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Donde comienzas tú
Julia de Burgos
Poetisa puertorriqueña
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3
Venimos de la noche y hacia la noche vamos... (2)
Vicente Gerbasi
Escritor venezolano
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Población subterránea
Edmundo Camargo
Poeta chuquisaqueño, Bolivia
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Del viejecito negro de los velorios
Eliseo Diego
Escritor cubano
Es el viejecito negro de los velorios, el que se sienta a un rincón, el paraguas enorme entre
las piernas, el sombrero hongo sobre el puño del paraguas, la cara tan compuesta y
melancólica que es la imagen de la oficial tristeza; a quien nadie pregunta con quién ha
venido, porque se supone siempre que es el amigo del otro, y porque armoniza tan bien con
el dolor de la casa aquella su antigua y espléndida tristeza.
Y si le dan café, lo toma suspirando pesaroso, como dolido de que el muerto no participe
también del piscolabis. Y si no le dan, se está callado y tranquilo entre las coronas, hecho
un cirio de repuesto.
Y cuando desaguazan la noche de entre el aire, quedando apenas sus últimos posos, y
echan en su sitio las primeras cenizas del alba, el viejecito se escurre entre los asistentes,
sube, a la puerta, el cuello de su saco, se pierde luego al cabo de la calle, sepultado bajo
los copos cenicientos de la madrugada.
Y nadie lo recuerda luego, al viejecito invisible de los velorios.
En todos ha estado, vestido de distintas trazas, desde el principio del mundo. Y en todos
estará, hasta que le toque velar la tierra calva, muerta de su vejez y de la enfermedad de
sus grandes huesos.
6
Viaje
Xavier Villaurrutia
Poeta mexicano
Y el corazón se apresura
o, quién sabe, se detiene
oyendo el silbido que
raya largo, de punta
en la pizarra y nos deja
un calosfrío de infancia...
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La despedida
Enrique Lihn
Poeta argentino
9
Cementerio central
William Ospina
Escritor colombiano
Severa arquitectura
donde el polvo se asila
sobre estas breves casas y estos pinos inmóviles
es cegador el cielo
y la plegaria es ínfima.
Pasamos pensativos
y es tan denso el misterio del aire silencioso
que un silencio más denso se repite en los labios
y las palabras yacen oponiendo a lo eterno
su metal de epitafios.
10
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Muerta
Muerta,
Qué clara eres,
Qué frescura quedó entre tus dedos...
Eres la brisa
Que en un gesto de adiós pasa en las hojas,
Eres la brisa que lleva los perfumes y los derrama,
¡Eres los pasos leves de la brisa
Cuando en las calles ya nadie pasa!
Vas y vienes
Solitaria y transparente
y la memoria de las cosas te acompaña.
Súbitamente
Alcanzo pierdo la forma de tu rostro:
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El precursor de Cervantes
Marco Denevi
Escritor argentino
Vivía en El Toboso una moza llamada Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchelo, sastre, y
de su mujer Francisca Nogales. Como hubiese leído numerosísimas novelas de estas de
caballería, acabó perdiendo la razón. Se hacía llamar doña Dulcinea del Toboso, mandaba
que en su presencia las gentes se arrodillasen, la tratasen de Su Grandeza y le besasen la
mano. Se creía joven y hermosa, aunque tenía no menos de treinta años y las señales de
la viruela en la cara. También inventó un galán, al que dio el nombre de don Quijote de la
Mancha. Decía que don Quijote había partido hacia lejanos reinos en busca de aventuras,
lances y peligros, al modo de Amadís de Gaula y Tirante el Blanco. Se pasaba todo el día
asomada a la ventana de su casa, esperando la vuelta de su enamorado. Un hidalgüelo de
los alrededores, que la amaba, pensó hacerse pasar por don Quijote. Vistió una vieja
armadura, montó en un rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del imaginario
caballero. Cuando, seguro del éxito de su ardid, volvió al Toboso, Aldonza Lorenzo había
muerto de tercianas.
13
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Rogelio Sinán
Poeta panameño
Yo me alejé de mí mismo
de mi doble
que tenía
su rumbo en estrella fija.
En ese mar
—empapada
lucha, yerta, mi nostalgia
contra ola y pez que devoran.
¡Mira mi ser desdoblado!
14
Oración de un desocupado
Juan Gelman
Escritor argentino
Padre,
desde los cielos bájate, he olvidado
las oraciones que me enseñó la abuela,
pobrecita, ella reposa ahora,
no tiene que lavar, limpiar, no tiene
que preocuparse andando el día por la ropa,
no tiene que velar la noche, pena y pena,
rezar, pedirte cosas, rezongarte dulcemente.
15
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No se lo digáis a nadie
No se lo digáis a nadie,
pero, a veces, en pleno afán del día,
a trajín abierto,
ajeno incluso de mí mismo,
se presenta e invade todo mi ser
un siempre nuevo y singular,
a modo de encantamiento.
Y he de pararme entonces, y exigirme calma,
cesar en toda ocupación y entregarme, rendido,
a la salutación y atención del turbador fenómeno.
No se lo digáis a nadie,
pero es tanta la paz que así me habita,
las certezas que siento así invadido
que decidí contárselo al loquero.
No se lo digáis a nadie,
pero, por una vez,
creo que acertó el galeno.
17
La mano
El doctor Alejo murió asesinado. Indudablemente murió estrangulado. Nadie había entrado
en la casa, indudablemente nadie, y aunque el doctor dormía con el balcón abierto, por
higiene, era tan alto su piso que no era de suponer que por allí hubiese entrado el asesino.
La policía no encontraba la pista de aquel crimen, y ya iba a abandonar el asunto, cuando
la esposa y la criada del muerto acudieron despavoridas a la Jefatura. Saltando de lo alto
de un armario había caído sobre la mesa, las había mirado, las había visto, y después había
huido por la habitación, una mano solitaria y viva como una araña. Allí la habían dejado
encerrada con llave en el cuarto. Llena de terror, acudió la policía y el juez. Era su deber.
Trabajo les costó cazar la mano, pero la cazaron y todos le agarraron un dedo, porque era
vigorosa corno si en ella radicase junta toda la fuerza de un hombre fuerte. ¿Qué hacer con
ella? ¿Qué luz iba a arrojar sobre el suceso? ¿Cómo sentenciarla? ¿De quién era aquella
mano? Después de una larga pausa, al juez se le ocurrió darle la pluma para que declarase
por escrito. La mano entonces escribió: «Soy la mano de Ramiro Ruiz, asesinado vilmente
por el doctor en el hospital y destrozado con ensañamiento en la sala de disección. He
hecho justicia».
18
Poema entre el alba
Parte I
19
Poema entre el alba
Parte II
20
Las alas
Delmira Agustini
Poeta uruguaya
Yo tenía...
dos alas!...
Dos alas,
que del Azur vivían como dos siderales
raíces!...
Dos alas,
con todos los milagros de la vida, la muerte
y la ilusión. Dos alas,
fulmíneas
como el velamen de una estrella en fuga;
Dos alas,
como dos firmamentos
con tormentas, con calmas y con astros...
Un día, raramente
desmayada a la tierra,
Yo me dormí en las felpas profundas de este bosque...
Soñé divinas cosas...
Una sonrisa tuya me despertó, paréceme...
¡Y no siento mis alas!...
¿Mis alas?...
- Yo las vi deshacerse entre mis brazos...
¡Era como un deshielo!
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Indolencia
Susana March
Poeta española
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Amor eterno
Alicia dijo que lo amaba como a nadie. Hicieron el amor en una infinita y suave dulzura, con
tiernas caricias. Pero aquélla era la última ocasión que estaban juntos. Ella partía al día
siguiente. Al concluir, Alicia habló: No puedo dejarte aquí, tienes qué venir conmigo. Es lo
que más deseo en el mundo y sé que tú también lo quieres. ¿Cómo iré contigo?, preguntó
emocionado su amante. Ya lo sabrás, repuso la mujer. Fue hasta un maletín y extrajo un
bisturí; con la habilidad de un cirujano fue cortando cada uno de los miembros de su
compañero. Cuando hubo terminado los colocó cuidadosamente dentro de su equipaje. De
ese modo, Alicia regresó a su patria. Para fortuna suya en la aduana no revisaron sus
maletas. Al llegar a casa, con impaciencia, sacó las partes de su amado y las cosió. Una
vez completo, le dijo: ahora sí ya estamos juntos para siempre, nada podrá separarnos, y lo
besó con todo el amor que le era posible.
23
Celos y muerte de Booz
Gilberto Owen
Poeta mexicano
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Nostalgia
Algo
yace en tu corazón.
Algo
oscuro y terrible
hermoso y terrible
sin voz.
Desciende
desciende por el mar de plomo
oh soñador.
O la gema perdida
Busca en la niebla de una agotada
en el agua impenetrable predestinación.
de la palabra adiós.
Quizás encuentres los escombros
En el abismo del templo del Horror
bajo los hielos eternos
y las rugientes olas porque en la pradera nocturna
yace un sol. en la tierra sumergida
en el misterioso origen de la muerte
(Tal vez un sol) hay extrañas substancias
indiscernible
que son como los ojos
y las manos de Dios.
Nadie sabe
nadie puede saber
qué cosa yace en tu corazón.
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Versos, etc.
Saúl Ibargoyen
Poeta uruguayo
Cansado en re menor
y sin sustancia:
circunstanciado de mí
entre palotes que un trágico niño
escribe en su cuaderno:
extremoso en frágiles cuidados
y en cuitas de insolente singladura:
caminado por adentro del zapato
que ayer nomás perdió
su ardiente suela:
respirado por un aire
de inmundicia
por toda calle voy como si fuera
el más solo guerrero
de estos pútridos sueños:
palpitado por las risas
que en las bocas vencidas
revientan como astros
o pálidas campanas:
sostenido entre canciones enfermas
entre pájaros desiguales
y esqueletos sonoros:
desgritado y cantante
y cantador y canturero
apenas rechazo el fallecimiento
de las hojas
la extinción de la hierba
el negror del pelo
de los infantes calcinados:
todo esto y quizá más
porque una flaca doncella o moza
cordial o entera muchacha o mujer para sí
recoja estos versos
o sueltos vocablos
o verbos inútiles
en su íntimo entrelabio
y que así se abran
en la totalidad de un aire
sin ninguna bandera.
26
Apocalipsis XX (Visión primera)
Sara de Ibañez
Poetisa uruguaya
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Poema 50
Rabindranath Tagore
Escritor bengalí
Iba yo pidiendo, de puerta en puerta, por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro
apareció a lo lejos, como un sueño magnífico. Y yo me preguntaba, maravillado quién sería
aquel Rey de reyes.
Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado. Y
me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo.
La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la
vida me había llegado al fin. Y de pronto tú me tendiste tu diestra diciéndome: "¿Puedes
darme alguna cosa?".
28
Lear bajo la tormenta
29
Breve romance de ausencia
Salvador Novo
Poeta mexicano
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Germinación del alba
Y tú estarás aquí.
No viviré en cada atardecer mi escape
ni ahogará entonces las sombras mi cantar.
Estás aquí, realidad y mujer,
y eres en la penumbra
el sosiego anhelado,
el faro vislumbrado,
el ancla suspensa entre la luz.
32
Si mi amor es tan cauto que, a buscarte...
Susana March
Poeta española
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