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FILOSOFÍA MEDIEVAL.

Lectura 1 Carta a Meneceo. Epicuro.


El filósofo griego Epicuro de Samos, quién vivió aproximadamente entre los años
342 al 271 a.C. fundó en la ciudad de Atenas, en el año 306, una de las escuelas
filosóficas de mayor importancia y vigencia: El Epicureísmo, que optaba por
suprimir el sufrimiento y encontrar el placer. Para Epicuro el único motor del
individuo es la búsqueda del placer (búsqueda que debe ser guiada por la
prudencia), y el papel de la filosofía será el buscar de manera razonable ese
placer; el verdadero placer será el placer de existir. Ya que la desgracia de los
hombres se origina en el hecho de ignorar este verdadero placer, la propuesta de
esta escuela filosófica será sanar la enfermedad del alma y enseñar a los hombres
cómo hay que vivir el placer. Con el fin de alcanzar un estado de equilibrio para el
alma, el epicureísmo propone a los hombres superar el temor a la muerte y a los
dioses (de lo contrario no es posible alcanzar una tranquilidad), por lo que Epicuro
muestra que los dioses no intervienen en el destino de los hombres ni del mundo y
que la muerte es nada para los hombres. Siendo bastante conocido el
planteamiento del tetraphármakon: Los dioses no son de temer, la muerte no es
temible, el bien fácil de adquirir, el mal fácil de soportar.
El espacio “físico” en que se estableció su escuela filosófica constituía un lugar
tranquilo con función más de retiro intelectual que de investigación científica y
académica (a diferencia de otras escuelas, como por ejemplo el Liceo de
Aristóteles) e incluso Epicuro permitía el ingreso a su escuela de mujeres y
esclavos, mostrando la filosofía como una actividad al alcance de todos, hecho
que implica un cambio de atmósfera con respecto a otras escuelas.

El placer y el bien.
Para Epicuro existen placeres “móviles” que se propagan en el cuerpo y generan
emociones violentas y efímeras, y como son insaciables si únicamente se busca
este tipo de placer, sólo se encontrará insatisfacción y dolor. Se debe distinguir el
placer en “reposo”, un placer estable, como estado de equilibrio. Como decía
Pierre Hadot en su obra “¿Qué es la Filosofía Antigua?” a propósito del estado de
equilibrio propuesto por el Epicureísmo: “Es el estado del cuerpo sosegado y sin
sufrimiento, que consiste en no tener hambre, no tener sed, no tener frío”. (P.
Hadot. 1998. P.131)
Es en esta misma línea en la que se situará el placer, esa supresión del
sufrimiento, como un bien absoluto; y a su vez ese placer “estable” se opone a los
placeres “móviles”. De modo que esa eliminación del sufrimiento conduzca a un
“estado de equilibrio”.
“Agreguemos que este estado de placer estable y de equilibrio corresponde
también a un estado de tranquilidad del alma y de ausencia de perturbación”.
(Hadot, 1998. p132)
Uno de los ejercicios principales de los epicúreos era tener un espacio de
serenidad y de gozar los placeres del alma; resaltaban: el placer del conocimiento,
pues el aprender constituye un gozo, siendo la filosofía una actividad de toda edad
en la vida, sea joven o sea viejo. El placer de la discusión, que como toda escuela
filosófica se llevaba una vida social, generándose distintas relaciones en las que
predominaba la discusión filosófica, lo cual se enlaza con el placer de la amistad y
la vida en común. Así, tras una relación entre los planteamientos y las prácticas
epicúreas, se tomaba el placer de tener conciencia de lo maravilloso que
constituye la existencia.

El placer y el dolor.
Dentro de esta escuela es central el punto de liberarse del sufrimiento para luego
alcanzar el placer; ahora bien, la desgracia de los hombres surge porque ignoran
el verdadero placer. Buscan algo inalcanzable o nada alcanzan al no poder
satisfacerse con lo que tienen o llenan un placer con el temor de perderlo. El dolor,
el sufrimiento de los hombres se origina en sus opiniones erróneas. Por lo cual el
objetivo del Epicureísmo será el de sanar, el de curar el alma del hombre, y
mostrarle cómo vivir el placer.
El epicureísmo le otorga a la filosofía un carácter curativo, al buscar liberar el alma
del dolor. Y se maneja una concentración en sentencias de aquellos
planteamientos, para hacerlos quizás más contundentes y accesibles. Así pues
encontramos el reconocido “teraphármakon” o el “cuádruple remedio” cuyo
objetivo sería mantener o buscar aquella salud del alma, y en el que a su vez se
encuentran puntos esenciales del pensamiento epicúreo: Los dioses no son de
temer, la muerte no es temible, el bien fácil de adquirir, el mal fácil de
soportar.
Ahora también se hace necesario la práctica de ciertos ejercicios que constituyen
la disciplina de los deseos; lo que se promulga es contentarse con aquello que es
fácil de conseguir, satisfaciendo lo fundamental y renunciar a aspectos superfluos.
Lo cual cambia el estilo de vida: comida y vestimenta sencillas, se rechazan los
honores y la riqueza, y se vive alejado.
La muerte.
Al respecto de la muerte, Epicuro dice en la Carta a Meneceo, que hay que
acostumbrarse a que “la muerte es nada en relación a nosotros” ya que todo bien
y todo mal se encuentran en la sensación, y la muerte es la privación de aquella
sensación. A partir de esta concepción frente a la muerte, se hace gozosa la
condición de mortalidad de la vida del hombre, no al añadirle un tiempo ilimitado,
sino al alejarse de todo anhelo de inmortalidad. Y cuando alguien comprende que
no existe algo temible en el no vivir, tampoco concebirá algo temible en el vivir.
Siendo absurdo aquel que tema a la muerte, porque sufre de que la muerte tenga
que llegar en un momento, y no sufre cundo esta se hace presente. Porque algo
cuya presencia no atormenta al hombre, al esperarlo se sufre vanamente.
Y luego encontramos una de las mejores exhortaciones de Epicuro al respecto:
“Así, el más terrorífico de los males, la muerte, no es nada en relación a nosotros,
porque, cuando nosotros somos, la muerte no está presente, y cuando la muerte
está presente, nosotros no somos más. Ella no está, pues, en relación ni con los
vivos ni con los muertos, porque para unos no es, y los otros ya no son”.
Así pues Epicuro plantea una estrecha relación entre filosofía y felicidad, para lo
cual se hace necesario abandonar cualquier vestigio de temor a la muerte y a los
dioses, ya que estos temores constituyen una amenaza a aquella felicidad, pues
no se podría obtener un placer perfecto si este es perturbado por aquellos
temores.
Dioses
Y respecto a la cuestión de los dioses, Epicuro propone una explicación del mundo
en la que estos no intervienen, basándose en las teorías naturalistas y enfatizando
en Demócrito; así pues se encuentra un Todo eterno, que al ser eterno no requiere
ser creado por alguna potencia divina, y que está formado por dos elementos
fundamentales: los átomos y el vacío, los primeros forman los cuerpos, y el
segundo constituye el espacio en que se desplazan cayendo los átomos.
Así pues no hay razón alguna para temer a los dioses, debido a que no tienen
influencia, acción, en el mundo o en el hombre. Contrario a la opinión del vulgo de
considerar a los dioses como seres que están pendientes e interviniendo en la
vida de los hombres.

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