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El tiempo circular

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Por LUIS O. BREA FRANCO 26-10-2019 00:04

Históricamente documentado resulta que la forma mediante la cual


representamos el Escudo de Aquiles como un objeto plano, redondo, con
un umbo central –el eje defensivo de defensa de forma puntiaguda–,
rodeado de franjas circulares y un borde exterior que cerraba el círculo,
profusamente decorado por añadidura, no existía en el mundo micénico,
ni en Grecia ni fuera de ella, y que en cambio, esta forma fue típica de
una época posterior, dos o tres siglos después de la epopeya homérica
de la Ilíada, bajo influencias orientales.
Semejante situación resulta ser para mi sumamente significativa. La
imagen circular del tiempo es un reflejo de la forma en que los pueblos
orientales conciben el transcurrir de los entes como el desplegarse en
una forma cíclica, recurrente, circular, cerrada en si misma como un
uróboros.
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El escudo
de Aquiles, elaborado en base al diseño del pintor italiano Angelo Monticelli, de
1820.[/caption]

Se puede aludir a autores modernos que sostienen en sus obras esta


manera de concebir el ser de lo temporal. En tal sentido es posible
encontrar en la obra del pensador ilustrado italiano Gian Bautista Vico, a
uno de los filósofos destacados en relacionar su perspectiva de la historia
de su época con una visión cíclica del tiempo. También se pueden
presentar otros dos modos de interpretar el tiempo en cuanto circular,
uno desde la mirada de Schopenhauer, y el otro desde la contemplación
del mundo por parte de Nietzsche.
En el primero, influenciado y difusor en Occidente del pensamiento
místico de los Vedas, uno de los libros sagrados de la India, leemos en el
segundo tomo de su obra capital, El mundo como voluntad y
representación,lo siguiente:Por todas partes y de manera general el
verdadero símbolo de la naturaleza es el círculo, porque es la imagen del
retorno: esta es de hecho la forma más generalizada en la naturaleza,
que se realiza en el todo, desde las órbitas de las estrellas hasta la
muerte y el nacimiento de los seres orgánicos, y sólo con ello se hace
posible en la inagotable corriente del tiempo y de su contenido una
entidad consistente, es decir, una naturaleza. [MVR II, § 41].
Por otro lado, en un pasaje central del Zaratustra de Nietzsche, en la
tercera parte, capítulo dos, parágrafo dos –cuya importancia es resaltada
por los más destacados interpretes de esa obra–, titulado: De la visión y
el enigma, el autor expone una interpretación metafórica del eterno
retorno de lo mismo, es decir, elabora una concepción circular del
tiempo. Nietzsche recalca: Todas las cosas derechas mienten (...). Toda
verdad es curva, el tiempo mismo es un círculo.
El tiempo entendido como momento, como trance, como circunstancia,
como unidad vital, no entendido desde su transcurrir a largo término, es
decir, como una teoría de la historia, y analizado desde nuestra época,
se muestra en su despliegue como momentum,como una relación entre
sus elementos estructurales con una determinada consistencia, y se
define objetivamente mediante el significado de la palabra
griega: ékstasis. Este término en su etimología procede del latín
tardío ex(s)tăsis y anterior a ella procede del griego εκστασις (ekstasis)
que quiere decir: ser o estar fuera de sí.
El tiempo en su estructuración momentánea, no se constituye como un
compuesto de partes externas las unas de las otras, diferenciadas entre
sí, como –por ejemplo–, los puntos sucesivos de una línea, dónde el
punto anterior queda fuera del siguiente.
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El
uróboros[/caption]

En las modalidades en que se manifiesta el tiempo vivido, que es el que


nos interesa aquí, a diferencia del tiempo medido, se dan unas especies
de magnitudes de temporización interrelacionadas, vinculadas, que se
constituyen como momentos arquitectónicos de una síntesis
estructural, que se manifiesta en tres momentos concomitantes o
movimientos de toma de consciencia que efectúa nuestra conciencia de
manera siempre inacabada, continuamente en movimiento, siempre
abierta y continuamente volviendo y recomenzando desde sí misma.
Así el tiempo vivenciado se abre en tres ékstasis, estructuralmente
interelacionados e inseparables.
Desde la vivencia que aparece a partir del horizonte de la modernidad –
desde el umbral epocal que incluye la revolución industrial y la francesa–
el ékstasis que viene señalado como primario del momentum temporal es
el futuro, la flecha que señala al pro-yecto o a los fines por los que
actuamos, la meta hacía dónde nos dirigimos y por la que luchamos. En
nuestro ser de modernos siempre prevalece la mirada hacia el porvenir.
Mientras que en la antigüedad, –y en las sociedades tradicionales–, el
baricentro crónico no es el futuro, sino la tradición, es el pasado ritual y
litúrgico el que traza las pautas de lo acontecido que siempre han de
repetirse, pues considerado como lo fundacional y originario.
Este sería el de dónde viene la legitimidad desde lo sagrado. El pasado,
en estos mundos se transforma en la fuente de legitimación y en el metro
de una vida plena de sentido, por ello funge como maestro y criterio
definitorio de lo pleno.
El ser en estos ámbitos consistiría en repetir: re-petir; pedir, solicitar
siempre de nuevo. Consistiría en –como define la palabra el Diccionario
de la RAE: volver a hacer o pedir lo ya hecho o dicho.
Para el griego antiguo la tarea del hombre es volver a recomenzar lo
siempre realizado, existir sería buscar repetir siempre de nuevo los
orígenes –esta sería uno de los cometidos del teatro, de la tragedia,
volver a colocar al hombre del período clásico ante el vértigo que
produce el origen y al revivirlo lograr purgarlo de lo banal e
intrascendente–, en el entendido que en cada repetición se debe intentar
alcanzar un grado superior de aproximación a la perfección.
De lo que se trataría no es de producir de nuevo el mismo hecho, acto, o
comportamiento, sino de buscar llevarlo a su culminación, al non plus
ultra. Solo esa aspiración al perfeccionamiento en cada momento nuevo
es lo que nos asegura que cada vuelta a los orígenes nos proporcionará
una comprensión más profunda de lo que es, de lo que vuelve y debe
volver a ser.
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El eterno
retorno de lo mismo.[/caption]

Cómo llega a decir Nietzsche en uno de sus fragmentos póstumos, que


está a la base de su método genealógico: El que vuelve a los orígenes
encontrará orígenes nuevos.
En un ensayo nuestro, publicado en el hoy lejano 1982, titulado, El
asombro como actitud, que representa mi primerizo intento de elaborar
una interpretación del sentido de Grecia para nuestra cultura occidental,
concluía al señalar, respecto a nuestro destino, que este consistiría en
repetir de continuo la actitud de Grecia ante el mundo y textualmente
señalaba algo que aún con más fuerza sostengo ahora: Repetir la
fundamental actitud del asombro significaría re-petir el talante originario
de nuestra historia, de la historia de Occidente, y así tal vez, retornando
de esta suerte a los orígenes, encontremos orígenes nuevos para
nuestra necesitada época.
Esta visión, que representa lo fundamental del repetir de la actitud de
Grecia para sustentar la cultura de Occidente, la comprendió a fondo
Pedro Henríquez Ureña, cuando señala que: Grecia(...) creyó en
elperfeccionamiento del hombre como ideal humano, por humano
esfuerzo asequible, y preconizó como conducta encaminada al
perfeccionamiento, como prefiguración de la perfecta, la que es dirigida
por la templanza, guiada por la razón y el amor.[P. H. U., Obras
Completas.UNPHU, Tomo V, p. 238.]
En la figura crónica de la repetición, además, se fundamenta la lección
ética que para Nietzsche nos ofrece el eterno retorno de lo mismo.Esta
se condensa en una formula expresada en latín: Amor fati.
La expresión significaria amor al fato en italiano, que por su cercanía con
el latínsería traducible como la palabra dictada a la que habría que
adecuarse y de la que resultaría inútil intentar escapar.De allí que pueda
traducirse como destino, comouna fuerza ciega, predestinada y
misteriosa que regularía todos los acontecimientos de los hombres y el
universo y de la cuál ni los dioses podrían escapar.
El amor fati consistiría en asumir plenamente todo el ser, sin discriminar
entre lo que suponemos como lo bueno o lo malo.
Dicho con sus términos:Mi fórmula para expresar la grandeza del hombre
es el Amor Fati: no querer que nada sea distinto, ni en el pasado, ni en el
futuro (...) No sólo soportar lo necesario sino amarlo.

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