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a Victor Goldschmidt
y a Henri-Charles Puech
I
Cada concepción de la historia va siempre acompañada por
una determinada experiencia del tiempo que está implícita en
ella, que la condiciona y que precisamente se trata de esclare
cer. Del mismo modo, cada cultura es ante todo una determi
nada experiencia del tiempo y no es posible úna nueva cultura
sin una modificación de esa experiencia. Por lo tanto, la tarea
original de una auténtica revolución ya no es simplemente “cam
biar el mundo”, sino también y sobre todo “cambiar el tiem
po”. El pensamiento político moderno, que concentró su aten
ción en la historia, no ha elaborado una concepción adecuada
del tiempo. Incluso el materialismo histórico hasta ahora no
ha llegado a elaborar una concepción del tiempo que estuviera
a la altura de su concepción dé la historia. Debido a esta omi
sión, se ha visto inconscientemente obligado a recurrir a una
concepción del tiempo dominante desde hace siglos en la cul
tura occidental, haciendo que convivan así lado a lado y en su
propio seno una concepción revolucionaria de la historia con
una experiencia tradicional del tiempo. La representación vul
gar del tiempo como un continuum puntual y homogéneo ha
terminado así empalideciendo el concepto marxiano de histo
ria: se ha convertido en la brecha oculta a través de la cual la
ideología se introdujo en la ciudadela del materialismo históri
co. Ya Benjamin había denunciado ese peligro en sus Tesis sobre
lafilosofía de la historia. Ahora ha llegado el momento de escla
recer el concepto de tiempo implícito en la concepción marxiana
de la historia.
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lio que en el punto más elevado de la jerarquía es inmovili
dad absoluta.” (Puech)
En el Timeo de Platón el tiempo, medido por la revolu
ción cíclica de las esferas celestes, es definido como una ima
gen en movimiento de la eternidad: “El creador del mundo
fabricó una imagen móvil de la eternidad y al ordenar el cie
lo, a partir de la eternidad inmóvil y una, construyó está
imagen que se mueve siempre: según las leyes del número y
que nosotros llamamos tiempo”. Aristóteles confirma el ca
rácter circular del tiempo concebido de esta manera: “La ra
zón por la cual el tiempo parece ser el movimiento de la esfe
ra es que ese movimiento sirve para medir los demás movi
mientos y mide también el tiempo... e incluso el tiempo pa
reciera ser una especie de círculo... por lo tanto, decir que las
cosas generadas constituyen un círculo quiere decir que exis
te un círculo del tiempo”. La primera consecuencia de esta
concepción es que el tiempo, al ser esencialmente circular,
no tiene dirección. En sentido estricto, no tiene principio ni
fin o, mejor dicho, solamente los tiene en la medida en que
retorna incesantemente sobre sí mismo por su movimiento
circular. Según explica un peculiar pasaje de los Problemas de
Aristóteles, desde tal punto de vista es imposible decir si so
mos posteriores o anteriores a la guerra de Troya: “¿Acaso son
anteriores a nosotros quienes vivieron en la época de la gue
rra de Troya, y son anteriores a éstos quienes vivieron en una
época aún más antigua, y así hasta el infinito, siendo siempre
los hombres que se hallan más atrás en el pasado anteriores a
los otros? O si es cierto que el universo tiene un principio, un
centro y un fin, que lo que ha llegado a su fin al envejecer
también ha vuelto, por eso mismo, a su principio, si es cierto
además que son anteriores las cosas más próximas al princi
pio, ¿qué impide entonces que podamos estar más cerca del
principio que los que vivieron en la época de la guerra de
Troya?.. Si la sucesión de los acontecimientos es un círculo, y
dado que el círculo no tiene propiamente principio ni fin, no
podemos ser, a causa de una mayor cercanía con respecto al
principio, anteriores a ellos ni ellos pueden designarse como
anteriores a nosotros”.
Pero el carácter fundamental de la experiencia griega del
tiempo que, a través de la Física de Aristóteles, determinó
durante dos mil años la representación occidental del tiempo
es concebirlo como un continuum puntual, infinito y cuanti
ficado. El tiempo es definido así por Aristóteles como “nú
mero del movimiento según el antes y el después” y su conti
nuidad resulta garantizada por su división en instantes (to
nyn, el ahora) inextensos, análogos al punto geométrico
(stigmé). El instante en sí no es más que la continuidad del
tiempo (synécheia chrónou), un puro límite que a la vez reúne
y divide el pasado y el futuro. Como tal, es algo inasible,
cuyo paradójico carácter nulificado expresa Aristóteles al afir
mar que el instante es siempre “otro”, en cuanto divide el
tiempo hasta el infinito, y no obstante siempre el mismo, en
cuanto une el porvenir y el pasado asegurando su continui
dad; y su naturaleza es el fundamento de la radical “alteridad”
del tiempo y de su carácter “destructivo”: “Dado que él ins
tante es a la vez fin y principio del tiempo, pero no de la
misma parte de él, sino fin del pasado y principio .del futuro,
aSí como el círculo es cóncavo y convexo en el mismo punto,
del mismo modo el tiempo estará siempre en trance de em
pezar y de terminar y por ello siempre parece que es otro”.
La incapacidad del hombre occidental para dom inar el
tiempo, y la consiguiente obsesión por “ganarlo” y por “ha
cerlo pasar”, hallan su primer fundamento en esta concep
ción griega del tiempo como un continuum cuantificado e
infinito de instantes puntuales en fuga.
Una cultura que poseía semejante representación del tiem
po no podía tener una verdadera experiencia de la historicidad.
Ciertamente es una simplificación afirmar que la Antigüe
dad no disponía de una experiencia del tiempo vivido, pero
también es cierto que el lugar donde los filósofos griegos tra
tan el problema del tiempo es siempre la Fis ica. E l tiempo es
algo objetivo y natural, que envuelve las cosas que están “den
tro” de él como en una funda (periechón): así como cada cosa
está en un lugar, del mismo modo está en el tiempo. A m e-
nudo se ha remitido el inicio de la concepción moderna de la
historia a las palabras con que Herodoto comienza sus “H is
torias”: “Herodoto de Halicarnaso expone aquí los resulta
dos de sus búsquedas a fin de que el tiempo no borre las
empresas de los hombres...”. Las Historias pretenden luchar
contra el carácter destructivo del tiempo, lo que confirma la
naturaleza esencialmente no-histórica de la concepción anti
gua del tiempo. Al igual que la palabra que designa el acto de
conocer (eidénat), también la palabra historia deriva de la raíz
id-, que significa ver. Originalmente hístor es el testigo ocú
lar, aquel que ha visto. La supremacía griega de la vista se
confirma entonces una vez más. La determinación del ser
auténtico como “presencia ante la mirada’ excluyó una e x p e
riencia de la historia, que es aquello que siempre está allí sin
estar nunca como tal ante los ojos.
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