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EL EPICUREISMO 187

Un mundo es, según Epicuro, "un trozo de cielo que comprende astros,
tierras y todos los fenómenos, recortado en el infinito". Los mundos son
infinitos; están sometidos a nacimiento y a muerte. Pero, sosteniendo
Epicuro que los átomos caen en el vacío en línea recta y con la misma
velocidad, para explicar el choque, en cuya virtud se agregan y se
disponen en los varios mundos, admite una desviación casual de los
átomos de su trayectoria rectilínea. Esta desviación de los átomos es el
único acontecimiento natural no sujeto a necesidad. Como dice Lucrecio,
"rompe las leyes del hado".
En este mundo, del cual se ha eliminado cualquier traza de potencias
divinas, Epicuro admite, sin embargo, la existencia de divinidades. Y la
admite en virtud de su mismo empirismo: porque los hombres poseen la
imagen de la divinidad; y esta imagen, como cualquier otra, no puede
haberse producido en ellos más que por flujos de átomos emanados de las
mismas divinidades. Los dioses tienen forma humana, que es la más perfecta
y, por tanto, la única digna de seres racionales. Mantienen entre sí una
amistad análoga a la humana; y habitan en los espacios vacíos entre mundo
y mundo (intermundos). Pero no se preocupan ni del mundo ni de los
hombres. Cualquier cuidado de este género sería contrario a su perfecta
dicha, puesto que les impondría una obligación y ellos no tienen
obligaciones, antes bien, viven libres y felices. Por esto el motivo de que el
hombre sabio les honre no es el temor, sino la admiración de su excelencia.
El alma, según Epicuro, está compuesta de partículas corpóreas
difundidas por todo el cuerpo como un soplo cálido. Tales partículas son
más finas y redondas que las demás, y, por lo tanto, más móviles. Las
facultades del alma, como se ha visto, son fundamentalmente tres: la
sensación en sentido propio; la imaginación (mens, según Lucrecio), que
produce las representaciones fantásticas; la razón (λσγος), que es la facultad
del juicio y de la opinión. A estas facultades teoréticas se añade el
sentimiento, placer o dolor, que es la norma de la conducta práctica. La
parte irracional del alma, que es principio de vida, está difundida por todo el
cuerpo.
Con la muerte los átomos del alma se separan y cesa toda posibilidad de
sensación: la muerte es "privación de sensaciones". Por eso es necio temerla:
"El más terrible de los males, la muerte, no es nada para nosotros porque
cuando existimos nosotros no existe la muerte y cuando existe la muerte,
nosotros no existimos" (Ep. ad Men., 125).

101. LA ETICA

La ética epicúrea es, en general, una derivación de la cirenaica (§ 39). La


felicidad consiste en el placer: "el placer es el principio y el fin de la vida
feliz", dice Epicuro (Dióg. Laerc., X, 129). El placer es, en efecto, el criterio
de la elección y de la aversión: se tiende al placer, se huye del dolor. Es el
único criterio con el cual valoramos todos los bienes. Pero hay dos clases de
placeres: el placer estático, que consiste en la privación del dolor, y el placer
en movimiento, que consiste en el gozo y en la alegría. La felicidad consiste
solamente en el placer estático o negativo, "en el no sufrir y no agitarse" y
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se define, por tanto, como αταραξία (ausencia de turbación) y a)pori/a


(ausencia de dolor). El significado de estos dos términos oscila entre la
liberación temporal del dolor de la necesidad y la ausencia absoluta del
dolor. En polémica contra los cirenaicos, que afirmaban la posibilidad del
placer, Epicuro dice explícitamente que "la cumbre del placer es la simple y
pura destrucción del dolor".
Este carácter negativo del placer impone la elección y la limitación de las
necesidades. Epicuro distingue las necesidades naturales de las inútiles; entre
las necesidades naturales las hay necesarias e innecesarias. De las naturales y
necesarias, algunas son necesarias para la felicidad, otras para la salud del
cuerpo, otras para la vida misma. Sólo los deseos naturales y necesarios
deben satisfacerse; los demás deben abandonarse y rechazarse. El
epicureismo quiere, por tanto, no el abandono al placer, sino el cálculo y la
medida de los placeres. Conviene renunciar a los placeres que originan un
dolor mayor y soportar incluso largamente los dolores que originan un
placer mayor. "A cada deseo es menester preguntarse: ¿Qué sucederá si se
satisface? ¿Qué pasará si no se le atiende? Solo el cuidadoso cálculo de los
placeres puede conseguir que el hombre se baste a sí mismo y no se
convierta en esclavo de las necesidades y de la preocupación por el mañana.
Pero este cálculo sólo puede deberse a la prudencia (fro/nesij). La prudencia
es todavía más preciosa que la filosofía, porque de ella nacen todas las
demás virtudes y sin ella la vida no posee dulzura, ni belleza ni justicia" (Ep.
a Men., 132). Las virtudes, y especialmente la prudencia, que es la primera y
más fundamental, aparecen así a Epicuro como condición necesaria a la
felicidad. A la prudencia se debe el cálculo de los placeres, la elección y la
limitación de las necesidades y, por consiguiente, el logro de la ataraxia y de
la aponía.
En un pasaje famoso del escrito Sobre el fin, Epicuro afirma
explícitamente el carácter sensible de todos los placeres. "Por mi parte, dice,
no sé concebir qué sea el bien, si prescindo de los placeres del gusto, de los
placeres del amor, de los placeres del oído, de los que proceden de las bellas
imágenes percibidas por los ojos y, en general, de todos los placeres que los
hombres poseen gracias a los sentidos. No es verdad que sólo el gozo
espiritual sea un bien, puesto que también la mente se alegra con la
esperanza de los placeres sensibles, en cuyo disfrute la naturaleza humana
puede librarse del dolor." (Cicer., Tusc., I I I , 18, 42; fr. 69 Usener. Cfr. fr.
67, 68 y 70, Usener). En este pasaje el bien se limita al ámbito del placer
sensible, al cual pertenece incluso el placer que da la música ("los placeres
de los sonidos") y la contemplación de la belleza ("placeres de las bellas
imágenes"); y el gozo espiritual se reduce a la esperanza del mismo
placer sensible. Tal vez el fin polémico del fragmento (dirigido
probablemente contra el Protréptico de Aristóteles, que exaltaba
platónicamente la superioridad del placer espiritual [§ 69[), llevara a
Epicuro a acentuar su tesis de la sensibilidad del placer; pero resulta claro
que esta tesis se desprende necesariamente de su doctrina fundamental que
hace de la sensación el canon fundamental de la vida del hombre. Que el
verdadero bien no sea el placer violento, sino el estable de la aponía y de la
ataraxia, no es cosa que contradiga la tesis de la sensibilidad del placer, ya
que la aponía es "el no sufrir en el cuerpo", y la ataraxia es "el no
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estar turbados en el alma" por la preocupación de la necesidad


corporal.
Pero por esto la doctrina de Epicuro no puede confundirse con un vulgar
hedonismo. Se opondría a tal hedonismo el culto de la amistad,
característico de la doctrina y de la conducta práctica de los epicúreos. "De
todo cuanto la prudencia nos ofrece para la felicidad de la vida, lo mayor es,
con mucho, el logro de la amistad" (Max, Cap. 27). La amistad nació de la
utilidad; pero es un bien por sí misma. El amigo no es quien busca siempre
lo útil, ni quien no lo une nunca a la amistad, ya que el primero considera la
amistad como un tráfico de ventajas, y el segundo destruye la confiada
esperanza de ayuda que constituye gran parte de la amistad (Sentencias
Vaticanas, 39, 34, Bignone).
Se opondría también a dicho hedonismo la exaltación de la prudencia.
Sería ciertamente mejor, según Epicuro, que la fortuna hiciera siempre
próspera a la prudencia; pero es siempre preferible la prudencia
desafortunada a la insensatez afortunada (Ep. a Men., 135). Aunque la
justicia sea sólo una convención que los hombres han establecido entre sí
para utilidad común, esto es, para evitar el hacerse daño recíprocamente, es
muy difícil que el prudente se deje llevar a la comisión de una injusticia, aun
estando seguro que su acto permanecerá oculto y que, por tanto, no le
acarreará ningún daño. "Quien haya alcanzado el fin del hombre, aunque
nadie esté presente, será igualmente honrado" (fr. 533, Usener).
La actitud del epicúreo ante los hombres en general queda definida en la
máxima: "Es no solo más bello, sino también más placentero, hacer el bien
que recibirlo" (fr. 544). En esta máxima el placer se erige de hecho en
fundamento y en justificación de la solidaridad entre todos los hombres.
Diógenes Laercio nos atestigua efectivamente el amor de Epicuro a sus
padres, su fidelidad a los amigos y su sentido de la solidaridad humana (X,
9).
Respecto a la vida política, Epicuro reconocía las ventajas que procura a
los hombres, obligándoles a acatar leyes que les impiden dañarse
mutuamente. Pero aconsejaba al prudente que permaneciese ajeno a la vida
política. Su precepto es: "Vive escondido" (fr. 551). La ambición política
sólo puede ser fuente de turbación y, por consiguiente, obstáculo a la
consecución de la ataraxia.

BIBLIOGRAFIA

§ 96. Los datos antiguos sobre la vida, los escritos y la doctrina de Epicuro fueron recogidos por
primera vez por H. Usener, Epicúrea, Leipzig, 1887. Bignone, Epicuro, obras, fragmentos, testimonios
de su vida, traducidos con introducción y comentario, Bari, 1920; Diano, Epicuri Ethica, Florencia,
1946; Arrighetti, Epicuro. Opere, introducción, texto crítico, traducción y notas, Turín, 1960. Los
últimos volúmenes recogen también los fragmentos encontrados en los papiros de Herculano.— Sobre
la formación de la doctrina epicúrea: Bignone, L'Aristotele perduto e la formazione filosófica di
Epicuro, 2 vol., Florencia, 1936; Diano, Note epicuree, en "Annali Scuola normale superiore di Pisa",
1943; Questioni epicuree, en "Giornale critico filosofia italiana", 1949.
§ 97. Sobre los discípulos menores de Epicuro: Zeller, I I I , l, p. 378 y sigs. Del De rerum natura
de Lucrecio, véase la edición de Giussani, Turín, 1896-1898. Y la de Joaquín Balcells, 2 tomos,
segunda edición, en la colección de la "Fundado Bernal Metge", Barcelona, con texto catalán junto al
latino.

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