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Miedos y pesadillas en la infancia. La infancia del sueño

Martine Menès - Bogotá, 28 de julio 2018


II Jornada FPCL-BOG: “¿A qué le temen los niños? Los miedos el cuerpo y la fobia”

Las primeras manifestaciones oníricas en el niño pequeño parecen más bien


desagradables. Él es invadido por imágenes que se imponen, que le parecen
verdaderas, y sobre las cuales no tiene ningún dominio. Los terrores nocturnos, que
aparecen en esta edad precoz, son su manifestación extrema de la angustia
provocada por estas pseudo-pesadillas primitivas de la primera infancia en donde las
imágenes son equivalentes a alucinaciones. El niño pequeño no puede diferenciarlas
de una vivencia diurna.
En las pesadillas posteriores, las huella/s in/sabidas de las primeras existencias de
goce, las coyunturas primordiales propias de cada sujeto, que van desde la
satisfacción más apaciguadora al displacer más inquietante, van a aparecer. Estos
“advenimientos de lo real” se inscriben de manera indeleble en una memoria sin
recuerdos conscientes, pero sin embargo activa, que abastece los sueños y las
pesadillas, imágenes extrañamente familiares y sin embargo desconocidas.
Constituye en parte lo inconsciente llamado Real, una reserva de “aluvión de
petrificación1” depositada en los confines de lo reprimido, indescifrable.
Desde que el niño empieza a hablar puede testimoniar, en parte, de estas visiones
nocturnas efímeras que a veces le molestan y a menudo lo despiertan. Pues así como
lo había señalado Freud, los sueños de los niños pequeños son a la vez los más claros
en cuando a la expresión de un deseo y los más vivos en cuando a los efectos que
desencadenan. Cito: “Los sueños de los niños pequeños son con frecuencia simples
cumplimientos de deseos […] son inapreciables para demostrar que el sueño por su
esencia más íntima, significa un cumplimiento de deseo2”, escribe en La interpretación
de los sueños. Y, relata unos cuantos que le parecen ilustrar particularmente esta tesis.
Uno de ellos se hizo célebre. Freud lo recoge de boca de su hija Anna, muy
pequeñita. Cuenta:

1
Lacan J., La troisième, 1974, Lettres de l’École freudienne, n° 16.
2
Freud S., L’interprétation des rêves, Chap. III, op. cit , p. 117.

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2

« Mi hija más pequeña, que contaba entonces 19 meses, una mañana había
tenido vómitos y le pusieron a dieta. La noche siguiente a ese día de hambruna
se la oyó llamar durante su sueño: Anna F – reud, Er(d)beer –(forma infantil de
pronunciar la palabra “fresas”)– Horhbeer – (quiere decir también fresas)– Eirer(s)peis
–(que corresponde más o menos a la palabra flan)– y finalmente Papp –(papilla)”. Y
Freud interpreta así el sueño de su hijita: “Utilizaba su nombre para expresar la
toma de posesión. El menú abarcaba (…) todo lo que le había parecido
codiciable. El que las fresas apareciesen en dos variedades, Erdbeer y Hochbeer,
era una protesta contra la política sanitaria del hogar; ella había observado que
la niñera había atribuido su indisposición a un atracón de fresas; ella tomó
entonces en sueños su revancha3. »
Pero hay una complicación que no escapa a Freud. Es también, “y a esos sueños de
angustia son muy propensos justamente los niños, en quienes hemos hallado los
sueños de deseo sin tapujos4”. Si la actividad onírica de los pequeños está hecha a
veces con estos sueños simples en los que el deseo se realiza sin rodeos, también está
atravesada, e incluso tal vez muy a menudo, de gritos que desgarran la oscuridad, de
despertares angustiados, y da a las noches de infancia un carácter inquietante que
hace retroceder a los pequeñines ante la puerta de los dormitorios.
Este doble movimiento, de la expresión sin máscara del deseo por una parte y del
surgimiento concomitante de angustia por la otra, está ligada a los efectos del
proceso de humanización, d’hommestication5 por el cual debe pasar todo pequeño ser
humano para entrar en el lazo social, en la colectividad de sus semejantes.
Empezando por la toma en y por el lenguaje, que le priva de todo instinto, alejándolo
del organismo vivo que es de entrada, y que le obligará a pasar de la necesidad
imperiosa a la demanda dirigida.
El niño está capturado entre dos exigencias: las internas, que le empujan, como lo
retoma un célebre eslogan de 1968, a querer gozar sin trabas, y las externas, que
vienen a restringir esta voluntad. El lactante atribuirá primero todo el malestar a
fuerzas hostiles, mientras que experimentará la falta como un ataque a su integridad
corporal. Al no tener los medios psíquicos para comprender y soportar las
frustraciones, las vive como persecutorias y proyecta una agresividad intensa sobre
el exterior6 que percibe como un otro lugar/otro, fuente a la vez de deseos y de
renuncia, que él ataca con sus iras y sus gritos.

3
Ibid. p.120.
4
Ibid. p.124.
5
Signifiant néologique créé par Lacan pour rendre compte de ce processus du devenir sujet. Apparait dans la
réponse à la première question dans « Télévision », Autres écrits, Paris, Seuil, 2001, p. 511.
6
Ce que Melanie Klein nomme mécanisme paranoïde.

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Este otro adquiere caras diversas, que pueden ser tanto deliciosas como oprimentes.
Es el compañero misterioso, gratificante al igual que desconcertante, de las primeras
experiencias de goce. Es otro de entrada indistinto de que dependen la luz, el
alimento, las caricias, el placer o el displacer, la vida misma. Melanie Klein supo
describir esta posición originaria del infans, ese que todavía no habla. Según ella, el
recién nacido no tiene la aprehensión del prójimo en su singularidad; sus relaciones
se limitan a los objetos parciales: seno, dedo, voz…; vive en un mundo fragmentado.
Su vida mental se organiza a partir de dos movimientos psíquicos fundamentales: la
introyección y la proyección. Según la lógica de la pulsión 7 oral que es, en esta edad
precoz, el modo privilegiado de acceso al mundo exterior, al igual que el objeto es
engullido o escupido, toda la experiencia es interiorizada o expulsada. Solo es bueno
lo que ha aportado una satisfacción inmediata. Y malo todo lo que frustra.
Ahora bien, cada interacción es a la vez impuesta y limitada, aunque sólo sea por las
secuencias temporales iniciadas por una voluntad externa que el lactante no domina.
Por ejemplo, no puede mamar cuando quiera. Es incapaz de actuar activamente en el
exterior salvo con su llanto y choca con perpetuas alternancias entre frustraciones y
gratificaciones. El bebé está así capturado en una alienación primitiva, fundamental,
a Otro que le impone su voluntad exterior, imprevisible, enigmática. Este Otro (con
O mayúscula) es el compañero del lenguaje, pero también del goce.
Este rasgo de sumisión inicial, forzada, aparece a menudo en el centro de la pesadilla
en que el Otro se presenta en su dimensión devoradora o indiferente. Es el resto de
una infancia bajo alta protección, pero también bajo total dependencia. Los primeros
sueños están marcados por estas vivencias precoces de ambivalencia amor/odio, por
eso su carácter aterrador y su tonalidad de pesadilla.
Después de Freud, Lacan también se preguntará ¿por qué el niño es a menudo
despertado por un encuentro nocturno que preferiría no haber tenido? En el pequeño
sujeto, incluso en el simple sueño de realización de deseo, hay exceso que nada hay
que lo apacigüe. Hay que observar por ejemplo que el sueño de la pequeña Anna
Freud no es simplemente la afirmación de un deseo, en cuyo caso, la invocación a las
“fresas” habría bastado, sino que es la afirmación de un deseo que desborda los
límites: la niña llama a un “montón de fresas”, de dos variedades, un, demasiadas
fresas hasta caer enferma. Este “exceso” de fresas sobrepasa la simple necesidad
ligada al hambre, incluso guiada por la glotonería; va más allá del deseo de una
satisfacción oral que la apaciguara. Se presenta como un exceso que enmascara un
defecto inevitable de saciedad, por ser de hecho imposible de satisfacer. El

7
Poussée vers une satisfaction via un objet cause de désir (dans la pulsion orale c’est le sein ou son
représentant) issue d’un besoin organique canalisé, délimité du fait de l’offre articulée par l’Autre du langage.

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demasiado evoca lo que Lacan llama goce, que procede de la parte perdida, de un
organismo no totalmente dombresticado, domeñado y circunscrito por el lenguaje.
Y luego, la angustia rompe “el dormir del sujeto cuando el sueño conduce a lo real de
lo deseado8”, en otras palabras, sobre el “en demasía” del goce más que todo sobre el
deseo de fresas. El placer esperado por el acceso a estos pequeños frutos prohibidos
trata de cubrir, de enmascarar este punto de Real. Dando un sentido, un nombre:
fresas, al empuje insistente de la tensión el sueño permite que el dormir continúe. Lo
que quiero es poder comer fresas. Pero que el demasiado surja del agujero que las
fresas tratan de colmar –quiero sin fin/sin hambre– y el despertar, brutal, llega.
El mal sueño, término que Freud emplea para designar los primeros sueños
inquietantes, viene cuando la exigencia pulsional, el goce que no debería, molesta al
sueño y lo precipita fuera del abrigo del dormir.

Hacer con lo imposible


Pero pronto una nueva experiencia se presenta. El niño se da cuenta de que su deseo
contrariado tiene límites que no sólo se deben a la voluntad de otro del que él
depende, sino que este otro está marcado por una impotencia. El Otro no existe y es
la existencia, lo real de la existencia, lo que impone sus límites.
Hay que dar un pequeño rodeo por la teoría freudiana del trauma para tratar de
aclarar lo que funda los malos sueños de la infancia y lo que podría mantenerse en
las pesadillas ulteriores.
Freud llama trauma al encuentro con las realidades existenciales que podrían
resumirse en lo efímero, lo incontrolable irreducible de la vida y la soledad
fundamental a la cual condena la incompatibilidad lógica entre los sexos.
Para el niño pequeño, el reconocimiento de la diferencia de los sexos y de la sucesión
de las generaciones abre a un abismo de preguntas.
Lo lógico, previo, de este período “metafísico” por ser rico en interrogaciones
fundamentales es la aparición del Fort–da, fuera / aquí, significantes pegados que dan
testimonio de la construcción simbólica que hace el niño de la presencia/ausencia de
su madre, y que anticipa la clarividencia sobre su falla.
El niño aprehende así a partir de lo efímero su destino [del efecto – madre9]. Es una
posición de estructura; las madres no son ni buenas ni malas, son lo que pueden.
Pero hay un efecto madre estructurante con sus idas y venidas que indica al niño que
él no es su único interés. Ante esta constatación de la posibilidad de la falta materna
vienen interrogaciones sobre el sentido de la existencia. El niño busca saber en qué
8
J. Lacan, « Compte-rendu du séminaire L’éthique de la psychanalyse », Ornicar 28, p. 34.

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Jeu de mots avec éphémère

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lugar está para el otro, al que ya no satisface ni con lo que él es en cuanto que objeto a
causa de deseo10, ni con lo que tiene; el falo imaginario que él, niño o niña, pretende
ofrecer a su madre. El niño se plantea la pregunta del deseo que precedió su llegada
al mundo: “¿Dónde estaba yo antes?”. Deduce de ello: “¿Es decir que algún día ya no
estaré?”. “¿Y por qué he nacido?”: “por nada y por azar”. Eventualmente el azar de
un feliz encuentro, pero no todo el mundo puede decir lo mismo…
Por tanto, es a partir de las faltas del Otro primordial, bajo sus dos modalidades: el
lugar Otro del lenguaje que inicia al viviente para hacer de él un humano, pero que
nunca podrá nombrar la pérdida de ser que ello resulta, y el Otro absoluto
representado por la madre que es no todo, que no sabe todo, que no puede todo,
como se le presentan al niño sus propios límites. De entrada, la castración, es la del
Otro como se revela y a su vez afecta al pequeño sujeto. El enigma, dice Lacan,
resulta para el niño, niño o niña, “actualizado de repente para él, de su sexo y de su
existencia11”. El niño percibe lo imposible de soportar12, su finitud, con el
descubrimiento de no haber existido siempre (la falta de ser), y por deducción lógica,
la de ser mortal, su incompleto, con la necesidad de reconocerse de un solo sexo (la
falta de tener), y de tener todo lo que no habría querido saber, y que se empeñará en
olvidar.
Lacan situará la castración primero en la falta de palabras, en la imposibilidad de
formular lo Real, y no en las interpretaciones imaginarias de la diferencia de sexos,
como hacía Freud. La desimaginariza para situarla en el agujero del lenguaje, lo que
le hará llamar trou–matismo al trauma freudiano, efectos de este primordial encuentro
con la falta–de–respuesta del Otro. Además, las palabras siempre fallan su objetivo, el
significante inconsciente no es equivalente al significante lingüístico, que sólo tiene
un significado. El significante en el inconsciente es otro, el significado se desliza bajo
el significante, de ahí la posibilidad del equívoco, con lo que se nutre la a actividad
onírica. Esto quiere decir que los significantes por sí mismos no dicen lo que quieren
decir.
Una pesadilla que Michel Foucault13 tuvo de niño y que, dirá, no dejó de perseguirle,
se presenta como una verdadera escritura del trou/matismo.
« Tengo ante los ojos un texto que no puedo leer, o del que sólo una ínfima parte me
resulta descifrable ; hago ver que lo leo, sé que me lo invento ; luego de repente el texto se

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Lacan déclare dans RSI qu’en effet, les enfants sont des objets a pour toute mère (leçon du 21 janvier 1975) :
« ce dont (la mère) s’occupe, c’est […] d’objets a qui sont les enfants … »
11
Lacan J., « L’instance de la lettre dans l’inconscient », Ecrits, op.cit., p.519.
12
D’où l’horreur de savoir qui est au cœur de chacun.
13
J’en dois la trouvaille à la lecture de La logique et l’amour, de Catherine Millot, éd. Céciledefaut, Paris, 2015.

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borra del todo, no puede leer nada más ni tampoco inventar, mi garganta se encoge y me
despierto. »
Foucault quería ser arqueólogo, así como Freud, por cierto. De alguna forma tanto
uno como otro se dedicaron a reconstruir, a partir de rasgos más o menos borrados,
historias singulares, hicieron arqueología de lo particular.
La falta de decir toca particularmente a la experiencia íntima, de deseo, de goce, de
vida. Por esto, los padres siempre son traumáticos, incapaces de transmitirlo todo
(del sexo) y de evitar lo peor (la muerte), figura última de la castración y de la que
ningún otro puede proteger. Entonces la angustia podría animarse por la noche,
en la oscuridad y la soledad de un olvido posible, y la pesadilla llega.
Es una joven aún cerca de la infancia. Zigzaguea para escapar de la madre caníbal
que percibe tras las exigencias de la suya. De pronto, en el curso bastante cansino de
un discurso vacío hecho de “va bien” o “no va bien”, surge, inesperadamente, este
recuerdo de un pesadilla repetitiva que tuvo el año siguiente a la separación de sus
padres. Tenía 3 o 4 años.
« Yo seguía a mis padres, que se iban juntos. Subían a un taxi. Había tanta gente que yo
no podía entrar en el coche. No se inquietaban por mí. Yo pasaba el brazo por la ventana
entreabierta para tratar de atraer su atención, pero la ventana se volvía a cerrar. El taxi
arrancaba, yo corría detrás. »
En la adolescencia, que apenas está dejando, sus padres se preocupan por su falta de
motivación, por su apatía, por la ausencia de comunicación con ellos. Son ellos los
que insisten para que vaya a un analista. El único interés, el suyo, lo manifiesta hacia
el grupo de “compañeras”, bastante indiferentes; comunidad en la que no tiene que
demostrar nada y en la que puede desaparecer detrás de las otras aun estando allí.
Este sueño de angustia contrarrestará. El sentimiento de abandono y de pérdida
vivido en el pasado vuelve con fuerza, las lágrimas inundan sus ojos y fluyen los
recuerdos del desgarramiento repetitivo que fueron los pasajes de un hogar a otro, el
sentimiento de ser abandonada cuando otros niños nacieron en las familias
recompuestas. Su aparente indiferencia se transforma en abatimiento. Tendrá que
volver a atravesar y metabolizar la separación para que el taxi de la vida, al llevarse
la pareja eterna e indestructible de los padres, no se vaya sin ella.

Fobia de día, pesadilla de noche


En un contexto de igual sentimiento de abandono surge la pesadilla del pequeño
Hans [Juanito] que inaugura el periodo fóbico que constituyó su notoriedad, fobia al
caballo en un tiempo en el que era difícil no cruzarse con alguno por las calles de
Viena.

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Hans, de 4 años y 9 meses, se levanta una mañana llorando y cuando su madre le


pregunta por qué llora responde:
« Cuando dormía he pensado que tú estabas lejos y que yo no tengo ninguna
mami para hacer cumplidos14 ».
Si no es todo para su madre, ¿qué es entonces?
Una primera manifestación importante de angustia sigue a este sueño. Sin
embargo, como todo suelo, éste expresa también un deseo: que lo deje. Pero ¿se
convertirá entonces en un resto sin ningún valor que nadie querrá? Porque Hans
tiene la idea de que sólo interesa a su madre como objeto total, a, no por lo que
tiene, sino por lo que es. Por es su doble temor:
- separado, ya no es nada, aniquilado, menos que un loumf (caca), objeto parcial
con el que tiene alguna dificultad –la observación lo menciona– para deshacerse
de él. Tal vez porque el loumf tiene para él estatuto de objeto fálico y la defecación
se convierte por ello en lo equivalente a una castración realizada.
- demasiado cerca, arriesga a ser devorado por la madre de la relación oral, lo cual
es temido y deseado a la vez. Este temor vuelve a encontrarse en el miedo de ser
mordido por el caballo.
Con el nacimiento de su hermanita, Hans se siente expulsado de su lugar con
respecto a su madre, no por el deseo que ella tiene por el padre –Freud, que conoce la
situación íntima de la pareja, lo señala–, sino por la presencia de un nuevo niño. De
ahí el reforzamiento de su angustia de ser dejado en la estacada, puesto que Anna
viene exactamente al mismo lugar que él. Sus primeras reacciones de rechazo de la
intrusa son además muy vivas: se pone realmente enfermo y más tarde se sabrá que
el anhelo de desaparición no anda muy lejos. Declara a su padre sin ambages: “Me
gustaría que Anna no hubiera venido al mundo”.
La fobia lo especifica, Hans tiene miedo de que el caballo caiga y que por tanto lo deje
caer.
Las angustias existenciales del niño se expresan tanto en los síntomas diurnos: miedo
a lo desconocido, a la oscuridad, fobias diversas, como en las producciones
nocturnas: terrones nocturnos, sueños de angustia, sonambulismo y pesadillas.
La pesadilla infantil es a la noche lo que la fobia es al día. Estos dos fenómenos están
atravesados por la cuestión del goce del Otro materno. El objeto fóbico, reducido a
un significante, atrae la angustia para evitar una más radical. Los significantes de la
fobia se presentan como un jeroglífico a descifrar, al igual que el texto del sueño.
Ahora bien, tanto fobia como pesadilla hablan poco, son más realización que
ciframiento. El pequeño sujeto contempla allí el horror de lo Real, como el Hombre de

14
Freud S., Cinq psychanalyses, Le petit Hans, PUF, 1979, p. 106.

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los lobos15 contemplará los lobos que lo miran. Pero la fobia es ya un recurso, una
placa giratoria que conduce a la aceptación de la castración, de la falta de ser. Hans
tardará más tiempo que Sandy, niña acogida en la Hampstead Nursery de Londres
después de la guerra, en hacer este recorrido. Anneliese Shnurmann hace una
observación regular de la niñita, como lo hizo años antes el padre de Hans con su
hijo. En un momento crucial aparece una pesadilla, seguido de una fobia pasajera
sobre el mismo tema, con el perro en el lugar de agente imaginario de la castración.
Sandy16, a los 2 años y 1 mes, trataba de hacer pipí de pie como un niño al que
observó. Se enfada porque no lo consigue. El complejo de castración en su caso se
origina en una decepción imaginaria y se presenta bajo los auspicios clásicos de la
envidia del pene: se imagina privada del falo que ella afianza en el pene, objeto real
entrevisto; y reprocha a su nurse (vive en una guardería), en posición materna, que
se lo niegue.
Tiene alrededor de 2 años y 4 meses cuando su madre, hospitalizada para una
intervención, no puede venir a verla durante tres semanas. Cuando ésta reaparece lo
hace caminando con la ayuda de un bastón. La noche siguiente una pesadilla
despierta a la niñita. Asegura que hay un perro en su cama. A continuación se niega a
ir a acostaste declarando:
« No cama. Tutu viene »,
Luego, se niega a salir a la calle porque tiene miedo de encontrarse con un perro.
Así pues, la pesadilla es seguida inmediatamente de una fobia a los perros que durará
algunas semanas. Según Lacan, el sueño y la fobia surgen ante la falta encarnada por
el desfallecimiento de la madre.
Lacan comenta: “(…) la debilidad psíquica muestra que la potencia atribuida a la
madre puede faltar. Y lo que falta ahí es el falo. El sueño muestra que la atribución
de una potencia fálica a la madre ha caído y su falta se ha inscrito en la reacción y
el comportamiento de la niña: está triste… y la fobia se instala 17.”
Sandy interpreta la disminución psíquica de su madre en términos de falta fálica,
y se da cuenta de que no podrá recibir el falo de su madre.
¿Por qué el perro, presente tanto en la fobia como en la pesadilla, se convierte en el
agente imaginario de la falta? Podemos pensar que la focalización del miedo
fóbico sobre este animal es anunciado por un acontecimiento previo. Sandy
declara en cierto momento que “el tutu” sólo muerde a los niños malos, y señala a
su sexo diciendo: “Mordida aquí”. ¿Piensa que es así como una se hace niña,

15
Freud S., Cinq psychanalyses, “Histoire d’une névrose infantile, L’homme aux loups”, op. cit.
16
Schnurmann A., Psychoanalytic Study of the child, “Observation of a phobia” volume 3-4, 1949, p.253-270. et
commenté largement par Lacan dans le séminaire IV.
17
Lacan J., Le séminaire livre IV, La relation d’objet, Paris ; Seuil, 1994, p.73.

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mediante la realización de una privación, y que es una punición? Por el momento


establece un vínculo entre herida materna, falta fálica, y sexo femenino. De hecho
le inquieta saber si su nurse, sus camaradas, ella misma, están también
“enfermas”. Pero declara a su nurse: “Mamá enferma, mamá volver a andar”.
Podemos escuchar en esta declaración la emergencia de un cierto saber hacer con
la falta, que desde entonces ya no es considerado como un daño irreversible. Por
cierto, la fobia desaparece muy rápido.
El “tutu” con el que Sandy sueña y que la habría mordido, no existe, como tampoco
el lobo que todos los niños evocan desde la guardería aun conociendo su absoluta
ausencia. Es un puro significante que participa en un posicionamiento de la
castración, única modalidad de la falta que permite la aceptación de una diferencia
que no sea ni herida real (privación), ni daño imaginario (frustración).
Este paso, en el Hombre de los lobos fallará. Estamos a principios del siglo XX, en una
bella residencia aristocrática. El joven Sergueï, de alrededor de 18 meses, dormita en
su cuna, cerca de la cama de sus padres. El que más adelante será llamado el Hombre
de los lobos, como él mismo se nombra, por cierto, ya que no se presentará más que
bajo esta nominación18, habría asistido a una escena sexual entre sus padres. Esta es
en todo caso la hipótesis de Freud, ejemplo de construcción19 en el análisis que revela
que “lo real es más fuerte que la verdad” como dirá más tarde Lacan20. Aunque nadie
sabrá nunca si esta hipótesis se confirma, es de todos modos real tanto para Freud
como para su paciente. La escena primitiva tiene estatuto de mito, es a su vez
imposible de representar (la relación sexual entre los padres es inimaginable) y
lógicamente imposible de evitar (pues está en el origen del nacimiento del sujeto). En
todo caso el bebé se despertó gritando.
A los 4 años el impacto de la escena le fue revelado –interpretado, podríamos decir–
por la iniciación sexual que comparte con su hermana. Desarrolla entonces un breve
episodio de fobia a los lobos y tiene la famosa pesadilla.
« De repente la ventana se abre sola y veo aterrorizado que en el gran nogal frente a la
ventana hay sentados varios lobos. Había seis o siete. Los lobos eran totalmente blancos
y se parecían mucho a zorros o a perros de pastor, pues tenían grandes colas como los
zorros cuando están atentos a algo. »
Sergueï se despierta gritando, “presa de un gran terror de ser comido”. Freud
interpreta según su versión del Edipo, que supone en su lugar y eficiente (esto será

18
On pourrait retrouver dans l’usage qu’il fît de ce nom d’emprunt la fonction de suppléance grâce à une
nomination acquise et reconnue universellement. Voir les études de Lacan sur Joyce l’artiste et de Soler C.,
« Lacan, lecteur de Joyce », PUF, Paris, 2015.
19
Freud S., « Constructions dans l’analyse », Résultats, idées, problèmes, T. II, Paris, PUF, 1985.
20
Lacan J., « Conférence à Columbia University », Scilicet 6/7, 1975, p. 42-45.

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desmentido) en su paciente soñador: los ojos del niño se abren al marco fantasmático
del cuadro de la escena primitiva envuelta con el blanco de las sábanas de una típica
siesta de verano de la que se le ha excluido. ¿Pero no será más bien que el niño mira
el horror de lo Real que lo fija y que conserva toda su crueldad primitiva por el hecho
de no comprender nada de esta visión erótica que se le representa en toda su violenta
desnudez? Los lobos posados en el árbol son representantes del otro peligroso en su
deseo enigmático.
Para Sergueï, “la angustia de la pesadilla es vivida como la del goce del Otro 21”,
comenta Lacan. A falta de la represión necesaria y suficiente producida por la
neurosis infantil22, queda fijado a una angustia existencial en la que la expresión
metafórica del amor: “Te comería” es potencialmente realizable.

La pesadilla es la infancia del sueño


La angustia está presente en todas las pesadillas, va de la infancia a la edad madura.
Tanto Freud como Lacan lo manifiestan: la angustia es afecto de origen, que precede
y anticipa la represión, y la angustia de castración le dará reactivamente la
significación imaginaria del temor al perder (versión niño) o de haber perdido
(versión niña) un precioso objeto.
La pesadilla tropieza entonces, en la época “prehistórica de la existencia”, con la
pesadilla que es lo Real para lo humano. Ella es así lo infantil del sueño, punto de
referencia de todos, lugar de la represión originaria y más aún, lugar de eso que le
escapa, centro del agujero donde el objeto cae, como el soñador en ciertos sueños cae
sin fin. Dicho de otro modo, ella yace en el ombligo del sueño, ese núcleo que guarda
su parte de oscuridad, saldo de una experiencia, de una vivencia arcaica olvidada
pero inscrita, primordial transcripción de la experiencia vital nunca olvidada, trance
de un “advenimiento de lo Real”.

Este texto retoma algunos apartados de su libro “Las pesadillas. Esos sombríos
compañeros de la noche”. Monográficos de Pliegues N° 7. Edita: Federación Foros
del Campo Lacaniano España, 2017.

21
Lacan J., Séminaire X, L’angoisse, op.cit., leçon du 12 XII 1962.
22
Menès M., La ‘névrose infantile’, un trauma bénéfique, Editions du Champ lacanien, Paris, 2006.

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