Está en la página 1de 3

EL CRISTO DE MI CABECERA

De: Rubén G. Navarro


Adaptación: Ricardo Cerrón S.
Cuando estaba solo… solo en mi cabaña, Mustias ya las flores de mi primavera,
que construí a la vera de la audaz montaña, tiste la esperanza y el encanto ido;
cuya cumbre, ha siglos engendró el anhelo rota la quimera, muerta la ilusión.
de romper las nubes… y tocar el cielo.
…¡Ahora le rezo al cristo de mi cabecera…!
Cuando sollozaba con el desconsuelo ¡Ahora le rezo al Cristo… que siempre oyera
de que mi pastora -más que nunca huraña- los desgarramientos de mi corazón…!
de mi amor al grito nada respondía; .
cuando muy enfermo de melancolía
una voz interna siempre me decía
que me moriría
si su almita blanca para mi no fuera.
¡Le rezaba al cristo de mi cabecera,
porque me quisiera!
¡porque me quisiera…!

Cuando nos unimos con eternos lazos


y la pobrecita me tendió sus brazos,
y me dio sus besos y alentó mi fe;
cuando en la capilla de la virgen pura
nos bendijo el cura,
el encanto vino y el dolor se fue…

Cuando me decía loca de alegría,


que su vida toda para mí sería…
¡Le rezaba al cristo de mi cabecera,
porque prolongará nuestra primavera!
… ¡Porque prolongará nuestra primavera!

Cuando, sin amparo me dejó en la vida,


y en el pobre lecho la miré tendida;
cuando levanté sus manos que mostraban una
santa y apacible palidez de luna.
y corte su hermosa cabellera bruna,
que en el fondo guardo de mi viejo arcón.

Cuando, con el alma rota en mil pedazos,


delicadamente la tomé en mis brazos
para colocarla dentro del cajón;
cuando muy enfermo de melancolía,
una voz interna siempre me decía
que ya ¡nada!, nada me consolaría,
¡le rezaba al cristo de mi cabecera!

¡Porque de mis duelos compasión tuviera!


…¡Porque de mis duelos compasión tuviera!

Hoy que vivo solo… solo en mi cabaña, que


construí a la vera de la audaz montaña,
cuya cumbre ha siglos engendró el anhelo de
romper las nubes y besar el cielo.

Hoy que por la fuerza del dolor vencido,


busco en mi silencio mi rincón de olvido.
mitra,
AL PADRE una corona con alas de águila.
Y ahora, en el águila de tus noventa
Donde sobre las aguas violeta años,
estaba Messina, entre cables rotos he querido hablar contigo, con tus
y ruinas tú marchas entre vías señales
y cambios con tu gorro de gallo de partida coloreadas por la linterna
isleño. El terremoto hierve nocturnal y aquí desde una rueda
desde hace tres días, diciembre de imperfecta del mundo,
huracanes sobre un cúmulo de muros cerrados,
y mar envenenado. Nuestras noches lejos de los jazmines de Arabia
caen donde todavía estás, para decirte
en los vagones de carga y nosotros, lo que en un tiempo no pude -difícil
rebaño infantil, afinidad
contamos sueños polvorientos con del pensamiento- para decirte, y no
los muertos nos escuchan sólo
aplastados por hierros, mientras cigarras en los cruces, agaves
mordemos almendras lentiscos,
y guirnaldas de manzanas secas. La como el campesino dice a su señor:
ciencia “Besamos las manos”. Esto nada
del dolor puso verdad y aceros más.
en los juegos de las bajas llanuras de Oscuramente fuerte es la vida.
malaria
amarilla y terciaria hinchada de SALVATORE QUASIMODO
barro.
Italia-1901
Tu paciencia
triste, delicada, nos robó el miedo,
fue lección de días unidos a la
muerte
traicionada, al desprecio de los
ladrones
apresados entre las ruinas y
ajusticiados en la tiniebla
por la fusilería de los desembarcos,
cuenta
de números bajos que resultaba
exacta,
concéntrica, un balance de vida
futura.

Tu gorro de sol bajaba y subía


en el poco espacio que siempre te
han dado.

También a mí me midieron cada


cosa
y he llevado tu nombre
un poco más allá del odio y de la
envidia.
Ese rojo sobre tu cabeza era una

También podría gustarte