos en que hay que dirimir, tomar posición, discutir, jugar a chanzas, a
ganar o perder, bromas, y estas posiciones no se ubican bien en eso, y por eso
llegan a una especie de ‘uh’, muy pocos monosílabos y toda una vida interior,
pero no hay la conversación que lleva siempre a la discusión, a la
confrontación.
Desde ese punto de vista la oferta de conversación que es el análisis, y de
conversación propiamente dicha, libre, sin dirección, más bien le veo un
papel importante para el próximo milenio, en respuesta a los enormes
síntomas que produce esta decadencia.
Y produce un deterioro también del lenguaje que se ve, que es objetivo.
No estoy diciendo una cosa de moralina, como se hablaba antes, pero vamos
a hechos objetivos que tienen que describir, que pareciera que hay un fracaso
de la simbolización. No, no hay ningún fracaso de eso, pero es una posición
subjetiva que lleva inevitablemente a ese empobrecimiento.
Con ese voto de esperanza creo que podemos dejar.
S
s
Donde hay que entender que este significante no es una cosa, es una
relación entre –por lo menos– dos términos, poniéndolo arriba, porque según
como se mueva esto se producen y varían todas las significaciones que el ser
humano pueda producir. Y una caída de cualquier intento de articular algo
real, una caída de todo lo que fuese lo real.
Insisto en este punto, una caída, pero no como diciendo: “yo me dedico a
estudiar la estructura relacional del lenguaje, de los sistemas de parentesco, y
no me ocupo de esto”. No era sólo eso, el tema era: “no me ocupo de eso
porque es imposible ocuparse de eso”. Todo intento de reflexionar algo real
sobre la base de un lenguaje fallará siempre, porque esto no produce más que
simplemente sentidos y significaciones.
Y Lacan toma esto como un algoritmo, y hace pasar todo por allí. Y toda
su refundamentación de Freud es: con cualquier tema, ¿qué pasa si lo hago
pasar por significante – significado? E hizo pasar –no sé cómo ilustrar esto
con un ejemplo no tan conocido– el inconsciente, el proceso primario, la
condensación, el desplazamiento, la pulsión, todos los conceptos de Freud.
Pueden leer en “Introducción del narcisismo”: (2) aunque supongamos un
yo originario lo importante es que hay un momento en que se produce un
nuevo acto psíquico donde este yo, en realidad el narcisismo, se reacomoda
sobre la base de una exigencia cultural que se llama el ideal del yo. Esto, en
la letra de Lacan, corresponderá a la distinción: ideal del yo, I(A), que
corresponde a un problema significante del orden simbólico, y el yo (moi)
que es solamente un efecto de significado.
Es para dar un ejemplo de la trituradora, por decir así, que fue este
aparatito. Es lo que a veces se produce por una nueva idea elemental, por esta
nueva idea de estructura a nivel del significante, y Lacan fue pasando
sistemáticamente la problemática de Freud siempre sobre esa idea, a través de
esa idea.
Después puedo dar más ejemplos, pero para los que están en el tema, si
ven el grafo del deseo en “Subversión del sujeto…”, (3) van a ver toda la
temática de Freud tal como se transforma a partir de significante –
significado.
Ese esquema, uno lo ve en funcionamiento en Lacan, pero funcionó para
la más vasta problemática de las ciencias sociales. Los autores fueron
pasando por ese aparatito la literatura, el cine, el teatro, la arquitectura. Y ahí
ya tenemos el proyecto que fue tomando distintos nombres, primero el de
semiología –la ciencia ampliada era ésa–, y que fue galvanizante, porque
mucha gente iba saliendo de sus enclaves, del antiguo proyecto de las
ciencias sociales y reubicándose, o reubicando su temática a partir de esa
noción de estructura.
El efecto de esto fue de una extensión tan grande que cruzó el océano en
un momento, cosa dificilísima. Es más difícil que cruce el Atlántico un
sistema de ideas continental franco – germánico – itálico – español, lo que
quieran, que cruce así nomás del lado anglosajón. Es divertido eso, pero son
locuras de ellos. Aun cuando puedan llegar a la larga a cierta problemática en
común, del lado anglosajón necesitarán siempre hacerlo con su propia
terminología, y no sé si la globalización algún día podrá transformar esos
problemas.
Pero aquí tendríamos un ejemplo de algo que logró extenderse bastante a
todo un plano académico en Estados Unidos. Bastó para eso un proyecto:
cambiar el término semiología por semiótica, y entonces se pudo articular
muchos resultados parecidos a los que iban llegando como la cibernética, la
teoría de la información, la teoría de la comunicación, entre otras.
Luego, llegando al 2000, tenemos 30 años de trabajo explícito en las más
diversas áreas –es un resumen esto–, se va notando, el efecto de eso, el efecto
de vaciamiento de todo referente. Y esto caracteriza algo que se empieza a
llamar el posmodernismo. Ese efecto democrático, que produce una ideología
y toda una política, la democracia que introduce que no hay referente. Es
como decir: “Hay que ser políticamente correcto y aceptar todos los
desciframientos, todas las teorías en lo que se llama ciencias sociales, no
tiene ningún sentido pelearse por quien da cuenta del referente, porque nadie
da cuenta del mismo”.
Los debates ya no son: “una historia científica es ridícula, la historia debe
hacerse sobre parámetros donde está lo real, la historia tiene que ser
económica o social, y no solamente política, la historia solamente política es
falsa y no da cuenta de una verdadera historia”. Esos eran debates. Ahora con
cualquier historia no se va a dar cuenta del referente, son solamente
significantes que según se combinen van a producir distintos efectos de
sentido. El que la hace a nivel biográfico – político produce efectos de
sentido; el que la hace a nivel económico – social produce otros efectos de
sentido, ahora, todo eso es una enorme ficción, útil, pero olvídense de lo real,
de un saber en lo real.
Eso produce y forma parte, ese pequeño aparatito, de esa novedad que se
expande entre filósofos y científicos sociales, literatos, etcétera, en una suerte
de semiosis indefinida e infinita. No hay ninguna posibilidad de hacer
ninguna ciencia de la historia, siempre se puede descifrar de una manera
diferente y dar distintos sentidos, y está muy bien que cada cual lo haga. Y se
va cayendo así, vertiginosamente, la idea de que se puede hacer ciencia en el
campo social humano.
Lo que se puede hacer son intervenciones simpáticas, por el gusto de cada
cual, y tienen por ejemplo el florecimiento de historias de la vida cotidiana,
hagamos la historia del uso del tenedor en el siglo XIX, ¿sí? Pero piensen que
esto ocurre dos décadas después, tres décadas después de las batallas
ideológicas más increíbles por hacer ciencia de la historia. Me pregunto hoy:
algún marxista de la época, duro y apasionado con su materialismo histórico,
si tiene que decir cuál es la última historia en siete tomos que nos explica qué
ha ocurrido con el tenedor en el siglo XVII…
Les doy el ejemplo de la historia porque es uno de los más lindos para ver
la caída de una dialéctica o de una ciencia histórica. Algunos historiadores
todavía protestan, y dicen: “¿dónde vamos a parar?”, porque se dan cuenta de
que la ciencia histórica ha perdido vigencia, y entonces son grandes relatos
entre la literatura y el dato histórico.
El otro puede contestar –con todo lo que aprendió con ese aparatito-:
“pero usted, ¿alguna vez creyó que las otras historias no eran literatura hecha
por otras personas según como descifraban los hechos?” Es decir, no hay
ninguna posibilidad de discutir el hecho como tal.
Es cierto que esto produce un clima de caída de la belicosidad ideológica,
una crisis de las ideologías, en la medida en que se creía que se peleaba,
discutía, o se teorizaba por algo sustancioso.
Si les digo que la cosa pasó el continente, es porque saben que no importa
que se usen los mismos términos o no, pero este aparatito no pudo sino tener
enormes efectos en la filosofía anglosajona, en el positivismo lógico último,
en las filosofías del lenguaje, en las cuales todas estas personas comienzan a
llegar, más o menos, a la misma conclusión: ya no hay debate posible de eso.
Lo que podemos hacer es conversar, crear consensos, ficciones que tengan
más consensos que otras, etcétera.
El psicoanálisis corre exactamente el mismo riesgo –y del modo más
intenso, porque es una práctica de pura palabra–, de terminar en esta especie
de, si no digo cinismo, de aceptación porque todo lo que se haga con la
palabra, con la escritura, con el desciframiento, en la medida en que no
tenemos fórmulas científicas, son ficciones diversas.
Esto es un golpe tremendo en el psicoanálisis y hubo algunos vivos
iniciales, Sartre, etcétera, que sospechaban un poco de esto. Pero la noción de
estructura del lenguaje, en todas sus aplicaciones, hace de la sospecha una
prueba. No hay más que significantes, y las interpretaciones son efectos por
après-coup, que son esos como podrían haber sido cualquier otro. O decir:
¿para qué puede servir el psicoanálisis? Es como una literatura, como un
desciframiento que, si a la persona le viene bien, si cambió su historia por
otra por vía de un análisis, y, por decir, está más contento con la mentira que
cree de sí mismo ahora, porque desde el punto de vista de lo real no se puede
demostrar que sea así, el recuerdo infantil es una colección de significantes
con un efecto de sentido, se los vacía, no es tal, etcétera. Puedo trabajar, y
trabajar, y el referente es vacío… Fue el jolgorio, un momento de gran
entusiasmo casi recíproco entre la crítica literaria y el psicoanálisis. Los
críticos literarios pueden tomar cosas del psicoanálisis, los psicoanalistas
empiezan a hacer elucubraciones sobre textos –podemos citar a Rolland
Barthes en su última etapa para mostrar esto–, así que hubo mucha deriva de
nociones psicoanalíticas, como podía haber también una deriva al revés de
todas las nociones que pueden ser útiles en los desciframientos.
Entonces, un destino posible del psicoanálisis es este tipo de vigencia, que
es como ir perdiéndose en la historia; lo podríamos llamar el destino
posmodernista del psicoanálisis, donde va a ser respetado, donde si esta línea
crece –como vemos que lo viene haciendo, que no va a haber ataques en el
sentido de que no es científico, que no tiene fundamentos, etcétera, del lado
del humanismo en general–, va a haber una actitud políticamente correcta,
democrática, pero alguien puede decir: “usted no me critique a mí, que acabo
de inventar una terapia literaria, empecé con un taller literario, la gente cuenta
problemas y yo les hago escribir, narrar historias, y les hace bien, y se llama
taller literario terapéutico. Usted no me moleste a mí, yo no lo molesto a
usted que hace psicoanálisis literario”. Esa es una vigencia.
Es en eso que Lacan, a pesar de haber sido el introductor de esto, para
reformular todo Freud, porque está esa parte en Lacan–, y justamente porque
la aplicó y la llevó más rápidamente a sus consecuencias, es que toma un
peso enorme que Lacan vaya dándose cuenta de que, si esto es el
psicoanálisis, es una impostura como cualquier otra. No hay que tomar el
término de una manera peyorativa, es una impostura porque no hay nada que
sea una postura como tal. Y llevó hasta
ese extremo la discusión sobre los fundamentos del psicoanálisis.
Quiero hacer este panorama general, para que puedan apreciar entonces, e
interesarse si están en psicoanálisis, en todo el esfuerzo de Lacan por
localizar que hay un referente en psicoanálisis, que hay algo real, y que, si no
se hace algo, si no se localiza eso real, todo ese aparato del significante –
significado va a la deriva, y se perderá en ese océano de variaciones
posmodernas. Llegaría al 2000 pero para ese destino.
Ahora, es de una audacia tremenda, en medio de una cultura que se va
dicotomizando absolutamente así: por un lado, está la ciencia propiamente
dicha, que no tiene ningún sentido y son fórmulas, esa tecnociencia que es el
único discurso que se presenta como teniendo el monopolio de lo real; y está
todo lo demás. Y se ha verificado en el 2000 que todo lo demás es un juego,
pero puede ser un juego elegante, gentil, pero juego quiere decir que todas las
demás disciplinas humanas que utilizan la palabra están condenadas a un
referente vacío.
Es en esa dicotomía que se juega la vigencia posible del psicoanálisis, en
el sentido que yo la entiendo, a partir de la enseñanza de Lacan. Es decir,
cómo sostener una práctica cuya vigencia se juega en que no es ciencia –en
ese sentido adiós a la ilusión de hacer más científico al psicoanálisis por
introducir la estructura significante – significado-. Y la vigencia del
psicoanálisis en la Orientación Lacaniana va a tener una chance en la que de a
poco pueda hacer valer, cada vez más fuertemente, no sólo que no es ciencia,
sino las razones por las cuales no es ciencia, y las razones por las cuales está
en contra de la ciencia y del monopolio de lo real por la ciencia. Y su
esfuerzo de indicar que hay un real que la ciencia no trata, y no puede tratar,
ni con el estudio del genoma humano, ni con nada, porque es justamente un
real que no tiene saber. A partir de eso, poder instalar una ética, una práctica
y una respuesta. Es verdad que eso está rodeado de la palabra, del
desciframiento, del análisis, de la rememoración, etcétera. Pero no es eso. No
es por ese lado que podemos fundamentar la vigencia. Más bien, es si todo
eso sirve para tratar un real que no pertenece a la ciencia, y de una
inscripción, de un efecto causal decisivo en el ser parlante.
Es el gran debate de la segunda parte de la enseñanza de Lacan, un gran
debate que estamos recién empezando a situarnos a nivel de la Escuela, a
nivel de la AMP y de la Escuela Una.
Por supuesto, si uno lo puntuara fuertemente, puede encontrar muchos
elementos de eso en el primer Lacan también. Lo tiene en el pórtico, por decir
así, del Seminario 11, (4) que es de 1964, cuando recién con ese aparatito
todos los demás empezaban a aplicar metáfora y metonimia a cuanta cosa
pase por la calle. En la época de la semiología y la semiótica pasaba un perro
y había que ver si era metafórico o metonímico… Y se hizo pasar la pintura,
la escultura, la arquitectura, el arte, todo, no hubo nadie que no aplicase el
aparatito para distinguir de cualquier cosa el plano significante, el plano del
significado, y dónde están las relaciones estructurales a nivel del significante.
Y ahí Lacan ya decía: todo el tema es averiguar por qué el psicoanálisis
puede ser un idealismo, una ficción, toda la cuestión es si logramos dar
cuenta de que hay algo real.
Les he agrupado, además, en el desfiladero difícil que tendrá en las
próximas décadas el psicoanálisis, que esta localización de algo real, es
además –hay que saber esto si se está en análisis, en psicoanálisis–, de un real
excluido de la ciencia.
Eso, hay que tenerlo claro y formarse, creo que de eso dependerá su
vigencia, porque si eso no está claro, y el analista no lo ha entendido lo
suficientemente, y cree que lo real de los problemas que enfrenta a nivel de la
cura es un real que pertenece a la ciencia, irá pensando que su vigencia se
extingue como una vela, a medida que ese real va a ser ganado por el
conocimiento neurológico, los neurotransmisores, los psicofármacos nuevos
que se esperan, o inclusive la solución por vía genética de todos los
malestares humanos. Por eso hay fórmulas que le llevaron tanto tiempo a
Lacan, y que nos tienen que interesar.
No es un real cualquiera, la base para nosotros en psicoanálisis, de lo que
los psicofármacos y el estudio del genoma humano no nos da cuenta, es del
real como no relación sexual. Lo real de la inexistencia de una programación
sexual en un organismo que por lo demás está hecho para la reproducción
sexual; y ese programa falla. Y eso no es el real de la ciencia, porque el real
de la ciencia es un real donde hay saber. Pueden tardar más o menos tiempo,
pero al final encuentran la fórmula, que es la de un saber en lo real.
El real en psicoanálisis es un agujero de saber, es un real donde por
definición no hay ninguna escritura de saber; ningún análisis científico podrá
encontrar la fórmula de la relación sexual para la cría humana. Falla en lo real
mismo. Y eso tiene para nosotros una serie de incidencias y de
consecuencias.
Desde Freud, conocen la gran importancia, que, dado ese agujero, es
bastante conveniente inventar una ficción que se llame el Edipo, aunque lo
formulemos de otra manera, como la existencia de la metáfora paterna, la
función de la ley, el anudamiento de una ley a un deseo. Porque se prueba
que, si eso no se arma, a raíz de esa ausencia de programación de saber en la
relación sexual, el resultado es la psicosis –para dar un ejemplo fuerte de
todas las consecuencias que derivan de ese agujero-.
Si se hacen una idea de la dicotomía en la que estamos –se los digo con
toda sinceridad, tal como lo pienso–, una enorme cantidad de discursos que
Lacan usó de terminologías sociológicas, morales, religiosas, éticas diversas,
todo eso es el iceberg de la antigua ciencia social, que ha olvidado ese
proyecto, que se va a politizar. Porque si no tiene un sentido de
descubrimiento de la cosa en términos científicos, estar en esos discursos va a
ir mostrando que hay que estar en esos discursos que son relativos, que son
ficciones, pero con alguna utilidad. Es como si dijera: “no me dedico a esto
como antes, a los fines de hacer ciencia, pero no todos los discursos que se
pueden hacer con psicología, o sociología, o antropología son iguales”.
Es decir, ahora necesito una moral para justificar el uso que hago de eso.
No hay muchas, pero más o menos se va delineando una que es: no hacer uso
de eso para causar discriminación. Es como si dijera: “Si usted mantiene esa
mínima moral, si usted lo quiere ver desde el punto de vista antropológico,
sociológico o si lo quiere ver por la historia económica véalo, está bien, son
todos discursos. Pero, por favor, no me use eso a fines que puedan causar
discriminación”. Con esa moral, podemos imaginar el destino de todos esos
discursos, que no es poca cosa, es de lo tanto que se esperaba antes.
Así que tenemos todo eso de un lado, y del otro el avance imparable de la
tecnociencia. Entonces vean entre esas dos cosas inmensas la pregunta: la
vigencia del psicoanálisis en el 2000. Se las he precisado en qué punto queda
y por qué.
No somos estructuralistas ni estamos en esa moral de la democracia
políticamente correcta. Pensamos que eso es un parche, pero que eso no va a
resolver el problema discriminatorio por su goce, porque no es sólo una
cuestión de ideas. La discriminación es uno de los resultados del agujero de
la no relación sexual, y eso es real.
Estamos en ese punto, y se lo ve bien en Lacan a lo largo de su trayectoria,
pero especialmente en lo que intentó hacia el final, y en sus ideas
institucionales mismas. Es necesario entender por qué razón esa vigencia del
psicoanálisis –les decía– dependerá de un deseo, y es un deseo nuevo,
político, y podríamos decir militante, porque no podemos responder a ese real
sobre la base de dedicarnos a investigar eso como si fuésemos científicos,
para un día encontrar la fórmula y decir: “traeremos tranquilidad a la
humanidad, a partir de mañana ellos y ellas se van a entender sin queja
ninguna porque acá está la manera de hacer el amor: hache sobre jota por raíz
cuadrada. Se la aprenden bien, y todo pasa”.
Es algo a lo que hay que responder con actos, sobre las consecuencias de
ese agujero, y en una época en la que, por efecto de la tecnociencia, las
respuestas del inconsciente mismo, a nivel de la ley paterna, caducan.
Eso también les puede dar una idea del reclutamiento militante que
produjo la enseñanza de Lacan. Sí, pero ¿cuál? El de los ‘60, ‘70, de quienes
habían vivido estas problemáticas de las ciencias sociales, y que podían
encontrar en el psicoanálisis una transformación de muchas cosas que hacían
a sus ideales. Toda esa muchachada universitaria tenía un ideal científico.
Ya no pueden tener religión de la ciencia en psicoanálisis, pero el ideal de
la lógica para atrapar y circunscribir lo real es plenamente rescatado en la
enseñanza de Lacan. Entonces, por todo eso, los más entusiastas de
aproximarse con lógicas, así lo hubiesen hecho con marxismo, con sociología
funcionalista, con psicología general, etcétera, pueden ser reclutados en esta
parte. Sí, pero era gente con ideales de mejorar la sociedad, de hacer algo en
el plano social, era una generación de un intenso compromiso político. Y eso
es reclutado en una transformación a nivel de deseo del analista, porque en el
deseo del analista hay una militancia en ese sentido, hay una política. Se ve
históricamente, que quienes han llevado más adelante la propuesta de Lacan
para el psicoanálisis, no fueron los veteranos psicoanalistas, los médicos
formados en la clínica, que eran sus pares, etcétera, sino la articulación de esa
enseñanza, de la respuesta interpretativa que dio a la generación el
estructuralismo, pero que es también la generación del marxismo y la
subversión.
Y en esto que es como un feliz encuentro, nuestra pregunta es: ¿cómo
conseguir la transmisión de esto para una juventud actual que no está en esas
coordenadas sino en la indiferencia política más completa, y en un
entusiasmo por la lógica que se puede reducir a la resolución repentina de
juegos electrónicos?
El punto de preocupación es que estas profundas decadencias siguen una
curva, no es que sea una decadencia apocalíptica, sino que se producen como
ciertos anticuerpos, antídotos. Ahora estamos en una en donde empiezan a
aparecer ciertos recursos. Pero el tema para nosotros es que eso no alcanza a
ser una meseta. Y venimos en una dirección, que más allá de estas vueltas, –
que históricamente se pueden ubicar por siglos, no en un contexto de 10
años–, con algo que no anda, en una dirección de decadencia.
Decíamos: declinación de la función paterna, pero el trasfondo de la
declinación de la función del padre es la forclusión del Nombre del Padre.
Así que esa problemática está en el horizonte, y hay que atreverse, estudiando
bien la psicosis, a empezar a entreverla socialmente, porque no es sólo la
visión psiquiátrica de eso que es estar incluido en un manicomio, o con
manifestaciones de ciertas características, que permitieron la clínica de la
psiquiatría.
Pero ya existieron cosas como Sodoma y Gomorra –es un texto bíblico,
tuvo que venir no sé qué dios y no dejó títere con cabeza, se salvaron dos o
tres ahí, no más–, pero uno podría ver ahí una idea de todo un pueblo, de toda
una ciudad en algo que no iba más, en algo que toma formas de perversión
por un lado, lo cual es más sostén, pero está en el horizonte: la locura. La
psicosis.
En una de las enseñanzas tardías de Lacan, hace un comentario que es el
que les quería transmitir como título –estudiando el problema del nombre, las
nominaciones, el clima mismo de esta problemática de la decadencia de la
nominación paterna, del Nombre del Padre–, nos dice que quiere decirnos
algo, va a decir algo porque lo olfatea en una especie de signo de los tiempos.
Y nombra eso que él olfatea, lo llama aparición de una función nueva, y que
se llama el “nombrar para”, o también “ser nombrado para”. (5) Nos dice que
es una función nueva, que está en el lugar de la que hubiese sido el Nombre
del Padre. Es decir que es una función que si aparece y se generaliza es índice
de que en el fondo hay forclusión, la condición psicótica.
Aunque es un tipo de sostén importante, es una suplencia importante.
Puede por ejemplo impedir que haya desencadenamientos muy delirantes. Y
eso no cambia el hecho de que haya psicosis, pero es una psicosis que no ha
tratado de sostenerse, de curarse, en base a metáforas delirantes –en el sentido
clásico, a lo Schreber–, sino que la sociedad contemporánea provee de un
sostén, y que Lacan llama el “ser nombrado para”. Y dice que es un orden
donde hay forclusión del Nombre del Padre –el sostén del Nombre del Padre
no es que le adoremos, ni tengamos que hacer de eso no sé qué ideal–, pero
tiene una característica la solución vía Nombre del Padre, del agujero real, y
es que hace ejercitable un amor. Hace del amor algo operativo, relativamente.
Y siempre que ha existido la ley paterna, la identificación al padre, hay
siempre un mínimo de amor ejercitable.
En la forclusión desaparece la solución que introduce algo de amor
ejercitable, el que estaba en todos los ideales, ese pequeño e inmenso detalle
que hace que, en todos los huecos de cualquier ley, de cualquier proceso,
existiese un poco de solidaridad, el amor bajo diversas formas. Seguramente,
por ciertos ideales anclados en la metáfora paterna. Eso es lo que decimos
que desaparece.
No es un problema que desaparezca el almacén de la esquina, y sea
reemplazado por la maravilla tecnocientífica del supermercado. Ese no es el
problema. El problema era que en el almacén eran ejercitables formas de
amor, con el fiado, el conocimiento, la yapa, “Le dejo al chico que tengo que
ir no sé dónde”, “sí señora”, una socialización, ¿qué es eso? Una forma
ejercitable del amor, contra organizaciones donde puede estar todo, menos
eso.
Si Lacan lo ve socialmente a esto –yo lo he discutido, traía material de un
caso clínico concreto, además–, porque si se lo ve desde el punto de vista
singular, como vienen a análisis, ese “ser nombrado para” es un sostén de la
madre, generalmente, que se interpone a cualquier entrada del Nombre del
Padre. Da lugar a un sujeto en el mundo sin amor y sin deseo.
Es la condición laboral y política que vemos extenderse. Soy nombrado
para. No vayas a creer que por eso va a existir un ideal de la empresa, el
cariño entre los empleados, etcétera, es nombrado aquí, mañana serás
nombrado allá, y en cualquier momento no serás más nombrado para nada e
írás al desempleo.
La sociedad sólo da las etiquetas del lugar del nombramiento nuevo, que
es un sostén. Pero como lo llama Lacan, el de un orden de hierro. No habrá
ahí chance ninguna de forma ejercitable del amor.
Eso no es una novedad dialéctica, esa nueva manera de organizar todo que
es el “ser nombrado para”, está en el lugar mismo de algo que ha sido
forcluido. Y es a eso a lo que dice: esto es signo de una degeneración
catastrófica, porque en esas condiciones, la cría del ser parlante siguiente es
psicótica.
Lo había ilustrado con un caso –que se discutió en el Instituto Clínico de
Buenos Aires, en una presentación de enfermos–, de una mujer psicótica que
en un momento había sufrido una desestabilización, y se pudo encontrar bien
las condiciones de la forclusión. Pero se manejaba muy bien en la vida,
porque había sido nombrada por la madre para ser madre. Sí, pero no se crean
que, como cualquier chica que tiene el ideal de casarse y tener niñitos.
No sé qué fórmulas inventa uno para transmitirles el sentido de esto. Si
imaginamos el desgarramiento de la cría, sin esa programación, dependiendo
del Otro, pongamos en el Otro primordial a la madre. “¿Para qué estoy en el
mundo?” “Para trabajar en cualquier cosa, sin amor y sin deseo. Y tengo
autoridad para designarte en este orden, y va a funcionar por autoridad de
esto que te digo, porque eso es lo que vos fuiste para mí con tu venida al
mundo: un trabajo sin amor y sin deseo”. Y que tan frecuentemente se ve en
esa suerte de frialdad de la madre del psicótico, en ese modo de ser designado
para criar a ese chico, en algo en lo que no es ejercitable ninguna dimensión
del amor requerible para el paso de la función del Nombre del Padre.
Bien, en ese clima, de esa suerte de trabajadores reducidos a no poner
amor ninguno en la tarea que se hace, ni amor ninguno en que eso tenga una
finalidad posterior, que sirva para otra cosa, que no interesen en lo absoluto,
porque si cambio, en dos minutos nada de lo que ahí se ha originado se va a
proseguir ni nada por el estilo. Que tiene ilusoriamente, que sólo podría tener
el sentido de una conquista de dinero, pero para las grandes masas
trabajadoras, que son ya todas –todos los antiguos amos son esclavos–,
encuentra muy rápidamente sus límites. Porque ya no es verdad que ustedes
puedan trabajar en las grandes empresas por lo menos con una expectativa de
dinero, dinero, y dinero, y vemos extenderse esa plaga.
De manera que se entiende por qué tanta juventud rechaza trabajar –no
sólo está el desempleo–, busca otros trabajos que los marginan mucho de la
sociedad, no quieren entrar a esos aparatos, prefieren hacerse artesanos, un
poco músicos, ir tirando con unos pesos, porque encuentran la única manera
donde algo del amor sea ejercitable.
Y esto, que había sido descripto solamente como la frialdad de los
aparatos empresariales, públicos, en la política es lo mismo. “Se nombra
para”, pero se sabe muy bien que el nombrado no tiene ideal político ni
orientación política ninguna.
Es “nombrado para” por este partido, mañana es “nombrado para” por
este, como es nombrado un futbolista, y esa gente va a ir sufriendo,
gravemente y de a poco, cosas. Con eso tiene que ver ese “ser nombrado
para”.
Todavía ven algunos que: “no, yo, el club”, todavía algunos dicen eso.
Hoy leía en el diario a Menotti que tiene ese discurso: “no me importa si soy
un triunfador, soy socio de Independiente porque tengo un amor”… Se dice
eso cuando se ve por otro lado su reverso: “¿vos quién sos?” “Futbolista,
estás nombrado como futbolista, y jugarás al fútbol sin deseo”. Son ejemplos
que doy, pero son signos. Única manera además de tener un soporte, un
sostén. Y lo que decíamos: “qué burocracia, qué frialdad”, es algo más que
“qué burocracia y qué frialdad”.
Es la manera más importante que tengo –si lo hubiese hecho con más
detalles, y el caso clínico con más datos–, para indicarles –y terminar con
esto–, que la vigencia del psicoanálisis en el 2000, lo que significa ese
término: 2000, es una pequeñita perspectiva, nada más, dentro de 10 años…
Para indicarles que además hay un problema real de tiempo. Es decir, además
hay una cierta urgencia, una urgencia para verificar que hay vigencia del
psicoanálisis.
Aparte de eso sigue vigente, es una doctrina tan simpática, linda, vamos a
hacer mucho por la problemática del goce, hacemos un ejercicio posible del
amor. Y te nombro para que le haga unas preguntitas a la gente…
Si quieren hacer cualquier comentario tenemos un ratito, sobre un aspecto
cualquiera del tema…
[PREGUNTA DEL PÚBLICO]
Traté de dar el argumento –que puede dar hasta un poco de horror–, para
decir: si estamos frente a eso, imagínense las dificultades que habrá.
Pero al mismo tiempo, la dicotomización de la cuestión nos da un lugar.
Porque la ausencia de todo ejercicio del amor, para decirlo en ese término
general que parece romántico, es ese sufrimiento terrible y constante que
prosigue en la juventud, empuja en muchos casos hacia el psicoanálisis.
O lo que señaló Lacan, de un resurgimiento del auge religioso, que va a
ser muy importante, que va a volver a tener una vigencia una cierta militancia
religiosa, frente a una indiferencia constante. No estoy refiriéndome a un
éxito del sentido al retorno religioso, que se empiecen a hacer grandes
campañas para retornar a las iglesias. Quiere decir que, de a uno por uno, se
van produciendo esas sorpresas que por lo menos, en mi generación, que
venía de eliminar el sentido religioso de sus infancias… Ahora hay mucha
gente de nuestra generación que dice: “observo en mis hijos, en gente joven,
la aparición de un sentido religioso más genuino desde cierto punto de vista
que la discusión ideológica. No les interesa para nada en términos de un
debate de si dios existe o no existe –para nada–, sino un lugar donde puedan
hacer la experiencia de un amor ejercitable”.
Lo habrá sido también el comité político, los partidos políticos, el partido
político había sido el lugar donde después del trabajo la gente daba horas
libres por un ideal. Ese aparato ha sucumbido mucho, y en Europa ni que
digamos. Si la política está arrasada por el “ser nombrado para”, toda esa
tarea que sostenía al partido político se vacía, hay un gran vaciamiento. En
Buenos Aires uno va a los comités y está la gente de 70 para arriba –me
refiero al comité del barrio, que causaba un cierto lazo social a nivel de
determinadas problemáticas vigentes barrio por barrio–, hay viejitos o unos
desesperados del “nombrado para”, que pasan por ahí solamente para
escalar…
Entonces en ese panorama puede ser que el sentido religioso retorne.
[PREGUNTA DEL PÚBLICO]
Sí, el término que decías, que aludiste al antiguo término vocación, ese me
parece muy interesante para seguir explorando, porque son ideas, un
comentario mío, pero en función de decir qué quiso decir Lacan con esa
noción: “ser nombrado para”. Pero la gran dificultad, la abolición creciente
de un lugar posible para un sujeto en un trabajo de la vocación me parece que
va en esa línea. Está bien tomarlo así, es decir, la imposibilidad ya de poder
articular una profesión con una vocación. Y el terrible destino de hacerlo sin
amor y sin deseo. Eso me parece que forma parte de esta problemática.
[PREGUNTA DEL PÚBLICO]
Hablábamos del sentido religioso, pero es interesante en términos de
situación de la iglesia católica el paso al frente del Opus Dei. El Opus Dei es
un agrupamiento y se entiende que sea triunfante en este momento, en que
hay mucha inquietud en Europa, porque ya teóricamente el próximo Papa
sería del Opus Dei. Dentro de la Iglesia han desplazado a los jesuitas, y me
imagino perfectamente que desplacen a los franciscanos… Bueno, ¿pero por
qué? Porque fue una idea articular esto en el orden del trabajo y de las clases
más pudientes. Y esos hacen todo un agrupamiento, que no hay que asustarse
de eso. El psicoanálisis no es eso.
El psicoanálisis no enfrenta lo real con un sentido religioso. Pero que en
psicoanálisis también se hagan agrupamientos, que esos agrupamientos en
cierto modo exijan pruebas constantes para formar parte de ese agrupamiento,
todo eso crea una serie de condiciones que no son las mismas del Opus Dei,
no crea el Opus Dei.
Si no hay respuestas a nivel de gran Otro todo el mundo va a empezar a
hacer agrupaciones diferentes, como hacen los artesanos, los músicos, los del
Opus Dei, y los psicoanalistas también.
Se verá en sus consecuencias qué ética sostienen y a qué real responden.
Comparé así esto porque, bueno, a veces me canso un poco… La
perdurabilidad de esos ideales que en realidad se forjaron en la revolución
francesa, que sólo debe existir una especie de Estado público, abstracciones,
y que todos seamos a nivel de esas abstracciones, y cualquier agrupamiento
concreto, realización del deseo colectivo, con personas de carne y hueso sea:
¡Ah! Como un susto, un rechazo.
Era una manera de indicar que en esta coyuntura que llamamos 2000, para
ponerle un nombre, van a ser numerosas las respuestas. El psicoanálisis es
una.
Muy exigente la del psicoanálisis, porque pretende hacer un agrupamiento
sacando partido de Freud, es decir, un agrupamiento más allá de la
problemática imaginaria de un grupo. Es en ese sentido la antítesis estructural
de una secta como propuesta. El agrupamiento que tuviese un máximo de
deseo real y un cero de imaginario. No es para mañana. Pero por ahí es para
pasado.
Muchas gracias.
Adixiones (con esa "x" que ya nos adelanta la dimensión del enigma,
consustancial a la experiencia analítica desde sus orígenes) es un
eslabón más que se añade a la perseverancia de una transmisión. Un
libro que aborda problemas cruciales del psicoanálisis, tanto en el
plano de la elucidación clínica de los sujetos tomados uno por uno,
como en el del malestar contemporáneo de la civilización. Adelanto lo
que en mi lectura encuentro: una manera de demostrar la
imposibilidad estructural de la soledad. Declinadas de formas
variadas, este libro nos enseña que el ser hablante no puede carecer
jamás de un partenaire. Es por esa razón que el punto de partida sea,
en esta ocasión, la historia de un concepto que durante treinta años
orientó una parte fundamental de la investigación de nuestro autor:
las toxicomanías. Siguiendo la orientación lacaniana, este libro no es
un manual de consulta para quienes se confrontan habitualmente con
sujetos vinculados a alguna manifestación sintomática toxicómana.
Las toxicomanías (es fundamental mantener el plural) fueron, tal
como el propio autor lo expresa, un modo de comenzar a interrogarse
acerca del lazo que une a un sujeto con un objeto que contraviene el
sentido común del bien. Se trataba de indagar en ese paradójica
unión entre el sujeto y un objeto al que permanece adherido, no con
el propósito de curar eso sino de descubrir su función. O dicho de otro
modo: en ausencia de toda concepción universal de cura, cómo lograr
que un sujeto consienta a introducir una mínima distancia que haga
posible una pregunta, una pregunta que lleva consigo la apuesta de
transferir una acción compulsiva en apariencia gobernada por la
inercia de la pulsión de muerte, a un plano diferente. Un plano en el
que el objeto en cuestión revela un uso sintomático al servicio de otra
cosa. Esa otra cosa puede descifrarse de distintas maneras, según
los casos, pero lo decisivo es que cuando el sujeto es capaz de correr
esa apuesta animado por el deseo del analista, esa unión con el
objeto pude modificarse, o el objeto puede ser sustituido por otro,
menos comprometido con los intereses de Thanatos. Lo interesante, y
del mismo modo que en ocasiones sucede con otros síntomas,
Sinatra nos proporciona distintos ejemplos clínicos en los que
podemos apreciar que esa transformación es posible cuando el
analista toma de entrada la decisión de no convertir el fenómeno
toxicómano en el eje central y protagónico de la cura. Las adixiones
son una suerte de Aufhebung hegeliana de las toxicomanías a las que
el psicoanálisis ha prestado su escucha y su elucidación. Es el
descubrimiento de que cualquier objeto, conducta, acción humana,
ideal, práctica sexual, entretenimiento o locura puede convertirse en
un partenaire con el que entablar un goce que se convierte en una
fijación (Fixierung, de acuerdo con el término alemán empleado por
Freud para referirse a uno de los avatares de la pulsión, y donde
encontramos esa "x" que Sinatra introduce en su concepto). "Hemos
propuesto el concepto de adixiones a partir de una deformación del
significante tradicional de "adicciones" por considerar que este último
desconoce la causa real de la clasificación que promueve. Con
adixiones señalamos la versión posmoderna de la toxicomanía
generalizada que se asienta en el valor adictivo (es decir: tóxico) del
goce en sí mismo". Esto no es algo exactamente nuevo. Lo nuevo, es
que un discurso que ha venido a sustituir el saber del Padre (y
aludimos aquí al discurso universitario como "el todo saber" al que
Lacan se refiere) ha tomado el relevo de las viejas narraciones que
orientaban la subjetividad y ha hecho posible el lanzamiento de una
pluralidad de objetos que poseen una propiedad perfectamente
calculada. Por una parte, y como el autor lo señala a cada paso,
están diseñados conforme a un creciente conocimiento de la
subjetividad.
El lector atento irá muy bien acompañado por Carmen en este entender sin
comprender demasiado rápido que Lacan ponía como condición de la
formación del psicoanalista.
Y así encontrará en estas páginas una sabia lectura -una lectura persistente,
insistente, consistente, paso a paso- de un Seminario de Lacan al que
conviene acercarse, aun si es la primera vez, sabiendo que no se entiende
cómo entiende, y sin querer comprender demasiado rápido aquello que, sin
embargo, ya entiende.
Y Carmen -lo sabíamos por otros de sus libros, pero también por el estilo de
transmisión de sus charlas- sabe deletrear el texto de Lacan de un modo en el
que nos reconocemos de inmediato en una verdadera comunidad de
transferencia de trabajo. Lo que no es decir poco.
Miquel Bassols