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La presencia de personas con algún tipo de discapacidad es cada vez más frecuente en el registro arqueológico; sin
embargo, la cultura material con la que estuvieron vinculadas es difícil de identificar. En este sentido, creemos que
el trabajo experimental con personas con serias limitaciones tanto físicas como mentales puede ser de utilidad para
definir cuáles son sus capacidades y limitaciones, y así postular modelos para su posible participación en las
sociedades pasadas.
Si bien la discusión en torno a la discapacidad no es un tema nuevo en arqueología, la participación social de
personas discapacitadas no fue considerada hasta comienzos de este siglo. El hallazgo de algunos esqueletos que
presentan serias alteraciones –en muchas ocasiones incapacitantes- tanto en enterramientos comunes como en
tumbas con una posición destacada, pusieron en tela de juicio el estatus marginal que tradicionalmente se asignaba a
estas personas, ya no solo en lo relativo a cuestiones de supervivencia sino también de interacción social. Sin
embargo, la consideración de los individuos discapacitados como agentes vinculados a la producción y consumo de
bienes presenta un serio inconveniente para la investigación arqueológica: aun cuando sea posible recuperar los
restos óseos, su cultura material es desconocida.
Creemos que este desconocimiento se debe en parte a una limitación en la concepción e interpretación del registro,
que podría ser compensado en cierta medida con metodologías de trabajo que se encuentran a medio camino entre la
etnoarqueológica tradicional y la práctica experimental. Desde hace algunos años, invitamos a grupos de
adolescentes con serias discapacidades mentales y físicas a participar en un programa de investigación donde
realizan piezas de cerámica a mano. El principal objetivo de esta investigación es el de evaluar la diferencias visible
entre sus obras y las de una persona no discapacitadas y tratar de rastrear algún patrón significativo que refleje la
autoría. Para ello, se consideran tanto los requisitos imprescindibles que exige el trabajo alfarero como los objetos
finales realizados por los voluntarios. Lamentablemente, desde una postura arqueológica, no hemos detectado un
patrón específico claro y unívoco generado por las personas discapacitadas, pero sí hemos verificado que en un gran
número de casos una severa discapacidad no constituye un obstáculo insalvable para la práctica alfarera y los
objetos producidos, si bien atípicos, no carecen de utilidad, pragmatismo y valor estético.
De esta manera, la principal conclusión que podríamos derivar de este proyecto es que las personas con discapacidad
pudieron haber jugado un papel integral en la vida diaria de las sociedades pasadas, llevando a cabo una amplia
gama de actividades sociales como la realización de manufacturas de manera similar a los otros miembros de la
sociedad: ello implicaría un salto conceptual que revalorizaría el papel de individuos marginales que pasarían de ser
una carga para su grupo a poseer un estatus privilegiado y, de allí, a participar activamente en las actividades
materiales y sociales de su entorno.
Palabras clave: discapacidad, etnoarqueología, experimentación, irregularidades morfológicas, capacidades,
limitaciones técnicas, participación social, autoría
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Universidad Complutense de Madrid/INAPL-Universidad de Buenos Aires. aixavidal@gmail.com
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Introducción
A comienzos de año, en un periódico gratuito de amplia difusión se publicó esta noticia:
La receta de Atapuerca contra la crisis
20 minutos. 17 enero 2013
Esta crisis está resultando terrible, hasta el punto de que si no va a peor es gracias a la pensión de los jubilados. Cada
vez más familias sacan al abuelo de la residencia para vivir con su paga. Según datos de Cruz Roja, el 20% de los
mayores de 65 años presta ayuda a sus hijos. Un 10% les proporciona alimentos. Un 6,5% ha tenido que acoger a
algún familiar en su casa.
No es algo nuevo. Ya lo dijo Aristóteles: “El hombre es un animal social”. Y
como animales sociales, la estructura familiar nos garantiza la supervivencia.
También se llama solidaridad, lazos sociales que nos unen al grupo para lograr
un beneficio común. Un sentimiento desarrollado desde nuestros orígenes como
confirman los yacimientos de Atapuerca.
Allí los paleontólogos han descubierto a Benjamina, una niña que vivió en la
sierra burgalesa hace medio millón de años. Su madre sufrió una caída a las 28
semanas de embarazo (no se llamaría entonces la caída de la Virgen, pero dicen
que todas las madres sufren alguna) y el bebé nació con craneosinostosis, una
deformación del cráneo que le provocó invalidez.
A pesar de su discapacidad y de nacer en una sociedad cazadora y
trashumante, en permanente movimiento, la niña no fue abandonada.
Cuidada con cariño por el clan, sobrevivió 10 años. De ahí su actual nombre,
Benjamina, en hebreo, “la más querida”.
Lo mismo le ocurrió a Miguelón, éste ya un viejo macho de Homo
heidelbergensis que sobrevivió varios meses después de sufrir un terrible Reconstrucción de
golpe en la cara que lo dejó inutilizado y obligó al clan a cuidarlo por nada. Benjamina, según Kennis
Bueno sí, por cariño.
(Gracia et al. 2010)
Lejos quedan esos terribles tiempos de las cavernas, pero mantenemos activo el
espíritu solidario. Un recurso tan atávico como efectivo. Ayudarnos unos a otros para salir de la crisis. La receta de
Atapuerca sigue funcionando. Y saldremos. Como salimos de las cuevas.
Benjamina es el ejemplo más reciente dentro del ámbito nacional que se suma a los
hallazgos arqueológicos de personas con algún tipo de discapacidad severa. Desde el hallazgo de
Shanidar en la década de 1950 (Sommer, 1999) se han recuperado varias docenas de individuos,
algunos enterrados en condiciones excepcionales, otros compartiendo el espacio común de sus
coetáneos.
La visión de la Arqueología en lo que respecta a las personas discapacitadas ha cambiado a
lo largo de la historia: desde su desconocimiento a la exaltación de los esfuerzos humanos por
proteger a los más desfavorecidos, pasando por un afán por detectar paleopatologías sin indagar
en sus implicancias sociales y la visión ritualizada de las tumbas poco estandarizadas de algunos
discapacitados.
Pero, volviendo a la nota de opinión del periódico, ¿realmente las personas con minusvalías
severas recibían cuidados y atención a cambio de nada?
Como parte de nuestro afán de indagar en la identidad del alfarero prehistórico con el fin de
cubrir todo el rango de variabilidad posible, estamos llevando a cabo el seguimiento de las
actividades alfareras de individuos que podríamos llamar “marginales”: niños, zurdos, ancianos y
discapacitados mentales severos. Nuestro trabajo con este último colectivo ya lleva tres años, si
bien aún no se ha avanzado mucho tanto por carencias presupuestarias como por el propio ritmo
de trabajo de los adolescentes que participan en nuestra investigación.
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(know-how) a medida que se incorporan en el habitus (sensu Bordieu, 1996) de una persona. Al
realizarse de manera prácticamente automática, presentan una serie de regularidades específicas
de cada alfarero que resultan casi imposibles de enseñar o incluso copiar.
Si bien la diversidad de factores que influyen en la identidad del alfarero es enorme y de
ninguna manera restrictiva, podríamos configurar una imagen ideal de los principales requisitos
necesarios para realizar cerámica (Tabla 2), considerando alfarero a la persona que lleva a cabo
la práctica totalidad de la actividad cerámica. Para ello se han tomado en cuenta distintas fuentes:
bibliografía etnográfica de grupos alfareros, manuales de enseñanza de cerámica, biografías y
catálogos de artistas del barro y datos recogidos por la autora en talleres de cerámica para niños,
adultos, ancianos y discapacitados.
Pese a la necesidad de cumplir con algunos requisitos mínimos para la realización de cada
una de las tareas implicadas, hay que tener en cuenta que estamos hablando de una tecnología
comunitaria y que no necesariamente fuera el mismo individuo el que actuara en todas las etapas.
Además, algunos de los requisitos no dejan huella arqueológica clara (como la memoria) y otros
son comunes a muchas actividades artesanales (en el caso de la concepción tridimensional del
espacio) pero consideramos que dejarlos de lado implicaría recortar algunos aspectos
importantes de la identidad del alfarero que intentamos definir.
Ahora bien, ¿qué rol juegan los discapacitados severos en este panorama?
La población de estudio
En los últimos tres años académicos, invitamos a grupos de adolescentes con serias
discapacidades mentales y físicas a participar en un programa de investigación donde realizan
piezas de cerámica a mano. El principal objetivo de esta investigación es el de evaluar la
diferencias visibles entre sus obras y las de una persona no discapacitada y tratar de rastrear
algún patrón significativo que refleje la autoría diferencial.
El punto de encuentro es la Escuela de Educación Especial “Fundación Goyeneche”, en el
Barrio de San Blas, Madrid. A este un colegio asiste una media de 150 niños y adolescentes de
entre 3 y 19 años afectados por graves patologías motrices, deficiencias sensoriales o mentales y
malformaciones genéticas. Aproximadamente el 10% de los alumnos no tienen movilidad alguna
y solo unos pocos comprenden instrucciones orales. De hecho, en el taller de cerámica con que
cuenta el centro participan entre 10-12 adolescentes, todos ellos con discapacidades mentales
medias a severas y algunos con dificultades de movilidad.
El taller de cerámica, coordinado por una profesora que además es ceramista profesional,
reúne a los alumnos que han superado la Educación Básica Obligatoria y entraron a la fase
denominada “Transición a la Vida Adulta”, entre los 16 y 19 años. En esta etapa se trata de
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familiarizar a los adolescentes con el mundo adulto, enseñándoles estrategias básicas que les
permitan alcanzar cierto grado de independencia una vez que dejen el colegio. Además de las
clases más teóricas, cuentan con un “Aula Hogar”, un apartamento completo con salón, cocina,
dormitorio y cuarto de baño donde se les enseña a llevar adelante tareas domésticas, asumir
responsabilidades y prever invidencias. La tercera actividad específica es el taller, de madera o
cerámica, donde aprenden los rudimentos básicos de estas tecnologías.
Forma de trabajo
En el taller se trabaja con arcilla industrial, herramientas de alfarería y pinturas sintéticas.
Poseen un horno eléctrico donde queman las piezas cada cierto tiempo, generalmente en relación
a alguna onomástica para la cual han modelado materiales.
No se indica la actividad completa a realizar al comienzo de la clase, ya que muy pocos de
los alumnos podría retener esa información, sino que se va trabajando por pasos, con tiempos
muy diferentes, en ocasiones incluso repitiendo una misma operación como el estiramiento de la
masa durante semanas. Es un proceso muy lento que se debe retomar ante cada interrupción,
como los recreos, debido a que normalmente los alumnos no recuerdan qué estaban haciendo ni
cómo retomar la actividad.
La técnica más frecuente es el estiramiento de la pasta cerámica ya amasada mediante
rodillos (Fig. 1a), una actividad en la que ponen mucho interés al punto de obsesionarse -un
rasgo característico de estas patologías (Alonso-García, 2005)-, y el posterior corte de figuras
con cortadores de repostería y en muy pocos casos a mano alzada.
En un segundo momento utilizan moldes tridimensionales (Fig. 1b), generalmente cóncavo-
convexos, para modelar cuencos que rara vez sufren modelados posteriores para transformarlos
en ceniceros, vasos, etc.
Finalmente se da lugar al modelado a mano, mediante colombino o juxtaposición de
planchas (Fig. 1c). Esta actividad es la que presenta mayores dificultades debido al alto número
de gestos técnicos y variables que requiere controlar, ya que tanto su número como la secuencia
y su repetición no son consideradas por los alumnos, que ven cualquier pequeño cambio en la
actividad como una información siempre novedosa (Guerrero López, 1991).
1a 1b 1c
pondrá inmediatamente manos a la obra, ante lo cual habrá que recordarle que trabaje la totalidad
de la pieza y no se focalice solo en una parte. La coordinación de movimientos es difícil en
primera instancia, pero las rutinas son bien asumidas. La consideración del tiempo, sobre todo de
secado para mantener el equilibrio plástico de la pieza, nunca es una de las variables tenidas en
cuenta, con lo cual es frecuente que a mitad del trabajo la pieza se estropee y se rompa por falta
de humedad o, por el contrario, se desmorone por exceso de agua.
La decoración no siempre está frecuente y cuando aparece se suele limitar al modelado o la
pintura con trazos simples. La carga del horno y posterior cocción corre por cuenta de la
profesora.
2a 2b 2c
Además de los problemas para comprender el proceso de armado de las piezas, estos
adolescentes suelen tener bastante dificultad para calcular el material necesario. Es frecuente que
les falte arcilla para terminar la pieza, especialmente porque no estiran los rollos ni afinan las
paredes, y dejen la vasija inconclusa, negándose en ocasiones a retomar el trabajo y mostrando
intención de comenzar una pieza nueva con el material extra que se les proporciona. Por el
contrario, cuando el volumen de arcilla es excesivo para la pieza a construir, no suelen dejarlo a
un lado, sino que intentan incorporarlo a la vasija engrosando sus paredes o elevando la altura.
Asimismo, les cuesta enormemente fijar una proporción entre las dimensiones de las piezas y
reproducir una vasija o escultura al mismo tamaño ya que se limitan a la materia prima que
tienen entre las manos sin contemplar la posibilidad de obtener más para alcanzar el tamaño
deseado.
En cuanto a las herramientas, se limitan a las más simples, en lo posible, los propios dedos,
incluso cuando hay que cortar o retocar. Pueden hacer uso de una torneta pero solo la utilizan
como un soporte para ganar altura y no para girar la pieza. Las estecas de madera son la segunda
herramienta más utilizada, después del propio cuerpo, en general gruesas y anchas, en muchos
casos poco apropiadas para el trabajo o el vaso en cuestión pero que les facilita la tarea de agarre
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Pese a las dificultades que deben enfrentar sus hacedores, y a los numerosos errores y
defectos de manufactura que presentan las piezas, cabe destacar que rara vez no superan el
proceso de horneado, incluso en los casos en que se han adherido apéndices, como las asas. Si
bien son excesivamente pesadas para su tamaño debido al grosor de las paredes, en general
cumplen satisfactoriamente su función de contenedor y no se desarman con facilidad.
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Dentro de los requisitos físicos, la altura y tamaño no presentan problemas para este
colectivo. Incluso en los casos de acondroplasia, las características métricas de los individuos
permiten su ocupación en la alfarería. La fuerza física no es imprescindible durante el modelado,
y excepto en algunas patologías que afectan seriamente el sistema neurológico los discapacitados
mentales tienen bastante fuerza; incluso en ocasiones se torna excesiva y puede destruir las
piezas con las que trabaja, especialmente en casos de ira o frustración. En cuanto a la movilidad,
no es un obstáculo mientras no afecte a los miembros superiores, especialmente las manos. La
destreza manual es el inconveniente más severo al que se tienen que enfrentar, ya que en
términos generales no dominan la psicomotricidad fina e incluso tienen dificultades en la
realización de algunos gestos o la manipulación de materiales y herramientas.
Los requisitos mentales, por el contrario, son más difíciles de reunir. El concepto de
tridimensionalidad está bien entendido y aplicado, incluso en los casos de visión deficiente. La
falta de memoria, prácticamente una constante, se puede suplir con facilidad recordándole al
adolescente qué es lo que debe hacer y en qué momento de la secuencia se encuentra. Si bien no
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es común que haya cierta programación previa o se anticipen las etapas, también se puede
compensar con instrucciones aisladas. La repetición es la principal virtud de este colectivo: las
tareas simples, rutinarias y que resulten en un patrón continuo son bien aceptadas y les brinda
seguridad y confianza. Lamentablemente, no siempre es posible acabar una tarea rutinaria
porque unida al interés en la repetición se encuentra una baja dosis de paciencia.
Igualmente difícil les resulta reunir los requisitos cognitivos. Cuando están adecuadamente
desmenuzados y materializados, se puede incorporar un sinfín de conceptos y procesos, pero
lentamente y con constante repetición. Los discapacitados mentales con los que trabajamos
comprenden métodos y técnicas, si bien muchas no las utilizan por considerarlas dificultosas, y
con la práctica adquieren gestos técnicos que les ayudan a mejorar en cierta medida la calidad de
su producción. El uso de las herramientas no es muchas veces el adecuado debido más que a su
desconocimiento a la dificultad en recordar su existencia y a la falta de habilidad manual. La
capacidad resolutiva es muy escasa, limitándose a la repetición de casos experimentados
recientemente, y muchas veces causa una sensación de impotencia y temor que fuerza a los
alfareros a dejar su obra inacabada.
La disponibilidad de tiempo podría haber favorecido a la población discapacitada.
Indudablemente desempeñaron un buen número de tareas, muchas de ellas de gran esfuerzo
físico como el transporte o la recolección, pero también otras que requirieran una importante
inversión de tiempo y la repetición de rutinas secuenciales, como las artesanías. El temor a la
innovación y a los cambios, el respeto a lo conocido y la evitación de lo que puede ser diferente
los impulsa hacia cierto conservadurismo muy usual en la práctica alfarera.
Conclusiones
Cada sociedad se caracteriza por una composición específica y un trato particular hacia sus
individuos. La inclusión de ciertos colectivos como iguales, inferiores o superiores depende de
su estructura y creencias. Ello da lugar a una serie de clasificaciones que podrían incluir a los
discapacitados en las tareas socio-económicas, excluirlos o incluso matarlos. Todas estas
opciones han estado presentes a lo largo de nuestra historia como especie. Lo que es innegable,
en vistas de los hallazgos óseos, es que las personas con discapacidades congénitas o
accidentales siempre han formado parte de la sociedad. Y también es innegable, si consideramos
sus habilidades, que adecuadamente guiados, no son integrantes inútiles en el seno del grupo: no
son simplemente aceptados “por nada”.
Bibliography
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7-8.
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