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Los aedos y los rapsodas fueron personajes que en la antigua grecia se dedicaban a
difundir poemas épicos, tanto de gestas bélicas como podría ser La Ilíada, poemas
menores como los pertenecientes al ciclo Tebano y Troyano o también cosmogonías
como la Titanomaquia, la Gigantomaquia y la Cosmogonía.
Lo cantado, según inflexiones propias o modulaciones que varían de una actuación a otra,
preexiste al aedo. Más que ser su autor, en el sentido técnico de creador, él es su vocero,
su divulgador. Aquello que canta no es propio, original, personal; es el efecto de una
apropiación. Solo que eso que es ajeno (el depósito de canciones que pertenece a la
comunidad), lo canta como si fuera suyo. Cantar implica una actividad de repetición
rítmico-melódica, que se refuerza con cada emisión verbal. Al reproducir la canción ya
existente, el aedo se convierte en un médium a través del cual el pasado y el presente se
juntan en una misma esfera temporal. La palabra que su voz libera mientras canta
deviene nómada, móvil, alada, pues adquiere una forma verbal derivada de un firme
esfuerzo articulatorio y se inserta en una cadena de interpretaciones sucesivas. Dado que
las expresiones de la canción son prestadas, tomadas de otros, que a su vez debieron
haberlas oído pronunciar a terceros, es la voz cantada la que da status el aedo, la que lo
sitúa más allá de cualquier compartimiento social. En efecto, su voz designa cómo la vida
está atada a un destino -quizás a una fatalidad-, y cómo el relato de este destino-fatalidad
no puede comprenderse sin que medie la utilidad de la memoria.
El canto se enlaza a la memoria. Lejos de ser solo una facultad psicológica activada para
recuperar el espíritu de los eventos o seres desaparecidos, esta memoria es un beneficio
dado por los dioses a aquellos que, como el aedo, narran, en forma de canciones.
Los aedos en época arcaica se equiparaban a los adivinos pues no se concebía al pasado
como algo “previo” o “anterior”. La verdad (aletéia -αλεθεια-) era aquello que permanecía
oculto y solo los dioses la conocían o en todo caso alguien inspirado por ellos, como los
aedos y rapsodas. Para conocer la verdad invocaban a las Musas. El recuerdo sería una
“adivinación hacia el pasado”. Se piensa que tanto aedos como adivinos eran ciegos: a
cambio de renunciar a su vista física, se les daba esta visión especial. Se cree que
Homero fue uno de esos aedos.
¿Quién fue Homero? Homero fue uno de los aedos más famosos de la antigua Grecia.
Poeta ambulante que componía sus propias obras y las recitaba ayudándose de un
instrumento musical para que el ritmo le permitiera recordar la métrica de los versos. A él
se le atribuye la autoría de dos de las primeras epopeyas griegas: La Odisea y la Ilíada.
Apenas existen datos biográficos de la figura de Homero, e incluso algunos han puesto en
duda a lo largo de la Historia su autoría de La Ilíada y La Odisea. Los historiadores dicen
que vivió entre los siglos IX y VIII a. C. y que era originario de algún lugar de la costa
griega del Asia Menor, probablemente de Esmirna o Quíos, aunque otros lugares como
Atenas, Argos, Ítaca, Rodas o Salamina han pretendido ser su lugar de nacimiento.
Numerosos historiadores clásicos trataron de dilucidar los orígenes y la vida del
misterioso autor de dos de las obras más brillantes de la literatura universal. Mientras que
unos dicen que era ciego, otros lo niegan por las detalladas descripciones de su poesía.
También se escribió que fue contemporáneo de la guerra de Troya, en tanto que otros
apuntaron que vivió décadas o siglos más tarde.
¿Fue Homero un personaje real o el representante de todo el gremio de aquellos primeros
narradores orales profesionales, de los aedos de la antigua Grecia? De ahí surge la
expresión de «aedo homérico».
- Especialización técnica
- Una moral elevada
Dentro de la especialización técnica tenemos dos puntos relevantes que Homero nos
muestra como inherentes a la figura del aedo en la antigua Grecia.
1.El saber cantar de acuerdo con un orden y acompañado de un instrumento
2.Una memoria privilegiada
3.La habilidad para ensamblar los distintos elementos
La moral elevada se justifica por la inspiración divina. Las musas son las que acercan a
ellos, los elegidos, para que transmitan sus composiciones. A través de ellos hablaba un
espíritu divino: el de la musa. Así pues, el canto tenía un significado mágico.