Está en la página 1de 2

Cuento de Papelino

En un lugar como éste, con calles y personas parecidas a las nuestras, vivía un niño muy
especial. En este lugar, todos siempre tenían mucho que hacer y nadie se detenía a observar
las cosas extraordinarias que ocurrían a su alrededor, nadie excepto el niño. No veían la
luna gigante que brillaba tanto como el sol. Ni siquiera habían notado que, años atrás, dos
pericos anidaron en los árboles junto al río y que cada noche cantaban coloridas canciones.
El niño tenía problemas con su familia porque ellos no lo entendían, lo regañaban y lo
ignoraban. En una ocasión, le prohibieron salir a jugar con sus amigos, ver la televisión,
encender la radio y usar sus juguetes. Como no tenía nada que hacer y se aburría
rápidamente, decidió buscar entre sus cosas algo con lo que pudiera entretenerse. Sólo
encontró papel periódico, lápices, plumones, tijeras y cinta adhesiva.
El niño se sentía tan solo que decidió dibujar en el periódico a alguien que le hiciera
compañía. Primero, trazó su silueta con lápiz, cuando hubo terminado, la remarcó con
plumón para que no se borrara. Después, lo recortó para que pudiera mover sus brazos,
piernas, saltar y girar. Finalmente, le puso un nombre para que fuera su amigo. Por alguna
razón extraña, el muñeco de papel se llamó: Papelino. Juntos, él y el niño, se divirtieron
tanto que al poco tiempo se convirtieron en buenos amigos.
Cuando los papás le levantaron el castigo al niño, éste decidió divertirse con su nuevo
amigo. Pronto se dio cuenta de que era algo complicado jugar con él afuera; si le dejaba
cerca de la ventana el viento lo tiraba; si lo dejaba cerca de la estufa, corría el riesgo de
quemarse; si lo estrujaba mucho, se arrugaba y podía hasta romperse. Finalmente, el niño
decidió que sería mejor no sacar a Papelino de su habitación.
Cuando Papelino se percató que el niño no jugaría más con él, decidió mejorar su situación.
Salió en busca de la caja de juguetes, pero ninguno de ellos quiso divertirse con él porque
decían que era demasiado delicado. Papelino se sentía tan triste que se puso a llorar, pero se
dio cuenta de que, entre más lloraba, más daño se causaba; las lágrimas hacían que su
cuerpo se mojara y se rompiera con facilidad. Después de mucho pensarlo, Papelino
decidió decirle a su amigo que no se sentía bien con su situación y que se marcharía a un
lugar donde estuviera mejor.
El niño vio triste a Papelino y le preguntó -¿Qué ocurre?- Papelino le dijo que se sentía solo
y le comentó lo que planeaba hacer. El niño comenzó a suplicarle a Papelino que no se
fuera pero no logró hacerlo cambiar de opinión. Mientras todo esto ocurría, la vecinita de al
lado, una niña muy tímida, escuchaba toda la conversación. Le sorprendió mucho darse
cuenta de que no era la única que había creado una amiguita de papel.
Al día siguiente en la escuela, la niña se armó de valor para hablarle al niño. Se acercó a él
a la hora del receso y le habló con un poco de vergüenza:
-Oye, ayer escuché la plática con tu amigo Papelino y me parece que puedo ayudarte.
- ¿Ayudarme?, ¿cómo? - preguntó el niño bastante extrañado. Su vecinita le sonrió y sacó
cuidadosamente de su bolsillo una muñequita de papel.
-Se llama Papelina- Dijo la niña. El niño se sorprendió y alegró de ver que no era el único
que se sentía diferente a los demás.
Los niños pensaron que Papelino y Papelina podrían estar siempre juntos, cuidarse entre sí,
compartir lo que sabían de la vida y aprender cosas nuevas. Por la tarde, los dos niños
acordaron el encuentro entre los muñequitos de papel. En el momento cuando Papelino vio
a la muñequita, sus ojos se abrieron en señal de felicidad y se acercó a conocer a su nueva
amiga. Papelina también se mostró impresionada de saber que existía un ser igual ella y lo
saludó de vuelta. Los muñequitos de papel se llevaron muy bien y solicitaron estar juntos
para poder hacerse compañía. Papelino y Papelina fueron siempre felices en su mundo de
papel.

También podría gustarte