Talhuen Moraga Cortez, Ricardo. Curso: Primer Año Docente: Prof. Dra. Magdalena González Almada a) Concepto literatura: para trabajar en torno al concepto de literatura hemos leído tres textos que nos ayudan a definir esta noción. Veamos los principales aportes de cada autor. Retomando los aportes del formalismo ruso, Eagleton (1998) postula una serie de premisas. El formalismo ruso postulaba que literatura no son las obras literarias en sí mismas (atendiendo a contenido) sino una organización particular del lenguaje que se aleja del uso cotidiano que nosotrxs hacemos del mismo. Por ende, las obras literarias no son reflejos de la realidad o medio que los autores usan para expresar sus creencias y sentires, sino que son un hecho puramente material, cuyo funcionamiento es susceptible de análisis. Por otro lado, la literatura no tiene un fin práctico inmediato, lo relevante aquí no es el contenido semántico, sino el uso que del lenguaje se hace. Desde la corriente literaria del formalismo ruso, la clasificación qué es y qué no es literatura, no va a depender de lo que el texto diga sino de la forma en que la gente se relaciona con dicho texto, es decir, se considera literatura a lo que la gente considera literatura (perteneciente al campo de lo bien escrito). Ahora bien, en qué se basa la gente para decidir qué es y qué no es lo bien escrito? Para emitir dicha opinión, la gente se basa en su juicio de valor. Este juicio de valor es uno de los componentes de lo que el autor define con el término ideología, esto es, una red de valores, ideas, etc. Común a todos los miembros de una sociedad. Es en esta red de valores donde se disputan y reproducen las estructuras sociales de reparto del poder y la participación de los miembros en las mismas. Esta red de valores está construida de manera conjunta (aunque no todxs puedan participar, los juicios de valor no son cien por cien personales, sino que son colectivos) en torno a la idea de cómo se percibe el mundo y lo que se piensa sobre cómo este debería ser. La forma en que percibimos nuestro mundo va modificando de manera constante, en consecuencia, cambia también entonces nuestra red de valores. Entonces, siguiendo este paradigma literario, lo literario no es entonces un propiedad fija y permanente, sino que va cambiando de acuerdo a nuestros juicios de valor (esto sirve entonces para reafirmar la idea de que lo literario no reside en una obra sino en la lectura que la gente de ella hace). Ludmier (1985) y Ranciere (s.f.) Para definir a la literatura nos proponen considerar a la actividad literaria como una actividad política. Pero, a qué se refieren con esto? Se refieren a que dentro del campo de lo literario se producen una serie de disputas entorno a la definición de qué es lo que se considera literatura y cuál van a ser los modos en que van a abordarse dicha literatura. Entonces, la forma en que vamos a abordar lo literario (es decir, los modos de leer) se constituyen en modelos de lectura. Estos modelos de lectura seleccionan qué partes mostrarnos de la realidad y qué partes no. Estos modelos no son fijos ni estables, se van modificando en torno a las victorias de esas disputas y los cambios de valores estimados por una sociedad, dando continuidad o reconfigurando las estructuras de distribución del poder y la participación. Por último, Ecco (1992-1993) nos habla del rol activo que el lector tiene en la construcción y ejecución de la obra literaria. La obra narrativa (aunque también la mayoría de los textos literarios) no pueden decirnos absolutamente todo; es entonces a partir de estas lagunas presentes en el texto que el lector debe participar completando esos vacíos con componentes que den significado a lo que lee. El lector recurre a su imaginación y sus experiencias personales para elegir las respuestas más plausibles; lo que da lugar a que, de un mismo texto, se puedan realizar infinitas lecturas posibles, a partir de las cuales se le atribuyen al texto una cantidad proporcional de significaciones posibles. Empero, es oportuno tener en cuenta que el autor no escribe para una sola persona, sino para muchas, con diferentes experiencias y modos de concebir la realidad, por ende, el lector debe procurar hacer elecciones personales que tengan un mínimo grado de objetividad. b) Hablemos ahora de la relación literatura-realidad. Partamos del pensamiento aristotélico. Para Aristóteles (1974), la realidad es un hecho apriorístico, es decir, él considera a la realidad como algo dado, impuesto al hombre, en la cual este no tiene interferencia alguna. Por ende, desde esta concepción de la realidad, el hombre no puede hacer mucho más que imitar y reproducir parcelas de esta (reales o imaginarias). Por otro lado, fundamenta su concepto de literatura a partir de la existencia entrelazada de 3 elementos: la cualidad (arte), el proceso (mímesis) y medio (lenguaje). Para Aristóteles la realidad era una materia y el arte era una forma descriptora (proceso de descripción mimético) de la misma, así que, podemos decir que su pensamiento adhería al paradigma descriptivista. El humano elige una parcela del mundo real o imaginario y se sirve de diversos instrumentos/elementos para reproducirlo (personas, instrumentos musicales, materiales p escultura por ej, etc.). El realizar imitaciones permite a las personas acercarse y conocer mejor la realidad que les rodea. Sin embargo, para Aristóteles, el arte de imitar tiene que tener un orden racional; es decir, podemos imitar lo que queramos, desde algo real y posible hasta algo imaginario o imposible, pero, todo tiene que estar supeditado a un orden racional, que va a aportar a la obra un carácter de verosimilitud. Siguiendo entonces con esta línea de pensamiento (y teniendo en cuenta que las obras que Aristóteles disponía para definir literatura eran la poesía homérica y la tragedia y comedia ática), los motores que impulsan el arte son, la capacidad de reproducirla miméticamente y el disfrute de este tipo de arte. Dicho esto, entonces, podemos proponer que para Aristóteles, entonces, el arte es una copia o imitación de la realidad que rodea al hombre; el arte es un reflejo de la realidad que le rodea, permitiéndonos observar así el estado de las relaciones sociales, la repartición del poder, el contexto socioeconómico, etc. No obstante, la concepción actual que tenemos de realidad no es la misma que la del pensamiento aristotélico. Siguiendo los aportes del formalismo ruso, podemos proponer que la realidad no nos es impuesta, sino que es construida por nosotrxs; por ende, lo mismo se puede decir de la literatura, El análisis que Auerbach (1942) hace del texto bíblico y del poema Homérico muestra 2 formas distintas de reflejar la realidad en las obras literarias. Mientras que en Homero el autor hace uso de un recurso estilístico retardador a partir de la descripción completísima de los personajes, objetos, acontecimientos, lugares geográficos, espacios temporales, etc. no deja ningún detalle sin describir; el texto bíblico nos da muy poca información respecto a todo; no da muchas precisiones geográfico-temporales, nada nos dice sobre qué sienten sus personajes, etc. En un texto así, el lector va a tener un papel activo para completar esos vacíos que la obra tiene. Empero, es escasa la libertad que el lector tiene a la hora de realizar elecciones que completen estas lagunas: el texto bíblico tiene un contenido altamente moralizante, expone qué comportamientos son considerados como buenos, los cuales son merecedores de recompensas y qué comportamientos son los malos, merecedores de castigo. Lo cual nos permite ver la concepción que en ese momento se tenía del mundo y la fuerte influencia que el cristianismo tenía como ente regulador y ordenador de esa realidad. Por último, Humberto Ecco (1992-1993) nos propone considerar la actividad literaria como una especie de juego. El autor de la obra es quien establece ciertas normas o guías para el camino a recorrer mediante la lectura, pero el lector, guiado por estos lineamientos, es quien decide qué significado mental atribuir (recurriendo a la figura que Ecco designa como bosque) a lo que lee. El lector debe completar las lagunas que el autor le deja haciendo uso de las opciones más razonables que este encuentre en el bosque. Empero, no alcanza con el mero ejercicio de rellenar vacíos (como si de una actividad autómata se tratara), para que se cumpla la finalidad de la obra; el lector debe estar dispuesto. Es a esto a lo que Ecco define como Lector Ideal (un lector dispuesto a crear y colaborar; que quiera acatar las reglas del juego que el autor propone; estas reglas serían como una especie de pacto entre lector y autor, a partir del cual se definen las pautas y normas desde las cuales se va a pensar y abordar el texto). Mas el lector modelo no es un sujeto ya dado; el sujeto considerado como lector modelo se construye a la par que se construye la obra literaria. Consecuentemente, las figuras de autor y lector modelo no son categorías independientes, sino que son figuras que se definen de manera recíproca a lo largo de la obra.