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DOCTRINAS PARECIDAS...

PERO DIFERENTES
Por Alex Deasley

Introducción al estudio de
Juan Wesley
y Jacobo Arminio

Edición especial para el Tour


“Introducción a Arminio y Wesley”
Londres-Amsterdam-Bruselas-París
Mayo 15-29, 2007
Instructor: Dr. José Rodríguez
INTRODUCCIÓN

Dios creó al hombre a su propia imagen. Pero el hombre decidió


seguir su propia voluntad y deseos. Esta decisión, como siempre, dio lugar
a la desobediencia, pecado y separación de Dios. Así que, el hombre en vez
de caminar en feliz comunión con Dios, se escondió de El.
Pero el pecado del hombre no cambió el propósito de Dios. El todavía
quiere que sin temor le sirvamos, “en santidad y en justicia delante de él,
todos nuestros días” (Lucas 1:74, 75).
Para gozar de esta comunión sin límites con Dios y el Señor Jesucristo,
debemos ser completamente “SUYOS”. El yo carnal debe ser crucificado con
Cristo de modo que uno pueda decir: Cristo vive en mí, y, para mí el vivir es
Cristo. Esto es lo que significa ser “SUYOS”. Podemos saber dentro de nos-
otros mismos cuándo hemos terminado con el yo, y orar como Cristo lo hizo
en el huerto, “no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Una oración tal, trae limpieza de todo pecado y plenitud de su presen-
cia. Esta es santidad de corazón, o entera santificación. Sin embargo, hay
mucho más después de esta experiencia crítica. Por cierto, casi todo está des-
pués de ella; una vida entera —una vida de santidad.
Por tanto, después de la entera santificación, hay una vida de servicio
y comunión a medida que caminamos en la luz.
¡SUYOS! Este debe ser el vivo testimonio de su vida y la profundidad
de sus oraciones. No hay ninguna ambición espiritual mayor que el ser
SUYOS completamente, en todas las cosas y en todo tiempo.

Esta obra fue publicada originalmente por Casa Nazarena de Publicaciones, 6401 The Paseo, Kansas City, MO, como
parte de un programa de estudio para camperos consistente de cuatro cursos. El Dr. Alex Dixley, originario de
Inglaterra, fue catedrático en el Nazarene Theological Seminary, de Kansas City.

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Capítulo 1

Calvino y el Calvinismo

I. CALVINO: EL HOMBRE
¡Sorprendente... un refugiado francés cambia la forma de la historia
occidental desde un pequeño país como Suiza!
¿Fecha de nacimiento? 10 de julio de 1509.
¿Lugar? Noyon Picardo, al norte de Francia.
¿Nombre francés? Jean Cauvin.
¿Padre? Gerardo, secretario del obispo.
¿Educación? Universidad de París, para sacerdote (decisión del padre).
A la edad de 12 años llegó a ser capellán en la Catedral de Noyon; a
los 14 comenzó a estudiar en la Universidad de París y recibió su maestría
cinco años más tarde. Para ese entonces, su padre, que había pasado por
dificultades ya fuera por despecho o por pobreza, o tal vez por un poco de
ambas, hizo que su hijo se preparara en abogacía; por tanto, los tres años
siguientes los pasó estudiando leyes.
Lo que hubiese pasado entonces con Calvino sólo lo podemos adivi-
nar. Pero intervinieron dos eventos cruciales: la muerte de su padre el 26 de
mayo de 1531, lo que le dio libertad de acción; y su conversión, probable-
mente en 1533, que años más tarde describió en su prefacio a El Comentario
de los Salmos: “Dios hizo mi corazón dócil”, escribió “por medio de una con-
versión repentina”.
Ginebra y Estrasburgo. Después de su conversión, Calvino trató de
recluirse para estudiar, pero sus talentos eran muy grandes como para ente-
rrarlos tan fácilmente. Sus amigos reformadores le buscaban continuamen-
te. Más tarde se quejó así: “Todos mis retiros eran como escuelas públicas”.
Se identificó de tal manera con la Reforma que en 1534, cuando el gobierno
francés organizó la persecución contra los reformadores, Calvino tuvo que
huir a Suiza y después radicarse en la ciudad de Basilea.
Fue allí donde dos años más tarde apareció la primera edición de
Institutos de la Religión Cristiana. Este trabajo estaba destinado a ser el libro
de texto de la Reforma, y uno de los libros de mayor influencia de todos los
tiempos. Sin embargo, no fue la fama creciente como autor de Institutos lo
que hizo de Calvino el líder de la Reforma, sino un acontecimiento que tuvo

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todas las características de coincidencia. En agosto de 1536, fue obligado a
causa de una guerra a pasar por Ginebra, donde sólo pensaba quedarse una
noche. En ese mismo tiempo, William Farel, un compatriota francés, se
había convencido de que la Reforma en Ginebra estaba siendo más de lo que
él podía sobrellevar. Supo que Calvino estaba en la ciudad y, por tanto, le
visitó esa noche (en una “visión” de carne-y-sangre) y le “convenció” de que
se quedase a ayudarle.
Vacilante —porque amaba sus libros—, Calvino aceptó, aunque no
debería haber temido, ya que el exilio de su mesa de estudio no duró por
mucho tiempo. En los dos años siguientes, Ginebra se había rebelado contra
su intento de reforma. Con la sentencia de destierro sobre su cabeza, se fue
a Estrasburgo para ser pastor de una congregación de refugiados franceses.
Allí hizo varios experimentos con diferentes maneras de adoración; allí
puso el fundamento de una serie de comentarios sobre la Biblia; y allí tam-
bién se casó.
“Hombre prevenido vale por dos”. No es de sorprenderse que cuando
recibió el llamado para que regresara a Ginebra dos años más tarde, él tuvie-
se dudas en hacerlo. Desde su partida había cundido el caos sobre la ciudad;
sólo después de un año de persuación insistente de parte del concilio de la
ciudad, que estaba desesperado, decidió regresar. El 21 de septiembre de
1540, el Concilio Menor de Ginebra votó en favor de que regresara; y el 1 de
septiembre de 1541, Calvino dejó Estraburgo para llegar a Ginebra 12 días
después. En esa ocasión, definitivamente. A pesar de la invitación oficial las
cosas no fueron tan fáciles. En 1547, la oposición contra sus principios mora-
les y religiosos era tan grande que temía que lo expulsaran nuevamente. Sin
embargo, unos años después sus enemigos abusaron de la situación y, como
consecuencia, para 1555, Ginebra estaba a sus pies. Así siguió su camino sin
oposición y murió en lo que fue un día universal de luto el 27 de mayo de 1564.

A. Introducción: En ciertas ocasiones, por desgracia, el “calvinismo”


ha llegado a ser una especie de “mala palabra” en teología, para ser vocife-
rada en discusiones doctrinales con más sentimiento que significado. En ese
estudio usaremos ese término básicamente para describir a aquellos que han
permanecido fieles al principio de soberanía divina de Calvino (que todo en
el mundo natural y moral depende enteramente de Dios para su existencia,
orden y destino) como el fundamento y marco de su teología.
El calvinismo no ha permanecido quieto, sino que se ha desarrollado
de tiempo en tiempo. Por ejemplo, el sucesor de Calvino, Teodoro Beza,

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adoptó una posición más rígida que la de Calvino, que estuvo más en opo-
sición con el arminianismo (véase el capítulo dos). El término también se ha
usado para describir puntos de vista que mantienen aún parte de las ense-
ñanzas de Calvino, pero que, sin embargo, se niegan a seguir sus conclusio-
nes lógicas.
Calvino era un teólogo sistemático que relacionaba todas las doctrinas
en una estructura uniforme. Trataremos aquí sólo dos de ellas —pero que
son las más importantes: la doctrina de la salvación y del pecado.
Si usted discute con una persona, es bueno saber dos cosas: ¿Cuáles
son sus argumentos? y ¿Cuáles son las suposiciones en las que están basa-
dos sus argumentos? Por ejemplo, si en una discusión sobre la resurrección
la evidencia bíblica de que realmente sucedió, no es suficiente para conven-
cer a un inconverso, será bueno detenerse y preguntarse si acaso usted está
tomando suposiciones opuestas. Usted cree que todo lo que la Biblia dice es
verdad, y puesto que dice que Cristo se levantó de los muertos, así debe ser.
Sin embargo, su amigo no empieza con la misma suposición y, por tanto, es
una pérdida de tiempo que usted trate de probarle a él algo, sólo porque
está en la Biblia. Lo que debe hacer primero es mostrarle por qué debemos
confiar en la Biblia.
Puesto que todos tenemos nuestras suposiciones —ya que sin ellas,
pensar sería imposible— lo primero que debemos saber es: ¿Cuáles eran las
de Calvino? ¿Cuáles fueron los principios que tomó como establecidos para
dar forma a su teología? Se han dado muchas respuestas. Algunos estudian-
tes han dicho que su idea básica era la de predestinación: La creencia de que
el destino final de cada uno está establecido desde antes por Dios. Pero esto
no se podría considerar como un principio básico.
Otros han dicho que Calvino hacía simplemente un resumen de lo que
estaba en la Biblia para que otros lo pudieran entender más fácilmente. Pero
todavía no nos dice qué era lo que Calvino sostenía como la doctrina básica
de la Biblia, de la que dependen todas las demás. Cuando miramos entera-
mente su sistema, encontramos que cada doctrina tiene sus raíces en la sobe-
ranía absoluta de Dios. Esta es la creencia de que todo lo moral y natural del
mundo depende enteramente de Dios para su existencia, orden y capacidad
para hacer bien. Este fundamento, en la manera que lo entendió Calvino,
tiene un determinado efecto en su teología. A la vez, debemos recordar este
postulado al estudiar sus doctrinas.

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B. La Doctrina del Pecado. Lógicamente, si el hombre ha de ser salvo,
deberá ser salvo de algo. Que todos han pecado, sólo necesitamos dos ojos
para verlo, y la pregunta que casi automáticamente viene a nuestras mentes
es: ¿Por qué somos todos pecadores? y ¿Qué significa para nosotros el ser
pecadores? Veamos cuáles respuestas nos da Calvino.
1. ¿Por qué somos todos pecadores? Calvino responde en cuatro pala-
bras: “Porque Adán lo fue”. En el Edén, Adán pecó y no sólo perdió su jus-
ticia, sino también la nuestra. Por ser el primer hombre, era más que un sim-
ple individuo. Era la cabeza de la raza; por eso, por su pecado, todos fuimos
corrompidos. “En Adán todos murieron”. Pero inmediatamente alguien
pregunta: “¿Es esto justo? ¿Es justo que un hombre que nace hoy, tenga que
pagar por el pecado cometido hace tantas generaciones?” Muchas respues-
tas se han dado y es muy interesante notar la de Calvino. Algunos dicen que
el pecado se trasmite físicamente y que forma parte del castigo del ser
humano. Otros dicen que el pecado se trasmite moralmente: Los niños ven
a todos los demás haciendo mal, por tanto, los imitan y así se vuelven peca-
dores. Es significativo que Calvino rechaza todas las explicaciones, decla-
rando que es justo que todos suframos por el pecado de Adán, porque Dios
lo dice, quien así como El dotó a toda la raza humana con las dádivas más
espléndidas en la persona de un hombre, también las quitó por él. “¡Este es
un ejemplo muy interesante de la creencia de Calvino en la soberanía divi-
na!”
2. ¿Qué significa para nosotros el ser pecadores? ¿Cuáles son los efec-
tos del pecado que es importante distinguir en el calvinismo?
a. La destrucción de la imagen de Dios. Génesis 1:27 dice que Dios creó al
hombre a su propia imagen. Puesto que Dios es un ser espiritual, el hombre
lleva la semejanza espiritual de Dios, por ejemplo, posee una mente, volun-
tad y conciencia. En el pecado de Adán, o la caída, como a veces se le llama,
esta semejanza fue totalmente destruida —pero “totalmente”— en un senti-
do particular. Calvino no quiso decir que la semejanza de Dios fue destrui-
da por completo, ya que si así fuera el hombre hubiera dejado de ser hom-
bre para convertirse en bestia. Quiso decir que toda la semejanza había sido
afectada; en otras palabras, la destrucción fue extensa más bien que intensa.
La importancia de esta declaración, espiritualmente, radica en que el hom-
bre es cortado completamente de Dios; no queda en él ninguna chispa de
bondad a la cual Dios pueda apelar; puede hacer buenas obras, pero éstas
son inútiles para ayudarle a alcanzar su salvación. Los calvinistas algunas
veces comparan al pecador con Lázaro en la tumba. No había la menor pul-

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sación de vida en él de la que Cristo pudiera hacer uso; una completa resu-
rrección era lo único que podía volverle a la vida.
b. La esclavitud de la voluntad. Ya hemos observado que la voluntad es
una de las marcas de la semejanza entre Dios y el hombre. ¿Qué pasa con
esta semejanza cuando es destruida? La respuesta de Calvino era sencilla: es
esclavizada. En el Israel de la antigüedad era posible que un esclavo renun-
ciara a su libertad. En tal caso era esclavo por el resto de su vida (Exodo 21:2-
6). Así también Calvino sostenía que el pecador, habiéndose entregado
voluntariamente al pecado, estaba esclavizado a él y sin posibilidad de esca-
pe. Al hacer la decisión de servir al pecado, había vendido su libertad y no
tenía esperanza de ayudarse a sí mismo. Al pecar, había perdido su poder
de escoger. El pecado, entonces, de acuerdo con Calvino, ha matado al
hombre, dejándole tan muerto como una piedra. No tiene contacto con Dios.
No tiene poder de volverse a Dios. Si llega a ser salvo, es porque Dios en su
omnipotencia lo ha hecho. El levantar pecadores no es ni más fácil ni más
difícil que convertir piedras en hijos de Abraham. La influencia de la creen-
cia en el punto de vista de la soberanía divina es muy aparente aquí.
c. La doctrina de la salvación. El hombre es pecador, pero puede salvar-
se. ¿Cómo? La doctrina calvinista de la salvación se puede resumir en cua-
tro puntos:
1. La salvación es para los escogidos. Aquí vemos el punto de vista de
Calvino acerca de la soberanía de Dios funcionando como predestinación.
De acuerdo con Calvino, la salvación no es para todos los seres humanos,
sino para aquellos a quienes Dios, desde el principio, ha decidido que deben
ser salvos.
Este acto de decidir quiénes han de ser salvos se llama elección, y los
que son escogidos se llaman “electos”. Fue por éstos y solamente por éstos
que Cristo murió; El dio su vida por las ovejas (Juan 10:15); su muerte no
amerita nada para aquellos que no son sus ovejas.
Esta doctrina de la elección para la salvación lleva con ella una impli-
cación que Calvino y sus seguidores no han vacilado en delinear: Si la sal-
vación es sólo para los electos, entonces los que no son escogidos están auto-
máticamente destinados a la condenación. Todas las objeciones fueron des-
baratadas diciendo que todos los hombres son pecadores y que Dios no
tiene obligación de salvar a ninguno de ellos. De modo que, si en su miseri-
cordia El decide salvar a algunos, los demás no tienen derecho a quejarse,
puesto que están recibiendo lo que merecen de todas maneras. De esta
manera Calvino cree que glorifica la soberanía de Dios.

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2. La salvación es irresistible. Este es un corolario de la creencia (explica-
da arriba) en la esclavitud de la voluntad y la elección para la salvación. Si
la voluntad del hombre está esclavizada por el pecado, entonces no puede
hacer nada para salvarse a sí mismo. Sin embargo, si Dios ha decidido que
debe ser salvo, el hecho de que su voluntad sea nula también significa que
no puede hacer nada para impedir ser salvo.
“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere”
(Juan 6:44); por otro lado, nadie a quien Dios ha decidido traer hacia El,
puede resistir. La voluntad de Dios, puesto que es soberana, no se puede
resistir.
3. La Salvación, una vez obtenida, no se puede perder. Puesto que la volun-
tad de Dios es el factor determinativo en la salvación, y El nunca cambia,
aquellos que El quiere que se salven nunca se pueden perder. Cristo da a sus
ovejas vida eterna, y nunca perecerán, y nadie las podrá arrebatar de sus
manos (Juan 10:28).
Aunque caigan en la profundidad del pecado, no caen de la gracia;
porque, como una famosa confesión calvinista lo expresa: “Dios, quien es
rico en misericordia, desde su inmutable propósito de elección, no quita
totalmente su Santo Espíritu de los suyos aun en las caídas lamentables... de
modo que ni caen totalmente de la fe y la gracia, ni tampoco al fin continú-
an en sus caídas y perecen”.
4. La salvación es el primer paso en la santificación. De acuerdo con
Calvino, la santificación no es una crisis, sino un proceso. Una persona no es
santificada en un momento, sino gradualmente, en un período largo de
tiempo. En la lucha constante contra el pecado, Cristo gana poder sobre él,
pero ni aun así se hace perfecto, y es sólo en el juicio que la perfección se
otorga a los fieles. Entonces, se deduce que la salvación y la santificación no
son distintas; la segunda se incluye en la primera.
d. Conclusión: Estos son los puntos principales de la teología calvinis-
ta. Así como el calvinismo fue modificado en sus primeros años, lo ha segui-
do siendo desde entonces. Hoy día, mucho de lo que pasa por calvinismo o
se conoce como tal, no es calvinismo.
La verdad es que quedan muy pocos verdaderos calvinistas en el
mundo. Hay muchas personas que todavía usan el nombre, pero en la
mayoría de los casos escogen las partes del calvinismo que les conviene, y
silenciosamente hacen a un lado el resto.
Así es como, aunque hay muchos hoy día que creen que una vez que
una persona es salva no se puede perder (o la eterna perseverancia de los

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santos, como se conoce técnicamente), hay muy pocos que creen que Cristo
murió sólo por los electos y que algunos hombres están predestinados a la
condenación (la doctrina de la redención particular o la expiación limitada).
Sin duda que esto es algo por lo que debemos estar agradecidos. Sin embar-
go, los que sostienen esa posición son realmente inconsistentes, puesto que
el calvinismo es un sistema que se incluye a sí mismo, y los argumentos que
conducen a una doctrina lógicamente implican todas las otras.
Por un tiempo el calvinismo prevaleció como la teología predominan-
te de la mayor parte de la Europa protestante, debido a su claridad y su
carácter firme. Sin embargo, no pasó mucho tiempo sin que su aspereza
fuera tan evidente como su claridad y originó una reacción en contra. Esta
reacción estuvo asociada con el nombre de Jacobo Arminio, a quien consi-
deraremos en seguida.

Preguntas de Repaso

1. Considere cómo muchas de las doctrinas distintivas de Calvino


resultan de un exagerado hincapié sobre la soberanía de Dios. ¿Hasta qué
punto cree usted que su educación legal habrá sido responsable por ello?

2. ¿Están de acuerdo con la experiencia las creencias de Calvino en la


destrucción total de la imagen de Dios en el hombre y la esclavitud de la
voluntad del hombre? ¿O parece la naturaleza humana ser no tanto algo
totalmente corrompido, sino algo bueno que se echó a perder?

3. ¿Cómo respondería Calvino a la objeción de que es injusta la elec-


ción de sólo algunos para la salvación?

4. ¿Qué implicación tiene para la ética cristiana el punto de vista cal-


vinista de que una persona no puede finalmente caer de la gracia aunque
caiga en el pecado?

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Capítulo II

Arminio y el Arminianismo

I. ARMINIO: SUS PRIMEROS AÑOS


Augusto, el primer emperador de Roma, vio a tres de sus mejores
legiones despedazadas por el líder de tribu alemán, Arminio, y clamó a su
propio comandante: “Varus, devuélveme mis legiones”. Dieciséis siglos
más tarde, el mismo nombre de Arminio volvió otra vez a la prominencia —
pero esta vez en batallas teológicas, más bien que militares.
¿Fecha de nacimiento? 1560
¿Lugar de nacimiento? Oudewater, Holanda.
Nombre verdadero: Jakib van Hermanson. Era la costumbre de los
hombres eruditos adoptar un nombre latino tan aproximado como fuera
posible a su propio nombre en pronunciación y en significado. De esa mane-
ra llegó a conocerse en español como Jacobo Arminio.
¿Su padre? Un fabricante de cuchillos... quien murió cuando Arminio
era pequeño.
¿Educación? Sus aparentes pocas posibilidades se transformaron de la
noche a la mañana cuando Theodore Aemilius, un clérigo de Oudewater,
tomó la responsabilidad de su educación. De Oudewater fue a Utrech, de
Utrech a las universidades de Marbur y Leyden, donde reveló un genio tal
que el senado de la ciudad de Amsterdam votó, en 1582, en favor de enviar-
lo a Ginebra cubriendo todos sus gastos para que siguiera estudios avanza-
dos. Allí, en la capital de la Europa protestante, estudió bajo el sucesor de
Calvino, Teodoro Beza. Al regresar a Amsterdam cinco años más tarde, lo
hizo con un brillante testimonio de parte de Beza. Al año siguiente comen-
zó su ministerio en Amsterdam.

II. CONTROVERSIA
Apenas se había establecido en Amsterdam cuando se vio involucra-
do en una controversia. El punto del argumento es algo complejo, pero
puesto que su resultado fue el nacimiento de lo que desde entonces se ha
conocido como arminianismo, vale la pena tratar de entenderlo.
Los puntos de vista rígidos de Calvino y sus seguidores sobre la pre-
destinación nunca habían recibido una aceptación universal entre los pro-

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testantes, y la disputa en la cual Arminio se vio involucrado fue sólo una
erupción más del descontento que se estaba diseminando. La controversia
que involucró a Arminio se dividió en dos etapas:
A. La Primera Etapa: El Orden de los Decretos de Dios Para la Salvación del
Hombre.
Se concebía a Dios como el que planeó la salvación antes del comien-
zo de los tiempos haciendo una serie de decretos para gobernar el orden de
las diferentes etapas.
Un punto común de controversia en aquel entonces tenía que ver con
el orden en que los decretos se habían dado: ¿Vino el decreto de salvar antes
del decreto de crear, o después?
Si Dios decretó salvar antes del decreto de crear, entonces tiene que
haber decretado primero el pecado del hombre a fin de decretar su salvación
(obviamente una persona primero debe pecar antes de tener la necesidad de
la salvación). Esto se conoció como el punto de vista supralapsariano (dos
palabras latinas: supra, que significa “arriba” o “antes”; y lapsus, que signifi-
ca “caída”).
Si Dios decretó salvar después del decreto de crear, entonces pudiera
haber permitido la caída, y no necesariamente haberla ordenado. Esta posi-
ción se conoció como el punto de vista sublapsariano (sub significa “debajo”
o “después”). Evitaba el procedimiento delicado de hacer a Dios el autor del
pecado.
En 1589, algunos miembros de la iglesia de Delft publicaron un pan-
fleto atacando el punto de vista supralapsariano de Calvino y Beza, y cuan-
do uno de los ejemplares llegó a las manos del predecesor de Arminio en
Amsterdam, pronto lo pasó a Arminio pidiéndole que escribiera una decla-
ración desaprobándolo. Puesto que él acababa de estudiar bajo Beza, ¿quién
podría estar mejor capacitado que él?
Arminio se dispuso a la tarea inmediatamente, pero en el proceso de
preparar su respuesta encontró que su punto de vista se estaba cristalizan-
do en el sublapsarianismo, y en contra del supralapsarianismo que previa-
mente había aceptado sólo con reservas.
B. La Segunda Etapa: Predestinación.
Apenas su mente se había afirmado en el primer asunto cuando sus
burgomaestres de Amsterdam le pidieron que probara la falsedad de otra
“herejía”. Esta controversia en particular ya había estado desarrollándose
por espacio de diez años, habiendo sido iniciada por el vigoroso ataque en
contra de los supralapsarianos por un tal Theodore Koornhert.

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Ya se habían enviado réplicas a Koornhert por aquellos que estaban
preparados para abandonar el supralapsarianismo y ofrecer el sublapsaria-
nismo como substituto. Esto, sin embargo, no satisfizo a Koornhert, porque
en realidad él estaba atacando algo más que el orden calvinista de los decre-
tos divinos, estaba también atacando su sustancia. El sublapsarianismo,
como para evitar hacer a Dios el autor del pecado; pero estaba de acuerdo
con él al sostener que, aunque Dios había decretado que algunos debían ser
salvos, también había decretado que otros debían ser condenados.
Koornhert rechazaba esta posición tenazmente y fue el repetido fracaso de
los esfuerzos por silenciarle que condujeron a los burgomaestres de
Amsterdam a encargar a su joven y brillante ministro con la tarea.
Desafortunadamente para ellos, en esto sucedió con Arminio lo mismo que
había sucedido al tratar de “desaprobar” el error de los sublapsarianos. Se
encontró a sí mismo cada vez más de acuerdo con el mismo error que se le
había pedido que expusiera.

III. ARMINIO: ÚLTIMOS AÑOS


A. Profesor en Leyden. Arminio fue primordialmente un hombre de
paz, por lo que al principio decidió guardar silencio acerca de sus nuevos
puntos de vista para no avivar los conflictos. Sin embargo, antes de que ter-
minara el año 1590, había decidido que era necesario hacer alguna declara-
ción pública, y desde entonces no vaciló en declarar sus propios puntos de
vista. Inevitablemente encontró oposición, pero el senado de Amsterdam le
confirmó en su posición como ministro en la ciudad y permaneció allí hasta
que fue designado como profesor de divinidades en la Universidad de
Leyden en 1603.
Los años en Leyden no fueron fáciles. A pesar del testimonio del sena-
do de Amsterdam de afirmación de su ortodoxia y la presión popular en
demanda de su designación como profesor, sus enemigos calvinistas no per-
dían oportunidad para atacarles, y toda su carrera en Leyden se caracterizó
por la controversia. Cuando estaba llegando a su punto culminante, desapa-
reció de la escena por la muerte que acaeció el 19 de octubre de 1609. Con la
muerte prematura de su líder, reconocido por todos como alerta, humilde y
devoto, los arminianos perdieron en el momento crítico al hombre que más
necesitaban.
B. Los Cinco Artículos de la Admonición y el Sínodo de Dort. La controver-
sia que había caracterizado los últimos años de Arminio se intensificó des-
pués de su muerte. Con el propósito de aclarar la acusación que se les hacía

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de calumniadores y también de aclarar definitivamente su posición, los
arminianos redactaron sus credos en los cinco artículos de la Admonición,
dirigida en 1610 al States-General (parlamento) de Holanda y West
Friesland. Cuando éste evocó una Contra Admonición desde el lado calvinis-
ta, las líneas de batalla estaban tendidas y era inevitable una guerra.
La escena de la lucha final fue el Sínodo de Dort, 1618- 1619. Tres años
antes de su muerte, en su discurso “Sobre la Reconciliación de las
Disensiones Religiosas Entre los Cristianos”, Arminio había pedido un síno-
do, pero el que se reunió 12 años más tarde era muy diferente del que él
había deseado. Totalmente prejuiciado por su membresía (sólo tres admoni-
cionistas eran miembros) y totalmente injusto en sus procedimientos, fue
más bien una inquisición para condenar a los arminianos que un concilio
para arreglar las diferencias. Sus decisiones eran conclusiones de antemano.
Los cinco artículos arminianos fueron condenados; en su lugar se promovie-
ron oficialmente cinco artículos calvinistas y se prohibió el ministerio de
pastores arminianos. Técnicamente los arminianos habían perdido, pero
prácticamente habían ganado. De acuerdo con un dicho de la época: “Los
calvinistas tenían la ESPADA pero los arminianos tenían LA PALABRA”.
Lo último todavía sería primero.

IV. EL ARMINIANISMO
A. Introducción. El arminianismo ha sido definido como “un intento
por formular una protesta contra el calvinismo desde un punto de vista
ético”. En otras palabras, esto significa que el arminianismo criticó y conde-
nó al calvinismo por sostener abiertamente puntos de vista acerca de Dios y
del hombre que moralmente no se podían justificar. Por ejemplo, acusaban
a los calvinistas de atribuir a Dios actitudes que no podía tener y todavía
seguir siendo Dios. Y también afirmaban que los calvinistas negaban al
hombre los poderes que no se le podían negar sin cesar de ser hombre. Esta
es la contraparte en el arminianismo de la absoluta soberanía de Dios en el
calvinismo (véase el Capítulo uno). No es una negación de esa soberanía,
sino más bien un recordatorio de que al definirla hay más que debe tenerse
en cuenta que el deseo de hacerla tan completa y de largo alcance como sólo
la lógica puede hacerlo.
El “arminianismo” ha sufrido mucho por causa del mal uso del térmi-
no, aun más que su término paralelo “calvinismo”.
La confusión ha venido principalmente de dos diferentes fuentes. En
primer lugar, ha habido mucho mal entendimiento en cuanto a lo que es el

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arminianismo realmente. Su enseñanza sobre la responsabilidad humana a
menudo ha conducido a la acusación que enseña que el hombre puede sal-
varse a sí mismo sin la ayuda de Dios. Técnicamente esto se conoce como
Pelagianismo.
Segundo, y quizá esta sea la más seria, ha habido la tendencia de aso-
ciar algunos movimientos que han surgido del arminianismo con el armi-
nianismo mismo. Por ejemplo, la exageración del rígido dogma calvinista,
por causa del arminianismo, ciertamente preparó el camino para el raciona-
lismo en el sentido de que dio a la razón humana una dignidad que se le
negaba por el calvinismo, pero decir por eso que el arminianismo es racio-
nalista, es totalmente infundado.
El arminianismo, como se usa en este estudio, se refiere a las creencias
de Arminio y sus sucesores inmediatos, quienes por su propio testimonio
sometieron todos sus puntos de vista a juicio por la Palabra de Dios.
B. Puntos de Doctrina. El calvinismo generalmente se resume en los
famosos “Cinco Puntos” presentados por el Sínodo de Dort: Predestinación
Absoluta, Expiación Limitada, Depravación Total, Gracia Irresistible y la
Perseverancia Final de los Santos.
El arminianismo aquí se discute bajo los cinco puntos de la
Representación a la cual nos referimos anteriormente, a los cuales los “Cinco
Puntos” del Sínodo de Dort fueron una respuesta, y el movimiento general
de este capítulo será un tanto paralelo al tratamiento del calvinismo en el
capítulo uno.
1. Predestinación. Como ya hemos indicado, para ser calvinista esto era
absoluto e incondicional. Una persona no estaba predestinada a la condena-
ción porque Dios veía con anticipación que no se arrepentiría. La única
razón era que Dios, por su gracia, escogió salvar a uno y permitió que el otro
pereciera en sus pecados.
Los arminianos atacaron este punto de vista como antiético, demos-
trando los hechos en varias formas. Por ejemplo, señalaron que, si la predes-
tinación es absoluta, entonces Dios preordena las dos cosas: que el hombre
peque y luego le castiga por hacerlo. Esta posición involucra dos males
morales gemelos: Dios es el autor del pecado y hace responsable a una per-
sona por algo que no puede evitar.
Además mostraron que, si la predestinación es incondicional (no tiene
en cuenta el estado moral del individuo involucrado), la conclusión es inevi-
table de que Dios es injusto, puesto que concluye veredictos opuestos sobre
víctimas que han cometido el mismo crimen. Si todos han pecado y deben

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justamente ser condenados, a quien Dios salve, quien quiera que sea, lo
salva injustamente, puesto que el amor vence la justicia.
Debe entenderse claramente lo que los arminianos decían: No estaban
negando el hecho de la elección; no negaban que fuera enteramente de gra-
cia; no estaban negando en ninguna manera que la voluntad divina fuera
suprema; todo lo que decían era que su supremacía era moral. Dios no esta-
ba más obligado a castigar que a perdonar. Su decreto era final, pero si era
de elección para salvación o para condenación, dependía de la respuesta del
individuo. Dios elegía para la salvación o para la condenación sólo a aque-
llos cuya obediencia o desobediencia final El veía con anticipación.
De esa manera ellos señalaban que la predestinación calvinista era
contraria no sólo a la justicia de Dios, sino también a su bondad, las cuales
Cristo dice específicamente se aplican al mal y al bien (Mateo 5:45).
Sostenían que la predestinación absoluta negaba al hombre el libre albedrío
y la capacidad para gozar la vida eterna; sin los cuales, textos tan sencillos
como Génesis 2:17 y Romanos 10:5 eran reducidos a palabras sin sentido.
Citaban pasajes tales como Hebreos 6:9-10; Apocalipsis 2:10; 1 Timoteo 4:7-
8, mostrando que la salvación estaba relacionada con la fe y a la obediencia;
y otros como Romanos 6:23; 2 Tesalonicenses 1:8-9, mostrando que la con-
denación estaba relacionada con el pecado y la desobediencia. Pero aunque
todos estos puntos eran de valor, principalmente se hacía hincapié en el
carácter antiético de la definición calvinista.
2. Expiación. De acuerdo con la definición calvinista, la expiación no
era lo suficiente grande como para salvar a todos los hombres porque desde
el principio nunca tuvo ese propósito. Los que requerían salvación eran los
que habían sido predestinados por Dios con anticipación. Puesto que El
sabía cuántos había, la expiación no necesitaba ser más poderosa de lo nece-
sario para salvar a ese número de personas. Este punto de vista se conoce
técnicamente como expiación limitada o redención particular.
Para los arminianos, por otro lado, la expiación era universal; había
sido diseñada para todos y llevada a cabo para todos. Se hacía referencia a
estos pasajes de la Escritura que muestran cuán amplio es el alcance de la
invitación de Dios (Marcos 4:23; 8:34; Juan 3:16).
Se citaban pasajes que niegan rotundamente lo que implicaba la doc-
trina de la expiación de Calvino, que Dios deseaba la muerte del pecador
(Mateo 18:14; Juan 3:17), y se llamaba la atención a aquellos textos que por
el contrario mostraban que Cristo murió por todos los hombres (Juan 12:32-
33; Romanos 5:18- 19; 2 Corintios 5:14-15). Se resumía todo en el bien cono-

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cido texto, Juan 3:16. Dios amaba a todo el mundo, no sólo a algunos miem-
bros selectos del mismo; la expiación era para todos. Y no sólo fue diseñada
para todos; fue cumplida para todos a fin de que todos los que creyeran no
se perdieran. Sin embargo, fue cumplida en un sentido particular en que
hacía que la salvación de todos los hombres fuera, no automática, sino posi-
ble; todos los que creyeran, pero sólo si creían primero. En otras palabras,
aunque todos los hombres pueden ser salvos, son salvos sólo cuando creen;
la salvación está condicionada a la fe.
3. Depravación. Depravación es el término técnico que se usa para refe-
rirse a la corrupción del alma del ser humano como resultado de la caída.
Como ya se ha indicado, Calvino y sus seguidores creían que esta deprava-
ción o corrupción era total, que no quedaba ninguna señal de la imagen de
Dios en el hombre y que la voluntad del hombre estaba totalmente esclavi-
zada. Por eso Calvino no quería decir que el hombre no era libre para esco-
ger a la señorita con la que habría de casarse, o si comería jalea o mermela-
da para el desayuno. Lo que quería decir era que el hombre no estaba capa-
citado para hacer ningún bien espiritual. Por causa de la caída, el alma del
individuo había sido envenenada hasta el último rinconcito y la santidad
original había dado lugar a la depravación absoluta.
Los arminianos, por otro lado, sostenían que la depravación era una
tendencia que inclinaba al hombre hacia el mal, pero, sin embargo, dejaba
su voluntad libre; aunque sus deseos eran más fuertes del lado del mal,
todavía era responsable, y en toda la Biblia se trata así.
Por tanto, el arminianismo desafiaba el punto calvinista sobre la
depravación como inclinación hacia el pecado, más bien que como pecado
en sí. Hizo la distinción entre el pecado actual y el pecado original. Todos
los seres humanos estaban infectados con el pecado original, pero nadie era
condenado por ello, porque no podía ser culpado por algo que había here-
dado.
Segundo, al afirmar que la voluntad del hombre permanecía libre, el
arminianismo afirmaba que la salvación era imposible aparte de la coopera-
ción humana. A la contraacusación de los calvinistas de que eso significaba
que la salvación no era enteramente de Dios, los arminianos contestaron con
la idea de la gracia preveniente, la gracia que Dios da por adelantado (“pre-
veniente” viene de las palabras latinas pre y venire, que significa “viene
antes”), capacitando al pecador para hacer la decisión de seguirle. Todo es
de gracia, puesto que sin la gracia el hombre no puede responder; sin
embargo, tan pronto como la gracia es impartida, el hombre responde. De

17
esta manera, se protegen la primacía de la gracia de Dios y la necesidad de
la cooperación.
4. Conversión. Tanto los calvinistas como los arminianos consideraban
la conversión como la obra del Espíritu Santo, pero para ir de acuerdo con
su definición de depravación, los calvinistas la consideraban como inevita-
ble. Si Dios era omnipotente y la voluntad del hombre estaba esclavizada,
entonces se requería sólo la decisión de Dios para salvar a una persona para
que se efectuara la obra. La gracia era irresistible y el hombre era salvado a
la fuerza. Pero puesto que los arminianos negaban la interpretación calvinis-
ta acerca de la divina soberanía y sus pretendidas actuaciones en la predes-
tinación y la expiación, también negaban la posición calvinista acerca de la
conversión. La gracia, afirmaban ellos, podía ser resistida por una voluntad
humana porfiada y sostenían su punto recurriendo a las Escrituras que cla-
ramente afirmaban tal punto de vista (Mateo 23:37; Lucas 7:30; Hechos 7:51;
2 Corintios 6:1; Hebreos 12:15).
5. Perseverancia. Como ya hemos indicado, el punto de vista calvinista
en este tema declaraba que la salvación, una vez obtenida, no se podía per-
der. Era la doctrina —en términos técnicos— de la perseverancia final de los
santos; o en una frase más popular, “una vez en gracia, siempre en gracia”.
Al principio los arminianos vacilaron en oponerse a los calvinistas en este
punto. Arminio mismo, en una “Declaración” delante de los Estados de
Holanda poco menos de un año antes de su muerte, dio la implicación de
que El todavía no había podido decidir sobre el asunto, aunque su tono
general muestra claramente en qué dirección estaba soplando el viento.
“Creo que es útil”, dijo, “y será necesario en nuestra primera convención (o
Sínodo) introducir un estudio diligente de las Escrituras, sobre si es posible
para algunas personas por causa de la negligencia abandonar el comienzo
de su existencia en Cristo, para volver de nuevo a este mundo impío, rehu-
sar la sana doctrina que una vez le fue impartida, perder la buena concien-
cia, y hacer que la gracia divina sea ineficaz”. Pero no pasó mucho tiempo,
sin embargo, sin que la vacilación diera lugar a la certidumbre; y tal como
sus principios lo demandaban, los arminianos sostenían que era posible
para quien había recibido la gracia de Dios caer de ella y perderse.
Afirmaban esta posición sobre la base de las declaraciones y ejemplos de las
Escrituras (Mateo 27:3-5; Juan 6:6; Gálatas 3:1-4; 4:11; Colosenses 1:23;
Hebreos 6:4-7) y en la experiencia.
6. La Santificación o la Perfección Cristiana. El Sínodo de Dort no hizo
ninguna declaración sobre el tema de la santificación, y puesto que se enu-

18
mera aquí como el punto sexto, obviamente no puede responder a ninguno
de los “Cinco Puntos del Calvinismo”. El tema es, sin embargo, de gran sig-
nificado en todo este estudio y se incluye en este punto por razones de con-
veniencia.
El concepto calvinista de la santificación ya se ha explicado y gira alre-
dedor de la objeción de que la perfección no se puede obtener en esta vida.
Arminio mismo nunca estuvo totalmente decidido sobre el asunto, aunque
sus acciones representan gran progreso sobre el punto de vista calvinista.
“Aunque nunca he afirmado”, escribió, “que un creyente pueda guardar
perfectamente los preceptos de Cristo en esta vida, nunca lo he negado; más
bien lo he dejado como un asunto a decidirse”.
Sus seguidores eran un poco menos vacilantes. Escribieron mucho
acerca de la perfección y sostuvieron que la santidad que Dios considera
como perfecta, era posible en esta vida. Distinguían tres etapas de perfec-
ción: primera, el principio de la fe cristiana; segunda, el progreso en la rege-
neración; y tercera, la madurez estabilizadora de la gracia. Sin embargo, a
pesar de todo su interés en la santificación, sus ideas fueron muy vagas en
cuanto a sus principios y proceso. En particular, no decían nada en cuanto a
los medios, seguridad o limitaciones del tercer estado y ni siquiera trataban
con el asunto vital de la destrucción del pecado.
C. Conclusión. Estos son los rasgos generales del arminianismo. Su
carácter como reacción contra el calvinismo es evidente, aunque eludió el
extremismo típico de la mayoría de las revueltas, por lo menos en sus pri-
meras etapas. Claro, tuvo sus debilidades. Sus enemigos fueron rápidos en
explotar su insistencia en la cooperación humana en la salvación y presen-
tarlo como ni más ni menos que la salvación por obras —”obras evangéli-
cas” en este caso. Obviamente se necesitaba cierta aclaración, y aunque
tardó un poco en venir, al fin vino. Arminio ciertamente mira hacia atrás a
Calvino; y en la misma forma, señala hacia adelante hacia Wesley, a quien
consideraremos en seguida.

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Preguntas de Repaso

1. Considere las diferentes formas en que los arminianos trataron de


mostrar que la predestinación absoluta era injusta.

2. Los calvinistas acusaron a Arminio de que, al decir que el hombre


tenía que responder para ser salvo, estaba implicando que el hombre podía
contribuir algo para su propia salvación. ¿En qué forma rechazó Arminio
este argumento?

3. “Una vez salvo, siempre salvo”, implicaba o que una vez converti-
da una persona ya no tiene la libertad para desear retroceder, o de lo contra-
rio que su conducta después de la conversión no tiene importancia. ¿Cree
usted que este es un resumen justo de las alternativas que enfrentan a la
doctrina calvinista de la eterna perseverancia de los santos?

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Capítulo III

Wesley y el Wesleyanismo

II. JUAN WESLEY: EL HOMBRE


A. Primeros Años. Sus padres pertenecían a la alta sociedad por sangre
y por cerebro, y pasaron esta distinción a sus hijos. Los dones naturales, jun-
tamente con la amorosa pero firme disciplina administrada por su madre,
no podía menos que producir genios, y en este caso no hubo dudas de que
lo hizo.
¿Fecha de nacimiento? Junio, 1703.
¿Lugar de nacimiento? Epworth, Lincolnshire, Inglaterra.
¿Padre? Samuel Wesley... rector de la parroquia local.
¿Educación? La educación de Wesley comenzó donde comienza toda
educación —en el hogar; también comenzó cuando toda educación comienza
—tan pronto como pudo hablar. Desde entonces hasta que dejó su hogar para
ir a un colegio a la edad de 11 años, la disciplina del aprendizaje siguió adelan-
te —y con resultados extraordinarios como más tarde testificó su madre.
En el día de su cumpleaños, en 1714, Juan fue recomendado para asis-
tir a Charterhouse, una de las más famosas escuelas públicas de Inglaterra.
Pasó seis años en Charterhouse aprendiendo “las razones de las cosas” y fue
de allí a Christ Church, Oxford, con el mismo propósito.
El alcance de su éxito se demuestra por su elección a la categoría de
ayudante en Lincoln College, y disertante en lógica, griego y filosofía en la
Universidad de Oxford a la edad de 23 años. Aparte de un breve intervalo
en el que ayudó a su padre en Epworth, Wesley permaneció en Oxford hasta
que salió de Inglaterra hacia América en octubre de 1735.
No hay lugar a dudas de que fue uno de los hombres más educados
de su época. Tanto la amplitud de sus conocimientos (desde matemáticas
hasta el árabe) como su profundidad (publicó libros sobre temas que iban
desde lógica hasta idiomas) le señalan como un hombre erudito en una
época de ignorancia.
B. Preparación Religiosa. La religión era muy importante en el hogar de
los Wesley. Tan pronto como podían hablar, los niños aprendían el
Padrenuestro y lo repetían en las mañanas y en las noches. A medida que su
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memoria se desarrollaba se les enseñaba a memorizar pasajes de las
Escrituras —una disciplina que más tarde produciría sus efectos en la mente
de un niño. Estos ejercicios que dirigían la mente de un niño hacia Dios, a
veces eran reforzados por recordatorios de un carácter más extraordinario.
Por ejemplo, en la noche del 9 de febrero de 1709, la familia Wesley se des-
pertó ante los gritos de “¡fuego!” desde la calle. Todos escaparon, “menos
Juanito”, quien fue rescatado por un hombre parado sobre los hombros de
otro hombre segundos antes de que el techo se desplomara.
La salvación providencial del niño dejó una profunda impresión en la
familia. Años más tarde, Juan mismo podía escribir: “Recuerdo todas las cir-
cunstancias tan claramente como si hubiera sido ayer”, y tenía una casa
incendiándose bajo una de sus fotografías con la inscripción: “¿No es éste un
tizón arrebatado del fuego?”
C. Frustración. Sin embargo, la religión, básicamente, no tenía conteni-
do para él. Durante los años de escuela y universidad, continuó leyendo su
Biblia, asistiendo a la iglesia, repitiendo sus oraciones, aunque todavía no
había nada interno que sostuviera su fe. El año 1725 fue, por tanto, doble-
mente importante para él, no sólo porque fue el año de su ordenación, sino
porque en ese año leyó el libro de Tomás de Kempis: Imitación de Cristo, el
cual le mostró que la verdadera religión es un asunto del corazón. Pero aún
así, la luz no le había amanecido en su totalidad y todavía tenía un largo
camino por delante antes de alcanzar el blanco.
Hubo los largos años de “religión por regla”, que le ganaron el nom-
bre de “metodista”. Hubo los años trágicos en América, que terminarían con
la desesperante confesión: Fui a América a convertir a los indios, pero ¡oh!
¿quién me convertirá a mí?
D. Realidad. Pero el gran momento al fin llegó el 24 de mayo de 1738,
cuando Wesley estaba sentado con un pequeño grupo en la iglesia de la
calle Aldersgate, en Londres, escuchando a un hombre leer del Prefacio de
Lutero a la Epístola a los Romanos. “Como a las ocho cuarenta y cinco”,
escribió Wesley, “mientras estaba describiendo el cambio que Dios obra en
el corazón mediante la fe en Cristo, sentí arder mi corazón con un calor
extraño. Sentí que confié en Cristo, sólo Cristo para la salvación; y sentí la
seguridad de que El había quitado MIS pecados, los MÍOS, y ME había sal-
vado de la ley del pecado y de la muerte”. El punto crítico se había alcanza-
do; la religión había llegado a ser real.
Pero la lucha no terminó allí. La escopeta de Wesley tenía otro cañón.
“Somos salvos del pecado”, escribiría más tarde; “somos hechos santos por

22
la fe”. Si el 24 de mayo de 1738, fue la fecha en que fue “salvo del pecado”,
¿cuándo fue hecho “santo por la fe”? La verdad es que nadie sabe, porque
Wesley no dejó ningún testimonio claro. Y tampoco importa. La sencillez de
su predicación sobre la entera santificación recompensa con creces su falta
de testimonio acerca de la misma. También, el pensamiento de que él predi-
cara como posible, deseable y aun necesaria, una experiencia que él mismo
no poseyera, realmente no concuerda a la luz del carácter del hombre.
E. Alcance. Durante 54 años Wesley predicó la salvación plena. La
Inglaterra de sus días no era el campo más promisor, contaminado como
estaba tanto moral como físicamente. Sin embargo, año tras año él seguía la
misma ruta triangular por el país: Londres, Bristol, Newcastleon-Tyne, pre-
dicando dondequiera que las personas escucharan. Y en la providencia de
Dios este hombre con su corazón “ardiendo con un calor extraño”, pequeño
de estatura, pero valiente en espíritu, se convirtió en el agente divino para
levantar a Inglaterra de la profundidad de sus pecados. El secreto de su
éxito en la vida lo declaró el 1 de marzo de 1791, mientras yacía moribundo:
“Lo mejor de todo es —Dios está con nosotros”.

II. JUAN WESLEY: SU ENSEÑANZA


A. Introducción. No es un elogio para las enseñanzas de Wesley llamar-
las un “ismo”. El hecho es que ni siquiera es verdad, como Wesley mismo se
apuraría a declarar. Nada horrorizaba más a Wesley, no había nada que
rechazara más duramente, que la acusación de que él estaba predicando
algo nuevo.
“El llamado metodismo”, escribió él, “es la religión antigua, la religión
de la Biblia, la religión de la iglesia primitiva”. Si había algún punto de vista
en el metodismo que pareciera nuevo, no era porque fuera nuevo, sino por-
que había sido descuidado. El hubiera estado de acuerdo con uno de sus
seguidores más tarde quien dijo que “el metodismo no es una religión
nueva, sino la religión antigua es viva”. El justificaba su posición apelando
sólo a una autoridad: “Si soy fanático”, escribió él, “lo he llegado a ser leyen-
do la Biblia”.
Si uno debe tener cuidado de no llamar las creencias de Wesley un
“ismo”, también debe tener cuidado de no llamar teólogo a Wesley. Porque
en el sentido aceptado del término —”uno que organiza sus creencias en un
sistema coherente y teorético” —Wesley no fue teólogo. No que él no tuvie-
ra una idea clara de lo que creía ni que le faltara la habilidad de pensar las
cosas cabalmente. Poseyó ambas y en un nivel superior. Pero su ministerio

23
consistió más bien en practicar, antes que en hacer teología, como general-
mente se admite. En otras palabras, El fue un teólogo PRÁCTICO, y la prue-
ba final a la cual sometía todas sus interpretaciones de las Escrituras era si
eran prácticas o no. “Cuán sencillo y claro es esto”, escribió, contrastando las
evidencias prácticas con las pruebas complicadas de la teología. “Y a qué
nivel están de los que carecen de mayor capacidad. ¿No es esta la suma:
‘Una cosa sé, antes era ciego mas ahora veo’? Un argumento tan claro que
un campesino, una mujer, un niño, pueden sentir su fuerza”. O, como escri-
bió a su hermano Carlos: “Si no hubiera un testigo viviente de lo que hemos
predicado por 20 años, no podría seguir predicando esto más”.
Por tanto, cuando pensamos en la teología de Wesley, no debemos espe-
rar más que un resumen de la fe bíblica desde un punto de vista práctico.
Como contraste Wesley siguió a Arminio, un hecho que él nunca ocul-
tó y que admitió públicamente en 1778, publicando un periódico llamado
Arminian Magazine. Por tanto, la mayor parte de las creencias de Wesley son
idénticas con las de Arminio, excepto en casos en que él aclara algunos pun-
tos oscuros en Arminio o va más allá que éste. Será suficiente notar los pun-
tos de vista principales apoyándolos con citas apropiadas y explicar cual-
quier diferencia a medida que surjan.
B. La Gracia Universal. Contrario al punto de vista calvinista de que
algunas personas estaban predestinadas a la condenación, Wesley proclamó
la gracia de Dios para todos los hombres. No había nadie que no pudiera ser
salvo. Se ha dicho que en algunos de los himnos de Carlos Wesley, la pluma
era de Carlos, pero las palabras de Juan.
C. Salvación por la Fe. En este punto están incluidos varios temas de
vital importancia en la lucha calvinista arminiana, El principal enfoque de la
predicación de Wesley era sobre la fe y la seguridad, pero puesto que ello
presupone puntos de vista sobre el pecado y el libre albedrío, los tratamos
aquí.
1. Depravación Total. En ningún momento compartió Wesley lo que él
llamó “el cuadro justo de la naturaleza humana que los hombres han dibu-
jado en todas las edades”. “Por naturaleza, no teníamos ningún conocimien-
to de Dios, ni estábamos familiarizados con el hombre, nacido en el mundo
como un idólatra... la religión de Cristo Jesús... es el método de Dios para
sanar a un alma así enferma. Por tanto, el Gran Médico de las almas aplica
la medicina para sanar esta enfermedad; para restaurar la naturaleza huma-
na totalmente corrompida en todas sus facultades... por naturaleza, estáis
corrompidos: por gracia seréis totalmente renovados”.

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2. El Libre Albedrío. “El libre albedrío en el presente estado de la
humanidad, no lo entiendo: Sólo afirmo que hay una medida de libre albe-
drío restaurada en forma sobrenatural a cada individuo... ¿No ha sentido
usted a menudo, en una tentación en particular, poder o para resistir o para
ceder a la gracia de Dios?... Ninguna persona viviente está totalmente desti-
tuida de lo que vulgarmente se conoce como conciencia natural. Pero esto
no es natural; se llama más propiamente gracia preveniente”.
3. Fe. Para Wesley, quien había tratado por todos los medios ganar la
salvación por sus propias obras, el mensaje de la salvación por la fe había
sido como un perdón gratuito para un criminal en la sala de espera antes de
ser ejecutado. Naturalmente, tomó un lugar prominente en su predicación.
El hecho es que el primer sermón que Wesley predicó después de su conver-
sión fue sobre el texto: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe...”
(Efesios 2:8). La forma en que trató sobre la fe es de particular interés, por-
que la presenta defendiendo el punto de vista arminiano contra la crítica de
los calvinistas. Al afirmar que los hombres pecadores todavía poseían el
poder del libre escogimiento, los arminianos implicaban que era posible
para el pecador rechazar la gracia de Dios. Los calvinistas denunciaban este
punto de vista porque, según decían ellos, si el hombre no pudiera ser salvo
a menos que dijera sí a Dios, su salvación no era totalmente de gracia;
dependía de sus propias buenas obras —decir sí a Dios.
Fue a esta acusación a la que Wesley replicó cuando definió sus pun-
tos de vista sobre la relación de la fe y la gracia. Y en ningún momento negó
que la salvación fuera totalmente de gracia y por medio de la fe. “¿Con
qué?”, preguntó él en el sermón al cual hacemos referencia más arriba,
“podrá un hombre pecador hacer expiación por el menor de sus pecados?
¿Con sus propias obras? no... si por lo tanto los hombres pecadores encuen-
tran favor delante de Dios, es ‘gracia sobre gracia’... La gracia es la fuente, la
fe de la condición de la salvación”. Ni tampoco negó que la fe no fuera un
don de Dios: fue “no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para
que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).
Sin embargo, El negó que el decir sí a la oferta de Dios del don de la
fe fuera en sí una obra, que hiciera a la salvación un asunto de obras, más
bien que de fe. Un regalo, argüía él, no deja de ser menos regalo al decir que
sí cuando se le ofrece. En un párrafo muy eficaz en el que resume todo el
asunto, es interesante notar cómo Wesley puede hablar tanto de la necesi-
dad de la respuesta del hombre como de que la salvación es totalmente por
gracia, dentro de los límites de un solo párrafo. “Me toca advertirle acerca

25
de otra palabra hueca y vacía”, escribió. “No diga: ‘No puedo hacer nada’.
Si es así, entonces usted no conoce nada acerca de Cristo; entonces no puede
tener fe. Porque si tiene fe, si cree, entonces usted ‘todo’ lo puede ‘en Cristo’
que le fortalece... Muestre entonces su amor por Cristo... Deje que Cristo lo
haga todo. Permita que Aquel que ha hecho todo por usted, haga todo en
usted”.
4. Seguridad. La religión en los tiempos de Wesley era puramente for-
mal y externa; conocer a Dios significaba poco más que saber acerca de El.
Aun para los calvinistas de aquellos tiempos, el conocimiento de la salva-
ción significaba nada más que la aceptación intelectual de los dogmas de
que uno estaba incluido entre los electos y por lo tanto nunca se perdería. La
medida de la sorpresa creada por las enseñanzas de Wesley, de que una per-
sona podía saber en su corazón que sus pecados eran perdonados, se mues-
tra por el hecho de que muchos de los predicadores de Wesley eran encar-
celados por proclamarlo. Cuando Wesley en una ocasión preguntó cuál era
la acusación contra uno de sus predicadores encarcelados, se le dijo: “¿Por
qué? El hombre es buena persona en otros respectos, pero los caballeros no
pueden soportar su insolencia. ¡Imagínese que dice que él sabe que sus
pecados han sido perdonados!”
A esta falta de certidumbre, o dependencia de lo puramente intelec-
tual “una vez salvo, siempre salvo”, Wesley proclamó la doctrina del Nuevo
Testamento de la seguridad por la cual una persona podía saber, por medio
del Espíritu Santo en su corazón, que había sido perdonado. Su padre le
había hablado de ella en más de una ocasión mientras yacía moribundo. “El
testimonio interno, hijo mío”, le había dicho, “el testimonio interno, esa es
la prueba, la prueba más fuerte del cristianismo”. Wesley lo descubrió por
sí mismo en el día de la conversión: “Sentí la seguridad de que El había per-
donado MIS pecados, los MÍOS, y ME había salvado de la ley del pecado y
de la muerte”. Desde entonces lo proclamó hasta su muerte.
D. Perfección Cristiana: Su Doctrina Distintiva.
1. Antecedente. Aunque es verdad que estos puntos de vista eran
característicos de la predicación de Wesley, una doctrina en particular le dio
su signo más distintivo: la doctrina de la perfección cristiana o entera santi-
ficación. A veces se da la impresión de que esta doctrina fue peculiar de
Wesley, pero eso no es verdad. Vez tras vez él traza su historia a través de
los escritos de los místicos, de los padres de la iglesia primitiva y hasta de
los apóstoles mismos.

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También se sugiere a veces que, si bien es cierto que Wesley predicó
esta doctrina en el brillo y entusiasmo de su juventud, se fue enfriando pro-
gresivamente en esa agresividad a medida que avanzaban los años, de
modo que hacia el fin de su vida la había abandonado casi totalmente. Pero
una vez más esto no se puede probar. Su libro más famoso en la materia, La
Perfección Cristiana, publicado en 1766, consiste de una serie de extractos de
sus escritos con el propósito específico de probar que él había apoyado esta
doctrina toda su vida. Comienza con una cita de un sermón predicado el 1
de enero de 1733, del cual Wesley dice: “Se puede observar que este sermón
fue el primero de mis escritos que se publicó. Este es el punto de vista de la
religión que yo tenía entonces, que aún entonces no tenía yo escrúpulos de
llamarla perfección”. Termina con esta clara afirmación: “Esta es toda y la
única perfección... que yo he creído y enseñado durante estos 40 años, desde
el año 1725”. Testimonios similares se encuentran en los años restantes de
su vida, y seis meses antes de su muerte, en una carta dirigida a Robert Carr
Brackenbury, fechada el 15 de septiembre de 1790, escribe: “Esta doctrina
(de entera santificaciOn) es la ‘gran posesión’ que Dios ha puesto en las
manos del pueblo llamado metodista: y parece que El nos ha levantado con
el propósito de propagarla”. Veamos cómo interpretó Wesley la doctrina.
2. La Doctrina en sí.
a. La doctrina definida. El fundamento de la enseñanza de Wesley fue
el claro mandamiento de Cristo mismo: “Sed, pues, vosotros perfectos,
como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). ¿Pero en
qué sentido puede el cristiano ser perfecto? Obviamente, no en forma abso-
luta —porque la perfección absoluta pertenece sólo a Dios; y obviamente
tampoco en sentido adámico —porque Adán, cuando fue creado, estaba
libre de los efectos de la caída, mientras que todos los demás han sufrido sus
efectos. Para Wesley, con su sentido práctico de pensar, la perfección cristia-
na no podía ser nada menos que cumplir con las demandas de Dios. Y éstas
eran lo suficiente claras. ¿No había dicho Cristo que los dos grandes man-
damientos eran amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno
mismo? (Mateo 22:37-39). La perfección cristiana, por tanto, no podía ser
nada menos que amor perfecto, y éste era el término favorito de Wesley para
referirse a ella. Su significado en experiencia era que la fuerza detrás de cada
pensamiento, palabra y hecho era el amor puro.
Repetidamente esta es la forma en que Wesley la explica. Por tanto, en
The Large Minutes, en respuesta a la pregunta: ¿Qué se puede hacer a fin de
reavivar la obra de Dios en decadencia? él contesta: “Exhorte en forma explí-

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cita y fuerte a todos los creyentes a que vayan ‘a la perfección’... lo cual sig-
nifica (como lo hemos inferido desde el principio), salvación de todo peca-
do, por el amor de Dios y el hombre que llena nuestros corazones”. Otra
vez, en un tratado titulado Thoughts on Christian Perfection, (ideas sobre la
perfección cristiana) publicado en 1759, en respuesta a la pregunta: “¿Qué
es Perfección Cristiana?” escribe: “Amar a Dios con todo el corazón, mente,
alma y fuerza. Esta declaración que no queda en el corazón mal tempera-
mento, nada contrario al amor y que todos los pensamientos, palabras, y
acciones están gobernados por amor puro”.
Wesley se apresuró a explicar que la perfección en amor no significa-
ba la libertad de hacer errores, de la ignorancia, o de otras debilidades. Pero
puesto que el amor perfecto era el cumplimiento de los mandamientos de
Dios, afirmaba que significaba libertad de todo lo que se pudiera llamar con
toda razón pecado. Y cuando se le preguntó: “¿Implica el ser perfecto en
amor que el pecado interno es quitado?” su respuesta fue:
“Indudablemente, de otra manera, ¿cómo podríamos decir que somos sal-
vos de todas nuestras inmundicias?” (Ezequiel 36:29).
b. La experiencia recibida. Puesto que se requiere el amor perfecto,
¿cómo se puede obtener? A este respecto, Wesley hubiera presentado tres
puntos.
Se puede obtener en esta vida. “Tenemos que esperarla”, escribe él,
“no en la muerte, sino en cada momento; ahora es el tiempo aceptable, ahora
es el día de salvación”.
Se obtiene subsecuentemente a la regeneración. “No se obtiene en la
justificación, puesto que las personas justificadas deben avanzar ‘a la perfec-
ción’” (Hebreos 6:1).
Se recibe instantáneamente por la fe. Aunque Wesley concedía que a
la experiencia seguía y precedía una obra gradual, creía que el don mismo
se recibía en un momento. “Yo creo que esta perfección se efectúa siempre
en el alma por un acto simple de fe; consecuentemente, en un instante”.
c. El testimonio conservado. De nuevo Wesley hubiera presentado tres
puntos:
La experiencia es consciente. Cuando se le preguntó cómo sabe uno
que es santificado, replicó: “Lo sabemos por el testimonio y por el fruto del
Espíritu... Así como cuando fuimos justificados el Espíritu dio testimonio a
nuestro espíritu de que nuestros pecados fueron perdonados, de la misma
manera cuando fuimos santificados, El dio testimonio de que habían sido
quitados”.

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La experiencia se puede perder. La experiencia de la perfección cris-
tiana no implica que una persona no está sujeta a las tentaciones; por consi-
guiente, el descuido puede resultar en la pérdida de la misma. Al principio
Wesley había negado esto, pero luego cambió su manera de pensar. “Al
principio creíamos que una persona salva del pecado no podía caer; ahora
sabemos lo contrario... no hay tal altura y fortaleza en la santidad de la cual
sea imposible caer”.
Se puede dar testimonio de la experiencia. Wesley creía que era
correcto dar testimonio de la experiencia, aunque aconsejaba que se tuviera
cuidado en el tono de tal testimonio; sólo la confesión humilde era correcta.
“Tenga mucho cuidado al hablar de usted mismo”, escribió; “no tiene que
negar la obra de Dios, hable de ella cada vez que tenga oportunidad en la
forma más inofensiva posible... no le dé ningún nombre general... hable más
bien de las cosas particulares que Dios ha hecho para usted. ‘En tal ocasión
experimenté un cambio que no puedo explicar; y desde entonces, no he sen-
tido orgullo, o vanidad, o ira, o incredulidad, ni ninguna otra cosa excepto
la plenitud del amor hacia Dios y hacia la humanidad’”.
E. Conclusión. Tales son las características principales del mensaje de
Juan Wesley. Sus posiciones básicas le muestran no sólo como un simple
seguidor del arminianismo sino un contribuyente a su desarrollo, mientras
que su propagación de la doctrina de la perfección cristiana le hacen sobre-
salir claramente como el padre de los movimientos modernos de santidad.

Preguntas de Repaso

1. ¿Cómo ilustraría usted el hecho de que Wesley fue un teólogo práctico?

2. ¿En qué sentido hizo la exposición de Wesley de la doctrina de la


justificación por la fe una verdadera contribución al arminianismo?

3. ¿Puede pensar usted en algunas razones por las que Wesley se con-
tuvo de dar testimonio público del amor perfecto y le hicieron exhortar a
otros para que tuvieran cuidado?

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Capítulo IV

La Misión y el Mensaje de
la Iglesia Para Hoy

I. LA MISIÓN
A. La Decadencia del Wesleyanismo. El movimiento que Wesley había
comenzado siguió extendiéndose después de su muerte. En algunos respec-
tos, sus días más grandiosos estaban todavía en el futuro. Al mismo tiempo,
la desaparición del fundador, particularmente porque era un hombre de
mucha influencia, no podía menos que crear un ambiente de inestabilidad.
Después de la muerte de Wesley, el metodismo mostró una creciente ten-
dencia a dividirse, mientras que en el campo doctrinal la pérdida principal
fue la doctrina de la perfección cristiana. A medida que avanzaba el siglo
XIX, la influencia de la doctrina disminuyó en algunas áreas debido a la
indiferencia, en otras debido a la hostilidad abierta.
Sin embargo, mientras que el interés por la doctrina declinó en la igle-
sia y aun entre los metodistas en general, permanecían aquellos que no sólo
la conservaban como experiencia, sino que estaban encendidos con un deseo
de diseminarla. Este era el dilema de estas personas: el dilema de una
misión en busca de un movimiento, un deseo de servir en busca de una
organización por medio de la cual se pudiera canalizar el servicio. La Iglesia
Metodista en el nivel oficial no miraba esa circunstancia con simpatía y
hasta era hostil. ¿Había alguna alternativa?
b. El Instrumento de Alternativa. Al principio se hizo un intento de con-
servar y diseminar la doctrina del amor perfecto estableciendo células o gru-
pos que funcionaran dentro de las denominaciones existentes. Sin embargo,
fue evidente que el método era inadecuado, porque no importaba cuán efi-
caz pudiera ser en sí un movimiento de santidad, sus miembros estaban
totalmente a expensas de la iglesia local para la adoración regular semanal.
Un grupo de santidad puede promover y conducir una misión evangelísti-
ca de mucho éxito, sólo para descubrir que la iglesia local a la cual entrega-
ba sus convertidos era totalmente indiferente en cuanto a lo que pasaba con
ellos. Vez tras vez los resultados de tales esfuerzos simplemente se desvane-
cían en poco tiempo sin quedar señal de ellos. Los grupos y asociaciones de
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santidad eran “incubadoras que producían pollos entre semana, sólo para
verlos expuestos a los peligros del clima religioso los domingos”, lo cual
resultaba en grandes pérdidas.
Bajo estas circunstancias pronto fue evidente para los líderes de los
grupos de santidad que distintas organizaciones, consagradas a las doctri-
nas que deseaban mantener ardientes, serían las únicas que garantizarían la
continuidad de su misión. Este nuevo sesgo no fue el resultado del cerebro
arrebatado de alguna imaginación exagerada; hombres piadosos de mucha
experiencia, en los extremos opuestos en los Estados Unidos y en Gran
Bretaña, llegaron a la misma conclusión. De modo que surgieron en diferen-
tes partes del mundo asociaciones de iglesias o denominaciones completa-
mente nuevas dedicadas al mismo objetivo de conservar la fe wesleyana.
Más tarde estos grupos se conocieron entre sí y algunos de ellos finalmente
se unieron para constituir la Iglesia del Nazareno, tal como la conocemos
hoy.
C. La Fe Wesleyana. En cierto sentido, la Iglesia del Nazareno no tuvo
sólo un fundador, sino más bien una serie de fundadores. Sin embargo, en
otro sentido, no hay duda de que el Dr. Phineas F. Bresee fue el fundador
del primer grupo que llevó el nombre de “Iglesia del Nazareno”, ni tampo-
co queda la menor duda de que él fue el espíritu guiador en la serie de unio-
nes que dieron nacimiento a la Iglesia del Nazareno. Lo realmente impor-
tante, en cualquier caso, es que desde el principio la Iglesia del Nazareno se
ha dedicado a mantener la fe wesleyana.
Los primeros registros de la iglesia confirman esa verdad sin lugar a duda.
Los folletos impresos sobre el primer servicio, en un local en la calle South Main,
317, Los Angeles, California, el 6 de octubre de 1895, de lo que llegaría a ser la
Iglesia del Nazareno, decía que los doctores Bresee y Widney predicarían, y aña-
día que esos ministros habían hecho arreglos para “asociarse con las personas
que quisieran unirse a ellos, para llevar adelante la obra de Cristo, especialmen-
te en el trabajo evangelístico y misionero en la ciudad, y la diseminación de la
doctrina y la experiencia de la santidad cristiana”.
El primer Manual nazareno, redactado por los delegados en una reu-
nión en 1898, se colocó abiertamente en la tradición arminiana-wesleyana, al
enumerar en sus Artículos de Fe lo siguiente:
“Tercero: que el hombre es nacido con una naturaleza caída, por lo
que está inclinado hacia el mal y esto de continuo”.
“Quinto: que la expiación por medio de Cristo es universal y quien-
quiera que oye la Palabra del Señor y se arrepiente y cree en el Señor

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Jesucristo, es salvo de la condenación y dominio del pecado; que el alma es
enteramente santificada subsecuentemente a la justificación por medio de la
fe en el Señor Jesucristo”.
A esto seguía un extenso párrafo en el que se definía la entera santifi-
cación, la cual en los puntos que usa y las frases recuerdan las mismas defi-
niciones de Wesley.
No sólo las declaraciones oficiales de los grupos componentes, sino
también las que definen las bases sobre las cuales estos grupos se unirían
para constituir la Iglesia del Nazareno, muestran a la iglesia como un cuer-
po wesleyano desde el principio. Las bases para la unión en la cual la Iglesia
del Nazareno de Bresee en el Oeste se unió con la Asociación de Iglesias
Pentecostales de América en el Este en octubre de 1907, contiene como pri-
mera frase: “Se acuerda que las dos iglesias son una en las doctrinas consi-
deradas esenciales para la salvación, especialmente la doctrina de la justifi-
cación por la fe y la entera santificación subsecuente a la justificación, tam-
bién por fe, y, como resultado, la preciosa experiencia de la entera santifica-
ción como una condición normal de las iglesias”.
No hay necesidad de multiplicar evidencias. La Iglesia del Nazareno,
en este siglo XX, está fundada sobre la tradición arminiana-wesleyana. Y en
relación con la doctrina del amor perfecto, sin pretender que sea original de
ella, no pecamos de presumidos si hacemos que las palabras de Wesley lean:
“Esta doctrina es la gran posesión que Dios ha puesto en las manos del pue-
blo nazareno, y parece que nos ha levantado con el propósito de propagar-
la”.

II. El MENSAJE
Nos falta considerar en más detalles la exactitud con que la Iglesia del
Nazareno se ha convertido en heraldo de las enseñanzas asociadas con los
nombres de Arminio y Wesley. La mejor guía para ello son los Artículos de
Fe contenidos en la parte primera del Manual, en la cual la Iglesia ha decla-
rado y definido sus doctrinas. En esta sección sólo consideraremos los artí-
culos (o partes de artículos) que están relacionados con la distintiva posición
arminiana-wesleyana y, además de citar los artículos en sí, ofreceremos
algunos comentarios que indican por qué la posición arminiana-wesleyana
es tan válida hoy día como siempre lo ha sido.
A. Artículo V. El Pecado, Original y Personal. “Creemos que el pecado
original, o sea la depravación, es aquella corrupción de la naturaleza de toda
la prole de Adán, razón por la cual todo ser humano está muy apartado de

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la justicia original, o sea, del estado de pureza de nuestros primeros padres
al tiempo de su creación; que es adverso a Dios, sin vida espiritual e inclina-
do al mal y esto de continuo” (párrafo 5.1, edición de 1989).
Esta definición está de acuerdo con la tradición arminiana. No hay
ninguna sugerencia de que el hombre sea tan malo como puede serlo —una
declaración que puede ser muy absurda— sino que se afirma que la tenden-
cia natural del hombre e inclinaciones son hacia el pecado, de modo que su
dirección natural es apartarse de Dios, y está espiritualmente muerto.
Nosotros no estamos inclinados a aceptar, más de lo que hizo Wesley,
“el cuadro justo de la naturaleza humana que”, como él escribió, “los hom-
bres han dibujado en todas las edades”. Las Escrituras están en contra del
mismo (Isaías 53:6; Marcos 7:21- 22; Romanos 3:9b-18). La historia lo está
también. El optimismo del siglo XIX ha sido fácilmente destruido por dos
guerras mundiales, las cuales han revelado en toda su negrura las profundi-
dades a las cuales puede descender la naturaleza humana. La exterminación
en masa, la crueldad brutal, la hostilidad y las refinadas estrategias de la
guerra, dan un triste testimonio de la exactitud de la descripción que la
Biblia hace del hombre sin Dios.
Esta definición de depravación no deletrea el asunto relacionado del
libre albedrío del cual trataremos más adelante. Por tanto, en este punto
posponemos el choque entre el calvinismo y el arminianismo.
B. Artículo VI. La Propiciación. “Creemos que Jesucristo, por sus sufri-
mientos, al verter su preciosa sangre y por su muerte meritoria en la cruz,
hizo una propiciación plena; que esta propiciación es la única base de la sal-
vación y que es suficiente para todo individuo de la raza de Adán” (Párrafo
6, edición de 1989).
El doble énfasis sobre la eficacia de la muerte de Cristo, que fue ofrecida
por todos y es suficiente para todos, desbarata cualquier intento de restringir
la efectividad de la propiciación. El punto de vista calvinista histórico de que
la muerte de Cristo es eficaz sólo para aquellos a quienes Dios decidió por ade-
lantado que serían salvos, y nada más, es menos común ahora de lo que solía
serlo... y no nos sorprende, ya que no podría sobrevivir ante la presencia de
textos tan básicos como Juan 3:16. Si Dios amó de tal manera a todo el mundo,
¿cómo podría haber decidido salvar sólo a unos y a otros no? La respuesta cal-
vinista común es que, puesto que todos los hombres son pecadores, Dios no
tiene obligación de salvar a ninguno de ellos, y si de su propio amor e iniciati-
va decide salvar a algunos, el resto no se puede quejar, porque la condenación
es todo lo que merecen de todas maneras.

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Pero aunque esta enseñanza parezca una defensa lógica de la justicia
de Dios, hace que su amor no tenga sentido alguno. La justicia puede hablar
en términos de dar a un pecador lo que merece, pero el amor no puede.
Supongamos que un padre llama a sus dos hijos, le da 25 centavos a uno y
les dice que se vayan. Supongamos que cuando el segundo hijo pregunte:
“¿Por qué no me diste nada?” el padre contestara: “No tengo la obligación
de darles nada a ninguno de los dos, y si en mi amor decido dar algo a tu
hermano, no tienes derecho a quejarte; simplemente estás recibiendo lo que
mereces” —tenemos que concluir que ésta sería una clase curiosa de amor.
La verdad es que no es en realidad amor, sino justicia. Es una clara ilustra-
ción de cómo el calvinismo se ha desviado al permitir que la soberanía de
Dios gobierne sobre las otras características divinas.
En vez de interpretar el amor de Dios en términos de su soberanía,
ésta debe interpretarse en términos de su amor, y sólo cuando se hace esto
las Escrituras y la experiencia harán sentido.
C. Artículo VII. El Libre Albedrío. “Creemos que la creación del hombre
a la imagen de Dios, incluyó la capacidad de escoger entre el bien y el mal
y que, por ello, fue hecho moralmente responsable; que por la caída de Adán
llegó a ser depravado, de tal modo que no puede, por sus propias fuerzas
naturales y obras, tornarse y prepararse para la fe y para invocar a Dios;
pero la gracia de Dios por Jesucristo se concede gratuitamente a todos los
hombres, capacitando a todos los que quieran tornarse del pecado a la justi-
cia, a creer a Jesucristo para perdón y limpieza del pecado y a seguir las bue-
nas obras agradables y aceptas a su vista.
“Creemos que el hombre, aunque posea la experiencia de la regenera-
ción y de la entera santificación, puede apostatar y, a menos que se arrepien-
ta de su pecado, se perderá eternalmente y sin esperanza” (Párrafo 7, edi-
ción de 1989).
Este artículo trata de dos problemas distintos, aunque relacionados.
1. El Libre Albedrío. El punto de vista calvinista declara que la volun-
tad del hombre está totalmente esclavizada, de modo que no puede volver
a Dios; consecuentemente, si alguna vez se vuelve a Dios, es porque El, en
su omnipotencia, se ha vuelto a él. El Artículo VII, siguiendo la tradición
general arminiana, está de acuerdo en que éste es el estado en el cual el peca-
do deja al hombre, pero no cree que Dios le ha dejado allí. Dios en su mise-
ricordia ha impartido su gracia sobre todos los hombres, de modo que todos
los que quieran volverse a El puedan hacerlo. El don gratuito, dice Pablo,
“vino a todos los hombres” (Romanos 5:18).

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Sólo un punto de vista tal puede hacer justicia a los hechos de las
Escrituras y la experiencia. Si el hombre está incapacitado para volverse a
Dios, ¿por qué entonces Dios repetidamente se burla de él invitándolo a
hacer lo imposible? (Véase Isaías 55:6-7; Mateo 11:28-29; Hechos 2:38-39). La
respuesta no es que Dios imparte a los que El quiere la gracia para respon-
der, porque la pregunta básica todavía permanece: ¿Por qué se dirige Dios
a los hombres como si ellos pudieran responder cuando en realidad no pue-
den hacerlo? En pocas palabras, el punto de vista calvinista no sólo falsifica
las Escrituras; hace de la experiencia humana una gigantesca decepción. Si
la lucha que sentimos cuando nos enfrentamos con el desafío de aceptar o
rechazar a Cristo es una ilusión; si cuando sentimos que estamos decidien-
do, en realidad sólo estamos “saltando porque Dios está tirando la cuerda”,
entonces nunca podremos saber nada.
2. Caída de la Gracia. Esta parte del artículo está de acuerdo tanto con
las Escrituras como con la experiencia al afirmar que es posible para una
persona, una vez salva, volver a caer de la gracia y volver a su pecado.
Repetidamente el Nuevo Testamento afirma que hay condiciones adheridas
al permanecer en un estado de gracia, y que el fracaso en cumplirlas resul-
tará en una caída (véase Lucas 8:13; 1 Corintios 10:1-12; Colosenses 1:21-23;
2 Pedro 1:10). Es simplemente frívolo replicar con las Escrituras, como gene-
ralmente lo hacen los calvinistas, que esto es verdad —pero en el sentido de
que los que caen o fracasan en continuar simplemente prueban que nunca
han tenido una verdadera fe. Cada uno de los pasajes a los que se hizo refe-
rencia comienzan con la suposición de que, aquellos de quienes se habla o a
quienes se dirigen, han recibido genuinamente la gracia de Dios y cada uno
procede a añadir que hay una verdadera condición a la posibilidad de per-
manecer en la gracia.
Esta forma de pensar es típica de los extremos a que los calvinistas son
conducidos para defender su doctrina de la eterna perseverancia de los san-
tos. Supongamos que una persona se convierte y muestra todos los frutos de
la fe, y más tarde abandona a Cristo y regresa a sus caminos de pecado. Los
calvinistas pueden explicar su conducta en una de dos formas. Quizá digan
que a pesar de su caída externa todavía es salva o —y lo más probable—
quizá digan que nunca fue verdaderamente salva. Pero cualquiera que sea
la explicación que escojan, han destruido su doctrina de la eterna perseve-
rancia. Si ofrecen la primera, entonces implican que a Dios no le interesa
cómo viva y se porte una persona y que la ética cristiana es opcional —esta
teoría se llama antinomianismo. Si aceptan la segunda, la doctrina de la eter-

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na perseverancia pierde todo valor práctico. Su valor práctico viene de la
seguridad que imparte al alma de que Dios nunca permitirá que se deslicen
de su mano aquellos que El ha tomado para sí. Pero si es posible para una
persona mostrar todos los frutos de la fe y luego ser descartada como si
nunca hubiera sido “realmente salva”, ¿cómo sabe una persona —el santo
más consagrado y consistente— que es salva? La verdad es que en términos
calvinistas nunca lo podrá saber. O el pecado cometido no tiene valor, o nin-
guna persona podrá jamás saber si es salva o no. Estas son las alternativas
entre las cuales el calvinismo al fin tendrá que escoger.
D. Artículo IX. La Justificación, la Regeneración y la Adopción. “Creemos
que la justificación, la regeneración y la adopción, son simultáneas en la
experiencia de los que buscan a Dios y se obtienen por el requisito de la fe,
precedida por el arrepentimiento; y el Espíritu Santo testifica a esta obra y
estado de gracia” (Párrafo 12, edición de 1989). Poco comentario se necesita;
éstos no son asuntos para discutir. La Iglesia del Nazareno cree, como
Wesley, en su enseñanza sobre la justificación por la fe y la doctrina de la
seguridad o el testimonio del Espíritu.
E. Artículo X. La Entera Santificación. “Creemos que la entera santifica-
ción es aquel acto de Dios, subsecuente a la regeneración, por el cual los cre-
yentes son hechos libres del pecado original, o depravación y son tranfor-
mados a un estado de entera devoción a Dios y a la obediencia de amor
hecho perfecto.
“Se obra con el bautismo con el Espíritu Santo y encierra en una sola
experiencia la limpieza del corazón del pecado y la presencia real y perma-
nente del Espíritu Santo, dando al creyente el poder necesario para una vida
santa y servicial.
“La entera santificación se provee por la sangre de Jesús, se obra ins-
tantáneamente por la fe y es precedida por la entera consagración; el
Espíritu Santo da testimonio a esta obra y estado de gracia”.
Cuatro puntos se deben notar aquí, cada uno de los cuales expresa un
punto de vista sostenido también por Wesley.
1. Subsecuente a la regeneración. Aunque en el Nuevo Testamento los
creyentes generalmente son agrupados en una clase común, en lugares
apropiados se hace una clara distinción entre los bebés o carnales y los adul-
tos o espirituales (1 Corintios 3:1-3); entre los perfectos y los que no lo son
(Filipenses 3:15). Son aquellos que han aprendido los rudimentos, el ABC de
la doctrina de Cristo, los que se espera que vayan “adelante a la perfección”
(Hebreos 6:1).

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2. Amor perfecto y libertad del pecado. Lo mismo que Wesley, el
Manual define la entera santificación en términos de amor perfecto. Si el
amar a Dios y al prójimo es la suma de los mandamientos de Dios, si “el
amor es el cumplimiento de la ley” (Romanos 13:10), entonces la perfección
que Cristo demanda (Mateo 5:48) debe ser la posesión y práctica de este
amor. Pero si esto es así, entonces el amor perfecto no es otra cosa que la des-
cripción positiva de una experiencia cuya descripción negativa debe ser
libertad del pecado. Las diferentes ocasiones —en términos prácticos—
acerca de lo que Pablo oró y lo que esperaba de sus seguidores muestran
que esto es así (véase Efesios 3:16- 19; 1 Tesalonicenses 3:12-13; 5:23).
3. Instantánea por la fe. Si la obra inicial de la justificación es por la fe,
no es factible que Dios altere la base de su operación en el corazón pasando
de la fe a las obras. Si consecuentemente la santificación es por la fe, enton-
ces debe ser la obra de un momento como lo es la fe. Todo lo que es por fe
es instantáneo.
4. Seguridad. El mismo Espíritu que testifica a la obra de la justifica-
ción (Romanos 8:16; 1 Juan 5:10) da testimonio de la obra de la santificación.
Dios sella todas sus obras con su propia firma.

Preguntas de Repaso

1. ¿Cómo explicaría y justificaría usted la existencia de la Iglesia del


Nazareno como una denominación separada?

2. ¿En qué sentido la historia mundial reciente ha ilustrado la verdad


de la doctrina bíblica del pecado original o depravación?

3. ¿Cree usted que el hecho de que nos “sentimos libres” es un argu-


mento fuerte contra la doctrina calvinista de la esclavitud de la voluntad?

4. ¿Puede usted citar otros pasajes bíblicos que sostengan los puntos
individuales de los cuales se trata en la sección de la entera santificación?

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