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Dios es eterno
Sólo pueden ser medidos por el tiempo los seres que se mueven, por aquello
de que “el tiempo es el número del movimiento”. Pero Dios es absolutamente
inmóvil. Luego no es medido por el tiempo. En El no hay antes y después. No
recibe el ser después del no ser, ni el no ser después del ser, ni cualquiera
otra sucesión, pues esto no es posible sin movimiento. Carece, en
consecuencia, de principio y de fin, pues tiene simultáneamente todo su ser,
que es en lo que precisamente consiste la eternidad.
Si hay un tiempo en que un ser no existió y después existió, éste fue sacado
por alguien del no ser al ser. No se sacó a sí mismo, porque lo que no existe
no puede obrar. Si, en cambio, fue sacado por otro, éste es primero que él.
Pero hemos demostrado que Dios es la causa primera. No ha comenzado, por
tanto, a ser ni ha dejado de ser, porque lo que siempre existió tiene virtud para
existir siempre. Es, pues, eterno.
Vemos en el mundo ciertas cosas que pueden ser y no ser; por ejemplo, seres
generables y corruptibles. Ahora bien, todo lo que puede ser tiene una causa;
porque como de suyo está dispuesto igualmente a una y otra cosa, es decir,
ser o no ser, es necesario que, si existe, sea por la acción de una causa.
Aristóteles ha probado que en las causas no se puede proceder
indefinidamente. Ha de admitirse, pues, un ser necesario.
Por otra parte, todo ser necesario o tiene causa de su necesidad fuera o es
necesario por sí mismo. Y no se ha de proceder indefinidamente en la serie de
seres necesarios que tienen la causa de su necesidad fuera de sí mismos.
Hemos de admitir, pues, un ser primero necesario, y necesario por sí. Tal es
Dios, causa primera, como ya se ha dicho. Dios es, por lo tanto, eterno, por
ser eterno todo ser necesario de por sí.
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