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El Epicureísmo

El epicureísmo es otra escuela postaristotélica que nace entre el siglo IV y III a. C. El nombre de
esta corriente viene de su iniciador Epicuro. Después de haberse instalado en Atenas, Epicuro
funda el Jardín, un lugar retirado donde el filósofo se reúne con personas provenientes de todo
grupo social (incluso mujeres y esclavos) para cultivar el conocimiento en un ambiente fraternal
que configura una auténtica comunidad de amigos. El Jardín no tiene nada que ver con la
Academia platónica o el Liceo aristotélico. La escuela de Epicuro es un lugar donde se hace
filosofía con una finalidad concreta, es decir, el filosofar es una práctica que responde a una
urgencia vital: alcanzar una vida tranquila, sin inquietudes y preocupaciones. Entonces, la
filosofía queda al servicio de la vida y ya no es un mero teorizar, un saber objetivo y abstracto,
sino que se convierte en una actividad capaz de llevar al individuo a la condición de felicidad
que es el fin propio de la existencia humana. Como veremos, la felicidad está estrictamente
vinculada al placer, el cual, de alguna forma, viene a ser el concepto central de la filosofía
epicúrea.

Como en el estoicismo, también en el epicureísmo encontramos tres ramas fundamentales que


estructuran la filosofía: la canónica (lógica o teoría del conocimiento), la física y la ética. Nosotros
vamos a tratar la física y la ética.

Como sabemos, lo característico de estas escuelas postaristotélicas es la gran importancia que


dan a la ética, la cual viene a ser el eje fundamental de su filosofía. De hecho, el estudio de la
física en tanto que conocimiento de la realidad, como veremos, nos lleva necesariamente a la
ética, porque el conocimiento de cómo funciona la naturaleza es fundamental para conseguir la
felicidad (el fin de nuestra existencia). Las creencias erróneas sobre el mundo son la fuente de
miedos y terrores infundados que causan angustia, alejándonos de la condición de sosiego y
ausencia de turbación que es la felicidad.

La física epicúrea recupera muchos aspectos de la visión del cosmos elaborada más de un siglo
antes por Demócrito (filósofo presocrático de la escuela de los físicos pluralistas). Según Epicuro
el Universo y todo lo que existe está compuesto por átomos. Los átomos son cuerpos
indivisibles, imperceptibles y eternos, de distintas formas y pesos, que se mueven en el vacío
(único elemento incorpóreo que reconocen los epicúreos ya que todo el resto es cuerpo). El
movimiento de los átomos es un movimiento vertical: al tener peso, están cayendo
perpetuamente en el vacío. Sin embargo, en este movimiento de caída interviene una ligera
desviación que los epicúreos llaman clinamen, y que comporta el choque de los átomos. De
hecho, gracias al clinamen, los átomos salen de la trayectoria vertical de su caída, chocan entre
sí y se combinan. El resultado de esta combinación es la formación de conglomerados. Los
mundos del Universo y todos los seres que se encuentran en estos mundos son conglomerados
de átomos. Por lo tanto, Epicuro identifica la vida como la agregación de átomos y la muerte
como la separación de átomos. También el alma humana está compuesta de átomos. El alma no
es un principio espiritual inmortal, sino es una sustancia corporal, hecha por átomos sutiles.
Cuando los átomos del alma se disgregan, el alma muere. Eso conlleva que no hay ninguna vida
del más allá, ninguna forma de inmortalidad.

Es muy importante subrayar que no hay nada antes de los átomos y del espacio vacío en el que
se mueven. La realidad es el fruto de esta eterna combinación y separación de átomos sin ningún
diseño providencial. No hay ninguna teleología cósmica en este sistema atómico. Hay solo unas
combinaciones materiales que se revelan más estables que otras, llegando a reproducirse y
desarrollarse, dando lugar a nuevas combinaciones. Detrás de todo este movimiento de átomos,
no hay otra cosa que el azar. El clinamen es un elemento de espontaneidad cósmica, una
desviación totalmente casual. El cosmos pensado por los epicúreos es fortuito.

Sin embargo, aunque Epicuro niegue la existencia de una Providencia o de un Logos ordenador,
él reconoce la existencia de los dioses. Los dioses también están compuestos por átomos. Se
trata de átomos perfectos. Ellos viven felices en los espacios intracósmicos y son totalmente
indiferentes a las vicisitudes humanas. Nunca intervienen en nuestra vida.

El conocimiento de estos elementos que caracterizan la física epicúrea es fundamental para


entender qué tipo de actitud existencial hace falta encarnar si queremos conseguir una vida
buena. De hecho, estas consideraciones sobre la naturaleza y el funcionamiento del cosmos
llevan a Epicuro a elaborar el famoso tetrapharmakon. Se trata de una “terapia” fundada en
cuatro remedios que, al denunciar la falsedad de las creencias erróneas, generadoras de
temores infundados, puede liberar al individuo del miedo que estorba el camino humano hacia
la felicidad. Según Epicuro, el miedo es uno de los factores más importantes que impiden que el
ser humano alcance la felicidad: la mayoría de nuestros miedos son irracionales, producto del
desconocimiento. El tetrapharmakon actúa en concreto en contra de cuatro temores
fundamentales:

• el miedo a la muerte

• el miedo a los dioses

• el miedo a no alcanzar el bien

• el miedo al dolor
En relación con el miedo a la muerte, Epicuro sostiene que la muerte es la disgregación de
átomos y que por lo tanto cuando ocurre, nosotros ya no existimos: “mientras vivimos no existe
la muerte, y, cuando acude en nuestra busca, ya no estamos”. No tiene sentido temer la muerte,
no hay ningún castigo que espera al alma, ya que el alma, que es cuerpo, muere como
disgregación de átomos. Cuando esta disgregación acontece, nosotros ya no percibimos nada,
ya no somos nada, entonces la muerte no nos provoca nada: “la muerte es nada para nosotros”.

Con respecto al miedo a los dioses, como hemos visto, para Epicuro los dioses existen, pero no
intervienen en nuestra vida. Una supuesta intervención en nuestros eventos entraría en
contradicción con su perfección y su vida absolutamente feliz. En efecto, la intervención en
nuestra existencia supondría una obligación para ellos. Sin embargo, la vida perfecta no puede
admitir ninguna forma de obligación. Temer su venganza o arbitrariedad es absurdo e irracional.

Finalmente, en relación con los últimos dos temores infundados, es decir, la imposibilidad de
alcanzar el bien y la existencia del dolor, Epicuro afirma, en primer lugar, que el bien es algo
sencillo, que está a nuestro alcance. De hecho, como veremos, al fin y al cabo, el bien es la
satisfacción de las necesidades naturales. Por otra parte, el dolor, en la óptica epicúrea, si es
intenso, es breve; si se alarga en el tiempo, o nos lleva a la muerte, la cual es ausencia de
cualquier tipo de sensación y, por tanto, ausencia también de sufrimiento, o nos provoca una
desensibilización de los sentidos, haciendo que sea percibido menos intensamente.

Esta terapia epicúrea, estrictamente relacionada con el conocimiento de la naturaleza, nos libera
de las supersticiones y creencias populares, fuentes de temores irracionales que generan
desasosiego y angustia. Todo este discurso nos lleva a tratar de la parte más importante de la
filosofía epicúrea: la ética. El tetrapharmakon abre el camino de la vida feliz que consiste, según
Epicuro, en la búsqueda del placer y en la evitación del dolor.

Existen dos tipos de placeres: los móviles y los catastemáticos (estables). Los primeros son la
alegría y la dicha, los segundos se identifican con la ausencia de dolor. La felicidad auténtica
consiste en el alcance de los segundos, los placeres catastemáticos, es decir, en el logro de la
condición que los epicúreos llaman de ataraxía y aponía: ausencia de turbación y ausencia de
dolor. De hecho, Epicuro afirma que la cumbre del placer es la pura destrucción del sufrimiento.

A partir de esta diferencia entre tipos de placeres, podemos entender por qué para Epicuro el
bien es algo sencillo de alcanzar. No nos tenemos que fijar en deseos muy complejos que se
concretan en la satisfacción de placeres desenfrenados. Estos deseos suponen turbación y nos
aleja de la auténtica felicidad. Al contrario, Epicuro aboga por una actitud de moderación que
nos haga capaces de reconocer el placer en la simple satisfacción de las necesidades básicas: si
puedo saciar la sed y el hambre, si tengo buenos amigos con los que reflexionar y conversar, mi
vida será llena de todo lo que se necesita para lograr la tranquilidad y el sosiego del ánimo.
Entonces, viene a ser fundamental la virtud de la prudencia que nos permite realizar un cálculo
adecuado y equilibrado de los placeres, evitando así lo que puede ser placentero
provisionalmente, pero, a la larga, causa de un dolor más fuerte, y eligiendo los deseos cuya
satisfacción comporta una condición estable de ausencia de turbación y sufrimiento, lo cual
representa para Epicuro la auténtica felicidad.

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