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2)Cuatro miedos 

atenazan al ser humano:  el miedo a los DIOSES, el miedo a la


MUERTE, el miedo al DOLOR y el miedo al fracaso en la búsqueda del bien.
1) Epicuro entendía que los DIOSES eran seres demasiado alejados de nosotros,
los humanos, y no se preocupaban por nuestras vicisitudes, por lo que no tenía
sentido temerles.

2)  En cuanto al temor a la MUERTE, es igualmente absurdo e irracional. Es un


temor que se produce por dos motivos: o bien la imaginación nos lleva a pensar
que existen cosas terribles tras la muerte o bien es fruto de la consideración de
que yo, como individuo, voy a dejar de existir para siempre.  Todo bien y todo
mal residen en la sensibilidad y la muerte no es otra cosa que la pérdida de
sensibilidad. La muerte no es nada para nosotros. Cuando se presenta nosotros
ya no somos. La actitud del sabio es la de vivir razonablemente en lugar de
desperdiciar el tiempo que tenemos anhelando un tiempo de vida infinito que
nunca lograremos alcanzar.

3) El miedo al DOLOR se trata de un miedo infundado ya que todo dolor es en


realidad fácilmente soportable. Si se trata de un dolor intenso su duración será
breve sin duda, mientras que si el dolor es prolongado, su intensidad será leve y
podrá ser fácilmente sobrellevado.

4) Por último, respecto al miedo al FRACASO: quien considera que la felicidad


depende de factores externos equivoca su juicio y se somete a cosas que están
fuera de su control, como la opinión de los demás, las recompensas externas,
etc. Por el contrario, gozando de la autonomía propia del sabio, es posible para
cada uno lograr un estado de ánimo equilibrado y gozoso con muy pocos
medios. El futuro ni depende enteramente de nosotros, ni tampoco nos es
totalmente ajeno, de modo que no debemos esperarlo como si hubiera de venir
infaliblemente ni tampoco desesperarnos como si no hubiera de venir nunca.

3)
Distintos pensadores y filósofos escribieron y promovieron el hedonismo de una manera u otra.
Entre ellos encontramos a los siguientes:

 Aristipo (435-350 a. C.). Filósofo griego nacido en la ciudad de Cirene, fue discípulo


de Sócrates, a quien conoció durante los juegos olímpicos y acompañó hasta el día de su
ejecución. Fundó el hedonismo cirenaico y promovió una vida basada en el placer
inmediato, suave y frágil.

 John Wilmot (1647-1680). Segundo Conde de Rochester, fue autor de una importante


obra poética libertina, discípulo del pensador Thomas Hobbes y de otros libertinos
franceses que buscaban rescatar a Epicuro, como Théophile de Viau o Claude LePetit.
 Marqués de Sade (1740-1814). Filósofo y escritor francés, su obra fue perseguida por
la Iglesia Católica, que lo sentenció a la cárcel y luego a una internación psiquiátrica
que duró 27 años.
 Jeremy Bentham (1748-1832). Filósofo, economista, pensador y escritor inglés, fue el
fundador del utilitarismo, un modo de pensamiento que lo aproximó a vertientes
democráticas y progresistas, bajo el objetivo de lograr “la mayor felicidad para el mayor
número” de ciudadanos. Para el utilitarismo, lo bueno es lo útil, y lo útil aumenta el
placer y disminuye el dolor.
 Epicuro
 (Isla de Samos, actual Grecia, h. 342 a.C.-Atenas, h. 270 a.C.) Filósofo griego.
Perteneció a una familia de la nobleza ateniense, procedente del demo ático de Gargetos
e instalada en Samos, en la que muy probablemente nació el propio Epicuro y donde,
con toda seguridad, pasó también sus años de infancia y adolescencia.


 Epicuro

 Cuando los colonos atenienses fueron expulsados de Samos, la familia se refugió en
Colofón, y Epicuro, a los catorce años de edad, se trasladó a Teos, al norte de Samos,
para recibir las enseñanzas de Nausifanes, discípulo de Demócrito. A los dieciocho años
se trasladó a Atenas, donde vivió un año; viajó luego a Colofón, Mitilene de Lesbos y
Lámpsaco, y entabló amistad con algunos de los que, como Hemarco de Mitilene,
Metrodoro de Lámpsaco y su hermano Timócrates, formaron luego el círculo más
íntimo de los miembros de su escuela.
Ésta, que recibió el nombre de escuela del Jardín, la fundó Epicuro en Atenas, en la que
se estableció en el 306 a.C. y donde transcurrió el resto de su vida. El Jardín se hizo
famoso por el cultivo de la amistad y por estar abierto a la participación de las mujeres,
en contraste con lo habitual en la Academia fundada por Platón y en el Liceo de
Aristóteles. De hecho, Epicuro se opuso a platónicos y peripatéticos, y sus enseñanzas
quedaron recogidas en un conjunto de obras muy numerosas, según el testimonio de
Diógenes Laercio, pero de las que ha llegado hasta nosotros una parte muy pequeña,
compuesta esencialmente por fragmentos. Con todo, el pensamiento de Epicuro quedó
inmortalizado en el poema latino La naturaleza de las cosas, de Tito Lucrecio Caro.

La doctrina epicúrea preconiza que el objetivo de la sabiduría es suprimir los obstáculos


que se oponen a la felicidad. Ello no significa, sin embargo, la búsqueda del goce
desenfrenado, sino, por el contrario, la de una vida mesurada en la que el espíritu pueda
disfrutar de la amistad y del cultivo del saber. La felicidad epicúrea ha de entenderse
como el placer reposado y sereno, basado en la satisfacción ordenada de las necesidades
elementales, reducidas a lo indispensable.

El primer paso que se debe dar en este sentido consiste en eliminar aquello que produce
la infelicidad humana: el temor a la muerte y a los dioses, así como el dolor físico. Es
célebre su argumento contra el miedo a la muerte, según el cual, mientras existimos, la
muerte todavía no existe, y cuando la muerte existe, nosotros ya no, por lo que carece
de sentido angustiarse; en un sentido parecido, Epicuro llega a aceptar la existencia
posible de los dioses, pero deduce de su naturaleza el inevitable desinterés frente a los
asuntos humanos. La conclusión es la misma: el hombre no debe sufrir por cuestiones
que existen sólo en su mente.

La ética epicúrea se completa con dos disciplinas: la canónica (o doctrina del


conocimiento) y la física (o doctrina de la naturaleza). La primera es una teoría de tipo
sensualista, que considera la percepción sensible como la fuente principal del
conocimiento, lo cual permite eliminar los elementos sobrenaturales de la explicación
de los fenómenos; la causa de las percepciones son las finísimas partículas que despiden
continuamente los cuerpos materiales y que afectan a los órganos de los sentidos.
Por lo que se refiere a la física, se basa en una reelaboración del
atomismo de Demócrito, del cual difiere principalmente por la presencia
de un elemento original, cuyo propósito es el de mitigar el ciego
determinismo de la antigua doctrina: se trata de la introducción de una
cierta idea de libertad o de azar, a través de lo que Lucrecio denominó el
clinamen, es decir, la posibilidad de que los átomos experimenten
espontáneamente ocasionales desviaciones en su trayectoria y colisionen
entre sí.

En este sentido, el universo concebido por Epicuro incluye en sí mismo


una cierta contingencia, aunque la naturaleza ha sido siempre como es y
será siempre la misma. Éste es, para la doctrina epicúrea (y en general
para el espíritu griego), un principio evidente del cosmos que no procede
de la sensación, y la contemplación de este universo que permanece
inmutable a través del cambio es uno de los pilares fundamentales en
los que se cimienta la serenidad a la que el sabio aspira.

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