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SUMARIO:
Hace varios años que “el Rol de la Escuela” en sentido más amplio me ocupa
el pensamiento y los ensayos, y cada espacio de escritura y elaboración me
aporta una oportunidad de pensar cómo podemos transformarla. ¿Podrá la
escuela dejar de ser “correa de transmisión” de políticas educativas signadas
por los acuerdos editoriales, y otros de carácter internacional - tendientes a la
absurda estandarización – que siguen los dictados del mercado? ¿Podremos
transformarla en un “Caballo de Troya” que instituya una nueva mirada sobre
realidad y su posibilidad de transformación? Y en ese camino ¿tendrá la
Literatura un lugar predominante, o podrá tenerlo? Tomando prestadas las
palabras de Graciela Montes (2007): ¿Dónde ponemos el límite a la “gran
ocasión” (o las grandes ocasiones) que la escuela genera? ¿Existe ese límite,
o es un borde auto-impuesto, como conducta aprehendida, fruto de un sistema
eficientemente limitante?
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El autor se detiene en la cuestión de los juicios de valor, atribuyéndoles un valor innato a cualquier
afirmación que pueda ser esbozada. “El afirmar que un conocimiento debe ser ‘ajeno a los valores’
constituye un juicio de valor” (Egleton, 1998)
Si entre todas las instituciones nos detenemos en la Escuela, interesa
puntualizar su potencia como motor de cambio social, ya que gran parte de las
futuras generaciones pasan por sus aulas, se ven influenciadas por sus
elecciones y sus métodos, sufren sus desactualizaciones y gozan con los
placeres que la misma es capaz de provocar. No haría falta agregar mucho
más en sentido introductorio para afirmar que las decisiones que tomamos
como docentes, en general, tendrán un peso específico propio en materia
de los procesos sociales de las próximas décadas – al menos. Y si bien en
la escuela pasan matemáticas, ciencias, hechos históricos… y cada instancia
puede ser (o no ser) desafiante del “estado de cosas”, hay un espacio que es
central pensar, que está demarcado por la premisa de hacer de la escuela un
lugar de “no trabajo”3 pero que sin embargo constituye una tarea fundamental
para colaborar con el desarrollo de ciudadanas críticas (en sentido integral de
la palabra “crítica”). Ahí me interesa particularmente el lugar que podría asumir
la Literatura.
Para pensar en esa tarea vale considerar la definición que hace María Teresa
Andruetto (2009) de la literatura:
Urge romper con las tendencias que dictan esos organismos, que ni neutrales
ni inocuos, buscan incidir para volvernos dóciles (si fuera posible, tan dóciles
como cuando surgió la Escuela Moderna homogeneizante). Para contrastar y
que se entienda, según Andruetto (2008), escritor es:
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Carlos Skliar???
alguien que por la esencia misma de lo que hace, atenta contra la
uniformidad que tiende a imponerse, se resiste por así decirlo, a lo global;
alguien preocupado en perseguir una imagen del mundo y construir con
ella una obra que pretende universalizar su experiencia.
Agrega la autora que quien escribe “no escribe para demostrar verdades sino
para buscarlas en el camino del conocimiento” y cuando hace esa afirmación
nos está invitando a recorrer ese camino del conocimiento, no solo en el rol de
escritoras, sino también cuando seleccionamos materiales de lectura o nos
sumergimos en la lectura de un texto que “con sus palabras, llega, por lo que
dice y por lo que no dice”.
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El texto se encuentra citado en la bibliografía indicando el sitio de donde fue recuperado, pero no tiene
el título de la obra y no me fue posible encontrarlo.
En este camino se ve resaltada la necesidad de sostener y defender la premisa que
única a la escuela como responsable de democratizar el acceso al mundo de la
literatura y enseñar a niñas, niños, niñxs, a ser hablantes, escritores y lectores
competentes (tres habilidades conjugadas permanentemente y absolutamente
interrelacionadas en el acto de “leer”). Graciela Montes (2007) embellece esta
definición en “La Gran Ocasión”:
Michelle Petit (1999) en la investigación citada, hace lugar a una búsqueda sobre las
desigualdades sociales (entre habitantes de Francia y Argelia) y explica:
“(…) para democratizar la lectura no hay recetas mágicas. Sólo una atención
personal a los niños, a los adolescentes, a las mujeres, a los hombres. Una
determinación. Una exigencia. Imaginación. Un trabajo a largo plazo, paciente,
a menudo ingrato, en la medida en que es poco medible, poco "visible" en los
medios, y donde casi siempre los profesionales no tienen "retroalimentación" de
lo que hacen, a menos que una investigadora pase por allí y estudie
precisamente ese impacto.”
Cuando vuelvo a repensar estos conceptos – que hace rato me dan vueltas y
vueltas – algunas veces me siento “como pobre colina”: pienso si todas estas
afirmaciones no son más que verdades de Perogrullo. Sin embargo, en el
trabajo de esta autora hay un llamamiento concreto que nos convoca a toda la
docencia a no contentarnos con ser excepción luminosa en una escuela gris. Si
lográramos provocar un cambio colectivo, si cada unx de nosotrxs pudiera
incorporar estas cuestiones, ahí sí todo esto se convertiría en algo que no hace
falta decirse.
Sobre los clásicos, por nombrar otro ejemplo, Marcela Carranza (2012) cita un
trabajo de M.A. Díaz Ronner que es bien descriptivo del proceso que
atraviesan estos textos y sus implicancias.
Las reglas del juego responden al “sentido común” que está impuesto
desde el Estado. El Estado tiene sus intereses (de clase) para defender a capa
y espada. El Estado diseña políticas educativas en base a criterios cada vez
más empresariales, notoriamente sostenidos por los acuerdos editoriales. Por
algún lado, urge encontrar la grieta. Y ahí es donde nosotrxs docentes
aparecemos en la escena. Últimos esalabones en una cadena de mando que
se quiebra cuando los intereses de unxs y de otrxs se vuelven tan
evidentemente antagónicos que se pueden predisponer a perecer,
irreconciliables. Y entonces podemos definir ponernos a construir una realidad
escolar que promueva la contrahegemonía - para contrastar con la hegemonía
de un modelo cultural que se pretende por encima de los otros (Medina, 2002);
la desobediencia, para desalambrar la escuela de sus corrales, y la libertad,
enseñada como consecuencia, para que el “placer” no sea lo opuesto de
“conocimiento y esfuerzo” sino que sea el placer por desmenuzar mecanismos
internos a los textos. Esto último es la garantía de que se da la comprensión, y
con ella la adquisición de procedimientos para leer la vida.
Pero ¡ojo! que la libertad no es individual, es colectiva. Se toma de
manera comunitaria, y debe ser otorgada del mismo modo. Necesitamos
fomentar “comunidades de lectores y escritores” plagadas de individualidades
que crecen en el intercambio, en la conversación literaria (Chambers, 2007).
Individualidad no es lo opuesto a colectivo. Promovemos individuos que
cooperan, que opinan, que toman la palabra, defienden una idea, construyen
una hipótesis y la comprueban o rectifican mientras gozan de la lectura de un
texto literario. Enseñamos hábitos y estrategias para construir(nos)
ciudadanas/os críticos (en el más amplio espectro de la palabra). Y no se
puede hacer tal tarea desde ninguna supuesta neutralidad. Como recomienda
Michelle Petit (1999), me propongo (nos propongo) asumir “la lectura como una
especie de atajo que lleva de la intimidad rebelde a la ciudadanía”.
Bibliografía
Excelente trabajo que integra los puntos de vista de los especialistas con la
argumentación y reflexión propia en un escrito muy logrado y original. Otro
aspecto muy destacable es que frente a un estado de situación, se marcan
lineamientos de propuestas como es el de la redes.
Solo queda para el final conjugar este escrito con la propuesta de Chambers.
Calificación: 10 (diez)