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1

Donde comienzas tú

Julia de Burgos
Poetisa puertorriqueña

Soy ola de abandono,


derribada, tendida,
sobre un inmenso azul de sueños y de alas.
Tú danzas por el agua redonda de mis ojos
con la canción más fresca colgando de tus labios.
¡No la sueltes, que el viento todavía azota fuerte
por mis brazos mojados,
y no quiero perderte ni en la sílaba!

Yo fui un día la gaviota más ave de tu vida.


Mis pasos fueron siempre enigma de los pájaros.
Yo fui un día la más honda de tus edades íntimas.
El universo entero cruzaba por mis manos.
¡Oh día de sueño y ola;
Nuestras dos juventudes hacia el viento estallaron.
Y pasó la mañana,
y pasó la agonía de la tarde muriéndose en el fondo de un lirio
y pasó la alba noche resbalando en los astros,
exhibiéndose en pétalos
y pasó mi letargo...

Recuerdo que al mirarme con la voz derrotada,


las dos manos del cielo me cerraron los párpados.
Fue tan sólo una ráfaga,
una ráfaga húmeda que cortó mi sonrisa
y me izó en los crepúsculos entre caras de espanto.
Tú nadabas mis olas retardadas e inútiles,
y por poco me parto de dolor esperando.

Pero llegaste, fértil,


más intacto y más blanco.
Y me llevaste, épico,
venciéndote en ti mismo los caminos cerrados.

Hoy anda mi caricia


derribada, tendida,
sobre un inmenso azul de sueños con mañana.
Soy ola de abandono,
y tus playas ya saltan certeras, por mis lágrimas.

¡Amante, la ternura desgaja mis sentidos...


Yo misma soy un sueño remando por tus aguas!

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Del libro Camposanto

Pavel Ugarte Céspedes


Poeta peruano

Aquí se ofrendaron huesos sin nombre y apellido.


Mis ancestros descansan para siempre en estos montes.
Y todo es nuevo. El árbol que desde la tierra crece
mientras sus raíces arden por inercia, los brotes
que nacen cuando muere el horizonte.
No tengo retratos familiares, el fiel retrato de los míos
se esconde en las riberas de los ríos y sus aguas aluviales.
Allí donde aplauden mariposas, allí donde dan sermón las aves.

Así, sufrí escarificaciones y aprendí los salmos del huerto.


Se ofrendaron mis risas de lirio e inocencia.
Vi la realidad más fuerte que los secretos de familia
como la primera mujer que conocí, veía mis ojos
presintiendo la madurez viril de mi púber cuerpo.
Aprendí a besar como quien se entrega al río
y se desborda junto a él. No
la juzgo y nunca lo haré pues no sabe cuánto hizo por mí.
Conocí la poesía y otras marcas del cuerpo.
El camposanto donde quiero también
reposen anónimos mis restos.

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Venimos de la noche y hacia la noche vamos... (2)

Vicente Gerbasi
Escritor venezolano

Venimos de la noche y hacia la noche vamos.


Los pasos en el polvo, el fuego de la sangre,
el sudor de la frente, la mano sobre el hombro,
el llanto en la memoria,
todo queda cerrado por anillos de sombra.
Con címbalos antiguos el tiempo nos levanta.
Con címbalos, con vino, con ramos de laureles.
Mas en el alma caen acordes penumbrosos.
La pesadumbre cava con pezuñas de lobo.
Escuchad hacia adentro los ecos infinitos,
los cornos del enigma en vuestras lejanías.
En el hierro oxidado hay brillos en que el alma
desesperada cae,
y piedras que han pasado por la mano del hombre,
y arenas solitarias,
y lamentos de agua en cauces penumbrosos.
¡Reclamad, gritando hacia el abismo,
el mirar interior que hacia la muerte avanza!
En nuestras horas yacen reflejos de heliotropos,
manos apasionadas, relámpagos del sueño.
¡Venid a los desiertos y escuchad vuestra voz!
¡Venid a los desiertos y gritad a los cielos!
El corazón es una serena soledad.
Sólo el amor descansa entre dos manos,
y baja en la simiente con un rumor oscuro,
como torrente negro, como aerolito azul,
con temblor de luciérnagas volando en un espejo,
o con gritos de bestias que se rompen las venas
en las calientes noches de insomnes soledades.
Mas la simiente trae a la visible e invisible muerte.
¡Llamad, llamad, llamad vuestro rostro perdido
a orillas de la gran sombra!

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Población subterránea

Edmundo Camargo
Poeta chuquisaqueño, Bolivia

Quiero morar debajo de la tierra


en un diálogo eterno con las sales, raíces mis
cabellos
arcilla mis palabras,
donde nunca me hieran tus ojos sembradores
entre un pueblo de muertos tabicada mi boca.

Es un mundo de lluvia endurecida


y de canas más dulces que el recuerdo del hombre
será un espeso día que me toque la lengua
y una mano muy tierna que me junte los huesos.

Quiero sentir la tierra circular por mis venas


morderla fríamente, clavarla con mis tibias
sintiéndome en su inmensa placenta, adormecido
como un niño a la espera de un nuevo natalicio.

Que el agua me retoñe con pólvora continua


se me sellan los ojos como una carta vieja de leerla
entonces: una lápida de otoño sobre el árbol
y un gusano de tiempo arañando mi médula.

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Del viejecito negro de los velorios

Eliseo Diego
Escritor cubano

Es el viejecito negro de los velorios, el que se sienta a un rincón, el paraguas enorme entre
las piernas, el sombrero hongo sobre el puño del paraguas, la cara tan compuesta y
melancólica que es la imagen de la oficial tristeza; a quien nadie pregunta con quién ha
venido, porque se supone siempre que es el amigo del otro, y porque armoniza tan bien con
el dolor de la casa aquella su antigua y espléndida tristeza.
Y si le dan café, lo toma suspirando pesaroso, como dolido de que el muerto no participe
también del piscolabis. Y si no le dan, se está callado y tranquilo entre las coronas, hecho
un cirio de repuesto.
Y cuando desaguazan la noche de entre el aire, quedando apenas sus últimos posos, y
echan en su sitio las primeras cenizas del alba, el viejecito se escurre entre los asistentes,
sube, a la puerta, el cuello de su saco, se pierde luego al cabo de la calle, sepultado bajo
los copos cenicientos de la madrugada.
Y nadie lo recuerda luego, al viejecito invisible de los velorios.
En todos ha estado, vestido de distintas trazas, desde el principio del mundo. Y en todos
estará, hasta que le toque velar la tierra calva, muerta de su vejez y de la enfermedad de
sus grandes huesos.

6
Viaje

Xavier Villaurrutia
Poeta mexicano

La luz se va con el tren


silbando, enrollada en humo,
apenas si en las colinas
unta un brillo.

¡Ay! Y nos vamos pensando


lejos, con el tren silbando,
sin movernos ni cansarnos.

¡Ay! Y nos vamos pensando


sin volver a donde estamos.

Se mueve en el cielo un aire


cenizo, lento. Se mueve
un aire sin aire.

Nos moja, al correr, un agua


oscura y tibia. Nos moja
un agua sin agua.

Y el corazón se apresura
o, quién sabe, se detiene
oyendo el silbido que
raya largo, de punta
en la pizarra y nos deja
un calosfrío de infancia...

Así, robando la luz,


seguimos sin llegar
y sin partir.

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La despedida

Enrique Lihn
Poeta argentino

¿Y qué será, Nathalie, de nosotros. Tú en mi


memoria, yo en la tuya como esos pobres
amantes que mientras se buscaban
de una ciudad a otra, llegaron a morir
—complacencias del narrador omnividente, tristezas
de su ingenio— justo en la misma pieza
de un hotel miserable
pero en distintas épocas del año?
Absurdo todo pensamiento, toda memoria
prematura
y particularmente dudosa
cualquier lamentación en nuestro caso;
es por una deformación profesional que me permito
este falso aullido
ávido y cauteloso a un mismo tiempo. «Todo es
triste —me escribes— y confuso,
y yo quisiera olvidarlo todo». Pero te das incluso,
entre paréntesis
el lujo de cobrarme una pequeña deuda y la palabra
adiós se diría que suena
de un modo estrictamente razonable.
El amor no perdona a los que juegan con él. No
tenemos perdón del amor, Nathalie
a pesar de tu tono razonable
y este último zumbido de la ironía, atrapada en
sí misma,
como una cigarra por los niños.
El viento nos devuelve, a ti en Bonnieux
a mí en un París que a cada instante rompe, contra
toda expectativa,
sus vagas relaciones lluviosas con el sol,
el peso exacto de nuestras palabras de las que
hicimos un mal gasto al cambiarlas por
moneda liviana, pequeñísima,
y este negocio de vivir al día no era más que,
a lo lejos, una bonita fachada
con angustiados gitanos en la trastienda.
El viento al que jugamos Nathalie, mientras
soplaba del lado de lo real, en la Camargue,
nos devuelve
—extramuros de la memoria, allí donde el mar brilla
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por su ausencia
y no hay modo de estar realmente desnudo—
palmerales roídos por la arena, el sibilino rumor
de una desolación con ecos
de voces agrias que se confunden con las nuestras.
Es la canción de los gitanos, forzados
a un nuevo exilio por los caminos de Provenza
bajo ese sol del viento que se ríe a mandíbula
batiente del verano y sus pequeños negocios.
Son historias, también tristemente confusas. La
diferencia está en que nosotros bajamos
desde el primer momento el diapasón de la nuestra;
sí, gente civilizada. . . guardando, claro está,
las debidas distancias
—mi desventaja, Nathalie— entre tu tribu y la mía.
Pero Lulú es testigo del Tarot; Lulú que parece
haber nacido bajo todos los signos
del zodíaco,
antes hada madrina que rigurosa vidente,
ella lo sabe todo a ciencia incierta, tu amiga.
Nada con los romanos y sus res gestae; el porvenir
se lee bajo la inspiración
de los aerolitos, en la mano misma;
entre griegos no hay líneas decisivas; una muerte que
dice, únicamente ella,
la última palabra de lo que un hombre fue; y el
temblor en las manos, Nathalie,
el brillo o la humedad en los ojos, el deseo.

9
Cementerio central

William Ospina
Escritor colombiano

Sordo a tantos mensajes de la muerte,


cruzo por esta calle de flores y de mármoles
donde austeros artífices pulen sobre las losas
lúgubres variaciones,
llorados nombres, fechas para el luto.

Aquí acaban preciosos episodios del tiempo


que afligidos cortejos escoltan hasta el límite,
aquí, en lechos de piedra,
cada huésped se entrega
al laborioso abrazo de lo informe.

Veo el dintel que abruma la magra segadora


de costillas desnudas
y tras la verja hileras de cruces victoriosas.
Ánforas, bustos, ángeles...
su lóbrega retórica cautiva a los dispersos
y en su horrible presencia nuestras horas se amparan
de bosques insondables.

Severa arquitectura
donde el polvo se asila
sobre estas breves casas y estos pinos inmóviles
es cegador el cielo
y la plegaria es ínfima.

Pasamos pensativos
y es tan denso el misterio del aire silencioso
que un silencio más denso se repite en los labios
y las palabras yacen oponiendo a lo eterno
su metal de epitafios.

Tal vez por eso, alzándose


sobre los truenos de la mente y del miedo
alguien dice en el alma:
No, esta calle de flores
y estos martillos laboriosos que obstinan
definitivas frases,
solo son adjetivos de la muerte

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Muerta

Sophia de Mello Breyner Andresen


Poetisa portuguesa

Muerta,
Qué clara eres,
Qué frescura quedó entre tus dedos...

Eres una fuente


Con piedras blancas en el fondo,
Eres una fuente que de noche canta
y silenciosamente
vienen peces de plata a la superficie de agua.

Muerta qué clara eres,


y florecida...

Eres la brisa
Que en un gesto de adiós pasa en las hojas,
Eres la brisa que lleva los perfumes y los derrama,
¡Eres los pasos leves de la brisa
Cuando en las calles ya nadie pasa!

Eres una rama de tilo donde el silencio florece,


Eres un lago donde las imágenes se inquietan,
Eres la secreta nostalgia de una fiesta
Que en los jardines murmura.
Cantando
Deslizando las manos por los muros
Pasas recogiendo
La sangre bermeja y madura de las moras.

Vas y vienes
Solitaria y transparente
y la memoria de las cosas te acompaña.

Muerta qué clara eres,


¡Y perdida!

Eres la medianoche de la noche,


Eres la terraza que da al viento,
Eres una pena solitaria y franca,

Las sombras vuelven a bailar,


El perfume de las algas sacia el aire
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y las ramas se recuestan sobre las ventanas:

Suaves cabellos de pena tiene la brisa.


Sola pasas al fondo de las avenidas.
No muestras tu rostro,
Pasas de espaldas con un vestido blanco.

¡Eres leve y dulce como un sueño!


El soplo de la noche se llena de angustia
y de mí surgen palabras solitarias:
Eres el perfume de infancia que hay en las rocas,
Eres el vestido de infancia que hay en los campos,
Eres la pena de infancia que hay en la noche.

Súbitamente
Alcanzo pierdo la forma de tu rostro:

¡Qué fresca eres!


Pasas y de tus dedos corren fuentes.
¡Qué leve eres,
Más leve que una danza!

Apenas llegaste, apenas volviste, apenas te vi


Ya en el fondo de los caminos te extinguiste:

Arena lisa y blanca que ningún paso pisa


Pena franca
Angustia fuente fresca y brisa.

Versión de Diana Bellessi.

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El precursor de Cervantes

Marco Denevi
Escritor argentino

Vivía en El Toboso una moza llamada Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchelo, sastre, y
de su mujer Francisca Nogales. Como hubiese leído numerosísimas novelas de estas de
caballería, acabó perdiendo la razón. Se hacía llamar doña Dulcinea del Toboso, mandaba
que en su presencia las gentes se arrodillasen, la tratasen de Su Grandeza y le besasen la
mano. Se creía joven y hermosa, aunque tenía no menos de treinta años y las señales de
la viruela en la cara. También inventó un galán, al que dio el nombre de don Quijote de la
Mancha. Decía que don Quijote había partido hacia lejanos reinos en busca de aventuras,
lances y peligros, al modo de Amadís de Gaula y Tirante el Blanco. Se pasaba todo el día
asomada a la ventana de su casa, esperando la vuelta de su enamorado. Un hidalgüelo de
los alrededores, que la amaba, pensó hacerse pasar por don Quijote. Vistió una vieja
armadura, montó en un rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del imaginario
caballero. Cuando, seguro del éxito de su ardid, volvió al Toboso, Aldonza Lorenzo había
muerto de tercianas.

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Mi doble malo se muere

Rogelio Sinán
Poeta panameño

Yo me alejé de mí mismo
de mi doble
que tenía
su rumbo en estrella fija.

Pupila verde me lleva


—me llevaba
hacia presente esmeralda
embravecido.

En ese mar
—empapada
lucha, yerta, mi nostalgia
contra ola y pez que devoran.
¡Mira mi ser desdoblado!

El uno ya está dormido.


El otro sigue luchando. Ala que ya no palpita.
Pupila muda de luz.
Dormido Palabra como la nube
lo mismo. sin su nota.
o muerto
Baja y sube
¿Cómo hacerlo revivir? mi nostalgia
—niño reciente
sobre el regazo de la mar tan grávida.

Mi doble —el malo


luchando
contra la ola y contra el pez
apuñala mi nostalgia.

¡Muérelo, flecha de luz!


Triza mi doble,
para que encuentre su estrella
—rumbo fijo
el otro,
mi niño tan puro
y ángel.

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Oración de un desocupado

Juan Gelman
Escritor argentino

Padre,
desde los cielos bájate, he olvidado
las oraciones que me enseñó la abuela,
pobrecita, ella reposa ahora,
no tiene que lavar, limpiar, no tiene
que preocuparse andando el día por la ropa,
no tiene que velar la noche, pena y pena,
rezar, pedirte cosas, rezongarte dulcemente.

Desde los cielos bájate, si estás, bájate entonces,


que me muero de hambre en esta esquina,
que no sé de qué sirve haber nacido,
que me miro las manos rechazadas,
que no hay trabajo, no hay,
bájate un poco, contempla
esto que soy, este zapato roto,
esta angustia, este estómago vacío,
esta ciudad sin pan para mis dientes, la fiebre
cavándome la carne,
este dormir así,
bajo la lluvia, castigado por el frío, perseguido
te digo que no entiendo, Padre, bájate,
tócame el alma, mírame
el corazón,!
yo no robé, no asesiné, fui niño
y en cambio me golpean y golpean,
te digo que no entiendo, Padre, bájate,
si estás, que busco
resignación en mí y no tengo y voy
a agarrarme la rabia y a afilarla
para pegar y voy
a gritar a sangre en cuello

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No se lo digáis a nadie

Juan María G. Campal


Poeta español

No se lo digáis a nadie,
pero, a veces, en pleno afán del día,
a trajín abierto,
ajeno incluso de mí mismo,
se presenta e invade todo mi ser
un siempre nuevo y singular,
a modo de encantamiento.
Y he de pararme entonces, y exigirme calma,
cesar en toda ocupación y entregarme, rendido,
a la salutación y atención del turbador fenómeno.

Miro atrás, examino mi conciencia,


e ignoro el porqué de este don,
y, a veces, celebro la generosidad de la vida,
y, a veces, temo que esta excesiva dádiva
sea presagio de noches sin día,
de páramo vital seco y yermo,
de mar de zozobra y naufragio,
de clara conciencia de la nada toda.

No se lo digáis a nadie,
pero es tanta la paz que así me habita,
las certezas que siento así invadido
que decidí contárselo al loquero.

Resistió profesional mi discurso


e incluso notas tomó
que ahora garabatos sospecho,
pues, inflándose enciclopédico,
rompió a reírse a pulmón batiente,
para, en una pausa y con esfuerzo,
acabar diciéndome,
así como académico:
¡está usted enamorado, parece nuevo!

No se lo digáis a nadie,
pero, por una vez,
creo que acertó el galeno.

Rehusé una segunda opinión.


Urgente pedí tratamiento.
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Poema entre el alba

Héctor Dante Cincotta


Poeta argentino

¿Quién habrá visto tu sonrisa recortada sobre


lo más pesado del odio? Alguna vez el polvo ha cubierto
tu corona y el día distraído y deshecho
crece en ti, quizá en lo que yo una vez
deseaba; se me seca la garganta de esperar
Aunque nunca más dejar tu piel.

Nunca me canso de ver y vuelo a la mañana, tú eres el


mismo impenetrante y desatendido
a la vida inútil. ¡El Sur alejado!
Todo es para ti, la acostumbrada primavera,
las plantas, la duración que el hombre espera detrás de
su límite, las lluvias.
Quizá nadie haya conocido tu piel más desnuda que yo
en la misma alegría de verte.
El fuego es lo único que cambia la usencia.

Tu rostro, una hora ufana,


yo no sé por dónde me distrae la vida.
¿Quién sino yo, quisiera debajo de tu aire
increíblemente
sucedido, vivir tu nombre, tu día?
Ya no canto más la desnudez, tu antigua vestidura
o bien, el vacío, la nostalgia, lo que se te sucede
sin cansancio. Tiempo. Amor.

Quién nunca vivió lo apretado del desaliento


ni conoce del color de la piel o del cielo trayendo
la desprendida memoria, no sabe lo que es el amor;
quien nadie
puso su odio sobre el cáliz de una mujer
el latido, el corazón, no sabe de la muerte.

La muerte tiene el color de los arenales. Acaso


estuve solo sin amigos como el polvo de tanto tiempo
ya no mira a nadie, a mí tampoco. ¡El cielo de
muchos días!
A veces quiero que me dejen solo,
boca inútil para acordarte de él.
Tanto cielo separado. Sólo quisiera sentir
El viento como un ser que nace.

Cuando hablo pienso que alguien es movido por la


nostalgia
en estos días donde el tiempo es seco y vacío.

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La mano

Ramón Gómez de la Serna


Escritor español

El doctor Alejo murió asesinado. Indudablemente murió estrangulado. Nadie había entrado
en la casa, indudablemente nadie, y aunque el doctor dormía con el balcón abierto, por
higiene, era tan alto su piso que no era de suponer que por allí hubiese entrado el asesino.
La policía no encontraba la pista de aquel crimen, y ya iba a abandonar el asunto, cuando
la esposa y la criada del muerto acudieron despavoridas a la Jefatura. Saltando de lo alto
de un armario había caído sobre la mesa, las había mirado, las había visto, y después había
huido por la habitación, una mano solitaria y viva como una araña. Allí la habían dejado
encerrada con llave en el cuarto. Llena de terror, acudió la policía y el juez. Era su deber.
Trabajo les costó cazar la mano, pero la cazaron y todos le agarraron un dedo, porque era
vigorosa corno si en ella radicase junta toda la fuerza de un hombre fuerte. ¿Qué hacer con
ella? ¿Qué luz iba a arrojar sobre el suceso? ¿Cómo sentenciarla? ¿De quién era aquella
mano? Después de una larga pausa, al juez se le ocurrió darle la pluma para que declarase
por escrito. La mano entonces escribió: «Soy la mano de Ramiro Ruiz, asesinado vilmente
por el doctor en el hospital y destrozado con ensañamiento en la sala de disección. He
hecho justicia».

18
Poema entre el alba

Héctor Dante Cincotta


Poeta argentino

Parte I

Nunca pienses que estoy alejado, siempre


regreso a tu más callada palabra.
No quiero pensar que mi boca se seca con la humedad
del día
que los pájaros están en nosotros para
salvarse del odio.
No quiero pensar que yo también seré tiempo perdido
del aire, de la nostalgia deshecha y pasada.

No me miréis más porque mi garganta está


dura y seca de cantar en el espacio más vacío.
El que nunca me oyó cantar ni sabe lo estrecha que es
la partida
no olvidará el escoger liviano sobre la tierra.
¿Quién piensa que el recuerdo no es húmedo como una
palma? El olvido se parece un poco al desasimiento
y rodea al día, a la palabra más terminada. Mi cuerpo
perdido y alto como una corona.

La flor es una parte de la herencia, de la fecha y yo


quizá esté distante de lo que quiero cantar
con esta voz debida que brota de la desdicha.

¡La vida tan breve e inútil!

19
Poema entre el alba

Héctor Dante Cincotta


Poeta argentino

Parte II

A la nada, al morir, al goce leve, a la mudanza


entrego todo como un almendro.
EL aire alguna vez, terrestre
He recorrido el cielo, tu rostro permanente.
¿Quién soñará conmigo cuando cierre las manos
apretando el tiempo y ya no veas más
los árboles, la ventana abierta y el desamparo?

¡No tiren más! ¿Quién recordará como un libro la


dicha abierta del vivir, ahora que la soledad es
ardiente y cerrada?

Si yo supiera que existe el recuerdo, tal vez me


alegraría de saber que mi Padre
no puedo volver a mirar, cuando ya nada crece y sólo
el viento
se levanta y se tiende al lugar más despegado.
Desciende hasta la ardedura mes apretada como la
noche ardiente
a este ramo, este lazo. ¡Alta soledad del día!

Cuando nadie me recuerde como a una égloga olvidada


ya estará el aire sin mí, atado, de alguna hora.

Tanta vida acordada y sin memoria.

20
Las alas

Delmira Agustini
Poeta uruguaya

Yo tenía...
dos alas!...
Dos alas,
que del Azur vivían como dos siderales
raíces!...
Dos alas,
con todos los milagros de la vida, la muerte
y la ilusión. Dos alas,
fulmíneas
como el velamen de una estrella en fuga;
Dos alas,
como dos firmamentos
con tormentas, con calmas y con astros...

¿Te acuerdas de la gloria de mis alas?...


El áureo campaneo
del ritmo; el inefable
matiz, atesorando
el iris todo, más un iris nuevo
ofuscante y divino,
que adoraran las plenas pupilas del Futuro,
( las pupilas maduras a toda luz! )... El vuelo...

El vuelo eterno, devorante y único,


que largo tiempo atormentó los cielos,
despertó soles, bólidos, tormentas:
abrillantó los rayos y los astros
¿y la amplitud? : tenían
calor y sombra para todo el Mundo,
y hasta incubar un "más allá" pudieron.

Un día, raramente
desmayada a la tierra,
Yo me dormí en las felpas profundas de este bosque...
Soñé divinas cosas...
Una sonrisa tuya me despertó, paréceme...
¡Y no siento mis alas!...
¿Mis alas?...
- Yo las vi deshacerse entre mis brazos...
¡Era como un deshielo!

21
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Indolencia

Susana March
Poeta española

¡No me digáis que sigo siendo


una pobre mujer
equivocada!
Lo sé.
y sé más cosas todavía.
Sé que he soñado tanto
que convertí en inútiles
las más puras verdades;
sé que inventé yo misma
los más altos obstáculos;
sé que la vida era otra cosa,
¡y entonces ya lo sabía!
Pero una nace a veces así, torpe
y desmesuradamente triste,
y todo cuanto toca
se le va convirtiendo en cenizas.
Porque yo tuve dieciséis años
y aspiré a ser como un dios en la tierra.
Aspiré a dignificar a los hombres,
a enorgullecerme de mí misma.
Pero, ¡ya pasó!
Todo cuanto vosotros podáis echarme en cara,
hace mucho que yo me lo vengo repitiendo.
Extranjera en el mundo,
he contemplado la dicha de los otros
con una desesperada indiferencia.
Pero ya nada importa nada.
Aquí sigo en mi puesto,
con mi adolescente actitud de ávido hastío,
con mi lamentable corazón de muchacha
apasionadamente muerto.
¿Qué más da sentirse desdichada
si apenas queda tiempo de llorarse?
Es tarde para rectificar toda una vida
y, además,
ya lo sabéis,
soy indolente...

22
Amor eterno

René Avilés Fabila


Escritor mexicano

Alicia dijo que lo amaba como a nadie. Hicieron el amor en una infinita y suave dulzura, con
tiernas caricias. Pero aquélla era la última ocasión que estaban juntos. Ella partía al día
siguiente. Al concluir, Alicia habló: No puedo dejarte aquí, tienes qué venir conmigo. Es lo
que más deseo en el mundo y sé que tú también lo quieres. ¿Cómo iré contigo?, preguntó
emocionado su amante. Ya lo sabrás, repuso la mujer. Fue hasta un maletín y extrajo un
bisturí; con la habilidad de un cirujano fue cortando cada uno de los miembros de su
compañero. Cuando hubo terminado los colocó cuidadosamente dentro de su equipaje. De
ese modo, Alicia regresó a su patria. Para fortuna suya en la aduana no revisaron sus
maletas. Al llegar a casa, con impaciencia, sacó las partes de su amado y las cosió. Una
vez completo, le dijo: ahora sí ya estamos juntos para siempre, nada podrá separarnos, y lo
besó con todo el amor que le era posible.

23
Celos y muerte de Booz

Gilberto Owen
Poeta mexicano

Y sólo sé que no soy yo


el durmiente que sueña un cedro Huguiano, lo que sueñas,
y pues que he nacido de muerte natural, desesperado,
paso ya, frenesí tardío, tardía voz sin ton ni son.

Me miro con tus ojos y me veo alejarme,


y separar las aguas del Mar Rojo de nuestros cuerpos mal fundidos
para la huida infame,
y sufro que me tiñe de azules la distancia,
y quisiera gritarme desde tu boca; "No te vayas".

Destrencemos los dedos y sus promesas no cumplidas.


Te cambio por tu sombra y te dejo como sin pies sin ella
y no podrás correr al amor de tu edad que he suplantado.
Te cambio por tu sueño para irme a dormir con el cadáver leal de tu alegría.
Te cedo mi lámpara vieja por la tuya de luz de plata virgen
para desear frustradas canciones inaudibles.

Ya me hundo a buscarme en un te amé que quiso ser te amo,


donde se desenrolla un caracol atónito al descubrir el fondo salobre de sus ecos,
y los confesionarios desenredan mis arrepentimientos mentirosos.
Ya me voy con mi muerte de música a otra parte.
Ya no me vivo en ti. Mi noche es alta y mía.

24
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Nostalgia

Fernando Ortiz Asanz


Poeta boliviano

Algo
yace en tu corazón.

Algo
oscuro y terrible
hermoso y terrible
sin voz.

Desciende
desciende por el mar de plomo
oh soñador.
O la gema perdida
Busca en la niebla de una agotada
en el agua impenetrable predestinación.
de la palabra adiós.
Quizás encuentres los escombros
En el abismo del templo del Horror
bajo los hielos eternos
y las rugientes olas porque en la pradera nocturna
yace un sol. en la tierra sumergida
en el misterioso origen de la muerte
(Tal vez un sol) hay extrañas substancias
indiscernible
que son como los ojos
y las manos de Dios.

Nadie sabe
nadie puede saber
qué cosa yace en tu corazón.

Tú desciende por el mar de plomo


busca en la niebla y la ceniza
de la palabra adiós.

Porque algo oscuro y terrible


hermoso y terrible
yace en tu corazón.

25
Versos, etc.

Saúl Ibargoyen
Poeta uruguayo

Cansado en re menor
y sin sustancia:
circunstanciado de mí
entre palotes que un trágico niño
escribe en su cuaderno:
extremoso en frágiles cuidados
y en cuitas de insolente singladura:
caminado por adentro del zapato
que ayer nomás perdió
su ardiente suela:
respirado por un aire
de inmundicia
por toda calle voy como si fuera
el más solo guerrero
de estos pútridos sueños:
palpitado por las risas
que en las bocas vencidas
revientan como astros
o pálidas campanas:
sostenido entre canciones enfermas
entre pájaros desiguales
y esqueletos sonoros:
desgritado y cantante
y cantador y canturero
apenas rechazo el fallecimiento
de las hojas
la extinción de la hierba
el negror del pelo
de los infantes calcinados:
todo esto y quizá más
porque una flaca doncella o moza
cordial o entera muchacha o mujer para sí
recoja estos versos
o sueltos vocablos
o verbos inútiles
en su íntimo entrelabio
y que así se abran
en la totalidad de un aire
sin ninguna bandera.

26
Apocalipsis XX (Visión primera)

Sara de Ibañez
Poetisa uruguaya

El cuerpo del monstruo fulmíneo llenaba el espacio


como un pez que se hubiese tragado la mar.
No existía ya sitio más que para un temblor
y la luz era a un tiempo su piel y su carne.
Un leve punto, gota, gota, embrión de la tiniebla,
apareció en el tenso vientre en llamas,
en el furioso vientre hurgó como semilla de la noche.
Mínima boca dentada de pequeña bestia carnívora
comenzó a devorar su alimento dorado;
desaparecía la entraña fulgurante
en una gula negra de nocturno sin pausa.
El velludo animal, hijo enemigo,
feroz cogollo de iris desangrados,
vertiginoso obrero devanaba la sombra
hasta empujar el límite de escamoso relámpago,
la piel del muerto que lo enmascaraba.
La enorme boca ya, la enorme boca
tiró de aquel revés de lumbre en fuga;
la envoltura marchita se desgarró como vestido frágil
que se hubiese quitado una centella,
y empezó a deslizarse por la dura garganta,
se hundió sin dejar huellas en el ancho agujero.
Después un punto de oro comenzó a destellar tímidamente
en el fondo del monstruo recién anochecido.

27
Poema 50

Rabindranath Tagore
Escritor bengalí

Iba yo pidiendo, de puerta en puerta, por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro
apareció a lo lejos, como un sueño magnífico. Y yo me preguntaba, maravillado quién sería
aquel Rey de reyes.

Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado. Y
me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo.
La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la
vida me había llegado al fin. Y de pronto tú me tendiste tu diestra diciéndome: "¿Puedes
darme alguna cosa?".

¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Yo estaba confuso y no sabía


qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo, y te lo di.
Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un
granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón
para dárteme todo!

28
Lear bajo la tormenta

Santos Domínguez Ramos


Escritor español

Sobrevuelan los buitres mi ceguera de nieve.


Ladran los perros. Anda
despierta la mentira mientras la esquirla afila
su venganza agudísima por mis ojos nublados.

Un erial pedregoso como una penitencia


abona mi osamenta y nutre la morada
flor antigua y sin savia de los días pasados.
Leve flor sin raíces, ni color ni perfume
que deshoja su lento tránsito de minutos
sobre el desconcertado esqueleto del perro.

Una luz boreal, más débil que mi sangre,


entristece mi reino y por las caracolas
se despeña el aullido del arrepentimiento.

El mundo se ha incendiado como un árbol podrido


que ofrece al rayo un torpe fantasma de vigilias,
el espectro dudoso de su sola orfandad.

Yo he prendido esa mecha.


Ahora debo purgar mi error y mi soberbia
con este caminar sin curvas ni horizonte,
por este espacio ancho, como de última aurora,
con simiente de lobo y lengua de serpiente.

Ah, mis ojos cegados en la noche confusa


de la víspera, oh turbio eclipse del sentido,
duro como la tierra yerma por la que vago.

Recién desembarcado en la desolación,


un helado anticipo de largo escalofrío
quebrará la mañana con su silencio blanco.

Entonces será el buitre y el colmillo del perro,


la carroña, el pantano, la lechuza en las torres.

29
Breve romance de ausencia

Salvador Novo
Poeta mexicano

Único amor, ya tan mío


que va sazonando el tiempo
¡qué bien nos sabe la ausencia
cuando nos estorba el cuerpo!

Mis manos te han olvidado


pero mis ojos te vieron
y cuando es amargo el mundo
para mirarte los cierro.

No quiero encontrarte nunca,


que estás conmigo y no quiero
que despedace tu vida
lo que fabrica mi sueño.

Como un día me la diste


viva tu imagen poseo,
que a diario lavan mis ojos
con lágrimas tu recuerdo.

Otro se fue, que no tú,


amor que clama el silencio
si mis brazos y tu boca
con las palabras partieron.

Otro es éste, que no yo,


mudo, conforme y eterno
como este amor, ya tan mío
que irá conmigo muriendo.

30
PARA GRABAR VIDEO DE LECTURA CORAL

Lista de cosas que no entiendo

Alfonso Gumucio Dagron


Poeta boliviano

Una golondrina rayando el cielo.


Tanta música en los bosques.
La humedad de un látigo de sauce.
Sus lágrimas, su aspecto acongojado.

Una hilera de palomas idénticas


sosteniendo el alero de un tejado.
Una estatua más hermosa mutilada.
Un balcón que se descuelga quejumbroso.

El rocío, los charcos, las ranas.


Las estampillas que van y vuelven
cargadas de promesas.
Un callejón vacío y en el fondo
no tanto, en último plano
la primera estrella de la noche.

El frío de un limón que me desgarra.


La arena que llena tu busto dormido.
La imperfecta pieza de cuarzo salvaje
en que te miro. Tus sonrisas varias.
No entiendo, no entiendo nada.

Vamos a ver. ¿Para qué


tantas cosas inútiles?
¿Cómo justifican su existencia?
No entiendo esta infinita
variedad de sutilezas.

La piel blanca de la nieve


que acabo de herir, la sangre que brota
de mi labio partido, partidos
tus muslos, tu humedad, partida

y lejos.

31
Germinación del alba

Luis Zalamea Borda


Escritor colombiano

Dueña de los crepúsculos,


tú en mí todo lo sabes y me has visto llorar.
conoces mi congoja cuando la tarde llega
meciendo entre su eclipse mi diaria solitud.
Es el instante de la partida, la fuga del poniente
que tú ya has compartido
en mi zozobra viva, en mi sed de vagar.

Ah niña que sollozas entre mis brazos trémulos,


tu miras a la tarde como se mira el hijo,
como se mira el pan.
Y me miras a mí desde tu inmediata lejanía
como se mira el fuego, como se mira el mar.
(Mirada incierta, en espera,
como trigo sin pilar ante el molino.)

Señora del ocaso,


vuelve hacia mí tus ojos
a la hora tremenda del ciprés,
en que la luz se alarga, en que todo se va.
Dime con tu mirada que tú ya no me dejas,
que estás siempre conmigo
cuando los potros de la noche oímos cabalgar.

Y tú estarás aquí.
No viviré en cada atardecer mi escape
ni ahogará entonces las sombras mi cantar.
Estás aquí, realidad y mujer,
y eres en la penumbra
el sosiego anhelado,
el faro vislumbrado,
el ancla suspensa entre la luz.

32
Si mi amor es tan cauto que, a buscarte...

Susana March
Poeta española

Si mi amor es tan cauto que, a buscarte, prefiere


aguardar en la sombra tu primera llamada,
si mi tímido anhelo sabe apenas decirte
con torpe lengua el verso que me dicta la sangre.
Si no sé darle nombre a esta hoguera en que vivo,
ni logro desprenderme de mis cansados credos,
y ahuyento entristecida los rápidos corceles
que habrían de llevarme a tu sueño, a tus labios...
Si soy así, tan pobre, con mi cuerpo encendido,
encarcelado al vago fantasma de mi miedo,
el alma hecha jirones, batiendo sobre ella,
los pecados del mundo, tercamente, uno a uno...
Ven tú que desafías leyes, prejuicios, miedos;
tú, que llevas la vida sobre los hombros, ancha,
tú que arrasas montañas, que desnucas el mundo
con tu fuerza de macho sin fronteras ni angustias.
Lo mismo que las otras, yo te estoy esperando.
Sellada está mi boca; sellada mi ternura.
-¡Oh Dios, cómo rebosa este fuego, esta llama!-
Rompe tú todo sello, desgarra, libra, entra.

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