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La Teoría / Práctica Dialéctica

Los intentos por caracterizar la práctica filosófica, que hemos estado haciendo y, de
hecho, cada contribución a este volumen ha realizado a su manera, están
inevitablemente involucrados en el complicado asunto político de los límites de la
creación, la tradición y de los patrones que rigen la inclusión y la exclusión. Creemos
que es importante reconocer esto francamente: en primer lugar porque la eficacia de la
práctica filosófica requiere claridad sobre los bienes a los que pretende servir; y
segundo porque la filosofía muy a menudo ha sido implicada en los procesos sin darse
cuenta de la exclusión operante. La desafortunada noción de la filosofía como un
proceso dedicado al desarrollo de teorías a ser aplicadas por los profesionales es un
ejemplo de ello: los filósofos “hacen” filosofía; los profesores de música, sus
consumidores, se encuentran fuera del círculo filosófico.

Desde esta perspectiva, la teoría y la práctica están escindidas una de otra y las
principales preocupaciones de la filosofía serían eminentemente teóricas. Esto tiene el
desafortunado resultado de separar a “los que piensan” de “los que actúan”; a aquellos
dedicados a la actividad intelectual de los otros que “hacen”; a quienes crean la teoría
de aquellos cuyo trabajo es aplicarla. En efecto, entonces, la filosofía consiste en la
creación de productos teóricos para el consumo (opcionalmente, en dosis moderadas)
y el uso por parte de los profesionales que, al menos implícitamente, no estarían
interesados en los fundamentos teóricos. Los peligros de estas suposiciones son
evidentes, no menos importante entre ellos es la preocupación expresada
elocuentemente por John Dewey: “Aquellos que desean un monopolio del poder social
encuentran deseable la separación de la costumbre y el pensamiento”, escribió (para
nuestros propósitos aquí, la separación entre la práctica y la teoría), “tal dualismo les
permite ejercer el pensamiento y también la planificación, mientras que otros siguen
siendo los dóciles… instrumentos de la mera ejecución” (Dewey, 2002: 72).

La distinción entre la filosofía y la no-filosofía, entre filósofo y no-filósofo, no debe


reducirse a una tajante diferencia entre la teoría y la práctica, o entre las
preocupaciones de los teóricos y las de los profesionales. Afirmar, como lo hemos
hecho, que la filosofía debe abordar la práctica no es para sugerir que la teoría debe
dictarle a la práctica qué hacer o que la integridad de la práctica requiere de un
fundamento teórico-formal previsto por los filósofos. Que la teoría y práctica están
íntimamente relacionadas es una opinión ampliamente respaldada por los educadores
musicales. Sin embargo, es la naturaleza de esa relación la que aquí nos ocupa. No
todos los filósofos en educación musical han abandonado la creencia de que la teoría
debe guiar o iluminar las acciones de los no-filosófico. En la medida en que esto siga
así, las sospechas que quienes se dedican a la práctica sobre el sentido de la filosofía
en educación musical no serán del todo injustificadas.

La relación entre la teoría y la práctica no es prescriptiva o causal en la naturaleza, sino


dialéctica: cada una informa a la otra y depende de la otra para su legitimidad. En un
campo como la educación musical, la teoría carente de implicancias pedagógicas es
inútil y la práctica sin teoría es ciega. Vemos, como dice el refrán, no hay nada tan
práctico como una buena la capacidad de respuesta a la novedad emergente o a los
“objetivos en vista.” Teorizar sobre la práctica –praxis, como se le llama a menudo- no
es una actividad que genere respuestas necesariamente separadas y distintas
llamadas teoría; más bien es una actividad que funciona del modo en que las buenas
teorías lo hacen: anticipando nuevas circunstancias y respondiendo a ellas de manera
responsable. La relación entre la teoría y la práctica es, pues, dinámica y recíproca, no
se trata de un asunto que corre en una única dirección linealmente.

Si esto es así, la filosofía debe estar estrechamente vinculada a la práctica en la


educación musical. Al mismo tiempo, la práctica que evita la teoría no es realmente la
“práctica” o “acción” en el sentido más amplio: se trataría de una actividad mecánica,
de un asunto rutinario. Nuestra creencia en la vinculación necesaria entre la teoría y la
práctica nos ha llevado a afirmar en la introducción a este volumen que la filosofía era
demasiado importante como para dejarla en manos de los filósofos. Por la misma
razón, la práctica es demasiado importante para dejarla en manos de los profesionales
de la educación musical. Si bien la práctica se teoriza y la buena teoría se practica, la
distinción entre la teoría y la práctica en la educación musical es una cuestión de
énfasis, no de clase. En un campo como la educación musical, la teoría sin la práctica
se deteriora en un juego intelectual y se muestra desconectada de los problemas que
deben abordarse; ejercer la práctica sin los hábitos y atributos que la investigación
filosófica pretende introducir vuelve al procedimiento meramente técnico, casual e
incluso peligros. Hemos sugerido anteriormente que la filosofía en educación musical
influye en la práctica indirectamente, por la formación de nuestras expectativas;
mediante la creación de hábitos que son más sagaces, más exigentes y ayudando a
crear normas a las que esperamos poder evaluar críticamente. Podemos ver ahora que
la investigación filosófica tiene esta capacidad ya que participa de los mismos procesos
fundamentales y tiene los atributos propios de una práctica intelectual sólida: amplitud
de perspectiva, apertura al cambio, una determinada intencionalidad, capacidad de
respuesta y responsabilidad, así como un profundo compromiso con hacer las cosas
“bien” en circunstancias en que aquello se considera “lo correcto” se encuentra en
proceso de cambio y revisión.

Por lo tanto, la dialéctica teoría-práctica se encuentra entre las preocupaciones más


apremiantes que la filosofía de la educación musical debe confrontar. Divorciada de la
práctica, la filosofía en educación musical se vuelve una especulación auto-indulgente.
Y divorciada de la preocupación teórica por conocer los supuestos y consecuencias se
desintegra en un mero activismo ciego.

Podríamos poner esto de otros términos. Tanto la filosofía en educación musical como
la enseñanza de la música son prácticas: prácticas que se relacionan dialécticamente
entre sí, se enriquecen mutuamente y no puede sustituirse una por otra. Llegar a ser un
educador musical en sentido pleno implica aprender a participar efectivamente en
ambas prácticas. La la adhesión a las normas, definiciones o fórmulas. Una cuestión
clave para cualquier práctica es tener la conciencia clara de cuáles son los objetivos
específicos a los que esa actividad sirve. Por lo tanto, la práctica efectiva (ya sea
musical, educativa o filosófica) depende del desarrollo de ciertos hábitos distintivos de
dicha actividad como así también de la capacidad e inclinación a cambiar estos hábitos
(o patrones de acción) cuando sea necesario. La reflexión filosófica sirve a ambas
preocupaciones, ninguna de los cuales puede reducirse a una mera técnica. Por
desgracia, la profesión de la educación musical a menudo ha dejado que los hábitos
filosóficos se desarrollaran aisladamente. Usualmente ha considerado a la filosofía más
como a una acción especulativa desvinculada que como a una práctica –aquellas que
asumen tareas en las que la larga experiencia es necesaria para su cultivo.

La práctica de educar implica una dialéctica similar a la que hemos estado discutiendo.
Por un lado, se trata de inducir o iniciar a las personas en las prácticas existentes,
valores y culturas: prepararlos para incorporarse a la sociedad mediante el fomento de
los hábitos necesarios para vincularse adecuadamente. Por otro lado, las prácticas
existentes y las acciones que se consideran necesarias para la exitosa incorporación
social siempre están cambiando. La educación está obligada, entonces, no sólo a
preparar a la gente para lo conocido, sino también para lo desconocido e incognoscible:
desarrollar los tipos de hábitos, disposiciones y habilidades que permitan una acción
inteligente, responsable en un mundo cambiante.

Aunque la instrucción propiamente educativa involucra ambas obligaciones, la


educación musical a menudo persigue más la primera más que la segunda. Esto es
comprensible, dada la relativa facilidad de desarrollo y perfeccionamiento de los
sistemas técnicos de instrucción y la dificultad inherente de la preparación para
desconocidos y futuros escenarios de cambio. Es mucho más fácil prescindir de
métodos de enseñanza que enseñar a los estudiantes cómo y cuándo modificarlos o
descartarlos. Sin embargo, esto es precisamente donde la filosofía en educación
musical podría contribuir más sustancialmente: no en la racionalización o la defensa de
las prácticas actuales o pasadas, sino en la comprensión de sus transformaciones.

Es casi un cliché reclamar que quien esté musicalmente educado debe poder
manifestar una adaptabilidad inusitada en su capacitación técnica: la persona educada
musicalmente, se afirma, es imaginativa, creativa y flexible. Sin embargo, y al contrario,
la mayoría de los programas de educación musical son muy técnicos y prescriptivos en
su naturaleza, con mucho mayor énfasis en el seguimiento de prácticas existentes que
en el desarrollo de las actitudes y habilidades necesarias para criticar o transformarlas.
Lo mismo puede decirse de la enseñanza filosófica en educación musical: se aborda
técnicamente, a un costo considerable para sus potencialidades creativas, sensibles y
transformadoras.

Tenemos que conceptualizar el papel curricular de la filosofía en un proceso dedicado a


fundamentar críticamente la práctica.

El valioso estudio de la obras de otros pensadores no sustituye el compromiso de ser


quienes elaboremos, de primera mano, nuevas reflexiones en este proceso. La
contribución más importante de la filosofía en educación musical se deriva de las
formas en que informa y transforma prácticas habituales de instrucción que requieren
capacidades de enseñar.
REFERENCIA:

​ n Bowman, W., & Lucía, A.


Bowman, W., & Lucía, A. F. (2016). ¿Pero esto es Filosofía? E
F. (Eds.), ​Manual Oxford de Filosofía en Educación Musical (pp. 242-247). Buenos Aires: Sb
Editorial.

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