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DESARROLLO HUMANO EN HAITÍ

Haití, que ocupa el tercio occidental de la isla de La Española, es el país


más pobre de todo el hemisferio occidental, marcado por una enorme
desigualdad, una de las mayores del mundo. A lo largo de los últimos 20 años,
Haití ha ahondado su situación de crisis económica, social y política. El
Producto Interior Bruto (PIB) per cápita en 2002 representa tan solo el 61% del
mismo en 1980. Su situación geográfica, unido a diversos problemas
estructurales tales como la degradación medioambiental o la presión
demográfica, hacen de Haití un país extremadamente vulnerable a los riesgos
naturales, tanto en una perspectiva de emergencia humanitaria como de
desarrollo sostenible.
El escenario político actual viene marcado por la coexistencia de un
necesario optimismo tras la apertura de una fase democrática, junto con el
temor de la fragilidad de la situación. La gran participación ciudadana en las
elecciones de febrero puso de relieve el anhelo democrático del pueblo
haitiano. Los sucesos acaecidos los días ulteriores ilustraron también la
debilidad institucional, así como las tensiones subyacentes durante todo el
proceso. La instalación del Gobierno democráticamente electo con
representación de seis de los partidos políticos más votados ha creado un
espacio de Gobierno multitendencia con todo lo que ello implica, tanto en
términos de participación plural, por un lado, como también de dificultades en
cuanto al consenso.
Unido a los problemas actuales de la política, la propia arquitectura
constitucional haitiana plantea fallas estructurales. El modelo de régimen semi
presidencialista, adoptado por la Constitución de 1987 a imagen del modelo
francés, instaura un sistema ajeno a la tradición hemisférica, y que es fuente
constante de inestabilidad y de riesgo de bloqueo, dada la problemática
simbiosis que realiza del modelo presidencialista y parlamentario.
Conjuntamente a estos problemas de índole institucional, la política haitiana

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está aquejada de una permanente polarización y de una ausencia de cultura
democrática, reflejo de una sociedad desarticulada y con falta de cohesión.
La Administración Pública presenta similares síntomas de parálisis e
ineficiencia. Un marco jurídico caracterizado por anacronismos, dispersión
reglamentaria y falta de coherencia normativa, una ausencia de recursos y una
cultura de gestión pública obsoleta, caracterizada por el normativismo antes
que por el enfoque de políticas públicas son algunos de los problemas
estructurales que presenta el sector público en Haití. La inseguridad jurídica
se acrecienta si tenemos en cuenta la ausencia de archivos, registros y
catastros.

Desarrollo Humano
Haití es el país más pobre del hemisferio occidental y uno de los más pobres
del mundo. Califica como un país de bajo desarrollo humano, con un Índice de
Desarrollo Humano (IDH) es 0.493 en 2015, en la posición 163 entre 188
países, y último de los países del Caribe.
Es uno de los países más densamente poblados del Caribe con 388.6
hab./km², de mayor desigual de ingresos en América latina y el Caribe, y uno
de los más desiguales del mundo. Para 2012 presenta un registro de 59% de
la población bajo pobreza y el 24% en condiciones de pobreza extrema, lo que
en términos absoluto indica que 6.3 millones de haitianos no están en
condiciones de cubrir sus necesidades básicas y 2.5 millones presentan
dificultad para cubrir sus necesidades alimenticias -el 80% de las zonas
rurales.
La desigualdad social alcanza mayor magnitud en la zona rural, entre 2001
y 2012 el coeficiente de Gini disminuye en la zona urbana de 0.64 a 0.59 y se
incrementa de 0.49 a 0.56 en la zona rural. Como resultado, en 2012, el 1%
de la población más rica contaba con un ingreso de aproximadamente 50
veces del 10% de la población más pobre.

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En materia de educación, los haitianos tienen el más bajo nivel escolar de
la región, con 5.2 años promedio; y una esperanza de 9.1 grados para los
estudiantes que comienzan. Sólo el 28.5% de la población adulta ha
completado algún curso de la enseñanza secundaria, y el 51% de la población
mayor de 15 años es analfabeta.
En materia de salud, presenta los peores indicadores entre los países del
Caribe; la esperanza de vida es de 63.1 años; la tasa de mortalidad infantil es
de 52.3 y 78.4 por cada mil nacidos vivos menores a 1 y 5 años
respectivamente; la tasa de mortalidad de adultos es de 26% para los hombres
y 22% para las mujeres. En adición, el 35% y 14% de los niños de 1 año no
están inmunizados contra el sarampión y la difteria-tétano-tosferina
respectivamente.

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Medición del desarrollo humano

En 1990, en el primer informe sobre desarrollo humano elaborado para el


Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), se introduce el
Índice de Desarrollo Humano (IDH) que, con diversas modificaciones, se ha
empleado en los sucesivos informes anuales. El índice pretende medir el
desarrollo humano en forma integral al contemplar las dimensiones de
longevidad, conocimientos e ingreso, y se considera "como una medida de la
capacidad de la gente para lograr vidas sanas, comunicarse y participar en las
actividades de la comunidad y contar con recursos suficientes para conseguir
un nivel de vida razonable".

Cada una de las dimensiones consideradas en el IDH se han cuantificado


a través de índices sustentados en indicadores que no han sido siempre los
mismos en las diversas oportunidades cuando se ha calculado. La longevidad
se ha medido en todas las oportunidades mediante el índice de esperanza de
vida al nacer basado en este indicador. La cuantificación de la dimensión
conocimiento ha sufrido cambios. Tras otras modificaciones, desde el informe
de 1995 se obtiene un índice de nivel educacional en función a su vez del
índice de alfabetización en adultos y del índice de la tasa de matrícula
combinada en educación primaria, secundaria y superior. El tratamiento del
ingreso ha constituido casi un conflicto histórico desde el punto de vista
conceptual y metodológico, y fue la más reciente modificación introducida en
la medición de esta dimensión la realizada en el informe de 1999.10 El IDH
puede tomar valores entre 0 y 1, más alto en tanto mayor es el desarrollo
humano cuantificado a través de este índice.

Hechos en América Latina y el Caribe

Según los resultados del Índice de Desarrollo Humano y Equidad,27 entre


los 23 países considerados los cinco con mayores valores del índice son, en
orden descendente, Uruguay, Cuba, Trinidad y Tobago, Colombia y Costa

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Rica, y los 5 con menores valores, asimismo en orden decreciente, Honduras,
El Salvador, Nicaragua, Guatemala y Haití (tabla 1).

TABLA 1. Resultados del índice de desarrollo humano y equidad para


países de América Latina y el Caribe

Los países con la peor situación en este sentido son Haití y Guatemala que,
por una parte, exhiben los niveles más bajos de desarrollo humano y, por la

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otra, presentan una baja eficiencia del recurso económico en el alcance de
este desarrollo.

El considerado bajo Índice de Desarrollo Humano en Haití evidencia hoy las


desigualdades en el bienestar y las oportunidades de vida en el mundo actual,
de acuerdo con el más reciente informe del Programa de Naciones Unidas
para el Desarrollo sobre ese indicador, Haití aparece en el puesto 161 entre
187 países aparecidos en el documento. Ese lugar, el último de la región del
Caribe, que está encabezado por Barbados en el sitio 38, representa un
retroceso de tres escalones respecto a la evaluación precedente de noviembre
de 2011. Los haitianos tienen una esperanza de vida al nacer de 62,4 años y
su nivel de escolaridad promedio alcanza 4,9 años.

Contexto Actual

En 2018, con una puntuación de 0,498, Haití ocupaba el puesto 168 de un


total de 189 países clasificados con arreglo al índice de desarrollo humano.
Dicha puntuación es el producto de una esperanza de vida de 63,6 años (65,8
para las mujeres y 61,4 para los hombres), de una duración media prevista de
la escolarización de 9,3 años para los niños y de 5,3 años para los adultos (4,3
años para las mujeres y 6,6 años para los hombres), de una tasa de
alfabetización del 48,7 % y de un ingreso nacional bruto per cápita de 1.665
dólares EE.UU.

Si bien se han registrado mejoras considerables en algunos indicadores de


desarrollo entre 1990 y 2017, incluido un aumento de nueve años en la
esperanza de vida al nacer y un aumento de 2,6 años en la duración media de
la escolarización, los avances se han estancado en gran medida desde 20155.
Otros indicadores han disminuido considerablemente desde 1990, como el
ingreso nacional bruto per cápita, que se redujo en un 12,6 %. Dichos factores,
agravados por desastres recurrentes, contribuyen a explicar por qué desde

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1990 los avances medidos por el índice de desarrollo humano de Haití son
inferiores al promedio regional y al de los países de bajo desarrollo humano.

Haití es también uno de los países del mundo donde las hay mayores
desigualdades; cuando se tienen en cuenta las desigualdades en materia de
educación, ingresos y salud, el índice de desarrollo humano ajustado arroja un
valor de tan solo 0,3046. Pese a que el país obtuvo una puntuación media de
0,1466 en cuanto al Índice de Instituciones Sociales y Género, lo que indica
que hay pocos motivos de discriminación en el marco jurídico del país,
persisten marcados niveles de desigualdad de género en las esferas pública y
privada, como demuestra el hecho de que el país ocupa el puesto 144 en el
índice de desigualdad de género. Por ejemplo, a pesar de que se ha aprobado
que se reserve a las mujeres una cuota del 30 % de todos los cargos electivos
o por nombramiento, solo el 2,7 % de los miembros actuales del parlamento
son mujeres. La violencia de género continúa afectando a una de cada tres
mujeres y niñas haitianas, cuyo acceso a espacios seguros y a una protección
jurídica efectiva sigue siendo limitado debido a la fragilidad del sistema judicial
del país.
La tesis de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), de
"transformación productiva con equidad" de finales de los 80, destaca dentro
de los esfuerzos por articular lo que los autores denominan una "concepción
actualizada del desarrollo"; crecer, mejorar la distribución del ingreso,
consolidar los procesos democratizadores, adquirir mayor autonomía, crear
condiciones que detengan el deterioro ambiental y mejorar la calidad de vida
de toda población; en fin, "la transformación de las estructuras productivas de
la región en un marco de progresiva equidad social".

Hacia finales de los años 80 existían las condiciones necesarias tanto desde
el punto de vista político y social como teórico conceptual para avanzar hacia
una adecuada revalorización de la dimensión humana del desarrollo. No es
casual que en 1990 se publiquen tres informes sobre el tema: Informe sobre

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el Desarrollo Mundial, del Banco Mundial; Desafío para el Sur, de la Comisión
Sur y Desarrollo Humano, 1990, primero de los 11 informes sobre el tema que
ha publicado el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD),
hasta hoy.

Desde entonces el desarrollo humano (DH), quedó definido así: "...es un


proceso en el cual se amplían las oportunidades del ser humano. En principio
estas oportunidades pueden ser infinitas y cambiar con el tiempo. Sin
embargo, a todos los niveles del desarrollo, las tres más esenciales son
disfrutar de una vida prolongada y saludable, adquirir conocimientos y tener
acceso a los recursos necesarios para lograr un nivel de vida decente. Si no
se poseen estas oportunidades esenciales muchas otras alternativas
continúan siendo inaccesibles".

Según este nuevo paradigma, el desarrollo debe centrarse en el ser


humano. Esto puede parecer obvio o reiterativo; sin embargo, hay conceptos
divergentes de modelos de desarrollo en su aplicación y también en su
medición. Si bien las metas de cualquier modelo de desarrollo tienen que
orientarse hacia un mejoramiento de la calidad de vida de hombres y mujeres,
los medios para conseguirlo pueden ser muy diferentes. Metas y medios
pueden, inclusive, llegar a confundirse, como cuando se determina que un
cierto nivel del Producto Interno Bruto (PBI) per cápita demuestra que se han
alcanzado niveles satisfactorios de desarrollo, sin examinar la distribución de
ingresos y las condiciones reales de vida de la gente.

Aunque el crecimiento económico es una condición indispensable para el


desarrollo humano, no todo el crecimiento conduce al desarrollo. Para que
resulte positivo, el crecimiento debe darse en ramas económicas estratégicas
o sectores dinámicos, que aseguren niveles de actividad económica
constantes y equilibrados.

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La Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) para Haití fue de US$1,080 millones
en 2014, la más alta de todo el Caribe. Entre los principales socios donantes
se encuentra Estados Unidos; el Fondo Especial del BID; Instituciones de la
Unión Europea; Canadá e IDA., con un aporte total fue de US$829 millones.
De este total US$400 millones se destinó a Proyectos de Infraestructura
Social; US$151 millones en Proyectos de Infraestructura Económica; US$105
millones en Ayuda Humanitaria; US$75 a la Producción; US$43 millones a
Proyectos Multisectoriales; y US$55 millones a Programas de Asistencia
Social.
Haití ha recibido la mayor ratio de financiamiento concesional como
miembro de Petrocaribe, sobre todo en los años siguientes al terremoto de
2010.A través del Programa recibió US$1,577,657,383.90 entre 2008–2016,
para la realización de 385 proyectos (Bureau Monetisation, 2016), que se
especializaron en las áreas de educación, apoyo presupuestario, salud,
agrícola, agua y saneamiento, social, energía, seguridad, infraestructura,
vivienda, deporte, infraestructura económica y turismo.
En septiembre de 2015, Haití avanza la cooperación comercial con China
firmando 4 protocolos para proyectos de transporte: a) Construcción de la
carretera nacional No. 5 -Carrefour, Joffre, Gonaives y Port de Paix (US$185
millones); b) Mejora y ampliación de la carretera Malpasse - Port-au-Prince
(US$140 mills); c) construcción de un teleférico entre Labadee y la Citadelle y
d) un proyecto de rehabilitación y expansión del aeropuerto internacional
Toussaint Louverture (US$290 millones).
También tiene encaminado proyectos de cooperación binacional con la
República Dominicana, y/o triangulada con el auspicio y/o financiamiento de
otros cooperantes. Entre los principales: a) Aumento de la capacidad de
restauración y adaptación en las reservas de la biosfera de frontera compartida
(Alemania). b) Actividades de prevención y tratamiento del VIH/SIDA (Estados
Unidos). c) Conocimiento sobre Seguridad Alimentaria y Prácticas
generadoras de ingresos (FAO). d) Apoyo a la Secretaría Ejecutiva de

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Comisión Mixta bilateral dominico – haitiana (PNUD). e) Desarrollo Local
Transfronterizo (PNUD). f) Programa de Apoyo al desarrollo de la cooperación
económica y comercial, a las iniciativas transfronterizas de desarrollo local y
al fortalecimiento de la cooperación institucional. (UE).

Situación económica
La situación a partir de los noventa —que empeora gravemente con el golpe
militar y el consiguiente embargo internacional— se traduce en un colapso del
sistema fiscal, la destrucción de sectores claves de la economía como el textil
o los productos manufacturados, y el desajuste en el gasto público y los
principales indicadores macroeconómicos. Pese a la reactivación de la ayuda
internacional, los eventos de 2004 se reflejaron en un fuerte impacto en la ya
maltrecha economía haitiana. Fue sin embargo durante este periodo transitorio
en el que se han asentado las bases para la estabilización macroeconómica,
en estrecha cooperación con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
La política fiscal es uno de los ejes más necesitados de reestructuración en
Haití. La profunda debilidad del sistema impositivo se ilustra en una carga
tributaria del 8% del PIB frente a unas necesidades de financiación pública del
25%. Esto condujo a que las autoridades recurrieran sistemáticamente al
financiamiento del Banco de la República de Haití (BRH, el banco central) para
cubrir el déficit público. Los ajustes realizados por el Gobierno transitorio y
continuados por el actual Gobierno, con la cooperación del FMI, han permitido
una reducción sustancial de la financiación por parte del BRH del déficit
público. Igualmente, el congelamiento del gasto público durante este tiempo
ayudó a que se ajustara dicho déficit.
Respecto a la política monetaria, las autoridades mantuvieron una línea
restrictiva durante el periodo transitorio para evitar los repuntes inflacionarios.
La inflación y estabilidad de los precios constituye así en el actual marco
macroeconómico uno de los mayores riesgos. Si bien se consiguió durante la

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fase de transición mantener la inflación —gracias a la reducción del gasto
público y, especialmente, al no recurrir a la financiación monetaria del déficit
público— actualmente se constatan tensiones inflacionarias que son
contrapunto a las expectativas de desarrollo económico.
Haití ha conocido una larga historia de deuda externa y diversos procesos
de reestructuración de la misma. La situación actual continúa siendo un gran
obstáculo para el desarrollo del país. No obstante, se han empezado ya a dar
los primeros pasos en términos de recuperación macroeconómica. Según el
FMI Haití ha llevado a cabo un importante inicio de transición para superar la
inestabilidad política y económica. De hecho, el Consejo de Administración del
FMI aprobó un acuerdo trienal a favor de Haití para la Facilidad para la
Reducción de la Pobreza y el Crecimiento (FRPC) en apoyo al programa
económico del actual Gobierno.
En esta misma línea, a partir del mes de noviembre del pasado año Haití se
convirtió en el trigésimo país beneficiado por la iniciativa de condonación de
deuda para países pobres del FMI y del Banco Mundial (BM; un 15% del total
de la deuda, cifrado éste en unos 1.300 millones de dólares, condonada). La
contraparte gubernamental será la necesidad de implementar en un plazo
breve de tiempo una serie de reformas estructurales para que este alivio sea
irrevocable. No obstante, lo anterior, los diferentes escenarios de crecimiento
económico están supeditados a la situación de seguridad en el país, el
fortalecimiento de la Administración Pública, la construcción de un Estado de
Derecho que provea seguridad jurídica y una gestión económica transparente
y eficiente.
Es preciso señalar que, más allá de la positiva estabilización
macroeconómica del país, la situación de las infraestructuras económicas de
base es una barrera crítica para la reactivación económica y muy
especialmente para la participación del sector privado, tanto doméstico como
exterior. Actualmente las expectativas apuntan a un tímido crecimiento
económico. Si bien dichas cifras (en torno a un 1,5% o 2,5% según las fuentes)

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no son suficientes en sí para justificar el inicio de un proceso de desarrollo
económico sostenible y mantenido, sí es cierto que es preciso señalar el punto
de inflexión que representa.

Situación social
Haití es un país con una situación social extremadamente grave, marcado
por una pobreza endémica, crítica y profundamente inequitativa. Los niveles
de pobreza de Haití son tres veces superiores a los de la media de América
Latina y el Caribe. Haití ocupa el puesto 153 de 188 en el Índice de Desarrollo
Humano (IDH) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD). La pobreza en Haití, que afecta al conjunto del país, es especialmente
grave en las zonas rurales, así como en zonas especialmente castigadas, tales
como las bolsas suburbanas del área metropolitana de Puerto Príncipe,
marcadas por el hacinamiento y la degradación del medio de vida.
Existen dos factores que han contribuido especialmente a esta realidad: el
primero, la profunda reestructuraron del marco socioeconómico provocado por
la recesión económica dilatada en el tiempo y la crisis de los sistemas de
producción tradicionales. A continuación, el proceso de rápida urbanización,
desordenada y caótica, ha creado las condiciones de un subdesarrollo tanto
rural como urbano.
La totalidad de indicadores sociales internacionalmente reconocidos
presenta lecturas críticas. La situación alimentaria refleja un cuadro
preocupante, con uno de cada dos haitianos por debajo del umbral de ingreso
necesario para proveerse de la ración diaria de 2.240 calorías. Las tasas de
malnutrición y otras complicaciones ligadas son igualmente alarmantes:
aproximadamente el 20% de los niños de menos de cinco años acusan un
retraso en el crecimiento debido a la malnutrición crónica. La mortalidad infantil
en Haití representa dos tercios de la totalidad de decesos de niños de 0 a 5
años en toda el área del Caribe. La prevalencia de enfermedades como el
VIH/SIDA así como otras de tipo tropical o la tuberculosis, presenta niveles de

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los países menos desarrollados, más propios del África Subsahariana. El
acceso al agua potable en el conjunto de Haití es muy deficiente, siendo a su
vez los servicios de evacuación y tratamiento de aguas residuales
prácticamente inexistentes, o gestionados sin ninguna planificación ni
orientación comunitaria.
La educación en Haití, si bien recoge ciertas mejoras en las tasas de
escolarización, así como una equidad de género en el acceso a la educación
digna de aplauso, presenta una serie de graves problemas. La oferta escolar
en Haití es principalmente privada, siendo una gravosa carga para las familias
haitianas al tiempo que una amenaza constante de riesgo de abandono
escolar; éste es, en efecto, uno de los mayores problemas, la escasa
permanencia en la escuela junto con la baja calidad de la educación recibida.
La degradación medioambiental en Haití alcanza unos niveles críticos,
superando su problemática con mucho las preocupaciones de tipo ecológico,
para impactar directamente en el medio de vida y posibilidades de desarrollo
del país. La mayor parte del territorio se encuentra sometido a una profunda
erosión, deforestación y pérdida de la cobertura vegetal. En poco más de 10
años (de 1987 a 2000) la tasa de cobertura forestal se ha reducido a la mitad.
Actualmente se calcula que la cobertura forestal no supera el 2% del total del
territorio del país (cuando en los años veinte cubría el 60%). 25 de las 30
cuencas hidrográficas que componen la geografía del país están degradadas,
perdiéndose cada año cerca de 30 millones de toneladas de suelo.
La situación geográfica del país, unida a la degradación medioambiental, la
presión demográfica y la debilidad socioeconómica, hace que Haití sea uno de
los países más vulnerables del mundo a los riesgos naturales, siendo no sólo
fuente de crisis de índole humanitaria, sino un obstáculo clave para el
desarrollo del país. A su vez, la problemática de la equidad de género en Haití
es compleja y afecta de manera transversal al desarrollo del país. Se constata
una “feminización” de la pobreza, así como condiciones desiguales tanto en la
estructura económica y social como en la participación política.

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Socios locales e internacionales estratégicos
Uno de los rasgos que caracteriza a Haití respecto de los potenciales socios
locales e internacionales es la gran desproporción en la presencia e
importancia entre ellos, a favor de los últimos. La situación de extrema pobreza
y desarticulación social hace que muchos de los socios locales
tradicionalmente identificados en otros países —como universidades,
sindicatos, etc.— sean extremadamente débiles en Haití o sencillamente
inexistentes. Por el contrario, la enorme presencia de la comunidad
internacional hace que la posibilidad de cooperación con dichos socios sea
muy amplia, así como las necesidades de coordinación con los mismos.
Dentro de los socios locales, el Gobierno se perfila como el interlocutor local
privilegiado. Goza de especial importancia el Ministerio de Planificación y
Cooperación Externa (MPCE), cuyo mandato consiste por un lado en coordinar
los esfuerzos de desarrollo del país por parte de todas las estructuras
gubernativas y, por otro, en ser el interlocutor con la Cooperación Internacional
para sumarla a dicho proceso de coordinación y planificación.
Igualmente, importante por razones obvias es el Ministerio de Economía y
Finanzas (MEF). De cara a los objetivos estratégicos de la Cooperación
Española en Haití, los Ministerios sectoriales gozan de relevancia a la hora de
implementar la programación prevista. Es preciso referir que, dada la debilidad
de las colectividades territoriales, a nivel local, el Gobierno central sigue siendo
también el socio principal. Fuera del ámbito gubernamental, la debilidad y
desarticulación del tejido social hacen de facto imposible la identificación de
socios no gubernamentales, tales como universidades, iglesias, ONG, etc.

Composición Sectorial
En el papel dominante del sector de los servicios en la economía de Haití,
destaca el renglón “comercio, hoteles y restaurantes” como la principal
actividad, con una participación de 28.6% del producto interno bruto (PIB) y la

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mayor contribución al crecimiento económico -un promedio de 4.4% en los
últimos 5 años.
La participación el sector agrícola en el PIB, aunque descendente, sigue
siendo importante para el empleo y la seguridad alimentaria; el 80% de los
hogares en la zona rural, depende de la actividad (50% de manera exclusiva).
Es una agricultura de secano -solo el 10% de los cultivos son de regadío-, y la
producción depende en gran medida del volumen y la distribución de las
lluvias. Entre 2014 y 2015, los cultivos fueron afectados por la sequía.
El maíz, el sorgo, los bananos, las judías, los guandules y una variedad de
tubérculo constituyen los principales bienes de producción agrícola para el
mercado interno, y de venta transfronteriza e informal al mercado de la
República Dominicana. Se exporta cacao, café, los aceites esenciales, el
mango, las pitas y cuerdas y caña de azúcar.
El sector de la industria representa 18.9% del PIB. La rama de la
construcción (10.4% del PIB) ha tenido buen desempeño en la última década,
sobre todo en el periodo 2010-2014 con el proceso de reconstrucción que tuvo
lugar a raíz del terremoto, en que la actividad tuvo una participación decisiva
en el crecimiento de la economía –a partir de 2015, el crecimiento se ralentizó,
en parte debido a la caída de los fondos obtenidos a través del acuerdo
Petrocaribe.
El sub sector manufacturero se ha mantenido con importancia relativa y
cierta estabilidad en los últimos años. Los reglones de la manufactura textil -
vestido y el cuero-; los productos minerales no metálicos y metalúrgicos, y la
industria química representa el 95% del valor añadido del sector. También se
produce alimentos, bebidas y tabaco. La actividad genera un aproximado de
40 mil empleos; Estados Unidos es el principal mercado de la rama textil,
gracias a las iniciativas "HOPE" y "HELP", que han contribuido a estimular las
exportaciones.
La participación del valor agregado al PIB generado por el sub renglón
“explotación de minas y canteras” es marginal -0.2% del PIB, pese a que Haití

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dispone de un gran potencial minero; se atribuye a la falta de regulación
adecuada que no se capte la inversión necesaria a la explotación a gran
escala.

El país más pobre de América Latina: los retos del desarrollo humano
en Haití
Haití ocupaba el lugar 129,2 de un total de 182 países, en el último Informe
sobre desarrollo humano publicado por el Programa de Naciones Unidas para
el Desarrollo (PNUD) desde hace veinte años. Dicho lugar hace referencia al

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índice de desarrollo humano (IDH), que constituye un indicador para medir el
grado de desarrollo y progreso de un país en función de tres criterios
fundamentales:
a) Riqueza (medida en términos de PIB per cápita);
b) Educación (según tasas de analfabetismo y escolarización); y,
c) Salud (estimada por la esperanza de vida al nacer).

El IDH se considera mayor cuanto más se acerca a 1 y menor cuanto más


tiende a 0, siendo el haitiano de 0,532,3 superado por países como Angola,
Nepal o Congo (Brazzaville), y prácticamente al mismo nivel que Sudán o
Tanzania. Ello lo convierte en el país de América Latina con menor desarrollo
humano; el PNUD estima que más de la mitad de los haitianos viven con
menos de un dólar al día.
En cuanto a la esperanza de vida, casi el 20 % de los haitianos no llegarán
a 40 años, mientras que tan solo el 7 % de los españoles no llegarán a los 60.
Respecto a la pobreza, el propio PNUD publica otros índices de pobreza4
además del IDH, como el IPH-1 (índice de pobreza humana), donde la pobreza
se mide en los siguientes términos: probabilidad de no vivir más de 40 años,
porcentaje de adultos analfabetos, ingresos per cápita y porcentaje de
población sin acceso al agua potable, así como porcentaje de niños con peso
insuficiente para su edad.
De este modo, encontramos a Haití en la posición 97 de un total de 135
países para los que se mide el IPH-1, por debajo de países como Camerún o
Uganda, con tasas de malnutrición infantil de más del 20 % y un analfabetismo
que se acerca a la mitad de la población. Se estima5 que la tasa de mortalidad
infantil es de 74 por cada 1.000 nacidos vivos, y la mortalidad materna, de 520
por cada 100.000 nacimientos. En Haití es importante alcanzar el año de vida,
aunque ello tampoco asegura la supervivencia.
En ningún otro país de América Latina un niño, de 1 a 4 años, tiene más
posibilidades de morir que en Haití; tan solo en unos pocos países del África

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subsahariana esta probabilidad es mayor. Tal y como se describe en el informe
La infancia en peligro: Haití, «en 2004, de los 58.000 niños y niñas de este
grupo de edad que murieron en la región, 11.000 —el 19 %, o
aproximadamente 1 de cada 5— eran haitianos».

La población haitiana, que se reparte por igual entre el campo y la ciudad,


vio truncada la senda del desarrollo antes del terremoto tanto por la
destrucción provocada por los huracanes Fay, Gustav, Hanna e Ike en 2008,
como por la subida del precio de los alimentos, que afectó de forma más
intensa a las personas más pobres. Esto ha provocado que desde hace años
los haitianos se encuentren en una situación de crisis humanitaria permanente
y de emergencia constante que les ha impedido la estabilidad mínima
necesaria para generar procesos de cambio social y desarrollo económico. Ni
que decir tiene que, en cuanto a los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM),
se alejan del horizonte temporal previsto para su cumplimiento, en 2015; la
tendencia no encontraba mejoría antes del terremoto y, si no lo remediamos
con medidas enérgicas, tampoco lo hará en el futuro.
Por lo tanto, romper con la dinámica del desastre y de la emergencia será
fundamental para relanzar las tasas de alfabetismo y escolarización, mejorar
la esperanza de vida y generar crecimiento económico sustentable.

La educación, clave del futuro


Los haitianos son una población joven, con el 40 % de menores de 15 años
y más de la mitad menor de 20 años. De los jóvenes entre 15 y 24 años, los
fríos datos estiman que una tercera parte apenas sabe leer ni escribir.
Asimismo, la tasa de matriculación escolar es muy baja, y se calcula que los
niños van, de promedio, unos cuatros años a clase y las niñas dos, aunque
este tiempo se limita a la educación primaria, ya que tan solo el 2 % de los
niños terminan la educación secundaria.

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De estos datos se desprende la precariedad del sistema educativo haitiano,
que ha carecido de la inversión necesaria durante décadas y ha contado con
un gasto público exiguo. La mayor parte de los colegios se encuentran en mal
estado, si no destruidos tras el terremoto, con un mantenimiento prácticamente
inexistente y aulas colapsadas de alumnos. Además, a ello se une que la falta
de gasto público en educación se ha traducido en pocos recursos y bajos
salarios para los maestros, que en muchas ocasiones ni siquiera cobran. Por
eso, aunque las familias se esfuercen y sacrifiquen los pocos recursos de que
disponen en la educación de sus hijos, en gran medida este esfuerzo es en
vano si el sistema público sigue tras el terremoto tal y como funcionaba antes
del mismo. Además, la pobreza generalizada obliga a muchos niños a trabajar
desde muy temprana edad, a ocuparse de las tareas domésticas mientras sus
padres trabajan.
Otros deben trabajar porque son huérfanos, en un país donde la tasa de
orfandad es muy elevada. Antes del terremoto se calculaba en unos 2.000 los
niños y niñas que vivían en las calles de Puerto Príncipe, muchos de ellos
huérfanos o arrancados de sus familias por la miseria o la violencia.
Después del terremoto las cifras aumentaron de modo dramático. Muchos de
esos niños son víctimas de abusos sexuales o de explotación laboral. Además,
también se ven obligados a formar parte de bandas armadas, o en ocasiones
se trata del único camino que encuentran para sobrevivir en un escenario tan
hostil como el de las calles haitianas, en barrios llenos de miseria como Cité
Soleil.
La perspectiva planteada hace pensar que el ODM (Objetivo de Desarrollo
del Milenio) relativo a la educación universal resulta inalcanzable, por lo que
no cabe más que rehacer el sistema educativo haitiano, no para dejarlo como
estaba a finales de 2009, sino para crearlo de nuevo. La educación se concibe
como uno de los grandes retos del nuevo Haití que ya se está reconstruyendo.
Una educación que deberá tener en cuenta los estudios primarios tanto como
los secundarios, y la formación profesional, y que deberá enseñar a los

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jóvenes a ganarse la vida de modo digno. Gran parte de la joven población
haitiana necesita de un sistema educativo que funcione para encontrar un
horizonte de empleo y esperanza más allá de la violencia y la miseria del
pasado. Por ello, no cabe esperar, sino que la educación puede y debe
empezar en los campos de desplazados, y debe ser incorporada a la
planificación de las agencias internacionales y ONG, al igual que debe ser una
de las prioridades de los planes de desarrollo del país en las próximas
décadas.

La necesidad de un compromiso internacional de larga duración


La reconstrucción del país necesita y necesitará de grandes recursos e
inversiones costosas que re quieren del compromiso de la comunidad
internacional, y que este no se difumine con el tiempo. Esperemos que los más
de 10.000 millones de dólares comprometidos en la conferencia de donantes
del pasado junio se inviertan de forma eficiente y en el marco de una
planificación coherente y coordinada con las necesidades de la población. El
presidente René Préval manifestó, en el marco de la III Conferencia de
Donantes para la Reconstrucción de Haití en Naciones Unidas: «Ya he venido
otras veces aquí a hablar del sufrimiento de mi país», «Agradezco vuestra
generosidad, pero necesitamos disciplina. La ayuda debe estar coordinada
para ser efectiva».
Para la canalización y coordinación de muchos de estos fondos, se
constituyó la Comisión Interina para la Reconstrucción de Haití (CIRH),
copresidida por el ex presidente estadounidense Bill Clinton y el primer
ministro haitiano, Jean-Max Bellerive, que ha empezado a trabajar con cierta
lentitud debido a los problemas que vive el país.
La reconstrucción de Haití es un proyecto que durará décadas y en el que
no tan solo los haitianos y haitianas se juegan su futuro, sino que la credibilidad

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de muchas organizaciones y agencias internacionales, y la confianza en la
cooperación internacional, también están en juego.

Progresos hacia el logro del Objetivo de Desarrollo Sostenible


En 2017 y 2018, las consultas relacionadas con el examen estratégico
nacional de la iniciativa Hambre Cero, emprendidas a instancias del PMA y
dirigidas por el Gabinete del Primer Ministro en colaboración con 11
ministerios, las principales partes interesadas, instituciones académicas y
cuatro organismos de las Naciones Unidas10, permitieron determinar las
dificultades relacionadas con el logro de las metas del Objetivo de Desarrollo
Sostenible (ODS). Dicho examen es una versión actualizada de la política y la
estrategia nacionales en materia de soberanía alimentaria, seguridad
alimentaria y nutrición, que se revisó con miras a la consecución del ODS.

La seguridad alimentaria en Haití se ha deteriorado: la puntuación del país


en el Índice Global del Hambre pasó de 28 en 2009 a 34 en 2017, valor
correspondiente al umbral “extremadamente alarmante”. Con un 47 %, la tasa
de subalimentación en Haití fue una de las más elevadas del mundo en 2017.
El organismo de Coordinación Nacional de la Seguridad Alimentaria de Haití
informó de que, en noviembre de 2016, el 77 % de los hogares rurales habían
pasado al menos un día entero y una noche sin comer. Entre otros factores, la
inseguridad alimentaria es la consecuencia del deficiente rendimiento del
sector agrícola y de la fuerte dependencia con respecto a las importaciones de
alimentos, que representan más de la mitad de los alimentos consumidos y el
83 %, en el caso del arroz.
Los precios de los principales productos alimenticios son de un 30 % a un
77 % más altos que en el resto de la región de América Latina y el Caribe14,
lo que los hace inasequibles para las poblaciones vulnerables. Esto afecta
desproporcionadamente a las mujeres, que disponen de menos acceso al
capital (71 % no posee ni tierras ni vivienda), servicios y cargos decisorios en

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todos los niveles, y alcanzan menores niveles de educación formal. Los altos
precios de los alimentos también son resultado de problemas logísticos,
elevados costos de producción, una estructura de mercado inadecuada y la
reciente inflación y devaluación de la moneda.
Las tasas actuales de malnutrición aguda registradas son de un 4 % a nivel
nacional. Además, aunque la tasa de malnutrición infantil crónica entre los
niños menores de 5 años va disminuyendo desde 1995, desde 2012 se halla
estancada en alrededor del 22 % (19,9 % entre las niñas y 24,0 % entre los
niños), si bien afecta cuatro veces más a los niños del quintil más pobre de la
población que a los del quintil más rico. Las tasas de anemia también se sitúan
en niveles alarmantes, ya que afectan al 66 % de los niños menores de 5 años
(64,8% entre las niñas y 67,8% entre los niños) y al 49 % de las niñas y mujeres
de entre 15 y 49 años. Un 32 % de las mujeres que dan a luz son menores de
20 años, y un 2 % son menores de 15 años; la maternidad precoz es un factor
importante de la malnutrición.

En 2017, la prevalencia del VIH/sida en los adultos se calculó en 1,9 %, y


se mantuvo en 0,9 % entre las mujeres jóvenes; mientras que se estima que
alrededor de 7.600 niños menores de 15 años vivían con VIH/sida. Se ha
estimado que el costo total de la malnutrición crónica y de la anemia en Haití
entre 2013 y 2020 alcanzará 1.260 millones de dólares EE. UU., lo que
equivale a una pérdida del 16 % del producto interno bruto (PIB). La diversidad
del régimen alimentario es escasa dado que las dietas se basan
principalmente en cereales, aceite, azúcar y, en menor medida, en las
legumbres secas; en promedio, se consume fruta 2,7 veces por semana y
hortalizas solamente 1,4 veces por semana.

Si bien en 2015 la agricultura representaba la quinta parte del PIB, la


producción agrícola disminuyó en un 12 % entre 1997 y 2016. Los sucesivos
ajustes estructurales han liberalizado los mercados agrícolas de Haití,
eliminando casi todos los aranceles sobre las importaciones y suprimiendo las

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subvenciones agrícolas locales. La mala calidad del suelo y el limitado acceso
a crédito e insumos de calidad obligan a los pequeños agricultores a adoptar
prácticas insostenibles. La incapacidad para mantener unos medios de
subsistencia decentes en el sector agrícola provoca la emigración de jóvenes
a las zonas urbanas, ya congestionadas, o al extranjero, lo que está dando
lugar a la expansión de las zonas urbanas y a una reducción de la mano de
obra en algunas zonas rurales.
De todos los países del mundo, Haití es el tercero más vulnerable al cambio
climático y sus sistemas alimentarios se ven gravemente afectados por
fenómenos climáticos extremos y otros fenómenos recurrentes. Entre 1975 y
2012, los daños y pérdidas anuales debidos a fenómenos meteorológicos
fueron, en promedio, equivalentes al 2 % del PIB; el terremoto de 2010 causó
daños estructurales valorados en el 120 % del PIB, y el huracán Matthew en
2016 causó daños equivalentes al 32 % del PIB. Los huracanes, las sequías y
otros desastres también tienen grandes impactos en la seguridad alimentaria,
afectando aproximadamente a 300.000 personas cada dos años.
La degradación ambiental y la deforestación provocadas por prácticas
agrícolas y energéticas insostenibles —especialmente el uso de carbón—
agravan el impacto de los desastres naturales. Las desigualdades de género
relacionadas con los roles de género que la sociedad asigna a mujeres y
hombres y consolida determinan la manera en que mujeres, hombres, niñas y
niños se ven afectados y su capacidad para hacer frente al cambio climático.

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