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el Zarathustra de Nietzsche
por Cristina Ambrosini
El Instante
Nietzsche, el primer pensador del eterno retorno
Según Mircea Eliade,(3) en el hombre primitivo prevalece la creencia de que cada acto
vivido ya fue vivido por otro que no era un hombre. En la cosmología irania de
tradición zervanita cada fenómeno terrestre representa un término celeste, invisible.
De este modo, cada cosa tiene dos aspectos: el de menok y el de getik. Cada acto
ocurrido en el gath, en la tierra, posee una contraparte celestial que representa la
verdadera realidad. El estado de menok es anterior al de getik. En la India
descubrimos la misma teoría donde se suponía que las ciudades reales habían sido
construidas en base a un modelo mítico existente en una edad de oro (in illo tempore).
Del mismo modo, la ciudad ideal de Platón tiene su arquetipo situado en el plano
celeste o supraterrenal. Dentro de este esquema de pensamiento, el tiempo concreto
donde se desarrolla la existencia se proyecta en un tiempo sagrado (ab origine)
cuando el ritual se llevó a cabo por primera vez. Todo acto ritual imita el acto mítico,
por ejemplo, el descanso del sabat reproduce el descanso de Dios en el séptimo día de
la creación. Así, el hombre primitivo no hace más que repetir infinitamente los gestos
ejemplares o paradigmáticos y el acceso a la realidad se adquiere por repetición o
participación. Lo que no tiene un modelo ejemplar carece de realidad. Todo momento
vital (alimentación, reproducción, caza, guerra) inserta al hombre en el tiempo
sagrado. El resto del tiempo profano está desprovisto de significado, es el mero
devenir. De tal modo, el hombre primitivo vive un continuo presente, un presente
atemporal en la medida en que solamente repite el acto ejemplar del arquetipo. Desde
este punto de vista, Platón representa al filósofo de la mentalidad arcaica ya que con la
teoría de las Ideas consuma de manera especulativa el deseo de abolir el tiempo
profano para proyectar toda realización humana en un tiempo mítico.
La idea de una regeneración periódica del tiempo se relaciona con esta concepción
arcaica. En la doctrina caldea del Año Magno el Universo se aniquila y se regenera
periódicamente. Si los siete planetas se reúnen en Cáncer, se produce un diluvio, pero
si se reúnen en Capricornio, se consume por el fuego. El mito de la combustión
universal (ekpyrosis) gozó de prestigio entre los griegos, lo encontramos en Heráclito y
sus discípulos, los estoicos, aunque no es exclusiva de ellos ya que se encuentran
mitos similares en la India, Irán, entre los mayas de Yucatán y los aztecas de México.
En estas versiones se evidencia la necesidad de justificar un retorno del mundo a la
unidad primordial que le dio origen, un eterno retorno al punto del nacimiento. Al
repetirse todos los acontecimientos del cosmos hasta el infinito, cada momento
permanece estático, todo Devenir se transforma en Ser y la historia puede ser abolida.
Todo Año nuevo es una repetición de la cosmogonía, muestra el momento de pasaje
del Caos al Cosmos.
Todas las doctrinas griegas y grecoorientales basadas en el mito de los ciclos cósmicos
logran, con el tiempo, una enorme difusión. Lo que en el siglo V a.C. era
una gnosis difícilmente accesible, unos siglos después era materia de consumo para
miles de personas que buscaban en ellas el consuelo necesario para soportar el
tiempo. El eterno retorno, la recuperación periódica de la existencia anterior, es uno de
los pocos dogmas que pertenecen al pitagorismo primitivo, así como otros elementos
del platonismo que serían de origen iranio-babilónico. El Timeo(4) es uno de los
últimos diálogos de Platón y está dedicado a exponer una cosmología donde aparece
su concepción del tiempo. Esta obra fue decisiva en la física aristotélica y en los
desarrollos posteriores acerca del tema.
"...para que el tiempo naciera se engendraron el sol, la luna y los otros cinco astros
que se denominan "errantes, para la delimitación y vigilancia de los números del
tiempo"(38c)
Platón afirma que los hombres conocemos al tiempo a partir de la alternancia entre el
sol y la luna, entre el día y la noche, pero también inciden los otros astros, aunque
pocos lo sepan. Señala, en este caso, que nuestra percepción del tiempo es
convencional e imperfecta, porque ignora la incidencia del resto de los astros, aunque
tiene una base natural. En tanto integrantes del devenir carecemos del conocimiento
pleno de la realidad, por lo tanto, del tiempo, conocimiento que relega al campo de las
Ideas. El concepto "tiempo" incluye la continuidad de las tres instancias temporales:
presente, pasado y futuro.
Según Platón, al crear el mundo, el demiurgo se esforzó por hacerlo eterno como él
pero la medida de su poder sólo consiguió hacer eterno el cambio. Así concebido, el
devenir es la imagen eterna de lo eternamente inmóvil. La eternidad de las Ideas y la
eternidad del devenir son heterogéneas ya que el mundo del cambio nunca será
idéntico a sí mismo ya que lo que cambia no tiene en sí mismo la razón de su existir.
De este modo, según Platón, lo temporal participa de la eternidad, pero el tiempo sólo
es apariencia, es lo que dura interminablemente. Esta interminable duración del
tiempo es una interminable imitación, es la eternidad móvil que imita la verdadera
eternidad inmóvil.
Platón piensa el tiempo como aquello donde transcurre el cambio, pero donde este
cambio no afecta la naturaleza íntima de la realidad, en consecuencia, tampoco incide
sobre la naturaleza íntima de lo humano.
La concepción lineal del tiempo es una de las tantas innovaciones que introdujo el
cristianismo en la cultura occidental. Las primeras versiones las encontramos en el
siglo III en Irineo de Lyon y luego encontramos reformulaciones en San Basilio, San
Gregorio y finalmente, en su expresión más elaborada en San Agustín. Ya instalado en
el terreno de la teología, este autor plantea el problema del tiempo considerado desde
el punto de vista de la eternidad de Dios. Se admite que todo lo que cambia en el
universo nos da testimonio de la existencia de Dios ya que la temporalidad es creación
divina. El antes, el ahora y el después remiten a un principio que es la causa y razón
de su existencia pero que es inmutable y eterno. Dios, el creador, es inmutable y
eterno pero su creación es mudable, es algo que dura en el tiempo. Las cosas creadas
duran en el tiempo, de modo que el tiempo es algo de la creación y a través de lo
creado conocemos la naturaleza del creador. De este modo, el misterio del tiempo
remite directamente al misterio de la eternidad que es el modo de existir de Dios. A
través de la presencia de Dios, que es eterna presencia, San Agustín intentará iluminar
el tema del tiempo partiendo del presente ya que es el alma quien percibe de este
modo la eternidad. Para ello ubica en la memoria el sentido de la creación. El acto de
pensar se identifica con el de evocar, de juntar lo que está disperso en la memoria. De
tal modo, la memoria es para San Agustín, memoria Dei, conocimiento de Dios.
Aristóteles ya había pensado el problema del tiempo tomando como eje el presente.
Así, afirma que hay tiempo cuando el alma reconoce dos ahoras: el anterior y el
posterior. La esencia del tiempo se encuentra en el ahora (nun) ya que es lo
numerado. El tiempo es el aspecto numerable del cambio. Al par que cambia, el pasaje
de los ahoras nos muestra la constante presencia de sí mismo. En definitiva, el tiempo
es la infinita secuencia de ahoras. En el libro XI de Las confesiones San Agustín retoma
la misma pregunta que plantea Aristóteles: ¿cuál es la esencia del tiempo? A pesar de
ser lo más inmediato y cotidiano, la naturaleza del tiempo es un misterio, afirma
Agustín
Agustín ataca el problema desde el mismo flanco que Aristóteles: desde el ahora.
Desde su punto de vista, es inexacto hablar de tres tiempos puesto que lo que hay son
tres dimensiones del presente: presente de las cosas pasadas, presente de las cosas
presentes y presente de las cosas futuras. Las tres dimensiones del tiempo existen
sólo en el alma como recordatio del pasado y expectatio del futuro. Pasado y futuro no
nos ponen en presencia de la res ipsa sino sólo del recuerdo y de la anticipación. Así
vemos el carácter "psicológico" (psyké: alma) del tiempo. No hay memoria sin tiempo
ni tiempo fuera de un alma que lo capte. De tal modo, la memoria es lo propio de los
seres temporales, creados, sujetos a la duración mientras que reserva para Dios, el
creador, la eternidad
San Agustín coincide con Clemente de Alejandría y San Basilio en el rechazo a la idea
del eterno retorno. Su empeño está puesto en demostrar que, a lo largo de la creación,
hay una evolución progresiva. El tiempo tiene un comienzo en la aparición de la
creación, de las cosas mudables, sujetas al devenir. Por lo tanto, el tiempo no puede
ser eterno. La experiencia del tiempo es la experiencia de lo que no tiene su razón de
ser en sí, es la experiencia de todo lo creado y nos remite a la existencia de lo que
pura y simplemente es: Dios. En definitiva, el tiempo nos muestra la dependencia
esencial y existencial con Dios. La existencia temporal no tiene otro sentido que el de
mostrarnos el carácter dependiente con un principio eterno. La fugacidad, la
temporalidad de lo terreno encuentra su justificación en la eternidad de lo divino. De
este modo, la oposición entre lo temporal y lo eterno, entre lo aparente y lo verdadero,
reactualiza la oposición platónica entre los dos mundos e inserta en la tradición
occidental las categorías propias del pensamiento lineal acerca del tiempo.
¿Qué dirías si algún día, o una noche, un demonio se deslizase hasta tu más apartada
soledad y te dijese: "Esta vida, tal como tú la vives ahora y tal como la has vivido,
tendrás que vivirla aún una vez más y un número infinito de veces; nada más nuevo
habrá en ella, sino que cada dolor y cada placer, cada pensamiento y cada gemido, y
todo lo infinitamente pequeño y grande de tu vida, tendrá que retornar para ti, y todo
en el mismo orden y en la misma sucesión – e igualmente esta araña y este claro de
luna entre los árboles, y también este instante y yo mismo El eterno reloj de arena de
la existencia no cesará de ser invertido de nuevo –y tú con él, corpúsculo de polvo!"
¿No te arrojarás al suelo, rechinando los dientes y maldiciendo al demonio que así te
hablara? O bien has vivido ya el instante prodigioso en que podrías responderle: " Tú
eres un dios y jamás has oído algo más divino!" Si este pensamiento ejerciera sobre ti
su imperio, te transformaría, haciendo de ti, tal como eres, otro, te aniquilaría quizás;
la cuestión a propósito de todo y cada cosa "¿quieres esto aún una vez más y un
número infinito de veces?", pesaría como el peso más pesado sobre su proceder. O
bien ¿cómo tendrías que estimarte a ti mismo y a la vida para no desear nada más que
esta última y eterna afirmación y sanción?(5)
Distintas notas caracterizan a este pensamiento: está planteada como una posibilidad,
a través de un demonio y en la hora más solitaria y silenciosa. El demonio plantea una
alternativa donde no cabe la posibilidad de rehuir una toma de decisión: o tirarse al
suelo, rechinando los dientes, maldiciendo al demonio o aceptar infinitamente veces el
retorno por toda la eternidad de cada instante de placer o dolor. La primera opción
representa, según Nietzsche, la propia del nihilista decadente, la del rechazo a la vida.
La aceptación del retorno supone la adopción de una actitud transformadora. El
enfoque nihilista anula todo esfuerzo de superación, es la posición que sostiene "todo
es en vano", "si todo vuelve tal como ocurrió, todo esfuerzo de superación caerá en el
vacío". La actitud transformadora reside en la posibilidad de que el hombre lo capte y
lo acepte, lo quiera con el temple anímico del Amor fati.
Con este primer planteo del eterno retorno comienza la visión trágica de la vida y la
presentación del héroe trágico: Zarathustra . El aforismo 342 de La gaya ciencia se
denomina "Incipit tragoedia" (comienza la tragedia) y contiene, con algunas variantes,
el discurso preliminar de Así habló Zarathustra.(6) Zarathustra, el héroe trágico,
mostrará, con su propia transformación, la incidencia del pensamiento del eterno
retorno en el hombre, es decir, la repercusión de la concepción circular del tiempo en
el plano de la ética.
Según la anécdota del cuento, Zarathustra es un espíritu libre que consigue su libertad
de pensamiento luego de retirarse durante diez años en las altas montañas. En la
soledad de su caverna intenta redimirse de lo que fue, el creador de una moral del
bien y del mal. Ahora inicia su descenso al mundo de los humanos para llegar a ser el
que es, para realizar su fondo más auténtico: ser el primer maestro del eterno retorno.
Pero, para realizar esta tarea debe, en primer lugar, transformarse a sí mismo.
Los temas centrales del libro Así habló Zarathustra: Dios ha muerto, la llegada del
superhombre, la voluntad de poder y el eterno retorno, se encuentran íntimamente
ligados y todos convergen para propiciar la transformación del protagonista y del
mundo. En la obra hay una gradación en la exposición de las ideas, desde las
difundidas en el mercado, entre los espíritus gregarios, hasta la más íntima y secreta
revelación del pensamiento del eterno retorno. Así encontramos que de la voluntad de
poder habla con sus discípulos mientras que del eterno retorno sólo encontramos
alusiones veladas, símbolos que necesitan ser descifrados.
La infidelidad a la tierra
El aspecto creador y positivo del eterno retorno aparece sólo sugerido en el primer
libro del Zarathustra aunque la muerte de Dios pone en descubierto la incidencia del
tiempo, en especial el futuro, como posibilidad de juego para el hombre. La muerte de
Dios, la pérdida de sentido de un principio supremo, estático y eterno, pone de
manifiesto el carácter enigmático del mundo y descubre al hombre como jugador.
En el primer capítulo de este libro aparece una figura central en su concepción lúdica
del mundo: el niño. Luego de su visita a los hombres, Zarathustra vuelve a la soledad
de la caverna y allí recuerda un sueño en el que un niño se le acercó con un espejo y le
ordenó "mírate en el espejo". Al hacerlo lanzó un grito pues en lugar de verse a sí
mismo, vio la mueca y la risa burlona de un demonio.
Zarathustra cuestiona la concepción del tiempo como una sucesión lineal de "ahoras"
inamovibles. Por el contrario, está instalado en un saber más profundo acerca del
tiempo, pero todavía no dispone conceptualmente de este saber. La idea de
Zarathustra acerca del tiempo constituye su problema más íntimo, más enigmático,
por lo que éste es su saber secreto que no se atreve a pronunciar. A este conocimiento
secreto acerca del tiempo, Zarathustra lo identifica con el aspecto femenino de la Vida
y lo llama "mi terrible señora". El símbolo de Ariadna asume estos caracteres, junto
con Dionysos, para representar los aspectos lúdicos del mundo. La enigmática figura
de Ariadna alude al aspecto terrenal, temporal, definitivamente femenino de la vida. El
vínculo entre Zarathustra y Ariadna es uno de los puntos más ambiguos e
indescifrables dentro de la obra. Este segundo libro, que empezó con la figura del niño,
termina con un capítulo donde Ariadna insta a Zarathustra para que asuma su destino,
ser el maestro del eterno retorno. El protagonista no está preparado para esta misión,
todavía no se ha transformado, no ha llegado a ser el que es. En esta parte de su
aventura existencial está dominado por la concepción demoníaca del tiempo y no es
libre para hacer uso de su voluntad. El silencio, la risa y el llanto son símbolos que se
reiteran en este importante pasaje de transición en el proceso de transformación de
Zarathustra quien no está maduro y no logra aceptar la infantilidad del mundo
Tienes que hacerte todavía niño y no tener vergüenza. El orgullo de la juventud está
todavía sobre ti, tarde te has hecho joven: pero el que quiere convertirse en niño tiene
que superar incluso su juventud. (AHZ, p,214)
En el tercer libro se desarrolla el tema central de la obra, esto es, el eterno retorno en
su incidencia existencial al aceptar un nuevo saber acerca del tiempo. La idea del
eterno retorno está más bien sugerida que analíticamente desarrollada puesto que
alrededor de este nuevo saber Nietzsche levanta nuevos velos cuanto más cerca está
de enunciarlo, de allí que este saber secreto exige ser descifrado. En el centro del
eterno retorno ubica Nietzsche el silencio que necesita de la soledad para ser
escuchado. En esta parte de la obra, Zarathustra comienza a cumplir lo que él mismo
había predicado en otro tiempo y así es como comienza el viaje hacia su última
soledad.
Pero el peor enemigo con que puedas encontrarte serás siempre tú mismo; a ti mismo
te acechas tú en las cavernas y en los bosques.
¡Solitario, tú recorres el camino que lleva a ti mismo y de tus siete demonios!
Un hereje serás para ti mismo, y un brujo y un hechicero y un león y un loco y un
escéptico y un impío y un malvado. (AHZ, p.103)
Conozco mi destino (...) ¡Bien! Estoy dispuesto. Acaba de empezar mi última soledad.
(AHZ., p.221)
Luego de dos días de viaje en barco, silencioso y solitario, Zarathustra decide hablar
con los marineros porque los considera personas aptas para escuchar el relato de un
sueño
a vosotros los ebrios de enigmas, que gozáis con la luz del crepúsculo, cuyas almas
son atraídas con flautas a todos los abismos laberínticos: -pues no queréis, con mano
cobarde, seguir a tientas un hilo y que allí donde podéis adivinar, odiáis el deducir.
(AHZ., p.224)
¡tú piedra de la sabiduría! Te has arrojado a ti mismo hacia arriba, mas toda piedra
arrojada - ¡tiene que caer! (AHZ., p.224)
Esta visión del eterno retorno paraliza toda iniciativa, quebranta toda voluntad y anula
todo proyecto de superación. Desde esta visión pesimista, todos los proyectos del
hombre se hundirán indefectiblemente en la eternidad del tiempo y todo esfuerzo será
en vano. Cuanto más asciende Zarathustra, más se profundiza el abismo y se agudiza
el peligro de caer, por lo que debe recurrir a todo su valor(Mut) para contrarrestar el
efecto pernicioso que ejerce el enano sobre su voluntad hasta que logra invertir la
situación y ahora es el protagonista quien impone la mayor fuerza de su pensamiento:
!Alto! ¡Enano!, dije, ¡Yo! ¡O tú! Pero yo soy el más fuerte de los dos-: ¡tú no conoces
mi pensamiento abismal! ¡Ese – no podrías soportarlo! (AHZ., p.225)
Zarathustra se desprende del peso del enano, el que se sienta sobre una piedra para
entablar un diálogo sobre el tiempo. Ambos se encuentran frente a un pórtico, donde
convergen dos caminos. El nombre del portón está escrito arriba
"Instante" (Augenblick).
Tú, espíritu de la pesadez, dije encolerizándome, ¡no tomes las cosas tan a la ligera! O
te dejo de cuclillas ahí donde te encuentras, ¡cojitranco! - ¡yo te he subido hasta aquí!
(AHZ.,p.226)
En estos párrafos Nietzsche expone, en boca del enano, la concepción metafísica del
tiempo, donde se advierte una oposición entre el pasado y el futuro. ¿En qué se basa
la eternidad del tiempo? En la eternidad del pasado y en la eternidad del futuro,
contestaría el enano. Frente a esta imagen ordinaria y decadente del tiempo,
Zaratustra cambia el enfoque de la pregunta anterior, al concentrar su atención en el
instante.
¡mira, continué diciendo, este instante! Desde este portón llamado Instante
corre hacia atrás una calle larga, eterna: a nuestras espaldas yace una eternidad.
Cada una de las cosas que pueden correr, ¿no tendrá que haber recorrido ya alguna
vez esa calle? Cada una de las cosas que pueden ocurrir, ¿no tendrá que haber
ocurrido, haber sido hecha, haber transcurrido ya alguna vez? (...)
Y esa araña que se arrastra con lentitud a la luz de la luna, y esa misma luz de la luna,
y yo y tú, cuchicheando ambos junto a este portón, cuchicheando de cosas eternas -
¿no tenemos todos nosotros que haber existido ya? – y venir de nuevo y correr por
aquella otra calle, hacia delante, delante de nosotros, por esa larga, horrenda calle-
¿no tenemos que retornar eternamente? (AHZ., p226-227)
Aquí aparecen confrontadas las dos versiones del eterno retorno, tal como lo planteó
Nietzsche con anterioridad, en el aforismo 341 de La Gaya Ciencia, pero ahora la figura
del demonio desaparece ya que para contestar este enigma es necesario un proceso de
transformación. La diferencia entre las dos visiones está puesta en el retorno. ¿qué es
lo que retorna del tiempo? El enano no lo distingue, afirma que el tiempo es un círculo.
Si todo lo que puede ocurrir es sólo una repetición, el futuro no hace más que repetir
lo que ya sucedió y todo esfuerzo de superación caerá en el vacío. En la visión de
Zarathustra, el presente no se concibe bajo la forma anónima del "ahora’ sino como el
"instante". Futuro y pasado se unifican y sintetizan en la vivencia del instante que
representa el centro de gravedad de la eternidad.
La enfermedad, la náusea y el convaleciente
Pero el pastor mordió, tal como se lo aconsejó mi grito; ¡dio un buen mordisco! Lejos
de sí escupió la cabeza de la serpiente: - y se puso en pie de un salto.-
Ya no pastor, ya no hombre, - un transfigurado, iluminado que reía! ¡Nunca antes en la
tierra había reído hombre alguno como él rió! (AHZ., p.202)
Su pensamiento abismal lo insta para que hable y asuma su destino: ser el primer
maestro del eterno retorno. Durante siete días y siete noches, Zarathustra atravesó su
enfermedad de hombre nihilista, bajo la protección y el cuidado de sus animales
heráldicos: el águila y la serpiente. Ahora está en condiciones de contestar aquellas
preguntas que habían quedado pendientes
¡Demasiado pequeño el más grande! – Este era mi hastío del hombre! ¡Y el eterno
retorno también del más pequeño! - ¡Este era mi hastío de toda existencia! (AHZ.,
p.302)
Yo mismo formo parte de las causas del eterno retorno, afirma Zarathustra cuando
acepta la transformación del azar en destino. A esta voluntad que acepta el
acontecimiento, sin culpas ni remordimientos morales, Nietzsche la denomina "viraje
de la necesidad". En esta idea se presenta una identificación entre la voluntad, cuando
acepta la vida tal como se da, en una conjunción de azar, necesidad y libertad, de allí
que la imagen del superhombre se identifique con el niño al ser concebido como un
partícipe inocente del gran juego del mundo.
Amor Fati no alude al destino predeterminado y causalista que no deja margen para
ninguna transformación. Por el contrario, en la versión nietzscheana, Amor Fati alude
al juego de dados, a la aceptación del azar y al sometimiento a las reglas que impone
la voluntad de poder. El representante de una voluntad libre, el jugador, el
superhombre, no es el hombre de una libertad incondicionada, no vive en el capricho
arbitrario, sino que es el hombre que acepta participar del juego del mundo y quiere
dentro de sí lo necesario. En esta versión, Nietzsche rechaza la idea de una aceptación
sumisa frente a una fatalidad ineludible ya que la participación del hombre en el gran
juego del mundo se expresa a partir de una voluntad que acepta el devenir
inocentemente. La alusión a la figura del niño se repite en múltiples situaciones
asociadas a la aparición del superhombre. Dentro de esta simbología, el niño expresa
la inocencia del devenir ya que el niño, con su juego, se inserta libremente, configura
el mundo y lo transforma. A diferencia de la concepción propia de la metafísica de la
subjetividad, el hombre no descubre el mundo a partir de sus representaciones.
Hombre y mundo no son dos sustancias separadas que logran relacionarse. El niño
representa al hombre capaz de configurar su mundo.
La expresión lúdica del mundo es aceptada y asumida por un tipo de hombre que
renuncia a las falsificaciones metafísicas. Nietzsche contrapone dos figuras: el hombre
pobre de mundo, el hombre de la metafísica, de la moral, de la virtud
empequeñecedora y de la religión, al hombre pleno de mundo, capaz de aceptar el
tiempo, de transformar el azar en destino, de integrarse al gran juego cósmico.
En el silencio de la soledad, Zarathustra descubre la profundidad insondable del
mundo. El anhelo de Zarathustra se dirige a lo lejano, a lo que está por llegar. Este
anhelo no es el deseo de llegar a un mundo suprasensible ni el de alcanzar alguna
trascendencia trasmundana. Su mayor esperanza se orienta a la expectativa por la
llegada de un tipo de hombre abierto al mundo y capaz de asumir la creencia en el
eterno retorno. Bajo el cielo azar y el cielo inocencia, el hombre se interna en lo
luminoso del mundo y allí puede desarrollar sus potencias creadoras sin el peso de los
límites inventados por una moral represiva (representadas como nubes que ocultan y
deforman la visión del mundo). "Dios ha muerto" es el lema que evidencia la pérdida
de sentido de toda teleología y el derrumbe del mundo suprasensible que ha actuado
como "mundo verdadero". El eterno retorno no pretende asegurar ningún logro
superior para la humanidad, no promete ninguna finalidad. Por el contrario, este
pensamiento manifiesta que el devenir se encuentra más allá de todo sentido moral,
de toda causa y de toda intención. El azar expresa esta misma ausencia de teleología y
de racionalidad en el interior del devenir.
En cada instante comienza el ser; en torno a todo ‘aquí’ gira la esfera ‘allá’. El centro
está en todas partes. Curvo es el sendero de la eternidad. (AHZ., p.300)
Conclusión borgeana
"Para un profeta cabe asegurar que es la única. (...) El estilo profético no permite el
empleo de las comillas ni la erudita alegación de libros y autores..." (7)
Notas
(1) Según Ilya Prigogine el siglo XIX es el primero en plantear el problema del tiempo
en toda su complejidad científica y filosófica. En el siglo XVIII se discutió la posibilidad
de describir lo vivo como un reloj, y de describir al reloj desde el punto de vista del
relojero. La organización del relojero concienzudo, que sometía la naturaleza a la
intención calculadora se sustituye por una naturaleza espontánea, creadora de formas
artísticas. El relojero y el artista son dos figuras inspiradas en la Crítica de la facultad
de juzgar de Kant en el juicio teleológico y el juicio estético. Para Nietzsche la
naturaleza es un creador y destructor a la vez. La idea de sistemas en evolución
indefinida, de que ningún sistema complejo es enteramente estable, desemboca en
una idea bastante próxima a la del eterno retorno de Nietzsche. Esta idea sugiere la
imposibilidad de hablar de una evolución finalizada hacia un estado estable en el que el
futuro ya no sea peligroso. La evolución deja de ser búsqueda de identidad, de reposo,
para hacerse creación de problemas nuevos, proliferación de nuevas dimensiones. Ver
PRIGOGINE, ILYA. ¿Tan sólo una ilusión? Una exploración del caos al orden, Barcelona,
Tusquets, 1988, pp.65-97.
visits
ISSN 1668-1002 / info