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La primera característica del ser humano, es la libertad para elegir. Los seres humanos
no tienen una naturaleza inmutable, o esencia, como tienen otros animales o plantas;
cada ser humano hace elecciones que conforman su propia naturaleza. La elección es,
por lo tanto, fundamental en la existencia humana y es ineludible; incluso la negativa a
elegir implica ya una elección. La libertad de elección nos lleva a compromiso y
responsabilidad ya que como los individuos son libres de escoger su propio camino,
tienen que aceptar el riesgo de seguir su compromiso dondequiera que éste los lleve.
A diferencia de Estanislao Zuleta, pienso que toda persona tiene el derecho de elegir si
quiere una vida llena de "océanos de mermelada sagrada" (en sus propias palabras),
por ello, como mencione anteriormente, tenemos el privilegio del "libre albedrío", y el
deber de respetar esa elección en los demás y el derecho que se nos respete a
nosotros. Si llevamos esto nuevamente a un ámbito filosófico nos encontramos con
otra corriente: el Existencialismo, movimiento que resalta el papel crucial de la
existencia, de la libertad y de la elección individual, aunque tiene diferentes
concepciones, su principal objetivo es la subjetividad, no todos somos iguales, ni todos
tenemos que pensar igual, por ello no hay que generalizar a todas las personas
pertenecientes a una misma ideología ya que así sigan la misma corriente su
pensamiento puede ser abismal, y por ello no esta bien decir "todos lo son" como lo
afirma Estanislao en su ensayo y como se contradice en el mismo cuando generaliza a
"todos" los que pertenecen a un movimiento tal vez idealista.
Estanislao Zuleta cito a Fausto para darle un enfoque a su ensayo sobre "el luchar sin
descanso por una altísima existencia", también tengo por decir que talvez fausto
deseaba como muchos de nosotros un océano de mermelada cuando dijo:
¡Oh luna que brillas en toda tu plenitud! ¡Ojala vieras por vez postrera mi tormento!
Tú, a quien tantas veces a la medianoche esperaba yo velando junto a este pupitre;
entonces, inclinado sobre papeles y libros, te me aparecías, triste amiga mía. ¡Ah! ¡Si a
tu dulce claridad pudiera al menos vagar por las alturas montañosas o cernerme con
los espíritus en derredor de las grutas del monte, moverme en las praderas a los rayos
de tu pálida luz, y, libre de toda densa humareda del saber, bañarme sano en tu
rocío!...
BIBLIOGRAFIA: