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Ingrahm Pamela - La Novia Indecisa
Ingrahm Pamela - La Novia Indecisa
Pamela Ingrahm
Argumento:
Una vez decidido que había llegado el momento de formar una familia,
Trenton Laroquette se puso a buscar a la mujer adecuada. Pero, por algún
motivo, su lista de candidatas, se había visto reducida a una sola: una
mujer de espíritu libre e improvisador que no era precisamente lo que le
convenía. Por desgracia, sí era exactamente lo que quería...
Capítulo 1
—¿Señorita Melodie?
Melodie Allford se volvió, sorprendida al escuchar aquella voz profunda y
decididamente masculina. A lo largo del día, solía oír su nombre pronunciado
cientos de veces, pero casi siempre en un tono varias octavas más alto. De hecho, el
coro acababa de salir corriendo y gritando al patio del colegio infantil Little Angels,
dejándola, junto con los inicios de un dolor de cabeza, en un bendito silencio para
terminar de recoger las colchonetas.
Dirigió una prolongada mirada al cuerpo al que pertenecía la voz y decidió que sí,
que Santa CJaus existía y que había sido muy bueno con aquel hombre.
Reprimió una sonrisa, reconociendo que tenía la suficiente dosis de pueblerina como
para sentirse deslumbrada por lo que veía. Se aferró a la colchoneta que sostenía
como si fuera un salvavidas.
Casi nunca conocía a los padres de los niños a los que enseñaba danza, ya que sus
clases solían tener lugar mucho antes de la hora de salida. Sin embargo, aquél era un
padre al que lamentaba no haber conocido antes.
Era alto, un metro noventa o más. Mmm… perfecto. Con su uno setenta y nueve, no
se podía decir que ella fuera una gigante, pero le gustaba mirar hacia arriba a sus
parejas de baile.
También tenía el pelo negro y ligeramente canoso en las sienes. Muy distinguido.
Y ojos de un intenso azul oscuro, enmarcados por densas pestañas negras. Pestañas
por las que muchas mujeres habrían estado dispuestas a matar. Cejas oscuras que se
arqueaban como guardianes.
Y su dosis de moreno era la exacta.
¡Y qué cuerpo! Por muy caro y elegante que fuera su traje azul oscuro, cosa que
Melodie podía pasar por alto en esa ocasión, el cuerpo que vestía era magnífico.
Incluía anchos hombros, cintura estrecha y unas piernas que, sin duda, habría
merecido la pena ver en bañador. De hecho, Melodie se preguntó qué haría aquel
hombre para estar tan macizo. ¿Correr? ¿Nadar?
Se preguntó si su esposa apreciaría lo que tenía. ¿Pero dónde estaba escrito que
estuviera casado?, se preguntó, irguiéndose un poco. Hoy en día había muchos
padres solteros...
Cuando se dio cuenta de que el hombre esperaba su respuesta, sintió su temido
rubor subiéndole por el cuello. Sin duda, su piel, normalmente blanca como una
sábana, estaría totalmente colorada junto a su pelo pelirrojo.
—Um, sí, soy Melodie Allford. ¿En qué puedo ayudarlo?
Ya estaba. Eso había sonado suficientemente profesional, refinado y despreocupado.
Nada que revelara el estado real de su pulso.
El hombre dio un paso adelante y alargó una mano hacia ella.
—Ocupado. Veo que has conocido a Melodie —dijo, señalando con la antena del
walki talki que siempre llevaba consigo. Melodie pensaba que debía sentirse desnuda
sin él.
—Sí, precisamente estábamos hablando sobre el vídeo —dijo Trenton, lanzando una
educada mirada a ambas mujeres.
«¿En serio?», pensó Melodie, manteniendo una expresión cuidadosamente neutral.
Serena sonrió, satisfecha de haberse librado de una de sus tareas.
—¡Estupendo! Antes tengo que pasar por el aula de los más pequeños, pero luego
volveré al patio y te enviaré a T1 y a T2.
Cuando volvieron a quedarse a solas, Trenton fue el primero en hablar.
—¿Puedo ayudarla con las colchonetas?
—¡No! Um... quiero decir, no, gracias —Melodie aferró la colchoneta aún con más
fuerza—. Sólo tardo un segundo en terminar.
—¡Tío Trenton!
El grito sólo podía pertenecer a Amber. Pasó como una exhalación junto a Melodie,
empujando la colchoneta y tirándola al suelo.
Joey se detuvo tras su hermana pequeña.
—Hey, tío Trenton —miró la colchoneta como si no supiera si recogerla o no.
Trenton se agachó para hacerlo a la vez que Melodie y sus frentes chocaron. Ambos
se llevaron una mano a la frente mientras Serena volvía a entrar en el aula. Su walki
talki empezó a sonar, sumándose al caos reinante.
—¿Serena? Soy Ginger. Amber y Joey han visto el coche de su tío y han salido
corriendo. ¿Están ahí?
Serena apretó un botón de su walki talki.
—Los tenemos, Ginger. No dejes tu clase. Están bien.
—Diles a esos dos diablillos que mañana vamos a tener una charla.
—Ya te han oído.
Amber agachó la cabeza y miró a su tío desde detrás de sus pestañas. Con los brazos
a la espalda, dijo:
—Lo siento, tío Trenton.
Melodie aprovechó aquel momento para recoger la colchoneta y colocarla con las
demás. El daño ya estaba hecho, así que ya no tenía sentido tratar de ocultarlo.
Mientras volvía al centro de la habitación, vio que Trenton se apoyaba sobre una
rodilla frente a la niña y le hacía alzar el rostro poniéndole un dedo bajo la barbilla.
—No me digas a mí que lo sientes, duendecillo. Díselo a la señorita Ginger.
—Lo haré. Mañana.
—Muy bien, mañana —Trenton se volvió hacia el niño—. Y tú, jovencito...
—Yo también lo siento —dijo Joey, muy serio.
Capítulo 2
Trenton asintió mientras el cuarteto ocupaba una mesa. Al parecer, habían llegado
justo a tiempo. La mayoría de la gente que acudía durante el día se había ido, y aún
no habían llegado los que iban después del trabajo, pues sólo eran las cuatro.
El ambiente era exactamente el que esperaba, cosa que le agradó. No le gustaban las
sorpresas.
Tras las láminas de plexiglás, los padres y acompañantes podían ver a los niños
divirtiéndose en los enormes centros plásticos de actividad, de brillantes colores
primarios.
Lo que hacía de Kidstravaganza un lugar único era que estimulaba a los padres a
jugar con sus hijos. De las tres secciones, sólo había una exclusivamente dedicada a
los niños. Las otras dos eran más grandes, de manera que los adultos podían unirse a
los niños en los juegos.
Amber y Joey estaban deseando entrar en la zona de juegos. La señorita Allford...
um, Melodie... parecía menos entusiasmada que los niños, pero Trenton recibía
señales confusas de ella. Podría haber jurado que le habría encantado hundirse en el
mar de pequeñas pelotas tras el primer niño que saltó en él, de manera que dedujo
que era su presencia la que le hacía retorcer el borde de su camiseta con su uña
pintada de rojo. Se fijó distraídamente en que no llevaba anillo de casada, aunque
sabía que, en la época en la que vivían, eso no significaba mucho.
Se dijo a sí mismo que su inspección en busca de un anillo de matrimonio era una
simple costumbre, pues, aunque Melodie era un mujer preciosa, también era un poco
más... llamativa que las mujeres a las que estaba acostumbrado. Aún le sorprendía la
evolución de sus reacciones hacia las mujeres durante el último año. Su criterio se
había transformado bastante respecto a la época en la que simplemente tenía citas.
Ahora que se acercaba a los cuarenta, buscaba algo más que pasar un buen rato con
una mujer. Quería encontrar ese alguien especial al que amar y con quien construir
una familia.
Había notado que hábitos en los que apenas se fijaba antes ahora le molestaban. Por
ejemplo, que una mujer se pusiera demasiado perfume. Había decidido que eso
disgustaría a un bebé. O cuando alguna era demasiado delgada. La madre de sus
hijos tendría que ser alguien que se preocupara por su salud, no sólo por la talla de
sus vestidos. De hecho, una de sus últimas tácticas era llevar a sus posibles
candidatas a celebraciones en las que hubiera niños para ver cómo reaccionaban.
Sabía que en el juego de la seducción todas las partes tendían a presentar su mejor
cara, y él no quería perder el tiempo con alguien que dijera amar a lo niños si no era
cierto.
Mirando a Joey y a Amber supo una cosa con certeza: quería una pareja de diablillos
como ellos corriendo por la casa, provocando el caos general y llenando su vida
como aquellos llenaban la de su hermana. Había ayudado a su hermana todo los
posible durante los pasados años, pero, por mucho que lo quisieran Amber y Joey, lo
cierto era que él era su tío, no su padre.
Ahora que Bridgette había recuperado su confianza y alegría, Trenton estaba seguro
de que no se quedaría en Austin para siempre. Esperaba que su hermana y Glen
anunciaran su compromiso cualquier día, sobre todo ahora que Glen hablaba de
trasladarse a causa de su trabajo. A Trenton le gustaba el tipo, y no hacía daño que
Glen adorara a Bridgette y a Joey y Amber.
Miró a Melodie y se preguntó qué sentiría por los niños. Tenía motivos para—
suponer que le gustaban, o de lo contrario no habría elegido la enseñanza como
profesión. Pero también sabía que las apariencias podían engañar. Era posible que se
encontrara atrapada en un trabajo que odiaba porque no tenía más opciones.
Millones de personas que encajaban en esa descripción acudían a trabajar a diario.
Sin embargo, mirándola, no le parecía que fuera una de ellas. Contemplaba a Amber
con extrema ternura, y parecía divertirse mucho con las ocurrencias de Joey.
Eso hablaba a favor de ella, pero sólo servía para acrecentar la confusión de Trenton.
De momento, la imagen que se había hecho de ella resultaba incongruente. Supuso
que eso cambiaría cuando tuvieran la oportunidad de hablar. Melodie tenía un rostro
muy delicado, y unos ojos cuya expresión era una mezcla de cautela y alegría, como
si quisiera recibir la vida con los brazos abiertos pero le hubieran enseñado a
mantenerlos pegados a los lados. Era muy delicada con los niños, pero a él lo miraba
de vez en cuando con reserva, como si se estuviera preparando para una batalla. Si
hubiera visto una foto de ella de cuello para arriba, habría imaginado que llevaba
puesto un vestido largo y suave cuyo escote delantero tendría la forma de un
delicado corazón. Sin embargo, llevaba unos leggins llenos de cerdos.
¡Cerdos!
Pero esos cerdos desfilaban por un increíble par de piernas. Se ceñían a unos muslos
y a unas pantorrillas largas y lisas, de músculos torneados.
Le hacían pensar a un hombre que no le importaría ser uno de aquellos cerdos.
Y la camiseta desteñida no era precisamente una maravilla, aunque su tela
contorneaba las femeninas curvas de Melodie como una suave caricia. No era
especialmente ceñida, pero Trenton estaba bastante seguro de que ocultaba unos
senos firmes y altos que rogaban ser besados. Sus pezones serían rosados y se
endurecerían en cuanto su lengua...
Trenton movió la cabeza. Dios santo, ¿qué le estaba pasando? Hizo un esfuerzo para
controlar sus pensamientos y recordarse que aunque sus primeras impresiones eran
favorables, la señorita Allford no era una candidata a tener en cuenta como futura
esposa, de manera que podía interrumpir la inspección preliminar en ese mismo
instante.
Además, sospechaba que Melodie Allford desafiaba toda clasificación.
—¿Podemos entrar ya?
Amber bailaba de un pie a otro, nerviosa. Se había quitado obedientemente los
zapatos y miraba con gesto anhelante la zona de juegos. Joey estaba igual de inquieto
a su lado.
Trenton sonrió con indulgencia.
—Por supuesto. Adelante.
Rió como una loca cuando Amber y Joey se enzarzaron en una pelea de «agua» con
su tío, duchándolo de brillantes pelotas de colores hasta dejarlo casi cubierto.
Aplaudió obedientemente cuando Amber gritó:
—¡Mírame, mírame! —mientras caminaba por la tabla de los condenados y saltaba al
«océano».
Joey trepó a la vela mayor como un mono, retando a su tío a que lo siguiera si podía.
Tío Trenton se esforzó como un valiente, por supuesto, pero no pudo superar la
agilidad del grumete Joey.
Tras media hora agotadora de juegos, todos volvieron al «puente». Los adultos
ocuparon sus asientos, tratando de normalizar sus respiraciones. Melodie quiso
fruncir el ceño al notar que tal vez ella era la única que se encontraba sin aliento, y
eso que estaba en buena forma. Trenton ya se estaba poniendo la chaqueta. Melodie
trató de negarlo, pero se sentía decepcionada. La tarde había sido divertida. No
quería que Trenton volviera a ser el «Hombre Perfecto», el «Defensor del Decoro», el
«Protector del Protocolo».
Balanceando sus piernas sin parar, los diminutos piratas empezaron a cantar:
—¡Pizza! ¡Pizza!
La palabra mágica trajo a una camarera a su lado.
—Buenas tardes y bien venidos a Kidstravaganza. Mi nombre es Verónica y voy a
ocuparme de servirles.
Melodie temió que la sonrisa extra dulce de Verónica le hiciera entrar en estado de
coma. El pensamiento fue seguido de inmediato por un fruncimiento de cejas.
Raramente se ponía de uñas con otras mujeres, de manera que no comprendía qué le
había hecho reaccionar así. Desde luego, no podían ser las miradas de admiración
lanzadas en dirección a Trenton. No había duda de que resultaba increíblemente
atractivo, con el pelo revuelto y todo, pero aunque Verónica estuviera coqueteando
con él, ¿qué más le daba a ella?
Y lo cierto era que no le importaba. Melodie se negaba a hacer el tonto por ningún
hombre, especialmente por uno tan inaccesible como aquel rico abogado. Si estuviera
de caza, y no era así, nunca se le hubiera ocurrido elegir una presa tan opuesta a su
tipo. Y, sin duda alguna, el Señor Perfecto de traje y corbata no era su tipo.
Antes de que se diera cuenta, la pizza y la ensalada fueron encargadas sin su
intervención y Verónica se alejó de la mesa.
—... espero que te parezca bien.
—¿Qué? —preguntó Melodie, tratando de centrarse en las palabras de Trenton.
—Decía que no has dicho nada mientras encargaba la pizza, así que espero que te
parezca bien la de pepinillos y una cola.
—Sí, me parece bien. Hubiera preferido un té frío, pero no hay problema.
Trenton arrugó la frente.
—Lo siento. Volveré a llamar...
—No. No tiene importancia. No merece la pena que te molestes.
—Sí merece la pena, si eso es lo que quieres. Debería haber insistido más antes.
Melodie empezaba a sentir un creciente dolor de cabeza tras el ojo derecho.
—He dicho que no hay problema. Estamos hablando de un té frío, no de un nuevo
coche.
—Melodie...
—¡Por Dios santo! ¿Nadie discute nunca conmigo? —espetó ella mientras apoyaba
los dedos contra su ojo cerrado.
Trenton la miró con gesto sorprendido, sin decir nada.
—Lo imaginaba. Mira, Trenton el Valiente, si estuviera decidida a tomar la estúpida
bebida, dejaría que acudieras a mi rescate y la encargaras. Así que, ¿te parece bien
que lo dejemos de una vez?
—Desde luego.
Una mirada reveló a Melodie acababa de volver a insultar al hombre.
Suspiró.
—Lo siento. He sido injusta. Sé que no me conoces muy bien, pero normalmente no
soy tan gruñona —durante los breves momentos que había durado la discusión, el
dolor de cabeza se había convertido en una autentica agonía.
Trenton debió percibir la sinceridad en la voz de Melodie, pues el lenguaje de su
cuerpo cambió de inmediato.
—Olvídalo, por favor. Veo que no te sientes bien.
—¿Te encuentras mal, señorita Melodie? —pregunto Amber.
Melodie se obligó a sonreír.
—Estoy bien, corazón. Sólo me duele un poco la cabeza.
—¿Tienes aspirina? —preguntó la niña.
—Tengo unas pastillas en mi coche —contestó Melodie—. Voy a por ellas.
—Iré yo —dijo Trenton, levantándose, Joey le había dado la llave del cajón de
seguridad y lo abrió antes de que Melodie pudiera protestar
—No te molestes...
Melodie no tenía intención de decirle que prefería soportar el dolor de cabeza a que
viera su coche de cerca. Tras ese pensamiento, se preguntó por qué le importaba lo
que opinara Trenton de su coche. Y, de seguido, llegó la brillante conclusión final:
simplemente, porque le importaba.
Su protesta demostró ser totalmente inútil. Mientras Trent salía del edificio, los niños
permanecieron en silencio, muy serios.
Melodie sonrió.
—Vamos, chicos, estoy bien. Sólo es un dolor de cabeza.
Pero aquello no funcionó. Amber y Joey no volvieron a sonreír hasta que Trent
volvió con la caja de las pastillas y Melodie tragó una.
—Probablemente, pero tengo que ser sincera y decirte que presiento que te has visto
coaccionado para incluirme en este proyecto.
—Yo...
—Tío Trenton, Joey está sacando la lengua.
—¡No es cierto!
—¡Sí lo es!
—Un momento, un momento —intervino Trenton, tratando de prevenir una
auténtica pelea—. ¿Qué está pasando?
Joey bajó la vista.
—Nada.
—Uh huh —argumentó Amber—. Ha sido grosero.
—¿Joey? —Trenton esperó a que el niño respondiera.
—Sólo trataba de hacer una gracia. Pero ella es una cursi.
«¿Una cursi?», se preguntó Melodie. No sabía que los niños utilizaran aún la palabra
«cursi».
—¿Habéis terminado de comer? —los niños asintieron a la pregunta de su tío—.
Entonces, id a jugar al segundo juego.
Amber y Joey salieron lanzados de sus asientos y Trenton movió la cabeza.
—Me encantan esos niños.
—Son encantadores, desde luego —dijo Melodie—. ¿Puedo dar un gran salto y
asumir que ellos son el verdadero motivo que hay tras lo del vídeo?
—En parte sí, desde luego. Pero mi investigación del mercado también me hace
confiar que será un proyecto lucrativo. Supondría una buena suma para sus cuentas
de fideicomiso.
Melodie se apoyó contra el respaldo y cruzó las piernas cómodamente.
—¿Cómo se te ocurrió la idea?
—La madre de los niños, que es mi hermana, trabaja para la radio, la televisión y el
cine en U.T. Bridgette tiene que hacer un vídeo para un colegio y un día mencionó
que no podía encontrar buenos vídeos con ejercicios para niños. Nos limitamos a
mirarnos.
Melodie alzó una ceja.
—¿Y, como suele decirse, el resto es historia?
—Más o menos. Su proyecto no tiene por qué comercializarse, pero después de
investigar un poco, pensamos que si iba a molestarse en hacer todo el trabajo,
merecía la pena que tratara de sacar algún provecho de él.
—¿Sólo ella? ¿Tú no estás implicado?
—Yo voy a hacerme cargo de los gastos, y eso es todo lo que permitiré que Bridgette
me devuelva. Es para ella y los niños.
—Sólo estaba... —el resto de las palabras de la niña se perdieron entre sollozos.
Melodie acarició cariñosamente su cabecita.
—Estaba colgaba cabeza abajo de una barra cuando lo ha devuelto todo. ¡Ha sido
increíble! —aclaró Joey con la típica y fraternal preocupación.
Uno de los encargados de los juegos se acercó a ellos.
—¿Se encuentra bien la niña, señor?
—Sí, está bien —contestó Trenton—. Debería haberle hecho esperar un rato más
después de comer.
—No tiene importancia. Suele suceder a menudo.
Trenton miró a Melodie por encima del hombro de Amber.
—Escucha, Melodie...
Ambos suspiraron con exasperación cuando el móvil de Trenton empezó a sonar en
su bolsillo.
Incómoda, Melodie trató de centrar su atención en algo que no fuera la conversación.
Debían buscarse nuevas normas de conducta para aquel tipo de situaciones. ¿Qué
debía hacer? ¿Quedarse allí de pie, escuchando atentamente? ¿Simular que no oía
nada? ¿Debía alejarse? Decidió que, si tenía tiempo, escribiría un libro titulado
Teléfonos Móviles y los Hombres que los Aman.
Sería un éxito de ventas.
Afortunadamente, la conversación fue breve. Cuando volvió a mirar a Trenton,
comprobó que éste no se sentía especialmente feliz.
—Era Bridgette.
Melodie esperó, sin saber si debía responder algo.
—Le he dicho que no habías aceptado la propuesta, pero ha insistido en invitarte a
cenar en mi casa esta noche. Vamos a tener una reunión con los miembros del equipo
del vídeo a las siete y media. Será algo informal.
Melodie quiso preguntar qué iba a ser informal, la cena o la reunión.
—Por favor, señorita Melodie —dijo Amber, con sus ojos azules llenos de lágrimas—.
Quiero que conozca a mi mamá.
—No, cariño. Esta vez no. Pero te prometo que un día me quedaré un rato después
de clase para conocerla, ¿de acuerdo?
Amber asintió y apoyó la cabeza en el amplio pecho de su tío.
Tras acariciar una última vez el pelo de la niña, Melodie sonrió a Trenton.
—Gracias de nuevo, pero no. Será mejor que me vaya para que puedas ocuparte de
los niños.
Trenton alargó una mano y estrechó una vez más la de Melodie.
—Gracias por todo —sacó una tarjeta de su cartera y se la entregó—. En caso de que
cambies de opinión, estas son mis señas. Ha sido agradable conocerte.
Capítulo 3
Melodie miró a su alrededor y notó que faltaban algunas cosas más. Danielle no era
precisamente ordenada, de manera que el simple hecho de que la casa pareciera tan
recogida resultaba sorprendente.
Cuando llegó a su dormitorio fue directamente al baño, dejando a su paso un rastro
de ropa sudada.
Tras refrescarse largo rato bajo el agua, se preguntó si sería extraño sentir más por
una ducha que por la compañera de piso que acababa de abandonarla, dejándola en
la estacada, pero apartó rápidamente aquel pensamiento mientras se envolvía el pelo
en una toalla.
Supuso que la marcha de Danielle debía hacerle sentir algo, pero lo único que
descubrió en su interior fue una vaga sensación de alivio mezclada con otra aún más
vaga de decepción. Y lo cierto era que hacía tiempo que lo esperaba.
Al volver al dormitorio se fijó en un sobre que había sobre su almohada. En él había
una nota de Danielle en la que le explicaba que se había encontrado con un viejo
amigo y había tenido que irse de repente.
Aquel acontecimiento arrojó una nueva luz sobre el asunto del vídeo. Melodie pensó
que iba a necesitar ese trabajo. Si no lo hubiera rechazado tan rápidamente... No es
que creyera que tenía muchas posibilidades de que se lo dieran, pero ahora se sentía
motivada para intentarlo.
Miró el reloj. Trent había dicho que la reunión tendría lugar a las siete y media y eran
poco más de las seis. Si llamaba, tal vez conseguiría que volvieran a invitarla.
Sintió que el estómago se le encogía mientras sacaba la tarjeta de Trenton de su
riñonera y volvía al dormitorio. Su mano tembló mientras marcaba los números.
Dudando antes de pulsar el último, colgó de nuevo el auricular. ¡No tenía por qué
hacer aquello! Siempre podía buscar un trabajo de media jornada hasta que pasara la
crisis. Además, estaba segura de que Trenton era un tipo estirado que no estaría
dispuesto a pagarle lo que se merecía.
Melodie sintió que se ruborizaba a pesar de estar sola. Aquel pensamiento era
mezquino e impropio de ella. No sabía por qué estaba tan empeñada en pensar lo
peor de Trenton Laroquette. No comprendía qué era lo que le afectaba tanto de él.
Respirando profundamente, volvió a descolgar el teléfono y marcó el número.
—¿Hola? —contestó una voz infantil.
—¿Amber? Soy Melodie. ¿Está tu tío?
Todo lo que Melodie oyó como respuesta fue un grito y el golpe del teléfono al caer
sobre una mesa o algo parecido.
—¡Tío Trenton! ¡Tío Trenton! ¡Ven enseguida! ¡Es la señorita Melodie!
Melodie sonrió y movió la cabeza.
Su sonrisa desapareció cuando oyó la voz de Trenton.
—¿Melodie?
Melodie se aclaró la garganta.
—Siento molestarte, pero he estado pensando en tu oferta y me preguntaba si la
invitación para la reunión de esta noche seguía en pie.
Hubo un momento de silencio, lo suficiente para ponerla nerviosa.
—Sí, por supuesto —dijo Trenton finalmente—. Nos encantaría que vinieras.
Melodie dejó escapar un silencioso suspiro de alivio.
—Estupendo. A las siete y media estaré allí.
Mientras colgaba, volvió a mirar el reloj y comprendió que debía darse prisa si quería
llegar a tiempo. Tendría que atravesar media ciudad para llegar al barrio en que
vivía Trenton.
Pero también sabía que, con prisas o sin ellas, debía tratar de tener su mejor aspecto.
Se cepilló el pelo vigorosamente, hasta hacerlo brillar. Luego se lo recogió en lo alto
con su peineta china favorita mientras la melena caía por su espalda como una
cascada. Eligió una falda ceñida y una camisa de seda color turquesa y completó el
conjunto con un collar de oro y unos aros de oro. Mientras se ponía unas sandalias
guardó su reloj en el bolso que llevaría en lugar de su habitual riñonera.
Siempre minimalista con el maquillaje, se aplicó éste con esmero. Debía aparentar
profesionalidad y capacidad, y ella era la primera en admitir que el colorete, el
pintalabios y el maquillaje de la cara le hacían parecer un poco mayor, un poco
menos joven de lo que aparentaba su rostro normalmente. Cambiar el rojo de sus
uñas por un esmalte transparente también ayudó a completar su imagen profesional.
Se dijo con firmeza que no le preocupaba lo que Trenton pensara de ella. Sólo trataba
de darse todas las ventajas posibles ahora que necesitaba ganar un poco de dinero
extra.
Mientras salía de la casa miró al sol, haciendo una mueca. Esperaba llegar a la
reunión antes de que el calor hubiera deshecho su cuidado maquillaje.
Cuando, veinte minutos después, pasó bajo el arco de piedra que daba acceso a la
zona en la que estaba la casa de Trenton, redujo la velocidad considerablemente.
La verja que daba al chalet de Trent estaba abierta y ya había varios coches aparcados
en la entrada. Melodie detuvo el suyo y se dirigió a la puerta principal, bastante
impresionada con lo que veía. Supuso que, por muy mayor que se hiciera o por muy
lejos que estuviera del Buda, Tejas, de su juventud, siempre se quedaría maravillada
ante la evidencia de riqueza manifestada de forma tan elegante como aquella.
De hecho, estaba más impresionada de lo que le habría gustado. Su suposición había
sido correcta: Trent vivía en la casa de sus sueños.
El diseño de la casa era estilizado y aparentemente austero. Suaves cortinas cubrían
las numerosas ventanas, iluminadas por una cálida y acogedora luz interior. Melodie
habría elegido el mismo tipo de piedra para la fachada delantera, y el techo inclinado
prometía al menos una habitación abuhardillada.
barbacoa. A veces había tenido allí hasta treinta invitados y nunca se había sentido
tan cerca de ninguno.
Se aclaró la garganta.
—¿Te ha costado encontrar la casa?
—No —Melodie miró a su alrededor—. ¿Por qué estás aquí fuera tú solo?
Trenton se volvió hacia ella tras dar la vuelta a una hamburguesa.
—Aunque la brisa hace bastante tolerable el calor aquí fuera, todo el mundo prefiere
el aire acondicionado. Además, acabo de comprar la última versión del juego Space
Warriors y los demás están tratando de batir mi marca.
—¿Juegas a juegos de vídeo?
Trenton sonrió al ver la expresión de asombro de Melodie.
—Sí, ¿por qué no?
—No sé. Yo... no pensaba que fueras ese tipo de hombre.
La sonrisa de Trenton se ensanchó.
—¿Y qué clase de hombre pensabas que era?
Melodie le devolvió la sonrisa.
—Suponía que pasarías tus tardes libres junto a un montón de legajos y libros de
leyes.
Trenton hizo una exagerada mueca de sorpresa.
—Al parecer, voy a tener que cuidar más mi imagen.
Melodie permaneció en un enigmático silencio.
Él volvió á intentarlo.
—Me alegra que hayas decidido venir después de todo. ¿Qué te ha hecho cambiar de
opinión?
—La idea me intriga —dijo Melodie, animándose—. Creo que esta tarde me tomaste
por sorpresa. Cuando tuve un minuto para pensarlo, comprendí que me había
precipitado al rechazar tu oferta.
La parrilla soltó una llamarada antes de que Trenton pudiera contestar.
—¡Uh! —exclamó, apartando su mano del peligro. Luego, sonriendo traviesamente,
señaló la parrilla con un gesto de la cabeza—. Menos mal que la asociación de
vecinos no ha pasado por aquí a hacer una inspección, o me habría visto envuelto en
serios problemas.
Una vez más, el rostro de Melodie reveló sorpresa. Trenton se preguntó si realmente
le habría causado tan mala impresión. ¿Pensaba que carecía por completo de sentido
del humor?
Cada vez que la miraba, la sentía visceralmente. Sus pulmones se comprimían, o su
estómago o sus piernas se ponían tensas. Le parecía una reacción bastante
interesante, ya que había salido con mujeres muy guapas y nunca le habían afectado
de aquella manera.
De pronto empezó a tener problemas para recordar por qué no podía ponerla en su
lista de candidatas, porque sentía que, por algún motivo, iba a tener que besar
aquellos deliciosos labios. Tanto como sabía que necesitaba respirar, sabía que
tendría que saborear aquella boca antes de que cada uno siguiera su camino. Aunque
el final de su soltería era inminente, aún no había llegado a ser un hecho. No le
importaría pasar parte del tiempo que le quedaba con una belleza como Melodie. De
hecho, sus dedos parecían sentirse atraídos como un imán por el incendio de su
cabellera, que caía como una cascada por su espalda. Cuando la vio con los leggins
de cerditos y la camiseta desteñida asumió de inmediato que no era adecuada para el
vídeo. Luego, mientras pasaba la tarde, sintió que le gustaba más y más, pero no
pudo dejar de sentirse aliviado cuando rechazó su oferta. Sin embargo, ahora,
enfrentado con aquella visión, se vio obligado a reconocer que la había juzgado
superficialmente.
Cuando Melodie se miró nerviosamente las uñas, cuyo color rojo había sido
sustituido por un tono transparente, Trenton supo que debía haber estado mirándola
con demasiado atención. Parecía sentirse incómoda.
—Lo siento —dijo—. No pretendía ser grosero. Melodie se encogió de hombros. —
No te preocupes. Comprendo tu confusión después de cómo me has visto vestida
esta tarde. Trenton rió.
—Debo reconocer que nunca había visto un modelo tan original.
Los bordes de los ojos de Melodie se arrugaron cuando sonrió. El gesto resultaba
encantador.
—Ahora serás tú el que tenga que disculparme por ser grosera, pero creo que
deberías contratar un asesor de imagen —Melodie deslizó la mirada por la camisa y
el pantalón de Trenton.
—¿Cómo? —preguntó él, simulando sentirse ofendido—. ¿No te gusta mi
vestimenta?
—Sería perfecta si llevaras puesto un jersey desteñido y agujereado. Pero el cuello de
la camisa... —Melodie movió la cabeza con desesperación.
Trenton supuso que no tenía por qué preocuparse de que Melodie expresara o no su
opinión si se unía al equipo de vídeo.
Mientras ella bebía su refresco, él colocó las hamburguesas en una bandeja y puso a
tostar los bollos.
El sonido de la puerta al abrirse llamó su atención. Bridgette y Glen salieron al jardín
tomados de la mano.
—La mesa ya está lista. ¿Están ya las hamburguesas?
En respuesta, Trenton le entregó a Glen la gran bandeja de hamburguesas. Tras
apagar el gas y retirar la última tanda de bollos de la parrilla, tomó la bandeja en que
los había dejado.
Luego se volvió hacia Melodie y señaló con la cabeza en dirección a la casa.
—Vamos a comer.
Los momentos que siguieron fueron caóticos. Melodie fue presentada a Ronald, Juan
y Cassie, compañeros de equipo de Bridgette. Ronald era el cámara, Juan el jefe de
distribución y Cassie se encargaba de la foto fija. Bridgette era la productora.
Evidentemente, Amber había olvidado su mareo de esa tarde, pues compitió como el
que más a la hora de tomar las hamburguesas y rociarlas de mayonesa y mostaza.
Un poco intimidada, Melodie esperó a que los demás acabaran para servirse el plato
y seguir la fila fuera de la cocina. Bridgette se sentó en el suelo, apoyándose contra
las piernas de Glen, que había ocupado un extremo del sofá. Ronald y Juan ocuparon
unas sillas plegables y Cassie ocupó el otro extremo del sofá junto a Bridgette. Los
niños utilizaron la mesa de café para apoyar sus platos y Trenton se sentó en el
escalón que daba a la zona soleada de la habitación.
Sintiéndose un tanto incómoda, Melodie también se sentó en el escalón, dejando una
amplio espacio entre ambos. Casi como si hubiera sentido su nerviosismo, Amber
reclamó un sitio en el regazo de Melodie. A ésta no le importó en lo más mínimo y
dejó su plato a un lado para tomar a la niña en brazos. Mientras comían, atendió a la
conversación que tenía lugar en el centro de la habitación.
Se habló de cuándo tendrían lugar las próximas reuniones del grupo, así como de la
localización del lugar para la primera prueba del rodaje.
Juan sorprendió a Melodie cuando la miró y dijo sin preámbulos:
—¿Qué te parece la idea?
Melodie se atragantó con una patata y tuvo que dar un sorbo a su bebida antes de
hablar. Cuando Trent fue a acercarse a ella, le hizo un gesto con la mano para que no
se molestara.
—Estoy bien —dijo y luego se volvió hacia Juan—. Creo que la idea es muy buena. Es
un nuevo sector del mercado y el momento es oportuno.
—¿Te ha explicado Trenton cuál es nuestro concepto del vídeo? Melodie asintió.
Bridgette se inclinó hacia delante, con los ojos brillantes de excitación.
—He pensado que podíamos utilizar niños de distintas edades. Tal vez, empezar con
los pequeños para calentar y luego, mientras los ejercicios se van complicando,
utilizar niños de distintas edades.
Melodie trató de mantener una expresión neutral. No quería mostrarse demasiado
enérgica. Entonces cometió la equivocación de mirar a Trent, y el gesto de ánimo que
vio en sus ojos hizo que la mente se le quedara en blanco.
¡Estupendo! Ahora sí que debía parecer realmente boba.
Capítulo 4
—Adelante, Melodie —la animó Trenton—. Dinos lo que piensas. Para eso es esta
reunión.
Melodie tragó para dejar pasar uno o dos segundos y sus pensamientos volvieron.
—Bueno, he pensado que tal vez tratáis de hacer demasiado. Puede que los niños
pequeños estén deseando relacionarse con los mayores, pero estos consideran a los
más jóvenes inferiores a ellos. No creo que resultara fácil mantener centrado a un
grupo de mayores.
Bridgette miró a Trenton e hizo una mueca.
—Eso es lo que dijo él. Le contesté que no sabía de qué estaba hablando porque no
tenía hijos.
—Primer punto para mí —dijo Trenton, chupándose el dedo y haciendo una señal
imaginaria en el aire.
Bridgette lo ignoró.
—¿Tienes otras ideas? —preguntó, volviéndose de nuevo hacia Melodie.
—Debo admitir que mi experiencia de mercado es muy limitada, pero yo trataría de
centrarme en una edad determinada, o de hacer la tabla de ejercicios completa con
cada grupo —sugirió Melodie, tratando de encontrar un término medio a su
propuesta.
Todas las cabezas asintieron aprobadoramente.
Por algún motivo, el comentario que había hecho anteriormente Glen sobre las
zapatillas de ballet surgió en la mente de Melodie, dándole una idea.
—¿Habéis pensado en la posibilidad de comercializar también accesorios?
—¿Como colchonetas y pesas? —preguntó Ronald.
—Algo así —contestó Melodie—. Estoy segura de que vuestras investigaciones ya os
lo habrán revelado, pero las niñas pequeñas son más susceptibles a los extras, y yo
estaba pensando en cosas como zapatillas y... —se interrumpió a sí misma, moviendo
las manos—. ¡No, espera! ¡Ya lo tengo! ¡Cintas para el pelo!
—¡Es una gran idea! —Bridgette estuvo a punto de tirar su bebida al ponerse de
rodillas—. No sé cómo no se me ha ocurrido antes, teniendo en cuenta cuántas tuve
que comprar el año pasado. Podríamos hacer una parte con las niñas vestidas de
diferentes colores, cada una con las cintas del pelo a juego.
Amber gritó de excitación al oír la idea de su madre y saltó del regazo de Melodie
para expresar su regocijo. Ésta trató de evitar la lluvia de refresco que se vino encima,
pero fue inútil. Trent reaccionó de forma más práctica, abalanzándose a tomar el vaso
de la mano de Amber.
La niña se volvió hacia Melodie, dejando de reír al darse cuenta de lo que había
hecho.
Melodie bajó la vista y vio unas manchas de humedad extendiéndose por su camisa.
Los ojos de Amber se llenaron de lágrimas.
—Lo siento, señorita Melodie. Ha sido sin querer...
—No te preocupes, corazón —Melodie pasó un brazo por los hombros de la niña—.
Sólo estabas excitada. Y puedes estar tranquila, porque las manchas desaparecerán
en cuanto lave la camisa.
Melodie sintió la mirada de Trenton en su espalda trasera de su cuello. No supo
cómo pudo distinguirla de la del resto de las personas que se hallaban en el cuarto de
estar, pero así fue.
Se volvió hacía él y confirmó que la estaba mirando. Intensamente.
Bridgette volvió a llamar su atención.
—Siento lo de tu blusa, Melodie. Quiero que me envíes la factura de la tintorería.
—No tiene importancia, en serio. ¿Por qué no seguimos hablando del proyecto? Creo
que será lo mejor.
—De acuerdo. Creo que sólo falta una cosa y es saber si vas a unirte al resto del
equipo. Sé que encajarías perfectamente.
Un coro de voces apoyó las palabras de Bridgette.
Melodie tuvo que reír. Ahora sabía de dónde había sacado Amber su espontaneidad.
—Condicionalmente, digo que sí.
Tras una unánime ronda de asentimientos de cabeza, todo el mundo empezó a
moverse. Desconcertada, Melodie observó cómo llevaban sus platos a la cocina, como
si todo hubiera acabado. Tenía cien preguntas que hacer, pero cuando se volvió,
Trenton se había ido.
—Señorita Melodie, ven a ver mi dormitorio.
—No es tu dormitorio, tonta —dijo Joey—. Es la habitación de invitados.
Indignada, Amber apoyó las manos en sus caderas y se volvió hacia su hermano
mayor.
—Tío Trenton ha dicho que es mi habitación siempre que venga, y tú eres un... un
idiota.
—Hey —dijo tío Trenton, apareciendo justo a tiempo—. Nada de insultos o no
podréis quedaros a pasar la noche. Ya conocéis las reglas.
Amber alzó la nariz y dio la espalda a su hermano para concentrarse en Melodie.
—Quiero enseñarte mi colección de animales. Melodie miró a Trenton. Este movió la
cabeza indulgentemente.
—Siempre que viene a pasar la noche trae su colección. Jura que no puede dormir sin
ellos.
Amber tiraba de Melodie mientras Trenton hablaba.
—Enseguida vuelvo —dijo, dejando que Amber la llevara por el largo pasillo.
Tras pasar junto a varias puertas, Amber entró en una habitación. Soltó la mano de
Melodie y corrió hasta saltar sobre la cama, que se hallaba cubierta de animales de
tela.
Melodie se hizo un hueco en el borde y escuchó atentamente.
—Esta es Muffy y es una perrita —explicó Amber, alzando una perrita de lanas
vestida con una faldita. Lilly, la corderita de cara oscura, llevaba un vestido de calicó
y un sombrero.
Cada animal tenía un nombre y un vestido, y Melodie supo que podría haberse
pasado allí la noche si hubiera tenido que aprenderse todos los nombres. Mientras
meditaba sobre cómo librarse sin herir los sentimientos de Amber, Trenton llegó a su
rescate.
—De acuerdo, pequeña artista del camelo. Ya sabes que es hora de acostarse. Ve a
lavarte los dientes y a ponerte el pijama.
—Pero aún no he terminado de enseñarle mi colección a la señorita Melodie.
Trenton se cruzó de brazos con gesto serio.
—Ya ha conocido a bastantes por esta noche. Puedes presentarle el resto en otra
ocasión.
Actuando como si su mundo acabara de romperse en pedazos, Amber tomó su
pijama de una bolsita rosa que se hallaba en una silla. Con el cepillo de dientes en la
otra mano, salió del dormitorio.
Melodie dejó escapar una risita.
—Esa niña es una joya.
—Sí, y tenemos que tener cuidado, porque está empezando a aprovecharse de ello.
—No creo que eso suponga ningún problema. Sólo es una cría saludable y feliz de
cuatro años.
Una intensa emoción cruzó por un instante el rostro de Trenton. Algo que habló a
Melodie sin necesidad de palabras. Algo que llegó al fondo de su ser y tocó a la niña
que aún vivía en su interior y que habría dado cualquier cosa por tener un
dormitorio como aquél, lleno de juguetes y del amor de los que la rodeaban.
Amber volvió en tiempo récord y saltó a la cama con el pijama ya puesto.
Melodie se levantó y se apartó mientras Trenton apartaba las sábanas y la colcha y
hacía un gesto para que la niña se metiera debajo.
—Ahora, a dormir. Tu madre vendrá enseguida.
—Uh uh. Me ha dado el beso de buenas noches en el pasillo y me ha dicho hasta
mañana.
—En ese caso, buenas noches —Trenton besó la frente de Amber.
—Buenas noches —la niña esperó casi un segundo entero para erguirse en la cama—.
Tengo sed.
—Nada de eso, damita. Túmbate.
Melodie miró a Bridgette con curiosidad al ver que esta se interrumpía, pero se
contuvo de hacer cualquier pregunta embarazosa. Le gustaba aquella vivaz mujer.
Pero no se sentía cómoda husmeando en su vida.
Dejando a un lado aquellos pensamientos, Melodie repasó mentalmente los
resultados de la reunión de ese día. Además de haber acordado la fecha para el
ensayo y la filmación de la vestimenta, Trent explicó el proyecto financiero para el
vídeo. Melodie calculó que si cuidaba sus escasos ahorros y encontraba una nueva
compañera de piso, podría tirar hasta que los primeros beneficios se materializaran.
Bridgette salió de su ensimismamiento primero, riendo mientras le alcanzaba a
Melodie la jarra de té frío que tenía en la nevera.
—Lo siento. Últimamente tiendo a despistarme en los momentos más inesperados.
—No te preocupes —dijo Melodie, acompañando sus palabras de un amistoso
apretón al brazo de Bridgette.
Casi como si no pudiera evitarlo, Bridgette continuó con sus confidencias.
—Glen se está tomando muy en serio nuestra relación. Está pensando en aceptar un
trabajo en Chicago y quiere que nos casemos enseguida. Pero cuando pienso en dejar
a Trenton aquí... Melodie se movió, incómoda. —Sé que no me has pedido consejo,
pero no puedes vivir tu vida por tu hermano. Tienes que buscar tu propia felicidad.
—Eso es cierto, y Trenton sería el primero en estar de acuerdo. Pero ha hecho tanto
por mí... Me salvó la vida, literalmente. ¿Lo sabías?
No, Melodie no lo sabía, pero apenas le sorprendió. De hecho, no le habría
sorprendido averiguar que Trenton tenía un unicornio en su jardín... o una armadura
de caballero de la tabla redonda.
—Fui tan estúpida... —continuó Bridgette—. Mis padres murieron en un accidente de
coche cuando yo tenía tres años. Trenton tenía trece. Nos crió una tía, pero Trenton
estaba en la universidad cuando yo llegué a la adolescencia y me convertí en una cría
insoportable. Él era el chico perfecto; buenas notas, ningún problema, delegado de
clase, etcétera. Por mi parte, decidí que podía hacer lo que me diera la gana con total
impunidad —haciendo una irónica mueca, miró a Melodie a los ojos—. Estaba
equivocada.
Melodie asintió, comprendiendo más de lo que su nueva amiga podría imaginar.
—El caso es que terminé casada con un auténtico animal a los diecinueve años. Pero
no empezó a golpearme hasta que nació Amber. —Oh, Bridgette. Cuánto lo siento. —
Trenton trató de abrirme los ojos desde el principio, pero no desperté hasta que mi ex
marido empezó a tomarla con Joey. Trenton vino a por nosotros, me hizo volver a
estudiar y entregó todo su amor a los niños —Bridgette suspiró—. Será un padre
estupendo. Sólo espero que su plan funcione.
Melodie agitó un instante su cabeza. Bridgette había cambiado de tema con tanta
rapidez que no pudo seguirla.
—¿Disculpa?
—Lo siento. He cambiado de conversación de repente, ¿no? Debería terminar
diciendo que si Trenton estuviera asentado no me preocuparía tanto irme. Pero tiene
esa loca idea de que necesita encontrar una esposa «adecuada» y empezar una
familia. Temo que, si no estoy cerca, se casará con alguna mujer que será perfecta
según sus cálculos de computadora pero que lo hará infeliz. Melodie no pudo ocultar
su asombro.
—¿Quieres decir que ha decidido que ha llegado el momento de casarse y que piensa
hacerlo por ese motivo?
Bridgette asintió con tristeza. —Le he dicho que no se puede comprar una novia
como si fuera una lechuga, y no me cree cuando le digo que debería esperar a
sentirse completamente enamorado. Dice que eso sólo pasa en las películas —al ver
la escéptica expresión de Melodie, Bridgette rió—. No conoces a mi hermano,
Melodie. Una vez que decide algo, se lanza de cabeza a por ello y no hay poder en la
tierra capaz de detenerlo. Siempre ha sido así.
—Sorprendente.
—Sí, lo es. Es un hombre maravilloso y sería el mejor marido del mundo.
Melodie arrugó los labios.
—Sospecho que puedes ser un poco parcial en ese tema.
—No, en serio —aseguró Bridgette—. Trenton es un gran tipo, aunque sea un poco
testarudo... —volvió a interrumpirse, mirando a Melodie como si la viera por
primera vez.
El estómago de Melodie sintió el peligro de inmediato.
—A ti tampoco te conozco aún demasiado bien, Bridgette, pero me estás mirando de
una forma que me pone nerviosa.
La sonrisa de Bridgette fue casi beatífica.
—¡Es ideal!
—¿Qué es ideal?
—A diferencia de mi hermano, he aprendido a fiarme de mis instintos, y ahora
mismo me están diciendo que eres perfecta para él.
—Bridgette, escucha...
—Sé que es demasiado repentino, pero ya me siento cercana a ti. Me sentiría desleal
diciéndote lo contrario. Trenton carece de espontaneidad en su vida, y si sigue
adelante con sus planes acabará con una mujer que se sentirá más preocupada por su
posición social en el club de campo que por su felicidad.
Melodie frunció el ceño, confundida.
—Aún no lo conozco demasiado bien, pero no me parece un hombre muy elitista.
Bridgette la miró con expresión horrorizada.
—¡Oh, no, claro que no! Lo que sucede es que está decidido a seguir una especie de
lista de cualidades, como si su futura mujer fuera a surgir de una receta o algo
parecido. No cree en las grandes pasiones y piensa que buscar una mujer es como
entrevistar a posibles asociados para su bufete. Todas las mujeres con las que sale son
parecidas a él.
—Muy gracioso.
El timbre de la puerta sonó en ese momento y Joey y Amber intercambiaron una
rápida mirada de excitación.
—¡Pizza! —gritaron a la vez y salieron disparados en dirección al vestíbulo.
Trenton terminó de ponerse la pajarita y luego se reunió con el trío en torno a la mesa
de café del cuarto de estar mientras esperaba a Penélope.
—¿Quieres un poco, tío Trenton? —ofreció magnánimamente Joey, con la boca llena.
—No hables sin haber terminado de comer. Y no, gracias —Trenton se volvió hacia
Melodie—. Te agradezco este favor.
La sonrisa que le devolvió Melodie fue genuina, y Trenton captó en sus ojos un brillo
de algo que hizo que su pulso se acelerara.
—De nada. Y ésta es la última vez que me das las gracias —Melodie se limpió las
manos con la servilleta y lo miró con la cabeza ligeramente ladeada—. Tienes un
aspecto magnífico. Probablemente harían más dinero si te subastaran a ti.
Trenton se sintió confundido, cosa que le sucedía raras veces. Aunque apenas
conocía a Melodie, sus agudos y divertidos comentarios ya le resultaban familiares.
Pero, por algún motivo, lo que acababa de decir le hizo desear pasar la tarde allí con
ella y los niños, comiendo pizza y bebiendo un refresco, en lugar de acabar tomando
champán y caviar en un hotel de lujo.
El timbre volvió a sonar, y Trenton no tuvo que esforzarse demasiado para adivinar
que esa vez era por él. Apartó sin ganas la mirada de Melodie y fue hasta la puerta.
Invitó a Penélope a pasar e hizo las presentaciones.
Amber saltó de su silla y corrió hacia Penélope.
—¡Eres igual que mi Barbie! —gritó, emocionada, alargando una manita hacia el
extremo de un tentador lazo negro.
Penélope dio un rápido paso atrás y tomó la mano de la niña.
—No me toques. ¿De acuerdo, cariño?
Trenton pensó que su agudo falsete sonaba absurdo. Siendo Penélope una mujer
bella e inteligente, ¿por qué consideraba necesario hablar a Amber con la voz de una
niña de dos años? Parecía aterrorizarle que Amber pudiera tocarla con sus grasientos
dedos y Trenton tuvo que controlar la repentina irritación que aquello le provocó.
Era posible que el temor de Penélope estuviera justificado, pero no tenía por qué
tratar a Amber como si tuviera la peste.
Distrajo a la niña acariciándole cariñosamente el pelo.
—Ve a terminar tu pizza, cariño. Nos veremos por la mañana.
—¿Va a dormir aquí la señorita Melodie?
Penélope arqueó una ceja perfectamente depilada.
Trenton trató de aligerar el inocente comentario.
—No, volverá a casa cuando yo vuelva.
Capítulo 5
Una semana después de su improvisado trabajo de canguro, Melodie estaba sentada
en el pequeño despacho que tenía junto al estudio en que impartía sus clases, aún
exasperada consigo misma. Había abierto la boca antes de pensar, cosa bastante
habitual en ella, y se encontró cuidando a Amber y a Joey para que Trent pudiera
salir a divertirse con aquella explosiva rubia.
Casi había merecido la pena sentirse como una colegiala atontada cuando vio a
Trenton con su esmoquin y luego hizo pasar al cuarto de estar a la mujer más bella
que Melodie había visto en su vida. Por un instante, deseó que se la tragara la tierra,
junto con sus vaqueros y su camisa. Luego se recordó a sí misma que no importaba
que el vestido que llevaba Penélope probablemente costara más de lo que ella ganaba
en un mes. Y tampoco importaba que su peinado y su maquillaje fueran impecables.
Y se negó a admitir que deseó secretamente que aquellos pendientes de diamantes
fueran tan pesados que deformaran sus perfectos lóbulos.
Decidió en aquel instante que odiaba a Penélope. De hecho, aún la odiaba. Pretendió
no sentir una punzada en el corazón cuando reconoció que Penélope era la cita
perfecta para Trent. La clase de cita que ella no llegaría a ser ni en un millón de años.
Había que nacer en unas condiciones privilegiadas para tener aquel sofisticado porte.
Alejando de su mente aquellos pensamientos, se obligó a regresar al presente,
mirando en torno a su diminuta oficina. Hasta esa noche había logrado mantenerse
demasiado ocupada como para pensar demasiado en Trent y en el increíble aspecto
que tenía con el esmoquin.
Suspirando con exasperación, volvió a mirar sus notas, haciendo un esfuerzo por
concentrarse. Tras elegir a doce estudiantes de su lista había preparado diversos
ejercicios. Finalmente habían decidido utilizar dos grupos, uno de cuatro a seis años
y otro de siete a diez, de manera que debía tener en cuenta diferentes habilidades
físicas, además de conseguir que los bailes parecieran sencillos y fluidos.
Se sentía más nerviosa de lo que había esperado mientras aguardaba a que llegara el
equipo para ver su trabajo. Estuvo a punto de ponerse en pie para ir a cambiarse
antes de que llegaran los demás, pero decidió que estaba siendo tonta y que debía
calmarse.
Miró la puerta de entrada por enésima vez. ¿Dónde estaba Teresa? Debería haber
llegado hacia diez minutos con la ropa.
Esa tarde iban a hablar sobre el uniforme que utilizarían los niños. Teresa era
costurera profesional y Melodie le había pedido que hiciera una muestra de dos
modelos distintos. Los padres de los participantes, algunos de los cuales ya estaban
sentados en el estudio, esperando a ver a sus hijos, aceptaron pagar el uniforme de
estos a cambio de recibir unas copias gratis del vídeo.
Melodie trató de hacer un ejercicio de relajación. Ya era bastante malo perder el
aliento cada vez que miraba a Trent, pero era aún peor lo que sentía cuando lo tenía
demasiado cerca.
Una vez tomada la decisión sobre el uniforme, todos se sentaron en el estudio para
ver a Melodie dirigiendo los ejercicios que había elaborado para las niñas. Trenton
tuvo gran dificultad para concentrarse en éstas y no en la ceñida camiseta de
Melodie. Desafortunadamente, de cintura para abajo llevaba unos anchos pantalones
de chándal, pero el contraste hizo que su imaginación se disparara.
Cuando apartó su mente del cuerpo de Melodie, se dio perfecta cuenta de que tenía
un verdadero don para trabajar con niños. Incluso para su inexperta mirada fue
evidente que tenía auténtico talento. Sus movimientos eran naturalmente fluidos y
elegantes, y había que felicitarla por su habilidad para lograr que seis niñas pequeñas
se mantuvieran concentradas en sus bailes.
Ronald, el cámara, le hizo ver que las niñas daban la espalda a la cámara demasiado
a menudo. Instintivamente, Trenton quiso defender a Melodie, pero se alegró de
haber mantenido la boca cerrada cuando, tras pensarlo un instante, ella aceptó la
crítica y estuvo de acuerdo. Prometió tener en cuenta el consejo y rehacer algunos
ejercicios de su coreografía. Según creía Trenton, los artistas solían ser personas
especialmente temperamentales, pero, una vez más, Melodie le rompió los esquemas.
Cruzando los brazos sobre el pecho, se llevó dos dedos a los labios mientras seguía
observando.
Pasaron dos horas largas en un suspiro. Los padres hicieron sus encargos a Teresa y
el equipo se fue. Amber se puso un poco pesada y Bridgette se la llevó, seguida de
Joey, que continuaba, absorto en su vídeo juego.
Melodie estaba tan ocupada reordenando el estudio que no se fijó en que estaba
vacío hasta que se despidió del último padre. El repentino silencio la sorprendió.
Estaba acostumbrada a que el ruido decreciera gradualmente. A lo que no estaba
acostumbrada era a encontrarse a solas con un hombre alto y moreno que la
aguardaba pacientemente junto a la puerta.
Se obligó a sonreír.
—No tienes por qué esperarme.
—Pero quiero hacerlo.
El sonido de su voz firme y grave cruzó el estudio con más claridad que todos los
ruidos de las últimas horas. Melodie había tenido bastante éxito evitando estar con él
a solas durante toda la semana, peroahora era evidente que Trenton no quería seguir
siendo ignorado.
—¿Por qué?
Trenton sonrió. Fue un movimiento lento y tremendamente sexy que hizo que el
estómago de Melodie se encogiera.
—Porque me intrigas.
Los dedos de Melodie temblaron cuando apretó el interruptor que dejó a oscuras
medio estudio. Se arrepintió de inmediato de haberlo hecho. La escasez de luz
confirió al momento aún más intimidad de manera que entró precipitadamente en la
oficina.
—No es mi intención intrigarte —dijo, con tanta naturalidad como pudo, sobre todo
teniendo en cuenta el temblor de sus rodillas. Mientras mantenía las manos ocupadas
con su riñonera, supo sin necesidad de mirar que Trenton se había acercado a la
puerta de la oficina.
Tras sujetarse la riñonera a la cintura, se volvió hacia él con decisión.
—Mira, Trent, sé que debería sentirme halagada, pero el hecho es que tú y yo somos
socios Los negocios y el sexo no mezclan bien.
—¿Quién ha hablado de sexo?
Melodie se sobresaltó.
—Tú has dicho... Pensaba... Quiero decir que...
—No me entiendas mal —dijo Trenton—. Apruebo la idea, aunque es posible que un
hombre y una mujer sean simplemente amigos. Sin embargo, me gusta conocer bien
a una mujer antes de tener una relación con ella.
Su arrogancia fue justo lo que necesitaba Melodie para salir de su aturdimiento.
—¿Antes de tener relaciones con ella? ¡Dios santo! Teniendo un ego como el tuyo,
¿de dónde pude sacar la idea de que eras un tipo remilgado?
Trenton se apoyó contra el marco de la puerta.
—A mí también me gustaría saberlo.
En lugar de contestar, Melodie se ruborizó. No tenía intención de decir lo que había
dicho. Ahora se sentía atrapada por sus palabras y por Trent, que tenía bloqueada la
puerta.
Y no parecía dispuesto a soltarla así como así del anzuelo.
—¿Por qué no lo hablamos mientras cenamos? —dijo Trenton en tono
despreocupado.
—No creo que eso fuera buena idea. Además, ya es tarde.
—Sólo son las nueve.
Melodie suspiró y lo miró a los ojos.
—¿Por qué estás haciendo esto?
—Ya te he dicho...
—Oh, vamos, Trent. No soy tu tipo y ambos lo sabemos.
Él volvió a sonreír enigmáticamente.
—¿Y cuál es mi tipo?
—Ya sabes, una bella joven recién presentada en sociedad...
—¿No crees que soy demasiado mayor para una jovencita recién presentada en
sociedad?
—Ni siquiera tienes cuarenta. Estás en la mejor edad.
—Gracias por el cumplido.
aún estaba recuperándose del beso. El rato que había estado a solas mientras la
seguía para que dejara su coche no había sido suficiente para que la presión
desapareciera.
¿Y qué había querido decir con eso de que la dejara fuera de su lista? A diferencia de
otros hombres, él no tenía una lista ni una pequeña libreta negra en la que apuntar
sus conquistas. Lo consideraba algo demasiado juvenil. ¿Por qué se le habría
ocurrido a Melodie algo así?
Sin falsa modestia, se recordó a sí mismo que a lo largo de los años había besado a un
buen número de mujeres, pero no recordaba ningún beso que lo hubiera afectado
tanto como el último. Cuando sus labios se separaron de los de Melodie, dudó de su
capacidad para formular una frase completa. Se sorprendió del éxito de su poco
brillante respuesta, aunque la pregunta de Melodie de por qué lo había hecho
también había sido bastante tonta. Porque era preciosa, por supuesto. Y porque
apenas podía respirar cada vez que estaba cerca de ella. Porque no podía quitarse su
aroma a melocotón de la cabeza.
Estaba seguro de que Melodie tenía que haber notado su pulso acelerado, sus manos
temblorosas. Aunque, tal vez, todos aquellos años ejerciendo la abogacía estuvieran
dando su fruto. De alguna forma, había logrado convencerla de la seguridad que
tenía en sí mismo, aunque lo cierto era que había reaccionado como un adolescente
en pleno ataque hormonal.
Lo cierto era que tenía confianza en sí mismo. Tanto en su vida profesional como
personal. Pero los acontecimientos de esa tarde lo habían dejado temblando. Se
suponía que aquel beso debía ser un agradable preludio al flirteo.
No una erupción volcánica.
Con un suspiro de frustración, Melodie se apoyó contra el respaldo del asiento y
volvió el rostro hacia la agradable corriente del aire acondicionado. Deslizó un dedo
por la piel del cómodo asiento, disfrutando de la sensación de su tacto. A la vez, odió
sentirse tan impresionada por el coche de Trenton. Toda su vida de adulta había
renegado del materialismo, pero incluso el clic del cinturón de seguridad había
sonado refinado. Cerró los ojos y estuvo a punto de gemir. Debía estar perdiendo la
cabeza.
A pesar de lo tarde que era, el aparcamiento del restaurante estaba lleno. Tanto, que
tuvieron que esperar sentados a la barra hasta que quedara una mesa libre. Melodie
se sintió aliviada al ver que Trent tenía razón. La variedad de vestimentas de las
personas que estaban en el restaurante era notable, yendo desde vestidos de diseño
hasta los típicos vaqueros y camiseta.
—¿Quieren beber algo mientras esperan? —preguntó el camarero.
Melodie pidió un refresco de limón.
—¿Y usted, señor?
—Una cerveza.
Mientras el camarero mencionaba las marcas disponibles, Melodie añadió otra
sorpresa a su listado mental.
Trenton la miró y sonrió con ironía.
Capítulo 1
Trenton la tomó por el brazo con suavidad y le hizo volverse.
—Oh, no, no vas a librarte de mí con tanta facilidad —la risa que tan valientemente
trataba de contener salió a la superficie—. Te doy mi palabra de honor de que me
comportaré. Y no te preguntaré cuál es tu signo.
La camarera parecía demasiado ocupada como para extrañarse por la conversación
de Trenton y Melodie. Los condujo a una mesa y prometió volver enseguida a
tomarles nota.
Melodie sólo tardó un momento en leer el menú y elegir. Cruzando las manos sobre
la mesa, buscó en su interior una nueva sonrisa y una dosis de humor.
—Soy Virgo.
—Felicidades.
—He pensado que debías saberlo.
—Si alguna vez quieres dejar de serlo, me ofrezco voluntario.
Melodie hizo una pausa antes de hablar.
—He dicho Virgo, no virgen.
Trenton simuló sentirse ofendido.
—¡No la tomes conmigo! Eres tú la que ha dicho que no íbamos a hablar sobre los
signos del zodíaco.
—No estamos hablando sobre eso. Sólo he hecho un comentario.
—Si tú lo dices.
—Y ahora se supone que debemos hablar sobre la familia, ¿no?
—No lo sé. ¿Tienes algún libro sobre normas de conversación oculto en algún sitio?
Melodie deslizó un dedo por el borde de su vaso y luego miró a Trenton a los ojos.
—Puede que no te hayas fijado, pero empiezo a sentirme un poco incómoda.
Esperaba que Trenton volviera a bromear, pero, en lugar de ello, alargó una mano y
la apoyó sobre la suya, sobresaltándola.
—¿Qué puedo hacer para que dejes de estarlo?
El pulso de Melodie se aceleró bajo la suave caricia de los dedos de Trenton.
—No creo que puedas hacer nada —logró decir, apartando la mano—. El simple
hecho de estar aquí me pone nerviosa, así que tendremos que hacer lo posible por
superarlo.
—Tengo que confesarte algo, Melodie. Estoy confundido.
—Te confundo una vez más. No sé si debo sentirme halagada o insultada.
Trenton la ignoró y siguió hablando.
—Me refiero a que, siendo tan guapa como eres, supongo que no deberías tener
ningún problema para ligar.
El cumplido de Trenton provocó una deliciosa sensación en Melodie, que irguió la
espalda de inmediato para alejarla.
—Pensaba que había quedado claro que esto no es una cita.
—No me refería a esta noche. Hablaba en general. Eres soltera, vivaz, es un placer
mirarte... supongo que te pedirán citas todo el rato.
Melodie se inclinó hacia delante con gesto conspirativo.
—Deja que te revele un secreto. Doy clases en colegios todo el día. Por las tardes
enseño danza en mi estudio mientras los padres de los niños observan atentamente
cada uno de mis movimientos. Los hombres que conozco normalmente son los
padres de mis alumnas, y sospecho que las madres de éstas se enfadarían si sus
maridos me propusieran salir con ellos —se echó atrás, dio un sorbo a su vaso de
agua e hizo una mueca—. Para serte sincera, creo que hasta los caracoles tienen una
vida social más activa. Además, casi todas mis amigas se han casado, y eso hace que
las cosas resulten a veces un poco... difíciles. Y lo cierto es que resulta muy cansado
citarse con hombres y seguir todo el ritual.
—Pero la recompensa puede hacer que merezca la pena.
—Si eso es lo que buscas —Melodie dejó su vaso en la mesa—. Además, eso no es
asunto tuyo. Ya que somos socios, no me importa que nos conozcamos un poco
mejor, pero eso no te da derecho a entrometerte en mi vida. Y tampoco entiendo
cómo se ha vuelto tan personal esta conversación.
—Yo tampoco. Al parecer, ambos queremos saltarnos los preliminares e ir directos al
grano.
La mirada que Melodie dedicó a Trenton podría haberlo atravesado.
—O puede que sólo seas tú el qué quiere que sea así.
La mirada que le devolvió Trenton hizo crepitar el aire entre ellos.
—No me importaría en lo más mínimo.
Melodie sintió que se le secaba la boca. Tragó con esfuerzo.
Trenton la libró de responder al añadir:
—Así que, ¿tienes hermanos y hermanas?
Melodie suspiró, resignada.
—¿De verdad quieres saberlo?
—Sí —contestó Trenton con suavidad—. Quiero saberlo todo sobre ti.
Melodie sintió que se ruborizaba. Se aclaró la garganta; —Soy la pequeña de dos. Mi
hermano era marine. Murió en la guerra del Golfo.
—Lo siento.
—Yo también. No estábamos muy unidos, pero lo quería.
—¿Qué os mantenía distantes? ¿La edad?
—No, sólo me llevaba tres años. En resumen, mis padres adoraban a Nathan y creo
que yo fui sólo un accidente. Su mundo giraba en torno a él y yo sólo era un objeto
extra con el que contar.
El rostro de Trenton mostró una sincera compasión. Aquello afectó a Melodie más de
lo que habría esperado. Su expresión parecía tan auténtica que los ojos se le llenaron
de lágrimas. Se esforzó por alejarlas. No estaba acostumbrada a que las personas
reaccionaran de aquella manera ante un dolor que creía mantener bien oculto cuando
contaba la historia.
—Eso debió dolerte mucho.
—Sí.
Afortunadamente, Trenton no continuó con el tema, y la camarera llegó unos
segundos después para tomarles nota, ofreciéndole a Melodie un respiro.
—¿Qué te hizo dedicarte al baile? —preguntó Trenton cuando la conversación se
reanudó.
—No estoy segura de cuándo tomé la decisión. Nathan era un gran deportista y yo
hice la especialidad de atletismo en la universidad. Empecé a dar clases de baile
moderno gracias a una amiga, un poco por casualidad.
Trenton frunció el ceño.
—Disculpa que haga de psicoanalista de salón, pero si tu hermano era un buen
deportista y tú te sentías ignorada por tus padres a causa de él, ¿por qué diablos
elegiste la especialidad de atletismo? Debería haber sido lo último que eligieras.
—Eso sería cierto si la vida fuera lógica. Pasé la adolescencia tratando de conseguir
que mis padres me hicieran caso. Sacar las mejores notas no sirvió de nada. Volverme
salvaje un año y suspender tampoco sirvió de nada. Decidí que si lograba ser tan
buen atleta como Nathan, lo conseguiría. Además de en atletismo, me especialicé en
botánica —se interrumpió mientras les traían las ensaladas—. Un amigo me
preguntó en una ocasión si eso significaba que podía lograr que las plantas crecieran
más rápido.
—¿Y qué le contestaste?
—Que sólo el moho de los alimentos que guardaba en la nevera.
Trenton rió.
—Deduzco que tu intento falló, ¿no?
—Me temo que sí. Finalmente comprendí que, hiciera lo que hiciera, las cosas nunca
cambiarían, así que decidí formar una familia adoptiva con mis amigos.
Trenton permaneció en silencio largo rato. Melodie se movió inquieta en su asiento,
hasta que no pudo más.
—No pretendo ser una compañera de cena deprimente. Podemos cambiar de tema.
Sus palabras parecieron sacar a Trenton de su ensimismamiento.
—Lo siento. No eres tú. Estaba pensando que no sabía qué sería peor, si tener unos
padres que no se ocupan en lo más mínimo de uno, o no tenerlos en absoluto.
Melodie se ruborizó.
—No es que mis padres no se ocuparan nada de mí. No tenían mucho dinero, pero
siempre estuve bien vestida y alimentada, e incluso me concedieron algunos
pequeños caprichos. Simplemente, no me prestaban atención —hizo un esfuerzo por
tomar un poco de ensalada—. Supongo que pensaban que prestarme atención era
llevarme con ellos al estadio a ver a mi hermano. Pero no importa.
Trenton la miró con un gesto que decía «lo dudo», pero se refrenó de verbalizar sus
pensamientos. Melodie se lo agradeció.
Tras juguetear unos momentos con su tenedor, decidió que había llegado el
momento de cambiar de tema.
—Y ahora, háblame de ti. Bridgette me contó que os quedasteis huérfanos siendo
muy jóvenes.
—Yo tenía trece y ella tres. Mis padres eran profesores de geología y nos llevaron con
ellos para hacer unos estudios en los Grand Tetons. Ya de regreso, estábamos
entrando en Amarillo cuando un conductor borracho empotró su coche contra el
nuestro. Mi hermana y yo estábamos dormidos en la parte trasera. No recuerdo
nada, excepto que desperté en el hospital con mis tíos a mi lado. Bridgette no
recuerda nada en absoluto, por supuesto.
—Lo siento, Trent —Melodie alargó una mano y la apoyó cariñosamente sobre la de
Trenton.
—Gracias. Los años han suavizado el dolor, pero nunca se logra olvidar algo así.
La llegada de los platos principales les dio otro respiro. Melodie encontró la comida
deliciosa y comió con entusiasmo. Se sorprendió al ver que Trenton la miraba con
gesto de aprobación, pero prefirió no preguntarse por qué parecía agradarle tanto
que tuviera buen apetito.
—En cualquier caso... —dijo él, retomando el hilo—... y para abreviar la historia,
comprendo lo que debiste sentir de adolescente. Mi tía y mi tío fueron muy buenos
con nosotros, pero ya tenían cuatro hijos cuando Bridgette y yo nos sumamos a la
familia. Hice lo posible por no darles problemas. A pesar de que sólo me
demostraron cariño, siempre me sentí como una carga.
—Bridgette me contó que mientras tú eras el mejor chico del mundo, ella fue una
adolescente terrible.
Trenton sonrió con indulgencia.
—Eso es cierto, pero fue hace mucho tiempo. Ha llegado muy lejos desde entonces y
estoy orgulloso de ella. No sé que haría sin tenerla a ella y a los niños cerca.
—Pareces más un padre orgulloso que un hermano o un tío.
—En muchos aspectos me siento más un padre que un hermano. Yo ya había crecido
cuando Bridgette seguía siendo una niña. Y lo cierto es que pienso en Joey y en
Amber como si fueran hijos míos. En espíritu, soy el único padre que han conocido.
Significan más que nada en el mundo para mí.
—Dijo que vas a la caza de esposa como otros van a comprar una lechuga —como
temía, vio que Trenton se ponía rígido.
—Es cierto que estoy considerando la idea de tener una familia. Sin embargo, eso no
significa que tenga intención de proceder de forma tan poco imaginativa como
sugiere Bridgette.
Melodie hizo un esfuerzo por no reír. Cada vez que Trenton se ponía testarudo
hablaba como un auténtico abogado.
—¿En serio? Tenía la sensación de que estabas interrogando a las candidatas como si
fueran a ser futuras socias de tu bufete.
Melodie se sintió mal al ver la reacción sorprendida y dolida de Trenton.
—Lo quieras o no —dijo él en tono serio—, todos tenemos una serie de criterios por
los que evaluamos a las personas que dejamos entrar en nuestras vidas. La mayoría
de las personas toman sus decisiones sin saber cómo o por qué lo hacen.
—Puede que sea así con los futuros socios, o a la hora de elegir un fontanero. Pero a
mí me costaría mucho elegir un compañero de forma tan... tan desapasionada.
Trenton tomó la oportunidad al vuelo.
—Pensaba que no querías casarte. Sin embargo, pareces bastante vehemente respecto
a un tema en el que no estás interesada.
—¡No he sido vehemente! Además, estamos hablando en general.
—Oh, en general. Ya veo.
—De acuerdo, explícamelo. ¿Por qué buscas una esposa como si lo hicieras por
catálogo?
—No estoy buscando. Sólo estoy abierto a la idea y contemplo de forma diferente
mis... relaciones. Hasta ahora he estado muy centrado en mi profesión. Pero pienso
que ha llegado el momento de dejar entrar otras cosas en mi vida.
—¿No te basta con Amber y Joey?
—Sí, pero no son mis hijos. Y no estoy ciego. Bridgette va a trasladarse y,
lógicamente, se llevará a los niños. Va a dejar un gran hueco en mi vida.
Las palabras de Trenton dieron demasiado cerca de la diana. Melodie decidió que
había llegado el momento de aligerar la conversación.
—Que tengas suerte en tu caza. Espero que encuentres la mujer adecuada para ti.
Trenton rió.
—No sé por qué, pero sospecho que eso tiene doble sentido.
Melodie se encogió de hombros.
—No lo pretendía.
—No te preocupes. No me siento insultado. Recuerdo algo que leí una vez que decía
algo así como «Que tu vida sea interesante». Estoy seguro de que era una maldición.
Por algún motivo, Melodie intuyó que aquel no era momento de bajar la guardia. No
importaba un ligero flirteo, pero no podía permitir que las cosas fueran más allá.
—Supongo que sé de dónde sacaste la impresión de que soy un tipo remilgado —dijo
Trenton tras unos momentos de silencio.
—¿De dónde? —preguntó Melodie con suavidad.
—Estaba haciendo recapitulación mental de nuestros encuentros y creo que, al
menos de momento, mi comportamiento no me ha absuelto de tus sospechas.
Melodie no pudo resistirse a aprovechar aquella oportunidad.
—Acabas de hacerlo de nuevo; hablar con palabras de diez mil dólares. No es que no
te comprenda; es que nosotros los mortales normales tendemos a utilizar frases más
cortas.
Trenton sonrió irónicamente.
—Trataré de recordarlo.
Melodie asintió.
—Hazlo. Ahora que te he respondido, ha llegado tu turno de dar explicaciones.
Dijiste que me habías juzgado mal; ¿en qué sentido?
Trenton no dudó al contestar.
—El día que te conocí pensé que no podías ser lo suficientemente profesional como
para incluirte en el proyecto del vídeo.
—Oh, no te contengas, por favor.
Trenton se ruborizó.
—Lo siento. No quería insultarte. Sólo pretendía hacerte ver hasta que punto soy
snob.
—Fue por los cerditos, ¿no?
—Por eso y por la camiseta desteñida. A pesar de todo, debo admitir que me parecía
una combinación bastante... atractiva a la vista.
—Sí, tú también resultabas bastante atractivo a la vista.
—¿Ah, sí? —Trenton trató de ocultar el placer que le había producido el cumplido de
Melodie.
—Sí.
—¿Y sigues creyendo que soy un tipo remilgado?
Melodie tuvo que reír.
—No, Trent, ya no lo creo. Pero me gusta tomarte el pelo.
—Me alegro.
Melodie no supo si la rápida caricia de la mano de Trenton contra su brazo fue
calculada o no, pero sintió un agradable cosquilleo por todo el cuerpo.
Sonrió.
—Yo también.
Capítulo 7
Trenton observaba a Melodie con creciente interés según se acercaba el fin de la
velada. Era como ver a un testigo que hubiera empezado muy seguro de sí mismo y
que poco a poco hubiera ido perdiendo la confianza. La analogía no era perfecta, por
supuesto, pero Melodie mostraba todos los signos de alguien que ocultaba algo. O de
alguien que tuviera miedo y no supiera de qué.
Pero lo cierto era que cada vez sentía más curiosidad por aquella mujer, cosa que
podía resultar peligrosa. Su incapacidad para pasar por alto un misterio era un
defecto que Trenton reconocía, y, sin duda, Melodie lo intrigaba. Su belleza lo
fascinaba tanto como la vulnerabilidad que ocultaba tras su dura fachada. Se
comportaba con gran independencia, una independencia que incluso reivindicaba,
pero él había percibido con un corazón de trece años el auténtico anhelo que había en
su voz cuando habló de sus padres. Y Trenton sabía lo que era estar solo.
Era posible que su creciente nerviosismo fuera fácil de explicar. Tal vez estuviera
pensando en el beso de buenas noches que le había prometido antes. Sin duda, debía
saber que una saludable dosis de atracción sexual no significaba que tuviera
intención de arrastrarla al altar.
—¿Trent?
Sorprendido, Trenton miró a Melodie. Ésta señaló con la cabeza a la mujer que estaba
junto a la mesa.
—La camarera ha preguntado si querías algo más.
Trenton ocultó su disgusto porque lo hubieran atrapado divagando.
—Sólo la cuenta, por favor.
Unos minutos después estaban en el coche camino de la casa de Melodie. Trenton
encontró interesante que, cuanto más se acercaban, más rápido hablaba ésta.
—Gracias por la cena, Trent. Hasta que hemos empezado a comer no me había dado
cuenta del hambre que tenía.
—De na...
—Ha debido ser a causa de los nervios. Estaba ansiosa por ver cómo reaccionaban las
niñas en la prueba para el vídeo.
—Has hecho un trabajo magní...
—Las niñas han estado muy bien, ¿verdad? Les entusiasma tanto el proyecto...
Trenton le dejó parlotear hasta que detuvo el coche frente a su casa. Tras soltar su
cinturón de seguridad, se inclinó hacia ella y pasó una mano tras la parte trasera de
su asiento.
—... y los padres están tan orgullosos. Debo decir que...
—Melodie.
—¿Sí?
—¿Te ha dicho alguien alguna vez que hablas demasiado cuando estás nerviosa?
—Bueno, mi amiga Serena dice todo el rato que...
La voz de Melodie se fue apagando cuando Trenton deslizó una mano tras su cuello
y la atrajo suavemente hacia sí. Se quedó petrificada, como le había sucedido aquella
tarde en el estudio. Trenton pensó por un momento que tal vez no estuviera
acostumbrada a hombres que tomaran la iniciativa. Su hipnotizada expresión era
inocente, casi confundida.
—Melodie, voy a besarte ahora.
Ella asintió despacio.
La segunda vez que Trenton saboreó a Melodie se sintió instantáneamente
intoxicado. Sus labios se amoldaron suaves y complacientes a los de él. Trenton le
hizo entreabrirlos para explorarla con su lengua. Sabía al chocolate con menta que
había tomado de postre. Su aliento fue una dulce caricia cuando su lengua se unió a
la de él.
Fue su cautela la que llegó al fondo de Trenton, que quiso demostrarle que sólo
quería complacerla, alejar su reticencia y dejar sitio sólo para la curiosidad. Una
curiosidad que podía transformarse en deseo.
Porque quería que lo deseara. Tanto como él la deseaba a ella. Era casi una
necesidad. Una necesidad tan poderosa que casi resultaba avasalladora.
Sin soltar la cabeza de Melodie, Trenton utilizó su mano izquierda para empezar a
quitarle las horquillas del pelo.
—Trent...
—Shhh.
Una a una fue encontrando las horquillas que sujetaban el pelo de Melodie, que fue
cayendo en torno a su rostro. El aroma a su champú hizo que todo el cuerpo de
Trenton se tensara en respuesta y el sonido de su suave jadeo estuvo a punto de ser
su perdición. Pero ella siguió sin moverse. Tenía los puños apretados sobre el regazo,
como si se estuviera aferrando a algo. Tal vez tuviera miedo de sí misma, o de lo que
pudiera suceder si se dejaba llevar.
Trenton apartó una mano de su pelo para acariciarle el brazo. Quería que se relajara,
que lo tocara, que explorara su cuerpo.
Moviéndose en el reducido espacio del asiento, él...
Tocó la bocina. El breve e inesperado sonido los sorprendió tanto que sus cabezas
chocaron entre sí.
Permanecieron un momento paralizados. Entonces Trenton empezó a reír. Su risa fue
un sonido profundo, ronco y encantado que llenó el coche e impulsó a Melodie a
unirse a él.
No pudo resistirlo. La reacción de Trenton disolvió toda la tensión que sentía y rió
con él hasta que volvieron a quedarse sin aliento.
Finalmente, Trenton respiró hondo y se frotó el rostro con ambas manos.
—Satisfecha, espero.
Melodie alargó una mano hacia la manija de la puerta.
—No lo sé, Trent. No lo sé. Necesito tiempo.
Trenton la dejó salir, pero un instante después caminaba junto a ella hacia el porche.
Se detuvo junto a la entrada, sin mostrar ninguna intención de entrar.
Tomó las llaves de las temblorosas manos de Melodie y abrió la puerta,
entregándoselas en cuanto lo hizo. Se apartó a un lado pero tomó la barbilla de
Melodie un instante para darle un rápido beso en los labios.
—Puedo ser muy paciente cuando lo deseo, Melodie —dijo, mientras se alejaba hacia
su coche.
—¿Y se supone que eso debe consolarme?
La única respuesta de Trenton fue un enigmático encogimiento de hombros. Tras
despedirse con un gesto de la mano, la dejó sola. Para que soñara con él, o, al menos,
eso esperaba.
Puso en marcha el coche sintiendo una agradable calidez en torno a su corazón.
Cuando pasó bajo una farola, sus ojos percibieron un destello en el asiento del
pasajero. Deslizando los dedos sobre los pliegues de cuero, que aún conservaba el
calor del cuerpo de Melodie, encontró una de sus horquillas.
Deslizó suavemente el metal por sus labios y aceleró, sonriendo.
Cuando finalizaba la siguiente semana, Melodie decidió que Trenton Laroquette era
un maestro de la tortura.
Apoyó una mano en la almohada mientras trataba desesperadamente de quedarse
dormida. Al día siguiente era la prueba del uniforme y necesitaba descansar, o
parecería un fantasma en la filmación.
Tal y como Trenton prometió, le había dado tiempo y espacio. El grupo había
trabajado intensamente la semana pasada, lo que debería haber mantenido muy
ocupada la mente de Melodie. Trenton y ella se habían visto constantemente, pero él
nunca la había presionado, cosa que debería haber aliviado a Melodie. En lugar de
ello, llegó a la conclusión de que aquello era aún peor.
«¡Hombres! Cuando menos lo esperas, van y hacen exactamente lo que les pides que
hagan.»
Para colmo, no había tenido tiempo de practicar los nuevos ejercicios con las niñas
tanto como le habría gustado. Y de pronto, antes de sentirse preparada, el momento
de la verdad había llegado. Al día siguiente se encontraría frente a la cámara. Su
mente sabía que sólo era un ensayo, pero su estómago estaba convencido de que era
el momento cumbre.
Alargó una mano y comprobó una vez más el despertador. Lo último que necesitaba
era quedarse dormida.
Tras golpear su inocente almohada para ablandarla, Melodie trató de relajarse
repasando mentalmente sus notas. Todos los detalles estaban previstos y sabía que
no había motivo para estar tan preocupada. Pero lo cierto era que nunca se había
visto envuelta en algo así. Si el vídeo tenía éxito, por una vez en su vida podría
respirar, al menos, económicamente. Y no podía engañarse. A pesar de que las niñas
lo hicieran muy bien, si ella fallaba, todo se iría al traste.
Y su nivel de ansiedad no se veía precisamente reducido al añadir a Trent a la
ecuación. Trent el Calmado. Trent el Paciente. Trent el Discreto.
Trent el irritante, el frustrante, el desconcertante.
Nunca se había sentido tan descentrada. Y mientras, él se limitaba a sonreír con
serenidad y a mantenerse apartado de su camino.
De alguna forma, sintió que empezaba a quedarse dormida. Y esperaba soñar.
Melodie abrió los ojos de repente. Incluso antes de mirar el reloj supo que algo iba
mal.
¡Las ocho y cuarto! Se suponía que debía estar en el plato de televisión a las nueve.
Le llevaba siglos secarse el pelo y la emisora estaba cerca del campus universitario, lo
que significaba que aparcar resultaría prácticamente imposible. No lo lograría.
Se duchó y se vistió en tiempo récord. Su pelo dejó una mancha de humedad en la
camiseta, pero se secaría. Tomó un cepillo y la cajita de maquillaje y salió corriendo
hacia su coche. Eran las nueve menos cuarto.
No podía creerlo. Había comprobado el despertador por lo menos seis o siete veces
antes de quedarse dormida. Maldiciendo mientras rogaba que su coche arrancara, un
vago recuerdo del despertador sonando y de ella alargando un brazo para apagarlo
afloró a la superficie. Tal vez...
Aunque ya no tenía sentido pensar en ello. Ya estaba en camino, pero aunque los
dioses del tráfico le sonrieran, no había forma de que llegara a tiempo. Y Trent se
enfadaría mucho con ella. Si hubiera un premio a la puntualidad, se lo llevaría él, por
supuesto. Y ella se llevaría el de la impuntualidad.
No podía pensar en dos personas más incompatibles. Él llegaba temprano, ella tarde.
A él le gustaba la pasta, a ella las pizzas. A él le gustaba pasear por el parque, a ella
darse largos baños de burbujas...
Pero en cuanto terminara el ensayo y tuviera tres segundos libres pensaba decirle a
Trenton que saliera de su cabeza y de su vida. Sí, era el hombre más sexy que había
visto en su vida. Y sí, quería estar con él más de lo que nunca había querido estar con
nadie. Pero también sabía que ceder a su deseo sería invocar el desastre.
Ninguno de los hombres que había conocido en su vida la habían afectado tanto, ni
antes ni después del sexo.
Al sentir el primer temblor del coche, Melodie se dijo que no debía asustarse. Estaba
en MoPac, una carretera por la que circulaba tráfico a todas horas del día y en la que
había teléfonos de emergencia.
Al segundo temblor, sintió un creciente temor.
Al tercero, el temor se transformó en terror.
Al cuarto y último, que fue seguido de una especie de patético estertor, Melodie
acercó el coche al arcén y apoyó la cabeza en el volante, dudando entre ponerse a
llorar o a reír histéricamente.
Se llevó un susto de muerte cuando una sombra cayó sobre ella y una profunda voz
dijo:
—¿Puedo ayudarla, señorita?
Un hombre de atractivo aspecto, vestido de traje gris, se había inclinado hacia la
ventanilla y la miraba. Melodie echó un rápido vistazo al espejo retrovisor y vio un
coche deportivo a escasos metros del suyo.
—¿Tiene teléfono móvil?
—Sí. ¿Quiere que llame a una grua? ¿Prefiere que la lleve a algún sitio?
—No, lo que debo hacer es llamar a un amigo antes de tomar ninguna decisión. ¿Le
importa?
—No, por supuesto.
Cuando Melodie salió del coche, el hombre le alcanzó su teléfono y le explicó que iba
tras ella cuando notó que frenaba la marcha. Dijo que esperaba no haberla asustado.
Ella le aseguró que no lo había hecho y le dio las gracias mientras esperaba que
contestaran a su llamada. Finalmente, alguien contestó en el estudio de televisión.
Para cuando, finalmente, la operadora le puso con Trent, Melodie estaba a punto de
comerse las uñas.
—¿Melodie? ¿Dónde estás?
—Mi coche se ha averiado en MoPac. Justo antes de la salida treinta. Un hombre muy
amable se ha detenido y me ha dejado utilizar su móvil.
—¿Te encuentras bien? ¿Hay que llamar a la policía? —la voz de Trent sonaba tensa.
—No, estoy perfectamente. Pero voy a llegar muy tarde.
—Entra en el coche y cierra las puertas. Estaré ahí en diez minutos.
—Trent.
—Por una vez, no discutas conmigo, Melodie.
—De acuerdo.
Melodie apagó el teléfono y sonrió amablemente al hombre.
—Muchas gracias. Mi amigo está en camino.
El hombre se ofreció a acompañarla mientras esperaba, pero Melodie volvió a darle
las gracias y le dijo que no hacía falta.
Diez minutos después, el coche de Trent se detuvo tras el de ella.
Melodie se quitó el vestido de algodón y lo arrojó sobre el montón de ropa que había
en la cama.
El ensayo había salido de maravilla. Debería estar eufórica.
Pero no lo estaba.
Odiaba estar en deuda con alguien, y lo cierto era que lo estaba con Trenton por lo
amable que había sido con ella al ir a recogerla. Y ni siquiera se había enfadado, cosa
que le hacía sentirse aún más culpable.
Y odiaba sentirse mal por haber llegado tarde y haber trastornado los horarios de
todo el mundo. Y odiaba haberse visto obligada a aceptar cuando Bridgette sugirió
que fueran a cenar y luego a bailar para celebrarlo. Ella no quería celebrar nada. Se
sentía petulante y de mal humor y quería que la dejaran sola. O, más bien, quería
decirle a Trent lo que tenía que decirle y que luego la dejaran sola.
Casi lamentaba que el ensayo hubiera sido todo un éxito. Las niñas lo habían hecho
muy bien y cada toma había ido mejorando la anterior. Melodie casi deseaba que
hubiera sido un desastre y todos se hubieran ido a casa.
Aún no se le había secado el sudor de la frente cuando Bridgette anunció que debían
celebrarlo.
Lo único que quedaba por hacer era la grabación definitiva del lunes, de manera que
aquella noche era perfecta para que los adultos fueran a cenar y a bailar. Melodie
hizo una mueca al recordarlo, pero no tuvo valor para negarse.
Por otro lado, si lo hubiera hecho, ahora no se vería frente a su armario en ropa
interior, probándose todos los vestidos que tenía mientras «él» aguardaba en el
cuarto de estar viendo la televisión.
Pero con quien más enfadada estaba era consigo misma, por llevar más de un cuarto
de hora tratando de decidir con qué vestido le gustaría más a Trent. Por mucho que
se repitiera que no debería importarle lo que pensara Trent, no dejaba de vetar
modelos.
Finalmente, harta de su indecisión, sacó del armario uno de flores con una falda
adecuada para bailar. Un ancho cinturón realzaba su cintura y las mangas cortas y
anchas le permitirían mover los brazos con comodidad. Tras decidir no llevar
ninguna joya, tomó en una mano unos cómodos zapatos azules y el chal de encaje
más bonito que tenía y fue al cuarto de estar.
Se detuvo en el umbral, con los zapatos colgando de las puntas de sus dedos.
¡Trenton estaba dormido! Melodie se había dado tanta prisa que se sentía como si
acabara de correr un maratón. ¿Y para qué?
Su disgusto desapareció cuando se acercó a él y lo miró. Dormido, Trent daba la
sensación de no haber descansado mucho más que ella durante los últimos días.
¿Cómo era posible que no se hubiera fijado antes en sus ojeras? ¿O en las líneas de
tensión de su frente, que ni siquiera desaparecían por completo cuando dormía?
¿Sería culpa suya? Esperaba que no, aunque, al mismo tiempo, se alegraba de no ser
la única que había pasado las últimas noches dando vueltas en la cama sin poder
dormir.
Cuanto más lo miraba, más atraída se sentía hacia él. Sabía que era un error, pero no
podía evitarlo. Como atraída por un imán, se inclinó para apartar un mechón de pelo
que había caído sobre la frente de Trenton.
Él sonrió y abrió los ojos.
—Qué agradable sorpresa.
—Yo no...
—¿Por qué no aprovechamos esta noche? Si prometes relajarte y pasar la tarde
conmigo por propia voluntad, después aceptaré sin rechistar la decisión que tomes.
—Trent, yo...
—Vamos, Melodie —Trenton se levantó de la silla y se acercó, alargando las manos
hacia ella—. Confía en mí. Arriésgate.
Su corazón latió a toda velocidad en el silencio de la casa. El reloj de pared marcaba
el paso de los segundos. Contuvo el aliento. Sabía que Melodie se estaba debilitando,
que estaba luchando consigo misma, y eso le daba esperanzas. Esperanzas de que
bajara la guardia al menos esa vez.
Entonces, Melodie apoyó sus manos en las de él.
Capítulo 8
Melodie cerró los ojos y apoyó la cabeza en el hombro de Trent mientras la orquesta
interpretaba una lenta y soñadora canción. Había olvidado lo maravilloso que era
bailar con un hombre que supiera llevar a su pareja. Normalmente, cuando los
hombres averiguaban que se dedicaba al baile, incluso los más seguros de sí mismos
parecían perder la confianza.
Pero Trent controlaba tanto en la pista de baile como debía hacerlo en el estrado.
Además de estar pasándolo mejor que en toda su vida, Melodie estaba realmente
impresionada.
No recordaba otra ocasión en la que hubiera sido capaz de dejar sus reservas y
ansiedades a un lado tan completamente como esa noche. Y estaba decidida a que
siguiera así. Si esa noche era un momento robado del tiempo, que así fuera. La
disfrutaría al máximo y guardaría el recuerdo en un rincón especial de su mente.
—Déjalo ya —susurró Trent junto a su oído.
—¿Que deje qué? —preguntó Melodie, soñadoramente.
—De pensar.
—¿Cómo sabías que estaba pensando?
—Lo sentía.
Melodie rió con suavidad.
—En ese caso, debías estar sintiendo mucho.
Trent utilizó un giro para estrecharla con más fuerza entre sus brazos.
—Sí, pero no lo suficiente.
Melodie frotó su mejilla contra el hombro de Trenton y resistió el impulso de
comprobar si sus pies seguían en el suelo.
La canción terminó y unos segundos después comenzó el vals de despedida. El
cambio de posición hizo que Melodie pudiera alzar el rostro hacia Trenton.
—Eres muy bueno en esto —dijo, sonriendo—. Estoy impresionada.
—Gracias.
Aquella era otra cosa que le gustaba de Trent. Sabía aceptar un cumplido.
Mientras giraban, Melodie volvió a reír, cosa que le sorprendió, ya que hacerlo no era
algo típico de su carácter.
—¿Qué es tan divertido?
—Creo que el ritmo de vals es el que más me gusta. Si tengo la pareja adecuada, por
supuesto. Es un baile tan sensual...
—¿Lo ves? Te dije que había toda una romántica escondida tras ese exterior.
—Nunca he negado que fuera una romántica. Lo que sucede es que soy una
romántica práctica.
Una vez más, cuando trató de volverse, él apoyó las manos en sus hombros,
impidiéndoselo.
—No tengas tanta prisa —susurró junto a su oído—. Tenemos toda la noche.
—Pero quiero acariciarte —protestó ella con voz ronca.
La profunda risa de Trenton reverberó en el vientre de Melodie.
—Y yo quiero que lo hagas. Pero todavía no.
Deslizó las manos por la sedosa piel de Melodie hasta abarcar con ellas sus pechos.
Instintivamente, ella se arqueó contra él.
Casi estuvo a punto de llorar cuando Trenton se detuvo, pero un intenso sentimiento
de anticipación la recorrió mientras, fascinada, veía en el espejo cómo desabrochaba
el cierre delantero de su sujetador y luego retiraba lentamente la delicada prenda de
encaje de su cuerpo.
Los ojos de Trent se encontraron con los de ella en el espejo mientras volvía a tomar
en ambas manos sus senos, acariciando los endurecidos pezones con los dedos.
—Me estás volviendo loca —jadeó Melodie.
—Eso espero. Es lo justo —contestó él contra su garganta.
Finalmente, dejó que se volviera. Enmarcó el rostro de Melodie con ternura antes de
rodearla con sus brazos y estrecharla contra sí.
Su boca reclamó la de ella. La suavidad dio paso a una creciente pasión que
amenazaba con aplastarlos uno contra el otro. A Melodie no le importó. Lo único que
quería era estar más y más cerca de él.
Deslizó las manos entre ambos, tratando de desabrochar la camisa de Trenton sin
dejar de besarlo. Cuando por fin expuso la cálida superficie de su piel, apretó sus
pechos contra él, enterrando los pezones en el sedoso pelo que cubría su pecho. Se
movió contra la rígida evidencia de su deseo, cimbreando sus caderas para apretarse
más completamente contra su excitado sexo.
Mientras tanto, los labios de Trenton no dejaron de explorarla. Su lengua se fundió
en su boca. Ella lo absorbió más y más y fue recompensada con un profundo gemido.
La insistencia de Trenton en que tenían tiempo se perdió en un revuelo de
movimientos mientras se quitaban la ropa que los mantenía separados. Tomándola
consigo, Trento condujo a Melodie a la cama y la tumbó sobre las frescas sábanas que
la cubrían.
El aire acondicionado refrescaba la casa, pero no fue eso lo que hizo que Melodie
temblara.
Fue la pasión que vio brillando en los ojos de Trent.
Él se tumbó a su lado, reclamando una vez más sus senos. Ella también exploró sus
formas, deslizando las manos por su musculoso pecho, enterrando los dedos entre
sus rizos, acariciando su fuerte y cuadrada mandíbula y su corto pelo.
Cada momento era urgente, pleno de deseo. Un deseo doloroso y exigente,
insaciable.
Las manos de Trenton dejaron el pecho de Melodie para acariciar sus caderas y
muslos y luego volver a subir. Con cada movimiento, sus dedos rozaban el centro de
su deseo, haciéndole temblar por la breve intimidad, pero dejándola hambrienta de
más.
Ella lo imitó, haciendo gemir a Trenton cuando cerró los dedos en torno a su excitado
sexo.
—Oh, Melodie —susurró él, cerrando los ojos a la vez que dejaba caer la frente sobre
su hombro, con la respiración áspera y agitada.
—¿Qué? —preguntó ella, sintiéndose repentinamente insegura.
Trenton la besó y movió la cabeza.
—Lo siento. Tenemos que ir más despacio o no voy a poder soportarlo.
El trepidante momento se evaporó. Y una dulce calidez lo sustituyó cuando Melodie
percibió el temor en la voz de Trent, su preocupación por ella.
—Pero yo no quiero que pares —le aseguró, mientras lo acariciaba con un dedo.
La mano de Trenton tembló cuando la deslizó entre los muslos de Melodie,
encontrándola ardiente y húmeda, esperándolo impaciente. Ella se movió contra sus
dedos mientras él acariciaba su anhelante centro femenino.
En un sólo movimiento, Trenton se colocó entre sus muslos. En el siguiente, se
deslizó lentamente dentro de ella. Melodie se negó a respirar, a hacer cualquier cosa
que la alejara de la sensación de él penetrándola, de su cuerpo amoldándose para
acogerlo plenamente.
Contuvo el aliento al sentir que se retiraba, sólo para soltarlo estremecida cuando
volvió a penetrarla. Y de nuevo. Y de nuevo. Hasta que su mundo consistió sólo en la
sensación de su cuerpo fundido con el de él.
—¡Oh, Trent! —gimió, sintiendo que estallaba en mil pedazos.
Trent fundió su boca con la de ella al alcanzar su palpitante liberación.
El dormitorio se llenó del sonido de sus rápidas respiraciones, del aroma de su
pasión, de la quietud de la noche.
Trent se irguió un poco para apartar su peso de Melodie y la miró. Ella nunca había
visto una expresión así, oscura, intensa, indefinible.
—Eres tan hermosa —susurró, besándola en la frente.
Lentamente, se tumbó a su lado. Melodie no fue consciente de haber hecho un
gemido de decepción hasta que Trenton le hizo girar el rostro hacia él.
—Aún no hemos acabado —aseguró con una viril sonrisa—. Esto sólo ha sido el
principio.
Melodie contestó con una sonrisa y con un ágil movimiento se colocó sobre sus
caderas para poder acariciar su pecho y brazos. Trenton apoyó las manos en los
laterales de sus muslos, acariciando sus nalgas mientras ella se movía hacia atrás y
hacia delante. —Me gusta tocarte —confesó. —Haz lo que quieras conmigo —dijo
Trenton, abriendo los brazos en un gesto de invitación.
Odiaba la mañana después. Probablemente ése era el motivo por el que tenía tan
pocas. Se preguntó dónde estaba Trent, esperando que no hiciera las cosas más
difíciles de lo que ya eran.
La noche pasada había disfrutado del sexo más increíble de su vida, y sería un
recuerdo que guardaría siempre. Ahora, si pudiera vestirse, saludar a Trent
despreocupadamente y volver a casa antes de que una escena lo estropeara todo,
consideraría la experiencia como un éxito total.
Cuando fue a tomar su vestido, la camisa de Trent estuvo a punto de caer al suelo y
la recogió. Sin pensar lo que hacía, se la llevó a la nariz e inhaló su masculino aroma.
Al darse cuenta de lo que estaba haciendo, volvió a dejar la camisa como si le
quemara.
—Basta de tonterías —se dijo mientras se ponía la ropa interior. El vestido siguió
rápidamente a ésta y luego el cinturón y los zapatos, hasta que volvió a estar vestida
como la noche anterior.
Sacó su cepillo del bolso y se peinó rápidamente, dejando el pelo suelto en torno a
sus hombros.
Ya estaba. De vuelta a la normalidad. Cerró el bolso y se lo colgó del hombro. Alzó la
mirada y se encaminó hacia la puerta...
Pero al ver a Trent se detuvo en seco.
Capítulo 9
Una mirada al rostro de Trent bastó para que Melodie supiera que había sido una
ingenua.
Había creído que podría hacer el amor con él, que podría estar con él como nunca
había estado con otro hombre y luego irse con toda tranquilidad.
Era una ingenua.
Si no lo hubiera visto, todo habría ido bien. Sobre todo si no lo hubiera visto con el
desayuno en una bandeja en la que también había un pequeño jarrón con flores
rosas. Nadie le había llevado nunca el desayuno a la cama. Nadie. Como tampoco
nadie la había sentado en el borde de una bañera...
Finalmente, Trent avanzó desde el umbral y dejó la bandeja sobre una esquina de la
cama. Se volvió con las manos metidas en los bolsillos de su bata.
—Deduzco que no tienes hambre.
—Um, no, pero gracias de todos modos. Ha sido un detalle muy dulce por tu parte.
Los labios de Trenton sonrieron, pero no sus ojos.
—Dulce. Hmm.
Melodie retorció la correa del bolso entre los dedos y apartó la mirada. No quería
admitir lo que había percibido en la mirada de Trenton al verla vestida y dispuesta a
salir. Dolor, algo mucho más profundo que mero desengaño.
—¿Te vas tan pronto?
Melodie cerró los ojos contra las repentinas lágrimas.
—Trent, por favor. No te comportes de forma tan... tan...
—¿Desenfadada? ¿Puedo señalar que no soy yo el que ha saltado de la cama y se ha
preparado para salir como si la casa estuviera ardiendo? ¿Qué pensabas hacer? ¿Irte
sin molestarte en dejarme una nota? —Trent, por favor...
—Eso ya lo has dicho. Intenta otra cosa. Melodie tragó con esfuerzo. El dolor había
desaparecido del rostro de Trenton. En su lugar había una rabia casi palpable.
—El motivo por el que voy a irme es que no suelo llevar demasiado bien «la mañana
después», así que trato de evitarlas. De hecho, no tenía intención de quedarme a
pasar la noche.
Trenton permaneció en silencio. —Sí, bien... —Melodie se encaminó hacia la puerta
con tanto cuidado como si estuviera evitando a un león—. Llamaré a un taxi para que
me lleve a...
—Por encima de mi cadáver. Melodie se detuvo.
—¿Disculpa?
—Si estás decidida a irte a casa, yo te llevaré. Dame cinco minutos para vestirme.
—No es necesario. En serio...
—Sí es necesario.
El trayecto tuvo lugar en medio de un silencio sepulcral. Una vez en el sendero de
entrada, Melodie se volvió hacia Trenton.
—Trent, sé que te he ofendido, y lo siento de veras. Tras unos segundos, Trenton
preguntó:
—¿Qué he hecho mal, Melodie? Ella cerró los ojos antes de contestar.
—No has hecho nada mal. La noche pasada ha sido realmente increíble. Pero lo que
te he dicho es cierto. La mañana siguiente siempre es un infierno. Todo el mundo
quiere ver en ellas más de lo que hay.
—Más de lo que hay —repitió Trenton con suavidad—. Supongo que eso indica que,
para ti, la pasada noche sólo fue un agradable interludio que caerá en el olvido ahora
que ha pasado.
—No, no olvidaré la pasada noche. Nunca. Pero debes admitir que fue una
equivocación.
Los nudillos de Trenton se pusieron blancos en torno al volante.
—No debo admitir nada parecido. Y no creo que tú puedas convencerte a ti misma
de esa mentira.
—Antes de salir prometiste que aceptarías mi decisión. Pues bien, decidí tener una
avent... —una rápida mirada a los ojos de Trenton hizo que Melodie corrigiera de
inmediato lo que iba a decir—. Decidí hacer el amor contigo. Y fue maravilloso. Pero
ahora todo ha terminado y tenemos que volver al negocio que nos ocupa.
—Ah. El negocio.
Ahora fue Melodie la que empezó a enfadarse.
—Sí, el negocio. Según recuerdo, te he dicho varias veces que el sexo y los negocios
no se llevan bien. Esto demuestra que tengo razón.
—Lo que prueba esto es que eres una cobarde.
Melodie se volvió como si la hubieran abofeteado.
—Puedes creer lo que quieras. Hasta que el proyecto del vídeo termine, creo que será
mejor que nos veamos lo menos posible.
A continuación, salió del coche y cerró la puerta de un golpe seco. Trenton apoyó la
cabeza en las manos un momento antes de salir y llamarla a voces.
—¡No puedo permitir que esto acabe así, Melodie!
Ella se apresuró de vuelta hacia él.
—¿Te importaría hablar un poco más alto? Creo que aún no te ha oído toda la gente
del barrio.
Trenton ignoró su ironía, pero bajó la voz.
—No puedo dejar que te vayas así como así. Creí que podría. Creí estar lo
suficientemente enfadado, pero estaba equivocado —se pasó la mano por el pelo,
tenso—. Maldita sea, Melodie, no puedo considerar lo que sucedió anoche como una
—Yo no —el tono de voz de Melodie era a la vez burlón y serio—. Ahora tengo que
buscar una forma de salir de esto.
—¿Hablas en serio?
Melodie rió forzadamente.
—No. Creo que ya hemos jugado a esto antes. Me comprometí con Amber y Joey y
no voy a decepcionarlos.
Decir que Trenton estaba sorprendido habría sido demasiado simplista. Después de
lo sucedido el día anterior, estaba seguro de que Melodie buscaría alguna excusa
para no ir.
—¿Te recojo a las seis? Amber está empeñada en que tengamos un auténtico picnic.
Llevaremos una manta y una nevera portátil para poder elegir un sitio.
—Me parece buena idea. El tráfico siempre suele ser horrible.
—Entonces, nos vemos a las seis.
Trent colgó el auricular pensativamente tras despedirse. No quería engañarse; sabía
que la tarde podía resultar tensa. Pero también sabía que Melodie evitaría verlo si
tuviera la oportunidad de hacerlo, y él no quería dársela. Esperaba que el ambiente
festivo y el hecho de estar con los niños sirviera para que se sintiera relajada y luego
pudieran hablar.
El teléfono sonó, sorprendiéndolo. Por un instante, temió que fuera Melodie
cancelando la cita.
—¿Trenton? Soy Erin McDonnell. Nos conocimos el mes pasado en la reunión de la
Asociación de Mujeres Abogadas de Austin, ¿recuerdas?
—Oh, sí, ¿cómo estás? —Trenton recordó a una elegante y alta rubia con un vaso de
vino blanco en la mano. Era una joven socia de uno de los bufetes más fuertes de la
ciudad. Cuando la conoció le pareció inteligente y perspicaz, además de guapa.
—Bien, gracias. Te llamo porque unos cuantos amigos y yo hemos alquilado un yate
para navegar esta tarde por el lago. Queremos celebrar nuestra fiesta privada del
cuatro de julio. Me encantaría que vinieras con nosotros.
Hacía no mucho, Trenton le habría dicho que sí, si se lo hubiera preguntado antes de
haberles prometido a Amber y a Joey que iría con ellos. Después de todo, aquel tipo
de reuniones eran ideales para llegar a la segunda fase, la de conocerse, con una
posible candidata. Sin embargo, al pensarlo, ni siquiera sintió decepción por tener
que perderse la oportunidad.
Qué extraño.
Cuando conoció a Erin pensó que podía llegar a haber algo serio entre ellos. Pero,
mientras se disculpaba por no poder ir y le daba las gracias, no pudo evitar
compararla con otra mujer que compraba en las tiendas del barrio y enseñaba a bailar
a niños de cuatro años. Y la que salió perdiendo fue Erin.
Melodie estaba en ascuas cuando Trent detuvo el coche frente a su casa. Esperaba a
éste y a los niños en el porche, con una bandeja de pastas caseras como contribución
al picnic.
Joey se portó como todo un caballero, cediéndole el asiento delantero. Amber charló
sin cesar desde el momento en que salieron hasta que extendieron la manta en el
trozo de hierba que reclamaron suyo para esa tarde. Era la primera vez que le
dejaban permanecer levantada para ver el espectáculo, y lo único que contuvo su
verborrea fue un trozo de pollo frito.
Melodie contempló a los músicos de la orquesta que iban llegando y ocupaban sus
lugares en el auditorio. El concierto y el espectáculo posterior de fuegos artificiales
siempre la impresionaban, pero tenía la sensación de que ese año no iba a estar tan
concentrada como otros. No sólo por la distracción que suponían los dos adorables
niños, sino también por la atención que demandaba de ella un hombre muy especial
sin ni siquiera intentarlo.
Por fortuna, los niños mantuvieron el ambiente suficientemente animado como para
que Melodie llegara a sentirse incómoda.
El lugar se llenó rápidamente de mantas y tumbonas, neveras portátiles y cestas de
picnic. Los niños jugaron sin cesar, y cuando se acercaba el comienzo del espectáculo,
Melodie se inclinó hacia Trent y susurró:
—Apuesto lo que quieras a que Amber se queda dormida antes del décimo fuego
artificial.
—De acuerdo, porque no creo que llegue ni al quinto. Es Joey el que no llegará al
décimo.
Melodie sonrió, asintiendo.
Ya había anochecido cuando Joey se acercó a su tío, reclamando su regazo como
tumbona. Para no ser menos, Amber se colocó entre los brazos de Melodie justo
cuando empezaban los primeros «oohs» y «aahs» de admiración. Melodie contempló
el cielo, maravillada. Hacía muchos años que acudía al espectáculo de aquella fiesta
conmemorativa, pero daba lo mismo. Su pulso siempre se aceleraba de anticipación.
Trent ganó la apuesta. A pesar del ruido de los fuegos, Amber se quedó dormida en
cuanto dejó de hablar y cerró los ojos. Melodie ajustó su posición para que la niña
apoyara la cabeza cómodamente contra su hombro. Podía haberla dejado sobre la
manta, pero no todos los días recibía aquella clase de regalo, y quiso aprovecharlo.
De hecho, más que los fuegos, se dedicó a contemplar la inocente perfección del
rostro de la niña dormida. De vez en cuando miraba hacia Joey, que también dormía
plácidamente sobre el pecho de su tío.
¿Tendría idea Bridgette de lo afortunada que era? Tenía dos niños encantadores,
preciosos, y un hombre que estaba locamente enamorado de ella. No había duda de
que sus comienzos en la vida fueron duros, pero no podía haber un final más
romántico y feliz que el que estaba viviendo Bridgette.
Melodie no solía ser envidiosa, pero, en aquellos momentos, habría dado casi
cualquier cosa por tener lo que Bridgette tenía. Desafortunadamente, aquel casi
incluía el matrimonio, y ahí era donde Melodie trazaba la línea. Tal vez se sintiera
melancólica, pero no era estúpida. No podía apartar de su mente la imagen de sus
amigas, que renunciaron a su independencia una a una cuando se casaron. Aunque
parecían felices, Melodie no comprendía cómo habían podido dejarlo todo. Si el
matrimonio significaba siempre olvidar los sueños, sólo porque sus maridos ganaban
más dinero, entonces ella no sentía lo que había que sentir para adquirir ese
compromiso.
El cielo sabía que se había saltado más de una regla en su vida, pero su único código
inviolable era que nunca tendría un niño a menos que se casara. Más de una de sus
amigas le había dicho que estaban en los noventa, que, si quería, en los tiempos que
corrían podía tener un hijo soltera. Pero esa elección no estaba bien para ella.
Sabía que era ilógico, pero no podía evitar lo que sentía. Creció deseando
desesperadamente que sus padres se fijaran en ella, y conoció el dolor de ver que
nunca llegó a suceder. No quería que un hijo suyo empezara en la vida con una
carencia tan grande como la de un padre.
Por muy anticuada que fuera la idea, creía con todo su corazón que un niño debía
crecer en un hogar en el que los padres estuvieran locamente enamorados y
compartieran ese amor con él. Un amor que diera espacio a todos los miembros de la
familia para crecer y desarrollarse.
Pero Melodie estaba convencida de que ningún hombre llegaría a amarla de esa
manera. Encontrar uno que la adorara y además le permitiera evolucionar y ser ella
misma era pedir un imposible.
Trent era el ejemplo perfecto. Buscaba una versión femenina de sí mismo, la perfecta
compañera para un hombre camino de la cima en su trabajo. Incluso Glen esperaba
que Bridgette lo siguiera si su trabajo lo exigía. Los hombres nunca cambiarían.
Una gran cascada de fuegos artificiales invadió el cielo, distrayendo a Melodie de sus
pensamientos. Su «oooh» se unió al del resto de las personas que la rodeaban.
—Ha sido maravilloso —dijo Trent cuando las luces comenzaron a disolverse.
—Sí.
Trent debió notar el sonido distante de la voz de Melodie, pues volvió la cabeza para
mirarla.
—Creo que esa última explosión me ha recordado especialmente a ti —dijo, logrando
llamar su atención.
—¿En serio? ¿Por qué?
—Los círculos concéntricos de colores me han recordado a tus camisetas desteñidas.
Melodie le dedicó una irónica sonrisa.
—Sólo me has visto una vez con una de mis camisetas desteñidas, pero sospecho que
nunca vas a dejarme olvidarlo.
Trent rió.
—Probablemente tengas razón. Incluso puedo ver la noticia de tu boda en la prensa.
«La novia llevaba un vestido blanco y un velo verde desteñido en círculos
concéntricos. Los acompañantes...»
—Oh, déjalo ya —interrumpió Melodie, logrando reír a pesar de los oscuros
pensamientos que hacía un momento rondaban su cabeza.
El final de los fuegos hizo que ambos alzaran los ojos hacia el cielo de la noche,
repentinamente iluminado por miles de colores. Después, una relativa calma se
apoderó del lugar mientras miles de personas recogían sus cosas para volver a casa.
Aquello siempre entristecía un poco a Melodie, aunque su mente adulta sabía que la
magia debía acabar.
Trent insistió en que Melodie se quedará con Amber y Joey mientras él llevaba al
coche la nevera portátil y la cesta del picnic con la manta. Luego volvió a por Joey y
Melodie cargó con Amber. Afortunadamente, el tráfico estuvo más fluido que en
otras ocasiones y llegaron en poco más de veinte minutos a casa de Melodie.
Dejando a los niños dormidos en el asiento trasero, Trent acompañó a Melodie hasta
la puerta. Ella se sintió casi avergonzada por el alivio que le produjo pensar que los
niños eran una excusa ideal para que la despedida fuera breve. Por un instante,
imaginó que eran una familia regresando a casa y llevando a los niños al interior
para meterlos en la cama. La perfecta escena doméstica. Pero enseguida apartó aquel
pensamiento y volvió a sentirse nerviosa.
—Lo he pasado muy bien —dijo Trent con suavidad.
—Yo también.
Trent metió las manos en los bolsillos de su pantalón y se balanceó ligeramente sobre
los pies. Melodie se sorprendió. Era la primera vez que lo veía nervioso.
—Melodie, probablemente éste no sea el mejor momento para sacar el tema a
colación, pero tampoco sé si algún momento lo sería. He llamado al garaje al que
llevaron tu coche con la grúa. El mecánico, Al, es amigo mío, y me ha dicho que la
reparación sería demasiado cara para lo que vale el coche. Sugiere que lo vendas a un
desguace y te compres otro.
Melodie lo miró, tratando de asimilar la noticia. Moviéndose hacia atrás, se sentó en
una de las sillas del porche. Dejó caer la cabeza entre las manos. Tras un momento,
sus hombros comenzaron a estremecerse.
—Lo siento, Melodie. No creí que esto fuera a afectarte tanto.
Melodie no pudo evitar que sus hombros se estremecieran aún más.
—¡Melodie! Lo siento de veras. Sabía que mañana ibas a llamar a Al y he querido
darte la noticia antes de que lo hicieras. Si te sirve de algo, me encantará
acompañarte a buscar otro coche.
Finalmente, Melodie fue capaz de tomar aire y manifestar la risa que la había
estremecido en silencio.
Trent dio un paso atrás mirándola como si pensara que se hubiera vuelto loca, pero
Melodie no pudo contener su risa el tiempo suficiente para convencerle de lo
contrario. ¿Cómo explicarle que la risa histérica era su única opción aparte de las
lágrimas? Después de todo, a lo largo de un mes, su compañera de piso la había
dejado en la estacada, debía el recibo de su casa y del estudio, estaba trabajando
hasta la extenuación en un proyecto que podía ser un éxito o un fracaso y había
hecho el amor con un hombre que le había robado el alma.
¿Un coche roto? ¡Eso era una minucia!
Capítulo 10
Melodie llegó al final de la filmación a base de fuerza de voluntad. Ya que dormir le
había resultado imposible, pasó toda la noche auto psicoanalizándose. Se levantó
temprano, y tras utilizar todos los trucos de maquillaje disponibles, se vistió y estuvo
lista para la cámara mucho antes de que Trent llamara a su puerta.
Dedicó la energía que le quedaba a mostrarse vivaz mientras la cámara rodaba.
Sonrió, bailó y dio indicaciones a las niñas hasta que pensó que se le iba a caer la
cara. Habló con el equipo e hizo cambios improvisados con total naturalidad. Y
ninguno pareció notar que se estaba muriendo por dentro.
—¡Corten! —exclamó Ronald por última vez, entrando en la zona de rodaje—. ¡Ha
sido magnífico, Melodie! ¡Has estado maravillosa!
Melodie logró sonreír una vez más mientras Ronald la abrazaba y los niños la
rodeaban, entusiasmados. Incluso logró superar las felicitaciones de los padres antes
de excusarse y encaminarse a los camerinos.
Todo había acabado, gracias a Dios. Ahora era problema de los editores pulir el
vídeo y dejarlo en condiciones de ser comercializado.
Agradeciendo estar sola, Melodie apoyó un brazo en el lavabo y utilizó la otra mano
para abrir el agua fría. Se mojó la cara una y otra vez sin importarle las gotas que
cayeron sobre su conjunto. Ya daba lo mismo.
Pero el agua no pudo disolver el recuerdo del rostro de Trent Había tratado de no
mirarlo mientras trabajaba, pero una mirada de vez en cuando había resultado
inevitable. Y en cada ocasión, el anhelo que vio en sus ojos le robó un poco más de
energía.
Una suave llamada a la puerta del baño hizo salir a Melodie de su trance.
—¿Melodie? Soy Bridgette. ¿Puedo pasar?
Melodie quiso gritar que la dejara en paz. Pero se avergonzó de su falta de
afabilidad.
—Sí, adelante.
La puerta se abrió y Bridgette pasó al baño.
—¿Te encuentras bien?
Así que alguien se había fijado. Melodie rió brevemente, sin humor.
—Sí, estoy bien.
Necesitando escapar de la recriminación de su propio reflejo y sintiéndose incapaz
de mirar a Bridgette a los ojos, Melodie se volvió y se sentó en el banco que había
junto a la pared.
—He venido a sumar mis felicitaciones a las de los demás —dijo Bridgette,
sentándose junto a ella—, pero tengo la sensación de que preferirías no volver a
oírlas.
Las dos mujeres salieron de los camerinos y cruzaron el estudio hacia la entrada.
Trent se acercó a ellas.
—¿Estás lista para irte? —preguntó, mirando a Melodie.
Reuniendo los restos de su coraje, Melodie lo miró a los ojos.
—Discúlpame por el repentino cambio de planes, Trent, pero me va a llevar
Bridgette. Te llamaré más tarde para hablar de lo del coche.
Sintió que Trent se alejaba a pesar de que no se movió ni un milímetro. No había
pretendido ofenderlo, pero tal vez los dioses estuvieran dispuestos a perdonarla en
esa ocasión por su falta de tacto. Y también por haber mentido respecto a lo de
llamarlo luego...
Pero, mientras se alejaba con Bridgette hacia el aparcamiento, supo que, aunque
hubiera logrado escapar esa vez, su última confrontación con Trenton aún no había
llegado.
Trent manejó las tijeras podadoras con una energía cercana a la violencia, pero
descubrió que sus sentimientos de rechazo no disminuían como había esperado. El
ejercicio físico duro le había parecido una buena terapia hacía una hora. Pero sólo le
había servido para sentirse agotado y frustrado.
Secándose el sudor de la frente con el antebrazo, fue hasta el banco de piedra que
había bajo el gran roble que daba sombra a un tercio del jardín. Hundiendo la punta
de las tijeras en la blanda hierba, hizo distraídamente un agujero mientras pensaba.
Lo que sucedía, decidió, era que se había permitido salir del camino que se había
trazado. Estaba tan centrado en ello antes de conocer a Melodie que ésta lo tomó por
sorpresa. No era la clase de mujer que creía estar buscando, y lo había pillado con la
guardia baja, distraído.
Lo que debía hacer era reordenar su cabeza y olvidar aquel encaprichamiento que lo
había cegado. ¡Eso era! Sólo había sido un encaprichamiento, y si volvía a su anterior
disciplina, lograría olvidarla en poco tiempo.
Casi se había convencido a sí mismo de entrar en casa, ducharse y buscar el teléfono
de Erin. La llamaría y, con toda seguridad, pasar la tarde con una mujer que era más
de su tipo le ayudaría a aclarar sus ideas.
Entonces, Bridgette apareció como un tornado por una esquina de la casa y la
pequeña burbuja de inspiración de Trenton se rompió.
—Eres el tipo más estúpido, testarudo e irritante que he tenido el privilegio de
echarme a la cara. No puedo creer que estés tan ciego...
Trent no estaba seguro de qué había hecho para ganarse la ira de su hermana, pero
no trató de interrumpirla. Cuando Bridgette se ponía en marcha, era mejor dejar que
acabara. Además, él no se encontraba de humor para tratar de calmarla, por mucho
que la quisiera. Tenía problemas propios y debía encontrar una forma de
solucionarlos.
—¿... me estás escuchando? ¡Te estoy hablando, Trenton!
—No, cariño, me estás echando la bronca. Hay una diferencia.
—Sí, claro. Prácticamente tienes una solicitud por escrito para que las candidatas la
rellenen por triplicado.
Trenton no esperaba que la burla de su hermana lo afectara tanto. Creyó haber
ocultado su reacción hasta que Bridgette fue a sentarse junto a él.
—Lo siento, Trent —dijo, apoyando la cabeza en el hombro de su hermano—. No
quería herir tus sentimientos.
—No importa...
—Sí, sí importa. Me lanzo y digo cosas que no debería... siempre lo he hecho. Tú lo
sabes. Pero te quiero mucho y quiero que seas feliz. Melodie es perfecta para ti. Lo sé.
Y no tengo tiempo para ayudarte a resolver esto antes de que...
La repentina pausa de Bridgette despertó la curiosidad de su hermano.
—¿Qué quieres decir con que no tienes tiempo?
Bridgette retorció las manos en su regazo.
—No te he dicho esto antes porque estábamos muy ocupados con lo del vídeo y
esperaba que las cosas se pusieran en marcha entre tú y Melodie y los niños me han
mantenido tan ocupada...
—¡Vale! ¡Tómate un descanso cada quince palabras, hermanita! Suéltalo ya.
—Glen y yo nos vamos a Chicago a finales de este mes. Ha aceptado un trabajo en
esa empresa de la que te habló.
Trent sintió que se quedaba sin aliento. Nunca había esperado que su hermana
planeara su vida teniéndolo en cuenta, pero no concebía la idea de estar tan lejos de
ella y los niños. Habían formado una parte tan importante de su vida durante tanto
tiempo...
Se contuvo antes de que sus pensamientos lo llevaran demasiado lejos y encontró
una sonrisa en algún lugar de su interior.
—Felicidades, cariño. Aunque sé que tendré que hacer muchos kilómetros para verte,
me alegro mucho por ti, mocosa. En serio —dijo, pasando un brazo por los hombros
de su hermana y besándola en la frente—. ¿Pensáis celebrar la boda aquí o en
Chicago?
Bridgette sonrió y le devolvió el abrazo.
—Gracias. Nos casaremos en Chicago en cuanto estemos instalados. La mayoría de
los parientes de Glen viven en Milwaukee, así que estará más cerca para ellos. Tú
eres todo lo que tengo, y he supuesto que no te importará ir hasta allí.
—Sabes que nada podría impedirlo.
Bridgette dio un sonoro beso en la mejilla a su hermano.
—Bien. Y ahora que hemos terminado conmigo, ¿qué me dices de ti y de Melodie?
—Para eso no tengo respuesta, hermanita.
—No pensarás rendirte sin luchar, ¿no? Ese no sería el Trenton Laroquette que
conozco.
—Yo tendría que decir lo mismo —Trenton se miró las manos—. Creo que ya te he
contado que Bridgette y yo no crecimos juntos, y ella y sus hijos no entraron a formar
parte de mi vida hasta hace unos años —respiró profundamente y mantuvo el aliento
un largo momento. Cuando suspiró, Melodie sintió que el corazón se le encogía.
Apenas pudo oír sus siguientes palabras—. No sé qué voy a hacer sin ellos.
En un momento de lucidez, Melodie comprendió qué era lo que tanto la asustaba de
Trenton. Había utilizado la excusa de que estaba buscando esposa para mantenerse
distante de él. Después se había dicho que ella no era su tipo. Pero ahora sabía.
Ahora comprendía.
Trent era la clase de hombre que sentía. Profundamente. No se ocultaba de sus
emociones como los otros hombres que Melodie había conocido. De pronto, estuvo
segura de que Trent era capaz de entregarse por completo. Tuvo razón cuando lo
acusó mentalmente de ver el matrimonio como veía su trabajo. Pero no llegó a
comprender su propia suposición. Trenton trataría su matrimonio como trataba su
trabajo, en el sentido de que se entregaría a él en cuerpo, alma y corazón, y sería la
clase de marido en el que la mayoría de las mujeres sólo podrían soñar.
Y, como la primera vez, supo que Trent y ella iban a acabar haciendo el amor esa
noche. Lo había estado evitando porque sabía que su atracción por él era innegable.
Sabía que si surgía la oportunidad de estar con él como estaban ahora, hablando
tranquilamente, el final de la velada sería tan predecible como la puesta de sol. Y,
también como la primera vez, no iba a simular que no estaba pasando.
Pero esta vez se aproximaría a la experiencia de forma diferente. La última vez no
sabía que estaba enamorada de él. Ahora sí. Podría conservar aquel momento para
recordarlo en los años venideros como uno de los más especiales de su vida. Tal vez
sería suficiente para ayudarla a seguir adelante cuando Trenton se fuera y siguiera
adelante con su vida.
No se había dado cuenta de lo perdida que estaba en sus pensamientos hasta que oyó
a Trenton diciendo:
—... pero ahora está tranquila y es feliz. Solía preguntarme si eso llegaría a suceder
alguna vez.
Melodie estaba bastante segura de que se refería a Bridgette, de manera que retomó
la conversación desde ese punto.
—Sé que pasó muy malas épocas. Se merece lo que tiene ahora.
Trent asintió.
—Así es —miro a Melodie con una expresión encantadoramente tímida—.
Discúlpame. No pretendía hablar tanto.
—No te disculpes —Melodie lo absolvió fácilmente, pues había estado absorta en sus
propios pensamientos mientras él hablaba—. Me alegro de que hayas podido hablar
conmigo.
Trenton la miró a los ojos un largo momento.
—Yo también. Ojalá no hubiéramos estado tan distantes desde el sábado.
Melodie se ruborizó.
Capítulo 11
Trent alzó una mano y soltó el pasador que sujetaba el pelo de Melodie.
—Me encanta hacer esto —dijo, mientras deslizaba los dedos por los largos
mechones, dejándolos caer sobre los hombros de Melodie como una lluvia de seda
rojiza—. Quitarte las horquillas del moño es casi tan excitante como desvestirte —sus
labios se curvaron—. Pero fíjate en que he dicho «casi».
Melodie sonrió con suavidad y dejó un rastro de delicados besos en la mandíbula de
Trent. Un agradable cosquilleo recorrió su cuerpo, anticipando la situación y tuvo
que contener el aliento cuando él deslizó una mano bajo el borde de su camiseta para
acariciar sus senos.
No era la primera vez que le hacía eso, pero, de algún modo, con Trent todo parecía
nuevo, y hacía resurgir en ella un anhelo que creía profundamente enterrado. El
anhelo de sentirse única, especial, importante. Trent le hacía sentir esas cosas.
Y eso la asustaba. El resurgir de aquellos sentimientos sacaba a la luz sus temores
más profundos, su inseguridad.
Tardó unos segundos en darse cuenta de que se había quedado totalmente quieta.
Trent la miraba con gesto preocupado.
—Trent, yo...
Cuando el teléfono sonó, ambos se quedaron paralizados. Haciendo una irónica
mueca, Melodie descolgó el auricular
—¿Mamá? —respondió, apartándose de los brazos de Trent para sentarse junto a él
en el sofá—. Bueno, lo cierto es que estoy acompañada. ¿Qué querías?
Trenton trató de levantarse y apartarse para que Melodie pudiera hablar con más
intimidad, pero ella lo sujetó por el brazo para impedírselo. El no necesitó nada más
para quedarse a su lado y apoyó una mano en su rodilla.
—¿En el hospital? ¿Cuándo? ¿Se encuentra bien? La sucesión de emociones que
recorrió el rostro de Melodie preocupó a Trent. Primero vio sorpresa, luego
preocupación y finalmente rabia.
—¿Papá lleva tres días en el hospital y me llamas ahora? Sé que odias el contestador,
mamá, ¿pero no crees que por esta vez deberías haberte esforzado un poco? —
Melodie se puso repentinamente pálida, pero se ruborizó de inmediato—. No voy a
disculparme por no estar en caso de que llames. Tengo un trabajo y una vida social
que atender.
La espalda de Melodie se tensó y Trenton sintió cómo se ponía a la defensiva
—Lo siento, madre, pero no puedo... Trenton no distinguió las palabras, pero
percibió que la madre de Melodie había subido el tono.
—Escúchame, madre. Te llevaría al cementerio y luego al hospital, pero no tengo
coche...
Trent llamó la atención de Melodie y dijo en voz baja:
—Yo te llevo.
Ella negó enfáticamente con la cabeza, pero él asintió con el mismo énfasis. Melodie
cubrió el auricular con la mano y susurró:
—Vive en Buda. Eso está demasiado lejos. —No está tan lejos —contestó Trent—. Por
favor, Melodie, déjame ayudarte.
Suspirando con resignación, Melodie apartó la mano del teléfono.
—Espera, mamá. Tengo un amigo al que no le importaría... —cerró los ojos—. Madre,
¿puedes esperar un momento? No es que no quiera llevarte... no... madre... ¡madre!
—Melodie respiró profundamente antes de continuar—. Si quieres esperar a tía Janie,
adelante. Te estoy diciendo que un amigo me ha ofrecido su ayuda. Podemos ir a
recogerte ahora mismo. Depende de ti.
Finalmente, Melodie colgó el teléfono.
—¿Está bien tu padre, Melodie?
La suave pregunta de Trent sacó a Melodie de su ensimismamiento.
—Ha ido al hospital a que le hagan algunas pruebas de corazón. Por lo visto, el otro
día se desmayó y mi madre se asustó mucho.
—Lo imagino.
—Está en el hospital South Austin, pero tenemos que ir a Buda a recoger a mi madre.
—Eso no es problema.
—De verdad te agradezco esto...
Trenton se levantó y tiró de la mano de Melodie para que hiciera lo mismo.
—Cálzate y vámonos.
Melodie se sentía acongojada. Su madre era la única persona del mundo que podía
hacerle eso en menos de tres minutos.
Se puso rápidamente un sujetador y una amplia camisa de algodón, metiéndola en la
cintura de los pantalones cortos sin pensar. Era posible que, para demostrar su
liberación, las mujeres hubieran quemado sus sujetadores en Nueva York, pero no lo
habían hecho en las calles de Buda, Tejas.
Se sujetó rápidamente el pelo en una cola de caballo y, tras ponerse unas sandalias,
estuvo lista.
Trent estaba echando una mirada a su colección de discos compactos mientras
esperaba. Se volvió al oír a Melodie y la miró con gesto apreciativo.
—¿Estás seguro de querer hacer esto? —preguntó ella mientras buscaba las llaves en
su bolso.
—Es un poco tarde para preguntar, ¿no te parece?
Melodie siguió a Trenton fuera de la casa y luego se volvió para cerrar.
—Probablemente, pero las reglas dicen que hay que hacer al menos una pregunta
retórica en toda situación embarazosa.
—He vivido en Austin toda mi vida, Melodie. Buda no es Shangrila, oculto entre
brumas a los ojos de los curiosos.
—Eso seguro —murmuró ella, y abrió la puerta del coche cuando se detuvieron.
Condujo a Trenton por las escaleras que llevaban a la pequeña casa. Trent notó
distraídamente que el patio estaba bien conservado, y que, a pesar del incesante e
intenso sol del verano, las flores parecían bastante frescas. El porche estaba muy
limpió y el columpio parecía en buen estado. Melodie llamó dos veces antes de
entrar.
—Madre, ya hemos llegado —dijo en voz alta, mirando por encima del hombro y
haciéndole un gesto a Trenton para que pasara.
La puerta principal daba directamente al cuarto de estar. Pasaron tras el sofá hasta
una cocina comedor. Hacia la derecha salía un pasillo y Trent supuso que daría a
unas habitaciones tan ordenadas y limpias como el resto de la casa.
La cocina estaba vacía, como Melodie esperaba. Volvieron al cuarto de estar y le dijo
a Trenton que se sentara en el sofá mientras ella buscaba a su madre.
Trenton tuvo tiempo de sobra para curiosear. En una de las paredes había fotos de
Melodie y su hermano, desde la infancia hasta los años del colegio y la graduación.
A pesar de las fotos de Melodie incluidas en la pared, la habitación era un evidente
homenaje a su hermano. Una gran foto de éste vestido de marine ocupaba el centro.
Sobre la televisión había otra, junto a una caja de madera en la que se hallaban
cuidadosamente alineadas sus medallas. En una vitrina había una bandera doblada
en el tradicional triángulo, con un ramo de flores de tela a un lado.
Trenton miró a su alrededor. No había fotos de Melodie posteriores a su graduación.
Unas voces femeninas le hicieron volverse. Adoptó su sonrisa más profesional y
avanzó con la mano extendida.
—¿Señora Allford? Soy Trenton Laroquette. Me alegro de conocerla.
Trenton no estaba seguro de qué esperaba, pero la señora Allford lo sorprendió. Era
delgada, como Melodie, pero bastante más pequeña. Su pelo estaba totalmente cano,
y lo llevaba sujeto en un moño. Vestía un traje de chaqueta pantalón que le sentaba
muy bien. Sus perlas parecían reales y su bolso blanco era de auténtico cuero.
—Yo también me alegro de conocerlo, señor Laroquette —dijo la señora Allford,
estrechando la mano de Trenton—. Veo que ha estado mirando las fotos de nuestro
hijo. Perdimos a Nathan hace seis años... supongo que ya lo sabe.
Trenton miró un momento a Melodie antes de contestar.
—Melodie lo mencionó, sí. Acepte mi pésame.
—Fue una tragedia —la señora Allford caminó hasta la vitrina en la que estaba la
bandera y tomó las flores de tela—. Bueno —dijo, colocándose el bolso debajo del
brazo—. Será mejor que nos pongamos en marcha.
Como un general conduciendo sus tropas, encabezó la marcha hacia la puerta,
apartándose luego para dejar pasar a Melodie y a Trent antes de cerrarla. Después se
encaminó hacia el coche de Trenton como si éste la hubiera llevado cientos de veces.
—Para colmo —continuó—, salí testaruda y rebelde. He sabido toda mi vida que mis
padres habrían sido más felices si yo no hubiera nacido. Darían uno ojo porque fuera
yo la que estuviera en esa tumba en lugar de Nathan.
—¡Melodie! Yo no he visto nada que indicara eso.
—No, claro que no. No suelen anunciarlo por altavoces. Pero yo lo sé.
—¿De verdad crees...?
—Trenton, aprecio lo que tratas de hacer, pero la clase de relación que tengo con mis
padres ya está establecida. No hago nada como ellos quisieran que lo hiciera, y,
probablemente, nunca lo haré. La tensión de mi madre sube hasta el techo cada vez
que pasa demasiado tiempo conmigo, y mi padre siempre me ha mirado con
extrañeza.
—Pero tú los quieres...
—Claro que los quiero. Son mis padres. Pero eso no significa que tengamos que
llevarnos bien.
Trent dejó su té en la mesa, se levantó y se acercó a Melodie, alargando las manos.
Ella lo miró, confundida.
—Ven aquí.
—Trent...
—Calla y ven.
Melodie apoyó las manos en las de él y dejó que tirara de ella. Se situó entre sus
brazos con el cuerpo tenso, luchando contra el avasallador impulso de aferrarse a él y
no soltarlo nunca.
Trent la rodeó con sus brazos, deslizando las manos por su espalda en una suave y
lenta caricia. Melodie no supo cuánto tiempo estuvieron así, pero, finalmente, se
relajó.
—Sólo porque creas que tus padres no te quieren no significa que nadie te pueda
querer. Opino que tú y tus padres estáis encerrados en unos patrones de
comportamiento que hace la comunicación entre vosotros muy difícil. Pero creo que
te quieren. Lo que sucede es que no podéis expresaros mutuamente vuestro amor.
—Gracias, doctor Freud.
—No sé si mi análisis es Freudiano o no. No me licencié en psicología. Pero siento
mucho... cariño por ti, y me preocupo, y quiero ayudarte.
Melodie se apartó de los brazos de Trent y se ocupó recogiendo los vasos y
llevándolos a la cocina. Utilizó aquellos preciosos segundos para reunir el coraje
necesario para volverse hacia él.
—Gracias por preocuparte, Trent —se obligó a mirarlo a los ojos. En el fondo de su
corazón, sabía que cuando se fuera esa noche no volvería a verlo. Pero se sentía
demasiado vulnerable como para dejarlo ir ya. Tal vez tuviera que pagar doble
luego, pero quería una última vez con Trent.
Volvió a refugiarse entre sus brazos y apoyó la cabeza sobre su hombro. —Melodie...
—Por favor —rogó ella—, no hables. Sólo abrázame. Trenton hizo lo que le pedía.
Respondió cuando Melodie alzó el rostro para que la besara. Respondió cuando
pidió más.
Cuando, unos minutos después, Trenton la apartó de sí, ella se sintió aturdida... y
dolida.
—¿Qué he hecho mal? —preguntó con voz estrangulada—. ¿No me deseas?
Él deslizó un dedo por su mejilla, mirándola con ojos ardientes.
—Más que a nada en el mundo. Pero quiero que tú me desees a «mí», Melodie, no
sólo un cuerpo que te haga olvidar tu dolor. —Pero yo te...
Trenton apoyó un dedo sobre sus labios para hacerle callar.
—Quiero ser tu amante, Melodie. Y mucho más. Pero no estás preparada. Cuando lo
estés, aquí me tendrás.
Melodie se quedó paralizada mientras Trenton la besaba en la frente, se volvía, y se
iba. Cuando pudo moverse, tomó un almohadón del sofá y lo arrojó contra la puerta.
¿Cómo se atrevía? ¿Cómo se atrevía a psicoanalizarla, consolarla, besarla y luego
irse?
¿Y qué había querido decir con que no estaba preparada?, se preguntó mientras
entraba furiosa en su habitación, quitándose la camisa a la vez que andaba.
Su rabia creció tras ponerse el pijama y tumbarse en la cama.
¿Cómo se atrevía a ser tan... tan...?
Razonable.
Golpeo la almohada con el puño. De acuerdo, ella había querido olvidar su dolor
durante unos minutos, pero eso no era todo lo que quería de él. Estaba enamorada de
él, a pesar de que no pudiera hacérselo saber. Tanto como buscaba consuelo, deseaba
pasar con él cada minuto mientras tuviera oportunidad de hacerlo. Antes de que
fuera demasiado tarde.
Se irguió, aferrando la almohada contra su estómago.
¿Qué había querido decir con eso de «quiero ser tu amante, Melodie. Y mucho
más...»?
Y mucho más...
Apartó a un lado aquel pensamiento. Trenton podía haber querido decir un montón
de cosas con eso. Lo último que necesitaba era alimentar esperanzas para luego
verlas frustradas.
Pero Trenton tenía razón en una cosa. Ella y sus padres, sobre todo su madre,
estaban encerrados en unos patrones de comportamiento que los mantenían
incomunicados. Y nada cambiaría hasta que alguno diera el primer paso hacia la
comunicación.
Tal vez sólo se debió al cansancio, pero no trató de luchar contra la vocecita interior
que le decía que descolgara el teléfono. Era posible que aquello no sirviera de nada,
pero debía intentarlo.
Marcó el número.
—¿Mamá? Soy Melodie... no, no sucede nada malo... Sólo quería saber cómo
estabas... no... no... Madre, por favor, escúchame un segundo. Lo único que quería
era llamarte para decirte que... que yo... te quiero. Y me preguntaba si podríamos
comer juntas o algo... ¿qué?... sí, el próximo fin de semana está bien.
Capítulo 12
Melodie estaba ante la puerta de la casa de Trenton, intentando controlar el temblor
de sus rodillas. Casi había anochecido y había encontrado la verja de la casa abierta,
de manera que supuso que Trent habría regresado ya de su despacho. Si no estaba,
esperaría hasta que llegara. Hacía una semana que no lo veía, y no pensaba irse hasta
que lo hiciera. Podía haberlo llamado por teléfono, pero lo cierto era que no tuvo
valor para hacerlo. Había reunido todo su valor para utilizarlo de una sola vez. No
podía malgastarlo por teléfono.
Oyó el ruido del pomo al girar y hizo acopio de toda su valentía.
—¡Melodie!
—Escucha, amigo —Melodie se puso al ataque, avanzando mientras golpeaba
intermitentemente el pecho de Trenton con un dedo. Él se retiraba mientras ella
avanzaba, y fue ella quién cerró la puerta con el talón—. La semana pasada me
dejaste excitada y sola, y he venido a cobrar los intereses.
Casi sonrió al ver cómo cambiaba la expresión de Trenton de la sorpresa a la
confusión, de ésta a la comprensión... y de vuelta a la sorpresa. Luego, una malvada
sonrisa que trató de ocultar de inmediato curvó sus labios.
—¿Ah, sí?
—Sí. Por tu culpa he visto a mi madre dos veces y he tenido una larga charla en el
hospital con mi padre. Ha sido una semana de cuidado.
Trent estuvo a punto de perder el control de su sonrisa.
—¿Ah, sí?
—Sí. Y todo por tu culpa. Y ahora vas a pagar.
Melodie se detuvo de repente, perdiendo por un momento el valor mientras miraba a
su alrededor con gesto indeciso.
—No tendrás a los niños esta noche, ¿no?
Trent frunció el ceño con suspicacia.
—No, están con su madre, como es habitual. Últimamente estaban mucho conmigo
debido al proyecto del vídeo, que tenía muy ocupada a Bridgette.
—Oh —con un profundo suspiro, Melodie recuperó el control de la situación—.
Estupendo —añadió y siguió avanzando a la vez que se soltaba el pelo y lo dejaba
caer en torno a sus hombros.
Ya había notado que Trenton iba retirándose estratégicamente hacia su dormitorio,
aunque simuló no darse cuenta.
—Supongo que estoy metido en un buen lío —dijo él, desabrochándose las mangas
de la camisa.
—En el más grande —aseguró Melodie, soltándose el cinturón y tirando de él—. No
se deja a una dama en esas condiciones. Es de mala educación.
—En ese caso, supongo que tendré que hacer algo para compensarte —dijo Trenton,
quitándose sus zapatos mientras continuaba con su retirada.
Los zapatos de Melodie quedaron a un paso de los de él.
—Y si no lo consigues la primera vez, tendrás que seguir y seguir y seguir hasta que
yo lo decida.
—Oh, no —susurró Trenton, horrorizado. Se detuvo cuando sus piernas golpearon la
cama y Melodie siguió avanzando hasta que se pegó totalmente a él—. Eso podría
llevarnos toda la noche. Ella sonrió. Se abrazaron y el juego dio paso inmediato a la
pasión.
La fuerza de la excitación hizo que sus besos fueran cada vez más profundos, y sus
manos temblaran con el latido de sus corazones.
Melodie se transformó en el centro del mundo de Trenton, y su cuerpo, lo único que
existía. Prometió amarla hasta que estuviera saciada, y más aún, hasta que no
hubiera lugar para la duda.
Y ella le devolvió tanto como recibió. Tomó el control antes de que Trenton hubiera
tenido tiempo de recuperarse y deposito su amor sobre él como si fuera una ola
acariciando la playa.
La noche contempló su danza.
Y cantó cuando quedaron dormidos.
La mañana llegó, como todas las mañanas. Pero esa vez no hubo tensión, ni
confusión. Sólo una renovación de los acontecimientos de la noche anterior, pero
incluyendo en esa ocasión risas, juegos y bromas.
—Así que tus padres y tú habéis hablado, ¿no? —preguntó Trenton, besando la
frente de Melodie cuando finalmente se separaron.
—Sí. No es que todo se haya arreglado, pero al menos es un comienzo.
—Me alegro.
—Yo también. Nunca pensé... quiero decir que durante mucho tiempo esperé que las
cosas mejoraran, pero ya casi había perdido la esperanza.
Tras un momento de silencio, Melodie besó a Trent en la barbilla y murmuró:
—Nunca hemos dicho las palabras.
Trent frunció el ceño.
—¿Qué palabras son ésas?
Melodie lo golpeó con cuidado en el estómago.
Trent dio un exagerado gruñido y se retorció, colocando a Melodie bajo su cuerpo y
cubriéndola por completo.
—¿Te refieres a estas palabras? —preguntó, utilizando besos como puntuación—.
Te... quiero... Melodie Allford. Más que nada de lo que haya amado o vaya a amar
nunca.
Ella sonrió.
Y esperó.
La expresión de Trenton se volvió burlonamente seria.
—Es tu turno —dijo.
—Te quiero, Trent. Te quiero, te quiero, te quiero.
—¿Entonces te casarás conmigo?
—Ohh, no lo sé. Si lo hago, puede que vuelvas a ponerte pesado conmigo.
—¿Cuándo me he puesto yo pesado? —preguntó Trent, sentándose en el borde de la
cama—. No soy pesado.
Melodie se volvió y apoyó la cabeza en el muslo de Trenton.
—Oh, no lo sé. Recuerdo esa ocasión en que cierta pelirroja con una camiseta
desteñida y unos leggins llenos de cerditos te desanimó bastante.
—No me desanimó, simplemente me sorprendió.
—Uh uh. ¿Y qué lugar ocupaba en tu lista? Vamos, sé sincero.
—Nunca estuviste en mi lista —contestó Trent con sinceridad.
—¿Lo ves? Te lo había dicho.
Trenton volvió a tumbar a Melodie de espaldas y se cernió sobre ella.
—No estás en ninguna lista porque eres única.
Al parecer, Melodie no había ocultado su preocupación también como creía, pues la
expresión se volvió repentinamente seria.
—¿Qué sucede, corazón? De pronto siento como si sólo estuvieras a medias aquí.
Melodie gruñó, disgustada y se irguió para sentarse contra el cabecero de la cama.
—Vamos a dejar algo claro ahora mismo. No tienes derecho a leerme como si fuera
un libro abierto, ¿comprendido?
Trenton rió con suavidad y deslizó un dedo por la suave curva de la mandíbula de
Melodie.
—Lo intentaré. Pero ya que estoy castigado en la caseta del perro esta mañana, ¿te
importaría explicarme qué es lo que te ha preocupado tan de repente?
Melodie bajó la vista.
—No sé si podré ser una buena esposa, Trent.
—¿Qué? Melodie, eso es...
—Por favor, no digas «una tontería». Hablo en serio. No sé si puedo encajar en tu
mundo.
—¿Mi mundo? —preguntó Trent, desconcertado.
Melodie suspiró.
—Trent, no sé distinguir un cuchillo de paté de otro de mantequilla. Puedo ser
anfitriona de una cena con pizzas, pero no con siete platos.
Cuando Trent volvió a reír, Melodie sintió que se ruborizaba desde la punta de los
pies a la cabeza.
—Puede que esto te sorprenda —dijo él, apoyándose sobre un codo junto a ella—,
pero en realidad no me relaciono con la élite social de Austin.
—¿En serio? ¿Entonces quién era el hombre vestido de esmoquin que fue a aquella
gala benéfica? La gente normal no va a ese tipo de celebraciones.
—¿Yeso qué tiene que ver con nada? Fui en representación del bufete.
—Del que eres dueño en gran parte.
Trent se sentó y miró a Melodie con una mezcla de confusión y frustración.
—¿Qué quieres decir? Sí, mi bufete está relacionado con algunas causas filantrópicas.
¿Qué tiene eso que ver con nosotros?
Los ojos de Melodie se llenaron de lágrimas.
—¿No te das cuenta? Tú y yo pertenecemos a mundos diferentes. No puedo
mezclarme con la clase de gente con la que te relacionas.
Trent acarició la mejilla de Melodie.
—Esto te preocupa de verdad, ¿no? No puedo creerlo.
—Por supuesto que estoy preocupada. ¿Qué harás la primera vez que necesites que
aparezca de tu brazo en algún acontecimiento especial y no pueda hacerlo porque
tenga una actuación?
—Iré solo.
Melodie se sorbió la nariz y alargó una mano para tomar un pañuelo de papel de la
mesilla de noche.
—Eso dices ahora, pero cuando suceda de verdad te enfadarás conmigo por no
ponerte en primer lugar.
Trent la miró un largo momento antes de suspirar.
—Así que de eso es de lo que de verdad se trata. Crees que quiero cambiarte.
—Puede que aún no. De momento soy una diversión interesante. Pero cuando
empiece a interponerme con tu carrera, las cosas serán diferentes.
Dando un suspiro aún más profundo, Trent tomó a Melodie en sus brazos antes, de
volver a tumbarse con ella en la cama.
—Déjame explicarte algo —dijo, y la besó en la sien—. Quiero que escuches porque
no voy a dejar que esto te líe. No empecé siendo rico. Gané dinero haciendo las cosas
a mi manera y desafiando a las personas que decían que no podría lograrlo. A estas
alturas no estoy dispuesto a bailar al son que me marquen otras personas.
—Pero...
—Nada de peros. Te quiero y quiero que seas mi esposa. Adoro tu sentido del humor
y tu independencia, y la forma en que me vuelves loco en la cama. La lista es
interminable. Y en ningún lugar de esa lista se dice que quiera cambiarte.
Melodie sintió un inmenso alivio, pero aún tenía algunas dudas.
—¿Así que me querrás aunque accidentalmente utilice una cuchara de sopa para
remover mi té?
—Será duro, pero incluso entonces.
—¿Incluso si no visto de blanco en nuestra boda?
Melodie esperó, conteniendo el aliento.
—Especialmente entonces...
Trenton caminaba de un lado a otro del vestíbulo de la iglesia, con la cola del
esmoquin color gris perla que vestía moviéndose cada vez que daba un giro. Su
mejor amigo desde la época del colegio permanecía relajado, apoyado contra la
pared de mármol. Glen estaba a su lado, y Trenton quería estrangularlos mientras lo
miraban.
En cualquier momento se dirigirían al altar a esperar a la novia y a sus
acompañantes. Y a esperar. Y a esperar.
Trenton se preguntó si sería algo tan raro que un novio se desmayara.
Las mujeres lo hacían a propósito, decidió. Aquello era una especie de test, un rito de
iniciación. ¡Pues no estaba dispuesto a pasar por él! ¡Iba a...!
Caminar hacia el altar y a esperar como un buen chico.
Dios santo, ¿qué iba a hacerle Melodie? Ella y Bridgette habían gorjeado como
colegialas mientras planeaban y organizaban. Oh, y claro que lo llamaban cuando lo
necesitaban. «Ponte ahí, Trent. Siéntate ahí, Trent. Paga esto, Trent. Encarga lo otro,
Trent. No olvides los regalos para los padrinos, Trent».
No le habían dado más crédito que a un niño de diez años...
El y sus dos acompañantes entraron en la iglesia a la hora señalada, y Trenton
permaneció allí de pie, con una perpetua sonrisa en los labios mientras su cabeza no
paraba de dar vueltas.
Melodie estaba disfrutando con aquello. Lo sabía. Había planeado desde el principio
tenerlo allí esperando, preguntándose si aparecería en la entrada de la iglesia con
algún insólito vestido de novia verde y rojo desteñido. Al menos, si pensaba ponerse
algo así, podía haberle dejado llevar a él vaqueros y chancletas para ir a juego. Pero
no, claro, tenía que ser él el que pareciera un mastuerzo.
Lo único que le relajó un poco fue ver a Amber caminando por el pasillo con un
vestido violeta mientras arrojaba a su paso pétalos de rosa de una cesta como el ángel
que era.
Joey parecía un hombrecito en miniatura con su esmoquin. Llevaba la almohadilla
con los anillos como si fuera a morderlo.
Después apareció Bridgette, sonriendo alegremente mientras entraba tras los niños. Y
luego la mejor amiga de Melodie, Serena.
Trenton contempló el umbral vacío, sintiendo que su frente se cubría de sudor. Y
entonces...
La vio. Y el tiempo se detuvo. Al menos, el corazón de Trenton lo hizo.
Dios era su testigo de que nunca en su vida había visto nada más increíblemente
hermoso y arrebatador que la visión que entró en la iglesia junto a su padre,
poniendo en marcha tras ella la larga cola de su vestido de satén color marfil.
Mientras caminaba lentamente hacia él, mirándolo a los ojos, Trenton reprimió una
vocecita en su mente que decía, «Tú espera. El día aún no ha terminado».
A lo largo de la ceremonia no pudo apartar la mirada de la creación que estaba
aceptando ser su esposa en la riqueza y en la pobreza, para lo mejor y para lo peor...
Era demasiado hermosa. Se merecía a alguien mejor que él. Se merecía un príncipe en
un caballo blanco y un castillo y cisnes en un lago... Pero le estaba sonriendo a él,
diciendo: —Sí, quiero —ruborizándose mientras le ponía el anillo.
Y unos segundos después tiraba de él por el pasillo, riendo su dulce risa, y ya era
demasiado tarde. Estaban casados.
Trenton no recordaba que hubieran sacado fotos. Debieron hacerlo, porque de pronto
se vio con un trozo de tarta en la boca. Melodie volvía a reír.
Arrojó el ramo de flores y todo el mundo aplaudió.
Y la voz volvió.
Mientras Trenton deslizaba los metros de satén marfil hacia lo alto de la pierna
igualmente satinada de Melodie, oyó risas a su alrededor, pero sonaron como si
estuviera repentinamente metido en un pozo. Y entonces lo vio. Y algo se liberó en su
interior y rompió a reír. Y rió. Y rió.
Interrumpió su tarea el tiempo suficiente para atraer a Melodie hacia sí y besarla
apasionadamente. Luego volvió a agacharse y retiró el delicado ligero de encaje color
azul desteñido que Melodie llevaba por encima de la rodilla.
Estaba seguro de que Glen lo atrapó en el aire.
Fin.