Filosofía y literatura ¿Una vida filosófica? En esta fórmula planteada como interrogante podemos situar el problema de la filosofía como una forma de vida. En apariencia la formulación no tiene inconveniente alguno, incluso, aparenta ser simple y carecer de una verdadera propuesta de investigación o reflexión. De nuevo, las apariencias o los prejuicios terminan determinando en un alto grado nuestro juicio. Se parte de la idea de que todo modo de vida es un conjunto de prácticas, una actitud vital o un estilo que conjuga discurso y una realización concreta. Concebimos erróneamente la separación entre discurso y práctica. De nuevo, cuando hablamos de modo de vida señalamos la unidad entre una disposición teórica y una realización concreta. Pensémoslo con el siguiente símil: cuando amamos no solo estamos practicando la posibilidad del amor, no solo estamos amando a través de actos; también, cuando amamos, estamos reconstruyendo una idea previa del amor, es decir, estamos retornando a un punto donde el discurso toma nuevos matices, donde se amplia la posibilidad del conocimiento. Siguiendo Hadot que reconoce el lugar central de la práctica en las filosofías antiguas, tenemos una concepción de la filosofía como vida en constante reflexión, vida haciéndose, vida auténtica contra la normalización, crítica de una vida injusta. Vamos a Hadot y a su apunte sobre los cínicos en el libro La filosofía como forma de vida para ampliar las posibilidades de una vida que decide por la filosofía: Se comprenderá en seguida cómo la filosofía podía ser una manera de vivir, si se piensa por ejemplo en los cínicos, que no desarrollaban ninguna doctrina, que no enseñaban nada, sino que se conectaban con vivir según un cierto estilo. Todo el mundo conoce la historia de Diógenes en su tonel. Eran personas que rechazaban las convenciones de la vida cotidiana, la mentalidad habitual de la gente ordinaria. Se contentaban con muy poco, mendigaban, estaban llenos de impudor, se masturbaban en público. Su manera de vivir era un retorno a la naturaleza no civilizada. Sin llegar a ese caso límite, todas las escuelas filosóficas se distinguían sobre todo por la elección de una forma de vida. (Hadot, p. 152). Contra un ideal de vida mecanizada la filosofía plantea una experiencia real de sí mismo y del mundo. Thoreau nos recuerda una actitud similar en su libro Walden. Allí expresa las reflexiones de una vida retirada, es decir, las reflexiones que se derivan de elegir un estilo de vida de crítica del estado de cosas, de sospecha con lo que el ser humano cree es el propósito de una vida, etc. Así, muchos filósofos y filósofas han optado por la filosofía como una forma de problematizar el mundo para intervenirlo (la vida propia y la vida compartida). Quien opta por la filosofía, como saber existencial, compromete su vida con la crítica del mundo y con la necesidad de examinar y transformar el sí mismo y el todo humano. El egoísmo es hostil y niega la comunidad. Contra ideas así la filosofía opera con la crítica y trata de reconfigurar la comunidad, tantas veces hasta que sea posible. Esta idea de la filosofía es una contante socrática. Intervenir la vida es propio de una consciencia filosófica (que no se gana en una institución, aún más, que no se adquiere, se persigue como ideal con las características señaladas). En su libro Elogio de Sócrates Pierre Hadot nos da una imagen extensa de la figura de Sócrates. Figura clave en la filosofía y enigmática. Transmitido por otros, el mensaje socrático está cubierto de un aire de ficción. Sin embargo, no es fundamental el Sócrates histórico. Nos interesa el Sócrates que funda una forma de vida vinculada totalmente con la filosofía. El procedimiento de Hadot tiene que ver con el reconocimiento de la multiplicidad de características que componen una personalidad. No somos un relato único y lineal, una forma de ser estable que se proyecta invariablemente en el tiempo. Todo lo contrario, somos pura contingencia, cambiamos sin tener, en muchas ocasiones, real conciencia de ese proceso. En una misma jornada podemos comportarnos de diversas formas, dando a entender que nuestro relato existencial es moldeable, que se adecúa a las circunstancias, que esconde o exhibe sus miedos y sus dolores más profundos según la persona que tenga al frente, que fluctúa entre alegrías y frustraciones. Para Hadot Sócrates se puede leer desde el argumento de la máscara. Todos habitamos una máscara porque siempre hay algo que ocultamos. No hay una honestidad absoluta entre lo que somos y lo que exhibimos. La máscara nos proyecta, pero al tiempo nos arrebata algo que sabemos propio, pero que, por alguna razón, preferimos matizar. Hadot piensa a Sócrates a través de las imágenes del Sileno, de Eros y Dioniso. Participando de todas ellas está el personaje que combate el mundo a través de la filosofía, que busca la verdad en la justicia, que pretende un horizonte de vida buena, que plantea el hacer filosófico -como un hacer vital esencial- en la conversación o diálogo. Con estas características la filosofía está más cerca de ser una actitud, un relato para orientarse en el mundo (interviniéndolo). Caso opuesto ocurre con la filosofía hundida en el discurso, que se basta en la elaboración del concepto. Esta es una filosofía que no se compromete con la construcción de toda una vida, sino que se aferra a la definición discursiva o teórica. A propósito, Hadot nos presenta así a Sócrates en el Elogio de Sócrates: “Como toda realidad auténtica, la justicia no se puede definir. Esto es precisamente lo que Sócrates trata de que su interlocutor comprenda para invitarlo a “vivir la justicia”. El cuestionamiento de los alcances del discurso conduce, de hecho, a un cuestionamiento del individuo que debe decidir si tomará o no la resolución de vivir de acuerdo a la conciencia y a la razón” (p. 46). En la Apología de Platón encontramos la justificación de una vida filosófica. Sócrates asume las consecuencias del juicio a pesar de su defensa. Sus argumentos son los de quien asume la justicia como una actitud que puede ser rechazada. Ante la encrucijada la salida es la coherencia: convencerse de la muerte propia. Quedan vacíos al momento de comprender la filosofía como forma de vida. Al no ser un camino prefigurado, no hay una única forma de vivir filosóficamente. Están las orientaciones que conocemos por la tradición de la filosofía, con ello basta para proyectar la autenticidad del camino: un arte de vivir.