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"II Congreso Internacional sobre estudios cerámicos. Etnoarqueología y Experimentación: más


allá de la analogía", 5-9 de Marzo de 2013, Granada (España)

SALVANDO OBSTÁCULOS: EL REGISTRO CERÁMICO DE PERSONAS CON


DISCAPACIDAD (OVERCOMING OBSTACLES: THE CERAMIC RECORD OF
HANDICAPPED PEOPLE)
Aixa Vidal1

La presencia de personas con algún tipo de discapacidad es cada vez más frecuente en el registro arqueológico; sin
embargo, la cultura material con la que estuvieron vinculadas es difícil de identificar. En este sentido, creemos que
el trabajo experimental con personas con serias limitaciones tanto físicas como mentales puede ser de utilidad para
definir cuáles son sus capacidades y limitaciones, y así postular modelos para su posible participación en las
sociedades pasadas.
Si bien la discusión en torno a la discapacidad no es un tema nuevo en arqueología, la participación social de
personas discapacitadas no fue considerada hasta comienzos de este siglo. El hallazgo de algunos esqueletos que
presentan serias alteraciones –en muchas ocasiones incapacitantes- tanto en enterramientos comunes como en
tumbas con una posición destacada, pusieron en tela de juicio el estatus marginal que tradicionalmente se asignaba a
estas personas, ya no solo en lo relativo a cuestiones de supervivencia sino también de interacción social. Sin
embargo, la consideración de los individuos discapacitados como agentes vinculados a la producción y consumo de
bienes presenta un serio inconveniente para la investigación arqueológica: aun cuando sea posible recuperar los
restos óseos, su cultura material es desconocida.
Creemos que este desconocimiento se debe en parte a una limitación en la concepción e interpretación del registro,
que podría ser compensado en cierta medida con metodologías de trabajo que se encuentran a medio camino entre la
etnoarqueológica tradicional y la práctica experimental. Desde hace algunos años, invitamos a grupos de
adolescentes con serias discapacidades mentales y físicas a participar en un programa de investigación donde
realizan piezas de cerámica a mano. El principal objetivo de esta investigación es el de evaluar la diferencias visible
entre sus obras y las de una persona no discapacitadas y tratar de rastrear algún patrón significativo que refleje la
autoría. Para ello, se consideran tanto los requisitos imprescindibles que exige el trabajo alfarero como los objetos
finales realizados por los voluntarios. Lamentablemente, desde una postura arqueológica, no hemos detectado un
patrón específico claro y unívoco generado por las personas discapacitadas, pero sí hemos verificado que en un gran
número de casos una severa discapacidad no constituye un obstáculo insalvable para la práctica alfarera y los
objetos producidos, si bien atípicos, no carecen de utilidad, pragmatismo y valor estético.
De esta manera, la principal conclusión que podríamos derivar de este proyecto es que las personas con discapacidad
pudieron haber jugado un papel integral en la vida diaria de las sociedades pasadas, llevando a cabo una amplia
gama de actividades sociales como la realización de manufacturas de manera similar a los otros miembros de la
sociedad: ello implicaría un salto conceptual que revalorizaría el papel de individuos marginales que pasarían de ser
una carga para su grupo a poseer un estatus privilegiado y, de allí, a participar activamente en las actividades
materiales y sociales de su entorno.
Palabras clave: discapacidad, etnoarqueología, experimentación, irregularidades morfológicas, capacidades,
limitaciones técnicas, participación social, autoría

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Universidad Complutense de Madrid/INAPL-Universidad de Buenos Aires. aixavidal@gmail.com
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Introducción
A comienzos de año, en un periódico gratuito de amplia difusión se publicó esta noticia:
La receta de Atapuerca contra la crisis
20 minutos. 17 enero 2013
Esta crisis está resultando terrible, hasta el punto de que si no va a peor es gracias a la pensión de los jubilados. Cada
vez más familias sacan al abuelo de la residencia para vivir con su paga. Según datos de Cruz Roja, el 20% de los
mayores de 65 años presta ayuda a sus hijos. Un 10% les proporciona alimentos. Un 6,5% ha tenido que acoger a
algún familiar en su casa.
No es algo nuevo. Ya lo dijo Aristóteles: “El hombre es un animal social”. Y
como animales sociales, la estructura familiar nos garantiza la supervivencia.
También se llama solidaridad, lazos sociales que nos unen al grupo para lograr
un beneficio común. Un sentimiento desarrollado desde nuestros orígenes como
confirman los yacimientos de Atapuerca.
Allí los paleontólogos han descubierto a Benjamina, una niña que vivió en la
sierra burgalesa hace medio millón de años. Su madre sufrió una caída a las 28
semanas de embarazo (no se llamaría entonces la caída de la Virgen, pero dicen
que todas las madres sufren alguna) y el bebé nació con craneosinostosis, una
deformación del cráneo que le provocó invalidez.
A pesar de su discapacidad y de nacer en una sociedad cazadora y
trashumante, en permanente movimiento, la niña no fue abandonada.
Cuidada con cariño por el clan, sobrevivió 10 años. De ahí su actual nombre,
Benjamina, en hebreo, “la más querida”.
Lo mismo le ocurrió a Miguelón, éste ya un viejo macho de Homo
heidelbergensis que sobrevivió varios meses después de sufrir un terrible Reconstrucción de
golpe en la cara que lo dejó inutilizado y obligó al clan a cuidarlo por nada. Benjamina, según Kennis
Bueno sí, por cariño.
(Gracia et al. 2010)
Lejos quedan esos terribles tiempos de las cavernas, pero mantenemos activo el
espíritu solidario. Un recurso tan atávico como efectivo. Ayudarnos unos a otros para salir de la crisis. La receta de
Atapuerca sigue funcionando. Y saldremos. Como salimos de las cuevas.

Benjamina es el ejemplo más reciente dentro del ámbito nacional que se suma a los
hallazgos arqueológicos de personas con algún tipo de discapacidad severa. Desde el hallazgo de
Shanidar en la década de 1950 (Sommer, 1999) se han recuperado varias docenas de individuos,
algunos enterrados en condiciones excepcionales, otros compartiendo el espacio común de sus
coetáneos.
La visión de la Arqueología en lo que respecta a las personas discapacitadas ha cambiado a
lo largo de la historia: desde su desconocimiento a la exaltación de los esfuerzos humanos por
proteger a los más desfavorecidos, pasando por un afán por detectar paleopatologías sin indagar
en sus implicancias sociales y la visión ritualizada de las tumbas poco estandarizadas de algunos
discapacitados.
Pero, volviendo a la nota de opinión del periódico, ¿realmente las personas con minusvalías
severas recibían cuidados y atención a cambio de nada?
Como parte de nuestro afán de indagar en la identidad del alfarero prehistórico con el fin de
cubrir todo el rango de variabilidad posible, estamos llevando a cabo el seguimiento de las
actividades alfareras de individuos que podríamos llamar “marginales”: niños, zurdos, ancianos y
discapacitados mentales severos. Nuestro trabajo con este último colectivo ya lleva tres años, si
bien aún no se ha avanzado mucho tanto por carencias presupuestarias como por el propio ritmo
de trabajo de los adolescentes que participan en nuestra investigación.
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Definiciones operacionales: La identidad del alfarero


En 2009 (Vidal y Mallía, 2011) presentamos un modelo para definir al alfarero que ha
guiado nuestros estudios. Especialmente al tratar el tema de los aprendices, tanto la literatura
etnográfica (por ejemplo, London 1991; Longacre 1999) como la de cerámica tradicional
(Arévalo 1989; Carretero et al. 1984; Seseña 1977) habla de niños (cf. Vidal, 2011; Vidal y
García, 2009), describiéndolos como seres “pasivos”, en el sentido económico que lo antepone a
“población activa”, entendiendo así a aquellos individuos que no están plenamente involucrados
en actividades básicas para la supervivencia del grupo, generalmente en términos de procuración
de alimentos, ya sea directamente o a través del intercambio. En términos generales, estamos de
acuerdo con esta idea de pasividad subsistencial, pero creemos que no solo los niños cumplen
estas funciones: un individuo puede ser pasivo a corto plazo (por ejemplo, cualquier persona en
temporadas de escasa actividad agraria o cinegética), a mediano plazo (niños y embarazadas) o a
largo plazo (ancianos y discapacitados), características que no están necesariamente vinculadas
al tiempo de aprendizaje ni a la posibilidad de producción (Tabla 1).

Individuos “pasivos subsistenciales”


A corto plazo A mediano plazo A largo plazo
cazadores/recolectores/pescadores/ niños pequeños ancianos
productores excedentarios embarazadas en estado discapacitados
accidentados avanzado y mujeres en afectados por tabúes o
afectados por tabúes o período de lactancia restricciones sociales
restricciones sociales afectados por tabúes o
restricciones sociales
Tabla 1. Individuos pasivos en términos de actividades básicas de subsistencia.

Es necesario, quizás, enfatizar la idea de que “pasivo” no se refiere a “no-útil”. Justamente


lo contrario. Las actividades artesanales como la alfarería seguramente permitieran la integración
de distintos agentes sociales que por su condición social, física o mental no podían participar en
actividades que requerían un importante esfuerzo cinético en cuanto a movilidad, pero que
demandaban una gran inversión de tiempo y, con frecuencia, una capacidad específica adquirida
tras un largo aprendizaje. De esta manera, a la función más práctica de la cerámica al facilitar,
por ejemplo, la alimentación de niños, enfermos y ancianos mediante la preparación de alimentos
blandos de fácil ingestión (Chamberlain y Witkin 2003; Draper 1988), se suma un valor social
que hace que estos mismos beneficiarios participen en las actividades del grupo y estén
implicados en las tareas cotidianas, aunque no sean de subsistencia básica. De hecho, es muy
llamativo el hecho que, a partir del Neolítico, el registro funerario demuestra no solo un
incremento de individuos más ancianos (Bradley 1998) sino también de personas que han
alcanzado edades adultas con algún tipo de discapacidad generada por malformaciones,
trepanaciones, traumatismos y procesos inflamatorios graves (Brothwell 1971; Finlay 1999;
Sánchez Romero 2008).
Una vez establecidos estos principios teóricos básicos, creemos de interés indagar en la
caracterización de las personas involucradas en la alfarería. Si bien, como postula Hill (1977), no
se cuenta con suficientes referencias en términos arqueológicos, es posible utilizar los modelos y
las generalizaciones obtenidas por grafólogos, kinesiólogos y psicólogos, además de la amplia
bibliografía etnográfica y etnoarqueológica, debido a que las habilidades motoras utilizadas en la
cerámica y la expresión artística de sus decoraciones suelen mostrar señales de individualidad.
Ello no solo se debe a las condiciones físicas del artesano sino también a que gran parte de los
gestos técnicos utilizados y la toma de decisiones se convierten en procesos inconscientes
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(know-how) a medida que se incorporan en el habitus (sensu Bordieu, 1996) de una persona. Al
realizarse de manera prácticamente automática, presentan una serie de regularidades específicas
de cada alfarero que resultan casi imposibles de enseñar o incluso copiar.
Si bien la diversidad de factores que influyen en la identidad del alfarero es enorme y de
ninguna manera restrictiva, podríamos configurar una imagen ideal de los principales requisitos
necesarios para realizar cerámica (Tabla 2), considerando alfarero a la persona que lleva a cabo
la práctica totalidad de la actividad cerámica. Para ello se han tomado en cuenta distintas fuentes:
bibliografía etnográfica de grupos alfareros, manuales de enseñanza de cerámica, biografías y
catálogos de artistas del barro y datos recogidos por la autora en talleres de cerámica para niños,
adultos, ancianos y discapacitados.

Requisitos físicos Requisitos mentales Requisitos cognitivos Requisitos sociales


altura y tamaño tridimensionalidad conocimiento de disponibilidad de tiempo
fuerza memoria métodos, gestos y pertenencia a un colectivo
movilidad programación y técnicas restricciones y tabúes
destreza manual secuencia uso de herramientas conservadurismo/
repetición apropiadas innovación
paciencia capacidad resolutiva
Tabla 2: Requisitos necesarios en la alfarería.

Pese a la necesidad de cumplir con algunos requisitos mínimos para la realización de cada
una de las tareas implicadas, hay que tener en cuenta que estamos hablando de una tecnología
comunitaria y que no necesariamente fuera el mismo individuo el que actuara en todas las etapas.
Además, algunos de los requisitos no dejan huella arqueológica clara (como la memoria) y otros
son comunes a muchas actividades artesanales (en el caso de la concepción tridimensional del
espacio) pero consideramos que dejarlos de lado implicaría recortar algunos aspectos
importantes de la identidad del alfarero que intentamos definir.
Ahora bien, ¿qué rol juegan los discapacitados severos en este panorama?

La población de estudio
En los últimos tres años académicos, invitamos a grupos de adolescentes con serias
discapacidades mentales y físicas a participar en un programa de investigación donde realizan
piezas de cerámica a mano. El principal objetivo de esta investigación es el de evaluar la
diferencias visibles entre sus obras y las de una persona no discapacitada y tratar de rastrear
algún patrón significativo que refleje la autoría diferencial.
El punto de encuentro es la Escuela de Educación Especial “Fundación Goyeneche”, en el
Barrio de San Blas, Madrid. A este un colegio asiste una media de 150 niños y adolescentes de
entre 3 y 19 años afectados por graves patologías motrices, deficiencias sensoriales o mentales y
malformaciones genéticas. Aproximadamente el 10% de los alumnos no tienen movilidad alguna
y solo unos pocos comprenden instrucciones orales. De hecho, en el taller de cerámica con que
cuenta el centro participan entre 10-12 adolescentes, todos ellos con discapacidades mentales
medias a severas y algunos con dificultades de movilidad.
El taller de cerámica, coordinado por una profesora que además es ceramista profesional,
reúne a los alumnos que han superado la Educación Básica Obligatoria y entraron a la fase
denominada “Transición a la Vida Adulta”, entre los 16 y 19 años. En esta etapa se trata de
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familiarizar a los adolescentes con el mundo adulto, enseñándoles estrategias básicas que les
permitan alcanzar cierto grado de independencia una vez que dejen el colegio. Además de las
clases más teóricas, cuentan con un “Aula Hogar”, un apartamento completo con salón, cocina,
dormitorio y cuarto de baño donde se les enseña a llevar adelante tareas domésticas, asumir
responsabilidades y prever invidencias. La tercera actividad específica es el taller, de madera o
cerámica, donde aprenden los rudimentos básicos de estas tecnologías.

Forma de trabajo
En el taller se trabaja con arcilla industrial, herramientas de alfarería y pinturas sintéticas.
Poseen un horno eléctrico donde queman las piezas cada cierto tiempo, generalmente en relación
a alguna onomástica para la cual han modelado materiales.
No se indica la actividad completa a realizar al comienzo de la clase, ya que muy pocos de
los alumnos podría retener esa información, sino que se va trabajando por pasos, con tiempos
muy diferentes, en ocasiones incluso repitiendo una misma operación como el estiramiento de la
masa durante semanas. Es un proceso muy lento que se debe retomar ante cada interrupción,
como los recreos, debido a que normalmente los alumnos no recuerdan qué estaban haciendo ni
cómo retomar la actividad.
La técnica más frecuente es el estiramiento de la pasta cerámica ya amasada mediante
rodillos (Fig. 1a), una actividad en la que ponen mucho interés al punto de obsesionarse -un
rasgo característico de estas patologías (Alonso-García, 2005)-, y el posterior corte de figuras
con cortadores de repostería y en muy pocos casos a mano alzada.
En un segundo momento utilizan moldes tridimensionales (Fig. 1b), generalmente cóncavo-
convexos, para modelar cuencos que rara vez sufren modelados posteriores para transformarlos
en ceniceros, vasos, etc.
Finalmente se da lugar al modelado a mano, mediante colombino o juxtaposición de
planchas (Fig. 1c). Esta actividad es la que presenta mayores dificultades debido al alto número
de gestos técnicos y variables que requiere controlar, ya que tanto su número como la secuencia
y su repetición no son consideradas por los alumnos, que ven cualquier pequeño cambio en la
actividad como una información siempre novedosa (Guerrero López, 1991).

1a 1b 1c

Se enseña con el ejemplo, aprovechando la alta capacidad de imitación de este colectivo


(Nuñez Corral, 2004). Sin embargo, en muchos casos no basta con que la docente realice una
vasija y les muestre cómo se hace: es necesario que lo demuestre en la pieza misma que está
trabajando el alumno, ya que la capacidad para trasladarse en el espacio y reproducir la realidad
de un objeto a otro suele ser inexistente en estas patologías. Una vez comprendido, el alumno se
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pondrá inmediatamente manos a la obra, ante lo cual habrá que recordarle que trabaje la totalidad
de la pieza y no se focalice solo en una parte. La coordinación de movimientos es difícil en
primera instancia, pero las rutinas son bien asumidas. La consideración del tiempo, sobre todo de
secado para mantener el equilibrio plástico de la pieza, nunca es una de las variables tenidas en
cuenta, con lo cual es frecuente que a mitad del trabajo la pieza se estropee y se rompa por falta
de humedad o, por el contrario, se desmorone por exceso de agua.
La decoración no siempre está frecuente y cuando aparece se suele limitar al modelado o la
pintura con trazos simples. La carga del horno y posterior cocción corre por cuenta de la
profesora.

Los materiales y las técnicas


Las piezas con las que trabajamos son las que realizan los alumnos a diario en el taller.
Como norma general hemos utilizado las realizadas con colombinos, excepto en aquellos casos
en los que el alumno no era capaz de alcanzar esta técnica y se limitaba a realizar bolitas o rollos
o bien armaba los rollos pero no comprendía el proceso de levantamiento de la pieza y los
utilizaba para modelar esculturas figurativas (Fig. 2).

2a 2b 2c

Además de los problemas para comprender el proceso de armado de las piezas, estos
adolescentes suelen tener bastante dificultad para calcular el material necesario. Es frecuente que
les falte arcilla para terminar la pieza, especialmente porque no estiran los rollos ni afinan las
paredes, y dejen la vasija inconclusa, negándose en ocasiones a retomar el trabajo y mostrando
intención de comenzar una pieza nueva con el material extra que se les proporciona. Por el
contrario, cuando el volumen de arcilla es excesivo para la pieza a construir, no suelen dejarlo a
un lado, sino que intentan incorporarlo a la vasija engrosando sus paredes o elevando la altura.
Asimismo, les cuesta enormemente fijar una proporción entre las dimensiones de las piezas y
reproducir una vasija o escultura al mismo tamaño ya que se limitan a la materia prima que
tienen entre las manos sin contemplar la posibilidad de obtener más para alcanzar el tamaño
deseado.
En cuanto a las herramientas, se limitan a las más simples, en lo posible, los propios dedos,
incluso cuando hay que cortar o retocar. Pueden hacer uso de una torneta pero solo la utilizan
como un soporte para ganar altura y no para girar la pieza. Las estecas de madera son la segunda
herramienta más utilizada, después del propio cuerpo, en general gruesas y anchas, en muchos
casos poco apropiadas para el trabajo o el vaso en cuestión pero que les facilita la tarea de agarre
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debido al poco desarrollo de la motricidad fina vinculado a estas patologías (Alonso-García,


2005).
Todas las piezas tienen una fuerte presencia de marcas de manufactura como rebabas sin
obliterar y colombinos sin coser ni alisar (Fig. 3). Además, es frecuente que algunas partes hayan
sido trabajadas con más intensidad que otras, en los casos en que el alumno perdía de vista la
secuencia a seguir y repetía el mismo patrón indefinidas veces sobre el mismo trozo de la pieza,
sin girarla ni rotarla. De igual manera, algunas zonas quedan sin trabajar, ya que el interés del
adolescente se centró en otro punto de la vasija y perdió la secuencia de contigüidad. El quiebre
de las paredes por secado excesivo o su desmoronamiento por falta de humectación también son
usuales, ya que difícilmente estos alfareros se ponen a observar la pieza con el fin de ubicar
fallos y buscar alternativas para resolver las incidencias surgidas durante la manufactura.
Las piezas realizadas muestran importantes desviaciones con respecto al eje de simetría,
irregularidad en los bordes y en la altura y paredes generalmente muy gruesas y siempre
irregulares (Fig. 3). Si bien en parte ello se debe a las dificultades motrices y de coordinación de
los discapacitados, es importante notar que muchas veces el autor de la obra tiene una
concepción estética diferente a los cánones socialmente vigentes y desde su punto de vista la
pieza no presenta ningún fallo visible, repitiendo el mismo modelo reiteradas veces incluso
cuando se lo corrigen y le muestran alternativas. De hecho, se muestran muy orgullosos de sus
producciones y ello los incentiva a continuar trabajando el material arcilloso, fácil de manipular,
aunque con frecuencia sin incorporar las correcciones que se le indicaron en el caso anterior.

Pese a las dificultades que deben enfrentar sus hacedores, y a los numerosos errores y
defectos de manufactura que presentan las piezas, cabe destacar que rara vez no superan el
proceso de horneado, incluso en los casos en que se han adherido apéndices, como las asas. Si
bien son excesivamente pesadas para su tamaño debido al grosor de las paredes, en general
cumplen satisfactoriamente su función de contenedor y no se desarman con facilidad.
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La cerámica y los discapacitados


Entonces, ¿es posible diferenciar el trabajo de un discapacitado mental del de otra persona?
¿Poseen un registro característico que se pueda identificar en términos arqueológicos? En base a
lo que hemos observado hasta el momento, la cerámica producida por discapacitados mentales
medios a severos difiere muy poco por sus características de las piezas generadas por aprendices
de cualquier otro colectivo. Quizás la diferencia más notoria es la falta de perfeccionamiento con
el tiempo; vinculado al lento o en ocasiones estanco desarrollo de sus capacidades mentales y
cognitivas, apenas se distingue alguna diferencia entre sus habilidades artesanales al comienzo
del aprendizaje y aquellas que muestran dos o tres años más tarde, con una dedicación de unas
15 horas semanales a la alfarería. De hecho, las piezas no dejan de ser asimétricas, de paredes
gruesas y dimensiones poco proporcionadas. Las formas se repiten. La única modificación de
importancia se identifica en el acabado de superficie, ya que los alisados, al tratarse de una
actividad simple y repetitiva les resulta atrayente: solo es necesario que recuerden tratar la
totalidad de la pieza y no se focalicen en un sector acotado.
Una cuestión muy diferente es la de la participación de los discapacitados en la alfarería
prehistórica. Nuestra experiencia nos demuestra que las personas con serias anomalías mentales
e incluso físicas son capaces de generar piezas cerámicas de utilidad funcional. Están en
ocasiones limitadas a ciertas formas y tamaños, pero resisten la cocción inicial y son útiles como
contenedores. Muy probablemente estén de acuerdo con ciertos estándares estéticos que quizás
no sean comunes a todo el grupo, pero son aceptables para el autor.
De esta manera, y retomando nuestra enumeración inicial de las capacidades de un alfarero,
podríamos sintetizarlo de la siguiente manera (Tab. 3):

Requisitos físicos Requisitos mentales Requisitos cognitivos Requisitos sociales


 altura y tamaño  tridimensionalidad  conocimiento de  disponibilidad de
fuerza memoria métodos, gestos y tiempo
movilidad programación y técnicas pertenencia a un
destreza manual secuencia uso de herramientas colectivo
 repetición apropiadas restricciones y tabúes
paciencia capacidad resolutiva conservadurismo/
innovación
Tabla 3: Requisitos de la alfarería y su presencia en discapacitados mentales medios-severos (.

Dentro de los requisitos físicos, la altura y tamaño no presentan problemas para este
colectivo. Incluso en los casos de acondroplasia, las características métricas de los individuos
permiten su ocupación en la alfarería. La fuerza física no es imprescindible durante el modelado,
y excepto en algunas patologías que afectan seriamente el sistema neurológico los discapacitados
mentales tienen bastante fuerza; incluso en ocasiones se torna excesiva y puede destruir las
piezas con las que trabaja, especialmente en casos de ira o frustración. En cuanto a la movilidad,
no es un obstáculo mientras no afecte a los miembros superiores, especialmente las manos. La
destreza manual es el inconveniente más severo al que se tienen que enfrentar, ya que en
términos generales no dominan la psicomotricidad fina e incluso tienen dificultades en la
realización de algunos gestos o la manipulación de materiales y herramientas.
Los requisitos mentales, por el contrario, son más difíciles de reunir. El concepto de
tridimensionalidad está bien entendido y aplicado, incluso en los casos de visión deficiente. La
falta de memoria, prácticamente una constante, se puede suplir con facilidad recordándole al
adolescente qué es lo que debe hacer y en qué momento de la secuencia se encuentra. Si bien no
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es común que haya cierta programación previa o se anticipen las etapas, también se puede
compensar con instrucciones aisladas. La repetición es la principal virtud de este colectivo: las
tareas simples, rutinarias y que resulten en un patrón continuo son bien aceptadas y les brinda
seguridad y confianza. Lamentablemente, no siempre es posible acabar una tarea rutinaria
porque unida al interés en la repetición se encuentra una baja dosis de paciencia.
Igualmente difícil les resulta reunir los requisitos cognitivos. Cuando están adecuadamente
desmenuzados y materializados, se puede incorporar un sinfín de conceptos y procesos, pero
lentamente y con constante repetición. Los discapacitados mentales con los que trabajamos
comprenden métodos y técnicas, si bien muchas no las utilizan por considerarlas dificultosas, y
con la práctica adquieren gestos técnicos que les ayudan a mejorar en cierta medida la calidad de
su producción. El uso de las herramientas no es muchas veces el adecuado debido más que a su
desconocimiento a la dificultad en recordar su existencia y a la falta de habilidad manual. La
capacidad resolutiva es muy escasa, limitándose a la repetición de casos experimentados
recientemente, y muchas veces causa una sensación de impotencia y temor que fuerza a los
alfareros a dejar su obra inacabada.
La disponibilidad de tiempo podría haber favorecido a la población discapacitada.
Indudablemente desempeñaron un buen número de tareas, muchas de ellas de gran esfuerzo
físico como el transporte o la recolección, pero también otras que requirieran una importante
inversión de tiempo y la repetición de rutinas secuenciales, como las artesanías. El temor a la
innovación y a los cambios, el respeto a lo conocido y la evitación de lo que puede ser diferente
los impulsa hacia cierto conservadurismo muy usual en la práctica alfarera.

Conclusiones
Cada sociedad se caracteriza por una composición específica y un trato particular hacia sus
individuos. La inclusión de ciertos colectivos como iguales, inferiores o superiores depende de
su estructura y creencias. Ello da lugar a una serie de clasificaciones que podrían incluir a los
discapacitados en las tareas socio-económicas, excluirlos o incluso matarlos. Todas estas
opciones han estado presentes a lo largo de nuestra historia como especie. Lo que es innegable,
en vistas de los hallazgos óseos, es que las personas con discapacidades congénitas o
accidentales siempre han formado parte de la sociedad. Y también es innegable, si consideramos
sus habilidades, que adecuadamente guiados, no son integrantes inútiles en el seno del grupo: no
son simplemente aceptados “por nada”.

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