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ECONOMÍA POLÍTICA

EL CASO DEL ALCOHOLISMO


Jorge Pellegrini
(Año 2005)

PRÓLOGO

La fabricación y la ingesta de bebidas alcohólicas son fenómenos sociales cuyos


orígenes legendarios coinciden con la fundación de las grandes civilizaciones: el relato
de la plantación de la primera viña por Noé, el reemplazo de los sacrificios humanos por
la ofrenda de “sangre” de la uva en el culto dionisíaco, son algunos de los ejemplos de
una época mítica en la que el alcohol fue incorporado a la cultura humana.
El descubrimiento del misterio de la fermentación y de las propiedades
psicotrópicas de las bebidas fermentadas parece haber incitado a numerosos pueblos,
desde el alba de la humanidad, a utilizar el alcohol de una manera reglamentada y con un
objetivo sagrado, anteriormente a que, en tanto adquisición cultural, se expandiera su
utilización al conjunto de los grupos sociales para integrarse a los hábitos alimentarios.
Si bien la palabra “alcohol”, así como “alambique”, son de origen árabe, la
paternidad del término “alcoholismo” se le atribuye al médico sueco Magnus Huss quien,
en 1849, unificó el cuadro producido por el abuso del alcohol etílico, en forma crónica,
como la causa de numerosas afecciones neurológicas, gastroenterológicas, psiquiátricas
y cardiológicas. Por cierto, numerosos filósofos y médicos habían denunciado desde
siempre la influencia deletérea de la ingesta desmedida de bebidas alcohólicas, pero sus
observaciones se restringían a las ebriedades patológicas, motivo de alteraciones agudas
de la conducta. Devenido un problema de salud pública y de escándalo social, el
alcoholismo secretó sus propios remedios sin que sus verdaderas causas fueran
analizadas. En un ambiente idealista y apasionado, con fondo de Revolución Industrial
triunfante, surgieron a fines del siglo XIX las primeras ligas anti-alcohólicas y los
movimientos de alcohólicos recuperados, al tiempo que se ensayaron algunas medidas
estatales como la “Ley seca” en los EE.UU.
Las formas en que se ha calificado, y se califica, al alcohólico oscilan entre una
sanción normativa y jurídica, centrada en la noción de pecado, de vicio o de desvío de la
conducta y una perspectiva médica según la cual el alcohólico es, ante todo, un enfermo
al que se debe comprender y curar.
A su vez, las definiciones médicas del alcoholismo variaron entre las que ponen
el acento en los daños auto-inflingido o en el perjuicio ocasionado a la sociedad, como lo
ilustra la célebre sentencia de E. M. Jellinek, en 1960: “Es alcohólico todo individuo cuyo
consumo de bebidas alcohólicas puede dañarlo, puede dañar a la sociedad o a ambos en
forma simultánea”. Pocos años después, el francés Fouquet prefirió centrar la noción en
el registro de la necesidad, de la dependencia patológica, diciendo que: “Existe
alcoholismo en un individuo cuando este ha perdido la libertad de abstenerse del alcohol”.
En ambos casos, como lo es en el de la condena social del alcoholismo en tanto vicio o
pecado, la característica fundamental es que se hace responsable determinante del
alcoholismo al propio individuo. Se “privatiza” la responsabilidad en él y sólo en él, en
tanto sujeto de libre albedrío que ha sucumbido, por falta de voluntad o por configuración
psicológica particular, al exceso en el consumo de bebidas hasta quedar atrapado en el
alcoholismo crónico. Si se hacen entrar en líneas otros factores de tipo social o psicosocial
para explicar las causas del alcoholismo, éstos figuran solamente como condicionante,
agravantes o mera fuente de complicación, pero no determinantes del mismo y se detienen
en el ámbito familiar, cargando de culpa al alcohólico y a su entorno inmediato. A partir
de esta perspectiva reduccionista se pone en marcha el inexorable engranaje de la
exclusión social. En los estudios epidemiológicos mundiales se señalan las profesiones
más expuestas a esta conducta. Justamente son las que presentan las condiciones laborales
más duras, como los obreros de fundiciones, de lo construcción, los estibadores y
changadores, los peones de campo. Por otro lado se verifica que la entrada al mercado del
trabajo de las mujeres y ciertas condiciones de la cultura contemporánea expresada en los
jóvenes han incrementado el alcoholismo en forma alarmante en esas franjas etáreas.
Véanse, en lo que atañe a nuestra realidad más inmediata, las estadísticas de los últimos
años que muestran las cifras alarmantes de inicio de las adicciones teniendo como puerta
de entrada el alcohol entre los niños y adolescentes argentinos.
El presente libro de Jorge Pellegrini indaga en forma directa en la raíz social ligada
al origen de las conductas alcohólicas. Remontándose a las observaciones de Engels sobre
los obreros de Inglaterra, el autor desnuda la cualidad consubstancial del alcoholismo con
el desarrollo capitalista. Con la lectura de las páginas del primer Capítulo queda muy en
claro que, desde su consolidación en el siglo XIX, la explotación del proletariado no
genera el alcoholismo como un mero “daño colateral” –para emplear un término muy en
boga en las explicaciones imperialistas de los genocidios perpetrados por sus tropas en
diversas acciones de conquista y control ante la rebelión de los pueblos- sino que es un
insumo indispensable para que ella se produzca. Y la operación se evidencia más perversa
cuando el autor desnuda el tejido del negocio de la bebida. En efecto, el instrumento de
domesticación de las masas que constituye el alcohol deviene un pingüe negocio que
beneficia a un sector particular del capitalismo. Se logra así el fenomenal resultado de
lograr que los esclavos modernos compren sus propias cadenas.
Con gran lucidez Pellegrini se aplica a trasladar a nuestro país esa problemática general,
demostrando cómo los poderes económicos locales, en primer lugar, y las empresas
transnacionales después, han diseñado junto con el mercado del consumo la ideología
dominante para infiltrar en el acervo popular las nociones inductoras del consumo.
Los “daños colaterales” generados por el alcoholismo no cuentan en nuestras
tierras. En un país en el que el Estado no se responsabiliza por la salud de sus habitantes,
en el cual el contrato social está roto y cada cual debe rebuscarse el servicio de salud que
pueda ¡qué importancia tiene un borracho más! A lo sumo se podrá contar con más mano
de obra muy barata –si el hombre no está muy deteriorado- o con un trabajador menos
luchando pos derechos, falto de la voluntad y el respeto por si mismo que se requiere para
ello.
Afortunadamente no todo es indiferencia ante el sufrimiento y la explotación del
pueblo argentino. Un ejemplo de ello fue la original creación de los Grupos
Institucionales de Alcoholismo (GIA) concebidos y perfeccionados a lo largo de los
últimos años bajo el impulso de Pellegrini quien, iniciando su labor en Río Negro,
extendió la experiencia de los mismos a diversos puntos del país generando un vigoroso
movimiento en la lucha contra el alcoholismo. La originalidad de los GIA es que, como
nos ha indicado el autor, se trata de una experiencia que “sitúa el problema donde debe
estar: en el campo sanitario de la responsabilidad estatal”. En la actividad de los mismos
se pone en marcha un proceso grupal que incluye a familiares, amigos, vecinos,
compañeros de trabajo, quienes con su participación e interacción, permiten la
comprensión y aportan nuevas significaciones identitarias en el marco de un “proceso
colectivo que es el de la alcoholización”. Para mayor abundamiento consúltese un
importante libro liminar: “Alcohol, alcoholismo, alcohólicos” publicado por Pellegrini en
1990.
En los capítulos siguientes de la presente obra, se abordan otros tópicos ligados
con las instituciones de Salud Mental y las condiciones macrosociales de la crisis que
atraviesa nuestro país.
No se puede agotar el comentario de este libro, y de la labor del autor, sin otorgar
una particular mención a la tarea que viene desarrollando, junto a un equipo de calificados
y entusiastas compañeros, en el Hospital Escuela de Salud Mental de San Luis. Dicha
experiencia, que lleva más de diez años de recorrido, es enmarcada en el Plan Provincial
de Salud Mental, vigente en dicha provincia desde 1993.
Formando parte de un dispositivo que articula diversos criterios -caros a la
tradición de la psiquiatría social y comunitaria opuesta al viejo sistema hospitalocéntrico
asilar- uno de los ejes orientadores del trabajo en esa institución ha sido la relación
Derechos Humanos-Salud Mental, “de la cual –nos dice Pellegrini devienen precisiones
éticas, estratégicas, posturas ideológicas, marcos de políticas sanitarias y dispositivos
institucionales que lograron la transformación del asilo manicomial en un Hospital digno
de ese nombre”.
Ese eje, puesto en la firme defensa de Derechos Humanos significó la
reformulación de las técnicas cotidianas de abordaje de la enfermedad, y de la misma
estructura edilicia sanitaria; lo cual obligó a transformar los dispositivos institucionales,
ya que “el sistema custodial y el cuerpo de ideas que lo sostienen son, en sí mismos, una
negación de los principios y derechos elementales respecto de la condición humana”.
Pensando y actuando, incesantemente, en los pliegues de nuestra adversa realidad,
Jorge Pellegrini nos viene a dar un ejemplo de la posibilidad de llevar a cabo, contra
viento y marea, un trabajo intelectual y una política de Salud Pública al servicio del
pueblo. En la estela de hombres como enrique pichón Riviére, Ramón Carrillo y Arturo
Jauretche, Pellegrini se constituye en un implacable fiscal que devela injusticias y
propone ejemplos y soluciones apoyándose en nuestras propias experiencias; esas
diversas gestas ocultadas por los que escriben la historia dominante para despojarnos de
los modelos con que las nuevas generaciones podrían identificarse para andar similares
caminos de liberación y creación nacional. Baste, para tener una idea de esta tarea, leer la
prédica de sus ideas editada en el libro “Crónicas agudas” (2002) que recopila artículos
de Pellegrini aparecidos en diarios de San Luis y en revistas especializadas de nuestro
país sobre diversos temas relativos a la salud mental, el alcoholismo, la realidad social y
política y la salud pública, entre otros.
No es que en la Argentina estemos ciegos para ver lo intolerable que,
cotidianamente, se presenta ante nuestros ojos. Es que a veces se hace necesario cerrarlos
para soportar la idea de que al abrirlos la misma seguirá allí: inconmovible y permanente.
El pensamiento de Pellegrini habilita la esperanza e indica un camino posible fundado en
una voluntad que ha sabido superar la impotencia y, trabajando dentro del sistema
sanitario, da testimonio de la posibilidad concreta de llevar adelante una praxis
transformadora de esa realidad rescatando la pertinencia de una clara adscripción
ideológica y la preeminencia de lo político en el análisis de nuestras problemáticas.

Juan Carlos Stagnaro


Profesor Regular Adjunto
Departamento de salud Mental
Facultad de Medicina
Universidad de Buenos Aires
Capítulo 1
El eslabón perdido

Soller Morsy en su trabajo “The missing link in medical anthropology: the


political economy of health”, (Rev. Anthrop. 6:349, 1979) (1) afirma que la economía
política constituye el “eslabón perdido” de la antropología respecto al uso y abuso del
alcohol. Y Agrega: “Una vez que ubicamos la realidad de la sociedad en las múltiples y
ramificadas alineaciones sociales, que varían históricamente y están deslindadas con
imperfección, el concepto de una cultura fija unitaria y circunscripta debe conducir a la
interpretación de la fluidez y penetración de grupos culturales. Además, si pensamos en
la interacción, no como causante de sí misma sino como sensible a fuerzas políticas y
económicas mayores, la explicación de la cultura debe tomar en cuenta ese contexto
mayor, ese campo más amplio de fuerzas”. (6:387)
La categoría “alcoholismo” fue incluida en la praxis médica cuando, en 1849, el
médico sueco Magnus Huss creó ese término. Su país era por entonces el mayor
consumidor de bebidas alcohólicas en el mundo. Surgió en el lenguaje humano un
vocablo que describía un fenómeno hasta entonces sin nombre. Ello no implica
desconocer que desde hace milenios los seres humanos consumían alcohol, y la
embriaguez era vivencia conocida y frecuente. Pero, entonces, se dio identidad a un
fenómeno cultural y social que adquirió entidad propia vinculada al proceso histórico
posterior a la Revolución Industrial y sus consecuencias demográficas: urbanización
acelerada, despoblamiento del campo, hacinamiento en las ciudades, carencia de servicios
esenciales, aparición masiva de una nueva clase social –el proletariado- que rápidamente
construyó su cultura, sus nuevos hábitos, sus modos de agruparse, y su vida cotidiana.
Cuatro años antes de la definición de Huss, Federico Engels publica en alemán
(Barmen, 1845) “La situación de la clase obrera” (2) basado en su estancia de dos años
en ese país, y desarrollando una serie de artículos periodísticos publicados en diversos
medios de la época. Esta obra que refleja las observaciones del autor sobre la sociedad
inglesa, puede considerarse el primer “eslabón perdido” como dice Morsy en el artículo
citado.
Engels muestra el impacto de la inmigración irlandesa, de extracción campesina
en su mayoría, y dice respecto de ella algo de muy cruel realidad para los distintos
escenarios de la explotación globalizada. Citando a Thomas Carlyle en su obra
“Chartism” reproduce: “el sajón, que no puede trabajar en estas condiciones queda
desocupado”. Se refiere a las máximas miserias cotidianas que viven esos inmigrantes.
Y sigue: “no en virtud de su fuerza sino de lo contrario, el irlandés incivilizado expulsa
al sajón nativo y se apodera de su lugar. Allí vive su suciedad y su despreocupación, en
su ebria violencia y falsedad núcleo perfecto de degradación y desorden”. Y luego de
describir la miserable condición de vida de dichos inmigrantes dice Federico Engels:
“…cuanto ganen por encima de eso lo gastan en bebida”. Citando a un conocido medico
inglés de la época, Engels afirma: “los irlandeses han descubierto, al decir del Dr. Kay,
cuál es el mínimo de las necesidades vitales, y ahora se lo están enseñando a los obreros
ingleses. También han traído consigo su suciedad y su afición por la bebida. (Pág. 346 y
347. “La situación de la clase obrera en Inglaterra”. Grijalbo. Méjico. 1987)”
Finalmente, en el capítulo que dedica a la inmigración irlandesa a Inglaterra, Engels dirá:
“Y puesto que el pobre diablo ha de tener por lo menos un disfrute, ya que la sociedad
lo ha excluido de todos los demás, entonces va y bebe aguardiente. El aguardiente es lo
único que hace que, para el irlandés, la vida valga la pena ser vivida; el aguardiente y
en todo caso un temperamento jovial y despreocupado, y por ello se entrega al
aguardiente hasta la ebriedad más brutal. El carácter meridional e irreflexivo del
irlandés, su tosquedad, que lo ubica muy poco por encima del nivel de un salvaje, su
desdén por todos los disfrutes más humanos, de los cuales es incapaz justamente a causa
de que su tosquedad, su suciedad y su pobreza, todo ello favorece en él el alcoholismo;
la tentación es demasiado grande, no puede resistirse a ella, y en cuanto obtiene algún
dinero debe echárselo al gaznate. ¿Qué otra cosa habría de hacer? ¿Cómo esa sociedad
que lo sitúa en una posición en cual debe convertirse, casi necesariamente, en un
bebedor, que lo desatiende en todo y permite que se embrutezca, cómo habría de
condenarlo después si se convierte en un beodo?”. (Op. cit. Pág.348)
Aquí Engels proporciona un método de análisis sociológico y antropológico, que
partiendo de las condiciones de vida y de los conflictos de clase, abre una comprensión
sobre la alcoholización, el desarraigo, la aceptación de condiciones inciertas y ruines de
vida, la inmigración compulsiva, la ilusoria búsqueda de mejores horizontes, y la
instrumentación de las bebidas alcohólicas como modo de control social por parte de las
clases poderosas. Asimismo muestra al alcoholismo como un espacio de encuentros entre
miembros de una misma clase social –la obrera- más allá de su origen nacional.
Engels explica que en el proceso de urbanización abierto por el industrialismo se
trastocó violentamente la vida cotidiana de los trabajadores y la relación entre las clases
sociales. Mientras en el campo trabajadores y propietarios compartían el mismo hábitat y
tenían fácil contacto diario, al desplazarse a la ciudad y formarse una clase burguesa
industrial adinerada, ésta construyó sus propios barrios con normas, lugares de reunión y
funcionamiento distintos de las aglomeraciones operarias, en general cercanas a las
fábricas con su polución ambiental, falta de servicios, hacinamiento, mezcla de etnias,
regiones y proveniencias, y lugares de reunión en los que la bebida colectiva era el
aguardiente de las tabernas.
Ese cuadro, que Charles Dickens describiera tan bien en su novela “Los Tiempos
difíciles”, era descrito de este modo por Engels: “Si un individuo le infiere a otro un daño
físico tal que el mismo provoca la muerte del lesionado, denominamos a éste un
homicidio; si el autor del acto sabía de antemano que el daño causado habría de ser
mortal, calificamos a su acción de asesinato. Pero si la sociedad sume a centenares de
proletarios en una situación tal que necesariamente hayan de sucumbir a una muerte
prematura y antinatural, a una muerte que es tan violenta como la producida por la
espada o por un proyectil; si sustrae a miles de ellos las condiciones vitales necesarias;
si los coloca en una situación en la cual no pueden vivir; si mediante al vigoroso brazo
de la ley los obliga a permanecer en estas condiciones hasta la llegada de la muerte, que
debe ser consecuencia de dichas condiciones; si sabe sobradamente que estos millares
deben caer victimas de tales condiciones y no obstante las deja persistir, ello constituye
un asesinato lo mismo que la acción del individuo, sólo que un asesinato oculto y alevoso,
un asesinato contra el cual nadie puede defenderse, que no parece ser un asesinato
porque no se ve al asesino, porque todos, y a la vez nadie, son ese asesino, porque la
muerte del sacrificado parece ser natural y porque es menos un pecado por acción que
un pecado por omisión”. (Págs. 350-351)
En ese contexto social Engels remarca en varios párrafos el papel que juega la
inducción a beber alcohol como instrumento de sometimiento. Así dirá: “A los
trabajadores se los fatiga a diario con el trabajo hasta el total agotamiento de todas sus
energías físicas y mentales, y de este modo se los incita de continuo a la más insensata
demasía en los únicos dos disfrutes que se hallan a su alcance: el placer sexual y la
bebida”. (Op. cit. Pág. 353)
En este contexto social Engels remarca en varios párrafos el papel que juega la
inducción a beber alcohol como instrumento de sometimiento. Así dirá: “A los
trabajadores se los fatiga a diario con el trabajo hasta el total agotamiento de todas sus
energías físicas y mentales, y de este modo se los inicia de continuo a la más insensata
demasía en los únicos dos disfrutes que se hallan a su alcance: el placer sexual y la
bebida”. (Op. cit. Pág. 353)
Las malas condiciones de vivienda y alimentación hacían que los niños de esos
hogares obreros recibieran escasa comida, aguardiente “para entrar en calor” y derivados
del opio para sedarlos, o dormirlos aún con hambre. En la descripción de las condiciones
de vida que minan su existencia, el autor describe lo que puede ser el regreso del obrero
al hogar, agotado, con vivienda inadecuada, oscura, sucia y sin ventilación adecuada.
Nada le permitía reponerse del esfuerzo y desgastes diarios: “Necesita algo por lo que
valga la pena trabajar, que le haga tolerable la perspectiva de su próximo y amargo día”
(Op. cit. Pág. 357) … “su cuerpo debilitado exige imperiosamente un estímulo externo;
sus necesidades de sociabilidad sólo pueden satisfacerse en la taberna” … “Y aparte de
las influencias más bien físicas que impulsan al obrero hacia la bebida, obra el ejemplo
de la inmensa mayoría, el descuido en su educación, la imposibilidad de proteger a los
jóvenes de la tentación, en muchos casos la influencia directa de los padres alcohólicos
que se encargan ellos mismos de dar aguardiente a sus hijos, la certeza que en la
embriaguez olvidarán, cuando menos por algunas horas, las miserias y la presión de la
vida…” (Op. cit. Pág. 358. Subrayado nuestro)
Engels entiende el carácter relacional del alcohol, su papel de componente de la
fraternidad entre trabajadores, y el importante rol que juega en el proceso de identificarse
como proletarios, proceso que siempre es con otros, por la mirada, el diálogo con pares
sociales diferenciados de quienes los sumen en la pobreza de la explotación
deshumanizante. Aquí el alcohol no solo es identificatorio, relacional, agrupante, sino
expresión fallida de rebeldía. Fallida en tanto la violencia suele volverse contra el propio
alcoholizado, o lo desorganiza personalmente, impidiéndole la alianza fraterna con sus
pares.
El mismo carácter instrumental respecto del uso de drogas lo expone Engels en el
ejemplo de madres trabajadoras que para concurrir a las fábricas daban a sus pequeños
láudano (opiáceo aún en uso) con el fin de dormirlos hasta su regreso, y lo mismo, en
cantidad superiores a niños que vencían el miedo a trabajar en las minas ingiriendo
“Godfrey’s Cordial” de alta concentración opiácea en forma de jarabe. Tomando a un
pensador de la burguesía inglesa Symons, dirá Engels: “la pobreza ejerce sobre el
espíritu el mismo efecto disolvente que el alcoholismo sobre el cuerpo”.
En su obra, ya Engels observa la relación que existe entre oferta y demanda en
el campo del alcoholismo, cuando analiza los efectos de la Ley Cervecera de 1830 que
facilitó la instalación de cervecerías en las que los propietarios podían vender
directamente al público, poniendo “la taberna frente a las puertas de cada cual” (Pág.
381) anota que en Glasgow en 1840 existía una taberna cada diez casa de familia en las
barriadas pobres. Para Engels esta manipulación del alcohol como modo de sujeción de
la clase trabajadora va a acompañada de otros efectos propios del sistema social de
explotación del hombre por el hombre: mala alimentación, desgaste físico, prostitución,
violencia nocturna y de fines de semana por la alcoholización, empobrecimiento, dejando
en las casas de empeño lo poco que poseían para mantener la ilusión de los disfrutes
inducidos. Todo esto lleva a un desenlace: la desmoralización de la clase obrera,
agravante de su explotación y de la riqueza creciente de las patronales.
Así surgieron las ligas de templanza, que predicaban la abstinencia, como la de
Father Mathew, “el apóstol irlandés de la templaza”. Recorrían las grandes ciudades
inglesas en proceso de industrialización, congregando a miles de obreros que hacían la
“pledge” (promesa) de no volver a ingerir alcohol, para recaer poco después en la ingesta
excesiva.
“¿Puede exigirse a una clase que debe soportar todas las desventajas del orden
social sin disfrutar de sus ventajas, a una clase a la cual ese orden social sólo se le
manifiesta como hostil, que respete ese mismo orden social?” (Pág. 383) … “La no
observación del orden social se manifiesta con la mayor claridad en su expresión
extrema, en el delito. Cuando las causas que desmoralizan al obrero actúan en forma
más intensa y concentrada que lo habitual, éste se convierte en delincuente” (Pág. 384).
Aquí el autor adelanta conceptos que un siglo y medio después un estudio multicéntrico
de la Organización Panamericana de la Salud volverá a mostrar. (“Revista Panamericana
de Salud Pública” Abril-Mayo 1999) (3)
El modo en el que la industrialización trastocó la vida cotidiana de los
trabajadores, lo refleja Engels en el siguiente párrafo: “Los fabricantes instauraron el
vergonzoso sistema de trabajo nocturno: algunos tenían dos clases estables de obreros,
cada una de ellas en número suficiente como para poder ocupar toda la fábrica; una
clase trabajadora las doce horas del día, y la otra las doce horas de la noche. Es fácil
imaginar las consecuencias que semejante privación continua del descanso nocturno –
que no puede ser reemplazado por ningún descanso diurno- debía acarrear al estado
físico en especial de los niños más pequeños y mayores, y aún de los adultos. Su resultado
necesario era una irritación de todo el sistema nervioso, ligada a un debilitamiento y
aflojamiento generales de todo el cuerpo. A ello se sumaba el fomento e incitación de la
afición a la bebida, así como las relaciones sexuales irregulares: un fabricante atestigua
que durante dos años, en los cuales se trabajaba de noche en su fábrica, nacieron el
doble de hijos extramatrimoniales, y que por lo general, se produjo tal desmoralización
que debió abandonar el trabajo nocturno” (Pág. 405).
Este párrafo de Engels, termina con una cita de Malthus, quien a su vez cita a un
poeta inglés de la época: “El pobre se acerca a la mesa del festín de la Naturaleza y no
halla un cubierto libre para él; la naturaleza le ordena largarse puesto que antes de
nacer no pregunto previamente a la naturaleza si lo quería” (Op. cit. Pág. 531)

Lo que el alcohol tapa


Desde el punto de vista materialista histórico este texto de Engels propone un
basamento para pensar la Psicología Social. Los efectos en el psiquismo del sistema
capitalista de producción; el proceso de alcoholización vinculado a la Economía Política;
el condicionamiento en la vida cotidiana de la sociedad de clases. Aparece eso que Soheir
Morsy llamo “el eslabón perdido” entre las ciencias del hombre y el proceso de
alcoholización. Es un campo a desarrollar aún hoy en que “hay una relación causal entre
la cantidad de tinta consumida por las plumas de los escritores de este tema y la de
alcohol consumido por los bebedores” según escribiera Merrill Singer en “Hacia una
economía política del alcoholismo” (1).
Del artículo mencionado, nos interesa aquí un análisis del alcoholismo
relacionando lo cultural con lo económico-político. Es significativa la afirmación que
dicho autor formula: “Múltiples informes antropológicos indican que la mayoría de las
sociedades precapitalistas, excepto las de América del Norte y Oceanía, habían
descubierto o aprendido el conocimiento y las costumbres de la manufactura y consumo
del alcohol, antes del contacto colonial. Sin embargo estos estudios comparten la
conclusión de que raras veces se presentaron, si es que ocurrió, consecuencias
patológicas bajo condiciones precapitalistas. En vez de ello, el consumo de alcohol se
estructuraba ritualmente, era controlado socialmente y se encontraba profundamente
arraigado dentro de un patrón cultural estable” (op.cit. pág. 13).
Con el desarrollo de las sociedades capitalistas, y la extensión a todo el mundo de
estos hábitos, el proceso de alcoholización fue incluyéndose en la nueva cultura
hegemónica como instrumento de control social y de planificación de la propia vida de
los trabajadores. En este sentido, D.B. Heath (“The sociocultural model of alcohol use:
problems and prospects”. J. Opl. Psychiat. 1978) afirmaba: “… (los bebedores de
antecedentes incultos) consideran que la bebida “ocasiona problemas” al segmento de
la población del mundo que domina económica y políticamente, y que constituye una
“válvula de escape” a los problemas para los dominados” (1) (entrecomillado en el
original)
En esta perspectiva que señalamos, vemos que una de las interpretaciones socio
antropológica del consumo excesivo de bebidas alcohólicas en los sectores populares lo
liga a formas de resistencia contra los explotadores. N. O. Lurie, en un estudio realizado
sobre los modos de beber entre los indígenas norteamericanos llega a decir que la ingesta
de alcohol de los colonizados “es la más antigua protesta mundial aún vigente” (“Beliefs,
Behavior, and alcohol beverages”. University of Michigan Press. 1979) (1) Desde el
mismo campo disciplinario, el alcoholismo aparece ligado con la transculturación y el
estrés generados por la hegemonía cultural capitalista sobre comunidades. En la
publicación arriba mencionada de la Universidad de Michigan pueden verse los aportes
de Madsen W. y Madsen C.; Robbins M. C. Para otros autores el alcoholismo está
determinado por la estratificación racial (Maynard, E.: “Drinking as part of and
adjustment syndrome among the Oglala sioux”, 1969) o por la pobreza y la dominación
física (Spradley, J. P. “You Owe yourself a Drunk” Boston, 1970) (1)
En trabajos por mí publicados: “Gerónima” (4) o “Alcoholismo y control social”
(5) coincido con enfoques señalados por autores citados “ut supra”.
El ya citado D. B. Heath señala que “las formas y medios de ingerir bebidas
alcohólicas están definidos culturalmente”. Madsen y Madsen, también ya citados,
sintetizan al respecto: “la embriaguez de grupo intensifica la sensación de comunidad y
acentúa la conducción de alarde del desempeño de un papel valioso”. Esto que también
recogemos de la observación social y de los Grupos Institucionales de Alcoholismo
(G.I.A.), es lo que se ha popularizado como “mala junta”, una noción de cofradía, de
fraternidad dada por la común ingesta de alcohol. Es la noción de identidad por
pertenencia que proporciona el hábito compartido.
Sobre esta misma base se estructuran respuestas al alcoholismo basadas en el
anonimato, donde la identidad individual queda marcada por la pertenencia al grupo, y
éste identificado a su vez por el no-alcohol: se pasa de alcohólico a ex-alcohólico, con lo
cual la identidad grupal e individual siguen estando definidas por la bebida, y no por las
historias de vida de cada individuo como parte de una familia, un pueblo, una nación,
(todo ello sintetizado en el nombre y apellido que cada ser humano posee como síntesis
de su biografía personal). En los abordajes basados en el anonimato lo determinante sigue
siendo la bebida: antes porque se tomaba y ahora porque se deja de tomar. Es posible
definir a estos grupos ligados por el anonimato, cómo “grupos burocratizados”, según
lo definiera Bléger (17). Cuando el proceso de construcción de la identidad se concibe
socioculturalmente, la salud alude a la capacidad transformadora de los sujetos de
realidades generadoras de sufrimiento humano. Por lo contrario cuando el criterio de
salud es definido por no tomar bebidas alcohólicas, el referente siguen siendo estas
mismas, y la vida de los seres humanos adquiere significado y trascendencia sólo por la
abstinencia. (6)
E. Wolf en “Europe and the People Without History” (University of California
Press. Berkeley, 1982) afirma que mientras más sabemos acerca de los amplios procesos
que moldean nuestro mundo “surgen con mayor claridad su historia y la nuestra como
parte de la misma historia” (1)
En distintos trabajos he citado el papel del alcohol en la Conquista de América,
en la Conquista del Desierto, y en la destrucción de la organización social mapuche de
nuestro país. (7) Cuando se lee el informe de la Cultura Survival Inc. Describiendo la
situación de los Ju/wasi de Nyae Nyae, tribu sudafricana sometida a la ocupación de
Namibia, se observan las mismas patentes del alcohol puesto al servicio de similares
procesos económico-políticos: “Ju significa persona, wa significa correcto o apropiado,
ellos se denominan la gente con buenos modales, pero en la actualidad la miseria y la
violencia han deteriorado su vida. Apiñados en asentamientos provisionales, e
inhabitables proyectos de vivienda situados alrededor del pueblo administrativo de
Tshumkwe, así como en plazas policíacas y militares, los Ju/wasi llevan vidas ociosas y
extenuantes. La ebriedad desencadena los celos y el odio al verse sujetos a una economía
monetaria en la que sólo unos cuantos obtienen trabajo (principalmente como soldados
para el ejército ocupante). El deterioro de sus valores y derrumbe de su autoestima los
estimula a la bebida. Tradicionalmente los Ju/wasi no bebían alcohol, pero cuando se
abrió una tienda de licores financiada con un préstamo del gobierno se disparó la
ebriedad”. (1)
No puede ser más similar a lo sucedido en nuestro continente, donde la Conquista
española y de otros países europeos se valió de las bebidas alcohólicas como un corrosivo
que desorganizó socialmente a los pueblos indígenas, destruyó sus normas, transculturó
violentamente, impuso el castigo de los extrañamiento por el que los primitivos dueños
de América morían en las peores condiciones, asesinó a millones para saquear metales
preciosos en cantidades nunca vistas en la historia, apropiándose de tierras y cursos de
aguas e imponiendo manos de obra esclava. El alcohol introducido violentamente contra
las normatizaciones rituales milenarias, causó estragos junto a las enfermedades
infecciosas introducidas entre los pueblos americanos por portadores enfermos traídos de
Europa (la viruela, la sífilis, la tuberculosis). El modelo se repicó exactamente en la luego
llamada Conquista del Desierto por la cual los terratenientes del Jockey Club de Buenos
Aires se apropiaron de millones de hectáreas del Río Colorado al Sur.
Si bien es cierto que el proceso de alcoholización abarca a los más diversos grupos
y clases sociales, los efectos, prevalencias y chances de recuperación hacen diferencias
de clases. Ya hace treinta años un estudio de Cisin I. Cahalan D. (“Some correlates of
American drinking practices. Recent advance in studies of Alcholism” Nacional Institute
of Mental Health. 1970) Señalaba: los hombres de todas las edades de los niveles sociales
más bajos tienden a tener considerablemente más riesgo para contraer diferentes tipos
de problemas relacionados con el alcohol que los hombres de niveles sociales más altos”.
(1) Y L. N. Robins en “Alcoholism and labelling theory” (Reading in Medical Sociology.
New York. 1980) apuntando en la misma dirección afirma: “ser pobre, varón, con una
educación deficiente y pertenecer a grupos étnicos de bajo nivel social” (1) son
características sociales más asociadas a alcoholismo. La ya mencionada investigación
multicéntrica de la OPS arriba a conclusiones similares. Y a la vez, esto contradice la
creencia compartida por cierta opinión médica vulgarizada, y por las organizaciones de
autoayuda basadas en el anonimato, en cuanto que el alcoholismo no respeta clases
sociales.
Aquí no podemos dejar de relacionar las notas precedentes con “la
desmoralización” de la que hablaba Engels. ¿Hoy diríamos depresión por privación
económica, miseria, políticas de ajuste, desempleo, y angustia propia de la inseguridad?
En otro estudio Brenner H. “Trends in alcohol consumption and associanted
illness” (American Journal of Public Health. 1975) encontró aumento en la venta de
vinos y cervezas durante períodos de recesión económica y aumento del desempleo. Las
tasas de consumo aumentan a medida que aumenta la inestabilidad económica. Las bajas
en salarios y en los empleos se siguen durante dos o tres años por aumentos en las tasas
de mortalidad por cirrosis. El autor afirma que la crisis económica genera estrés social
cuyo alivio se busca en la bebida. (1)
Merrill Singer (1) relaciona la ingesta de alcohol, con el proceso de identificación
de la clase trabajadora como tal, y el mantenimiento de esa identidad entre ciertos
indígenas americanos. En nuestro país, cuando se ingresa a la comunidad mapuche de
Ruca Choroi, en el Norte neuquino, hay carteles que reproducen una disposición legal
nacional: no se puede ingresar con bebidas alcohólicas, ni aún dentro de la comunidad se
las puede adquirir. Guardaparques y gendarmes garantizan el cumplimiento de esa orden
para los habitantes de la reserva. Se podría pensar que se trata de una norma para custodiar
la salud de nuestros hermanos mapuches. Pero cuando se ven las condiciones miserables
de existencia, las enfermedades endémicas, los retrasos evolutivos por falta de aporte
nutritivo, y las viviendas en las que sus habitantes soportan los crudos y largos inviernos,
uno se da cuenta que la prohibición tiene más que ver con esto que señalan Singer y
Engels: el uso relacional del alcohol, su posibilidad de canalizar la rebeldía y el papel que
juega en los procesos de identificación comunitarios.

Consumo y enfermedad. Cambios históricos


Los patrones de consumo; los factores de disponibilidad de bebidas alcohólicas,
la producción de vinos o bebidas destiladas, el mercado, fueron experimentando los
cambios históricos que las fuerzas productivas y las relaciones de producción
determinaron. En las economías precapitalistas el alcohol ya era mercancía de
importancia fiscal, dado que generaba recursos al estado por medio de impuestos.
Con la revolución burguesa y la aparición de la clase obrera surge un discurso
dominante respecto al consumo. La temperancia fue parte de la ideología burguesa
ascendente como autodisciplina moralizante. Al entrarse en la era de la producción a gran
escala industrial, el alcohol amenaza al ordenamiento productivo, es motivo de
ausentismo y desorganizador de la tarea industrial. Los movimientos prohibicionistas que
solían contar con apoyos religiosos, trataban de reglar no la conducta del conjunto social,
sino, en especial, el consumo de bebidas de los trabajadores. Las clases “respetables” se
embanderaban con la virtud prohibicionista, a la que trataban de imponer como moral de
la época y del progreso. Pero, en verdad, ese discurso tenía como destinataria a la clase
obrera, cuya disciplina laboral y su productividad se buscaban garantizar. Los obreros
bebían en sus propios espacios sociales como desafío a la clase de sus patrones.
Después de 1945, en la post-guerra, se imponen nuevos patrones y criterios, más
permisivos y progresivamente inductores, dado que la industria alcoholera se había
constituido en un fuerte factor de poder, capaz de operar sobre las políticas de Estado. En
los EE. UU. esto puede ejemplificarse con el fuerte respaldo que pasa a recibir la naciente
industria vitivinícola de California, poseedora de grandes capitales que ahogan a los
pequeños productores. Esta articulación entre poder económico y peso político se ve en
nuestro país por la fuerza que adquiere el lobby bodeguero, en especial mendocino, sobre
cualquier iniciativa nacional que recorte el consumo, como ya veremos más adelante. En
los EE. UU. es conocido el éxito logrado en el Capitolio por el Senador Alan Cranston
eximiendo de impuestos federales al grupo californiano Gallo, principal productor
mundial de vinos de mesa.
Capítulo 3
La Salud Mental en
tiempos de hambre
y guerra

El fenómeno social del hambre está más que instalado en Argentina. Junto a ello,
la vivencia del genocidio provocado en Iraq, las imágenes que seguimos presenciando, y
el proyecto de crear un nuevo orden mundial basado en esa violencia prepotente y
devastadora, tienen un efecto sobre nuestro psiquismo que suma incertidumbre, angustia,
desorganización del pensamiento y disgregación social. Todos sabemos el modo en que
ello genera situaciones sicosociales, donde el consumo de sustancias sicoactivas aparece
como un modo de paliar tantos sentimientos insoportables.
Pero, a la vez, la invasión a Iraq ha mostrado la hipocresía con la que actúan los
países belicistas respecto del consumo de sustancias. Los periodistas independientes,
algunos de los cuales fueron asesinados en el bombardeo al Hotel Palestina –seguramente
para eliminar molestos testigos del horror- han documentado el uso de sustancias
anfetamínicas por parte del ejército anglonorteamericano, buscando combatir la fatiga,
euforizar frente al miedo, y mantener despiertos a los soldados durante las 24 horas
aumentando su capacidad de matar. Tal como sucede en nuestras historias clínicas, la
falta de motivación para vivir crea condiciones para la drogadependencia. En este caso es
la pobre motivación de los soldados invasores para emprender el que bautizaron como
Operativo Libertad, buscando armas de destrucción masiva inexistentes, armas químicas
en tambores que sólo contenían fertilizantes, terroristas que sólo pueden encontrar entre
sus propias tropas, matando niños, mujeres, ancianos y pueblos enteros, o corresponsales
molestos. Parece que en estos casos las drogas de circulación ilegal pasan a transformarse
en legales, y más aún: capaces de dotar de una razón “civilizadora” para el genocidio.
Hemos dicho reiteradamente que el consumo de sustancias sicoactivas, implica un
proyecto cultural, ideológico, político, militar, de los poderosos del mundo. Y según sus
necesidades de dominio universal ese uso puede estar al servicio de justificar la
intervención en Colombia, o “democratizar a los incultos pueblos árabes”. Nunca en
ningún lugar del planeta, la relación entre terrorismo masivo y consumo de drogas para
la dominación violenta de una nación, quedó tan claramente demostrada como en la
invasión a Iraq. Esto nos hace recordar el reportaje que el Diario “La Nación” de Buenos
Aires le hizo al Profesor Gian Martino Benzi, con motivo del juicio que se le inició al
club de fútbol italiano Juventus, por doping a sus jugadores. Benzi declaró: “La cantidad
de drogas almacenadas en Juventus permite
comparar al equipo con un hospital chico o mediano”. Hacía referencia a que en tal
botiquín se habían hallado 281 tipos diferentes de drogas. Concluía el facultativo: “O los
jugadores estaban siempre enfermos o tomaban drogas por razones no terapéuticas”.
Queda claro que esas “razones no terapéuticas” eran razones iatrogénicas. Pero la
pregunta es ¿Por qué tanta impunidad? Este abuso de sustancias sicoactivas está al
servicio explícito, conciente y conocido del éxito de un gigantesco negocio mundial,
como es el circo futbolístico, movido por un grupo multimillonario de capitales, para los
cuales el consumo de drogas es funcional.
Y lo es también para dependizar a los posibles rebeldes, o paralizar eventuales
denuncias de los propios afectados. También para “descubrir” que tal o cual jugador de
fútbol con poses críticas, es consumidor abusivo. Así quedó fuera del Mundial de los EE.
UU. Diego Armando Maradona, en un Campeonato del cual era sponsor oficial la bebida
alcohólica Budweiser, cuyo consumo excesivo se promovió ligado a la pasión
futbolística. En un caso las drogas se administran para hacer correr más petróleo por los
oleoductos ingleses y norteamericanos. En otro para cotizar más altos los goles, los pases,
y las muertes de jugadores.
Hace pocos días se reinternó en nuestro Hospital un paciente con alcoholismo
crónico, que abandonaba reiteradamente su terapia grupal en el Grupo Institucional de
Alcoholismo (G.I.A). Su estado general era más que malo. Cuando participó de la
reunión, el resto de los miembros del grupo estaba conversando sobre el horror que les
producían las imágenes del genocidio iraquí. Aún confuso, el recién llegado comenzó a
conectarse con el diálogo grupal. En determinado momento relató algo que nunca había
traído hasta ese momento, pese a las muchas internaciones registradas. Asociándolos con
los sucesos de la invasión a aquel país árabe, contó que siendo miembro de la Marina de
Guerra argentina había participado de la represión durante la Dictadura Militar. Jamás
este recuerdo había sido traído. Allí recordamos el escrito de Freud: “La guerra de afuera
detona la guerra de adentro”. Pudo entenderse entonces qué vivencias terribles tapaba la
botella en este paciente, volviendo a señalar el control social que el promovido abuso de
bebidas alcohólicas facilita a los grupos dominantes.
En un reciente reportaje televisivo, se le preguntó a un niño tucumano qué era para
él el hambre. Y así contestó: “Es un dolor que me empieza a la mañana acá (se señaló el
abdomen), luego se me sube acá (se indicaba el tórax) y a la tarde ya me pongo como
loco”. Todo él invadido por una de las sensaciones humanas más crueles y
enloquecedoras. Sensación de vacío lastimante en el vientre, de ahogo y corazón
galopante en el pecho, y locura, angustia, tristeza infinita, desesperación. Así todos los
días, sin horizonte inmediato que prometa el fin de tanto sufrimiento. Una condena sin
plazo fijo ni responsable visible próximo. Más aún: con silencio y ausencia de las
instituciones oficiales supuestamente fundadas en evitar este horror. Todos hemos visto
las fotos de los niños muertos por desnutrición en varias provincias argentinas. ¿Cuánto
tiempo lleva destruir de esa manera a un ser humano? Y sus padres o hermanos que
sobreviven, ¿cómo calmarán tamaño dolor?
Nos han saturado con imágenes de argentinos por miles, revolviendo la basura
buscando comer. ¿Qué gusto tendrá ese alimento? ¿Se puede llamar alimento a eso? ¿Qué
sentirán los padres que llevan esa comida a sus casas? ¿Qué clase de seres humanos se
sentirán? ¿Cómo verán esos niños a sus padres, que sólo pueden proveer tal comida? ¿Qué
sucederá en las parejas? Son millones de personas, día a día, viviendo esta experiencia
aparentemente interminable y a la cual se incorporan cotidianamente más argentinos. El
barato alcohol adormece, anestesia, y calma el dolor o la locura descripta por aquel niño.
No deja de llamar la atención que habiéndose duplicado los precios de los productos de
la canasta familiar, bebidas alcohólicas de abuso promovido y masivo, prácticamente no
han variado su precio. ¿Podemos trabajar en adicciones sin partir de estas vivencias de
más de la mitad de nuestra población?
A falta de Planes nacionales contra el Alcoholismo, asistimos a completos Planes
nacionales de Alcoholización. El mismo Estado nacional que instaló la miseria, la
desocupación, la devaluación, y la devastación sanitaria, se hace el distraído frente a los
crecientes factores sociales inductores de la drogadependencia. Cuando se habla de la
inexistencia de un Programa para terminar con el Alcoholismo, lo que más bien deben
enunciarse son las políticas sanitarias y sociales que promueven la alcoholización
creciente. En tiempos de hambre y guerra, el modelo de salvaje explotación social
impuesto, nos ha permitido ver el modo en que esto mismo sucede en el actual México.
Una disposición del estado mejicano prohibió a las farmacias el expendio de tabaco. La
repuesta del libre comercio no se hizo esperar: ¿Cómo era posible que los sagrados
intereses de los grandes comerciantes fueran asímancillados? Afortunadamente el orden
fue reestablecido casi de inmediato: el mismo Estado nacional compensó a las boticas.
Ahora en lugar de tabaco pueden expender bebidas alcohólicas, como se verá capitales
económicos, sustancias sicoactivas y enfermedad pública se llevan muy bien de la mano.
El nuevo orden mundial se está gestando sobre el enorme desorden de los pueblos
invadidos, y de los próximos que figuran en la lista. Millones de argentinos ya nos
preguntamos ¿Cuándo será nuestro turno? Porque en el propio territorio argentino existe
un lugar “diabólico”, donde las masivas campañas de desinformación organizadas por la
llamada prensa seria, afirman que terrorismo y drogas ilegales se han apropiado de todo.
Me refiero a la bautizada Triple Frontera. Incluso se dice que allí habría hasta peligrosos
árabes. Todos los integrantes del Eje del Mal presentes…Y ya sabemos el trato que dicho
eje recibe. El nuevo derecho internacional no exige ni necesita pruebas: con la acusación
de los poderosos apoyada en la saturación informativa alcanza y sobra.
Hoy nuestro trabajo terapéutico debe ayudar a desentrañar estas profundas razones
del padecimiento humano. Solemos detenernos en el trabajo individual o en los grupos
familiares, buscando allí causales y soluciones. Sin duda que esa tarea es irremplazable.
De lo que se trata es de indagar en conjunto el mundo que todos estamos viviendo, no
girar en torno a la sustancia sino descubrir lo que ella tapa u oculta; no siquiatrizar o
sicologizar el fenomenal proceso de manipulación social presente en la dinámica de las
drogadependencias; develar que estamos frente a planes de subordinación de pueblos y
naciones enteras. Quizás aquella monstruosa Guerra del Opio gracias a la cual Inglaterra
subordinó y aplastó la resistencia anticolonial del pueblo chino pueda servirnos de
dolorosa fuente de aprendizajes. Absolvemos a los verdaderos responsables cada vez que
nos detenemos solamente en las conductas antisociales de este o aquel consumidor. Esas
mismas conductas sólo pueden ser comprendidas si quedan referidas a los marcos
históricos., sociales y políticos actuales generadores de nuevas formas de subjetivad
basadas en la anomia o la transgresión.
Muchas veces hablamos sobre subculturas y lenguajes propios en grupos
consumidores de sustancias sicoactivas. Hay también quien ha comparado esto con
formas tribales de organización humana. El fenómeno no puede ser descifrado si no
vemos que estos tiempos de hambre y guerra, son también tiempos de anomia, donde
todas las normas de la convivencia social han sido violentadas reemplazadas por la ley de
la selva.
Es sabido que el desarrollo de los seres humanos requiere de la existencia de un
sistema normativo que regule y oriente la relación entre individuos, grupos humanos y
sociales. Conocer y enmarcar la vida en un sistema de normas que establecen con claridad
y certeza lo que se puede y lo que se debe es un apuntalamiento del siquismo y de la salud.
La estructura familiar y la subjetividad individual resultan de imposible funcionamiento
adecuado sin leyes que las estructuren y orienten. Es lo que el Derecho sintetiza en
códigos y sistemas legales, consagrando el principio de igualdad ante la ley. La vivencia
de ruptura o de doble discurso respecto de este principio organizador de la vida humana
es fuente permanente de violencia y malestar social. La desintegración de estos ejes
fundantes del siquismo no se hace sin graves consecuencias para individuos, familias y
comunidades. Esto forma parte el material clínico con el que trabajamos a diario.
Es necesario abordar el drama colectivo del desempleo. El trabajo es aquella
actividad que nos diferencia del resto de los animales. La capacidad de transformar la
Naturaleza según nuestras necesidades vertebra la condición humana. Es un organizador
del pensamiento y de la conducta de los hombres. Da sentido a su existencia articulando
al homo sapiens con el homo faber. Estructura horarios, hábitos, relaciones y espacios de
la vida cotidiana. Incluye el aprendizaje de disciplinas para poder pensar, sentir y actuar.
Facilita el proceso de encuentro, organización social e intercambio humano. Habilita
espacios individuales y colectivos en los que se apoya la práctica social. Debemos partir
que ya existe en nuestro país más de una generación que nunca transitó la experiencia
laboral, que desconoce la vida determinada por ese eje familiar a generaciones enteras de
argentinos. Sus horarios, sus contactos sociales, su ocupación del espacio colectivo, sus
formas de encuentro, su organización familiar, sus roles y funciones en el grupo primario
y en el vecindario han experimentado cambios aún no suficientemente estudiados. Nuevas
formas de subjetividad devienen de este proceso que sigue contribuyendo a ensanchar las
brechas generacionales y de género. Cuando trabajamos en Salud Mental, lo hacemos con
seres humanos y grupos que organizan sus propios códigos, lenguajes, estructuras
jerárquicas, relaciones de convivencia y poder, los cuales entran en colisión con grupos
familiares y normas sociales. Lo señalado se observa de inmediato, por ejemplo, en
alcoholismo, otras adicciones y psicopatías. ¿Cómo entender más abarcativamente esta
situación clínica? Existen en nuestro país sectores sociales que también se rigen por
normas que le son propias, y que difieren abiertamente del principio de igualdad ante la
Ley.
La ética y las normas legales prohíben y sancionan el homicidio. Sin embargo un
sector de la sociedad argentina se rige por una norma distinta que le garantiza la
impunidad y el derecho a matar masivamente. Me refiero a los represores de la Dictadura
Militar instalada en 1976, por no citar otros ejemplos. La ética y las normas legales
prohíben y sancionan el robo. Sin embargo existe un sector de la sociedad argentina, me
refiero a los banqueros, que cuentan con normas que les son exclusivas y permiten, y aún
premian, el acto de robo quizás más escandaloso de estos tiempos, cuyo mismo nombre
consagra la diferencia. Me refiero al corralito y al corralón impunes. Evidentemente los
que están dentro de esos corrales disfrutan de un sistema normativo protegido que los
diferencia de los que vivimos del otro lado del cerco.
La ética y las normas legales exigen que todos debemos contribuir al bien común
sosteniendo la cosa pública a través del aporte económico impositivo calculado en
función de nuestro patrimonio. Sin embargo existe un grupo de personas, me refiero a los
grandes evasores, que se rigen por normas que le son privativas y premian el no
cumplimiento de la norma general. Podríamos seguir con la lista de grupos humanos
transgresores sin sanción y con premio. Esto se ha transformado en un modelo social
vinculado al éxito, al poder, al reconocimiento y disfrute de derechos ansiados por todos,
pero disfrutado sólo por los sectores ligados al doble discurso, al doble sistema de normas,
y al doble juego de libros contables. Lo curioso es que no se les considere transgresores.
Este hecho que corrompe y fragmenta la organización social, se ha tornado familiar,
natural, y aceptado.
¿Por qué entonces puede sorprendernos que otros grupos sociales, en este caso
vinculados al consumo de sustancias sicoactivas u otras patologías, adopten normas,
lenguajes, jergas, jerarquías diferentes, que les son propias y ajenas a la ética y a los
principios enunciados como de cumplimiento obligatorio para todos por igual? Lo que
también debe ser trabajado clínicamente es la comprensión de porqué en este caso
socialmente sí se los considera transgresores.
Vuelve a probarse que no hay Salud sin Justicia pareja para todos, e igualdad ante
la Ley. Que las públicamente conocidas desigualdades son fuente permanente de
violencia, de malestar, de enfermedad en cualquiera de sus formas. Los colegas que han
trabajado con familiares de detenidos desaparecidos han mostrado con claridad que la
vivencia de Justicia resulta esencial para el desarrollo normal de los individuos, y que
ésta misma es factor esencial para la reparación del sufrimiento, del dolor, y de los efectos
de la violencia.
Capítulo 4
La comunidad
como agente preventor

Los que roban la carne de la mesa


Los que roban la carne de la mesa predican resignación,
aquéllos a los que están destinados los privilegios
exigen espíritu de sacrificio.
Los hartos hablan a los hambrientos
de los grandes tiempos que vendrán.
Los que llevan la noción al abismo
afirman que gobernar es demasiado difícil
para el hombre sencillo.
Bertolt Brecha
(De “Catón de guerra alemán”).
Poemas escritos en el exilio.
1933-1947

Un riesgo en el que no quisiera caer, es escribir algo atemporal e impermeable a


los hechos que la realidad argentina nos marca, porque si hablamos de la comunidad es
obvio que decimos el pueblo argentino. Y además que nos referimos a él como
protagonista de la prevención. Pueblo en situación. Porque de no ser así hablaremos de la
irrealidad, tan habitual cuando de planteos académicos se trata. O taparemos el silencio
con palabras que nada dicen porque la verdad ha quedado oculta. Un pueblo con hambre,
que en el pleno centro de la ciudad de mayores ingresos de la Argentina revuelve bolsas
de basura para comer. ¿Qué sabor tiene la comida en estos casos? ¿Qué ven en los ojos
de sus hijos esos padres que proveen tal tipo de alimento? ¿Llamaremos alimento a eso?
¿Qué condición humana se construye satisfaciendo de ese modo una necesidad tan vital
como lo es el comer? Aprendimos desde siempre la función socializadora del proceso
alimentario. Tenemos todavía en nuestras imágenes interiores aquellas figuras de la mesa
familiar sobre la cual el pan, los platos, el mantel, presidían nuestro aprendizaje de la
vida. ¿Qué se aprende hoy en torno de bolsas de basura transformadas en tablas de
comedor?
Imposible no asociar estas escenas ya tan crudamente cotidianas con un
aprendizaje de la violencia y de la violentación de familias enteras, sus vecinos y sus
compatriotas. Estamos describiendo, poniendo en palabras, hechos sociales, que cuando
son explicados por funcionarios nacionales parecen producto de alguna catástrofe natural
o de un pasado presente en el que dichos funcionarios no tienen responsabilidad, y actúan
al estilo de comentaristas del creciente sufrimiento ajeno. Esta toma de distancia
insensible de los problemas del hambre y la violencia interna mostrar que los mismos son
inevitables sin solución. Una fatalidad lamentable. No más de eso en el mejor de los casos,
que es cuando, ante la imposibilidad de seguir acallando el grito social, se lo mencionan
como un dato estadístico. O los medios de comunicación se regodean mostrando
imágenes de la degradación sin referir las causas políticas y sociales de tanta
deshumanización. Esa es parte de la situación por la que atraviesa la comunidad hacia la
que apuntamos como protagonista de la prevención.
Hablamos de un pueblo al que se le miente desde la palabra y desde el silencio.
Los que llevaron al país al mayor riesgo imaginable de disolución nacional y social, meses
atrás saturaban noticieros hablando de un termómetro que sorpresivamente dejó de existir.
Todos guardamos memoria de aquel abismal riesgo país, presentando diariamente como
símbolo máximo de nuestra caída. Un dato, un número de tres cifras primero, y de cuatro
después. El futuro dependía de aquel termómetro periódico que se disparaba como un
cohete especial. Y así también eran nuestro espanto y nuestro asombro. Hasta que
empezamos a preguntarnos de qué se hablaba realmente cuando se decía riesgo país. En
aquel momento la dosis de droga informativa que nos habían traficado comenzaba a no
surtir efecto. Entonces los traficantes informativos cambiaron la mercancía por otras más
efectivas en su logro dependizador. Así hoy se trata de hacer cualquier esfuerzo
imaginable “para no quedar excluidos del mundo”. Justamente “excluida” la Argentina,
cuya comunidad asiste absorta a la visita de cuanto funcionario extranjero hay,
controlando hasta el último centavo nuestro. Hasta nos dicen: debe haber más
desocupados o salarios miserables para que los dueños del mundo nos permitan ingresar
a él. La verdad es que estamos incluidos en el mundo, dentro de los países humillados,
saqueados y pisoteados en su dignidad nacional.
Se previene siempre en la verdad. ¿No somos nosotros, los que trabajamos en
drogodependencias, lo que decimos: “una verdad dolorosa ayuda a la familia más que
una mentira”? una verdad dicha con responsabilidad ética. Una verdad que luego habilita
y exige a quien la dijo a acompañar la reparación con la que los seres humanos
reconstruirán sus vidas.
Se enfrenta con el ocultamiento siempre vecino de la complicidad. Lo estamos
viendo a diario en los reclamos frente a lo que llegó a ser sinónimo de ¿certeza y
seguridad: los bancos. El habla popular decía “seguro como un banco”, o tiene “la
fortaleza de una caja fuerte”. Nos dimos cuenta ahora lo débiles que habían resultado esas
cajas. Es una tarea esencial de prevención de males mayores dejar de ocultar la verdad, y
que nos digan qué se hizo con el producto concreto de nuestro esfuerzo y sacrificio
durante años, quién se burla de nuestro trabajo, y ejecutar la medida para devolver
inmediatamente los depósitos bancarios a los ahorristas, única manera de respetar en éstos
su condición humana.
Cuando éranos chicos los magos lograban hacer desaparecer las cosas. “Un pase
mágico y ya no está más”. Así nos decían. Hoy hasta con un banquero y un funcionario
nacional para que millones desaparezcan. Sabemos que no hay salud sin libertad. Los
manicomios con su sistema de encierro nos vienen mostrando la verdad de esto que
volvemos a afirmar. Hubo épocas en la que los recluidos en corrales eran los animales
para su engorde, pastaje y posterior venta. Hoy en la Argentina somos los seres humanos
los que estamos en un corralito.
¿Queremos salud, y queremos prevenir violencia, humillación, autodestrucción,
proyecto de los hombres contra la condición humana? En tal caso: levantar el corralito,
dejar de tratar al pueblo argentino como animal que ingiere forraje en las bolsas de
desperdicio. Son seres humanos día a día más pobres trabajando cada día más, y más
indigentes cuando pierden su trabajo. Es preciso dejar de tratar a nuestra comunidad como
una raza inferior dependiente de las superiores que le monitorean el país, y le fijan metas
o planes a la Nación.
Esto lo sabe bien la comunidad preventora. Hace pocos días, en un noticiero, una
señora mayor que golpeaba persianas bancarias en el centro porteño decía: “yo tengo
encerrado los años de mi jubilación. Cuando me quedaba en casa me ponía mal y se me
había dado por tomar. Una vecina me trajo a esta protesta y ahora estoy acompañada.
Me siento mejor y ya no tomo”.
Por eso nuestra tarea no es contra la droga, sino contra todo lo que hay detrás de
ella y prepara las condiciones de la dependencia. El tema no es que la droga sea el blanco
de una guerra santa. Nuestra posición es de enfrentar la drogadependencia, los problemas
humanos y sociales que ella oculta y a la vez delata. Sabemos que las drogas son
sustancias carentes de vida, y que solamente las hace activas un proceso social donde las
condiciones de vida se han deshumanizado.
Se debe decir la verdad, terminar con los ocultamientos, con el hambre, con el
desempleo, con la irresponsabilidad de los responsables institucionales, con los corrales
que oprimen, con el falseamiento de la palabra, y con seguir sembrando el escepticismo
o la desesperanza.
Hace años venimos planteando que drogadependencia y conflictos de identidad
marchan de la mano. Más aún: que el proceso de devastación globalizadora producido
sobre las identidades regionales, nacionales, o étnicas, ha facilitado la actual situación
respecto del consumo de drogas. En momento de descalificación de todo aquello que nos
identifica como parte de una familia, de un pueblo, o de una historia social, la
instrumentación de las sustancias sicoactivas es una poderosa herramienta de
sometimiento. De ahí que protagonizar la prevención es hoy más que nunca rescatar
nuestras raíces argentinas y americanas, pararnos sobre nuestros pies, defender las
construcciones culturales que nos dan sentido y pertenencia. Un periodista
latinoamericano le preguntaba al Presidente de la banca suiza, cuál era el motivo por el
cual siendo tan poderosos esos intereses económicos, no aparecían invirtiendo como tales
en nuestro Continente. “Para que coloquemos nuestros capitales allí, es necesario
primero que la gente se vista, coma, o cante como lo hacemos nosotros. Eso es lo que
más protege nuestro dinero”.
Que dejemos de ser quienes somos, que nos sea negada nuestra historia, que
descalifiquemos nuestras formas regionales de concebir la realidad, que perdamos el
idioma, la música que canta nuestras letras. Suena hasta cruel recordar que nos ha ganado
el comedor de nuestras casas la hamburguesa imperial, arrinconando choripanes, tortas
fritas y churrascos, integrantes de nuestra biografía…
Por eso la prevención comunitaria significa rescatar, habilitar, inventar espacios
sociales en los que podamos encontrar tal como somos, con nuestras raíces, con los
afluentes criollos, indígenas y gringos que construyeron nuestros países, redescubrir
sencillamente cuánto bien nos hace el encuentro humano para mostrarnos quiénes somos
nosotros. Hace poco más de quinientos años, el Conquistador nos trajo sus espejos de
colores, a cambio de saquear vidas y riquezas de millones de seres humanos. Trajeron las
bebidas alcohólicas para embrutecer, y disolver las organizaciones sociales originarias.
Por siglos la lucha que impidió el exterminio definitivo fue defender la lengua, la cultura
y las convicciones de aquellos pueblos protagonistas de su histórica resistencia.
Estamos en un punto de esa misma trayectoria. Que la comunidad protagonice la
tarea preventiva, y cualquier otra en defensa de su salud, es que pueda transformar las
condiciones objetivas de existencia, que hoy generan opresión, angustia y sufrimiento,
apoyándonos en lo que realmente somos, y en la construcción de una nueva Nación.

Comunidad y Hospital Público


Esta es una relación cuyo trato ha sido particularmente dilemático. Se ha tendido
a pensarlos de modo contrapuesto. Desearía hace algunas precisiones al respecto.
En primer lugar el Hospital es parte de la comunidad, y ambos se incluyen
mutuamente en la realidad, en tanto operan con los seres humanos consultantes, que lo
hacen en uno u otro espacio social. Muchas veces, y particularmente desde enfoques
sociales que se reivindican progresistas, se ha idealizado el trabajo sanitario en la
comunidad y demonizado el trabajo hospitalario. De tal modo, tanto trabajadores como
profesionales hospitalarios han sido, y son, frecuentemente blanco de ataques
demoledores, mientras que la tarea comunitaria aparece como la panacea. La población
solicita atención a veces en un espacio y a veces en otro, encontrándose frecuentemente
con enfoques opuestos, y hasta con sistemas sanitarios paralelos y enfrentados. Esto ha
sido práctica frecuente en la Argentina, y ha llevado a falsas antinomias entre pares, que
deberían sumar sus esfuerzos si ámbito comunitario y labor institucional estuvieran
articulados en una política común que los organice y potencie.
Hacer centro en el protagonismo popular de la Salud pública también se traduce
en iniciativas dentro del Hospital: actividades por la educación y promoción de la Salud;
organización de pacientes y familiares operando en la institución; internación de personas
acompañadas por familiares y amigos; grupos terapéuticos institucionales centrados en la
Salud; organización del hospital en la calle, etc.
La contraposición de ambas tareas –una presentada como progresista y l otra como
retrógrada- ha cristalizado muchas veces en sistemas asistenciales opuestos, mientras la
población que demanda asistencia suele quedar atrapada en esa falsa disyuntiva.
Se ha planteado la necesidad de terminar con el hospitalocentrismo, sin recordar
que esta cuestión, ya planteada en Inglaterra por el gobierno conservador para
desmantelar la Salud Pública, fue apoyada desde planteos progresistas que terminaron
siendo utilizados por las políticas privatizadoras de la Salud. (18) Así también en la
Argentina. A la vez en nuestro país, las políticas de estos veinte años han destruido al
sistema público de Salud, atacando francamente programas y planes nacionales, aislando
a las instituciones hospitalarias carentes de iniciativas,
políticas y articulaciones conjuntas.
De lo que se trata es de tener una política que incluya necesariamente al hospital,
a los centros de salud, a las organizaciones populares, y a los ámbitos comunitarios, y los
organice partiendo de la idea que se trata de espacios y momentos distintos de una tarea
común: la Salud Pública.

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