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LA AUTORIDAD DEL PREDICADOR

Mucho se ha escrito acerca de la autoridad de los ancianos para guiar por medio de la enseñanza a los
que siguen su ejemplo y para disciplinar a los que se apartan de Dios. Ahora conviene considerar la
autoridad del predicador del Evangelio. Por las palabras inspiradas de Pablo a Timoteo y Tito sabemos
que los predicadores tienen que dedicar mucho tiempo al estudio cuidadoso de las Escrituras inspiradas
de los apóstoles y profetas.

Como toda Escritura es dada por inspiración de Dios, el predicador tiene que tomarla en serio, para que
esté completamente preparado para toda buena obra (1 Timoteo 4.13; 2 Timoteo 3.16,17). Tiene que
ser un maestro de poder, un predicador de ánimo fuerte y un buen ejemplo, si espera salvarse a sí
mismo y a los demás.

Pero, ¿qué se puede decir en cuanto a la autoridad del predicador? ¿Tiene él la autoridad para gobernar
la iglesia mientras no haya ancianos? Y cuando se haya nombrado ancianos, ¿tiene él más o igual
autoridad que ellos? Como Pablo le dijo a Tito: “Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad”
(Tito 2.15), necesitamos saber qué es eso de “toda autoridad”.

El Terreno de su Autoridad
Primero vamos a ver el asunto desde el punto de vista negativo. El predicador no tiene el derecho de
imponerse sobre la congregación y esperar que la gente lo apoye. La congregación tiene el derecho de
escoger el predicador al cual va a pagarle. Y cuando el trabajo del predicador ya no es aceptable para la
congregación, ésta tiene el derecho de pedirle que renuncie. Este derecho de “contratar y despedir”, del
que a veces se abusa, es una prueba de que el predicador no tiene toda la autoridad para gobernar la
iglesia, aún cuando no haya ancianos.

Por otro lado el predicador no tiene la autoridad de disciplinar a aquellos que no aceptan o siguen su
enseñanza. Cuando aquel hombre de Corinto tenía que ser disciplinado por haber tomado la esposa de
su padre, un pecado intolerable en el mundo, Pablo dijo que esta era una medida tomada por la
congregación (1 Corintios 5.1-5). El predicador no es el policía de Dios para forzar a la gente que acepte
su mandato.

En el lado positivo, el predicador tiene la autoridad de enseñar todas las cosas que el Señor ha
mandado. Ninguno, ni siquiera los ancianos, tienen el derecho de negarle que enseñe la verdad revelada
en el nuevo convenio. Es cierto que los ancianos, o cualquier hermano maduro, pueden aconsejarle del
tiempo apropiado para la enseñanza en ciertos puntos. Sin embargo, la prohibición de que él predique
cualquier verdad del Evangelio no es prerrogativa del hombre, ni de un grupo de hombres.

Luego se le pide que predique la Palabra, y esto incluye todo lo que Jesús ha recibido del Padre y que ha
sido dado por su Espíritu a los apóstoles y profetas. Tiene autoridad ilimitada de predicar toda o parte
de la Palabra cuando se necesite.

Además el predicador tiene autoridad de redargüir y reprender (2 Timoteo 4.2). Y aunque Pablo usa
imperativos para reforzar esta responsabilidad del predicador, casi no se practica hoy en día. Y cuando el
predicador intenta imponer su autoridad se espera que renuncie, más que todo cuando reprende a
miembros prominentes de la iglesia que beben, bailan, se divorcian y se vuelven a casar, etc.
También el predicador tiene autoridad de corregir lo defectuoso en las congregaciones cristianas. Hay
quienes tienen la idea que los evangelistas deben dedicar todo su tiempo a esta labor. Y cuando los
ancianos son nombrados, el evangelista debe ir a otra área misionera para poner en orden otras
congregaciones.

Sin embargo, había ancianos en Éfeso cuando Pablo dejó allí a Timoteo para encargar a ciertos hombres
que no enseñaran falsas doctrinas y para que hiciera obra de evangelista (1 Timoteo 1.3). Pablo se
quedó en Corinto un año y medio, y en Éfeso tres años. Y como él había nombrado ancianos en todas las
iglesias de Asia Menor, podemos estar seguros de que permaneció en Éfeso después de que había
nombrado ancianos.

La Fuente de la Autoridad del Predicador


Mientras Jesús daba la gran comisión a los apóstoles, él incluyó a todos los que predican el Evangelio
cuando dijo: “…enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.

Pablo le dijo a Timoteo que encargara a hombres fieles las cosas que había recibido y que las enseñaran
a otros (2 Timoteo 2.2). De manera que si alguien pone en tela de juicio la autoridad del predicador de
enseñar toda la verdad, de reprender y exhortar a los que andan en desorden, puede responder que él
tiene la más alta autoridad en el cielo y en la tierra, la autoridad del Padre por medio de Jesucristo y su
apóstol inspirado.

Los Peligros del Poder del Predicador


Aquellos que sostienen la teoría conocida como la “autoridad evangelística” y creen que un predicador
puede establecer una congregación y gobernar sobre ella hasta que los ancianos sean nombrados,
fácilmente pueden tener a un joven que no llegue a 20 años ejerciendo dominio sobre adultos, que bien
pueden tener la edad de su padre. Y en nuestra sociedad podemos contar con hombres de mucho más
conocimiento y experiencia que un joven evangelista.

Cuando Pablo le dijo a Tito que hablara y exhortara con toda autoridad, no le dijo que gobernara con
toda autoridad la iglesia. Sencillamente le dio autoridad de enseñar toda la verdad, animar a que todos
la observen, y a reprender a quienes no lo hacen.

No está mal que un joven encargue a un hombre de mayor edad que no enseñe doctrinas falsas. Pablo le
da autoridad de hacer eso. Y si un anciano es culpado de un pecado, y se ha comprobado por el
testimonio de tres testigos, el predicador, aunque sea más joven, está autorizado a reprenderlo “delante
de todos, para que los demás también teman” (1 Timoteo 5.19,20). Pero si el anciano rehúsa a
arrepentirse, el predicador no tiene autoridad de castigarlo; ese es el deber de la congregación.

Finalmente, la idea de la autoridad evangelística para gobernar la congregación pone mucho poder en
las manos de un solo hombre. Aunque un hombre cumpla los requisitos para ser anciano, no tiene el
derecho de gobernar la iglesia. Menos aun puede hacerlo un joven inexperto. Pablo estableció ancianos
(plural) en cada iglesia (Hechos 14.23). “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos
velan por vuestras almas” (Hebreos 13.17).

En todo caso hay que notar que se habla en plural. Dios nunca ha puesto la iglesia bajo el mando de un
solo hombre, menos de un joven y sin experiencia. —Roy H. Lanier

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