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C h e s te r
R a c h e l T. H a r e-M u stin
R o u th M o u lto n , J .B a r r e t
edición a
cargo de Carmen Saez
O Carmen Sáez
O Dédalo Ediciones, S. A.
Bravo Murillo, 3, 2* C
M adrid-3. Teléfono 448 97 30
ISBN: 84-85337-12-3
Depósito Legal: M. 23.766- 1979
Impreso en España - Printed in Spain
AG1SA. Tomás Bretón, 51. M adrid-7
MUJER, LOCURA
Y FEMINISMO
C a r m e n S auz B u en aventura
MUJER, LOCURA Y FEMINISMO
F lora T r is t á n (1843) *
* E d it. F o n t a m a r a . 1977.
en el que no nos reconocem os, pero donde el hom bre nos ubica
o nos acoge, cuando se siente patern al, o de donde nos excluye,
las m ás de las veces, cuando cree que, desde ese térm ino ofre
cido en calidad de préstam o, podem os a te n ta r co n tra su supe
rioridad (3).
No o b stante todo ello, la m u jer logró en determ inados mo
m entos históricos una im p o rtan te revalorización, m ediante la
que casi llegó a eq u ip ararse socialm ente al p rim er sexo, si bien
a expensas de los estra to s sociales m ás afortunados. En nuestro
m undo occidental uno de los m om entos m ás espectaculares en
este sentido, es la Rom a de finales del período republicano y
comienzos del Im perio, en que la m ujer, exceptuando el terreno
político-jurídico, tiene acceso y p articip a con un am plio m argen
de libertades, en el cam po de la cultura, las finanzas, el culto
religioso, etc., y ello en un sistem a nada fem inista (4). Pero la
rom ana que puede a d m in istra r sus bienes, co n tratar, divorciar
se, ab o rtar, cu ltiv ar las arte s o los negocios, regular su descen
dencia e in fluir en la vida pública, ve p erd erse los logros y con
quistas de siglos precedentes, a m edida que se expanden y se
enraizan con m ayor fuerza, la m isoginia y el patriarcalism o
judeo-cristianos (5).
Poco a poco, van retrocediendo nuevam ente a los ghettos
fam iliares, donde vuelven a afanarse en sus tareas, con la doci
lidad de anim ales dom ésticos. Una nueva imagen va im ponién
dose com o m odelo: la de virgen-madre-de Dios. El patriarcalis
m o rom ano de la República, en su época m ás p o ten te se ve, no
sólo reforzado, sino consolidado m ediante el concepto tu rb io y
vidriado que p ara el cristianism o rep resen ta la sexualidad, y,
p o r ende, la m u je r «portadora» de la misma.
Las coordenadas lícitas para las cristianas, retro traíd a s a sus
hogares, son escasas y bien delim itadas: por m uros, los m anda
tos de un solo Dios, hom bre, que nunca tuvo hijas; p o r techo,
la autoridad del esposo; com o recom pensa, la servidum bre y el
sacrificio constantes, hacia aquél y los hijos, p ara quienes su
seno se hallará siem pre disponible, com o receptáculo agradeci
do, en el que anide la sim iente del ser superior; com o esperanza,
m ás allá de la vida: una resurrección de los m uertos en la que,
en el m ejor de los casos, se le reserva un puesto de segunda cla
se en el banquete de los santos. E sta es la imagen de m u jer del
cristianism o (depósito de los designios de la divinidad m ascu
lina) que no sabe de sexo, que no sabe de m undo, que no sabe
de nada que no sea c ria r al hijo y desaparecer de la historia,
cuando éste ha cum plido su ciclo vital. Ese es el m ito que ha
prevalecido d u ran te siglos y que. aún hoy, m arca la pauta del
quehacer fem enino, en gran m edida, en n u estro m undo occi
dental.
El hecho de que la Iglesia católica decidiese un día conce
dernos un alm a, no vino a cam b iar dem asiado las cosas. Desde
el Concilio de T rento hasta n u estro s días, el ánim a, el espíritu
o la psique, han experim entado una serie de m atizaciones, en
cuanto a su concepción se refiere, pero ha perm anecido incólu
m e el hecho esencial de que, ya com o cria tu ra inánim e, ya como
ser psicológico, la m u jer ha continuado considerada, no como
persona individual, sino como p ersonaje consecuencia o refe
rencia de otro.
La influencia de los padres de la Iglesia ha sido fundam ental
en este sentido. Un San Agustín que, en principio considera a
la m u je r igual al varón, en virtud de «la inteligencia racional
que Dios le h a dado, como al hom bre», afirm a sin em bargo:
«en lo tocante al sexo, está físicam ente subordinada al varón,
lo m ism o que n u estro s im pulsos naturales necesitan e sta r su
bordinados a las potencias racionales de la m ente, p ara que las
acciones a las q u e puedan conducir, resulten inspiradas por los
principios de la conducta conveniente» (6). Como vemos, el pen
sam iento agustiniano d iscu rre de m anera tortuosa, en tre la ne
cesidad de a c a ta r íntegram ente la palabra de la Iglesia y su
propia experiencia vivida y racionalizada com o hom bre, antes
de ab razar el cristianism o.
Si la inteligencia fem enina es considerada de verdad igual
a la del varón, ¿qué es lo que puede im pedir a c tu a r «físicam en
te» de m anera razonable?; ¿ p o r q u é ha de som eterse necesaria
m ente, en este aspecto, a la inteligencia m asculina, sino p ara
que el hom bre satisfaga, a su m anera, la sexualidad, a la vez que
ve garantizado el origen de su prole, hered era de sus bienes?
No se desprende del discurso cristiano-agustiniano o tra cosa
(a pesar de la concesión p relim in ar de ex istir una inteligencia
igual p ara am bos sexos), que la rcafirm ación de la idea preva-
lentc hasta nosotros, de q u e la m ujer, a fin de cuentas, es lo
irracional. lo «instintivo», lo anim al, por el hecho de se r consi
derada, no m ujer, sino h em b ra hum ana. El hom bre la som ete,
la dirige y la vigila, a través del sexo; m arca su destino físico,
bajo el cual, quedarán so terrad as e ignoradas al fin, las capaci
dades cognoscitivas e intelectivas, que m agnánim am ente se le
concedieron en un tiempo.
De ello se deduce, que al hom b re se le considera como la
razón «más razonable» y a la m u jer como la razón «menos ra
zonable»; de ah í a considerar que uno es la razón y o tra la sin
razón y que el prim ero debe co n tro lar a la segunda en todos los
ám bitos, no hay m ás que un paso, dado sin esfuerzo alguno,
hace ya siglos.
La m ujer, concebida tan sólo com o sexo y éste concebido
como estigm a, perviven pues, desde los albores de la cristian
dad (7). M ediante este pretexto, se crea el m ito necesario, para
m antener una ideología basada en la negación de las necesida
des reales, que el individuo posee como tal. Y todo ello, m edian
te un proceso rep reso r de las m ism as y a costa fundam ental
m ente de la m ujer. Según ésto, el hom bre íntegro, el ju sto y
tem eroso de Dios, controla, es capaz de refren ar y an u lar sus
apetitos; quien echa a p erd er todo ese cam ino hacia la perfec
ción es «esa c ria tu ra de m em oria débil, m entirosa p o r n a tu ra
leza. toda instintos y sensualidad» que, según los p adres cris
tianos, es la m ujer. De esta form a, el sexo como pretexto, se
convierte en la pieza clave q u e debe dom inarse, en la co n stru c
ción de un m undo de hom bres y para hom bres, si se desea que
éste se suceda a sí m ism o de m anera perm anente; en este uni
verso, la m u jer adquiere la categoría de peón disponible, para
asum ir los erro res de la p u esta en práctica de dicha ideolo
gía (8).
Así, se ha conducido a la m u jer del brazo de inquisidores,
sacerdotes, proxenetas, p siq u iatras o m aridos: a la hoguera, los
altares, los prostíbulos, los m anicom ios o el scpultam iento en
sus hogares. Los distin to s m om entos históricos y las necesida
des políticas, económ icas y sociales, han m arcado la p au ta de
este destino su b altern o y «caprichoso».
AQUELLAS «DISIDENTES»
\
jando su vida, no pocas veces, al pie de los telares o en el banco
de costura.
Por encim a de las m ujeres de am bos estrato s, va perfilándo
se, cada vez con m ayor nitidez, la «señora» de la alta burguesía,
la esposa del rico, q u e vive u n a existencia vacía y p arásita, gra
cias a la plusvalía que los negocios de su m arido extraen de
sus herm anas de sexo, y en to rn o a todas ellas, la doble m oral
de clase y de sexo, se introduce p o r todos los rincones, abarcan
do incluso los conceptos de salud y enferm edad, ya no sólo entre
hom bres y m ujeres, sino e n tre las m ujeres pertenecientes a los
distintos estra to s socioeconómicos.
Ya hem os advertido en páginas anteriores, cómo la clase
m édica ha estado al servicio, cuando no aliada, a las clases do
m inantes y cóm o las nuevas aportaciones científicas incidieron
en la vida de las m ujeres, reforzando los criterio s de inferiori
dad fem enina no sólo a nivel físico, sino psíquico.
Es el siglo xix, en el que, según los escritos y docum entos
legados p o r esos m édicos y esos científicos, las m u jeres p erte
necen a dos castas, tam bién diferentes, a la hora de enferm ar.
La biofisiología fem enina vuelve a ser fuente etiológica de
todo disturbio. Las m ujeres de la burguesía, viven encam adas
los dos tercios de su vida p o r consejo médico, dado que éste
considera, que sólo el reposo puede aliviar las indisposiciones
constantes a que la m enstruación, el em barazo, los p arto s, la
lactación, y la m enopausia, som eten a esas frágiles, delicadas y
tontas m u jercitas, sem ejantes a m uñecas enjauladas en tre ba
rro tes dorados (78). A costa de éstas infelices hundidas entre
encajes, perfum es, jaquecas, pócim as, desmayos, ad u lterio s m a
ritales, frigideces y m aternidades obligadas y placer prohibido,
un enjam b re de doctores cazan al vuelo hipocondrías e histerias
sin fin (79). En qué m edida estas m ujeres de las clases a fo rtu
nadas estuvieron realm ente enferm as, es im posible saberlo des
de n uestra perspectiva, a consecuencia de la en m arañada red
tejida en tre las enferm edades iatrogénicam cntc adquiridas y los
peligros reales a que p arto s y puerperios las som etían realm en
te, am én de los estragos que la tuberculosis causaba (80). Char
lotte P erkins Gilman, fem inista y econom ista norteam ericana,
llegaba a la am arga conclusión de que sus co m p atrio tas «habían
generado una raza de m ujeres, lo b astan te débiles p ara ser con
ducidas com o inválidas, o lo b astan te estúpidas, como p ara apa
re n ta r serlo» (81).
Además y como quiera q u e en el siglo xix, las m ujeres m é
dicos todavía no tenían acceso a la práctica hospitalaria, la ac
titud de los m édicos varones reforzaba toda clase de prejuicios
sobre el sexo fem enino, con lo cual, las m antenían alejadas de
toda com petencia posible y se afianzaba en la cúspide de un
poder que se sustentaba sobre las m ujeres, ya como pacientes,
ya como auxiliares de su práctica (82).
Dos poderes m asculinos fundam entales se confabulaban en
tom o a las m ujeres ricas (el m arido con su dinero y el médico
con su avidez de ganarlo), p ara no p o d er salir de ese círculo
vicioso de enferm edades o pseudoenferm edades físico-psíquicas,
que en el peor de los casos acababan o hacían un alto obligado
en el cirujano, siem pre dispuesto a ex tirp ar aquel ú tero o aque
llos ovarios (o am bos dos) de los q u e provenían los disturbios,
que hacían languidecer a las pobres señoras, y que podían con
ducirlas hasta la locura. De paso, tam poco estaba de m ás ex tir
par el clítoris, fuente de excitación y voluptuosidades peligro
sas (83).
Las indicaciones de las ovariectom ías eran de lo m ás diver
sas: alim entación excesiva, carácter quejum broso, m asturbación,
intento de suicidio, tendencias eróticas, m anía de persecución,
am enorrea o sim ple tendencia a la coquetería o el enredo am o
roso, o fuerte ap etito sexual. Según el Dr. B attey, cuando aque
llas indisciplinadas m u jeres eran devueltas a sus esposos, un
cam bio total se había producido en ellas; gracias a la interven
ción, se habían vuelto: tratables, ordenadas, industriosas y lim
pias. E sta nueva caza de b ru jas no quem ó ni ahogó, sino que
castró, a m iles y m iles de m ujeres a lo largo de 30 años.
Y m ientras tanto, ¿cuál era la vida y la enferm edad de las
m ujeres pobres, de las obreras?
«Hay que h ab er visto de cerca los hogares o breros, para
hacerse una idea de la desgracia que sufre el m arido, del sufri
m iento que padece la m ujer. De los reproches, de las injurias,
se pasa a los golpes, después a los lloros, al desaliento y a la
desesperanza. Después de las agudas tristezas causadas p o r el
m arido, vienen los em barazos, las enferm edades, la falta de tra
bajo y la m iseria, la m iseria que siem pre está clavada en la p u er
ta, como una cabeza de Medusa. Añadid a todo ésto, la irrita
ción perm anente causada p o r cu atro o cinco niños chillones,
revoltosos, que están dando vueltas alrededor de la m adre, y
esto en la pequeña habitación del obrero , donde no hay lugar
p ara moverse» (84).
Por m uy enferm as o desfallecidas que pudieran e sta r las
m ujeres del proletariado, no tenían ni tiem po, ni dinero para
ren d ir culto a la invalidez. Los em pleadores jam ás concedían
días libres p ara el em barazo, el cuidado de los hijos y menos
para el m enstruo; un día de ausencia en la fábrica significaba
el despido (85). Los médicos, solícitos y benévolos para las en
ferm edades de las acom odadas, no tenían tiem po que dedicar
a las trabajadoras, que m orían de tuberculosis, disentería, en
ferm edades venéreas, peste, ham bre, extenuación y toda clase
de epidemias.
Sin em bargo, y de m anera fraudulenta, la burguesía afirm aba
que las m ujeres trab ajad o ras (al servicio de los ricos en sus ca
sas, talleres, em presas o haciendas) eran m ás sanas y robustas
que las señoras, debido a su «constitución» y a las virtudes del
trabajo, aunque, p o r o tra parte, su torpeza y su ignorancia «na
turales» nunca les perm itían salir de su situación de servidum
bre y pobreza (86). Mil contradicciones, ensartadas unas tras
otras, 110 eran suficientes p ara d a r una explicación lógica al h e
cho, vergonzoso y aberrante, del tipo de existencia de las clases
oprim idas, pues no o b stan te la supuesta salud popular, la casta
privilegiada veía a los obreros e indigentes como fuente de en
ferm edades y contagios, como si ello fuese una perversión más,
de las m uchas que com ponían su carácter. El descubrim iento
del origen m icrobiano de diversas enferm edades, hacía espe
cialm ente sospechosos a los pobres de engendrar tales organis
mos, en lugar de com prender que eran los prim eros que los
padecían, por culpa de sus condiciones de vida. La única aten
ción a su salud de que disponían los pobres, venía dispensada
por curanderos, barberos, p arteras, boticarios y rem edios ca
seros. A los hospitales, en condiciones sanitarias absolutam ente
pésim as, se iba p o r lo general a m orir, una vez que las fuerzas
para seguir sobreviviendo fallaban p o r completo.
La selección natural y la herencia servían de explicación a
los conflictos sociales e individuales, a la vez que algo resulta
evidente ante nuestros ojos: la histeria bien pudo ser la estrella
de las neurosis de la época, ya que, m ediante ella, las m ujeres
de los distintos estrato s sociales expresaron la opresión y la
alienación a la que se encontraban som etidas, partiendo unas
del exceso de bienes m ateriales y otras, de la carencia m ás abso
luta de los mismos, pero coincidiendo am bas, en la negación
com pleta p o r p arte de la sociedad inachista, a reconocerles la
categoría de personas.
Contem poráneam ente, y en íntim a ligazón con estos aconte
cim ientos, de la m ano en E uropa de los socialistas utópicos pri
m ero y de los socialistas científicos a continuación y unida en
N orteam érica al movimiento anticsclavista, se inicia ¡a lucha por
la liberación de la m ujer, o fem inism o (87). En ella y desde sus
comienzos hasta nuestros días, han participado, adem ás de al
gunos hom bres, tanto las m ujeres de las clases populares, como
o tras de la pequeña y m ediana burguesía que h an puesto sus
conocimientos y más com pleta formación, al servicio de la lucha
unitaria. Lo que en una prim era etapa cristalizaría en el tan
ridiculizado y controvertido sufragism o, daría lugar, m ás ade
lante, a un m ovim iento internacional, con m atices diversos se
gún los países y sus circunstancias históricas, con aceleraciones
y retrocesos en su ritm o, pero desde cuya perspectiva es necesa
rio enfocar hoy m ultitud de aspectos del acontecer hum ano y
social, si no deseam os perm anecer observando el m undo y sus
realidades, a través de la óptica equívoca, de un solo sexo y de
una sola clase. E n tre estos aspectos, dos de ellos adquieren es
pecial relevancia ante nosotros: el de la salud y el de enferm e
dad mental.
EN EL PRESENTE
Jeannete F. Tudor
(C entral M ichigan U niversity)
ROLES SEXUALES
P O R C E N T A JE S 0 fc H O M B R E S Y M U JE R E S M E N T A L M E N T E
E N F E R M O S S E G U N E S T U D IO S E P ID E M IO L O G IC O S
T árti& k?
d e la
FUENTE H om bres M u je r e s m u e s tr a
A. T a s a s h a w d s s ú n ic a m e n te e n la s
respuestas a Lirifl en trevista
estructurada
M a rtín . B r o th e r s f o n y C h a v e
(1957, pág. 200) .............................. 25 40(üpros.) 750
Phillips y Sega] {m % pí-
Erna 61} ■■l h-- F»j — i h j 21,2 35r5 ÍTC
Phillips C1WS6>....................... 21 34 eoo
tirad bu rn y O plovilz (J965,
página 30) ....................... 31 54 2.006
Tauss U967, pág. 122) ......... 1M 33,0 707
Taylor y Chave (1^64, pá
gina 50) ............ ............ .... 11 43 422
Gtirin y otros {1^60, Pagi
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Habemian (1969):
Washington Heights........ l&J 25,3 1.365
Hew Yorfc City .............. 14,9 3# 706
Haré y Shniv (1965. pág. 25 Jí
Ntiw A d am ............................ 15,6 22,9 1.015
Oíd QulC r- ■ --L Jl- JLL uu 13.1 26,3 m
Public Hcail Service (1970,
página 2 1 ) ............................. l4r9 34.2 6,672
Bradbum (1969, p ág . 119) ... 203 33.9 2379
Melle y Iftüse (1969. pági
na 239) .................................................... — § 5.498
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E. Tasas basadas sobre la EvalucJdu
Clínica (Psicosis y Nctinssis)
C. T a s a s b a s a d a s e n d iv e rs a s
f u e n te s * ■ (P sic o s is y N e u ro s is }
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hemos calculado las tasas de pacientes de 18 años o más dados
de alta en 1967, en E stados Unidos (15). Al igual que antes
(U.S., Bureau of the Census, 1970), estas tasas se han stan d ar
dizado p o r edades. Debido a la rotación continua existente en
los hospitales generales, las tasas de ingresos psiquiátricos (tan
to prim eros ingresos como reingresos) y las tasas de pacientes
dados de alta, deberán ser prácticam ente equivalentes. En cuan
to a los hospitales del V. A., conocemos el núm ero total de in
gresos, pero carecem os de más información (A dm inistrator of
V eteran’s Affairs, 1967, pág. 20). Por tanto, para calcular estas
tasas, hem os tenido que realizar estim aciones para dos pará
m etros í 16). Del Public H ealth Service (1967) hemos obtenido los
datos sobre los pacientes dados de alta en todos los hospitales
generales de salud pública, según su sexo y diagnóstico. Al
igual que antes, hemos utilizado estos datos para calcular tasas
standardizadas p o r edades. H allam os como resultado, que se tra
ta a más m ujeres con enferm edad m ental, y la diferencia entre
hom bres y m ujeres es incluso mayor que en los hospitales psi
quiátricos (Cuadro 3).
C uadro 3
Psicosis
Funcional:
Hombres 816 109 6 931
1,44
Mujeres 1.334 3 0 1.337
Neurosis:
Hombres 959 128 II 1.098
Mujeres 4 4 1,89
2 .0 6 8 2.076
Total
Hombres 1.775 237 17 2.029
3.402 7 4 1,68
Mujeres 3.413
C u a d r o 4
Todas
las clínicas Clínicas
de pacientes de pacientes Todas Propor
ambulatorios ambulatorios las ción
(Except. V.AJ del V.A. clínicas M/H
Psicosis
Funcional:
Hombres 573 114 687 j
Mujeres 832 2 834 1 U1
Neurosis:
Mujeres 956 3 959
Hombres 433 122 555 ¡ 1.73
Total:
Mujeres 1.788 5 1.793 ,
Hombres 1.006 236 1.242 '¡ 1.44
C uadro 5
Referencia a un psiquiatra:
Watts, Caute y Kuenssberg
(1964. pág. 1355)
Referencias.............................. 39 61 (4.452) +
Inees y Sharp (1962, pág. 499)
Referencia a partir de la po
blación general en un año
d a d o .................................... 0,5 0.6 (2.003)
Pacientes externos ±:
Hagnell (1966, pág. 46) ........ 2.9 7.6 (2550)
C uadro 7
Federales y provinciales................... 26 23
Privados............................................... 5 6
VA (alta estimación) ...................... 5 0
Total ..................... 36 29
Atención psiquiátrica
en hospitales generales
Primeros ingresos
en Hospitales Mentales
Federales y provinciales..................... 2 2
Privados............................................... 2 2
VA (alta estim ación).......................... 2 0
Total ..................... 4 4
Atención Psiquiátrica
en Hospitales Generales
No federales ( * ) .................................. • 70 137
Hospitales generales del VA ( + ) ....... 9 0
Seguridad Social ................................. 2 0
Total ..................... 26 27
B. ESTUDIOS DE COMUNIDAD
Tamaño Prácticas
Hombres Mujeres de ¡a estudiadas
FUENTE (%) (%) muestra (N)
Shepherd y otros
(1964. pág. 1.361X11) 2,5 15 14.697 (46)
Mazur (1967) (+ ) ... 41.6 58,4 89(**) (5)
Watts (1962, pág. 40 ( ± ) — 114,294 (106)
PERSPECTIVAS ALTERNATIVAS
RESUMEN
ROL
Los roles más im portantes, existentes en esta sociedad, para
las m ujeres son el de esposa y m adre. Por ejem plo, una m ujer
afirm aba que lo único que consiguió hacer y que sus padres
consideraron valioso, com parándola con su herm ano médico,
fue casarse. El rol de esposa puede perderse, en cualquier mo
m ento del ciclo vital adulto, a través de la separación, el divor
cio o la viudedad, aunque esta últim a es más com ún durante la
vejez. Sin em bargo, entre los cuarenta y los cincuenta y nueve
años, el rol de m adre es el que se pierde con m ás frecuencia.
Resultan reveladores dos postulados de la monografía de
Ralph Tu raer. Role Theory: A Series o f Propositions (Teoría
del rol algunas propuestas). La expectativa de casi todo rol es
tabilizado, contiene algunos elem entos de la sensación latente
de que el prójim o debería continuar con el m ism o rol y con la
m ism a conducta de rol que an tes... Hay una tendencia a asignar
a los roles estabilizados el carácter de expectativas legitimas (3).
Aunque una m adre ideal debería ser flexible y transform ar sus
expectativas sobre los hijos, cuando éstos van m adurando, si la
personalidad de una m ujer es rígida, como ocurre con la per
sonalidad de estas m ujeres, posiblem ente espere que sus hijos
adultos, aunque estén casados, se com porten prácticam ente
como lo hacían cuando eran niños y dependían de ella. En la
m edida en que ya no siguen com portándose de este modo, es
probable que se siente resentida; desde el m om ento en que,
como sugiere Yehudi Cohén, a una m u jer no se le «permite»
ser hostil hacia sus hijos, el resentim iento se vuelve hacia sí
m ism a y cae en un estado depresivo (4). El segundo postulado
de T urner afirm a: «El grado en el que el yo puede exigir legí
tim am ente los privilegios de su rol, tiende a ser una función
de su grado de adecuación al rol», desde el m om ento en que el
«actor que representa su papel de form a m ás adecuada de lo
que legítim am ente podría esperarse, aum entan, p o r esta razón,
las expectativas legítimas de otros actores. La m adre, por ejem
plo, al ser más paciente o tra b a ja r m ás de lo que pudiera es
perarse, se crea una deuda m oral respecto al m arido y los hijos,
que éstos no consideran satisfecha, cuando ella ejerce su capa
cidad normal».
(*) Baretza: R ito tic p aso o d e iniciación d e la co m u n id ad ju d ia (algo
así com o la com unión en las co m u n id ad es cristian as). (N. d e T.)
KLAINE KINDER, KLAINE TSURUS; GRAYSE KINDER,
GRAYSE TSURUS *
EL ROL Y EL YO
C u a d r o 6-1
Porcentaje
de N Total
Condición depresiones (Base)
Porcentaje
de N Total
Condición depresiones (Dase)
P o r c e n ta je
de JV T o ta l
C o n d ic ió n d e p r e s io n e s (B a se)
C u a d r o 6-4
J udías N o- J udías
P o r c e n ta je P o r c e n ta je
de N T o ta l de N T o ta l
R e la c ió n d e p r e s io n e s (B a se ) d e p r e s io n e s (B a se)
estrechas con los hijos son m ucho más frecuentes e n tre las
judías, resu lta evidente que n o h a c e f a l t a s e r j u d í a p a r a s e r u n a
m a d r e j u d í a . Por ejem plo, una m u jer negra divorciada, a la que
le habían practicado una histeroctom ía, cayó en un estado de
presivo cuando su única h ija se trasladó a Orcgón: la depresión
desapareció cuando fue a visitarla y volvió a aparecer cuando
regresó a Los Angeles.
El reducido grupo de m ujeres ju d ías cuyas m adres habían
nacido en E stados Unidos poseía u n a tasa de depresión situada
a medio cam ino en tre la de las m ujeres ju d ías con m adres na
cidas en E uropa y la de las m ujeres anglosajonas. Una de mis
hipótesis, la de que la p artid a de un hijo estaría m ás estrecha
m ente asociada a la depresión que la partida de una hija, no
pudo com probarse porque en todos los casos en que la m ujer
ju d ía tenía hijos varones, éstos vivían todavía con su m adre.
Como decía una de estas m ujeres: «Mi hijo es m i m arido y mi
m arido es mi hijo». No era éste el caso de las h ija s de judías
sin hijos varones, ni de los hijos o h ijas de fam ilias no judías.
(Debido a un fallo en la perforación de las ta rje tas, la hipótesis
tuvo que ser com probada con hijos únicos.)
Las m ujeres negras tenían una tasa de depresión m ás baja
que las blancas. Las pautas de conducta de rol fem enino que
desem peñaban las m ujeres negras raras veces term inaban en
depresión en la edad m edia de la vida. M uchas veces vivía con
la fam ilia una «abuela», o u n a «tía», q u e se ocupaba de los ni
ños cuando la m adre trabajaba. De este modo, la m u jer más
anciana no sufre la pérdida del rol m aternal. En segundo lugar,
ya que las m ujeres negras tradicionalm ente trab ajan , es m enos
probable que desarrollen una extrem a identificación, o un vivir
continuam ente dedicadas a sus hijos, característico de las m a
dres judías. Además, para la cultura negra, no existe u n equiva
lente del prejuicio puritano, que poseen las cu ltu ras anglosajo
na y judía, de que el sexo es algo malo y. ante todo, ligado a la
reproducción, o de que no es conveniente q u e las m ujeres m a
yores tengan relaciones sexuales. Las fam osas can tan tes negras
de blues —m ujeres como Bessie S m ith— alcanzaron la cum bre
de su popularidad cuando llegaron a la m ediana edad.
Por supuesto, no se puede d escartar la posibilidad de que la
baja tasa de depresión refleje únicam ente la existencia de una
m enor inclinación, p o r p a rte de la com unidad negra, a hospita
lizar a las m ujeres deprim idas. Los depresivos no suelen atraer
la atención de la policía, a m enos que intenten suicidarse. Por
tanto, si una m u jer o su fam ilia no definen su situación como
psiquiátrica, perm anecerá en casa. Cualquier hipótesis respecto
a la fam ilia negra sólo p o d rá ser com probada definitivam ente
tras un estudio de sus costum bres.
Por desgracia, había muy pocas fam ilias m ejicanas en la
m uestra p ara poder com probar m i hipótesis acerca de que las
m ujeres m ejicanas tendrían u n a tasa de depresión inferior por
que sus familias son m ás num erosas y las fam ilias grandes
desarrollan una gran actividad: además, al acercarse a la m e
diana edad, el poder se traslada, aunque no form alm ente, del
padre a la m adre.
ENTREVISTAS
C u a d r o 6-5
Cuadro 6-6
Positiva ......................................... 1 1
Negativa ........................................ 6 4
No reconocimiento ..................... 2 —
Neutral .......................................... 2 1
No utilizada en la respuesta ... 9 —
INTERPRETACION PSICOANALITICA
DE LA ANOREXIA Y LA BULIMIA
>y
CONFLICTO RESPECTO AL ROL SEXUAL
Esquem a 1.
Modelo psicoanalitico de la anorexia nerviosa y btilimia.
Mujeres Hombres
( « s 159) (n a 99) TOTAL
Preferencia
por el terapeuta
Hombre.................. 49 96 (n = 77) 40% (n = 40) 4 5 % (n » 1 1 7 )
Mujer ••• ••• ••• ••• 31 % (n = 49) 25 % (n = 26) 23%(n=*75)
No preferencia ... 20% (n = 49) 25% (n = 2o) 23%(n=*75)
Estados civil
Soltero ... ••• ... ... 69 % (n = 109) 63 % (n = 62)
Casado / conviviendo
con Divorciado/se
parado .*• ... ... ... 14 % (n = 23) 13% (n = 13)
otra per-tona ........ 17% (n = 27) 24% (n b 24)
Edad
Menos 3 0 .............. 75% 69%
Más de 3 0 ............. 25% 31%
Religión
Judía Catól. Prot. Ninguna Judia Cató!. Prot. Ninguna
40% 19% 16% 25% 41% 22% 1496 23%
C u a d r o 1 7 3
.Mu j e r e s H ombres
i
Exigencias Asfixiantes de Conform idad
I
Niña que se Define a Sí Misma p o r las Reacciones
que Percibe de los Demás
l
ADOLESCENCIA
i
Rechazos Reales o Percibidos
|í
Preocupación excesiva Sentim entos Intensos
por el Aspecto y el Cuerpo de Inadecuación y Tem or
a los H om bres
^
Anorexia Nerviosa BULIMAREXIA
I N»
Obesidad Adolescente
Esquem a 2.
Desarrollo de la Conduela Bulimaréxica.
y dependiente, era incapaz de verse a si m ism a como alguien
con personalidad propia. N uestras prim eras sesiones se desarro
llaron en un clima de irrealidad. Intenté encontrar algún indicio
de carácter individual, pero Anne no poseía ningún sentim iento
de su propia identidad, m ediante el cual proyectar una persona
leal. Su dependencia hacia los demás, impidió cualquier desa
rrollo de su personalidad. La mayoría de las m ujeres de mi
estudio habían sido recom pensadas por su atractivo físico y su
«bondad» sumisa, m ientras que características como indepen
dencia, confianza en sí m ism as y energía, generalm ente eran
sancionadas por los padres, abuelos, profesores y allegados.
Peggy decía, «siempre fui un chicazo. De hecho, a la edad de
10 a 12 años era más fuerte y más rápida que cualquier chico.
Después de ganar una carrera a uno de ellos, todos los demás
chicos de mi clase me volvieron la espalda. Las chicas se b u r
laban de m í y mis padres m e aprem iaron para que «empezara
a com portarm e como deben hacerlo las chicas». Lo hice, con lo
cual dejé de divertim e tanto como antes».
Wulff atribuye a estas m ujeres un odio intenso e inconscien
te hacia la m adre. Por el contrario, en mi experiencia, eran
dolorosam ente conscientes de su desprecio hacia sus m adres,
la mayoría de las cuales eran descritas como débiles y desgra
ciadas; m ujeres que habían abandonado sus carreras, con el fin
de educar a sus hijos. «Mi m adre quería ser abogado, pero lo
dejó cuando se casó con mi padre». Aunque generalm ente se
describe a las m adres como inútiles, ejercen poder en un te
rreno limitado: sobre sus hijos. Aquí, como si estuvieran com
pensando su sufrim iento en otros terrenos, suelen ser afixiantes,
dom inantes y m anipuladoras. En vez de rechazar la conducta
pasiva y agresiva de sus m adres, y con ella, sus resultados más
destructivos, las m ujeres que entrevisté describían su lucha por
una aceptación social, que les perm itiría desem peñar el papel
de su m adre. La mayoría tam bién se identificaban profunda
m ente con sus padres, a pesar de que muchos de ellos dedica
ban poco tiem po a su familia, concentrándose en intereses aje
nos al hogar. Algunas m ujeres decían, que los padres insistían,
más que las m adres, en sus exigencias de gracia y com porta
miento femenino. Estos eran adorados como héroes, aún cuan
do m antuvieran una actitud distante, preocupada y de rechazo
emocional.
Una concepción deform ada del volumen del cuerpo, carac
terística de las anoréxicas descritas por Bruch, y de las bulima-
réxicas que yo estudié, está relacionada con las expectativas
por parte de los padres y de la sociedad en cuanto al aspecto
físico. En la prim era sesión con Anne, me llamó la atención la
total deform ación de su cuerpo. Se quejaba a m enudo de lo
gorda que estaba; yo la veía sum am ente delgada.
M.B.-L.: ¿Por qué no te levantas y m e m uestras por dónde
te sientes gorda?
ANNE: Aquí... aquí... por todas partes. (Se palpaba todo el
cuerpo.)
En aquella sesión observé que «la imagen deform ada del
cuerpo» de Anne, estaba ligada a una total ausencia de confian
za en su propia capacidad de controlar su conducta. Decía que
se sentía incapaz como m ujer y que nunca había logrado m an
tener una relación am orosa con un hombre.
Además de esforzarse por perfeccionar y controlar su aspec
to físico, las bulim aréxicas m anifestaban una necesidad de
realización. Todas las m ujeres habían conseguido altos resulta
dos académicos y estaban por encim a de la m edia intelectual.
Sin em bargo, en la mayoría de los casos, el trabajo, hasta obte
ner el éxito, tenia como objetivo com placer a los padres y ca
sarse «bien». Los continuos éxitos académicos eran esenciales
para el sentim iento de su propia valía, pero esperaban que la
presión por alcanzar el éxito quedaría olvidada y oculta a
cambio de las satisfacciones que podrían ap o rta r el m atrim onio
y la educación de los niños. E stas m ujeres consideraban el éxito,
principalm ente en térm inos de recom pensas quo podrían obte
ner de los demás. Por ejemplo, lo más probable es que un
médico conozca y desee, como com pañera, a una m u jer edu
cada; una m ujer tiene m ás posibilidades de conocer a este
hom bre en una universidad. La realización no se consideraba
en térm inos de recom pensa intrínseca para sí mismas.
Obviamente, las m ujeres que se han educado, luchando para
perfeccionar el rol femenino, esperan que esta perfección sea
recom pensada por la satisfacción de conseguir realizarse. Sus
expectativas se basan en las expectativas y modelos que —a su
modo de ver— tiene el resto de la sociedad respecto a ellas. Las
m ujeres entrevistadas por m í se habían hecho lam entablem ente
vulnerables al rechazo, por causa de estas espectativas. En la
adolescencia, empiezan a buscar ansiosam ente su recompensa,
en el sentido de que los hom bres las vean como ellas han lu
chado para ser vistas. Pero, en lugar de encontrarse con una
m ultitud de príncipes apuestos, esperando para cortejarles,
m uchas m ujeres en esa época, experim entan el rechazo mascu
lino. Para otras, el rechazo, más que real, era percibido (estas
adolescentes se sentían rechazadas, si no se veían perseguidas
por los hom bres y socialm ente activas). La experiencia del re
chazo m asculino precipita a m enudo un régimen de adelgaza
m iento. La m uchacha cree que su aspecto físico está relaciona
do de alguna form a con la razón del rechazo. B ruch describe a
una joven que podía d eterm in ar el comienzo de su conducta
anoréxica, con respecto a un incidente que había experim entado
como rechazo.
1
BANOUETE
Unión Mente-Cuerpo
Placer de Perder
el Control.
Total Inm ersión en el
Presente.
Disodlución del
VERGÜENZA y IRA
AUTODESPRECIO NO MANIFESTADA
PURGA 1
Separación
Mente-Cuerpo.
Afirmación
del Conrtol (Yo).
Preocupación
por la perfección.
Temor al Banquete
Anterior y a Engordar.
Esquem a 3.
Psicodiiiámica de la Bulimarexia.
uñas, etc., son conductas que los padres no pueden controlar
totalm ente. La niña elige la intim idad y el aislam iento para su
acting-out. Sin embargo, la prim era vez que aparece la bulimia,
la naturaleza del síndrom e experim enta una transform ación.
Las ideas peyorativas hacia una misma («soy antipática, poco
atractiva e incapaz») son muy profundas y hacen que la m ujer
se vuelva extraordinariam ente sensible, a las reacciones de los
dem ás hacia ella. El más pequeño e insignificante desprecio,
está exagerado y distorsionado, creando un autodesprecio m a
sivo, y se utiliza como una excusa para la «glotonería». La rabia
que siente la m ujer, hacia sus enemigos im aginarios no es del
iodo consciente, y asi esta rabia inexpresada se vuelve hacia ella,
aum entando el énfasis y la furia de su «glotonería».
El ciclo «glotón* de las bulim aréxicas es lim itado. Consume
suficiente energía, como para im pedir a la m u jer calcular sus
consecuencias o hacerlo aum entar aún más. Sirve para m ante
nerla socialm entc aislada. E sta «glotonería», protege a la gente
que se sabe gorda. Es una form a de autoabastecerse sin nece
sitar a otros. Un típico y conocido ejemplo, sacado del caso de
Anne, m antiene esta hipótesis. Anne fue invitada a com er por
un chico que le gustaba mucho; ella quería ir, pero estaba en
fase «glotona» de su ciclo. Ella encaró la situación y se metió
de lleno en una fuerte situación de angustia, intentado contro
lar su glotonería y vacilando entre salir o quedarse en casa. Por
aquel entonces, logró com er m oderadam ente y tuvo una época
más bien tranquila. Sin embargo, cuando el hom bre la dejó,
ella se puso a comer de nuevo, excesiva y grotescamente.
El hecho de que esta conducta es secreta y llevada en p ri
vado, aisla aún más a la bulimaréxica. Para ella, la comida es
un «fetiche», en el sentido en que Becker usa este térm inp en
«Fetichismo como baja auto-estima».
«Inactividad general», «baja auto-estima» y «senti
miento de inadecuación», indican que el fetichista es
una persona que se ha sentenciado a si misma a vivir
en una especie de mundo objetual. Un mundo superfi
cial, si nos atenem os a la com plejidad y riqueza de sus
objetos, un estrecho compromiso, en vez de otro ancho
y flexible; y aun así puede ser un segmento del mundo
que acarrea y conlleva una gran significación vital. En
otras palabras, el fctichihsta será una persona pobre en
cuanto a su com portam iento con la peculiar tarea de
tener que construir un mundo rico y denso. Como diji
mos, el registro de esta ingeniosa m aquinación es la
conducta fetichista en sí (16).
UNA PERSPECTIVA FEMINISTA
METODO
E studio de la población
C uadro 1
S o lte ra .................................... 29 25 0 2 I
Casada ... ... ... ... ... ... ... 2 1 2 2 0
Divorciada, separada o viuda 2 6 7 2 2
Conviviendo con un hombre
por acuerdo mutuo ........ 4 5 0 0 0
M étodo de entrevista
Reacciones de im pacto
Reaccio)ies somáticas
Reacciones emocionales
Actividad motora
Pesadillas
Traumatofobia
DISCUSION
El agobio económico
Prácticam ente, todos los estudios sobre las viudas han hecho
observaciones acerca de la escasez de recursos característica tras
la m uerte de un marido. Aparte de la pérdida de los ingresos
proporcionados por el empleo del m arido, y la posible conge
lación de cuentas bancarias, en algunos estados, lo m ás proba
ble es que haya que pagar fuertes sum as debido a una enfer
medad prolongada y los gastos del funeral. En un am plio estu
dio de fam ilias de viudas que percibían subsidios de supervi
vencia (realizado en 1962), Pal more y sus colaboradores averi
guaron que gastaban una p arte mucho m ayor de sus ingresos
en com idas y en m antener la casa que la m edia de las fam i
lias (10). Por tanto, a muy pocas les quedaba dinero suficiente
para o tras necesidades, incluyendo seguros de vida, de salud
o automóviles. Las viudas que trabajaban, m uchas veces pedían
a otros fam iliares que acudieran a su casa a cu id ar de sus hijos,
pero o tras tenían que abandonar a los hijos en edad escolar,
sin nadie que les cuidara m ientras ellas trabajaban (el 15 por
ciento de los niños, de 6 a 11 años, no eran vigilados p o r na
die). Las ganancias m edias de la viudas con un empleo, supo
nían únicam ente alrededor de tres cuartas p arte de la media de
las ganancias de todas las trab ajad o ras femeninas. Una cuarta
parte de estas familias percibía ingresos inferiores al salario
minino establecido por la Administración de la Seguridad So
cial.
En un estudio m ás reciente, Nucklos describía la situación
financiera de 1.744 m ujeres que habían enviudado «prem atura
mente», es decir, cuyos m aridos habían m uerto antes de los
65 años (11). Las sujetos de la m uesta, de las cuales el 5 por 100
se había vuelto a casar, se consiguieron a p a rtir del certificado
de defunción de su esposo, registrado en Boston, H ouston. Chi
cago o San Francisco y habían sido entrevistadas, aproxim ada
m ente dos años después de la m uerte del marido. La viuda
típica, afrontaba unos gastos finales de 2.860 dólares; el prom e
dio de gastos finales era de 3.900 dólares. Más de la m itad de
las que se beneficiaban de un seguro de vida, cobraron el pri
m er cheque dentro de un plazo de dos sem anas después de
rellenar una instancia, m ientras que los pagos de la seguridad
social, norm alm ente, tardaban m ás de tres meses en hacerse
efectivos. Pocas viudas tenían alguien con quien hablar sobre
las posibilidades de reclam ar la liquidación de un seguro de
vida y m uchas ni siquieran sabían que tenían tales posibilida
des. Es más, la m ayoría de los m aridos (el 71 por 100) habían
m uerto sin hacer testam ento. El prom edio de ingresos m ensua
les per cápita, obtenidos de todas las fuentes, era de 155 dóla
res únicam ente. Los ingresos fam iliares se veían reducidos a un
prom edio del 44 por 100, de los niveles anteriores al falleci
miento. El cam bio variaba desde un aum ento del 4 p o r 100,
en tre las fam ilias acostum bradas a ingresos m enores de 3.000
dólares, hasta una reducción del 57 p o r 100 entre las familias
que anteriorm ente percibían más de 15.000 dólares. Aproxima
dam ente, la m itad de las viudas eran capaces de m antener su
nivel de vida, pero sólo una cu arta p arte vivían cóm odam ente,
de una form a agradable y libres de preocupaciones financieras.
Las restricciones más frecuentes eran en la ropa, actividades
sociales y recreativas y alim entación. La mayoría de los ingresos
percibidos p o r las viudas estaban constituidos p o r sus propias
ganancias (el 40 por 100). M ientras el 47 por 100 de estas m uje
res trabajaban antes de la m u erte de su m arido, dos años des
pués, trab ajan el 56 por ciento.
Las viudas presentan una tendencia mucho mayor a trab ajar
que las m ujeres casadas de su m ism a edad. Tam bién tienen una
m ayor tendencia a trab ajar, a dedicación plena sem anal, d u ran
te todo el año (12). (Los viudos tienen menos probabilidades de
ser contratados que los casados de su misma edad, pero en el
caso de las viudas, la probabilidad es m enor tadavía.) En con
junto, el 26,9 por 100 de las viudas blancas tienen un empleo;
y de las viudas de color, lo tienen el 35,5 p o r 100 (13). La m a
yoría de las viudas que se encuentran en las edades en que m ás
se trabaja, tienen un empleo. Las m adres que recibían subsi
dios de supervivencia tenían una probabilidad de tra b a ja r dos
veces m ás alta que las m adres con m aridos, incluso teniendo
en cuenta la edad y el núm ero de hijos. Ahora bien, su tasa de
desempleo es aproxim adam ente tres veces m ás alta que la del
resto de m ujeres (14). Un estudio reciente sobre las pautas de
empleo en una m uestra de viudas de Chicago, dem ostró que
la fuente de inform ación más frecuente para conseguir urt em
pleo la constituían los propios amigos de la viuda. O tras fuen
tes, incluidas las agencias de empleo, han proporcionado una
ayuda mucho m enor (15).
Factores sociales
Variación individual
IMPLICACIONES SOCIO-POLITICAS
Educación
Ayuda institucional
Cambio social
Karen H o m ey (1)
TASAS DE SINTOMAS SEGUN I.A EDAD. SF.XO Y EDAD Y SEXO Y RAZA (POR 100)
Crisis nerviosa
Hombres ........................... 32 13 1.8 3,5 3.0 5.4 5.4 1.5 3.2 2.8
M u je re s.............................. 6.4 1.0 3.6 5.0 7.3 12.7 10.7 13.1 6.0 10.4
Hombres ............................ 7.7 6.9 7,4 8.6 11,7 6.4 3.1 2.2 7.7 8.2
M ujeres.............................. 17.5 14.6 21,6 19,3 18.8 14.5 13.8 10.2 17.8 16.1
Nerviosidad
Hombres ........................... 45.1 435 47.5 51.9 48.1 37.7 36.6 30.2 47.2 313
Mujeres ............................. 70.6 61.4 74.4 75.0 725 72.6 62.9 65.6 73.2 55.2
Inercia
Hombres ........................... 16.8 17,2 16,1 17,6 16,3 16.9 18.2 12,1 16.9 17.1
Mujeres .............................. 325 31.0 34.0 35,2 31.1 29.7 31.9 35,6 33.1 295
Insomnio
Hombres ........................... 235 20,4 16.7 20,8 26,8 27,0 35,9 265 24,1 20,4
M u je re s.............................. 40,4 28,0 335 33,7 42,8 53,8 59,0 51,0 40.9 38.9
Hombres ........................... 7.0 7.6 65 5.4 5.7 8.8 10,0 85 6,9 7.1
M u je re s.............................. 10.9 10.4 12.2 12.1 10.6 93 9.2 13,0 10,6 12.3
Pesadillas
Hombres ........................... 7.6 5.7 9.4 7.7 7.7 8.2 5.8 65 6.9 13.0
M u je re s.............................. 12.4 12.8 15.8 14.7 9.9 75 11.6 11,8 12,3 143
Hombres ........................... 17.0 23.2 24,9 17,7 14,7 11,0 7,9 3.0 17,0 16.8
M u jeres.............................. 21.4 28.6 27.7 24.2 19.6 15,0 9,2 5.9 22,2 16.0
C u a d r o 17-1
TASAS DE SINTOMAS SEGUN EL SEXO. EL SEXO Y LA EDAD Y EL SEXO (POR 100) (Continuación)
Síntoma y sexo Años Años Años Años Años Años Años Años
18-79 18-24 25-34 3544 45-54 55-64 65-7475-79 Blanca Negra
Desmayos
Hombres ........................... 16.9 17,6 15,7 15.7 18.1 17,3 17,8 17,2 17,5 13,8
M ujeres............................. 29,1 28.5 33,2 29.9 27.0 262 29.7 24,8 30.4 20.5
Jaquecas
Hombres ........................... 13,7 13,0 12,8 13,8 15,2 15,6 113 10.0 13,8 11,9
M ujeres.............................. 27,8 24,0 31.6 29.6 29,5 25.9 24,2 19,3 27,5 30.9
V é rtig o
Hombres ........................... 7,1 6,3 3.0 5.0 7,6 10,7 12,8 14,3 6.9 9.2
M ujeres............................. 10.9 8,4 93 8,5 10.1 14,3 16.9 16,6 103 15,7
Taquicardia
Hombres ........................... 3.7 3,3 2,0 2,1 3.9 7,2 6.4 13 3.6 4.8
Mujeres ............................. 5.8 1.7 3,1 4,7 6,2 9.7 10.4 14.8 5,7 6,4
Hombres
B lan co s......................... 1.70 1.72 1.70 1.72 1,78 1,69 1,66 1,19 1,70 —
Negros ......................... 135 1,25 1.03 1,37 1.79 1,87 2,23 2,99 — 1.55
Mujeres
Blancas ........................ 2.88 2,61 3,07 2.93 2,89 2,86 2.82 2,80 2,88 —
Negras .......................... 2,65 1,91 2.61 2.60 232 3.27 3.79 2,62 — 2.65
(1) Escala de 0 a 1 1 .
F u e n t e : Estudio del U.S. Departamento de Salud, Educación y Bienestar de los Estados Unidos.
especialidades psiquiátricas: hospitales psiquiátricos privados,
hospitales psiquiátricos federales y provinciales, unidades de
internam iento psiquiátrico en hospitales generales y de la Vete-
rans A dm inistraron y servicios de atención psiquiátrica externa
de los hospitales generales y de la V eterans A dm inistration.
E stas cifras no incluyen el núm ero de am ericanos que siguen
diversas form as de tratam iento privado. O tros estudios más
antiguos inform aban de que las tasas de ingresos tanto en hos
pitales públicos como en privados son significativam ente más
elevadas para las m ujeres que para los hom bres (8). I.os no
casados (solteros, divorciados o viudos) de am bos sexos están
representados desproporcionadam ente entre los hospitalizados
psiquiátricos (9). De este modo, aunque según el inform e del
HEW de 1970 las m ujeres blancas solteras de la población ge
neral denuncian menos que padecen m alestar psicológico que
las blancas casadas o separadas (10), las m ujeres (y los hom
bres) hospitalizadas en psiquiátricos tienden a ser no casadas.
La psicoterapia privada, al igual que el m atrim onio form a
una p arte integral de la cultura femenina de la clase media. Las
pacientes que acuden a psicoterapia privada revelan actitudes
significativam ente diferentes hacia los terapeutas según se trate
de hom bres o m ujeres. Gran núm ero de ellas indican que según
su opinión el sexo es un facto r im portante dentro de la relación
terapéutica, ya que solicitan de form a voluntaria un terapeuta
de un sexo determ inado.
Recientem ente, com pleté un estudio de 1.001 pacientes exter
nos cuyos ingresos económicos eran m edianos (538 m ujeres y
463 hom bres) que acudieron a tratam iento psiquiátrico en la
ciudad de Nueva York en tre 1965 y 1969. Las variedades del pa
ciente, tales como el sexo, el estado civil, la edad, la religión,
la ocupación, etc., estaban relacionadas con las solicitudes de
un terapeuta m asculino o femenino en el m om ento de la en
trevista inicial. Estos descubrim ientos se basan en una m uestra
de 258 personas (158 m ujeres y 99 hom bres) que eligieron vo
luntariam ente el sexo del terap eu ta o que afirm aron volunta
riam ente no tener ninguna preferencia al respecto. El 24 p o r 100
de las 538 m ujeres y el 14 por 100 de los 463 hom bres especifi
caron el sexo del terapeuta que preferían. Los resultados fueron
los siguientes:
I. La m ayoría de los pacientes eran solteros (el 66 por 100)
y m enores de trein ta años (el 72 p o r 100). Ambos sexos pidieron,
insistentem ente, que el terapeuta fuera un hom bre en lugar de
una m ujer. En el caso de las m ujeres, esta preferencia estaba
significativam ente relacionada con el estado civil, pero no así
en e! de los hom bres (cuadros 17-2 y 17-3). Esto hace pensar
que, posiblem ente, las m ujeres acuden a la terapia por razones
muy diferentes a las de los hom bres y que tales razones gene
ralm ente tienen relación con, o están estrictam ente determ ina
das, por sus relaciones (o ausencia de ellas) con un hom bre. El
núm ero de solicitudes de terapeutas fem eninas era aproxim ada
m ente el m ismo que el de solicitudes «sin especificar preferen
cia», tanto para las m ujeres como para los hom bres.
2. Las m ujeres solteras, p o r encim a o por debajo de los
treinta años y de cualquier religión, pedían terapeutas m asculi
nos con más frecuencia que las casadas o divorciadas. Las ca
sadas pedían terapeutas femeninas, con más frecuencia que cual
quiera de los otros grupos de la m uestra.
3. A pesar de que todos ¡os pacientes m asculinos, cualquie
ra que fuera su estado civil, preferían a hom bres como te ra
peutas, existían algunas tendencias diferenciadoras. El porcen
taje de hom bres divorciados que preferían terapeutas m asculi
nos era m ayor que el de m ujeres divorciadas (un 53 p o r 100,
frente a un 35 por 100), casadas (un 53 p o r 100, frente a un 41
por 100), hom bres casados (un 53 por 100, frente a un 25 por
ciento) y hom bres solteros (un 53 p o r 100, frente a un 44 por
ciento). Tam bién se daba una relación significativa entre la
elección de terapeutas m asculinos, por p arte de los hom bres y
la edad (m enos de 30 años) y la religión: concretam ente, el
63 por 100 de los pacientes m asculinos ju d ío s (que com ponían
el 40 por 100 de la m uestra total de hom bres) y el 73 por 100
de los que tenían menos de 30 años de edad, solicitaron que los
terapeutas fueran hom bres; un porcentaje m ás alto que el de
cualquier otro grupo.
4. Algunas de las razones m ás frecuentem ente aducidas para
explicar esta preferencia eran: un m ayor respeto hacia la m en
talidad masculina; descontento general y desconfianza, con res
pecto a las m ujeres; turbación específica al «blasfemar» o dis
cu tir tem as sexuales, tales com o la im potencia con una mu
je r (11). Algunas de las razones más frecuentes, p o r p arte de las
pacientes femeninas, para solicitar que el terapeuta fuera un
hom bre eran: un m ayor respeto y una mayor confianza hacia
la com petencia y autoridad m asculinas; por regla general, sen
tirse m ás a gusto y conseguir una m ejor relación con un hom
bre que con una m ujer y tem or específico y desconfianza hacia
las m ujeres, como autoridad y com o personas. A veces, esta
últim a razón se com binaba con afirm aciones de disgusto hacia
la propia m adre de la paciente (12). En general, tanto los hom
bres como las m ujeres, afirm aban que respetaban y confiaban
más en los hom bres —como autoridad y como personas— que.
en las m ujeres. N orm alm ente desconfiaban de estas últim as y
las temían.
Las pacientes que solicitaban que la terapeuta fuera una m u
jer razonaban menos esta preferencia; una de ellas de m ás de
30 años afirm aba que «sólo una m u jer es capaz de com prender
los problem as de otra» y o tra decía que consideraba a todos
los hom bres como «alguien a conquistar» y que era «más difícil
ser franca con ellos». Casi todos los pacientes que dieron ra
zones para solicitar una m u jer como terapeuta eran homose
xuales (13). Las razones principales se basaban en la suposición
de que se sentirían «atraídos sexualmente» p o r el terapeuta, si
éste era un hom bre y pensaban que esto les distraería y les
perturbaría. Un paciente, no homosexual, pensaba que no podría
evitar la «competitlvidad» con el terapetua (14).
5. E ntre los pacientes, el 36 por 100 de los hom bres y el
37 p o r 100 de las m ujeres, presentaron síntom as, por regla ge
neral inclasificables, d urante la entrevista clínica inicial. El
31 p o r 100 de las m ujeres y el 15 p o r 100 de los hom bres dijeron,
que la razón que les había llevado a hacer terapia era la de
presión; el 25 por 100 de los hom bres y el 7 p o r 100 de las m u
jeres hablaron de homosexualidad activa; el 15 por 100 de las
m ujeres y el 14 por 100 de los hom bres sufrían ansiedad; el
8 p o r 100 de las m ujeres y el 7 por 100 de los hom bres se
quejaban de im potencia sexual y, por último, el 4 por 100 de
los hom bres y el 3 por 100 de las m ujeres inform aron de adi
ción a las drogas y al alcohol. El hecho de que la depresión se
diera el doble de veces en las m ujeres que en los hom bres y
de que el núm ero de pacientes homosexuales fuera casi cuatro
veces mayor, en el caso de los hom bres que en el de las m uje
res, está de acuerdo con investigaciones anteriores.
6. La terapia duraba aproxim adam ente el mismo tiempo
para los pacientes de am bos sexos (una m edia de trein ta y una
sem anas para los hom bres y veintiocho para las m ujeres). Sin
em bargo, los hom bres que solicitaban un terapeuta masculino
perm anecían más tiem po en la terapia que el resto de grupos de
pacientes: una m edia de cuarenta y dos sem anas en com para
ción con una m edia de trein ta sem anas en el caso de las m uje
res, que tam bién solicitaban un terapeuta masculino. En cuanto
a los que solicitaban que la terapeuta fuera m ujer, la media de
duración de la terapia para los hom bres era de treinta y cuatro
sem anas y, p ara las m ujeres, de treinta y una. En los casos de
«no preferencia», la m edia para los hom bres era de doce sema
nas y para las m ujeres de diecisiete.
En o tras palabras, los pacientes que solicitaban (y general
m ente lo conseguían) un terapeuta masculino, perm anecían du
rante más tiem po en la terapia que las pacientes. Posiblemente,
una de las razones sea que m uchas veces las m ujeres, al casarse,
se vuelven hacia sus m aridos (o novios) como autoridad o como
protectores, m ientras que, p o r regla general, los hom bres no
hacen lo m ismo con sus esposas o novias, sino que m ás bien las
consideran como su stitu tas m aternas que cuidan de ellos, hoga
reñas, objetos sexuales y, en todo caso, amigas. Norm alm ente,
no les piden consejo: cuando deciden que necesitan ayuda ex
perta, tienden a hacer terapia con un terapeuta masculino. Las
pacientes, pueden tran sferir sus necesidades de protección o
salvación de un hom bre a otro. En últim o caso, si la paciente
o esposa no está satisfecha con la ayuda o los cuidados de su
m arido o terapeuta, continuará la búsqueda de su salvación en
otra parte pero a través de un hom bre.
SINTOMAS PRESENTADOS
F.rik Erikson:
«Para el estudioso del desarrollo y partidario del
psicoanálisis, el estadio de la vida, crucial p ara la com
prensión de la feminidad, es el paso de la juventud a la
madurez, la etapa en que la joven abandona el cuidado
recibido de la familia paterna y el am plio cuidado de
las instituciones educativas, para entregarse al am or de
un extraño y a la atención que dedicará a los vástagos
de am bos... las jóvenes, m uchas veces, preguntan si pue
den "tener una identidad", antes de saber con quién
se casarán y para quién form arán un hogar. Dado que
parte de la identidad de la joven debe m antenerse abier
ta a las peculiaridades del hom bre a quien se unirá,
pienso que, gran p arte de la identidad de una joven,
ya está definida en su tipo de atractivo y en la selecti
vidad de su búsqueda del hom bre (u hom bres) por el
que desea ser solicitada» (37).
Bruno BeltteJheim:
« ...S i bien las m ujeres desean ser buenas científicas y
buenos ingenieros, en prim er lugar y antes que nada,
desean ser com pañeras de los hom bres y madres» (38).
Joseph Rheinglod:
«... la m u jer es crianza... la anatom ía determ ina la vida
de una m u jer... Cuando las m ujeres crezcan sin tem or
a sus funciones biológicas y sin ser subvertidas por las
doctrinas fem inistas, penetrando p o r tanto en la m ater
nidad con un sentim iento altruista de realización, al
canzarem os el objetivo de una vida sana y un mundo
seguro en el que vivir» (39).
Para m uchas fem inistas, los principios del tratam iento no-
sexista son esenciales, pero no suficientes. El desarrollo de la
terapia fem inista refleja la convicción de que el cam bio personal
y el cambio socio-político están indisolublemente ligados. De
este modo, en la terapia fem inista, la identificación del sexismo
y sus consecuencias sobre la paciente y otras m ujeres constitu
ye un im portante y activo ingrediente del proceso de tratam ien
to. La relación e n tre los objetivos del tratam iento y el cam bio
social se pone de relieve a través de la discusión de las form as
en que los roles sociales y los derechos de la m u jer influyen
en las experiencias personales de ésta. Se entiende que un cam
bio social trascendente es un su stra to necesario en m uchos as
pectos del cam bio individual.
O tra característica distintiva de la terapia fem inista es su
com prom iso con los principios fem inistas, incluyendo el «self-
help», la utilización de e stru c tu ras colectivas, en lugar de je rá r
quicas y un rep arto igualitario de los recursos, el p o d er y la
responsabilidad. Se eligen estrategias terapéuticas en consonan
cia con estos principios, porque se da por sentado que ayudar
a las m ujeres a tran sfo rm ar los aspectos opresivos de sus vidas,
fuera de la situación terapéutica, exige elim inar tam bién los
aspectos opresivos de la terapia. Por ejem plo, las form as de
terapia que sitúan a la paciente en papeles subordinados a un
terapeuta au to ritario no hacen sino rep etir la situación de infe
rioridad que las m ujeres poseen en la sociedad. Por esta razón,
las terap eu tas fem inistas seleccionan deliberadam ente estra te
gias que pongan de relieve el poder y la responsabilidad de la
paciente. La utilización de co n trato s es una estrategia p ara igua
la r el equilibrio de poder e n tre tra ta n te y tratado. O tra estra te
gia que sirve p ara reforzar el poder de la paciente consiste en
a b rir expedientes y reg istra r actas p ara su inspección y evalua
ción, tam bién se utiliza la terapia de grupo p ara dism inuir la
autoridad del terap eu ta (los m iem bros del grupo asum en m u
chas funciones de las q u e norm alm ente se encarga el terap eu
ta). Dichos grupos, p o r regla general, están com puestos única
m ente p o r m ujeres, p ara ayudarlas a co m p artir experiencias que
les han afectado com o individuos y com o m ujeres y p ara facili
ta r el resp eto y la confianza en tre ellas.
Las terap eu tas fem inistas se definen a sí m ism as como p ro
fesionales de la salud m ental y como p articip an tes del movi
m iento fem inista. La form a de d irig ir la hora de terapia tiene
m ucho en com ún con o tras psicoterapias. La terap ia fem inista,
al igual que las terapias «de conversación» en general, no ofrece
curas para los trasto rn o s psicológicos con un su stra to fisioló
gico o bioquím ico. Sin em bargo, los problem as de un gran nú
m ero de pacientes no tienen un origen físico. Las fem inistas
afirm an que la m ayoría de los problem as de las m ujeres po
drían ser com prendidos m ejo r si se in te rp retaran d en tro de un
m arco socio-político. La aportación de un análisis de este tipo
com plem enta las dem ás tareas de la relación terapéutica. Por
últim o, los objetivos de la terap ia fem inista —ayudar a las m u
jeres a descubrir su fuerza personal, a lograr un sentim iento de
independencia, a considerarse a si m ism as, como iguales a los
dem ás en las relaciones interpersonales y a resp etarse y confiar
en sí m ism as y en el resto de las m ujeres— están de acuerdo
tanto con los objetivos de o tras psicoterapias como con los
principios políticos del fem inism o.
EDUCACION Y TRANSFORMACION
DE LOS PROFESIONALES DE LA SALUD MENTAL
CONCLUSION
ANSIEDAD DE REINSERCION
ANSIEDAD DE ACTUACION
E l m undo académico
RESUMEN Y CONCLUSIONES
TERAPIA FEMINISTA
LA FAMILIA
TERAPIA FAMILIAR
EL CONTRATO
COMUNICACION
BARRERAS GENERACIONALES
RECONCEPTUALIZACION DE LA DESVIACION
LOS MODELOS
PROPIEDAD E INTIMIDAD
Del mism o m odo que las terap eu tas de la G cstalt han busca
do un desarrollo del sentim iento de propiedad de] individuo eon
respecto a sus sentim ientos y actitu d es, haciendo uso de afirm a
ciones del «yo» p ara este fin, las terap eu tas fam iliares tam bién
pueden estim u lar el sentido üe la propiedad. N orm alm ente las
m ujeres no se sienten seguras respecto a su participación en
los ingresos económ icos fam iliares, y es posible que ¡as te ra
peutas necesiten ayudarles a negociar con el resto de los m iem
b ro s de la fam ilia para que puedan apropiarse de muchos^ as
pectos de su vi ti a. Muchas veces las m ujeres no poseen n i si
quiera los elem entos más esenciales de su propia intim idad,
careciendo incluso de espacio personal; su espacio está asocia
do con su Trabajo en la casa —p o r ejem plo, la cocina y el cu ar
to de h co stu ra (28)—. Tam bién carecen de tiem po personal y
se sienten culpables de g astar dinero de form a irve s polis abk-
Un terap eu ta sensible pudría an im ar a una m ujer, d esarro llar
sus ap titu d e s y aficiones así como sus sentim ientos y opiniones.
Al d esarro llar en las m ujeres el sentido de la p ropiedad en o tro s
terrenos se lias ayuda a adueñ arse de sus propios cuerpos. De
term inadas experiencias tales como la m e n stru ació n la m eno
pausia, tensiones en torno al período m enstrual, Ha lactancia
y el alum bra miento, suponen situaciones de crisis que las m u
je re s m inea se atreven a co n tar al terap eu ta sí éste es un hom
bre.
O tro problem a es si la solidaridad fam iliar es com patible con
et sentido de la propiedad individual, E! terap eu ta debe señalar
la im portancia de la personalidad de la m adre y de los demás
m iem bros, y explicar que la fam ilia no tiene p o r qué s e r una
fortaleza o una prisión. Desde el m om ento en que las m ujeres
han sido educadas para Creer que su valía personal y su idea
lidad están indisolublem ente ligadas al hecho de en co n trar un
buen m arido y de cu id ar de su familia, es muy fácil que utilicen
la terapia para h a b la r de su relación con tos hom bres en lugar
de referirse a su propia identidad (3), El terap eu ta de fam ilia
puede tener una im portancia capital al reforzar positivam ente
todos aquellos pasos, que conducen hacia fina concepción de] yo,
que no provenga únicam ente de la identificación can las molas
fam iliares, la dedicación y responsabilidad fam iliar.
ALIANZAS TERAPEUTICAS