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LA VIGENCIA DE LA TERCERA POSICIÓN

abril 24, 2018 Andrés F. Berazategui Artículos 5 comentarios

Una defensa de las particularidades nacionales ante el auge de los ideales cosmopolitas.

Introducción

En este trabajo abordaremos un concepto ligado a la historia política de la Argentina.


Concretamente el que enunciara por primera vez el General Perón en el año 1947: la Tercera
Posición. Durante aquella época, en la segunda posguerra mundial, el mundo estaba marcado por
el enfrentamiento Este-Oeste que polarizaba el sistema internacional en dos bloques antagónicos
que se disputaban la hegemonía de los asuntos internacionales. Esta hegemonía se buscaba a
través de una típica proyección de las políticas de poder que llevaban a cabo dos potencias, los
Estados Unidos y la Unión Soviética.

Lo que intentaremos es responder a la pregunta de si la Tercera Posición, como concepto político,


puede tener validez en la actualidad. Es decir, si la Unión Soviética con su caída dio por finalizado
el mundo bipolar y con ello la confrontación dialéctica derecha-izquierda o capitalismo-
comunismo, ¿sigue teniendo vigencia la Tercera Posición? Pero incluso algo más importante: en
caso de que esa pregunta tenga una repuesta afirmativa, ¿tiene alguna importancia si así fuera?

Durante la bipolaridad los Estados Unidos se presentaban a sí mismos como los abanderados del
denominado “mundo libre” y su proyección ideológico-política encarnaba la promoción de la
democracia liberal, la economía de libre mercado y la defensa de las libertades individuales como
principio y fin de un nuevo orden internacional. Este país polarizaba a buena parte de los Estados
occidentales, y a través del Plan Marshall ayudó a reconstruir el viejo continente durante la
segunda mitad de los años cuarenta dentro del planteo de que Europa occidental era el primer
cinturón de su seguridad nacional.

Por su parte la Unión Soviética se presentaba como la vanguardia de la lucha revolucionaria del
proletariado internacional contra el capitalismo. A pesar de funcionar como un auténtico Estado
—con todos los atributos de poder que posee tal tipo actor, como el territorio, fuerzas militares,
población, etc.— exportaba ideológicamente la doctrina marxista que movilizaba voluntades
desde una perspectiva ideológica clasista (y por ende no propiamente estatal) hacia el interior de
las sociedades, en particular las de los países en vías de desarrollo.

Es en este contexto que, en Argentina, país de la periferia de Occidente, el General Perón lanza
como alternativa la Tercera Posición con el objeto de evitar entrar en esa polarización. El supuesto
básico en que se fundamentaba tal idea era que no había una necesidad estratégica que obligara a
enrolarse de modo fatalista en uno u otro lado de la contienda. Por el contrario, era posible tener
una política exterior independiente al margen de la dialéctica capitalismo-comunismo generando
márgenes de maniobra soberana respecto de ambos bloques.
Para el entonces Presidente argentino la postura tercerista no tenía sólo una definición por la
negativa —el no aceptar uno u otro bloque— sino también una definición por la positiva,
presentando una fundamentación conceptual de la Tercera Posición como propuesta. Esto es lo
que se desarrollará a través de la revisión del pensamiento de Juan Domingo Perón en distintos
escritos, conferencias, libros, etc.

El orden internacional post caída del muro de Berlín nos presenta un escenario muy distinto de
aquel de la segunda posguerra mundial y aun de la Guerra Fría en general. Este último período lo
podemos ubicar entre 1945 y 1989 y, como se dijo, se vio marcado por el enfrentamiento Este-
Oeste, mientras que el actual orden, ya sin la URSS, lo podemos ubicar comenzando en 1991
cuando los EEUU emergieron como la única superpotencia global.

En este trabajo expondremos cómo razonaba Juan Perón las expresiones derecha e izquierda. Para
eso rastrearemos los fundamentos ideológicos con los que identificaba conceptualmente ambos
términos e intentaremos rastrear el modo diverso en que encarnaron en sendos bloques políticos
durante la bipolaridad. Luego, para saber si esos conceptos siguen vigentes, deberemos poder
ubicarlos en la actualidad tratándolos de identificar de manera precisa a nivel teórico.

Sin embargo no basta con definir y ubicar lo que debe entenderse por derecha e izquierda.
También es preciso saber si el propio concepto de Tercera Posición tiene un núcleo duro
identificable y empíricamente realizable en el orden político que sirva como alternativa ideológica
práctica y operativa. Para eso la relectura de ciertos textos de Juan Perón se nos presentan como
el sostén inexcusable para una eventual clarificación doctrinal.

En síntesis: intentaremos dilucidar si en el contexto de la actual globalización existe


un continuum ideológico que contraponga la díada derecha-izquierda por lo que deberemos ubicar
qué es lo que tales términos tienen característico dentro de la historia de las ideas, al menos según
Juan Perón. En un segundo momento deberemos ubicar lo constante a nivel doctrinal en el
término Tercera Posición y eventualmente poder discernir si puede seguir contraponiéndose
válidamente frente a aquella díada, teniendo en cuenta que Perón sostenía que los términos
derecha e izquierda, no obstante sus diferencias, comparten una misma raíz en cuanto al
materialismo y al extremismo reduccionista.

El objetivo de este trabajo es rescatar un concepto político que sirve para orientar la política
exterior de los Estados. La Tercera Posición, en efecto, es útil para identificar ciertos factores de
poder que adversan al interés nacional y ofrece un marco conceptual que genera alternativas
posibles y prácticas en las opciones de política exterior, identificando amenazas y proponiendo
decisiones viables tanto en lo doméstico como en lo internacional. Y esto sea que esas amenazas
se presenten como proyecciones de poder de otros Estados o por actores no estatales. Partiremos
del presupuesto de que la política internacional se moviliza principalmente por intereses
nacionales (a veces en coincidencia con intereses globales o trasnacionales) y no por opciones
ideológicas reduccionistas. Afirmamos que la política internacional es la consecuencia de
relaciones de poder y no de expectativas morales.
Por todos estos motivos, sostenemos que el concepto estudiado sirve en materia de política
exterior, ya que orienta los esfuerzos estatales en el sentido de incrementar el poder nacional
enfocándose la mirada en la constitución agonal de las relaciones internacionales. La política
esencialmente conlleva conflicto de intereses y es por eso que, siguiendo a Carl Schmitt (2006), se
puede y se debe ubicar en primer lugar al “enemigo” a la hora de vertebrar la propia ubicación. El
reconocimiento y ubicación de la enemistad es el factor primero a tener en cuenta a la hora de
trazar las propias metas. Esa distinción es la que le da explicación a la política y al ejercicio de
poder, y es el fundamento del cual dependen las ulteriores decisiones en el ámbito público. La
Tercera Posición viene en ayuda del esfuerzo de distinguir al Enemigo.

En resumen, este trabajo está orientado a i) evaluar la vigencia del concepto Tercera Posición para
una mayor comprensión de “lo político”, tanto a nivel doméstico como a nivel internacional, en el
actual contexto de la globalización; ii) explorar el contenido doctrinario de la Tercera Posición
profundizando el conocimiento de las fuentes discursivas enunciadas por Juan Perón; iii) detectar
los elementos teóricos que los defensores de la democracia liberal y el libre mercado han
actualizado teniendo en cuenta el proceso de la globalización y, por último, iv) identificar la
ubicación ideológica de los denominados “nuevos actores sociales” dentro del arco de ideas que
se da con posterioridad a la Guerra Fría.

Hacia una comprensión de los términos derecha e izquierda

Cuando Perón enuncia la Tercera Posición sostiene que este concepto nace como alternativa
enfrentada a otras dos, de allí que su propuesta sea denominada “tercera”. No obstante, también
realizó la distinción a partir de una identificación de esas dos coordenadas ideológicas a partir de
los términos derecha e izquierda, términos que recibieron múltiples definiciones en la Ciencia
Política a lo largo del siglo XX.

Ahora bien, más allá de las múltiples definiciones, quedaba en claro, al menos durante el
transcurso de la bipolaridad (y aún en el período de entre guerras), que tanto la derecha como la
izquierda tenían su ubicación en sendos bloques de poder: la derecha estaba caracterizada por el
capitalismo y la democracia liberal, y la izquierda por la Unión Soviética y el marxismo leninismo.
Ante esta situación, y teniendo en cuenta que la Tercera Posición nace precisamente como un
intento de alternativa alejado de la confrontación bipolar, es que Perón enuncia una idea con sus
propias fuentes teóricas, como veremos en el transcurso del trabajo.

Pero comencemos por distinguir los fundamentos ideológicos de ambas posiciones antes de entrar
a la propuesta peronista, puesto que la Tercera Posición posee su propia ladera crítica y
propositiva con respecto a ambas. Esos fundamentos debemos conocerlos claramente para
comprender mejor el porqué de una opción alejada de ellas.

1.1 El liberalismo
Por el lado del liberalismo, podemos encontrar su nacimiento como una respuesta al absolutismo
de los monarcas europeos de los siglos XVII y XVIII, y originado durante el período de la Ilustración.
Ideas nacidas al calor del ascenso de la burguesía que pretendía ampliar su participación en el
ámbito político, y con el objeto de lograr la mayor libertad de acción posible en materia de
comercio, éstas se basaban en una visión que ponía a la razón en el centro de la vida del hombre.
Partiendo de su supremacía absoluta a la hora de lograr inteligir la realidad, se desechaban otros
tipos de acceso al conocimiento como la autoridad y la tradición.

El ser humano, apelando a su libertad individual y guiado por la “luz” de la razón, lograba acceder
a las leyes de la naturaleza por sus propios medios reflexivos, lo que le permitía una autonomía
verdadera en el uso de su voluntad y el ejercicio pleno de su libertad. El hombre, sostenían los
racionalistas, no necesita de otra autoridad o institución exterior para penetrar en los misterios de
la naturaleza y el universo. Bastaba con hacer caso a la consigna de Kant —uno de los principales
referentes de la Ilustración— de sapere aude[1] (atrévete a saber) para lograr un conocimiento real
pero sobre todo útil de la realidad.

De esta visión de un individuo autónomo capaz de conocer leyes universales sólo apelando a su
razón, se derivarían como consecuencia una serie de postulados prácticos aplicables a la vida
social una vez llegada la burguesía al poder político. Así se establecería el concepto de ciudadano
por el de súbdito, de república (democracia luego) por sobre el de monarquía, el de economía
libre por sobre la centralizada. Tanto en lo político como en lo económico se descansaba sobre un
presupuesto: el hombre libre apelando a su interés podía, merced al conocimiento racional,
operar en el mundo teniendo cualquier factor exterior como contingente.

Así, las instituciones colectivas estarían subordinadas en orden a su propio desempeño y


autonomía dándoles el individuo legitimidad en tanto y en cuanto sirvieran al interés personal. El
Estado, por ejemplo, para los liberales nacía de un contrato voluntario, creado con el sólo objeto
de resguardar sus fines en materia de vida, seguridad y propiedad, alejándose así de un hipotético
estado de naturaleza. Toda estructura externa al hombre no debía impedir el libre desempeño en
la búsqueda de sus objetivos, que podía el individuo lograr por sí mismo si no se le impedía
obtener perfecta información. En este caso, racionalmente tomaría la mejor decisión entre todas,
maximizando así su beneficio. Para Rawls, en su obra Liberalismo político, el funcionamiento de los
sistemas políticos se basa en el principio de cooperación siempre y cuando

haya reglas públicamente reconocidas (…) cada participante puede aceptar (el funcionamiento de
ese sistema) razonablemente, siempre y cuando todos los demás también lo acepten, (y una) idea
de ventaja o bien racional (1993, 40).

En lo político nació la democracia liberal. Un sistema donde todos los individuos son tomados
como iguales y libres a la hora del ejercicio de sus derechos políticos y civiles. Para el liberalismo
no debía existir el súbdito sino el ciudadano: un hombre dotado de derechos y garantías que no
aceptara otra autoridad que no sea la nacida de su reconocimiento y elección, teniendo él mismo
la posibilidad de expresarse libremente, y pudiendo postularse y acceder a los cargos públicos en
igualdad de condiciones con otros ciudadanos también tenidos por libres e iguales.

También para ser ciudadano[2] deben respetársele las libertades civiles políticas y sociales: en lo
civil, libertad de persona, de expresión, de asociación, de pensamiento y de religión. Lógicamente
postulados fundamentales serían el derecho a la propiedad y a establecer contratos válidos.

En lo político, el derecho a participar en el ejercicio del poder pudiendo ser elector o


presentándose para ser elegido a cargos públicos. La necesidad de poder tener organizaciones que
defiendan intereses particulares de la sociedad daría nacimiento a los modernos partidos políticos
como única forma de representación política, y a la formación de parlamentos para el libre debate
de “doctrinas comprensivas razonables” —como las llama Rawls—  entre políticos, como
representantes de la “voluntad general” (1996).

En el aspecto social-económico, del liberalismo se derivaron reclamos relativos a estándares


mínimos de bienestar económico, herencia social, libre ejercicio del comercio con la menor
cantidad de trabas de agentes exteriores como el Estado, ya que tanto en las regulaciones como
en lo concerniente al pago de impuestos y tasas, según el liberalismo, se coartaba la auténtica
libertad en materia de maximización de beneficio. Para Adam Smith la sociedad, en definitiva, se
auto regula en el largo plazo aun dejando librados a los individuos atendiendo sólo a su interés.

Con el tiempo estas ideas encarnarían en sistemas e instituciones que aún persisten: la
democracia liberal en lo político y el capitalismo en lo económico. En cuanto a la democracia,
dando por supuesto el concepto de ciudadanía, debe tener ciertas características para ser
denominada liberal: monopolio representativo a partir de los partidos políticos, elecciones libres,
regulares y secretas en igualdad de validez para todos los ciudadanos. El sistema político debe
basarse en mecanismos que limiten el ejercicio del poder, para lo cual se creó la división de
poderes en ejecutivo, legislativo y judicial.

También es importante para este sistema que sea respetada la voluntad de las mayorías toda vez
que eligen un gobierno, respetando a su vez esas mayorías a las minorías en sus derechos y
garantías. La alternancia en el poder, la posibilidad del libre debate parlamentario y la
independencia de la Justicia también son inseparables de una democracia liberal.

1.2 El marxismo

Durante el siglo XIX, una serie de convulsiones recorrió Europa: singularmente el auge de los
nacionalismos de pueblos que vivían en imperios, como también los movimientos sociales que
canalizaban protestas y hasta hostilidad progresivamente violentas contra los gobiernos. La
revolución industrial había llegado para quedarse desde el siglo pasado y la movilidad poblacional
desde el campo a la ciudad, el desempleo y la frustración por no lograr el ansiado ascenso social,
promovían un indetenible descontento en grandes masas de trabajadores.

Esta situación daría nacimiento a variadas ideologías y corrientes de opinión enmarcadas en lo que
genéricamente podríamos denominar “la cuestión social”. Así nacerían el socialismo, primero
como idea de reivindicación obrera y luego como corriente ideológica sistematizada; también el
anarquismo, el comunismo, ciertas tendencias del catolicismo social, etcétera. Entre los temas
sobre los que girarían estas ideologías estarían el origen de la propiedad, los bienes, el rol de los
obreros y de la burguesía, la tierra, la revolución.

De particular influencia en los debates ideológicos del siglo XX se encuentra el pensamiento de


Karl Marx. En efecto, este pensador lograría una incidencia fundamental en la evolución de
sectores radicalizados del movimiento obrero proletario de Europa como así también de buena
parte de las clases medias. Este último sector, al ser el más cercano por posición social tanto a la
prensa cuanto a la posibilidad de financiar propaganda y militancia, tendría un peso determinante
en el incentivo para la acción directa y en la formación de organizaciones revolucionarias.

Esto no quiere decir que otros pensadores no influenciaran y motivaran acciones concretas. Pero
el pensamiento de Marx y su adlátere Engels alcanzarían proyección institucional desde que en
1917 los soviets conducidos por Lenin, tomaran el poder en Rusia derrocando al régimen zarista,
iniciando así la revolución bolchevique. El Estado que nacería de este acontecimiento sería de
importancia clave en el transcurso del siglo XX y es por eso que nos interesa particularmente.

Pero no sólo es de resaltar la influencia que tuvo el pensamiento marxista en el bolchevismo ruso,
sino también la que promovió en vastos movimientos culturales y políticos del mundo entero. Y el
cómo, por esa misma razón, se usó como pretexto —real o supuesto— para diseñar un proyecto
de seguridad como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), políticas de seguridad
hemisférica, golpes militares, acciones legales e ilegales de inteligencia, etc. El ascenso de la Unión
Soviética como Estado que les disputaba el poder mundial a las potencias occidentales,
singularmente los Estados Unidos, llevó a un enfrentamiento durante la Guerra Fría que por
momentos se tornó paranoico.

Ahora bien, el pensamiento de Marx pasó a formar, influir o ilustrar lo que se denominaría
“izquierda” dentro del espectro de las ideologías de la época, como contraparte a la “derecha” que
encarnaría el capitalismo occidental. Esta tensión dialéctica es la que cruzaría y polarizaría las
adhesiones, pasiones y compromisos políticos y culturales de generaciones enteras.

Pasemos revista a los caracteres del pensamiento de Marx en sus fundamentos esenciales. Para
este autor, al contrario de las ideas nacidas del liberalismo (que, como se dijo, se basaban en el
individualismo), la primacía del colectivo proletario alcanzaba su punto principal de meditación.
Pero el proletariado no se podía explicar sin otro actor, la burguesía. Ambos nacían de un
acontecimiento primigenio que enraizaba como explicación causal de la historia y sus relaciones
sociales: la lucha de clases. La historia de la humanidad era, para Marx y Engels (2012, 37), la
historia de la lucha de clases. Esta había existido desde el momento en que alguien se hizo de los
medios de producción, comenzando así un proceso de explotación sobre otro hombre despojado
de tales medios.

La reducción de la realidad a una situación dialéctica donde sujetos colectivos se hallaban


diametralmente separados y enfrentados, se desprendía de la visión genérica que estos autores
tenían del hombre. Éste no tendría un ser individual, sino un “ser genérico real” (wirkliches
Gattungswesen,  decía Marx)[3]. Por lo que su identidad no es sino una expresión de la estructura
social, que a su vez está dada por las relaciones de producción. Así un proletario es
necesariamente un explotado (y alienado), como el burgués necesariamente un explotador.

De esta visión nacerían distintas variantes de la sociología estructuralista que explicarían la


formación de clases e identidades a partir de la pertenencia a una u otra clase social. Traspolado a
la acción política es evidente que el sujeto revolucionario promotor del cambio social tenía una
primacía absoluta por sobre cualquier identidad personal. El hombre tomado por separado, ante
“el proletariado” o ante “el partido” sería nada, un ser vaciado de individualidad y sólo un mero
reflejo de la estructura económica.

Ahora bien, el ser genérico como núcleo de la definición de los sujetos sociales tenía además otros
atributos absolutos según se tratara de una u otra clase. Así el proletariado tenía que adherir a una
solidaridad de clase por encima de cualquier otra dada por historia, valores y, sobre todo,
territorio. El proletariado debía ser internacionalista, por lo que cabía esperar de él que
combatiera todo arraigo producto de “atavismos” como la patria, la familia, la cultura propia, ya
que desviaban a las fuerzas revolucionaras de sus objetivos principales.

En las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses
comunes de todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en
que, diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre proletariado y la burguesía,
representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto.

El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos
proletarios: constitución de proletarios en clase (Marx y Engels, 2012, 40).

Pero también el obrero era alguien que estaba desposeído de la propiedad de los medios de
producción y, por su trabajo estandarizado, se hallaba alienado (Marx, 1970). El más proclive a la
toma de conciencia de esta situación de explotación era el proletariado urbano industrial, por lo
que éste era el sujeto ideal para llevar a cabo la lucha revolucionaria que combatiera al
capitalismo, siempre y cuando se despojara de los “mitos” que lo ataban a la autoridad establecida
y la tradición. El proletario debía tomar conciencia de su marginalidad y de su condición de
explotado en el sistema de producción en el que se encontraba inserto.

En definitiva, desarraigo, marginalidad y rechazo absoluto de la autoridad establecida (sin


importar si era justa o no), eran atributos fundamentales de los que debían partir el activismo y la
acción directa. Estos datos son muy importantes por lo que veremos más adelante. En efecto, los
autores actuales que promueven la lucha contra la globalización capitalista también retoman esos
atributos y los actualizan haciendo una relectura de Marx en clave de “nuevos actores sociales”,
“multitud”, “excluidos”, “subalternos”, etc.

1.3 El rechazo a la Ilustración


Los términos derecha e izquierda quedaron en claro durante el siglo XX. Como intentamos ilustrar
en el repaso que se hizo, la identificación no resulta difícil, sino en todo caso en cuanto estos
conceptos encarnaron en Estados y movimientos políticos concretos. Allí a veces no se terminaba
de hacer fácil la identificación, particularmente en aquellos movimientos que rechazaban tal díada.
Más aun, que decían a veces enfrentarla como ocurrió con una serie de corrientes de ideas que
nacieron hacia finales del siglo XIX y comienzos de XX.

Estos movimientos, como sostiene Zeev Sternhell (1994), representaron un verdadero rechazo a
los valores que defendía la modernidad europea. Algunos de ellos derivaron en apoyos o sostén
ideológico del fascismo, ya que

el fascismo, antes de convertirse en fuerza política, fue un fenómeno cultural. El crecimiento del
fascismo no hubiera sido posible sin la rebelión contra la Ilustración y la Revolución Francesa que
barrió a Europa a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. (1)

Esos valores, que encarnaban en la democracia liberal y el parlamentarismo, se basaban en lo que


se interpretaba como individualismo, racionalismo, aburguesamiento y rechazo de las tradiciones
y de la especificidad de las culturas diferentes. Uno de los aspectos más criticados era el
igualitarismo[4]. Estos valores eran los que había impuesto la Revolución Francesa, depositaria de
las mayores críticas de parte de los pensadores que se rebelaron contra la Ilustración.

Proveniente de una corriente de revisión del marxismo y figura señera de este rechazo a la
modernidad y la Ilustración, fue el francés George Sorel quien terminaría, con su crítica al
materialismo dialéctico y al fatalismo racionalista, por acercarse a posiciones fascistas y llegando
incluso a ser uno de los mentores intelectuales del movimiento conducido por Mussolini. No
obstante, como siempre se declaró marxista también cosechó hasta el final de su vida elogios en la
Unión Soviética[5].

Otro francés, en este caso aparentemente contradictorio en sus ideas al marxismo en cualquiera
de sus versiones, fue el monárquico y nacionalista Charles Maurras, referente principal del
movimiento Acción Francesa. Este francés defendía la tradición monárquica y católica de Francia
junto a los valores de sacrificio, autoridad y orden, y realizaba una crítica radical, del mismo modo
que Sorel, a los valores de la “decadente democracia burguesa”. En esta crítica es que coincidían
ambos intelectuales[6] quienes llegaron a unir esfuerzos, promovidos por sus seguidores, en el
Circle Proudhon.

Otra crítica común que se realizó fue la de la eliminación de los cuerpos intermedios de la Edad
Media que religaban comunitariamente a los individuos defendiéndolo frente los poderes
políticos. En efecto, la Revolución Francesa acometió contra los gremios, la Iglesia y las
poblaciones alejadas del centro de París, donde sostuvo una mayor centralización política en
desmedro de los poderes locales. La influencia que en las ideas y la política tuvo la Revolución
Francesa, la tuvo en lo económico la Revolución Industrial. Ambos procesos generaron
dislocaciones que dieron nacimiento a la Sociología, como ciencia que pretendía conciliar los
avances del progreso con las inestabilidades que generaba la desaparición del antiguo orden
tradicional[7].

Pero, ¿qué tiene que ver esto con la Tercera Posición? Se puede decir que al menos en su parte
crítica, bastante. Pues estos movimientos no aceptaban el lenguaje de izquierda-derecha tan caro
a los partidos políticos y las ideas de la época. Además, es el propio Perón quien reconoce que en
su viaje a Europa vería una situación que lo haría reflexionar acerca de las corrientes ideológicas
de entonces y que tenían como coordenadas una crítica radical a la democracia liberal, en el
marco de una búsqueda por sintetizar reclamos sociales y nacionalistas.

Elegí cumplir mi misión desde Italia porque allí se estaba produciendo un ensayo de nuevo
socialismo, de carácter nacional. En otros países de Europa se daban movimientos similares: había
hasta monarquías con gobierno socialista. La revolución rusa había ejercido notable influencia,
pero llegó a Occidente transformada. (Perón: 1988a, 56)

No es casualidad que Perón, muchos años después, definiera al justicialismo como un socialismo
nacional cristiano (1984).

No obstante, es claro que Perón tuvo su propia perspectiva a la hora de dar forma a su doctrina. Es
aquí lo que nos interesa examinar a la hora de investigar lo que se quiso plantear como una
alternativa superadora tanto de la democracia liberal como de la díada ideológica derecha-
izquierda, ésta última muy distinta a la distinción que realiza Bobbio [8], por ejemplo. Esto es lo que
veremos a continuación.

La Tercera Posición

Para empezar, debemos realizar un repaso de cómo entendía Perón tanto los términos de derecha
e izquierda y qué es lo que les encontraba de errados (como de común). Porque ha de entenderse
que si hacía falta una Tercera Posición es porque se interpretaba que aquellos conceptos no darían
solución a los problemas que aquejaban al mundo [9].

2.1 La definición de la derecha y la izquierda

Para Perón, derecha debía interpretarse como una ideología que aún al tener diversas variantes,
no obstante compartían ellas el individualismo metodológico. Es decir, como se dijo en el
comienzo, lo que tenían de común las diversas encarnaciones del liberalismo y de la economía
capitalista es que partían de una visión donde primaba el individuo como sujeto autónomo que,
acudiendo a su sola razón, estaba en posición de conocer la totalidad de la realidad, ya que podía
descubrir por sí mismo, si se lo dejaba en libertad y con suficiente información, las leyes de la
naturaleza tomando siempre la mejor decisión, es decir la decisión más “racional”.

Por su parte, izquierda para Perón era un espectro de ideologías que se basaban, al contrario del
liberalismo, en un reduccionismo que derivaba en el extremismo colectivista. Se partía de una
visión también restringida de la realidad que, en aras de defender un sujeto colectivo (el Estado, el
proletario, la clase), despersonalizaba al hombre anulándolo en su esencia individual. Cometía la
izquierda un error inverso al individualismo, pero también extremista en sus conclusiones.

En la consideración de los supremos valores que dan forma a nuestra contemplación del ideal,
advertimos dos grandes posibilidades de adulteración: una es el individualismo amoral,
predispuesto a la subversión, al egoísmo, al retorno a estados inferiores de la evolución de la
especie; otra reside en esa interpretación de la vida que intenta despersonalizar al hombre en un
colectivismo atomizador. (1974, 51)

Pero eso no es todo. Para el General ambas corrientes ideológicas, a pesar de ser extremismos
reduccionistas que llegaban por caminos diferentes a recortar la realidad, no obstante compartían
ciertos presupuestos básicos. Concretamente, y más allá de lo ya dicho del reduccionismo, es que
ambas visiones partían de una noción materialista de la realidad por un lado y, por otro, caían en
extremos que ponían el acento en una sola parte de la naturaleza social del hombre. Por eso luego
de la crisis de las monarquías absolutistas

se caracterizó por el cambio radical del acento. Acentuó sobre lo material, y esto se produjo
indistintamente, lo mismo si el sujeto del pensamiento era el individuo, en cuyo caso se insinuaba
la democracia liberal, que si lo era la comunidad, en cuyo caso se avistaba el marxismo. (65)

Con respecto a lo primero, el materialismo de ambas ideologías no percibía en el hombre —o


dejaba de lado— su aspecto espiritual. De allí que Perón reivindicara un humanismo cristiano [10], al
que hizo punto de partida de sus doctrina. Ahora bien, para estas ideologías reduccionistas, el
hombre hallaba su realización puramente en la historia y a partir del ejercicio de su libertad guiada
por la razón. Ambas visiones son claramente inmanentistas y no hay en ellas lugar para el espíritu
ni el perfeccionamiento de una moral trascendente. No sólo eso, ni siquiera contemplan el
aspecto irracional del hombre como el instinto. En todo caso, éste último es incluso un hecho que
debe ser sometido por la razón.

Con respecto al segundo punto, Perón no negaba que ambas corrientes dijeran algo totalmente
falso, sino que desgajaban y sacrificaban parte de la realidad. El individualismo olvidaba que
obedece a la naturaleza del hombre el ser social, y necesita el individuo de otros seres para
desarrollar sus potencialidades y realizarse. Por su parte el colectivismo, al poner excesivamente el
acento en sujetos genéricos, anulaba la esencialidad de la persona y la dignidad humana, tomado
el hombre como ente individual con sus potencialidades propias e intransferibles.

2.2 Tercera Posición y filosofía: la Comunidad Organizada

Para contraponer ambas visiones entonces, Perón sostuvo lo siguiente: el ser humano no es sólo
materia e inmanencia; es un ser dotado de una faceta espiritual y otra material que deben
realizarse en armonía, primando incluso lo espiritual. Además, necesita de otros hombres para
desarrollar ambos aspectos y de allí la necesidad de organizar su vida con semejantes y próximos
con los que comparte valores que no elige, sino que recibe heredados y que le otorgan identidad.
De allí el concepto de comunidad, que deviene de la idea de valores, pasado, cultura, historia
compartidos, y ámbito necesario de realización del individuo. Pero también, y esto es muy
importante, de un determinado territorio. La comunidad siempre se desarrolla en un espacio
territorial específico. Ni hombre abstracto ni internacionalismo clasista desarraigados: individuo y
colectividad; o mejor, persona y comunidad situados en un lugar, una morada.

El hombre es el único ser de la creación que necesita “habitar” para realizar acabadamente su
esencia. El animal construye una guarida transitoria, pero aquél instaura una morada en la tierra.
Eso es la Patria. (2005, 379)

Atendiendo a estos postulados se entiende que Perón tildara de extremismos a la izquierda y la


derecha. Su perspectiva ubicaba al hombre como a) un equilibrio de espíritu y materia, que b)
necesita de una comunidad para realizarse. Este fue el núcleo duro de su proyecto de “Comunidad
Organizada”, como llamó a su propuesta central el creador del justicialismo.

Para poder realizar acabadamente su esencia entonces, el hombre debía ejercer sus
potencialidades respetando los principios de equilibrio, armonía y orden. Pues la comunidad se
forma de hombres que se agrupan por funciones específicas y, al ser la naturaleza del hombre
imperfecta, se deben respetar los principios que informan la vida colectiva donde cada uno y su
grupo de realización inmediata colaboran junto con otros para la vida de conjunto. Y realizándose
estos individuos y estos grupos, se realiza la comunidad que genera un ámbito, a su vez, de
realización para los hombres tomados individualmente. “Nadie puede realizarse en una
comunidad que no se realiza”; tal uno de los apotegmas que repetía. Así diferenciaba
funcionalmente las tareas del Estado, el gobierno y el pueblo, organizado éste último por sectores
de la vida comunitaria en organizaciones intermedias:

Cuando hablamos de una “comunidad organizada”, nos referimos a un gobierno, un Estado y un


pueblo que orgánicamente deben cumplir una misión común. (…) El justicialismo concibe al
gobierno como el órgano de la concepción y planificación, y por eso es centralizado; al Estado
como organismo de la ejecución, y por eso es descentralizado, y al pueblo como elemento de
acción, y para ello debe también estar organizado. (Descartes: 1951, 231, 232)

Ahora bien, esto no era sólo un planteo abstracto que se mantenía alejado de las contingencias
históricas en el ámbito internacional, porque como ya se ha señalado, para Perón tanto la derecha
como la izquierda, como él las entendía, encarnaron en sendos bloques de la bipolaridad. El
bloque occidental capitalista era la derecha; y la izquierda podía identificarse con el planteo del
internacionalismo marxista soviético.

De allí que los conceptos Tercera Posición y Comunidad Organizada se presentaran como
alternativas concretas ante la presencia de sendos bloques que se disputaban la hegemonía
mundial. La Tercera Posición, con su eje puesto en una recuperación de la integridad de la vida
humana y una reivindicación de los valores del espíritu, se presentaba, no sólo distinta de ambas
corrientes ideológicas, sino también neutral en la disputa por la mencionada hegemonía.
De la Tercera Posición, entonces, se derivaba una visión pacífica de los asuntos internacionales
manteniendo a la Argentina al margen de un conflicto en el que no le interesaba intervenir. No
sólo eso, se promovía la Tercera Posición como una solución a los problemas del mundo en lo
político, social y económico para aquellos Estados que conformaban lo que con el tiempo se
conoció como “tercer mundo”, aunque no fuesen estos conceptos exactamente iguales [11].

Es pertinente aclarar que la Tercera Posición si bien se presentaba como una solución a los
problemas de entonces, por su parte la idea de Comunidad Organizada —que conllevaba una
visión de la política con más especificaciones, como la territorialidad, la manera específica de la
historia argentina y una forma determinada de ver la propia comunidad del pueblo argentino— no
era postulada como solución universal. Porque otro supuesto de la Tercera Posición es que, si se
evitan los extremismos individualistas y colectivistas recuperando el ser del hombre y su vida
comunitaria, cada pueblo también debe ser respetado en cómo concibe esa parte espiritual y
cómo percibe que debe ser respetada y organizada su comunidad. El pueblo argentino, ya en
hechos concretos, tiene una historia donde por ejemplo los sindicatos tienen fuerte presencia
social; Argentina tiene una historia donde la religión católica es muy fuerte en la formación de su
cosmovisión; donde su lengua, sus costumbres y su tradición jurídica tienen cierta forma; en fin,
donde existe todo esto, puede y debe organizarse la comunidad atendiendo a esas circunstancias
y por esa razón no debía “exportarse” la idea de Comunidad Organizada a otros pueblos de
tradiciones, cultura y cosmovisiones diferentes.

Esto explica, por ejemplo, por qué Perón se negó en su momento a realizar la “Internacional
Justicialista” que le fuera propuesta, aun cuando su movimiento contaba con simpatías en varios
lugares, en particular de América. Parte de estas simpatías, no obstante, fueron evidentes en la
Agrupación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalistas (ATLAS),  organización sindical
latinoamericana[12] que incluso animara y financiara el peronismo.

Pero continuando con la política internacional, la Tercera Posición entonces, sentaba una
alternativa donde cada Estado debía mantener su soberanía y su independencia sin optar por una
política exterior que los hiciera alinearse con uno u otro bloque. Es más, para Perón se debían
establecer prioridades en las respectivas regiones geográficas donde la vecindad y la similitud de
intereses generara “grandes espacios” —para utilizar un concepto schmittiano [13]— y se
evolucionara hacia formas mayores de integración. Esto no obedecía sólo a un postulado
normativo sino que Perón lo postulaba además como un hecho inapelable dentro de una
evolución general de los acontecimientos humanos. Las comunicaciones, el transporte, la técnica,
imponían una dinámica a la política internacional de la que los Estados no podían evadirse. La
cuestión era saber si se generarían nuevas hegemonías por encima de los intereses nacionales, o
cada Estado podía insertarse en grandes espacios geopolíticos que generaran mayores márgenes
de maniobra al estar integrados en espacios autocentrados y fuertes.

De allí que la Tercera Posición fuera relacionada con la idea de la integración regional. El espacio
latinoamericano, por similitud de historia, continuidad territorial y cultura, era, para Perón,
distinto del espacio angloamericano y además un ámbito de proyección imperialista inmediata
para los estadounidenses. De allí la importancia crucial que representaba la formación de una
auténtica Confederación de Estados de origen sur y centroamericanos.

El signo de la Cruz del Sur puede ser la insignia de triunfo de los penates de la América del
hemisferio Austral. Ni Argentina, ni Brasil, Ni Chile aisladas pueden soñar con la unidad económica
indispensable para enfrentar un destino de grandeza (…) Desde esa base podría construirse hacia
el norte la Confederación Sudamericana, unificando en esa unión todos los pueblos de raíz latina.
(Descartes[14], 1952, 248-249)

Una percepción que reforzaba la idea de integración era la que sostenía que los Estados Unidos
era un imperialismo y por tal constituía un auténtico hostis  (enemigo),  y no meramente
un inimicus  (adversario)[15]. Es decir, aun cuando la relación con los Estados Unidos tuvo sus idas y
venidas, épocas de relativa paz y sociedad, y otras de enfrentamiento abierto y violento, para
Perón estos eran sólo momentos coyunturales. Los Estados Unidos constituían una amenaza
estratégica para la región, y por tal no cabía esperar una paz duradera con ellos [16].

De allí que una de las políticas que se diera el peronismo, para generar márgenes de
independencia exterior dentro del planteo de la Tercera Posición —además del estrechamiento de
relaciones con países de la región— estuvo el establecimiento de relaciones diplomáticas y
económicas con la Unión Soviética. Esto puede explicarse como una acción inevitable dado el
reciente triunfo aliado y un período inicial —de parte del gobierno peronista— de normalización
de las relaciones exteriores y “re-ingreso” de la Argentina a la comunidad internacional. Pero esta
es sólo una parte de la cuestión. Perón estaba interesado en estrechar relaciones comerciales con
la Unión Soviética, incluso cuando fronteras adentro era fuertemente anticomunista. Lo cierto es
que tanto la Unión Soviética como algunos de los Estados bajo su influencia, tenían economías
complementarias con la Argentina, a diferencia de los que ocurrió históricamente con los Estados
Unidos.

Pero algo más importante. Estrechar relaciones con el bloque comunista era una manifestación de
independencia respecto de los Estados Unidos. Se presentaba la oportunidad de balancear el
poder desafiando a la potencia hegemónica occidental, o al menos eso intentaba demostrar. Otro
tanto, ya decididamente también en lo que respecta a la Unión Soviética, puede decirse de la
política de ayuda social a la España de Franco, condenada como resabio de fascismo por ambas
potencias.

Con respecto a la política de integración regional, se relanzó el ABC con Chile y Brasil, que tenía su
antecedente en el Pacto firmado en 1915. Perón se encargó de estrechar relaciones favorables a
este tipo de iniciativas con el presidente chileno Carlos Ibáñez del Campo como con el brasilero
Getúlio Vargas. Al acuerdo firmado en Santiago en 1953, le siguieron similares —que tomaron ese
como modelo— con Bolivia, Paraguay y Ecuador. Según es opinión corriente entre los
investigadores, las presiones que sufría Vargas por diversos motivos, entre los cuales también
estaba (aunque no como hecho fundamental) su acercamiento con la Argentina, frustraron la
firma de un acuerdo comercial aun cuando estaba negociado “de palabra”. Tales presiones
resultarían en un final trágico para el Presidente brasilero, quien se suicidaría el 24 de agosto de
1954[17].

Otro intento de generar una proyección de poder tendiente a la integración, se llevó a cabo con la
central sindical ya mencionada, ATLAS. Esta central se formó con el objeto de organizar gremios a
nivel regional evitando a la Organización Regional Interamericana de Trabajadores (ORIT), alineada
con los Estados Unidos, y a la izquierdista Confederación de Trabajadores de América
Latina (CTAL). Como se ve, también en este ámbito se puso en práctica la Tercera Posición. Un
alcance extra en el ámbito gremial se llevó a cabo con la innovación diplomática de designar
agregados obreros en las Embajadas argentinas.

El fin de la Guerra Fría y los inicios de la globalización

En el comienzo de este Trabajo Final Integrador sostuvimos que, de seguir existiendo la díada
derecha-izquierda en la actualidad, la Tercera Posición también tendría vigencia. Para poder
entender las corrientes ideológicas de nuestra época, es necesario comenzar por la caída del muro
de Berlín, hecho simbólico que evidenció el derrumbe de la Unión Soviética, el fin de la bipolaridad
y la emergencia de los Estados Unidos con su modelo de democracia liberal y libre mercado como
triunfadores de la Guerra Fría. Este acontecimiento llevó a una política de expansión del modelo
norteamericano occidental a las áreas de influencia antes soviéticas. Pero no sólo eso. El
denominado Consenso de Washington, aun siendo de mediados de la década de 1980, se volvió
un canon normativo con el cual medir la eficiencia de las economías de todo el mundo.

3.1 Globalización, democracia liberal y capitalismo

El sistema democrático liberal de occidente se presentaba como el único modelo viable y exitoso
del mundo. Autores como Francis Fukuyama (1992) pronosticaban nada menos que el fin de la
historia ya que el sistema occidental terminaba con todas las contradicciones sociales propias de
los sistemas que se habían puesto en práctica a lo largo de la historia. La democracia liberal y la
economía libre, según este autor, con sus planteos de Estado mínimo y libertades individuales al
máximo, resolvían todas esas contradicciones dentro del propio sistema, por lo que ya no cabía
esperar —ni desear— un progreso sustancial de la humanidad.

Estas ideas nos permiten distinguir una especie de actualización del individualismo metodológico
propio de las ideas asociadas al liberalismo y al capitalismo, vale decir, según el lenguaje
politológico, la derecha. En efecto, se entronizaba nuevamente a la libre iniciativa individual como
el principal regulador de las relaciones sociales, dando por sentado que el Estado debía tener la
menor interferencia en ella. A nivel político se postulaba la democracia liberal, asentada en las
libertades individuales, derechos humanos e instituciones multilaterales que regulaban la
conducta estatal; así como la monopolización representativa de los partidos políticos que en libre
deliberación pública lograban consensos como criterios normativos de verdad y decisión política.
Todo esto, en fin, sintetizaba las aspiraciones liberales de mínima injerencia en la esfera civil.
David Held en su La democracia y el orden global (1997), postula a la democracia liberal como un
sistema que puede ampliarse a todo el planeta llegando a generar una gobernanza cosmopolita
donde reconoce la posibilidad de dotar a la humanidad de un único orden jurídico y político global.
El mundo entero estaría integrado así donde los Estados deberían ceder prerrogativas soberanas
ante este nuevo orden y delegar incluso el monopolio del recurso militar a un ente supranacional.
Ya no sería por eso el Estado el depositario del monopolio de la violencia legítima.

Pero al mismo tiempo, en economía y bajo el mismo presupuesto individualista, el Estado se


postulaba como mero suministrador de servicios públicos y garante de estabilidad jurídica para las
inversiones o incluso como dador de licencias de explotación de recursos, quedando relegado a
una mínima tarea reguladora. Procesos que ya se venían acentuando en el ámbito económico con
la transnacionalización del capital, desde la década del setenta en particular, parecían darle la
razón a este modelo, como queda en claro en Poder e interdependencia. La política internacional
en transición, de Keohane y Nye (1988)[18]. Para los autores defensores de la globalización, la
tecnología de las comunicaciones, la movilidad de capitales y mano de obra y la liberalización de
los mercados para obtener mejores inversiones fueron los acontecimientos que dieron forma al
nuevo orden económico internacional.

Por ejemplo, para el sueco Johan Norberg (2005) debe buscarse como mejor modo de vida sólo el
capitalismo, ya que este sistema permite

actuar y experimentar distintas soluciones sin necesidad de encomendarse a mandatarios ni


controladores fronterizos (…) yo quiero ese tipo de libertad en abundancia…y para todo el mundo.
Si los detractores del capitalismo argumentan que ya, hoy en día, tenemos muchísima, yo quiero
aún más, hipermuchísima, si es posible. (21)

Así se llegó a pronosticar el fin del Estado y el nacimiento de un único mercado global que traería
una auténtica prosperidad donde los mercados libres regularían la producción de bienes y
servicios, y aun los sistemas sociales.

Pero la crisis de los Tigres Asiáticos en la segunda mitad de los noventa puso en revisión estas
ideas. Así volvieron a cuestionarse los presupuestos de la economía desregulada [19] como también
el hecho de que tal sistema pudiera establecerse en regiones del mundo con diferentes culturas.
Pero no sólo la economía y la globalización fueron cuestionadas. ¿Eran el capitalismo y la
democracia liberal de tipo occidental compatibles con todas las culturas? ¿Realmente eran
universales los principios de libertad individual, derechos humanos, secularismo y racionalismo?
¿La globalización era buena o mala? Incluso la misma globalización ¿es un hecho inapelable
producto de la integración de los mercados y las comunicaciones, o es un proyecto ideológico de
las naciones occidentales desarrolladas?

Todas estas preguntas resultaron de la percepción de inestabilidades crecientes (como la ya


mencionada del sudeste asiático, por ejemplo) que generaba la economía desregulada: la
volatilidad de los mercados, los desfasajes económicos y la movilidad cada vez menos controlable
de capitales por parte de los Estados. Buena parte de estos acontecimientos estaban a la vista en
la mencionada crisis del sudeste asiático pero también en las grandes masas de desocupados que
se generaban en los países que más aplicaban las recetas neoliberales. Tal el caso de Argentina,
entre otros.

De allí que comenzaran a alzarse voces contra la globalización desde diversas perspectivas,
canalizándose algunas iniciativas de movilización masiva internacional en el Foro Social Mundial de
Porto Alegre, por ejemplo, que se organizó como una contracara del Foro Económico Mundial de
Davos, organización ésta paradigmáticamente neoliberal y convocada como ámbito de relación y
debate globalista.

3.2 Nuevos actores sociales para nuevas luchas

En el Foro de San Pablo eclosionaría un nuevo tipo de movilización, la de los antiglobalización. Con
participación de sindicatos, agrupaciones de izquierda y diversos colectivos activistas, se pretendía
convertir con el tiempo en el centro vertebrador simbólico de un nuevo tipo de resistencia contra
el capitalismo.

Los debates que se llevarían a cabo en dicho Foro irían corporizando una idea cada vez más fuerte:
la globalización cambiaba las sociedades y por ende debía cambiar también el tipo de resistencia a
los “opresores” mediante una reactualización ideológica de las antiguas luchas revolucionarias.

Sin duda alguna, de entre los varios pensadores que por los debates de San Pablo pasaron, pueden
ubicarse Antonio Negri y Michael Hardt. Estos autores escribieron lo que fue definido como el
“Manifiesto Comunista para el siglo XXI”: Imperio  (2002).  Este libro constituye una verdadera
síntesis de las lecturas que influyeron, en diversos momentos, las luchas revolucionarias
contemporáneas. Nutridos de las investigaciones del marxismo obrerista italiano, el
postestructuralismo francés, los Subaltern Studies de la India y otras vertientes poscoloniales
(Negri: 2002, 23-24), el libro influyó y condicionó de manera decisiva los debates de lo que para
entonces comenzó a denominarse no ya antiglobalización sino alterglobalización.

La crisis que ocurrió en Argentina durante el mes de diciembre de 2001, y que terminaría con la
renuncia del Presidente de la Rúa, daría un impulso notable a las tesis sostenidas por Negri y
Hardt, lo que los llevaría a profundizarla en otro volumen que a su modo completaba el cuadro de
resistencia contra la globalización capitalista: Multitud. Guerra y democracia en la era del
imperio  (2004). Este nuevo libro ampliaba lo concerniente al nuevo sujeto revolucionario que
impulsaría el cambio hacia una “democracia radical”. Repasemos la obra de estos autores por ser
un verdadero compendio de los debates contemporáneos que impulsan luchas contra el
capitalismo y la globalización neoliberal. La hipótesis central de este libro gira en torno a la idea de
que

el nuevo ciclo global de luchas es una movilización de lo común que reviste la forma de una red
abierta y distribuida, donde ningún centro ejerce control y todos los nodos se expresan libremente
(2004, 256).
Para estos autores, un cambio significativo que conlleva la integración de los mercados y la
transnacionalización de la economía, es la emergencia del “imperio” como espacio integrado
desterritorializado de soberanía y poder. El capitalismo ya no sería un hecho con base fija o más o
menos estable a nivel geográfico sino que, a la par que se integran los mercados, una nueva
dimensión del poder de tipo supranacional establece los marcos regulatorios de la economía y, lo
que es aún más importante, de soberanía y guerra. Esta guerra, además, al haberse integrado el
mundo en una única realidad, es guerra civil, puesto que ya no hay un “afuera” del espacio del
imperio.

Los autores no niegan la importancia de los Estados, en particular la de las potencias. No obstante,
el imperio estaría por encima de ellos y los condicionarían en la proyección de poder en la medida
que las relaciones reticulares de nuevo tipo influyen cada vez más en las políticas exteriores de los
Estados.

Ante la emergencia de este ordenamiento imperial, y por la misma dinámica opresora que trae
aparejada, se generan resistencias contra el ejercicio de su poder. Estas resistencias tienen
similares características a las del imperio en cuanto a la forma que adoptan, porque nacen como
manifestaciones del mismo tipo de cambio de producción que dio nacimiento al nuevo
capitalismo. En esencia, la acción en red, el movimiento y la inmaterialidad.

Las resistencias al imperio, no obstante sus caracteres nómadas, tienen una cierta cohesión dada
por el ser y por el hacer. Es decir, a pesar de adoptar una gran variedad, tienen en común el hecho
de ser manifestaciones de rechazo a las injusticias. Y aunque no se doten de organizaciones
jerarquizadas —al contrario, en ellas prevalecen la horizontalidad y el accionar en red—, poseen
un mismo afán de libertad y ejercicio radical de la democracia. Esta nueva instancia de resistencia
anti-imperial es denominada por los autores como “multitud” y definida como “el nombre de una
inmanencia. Es un conjunto de multiplicidades (2003, 131). ¿Y por qué tipo concreto de
multiplicidades? Por el de movimientos feministas, minorías sexuales, indigenistas, defensores de
los derechos humanos y ecologistas, por ejemplo[20].

Esta multitud, ¿por qué está relacionada con conceptos como reticularidad, nomadismo global e
inmaterialidad? Es importante que distingamos estas cuestiones porque, como se dijo más arriba,
son manifestaciones que comparte con el imperio  al que se le presentan como oposición.

Con respecto al primer punto, el capitalismo actúa cada vez más a partir de redes de empresas
transnacionales, redes formales e informales de negociación, información y lobby, al punto de
constituir una auténtica elite global de personalidades ligadas a los ámbitos decisionales en lo
político, económico, militar, etc.

Por su parte lo nómada, lo desterritorializado, lo móvil, son casi una característica distintiva de la
época, no sólo en cuanto a la mano de obra sino también de los capitales que traspasan las
fronteras cada vez con más facilidad para trasladarse allí donde las condiciones de producción se
presenten como más favorables. La movilidad del capital y el trabajo, unidos a los procesos
crecientes de migración por conflictos sociales y guerras civiles genera disrupciones nacionales y
modifica conductas en política exterior, particularmente en los países desarrollados por ser los
principales receptores de inmigración.

Por último, la inmaterialidad tiene que ver con las modernas tecnologías que imprimen nuevas
formas en el hacer productivo. En efecto, la inmaterialidad de lo virtual, el uso de las
comunicaciones por redes sociales, el crecimiento de la economía financiera en las pantallas de
los traders, así como el creciente ámbito de servicios en las economías más desarrolladas, generan
nuevas maneras de relacionarse laboralmente y por ende de manifestarse la producción.

Estas características de la globalización también imprimen la dinámica, como no podía ser de otra
manera, a los movimientos de resistencia de la multitud, de acuerdo a Negri y Hardt. Para estos
autores, lejos de ser males o impedimentos para las luchas y protestas contra el imperio, son por
el contrario características que deben servir para canalizar esfuerzos antisistémicos. No hay
nostalgia alguna de parte de Negri y Hardt por situaciones que, según ellos, ya no existen o son de
alcance relativo. Las características de este sujeto colectivo inmanente que es la multitud podría y
debería llevar a cabo una lucha más allá de actores de otro tiempo como el proletariado industrial,
de lugares como el Estado y de formas de lucha ya perimidas; de allí que sostengan que movilidad
humana global, acción en red y trabajo inmaterial sean conceptos a los que se deba prestar mucha
atención. Veamos por qué.

El imperio es una integración de los mercados y del ejercicio de poder de alcance global y sin
fronteras. No hay un “afuera” del imperio. Por lo tanto, su accionar genera una clase de oprimidos
también globales y sin distinciones estatales, territoriales o fijas. Todo trabajador en cualquier
parte del mundo, más allá de las “antiguas” soberanías nacionales, puede ser explotado y
sometido a la opresión imperial del capitalismo. La soberanía, en la posmodernidad, ya no tiene su
fijación localizada en Estados delimitados territorialmente, porque en una época posnacional es el
imperio quien asume las prerrogativas importantes de la soberanía: la “decisión” y el monopolio
de la violencia. La multitud, como concepto de clase que se encuentra compuesta de
singularidades, tiene esa dinámica impresa por las relaciones sociales de “biopoder” que generan
los nuevos procesos de producción capitalista. Y esa multitud se transforma, o debe transformarse
en un contra-poder que adverse al imperio para llevar a cabo la búsqueda de una democracia
radical.

No obstante, los nuevos procesos de producción imprimen otra característica: el accionar en red.
Esta, originada ya en décadas pasadas cuando las luchas de guerrilla fueron pasando del campo al
ámbito urbano, se fueron adaptando a una nueva situación donde era más importante ganar
conciencias que territorio y para eso se accedió a las tecnologías de la comunicación y
horizontalización de toma y ejecución de decisiones. Este modo se adaptaba más a la flexibilidad y
la velocidad que imponían las nuevas tecnologías y espacios.

Esto último está ligado a que también los tipos de trabajo están cambiando, particularmente en las
zonas urbanas y en especial entre los jóvenes. El trabajo deja de ser cada vez menos una tarea
física, material, para pasar a ser más una serie de servicios ligados a lo intelectual o lingüístico
como así también a lo afectivo. Esta inmaterialidad del trabajo da una nueva forma a la multitud
como clase. Ya no es el tradicional proletario de fábrica de otras épocas el sujeto potencialmente
revolucionario para derrocar a la burguesía. Ahora es una multitud de singularidades capacitadas
en labores intelectuales y afectivas. El conjunto de estas labores inmateriales es denominado por
Antonio Negri como General Intellect  (Negri: 2004, 167-177).                 

Una característica que los autores resaltan constantemente, es la naturaleza “común” de las
relaciones productivas, donde se nota un evidente eco de la antropología genérica de Marx. No
habría, para Hardt y Negri creación, ni acción ni conocimiento individualmente logrado. Todo es un
proceso social colectivo en movimiento. Lo común de la multitud no se descubre, simplemente se
produce socialmente.

Cuando comparamos los núcleos centrales del pensamiento de estos autores, notamos una
evidente comunidad de ideas con otras corrientes que se dejaron de lado en este trabajo pero que
hacen a las teorizaciones de la izquierda posmoderna o pos Guerra Fría. Y puntualmente en lo que
más nos interesa, es decir la noción de una relectura en clave colectivista del pensamiento de
Marx. Así será que John Holloway[21] teorice sobre la actualidad del concepto de clase, entendida
ésta como la potencial generadora de un anti-poder contra la fetichización de las relaciones
sociales nacida del capitalismo. O las corrientes poscolonialistas que reivindican a los
“subalternos”, es decir, a los miembros no visibilizados de las sociedades dependientes.

3.3 La Tercera Posición… otra vez

Lo que interesa señalar ahora es que tanto el pensamiento defensor de la globalización —como
proceso positivo en cuanto expresión de ideales avanzados en libertad y derechos individuales, y
que se trocan, según sus sostenedores, necesariamente en la unión de economía capitalista y
democracia liberal—, como los promotores de la lucha contra ese mismo proceso, coinciden en
puntos fundamentales.

En ambos casos se da por supuesto que la globalización tiende a la desterritorialización de la vida y


de las relaciones sociales; también relativizan el rol de los Estados como agentes positivos en la
promoción de valores y bienes para sus ciudadanos; contemplan la emergencia de relaciones
posnacionales; postulan un verdadero universalismo normativo: la defensa de la “humanidad”
como agente dotado de una ética común global. Más tarde o más temprano habrá, para ambas
tendencias, una misma escala de valores que será aceptada por todos los seres humanos.

La diferencia, entonces, no estaría en los fines, sino en los medios. Mientras unos, los defensores
de la democracia y el capitalismo, defienden la libertad del individuo como agente formador del
nuevo orden por venir, en las tendencias de izquierda serían los sujetos colectivos los que darán
forma al futuro.

Volviendo a lo que tienen en común, se puede descubrir también una misma raíz racionalista, no
sólo en los pensadores que claramente son consecuencia de participar de la común herencia de la
modernidad occidental. También ese racionalismo moderno puede notarse en las tendencias
poscoloniales[22] que denuncian precisamente a la modernidad europea como insuficiente para
explicar los procesos sociales del tercer mundo [23]. Estas corrientes, aun denunciando los estragos
del colonialismo y la opresión capitalista, realizan la lectura de sus propias culturas en clave
marxista y posestructuralista, sin distinguir las cosmovisiones que pretenden defender.

Entonces no habría una sustancial diferencia entre los que siguen defendiendo la primacía del
individuo en el ámbito de la democracia y el capitalismo, por un lado, así como entre los que
defienden a los nuevos sujetos colectivos para combatir al capitalismo, por el otro. Ambos, en
definitiva, promueven un mundo posnacional de Estados con soberanía limitada y un
universalismo normativo basado en la confianza de que puede construirse ese mundo sobre bases
racionales. Un proyecto cosmopolita, en definitiva.

Ante estas corrientes, entonces, la Tercera Posición puede mostrarse nuevamente como
alternativa defendiendo la existencia de las naciones como comunidades de destino. También
promoviendo el interés nacional valorando los principios de territorialidad y soberanía de los
Estados aun en el marco de las integraciones regionales que conforman nuevos espacios de vida
internacional. De allí que el proyecto de Perón fuera el que, ante un universalismo que se preveía
inevitable, las naciones —en particular las del tercer mundo— se asociaran tomando en cuenta su
vecindad geográfica, la comunidad de valores y las similares experiencias históricas, sin localismos
cerrados ni “pequeños imperialismos” regionales.

Todo esto siempre desde la perspectiva de que cada organización comunitaria redunde al mismo
tiempo en ámbito de realización de los hombres que en ella arraigan, y entendiendo que esto sólo
se da en el contexto cultural e histórico preciso que a cada persona le toca y al que cada existencia
se ata. Las palabras con las que cierra su Modelo argentino para el proyecto nacional, así lo dejan
en claro:

El universalismo constituye un horizonte que ya se vislumbra, y no hay contradicción alguna en


afirmar que la posibilidad de sumarnos a esta etapa naciente descansa en la exigencia de ser más
argentinos que nunca. El desarraigo anula al hombre y lo convierte en indefinido habitante de un
universo ajeno.

En esta etapa de mi vida, quiero como nunca para mis conciudadanos justicia y paz: convoco con
emoción a todos los argentinos a hundir hondas raíces en su tierra grande y generosa, como único
camino esencial para florecer en el mundo. (2005, 380)

Conclusiones

La aparición, durante la segunda posguerra mundial, de una alternativa a las ideologías


dominantes que encarnaban en los Estados Unidos y la Unión Soviética, se presenta como un
hecho verdaderamente relevante en la historia política argentina. El General Perón intentó dar un
contenido teórico coherente a su idea de Tercera Posición. Esta idea comportaba una denuncia de
los reduccionismos que daban vida a las ideologías que ofrecían las potencias triunfantes, pero
también sostenía una imagen de la vida humana y comunitaria que se presentaba como opción
viable y empírica de la política nacional e internacional.

Al fin y al cabo, con su visión de una existencia humana que debía realizarse en un camino de “ida
y vuelta” entre lo personal y lo colectivo, promovía también que ese ámbito colectivo de
realización se coronara con la existencia del Estado como única vertebración posible de una
comunidad políticamente organizada.

Y esto lo llevaba a defender una posición que podemos identificar como realista, analizándola
desde las relaciones internacionales. En efecto, la Tercera Posición buscaba despegar de un fatal
alineamiento con las grandes potencias, a las que se acusaba de imperialistas, al tiempo que
intentaba generar márgenes de soberanía a nivel doméstico y de independencia en su política
exterior. Perón predicaba esto incluso contemplando el factor militar como un recurso
fundamental en la política de las naciones.

También, como percibía que la tecnología aplicada a los transportes y las comunicaciones estaban
llevando a una creciente integración e interdependencia, sostuvo que las regiones por afinidad
cultural y geográfica debían integrarse con el objeto de mantener espacios de autonomía ante la
proyección de poder de las grandes potencias.

Perón se encargó, además, de que la Tercera Posición identificara las amenazas a nivel de las
ideas. Con esto defendía la particular cosmovisión que encarnó en una nación como Argentina y,
podría decirse, Iberoamérica. Era una manera de unir también simbólicamente la región para
diferenciarla de la cultura moderna occidental, defendiendo las fuentes clásicas que hacían a la
tradición grecorromana e hispánica que llegó a América con la Conquista española. De allí que
realizara en más de una ocasión la defensa de la hispanidad, por ejemplo.

Es por eso que parece pertinente, además, que en una época donde se predica como virtud el
inmanentismo desarraigado y cosmopolita —sea en su versión globalista o alterglobalista—, la
Tercera Posición se nos presente como una defensa y promoción de las particularidades culturales
y cosmovisionales en un mundo cuyas tendencias a la homogeneización y el igualitarismo se hacen
cada vez más evidentes.

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[1] “Uno mismo es culpable de su minoría de edad, cuando la causa de ella no yace en un defecto
del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin
la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! He aquí
la divisa de la Ilustración.” (Kant: 2004, 33)

[2] Me sirvo de guía para este detalle de Bobbio (2014), quien parte de una distinción de derecha e
izquierda distinta a la que tomaremos en cuenta en este Trabajo.

[3] Cfr. Laje (1979, 15) donde, según este autor, Marx en esta idea seguiría a Feuerbach e identifica
la esencia del hombre con el género humano. Es decir, identifica un concepto lógico (género), con
un concepto metafísico (esencia).

[4] Sternhell profundiza en los orígenes franceses del fascismo. Para una revisión de ideas análogas
en Alemania durante el período de entreguerras puede verse Locchi y Steuckers (2010).

[5] Cuando Sorel falleció, en 1922, en su entierro hubo coronas de Stalin y de Mussolini.

[6] En Argentina, y teorizando sobre las fuentes de las que derivaría la Tercera Posición
justicialista, este hecho fue postulado por Jaime Marie de Mahieu, en su libro, compuesto por una
compilación de artículos, titulado precisamente Maurras y Sorel  (1969). Una fuente también, en el
aspecto económico, la encuentra en el Marqués La Tour du Pin.

[7] Ver Nisbet (2003).

[8] El autor (2014) define ambos términos ligando la derecha como un acento en la búsqueda de
libertad, y a la izquierda como un afán por la conquista de la igualdad.

[9] Para Donnatuoni Moratto (2009) y Bustos (2012) el antecedente de la Tercera Posición (y


origen de la expresión) estaría en un discurso que pronunciara el filósofo, cercano al peronismo,
Carlos Astrada con el título “Sociología de la guerra y filosofía de la paz”. Ver la conferencia en
Astrada (2007, 131-155).

[10] Ver el ensayo “El humanismo político del justicialismo”, en Disandro (1984, 51-62).

[11] “No puedo dejar de reconocer que Tercer Mundo y Tercera Posición no son lo mismo. La
Tercera Posición es una concepción filosófica y política. No todos los países que integran el Tercer
Mundo participan necesariamente de ella.” (2005, 377-378). Ver también la distinción que se hace
en el Manual de adoctrinadores peronistas  (1984, 105-109).
[12] Sobre ATLAS puede consultarse “ATLAS, la proyección sindical peronista en América Latina”,
en revista Todo es historia (1983, n° 199-200, págs.60-72) para un panorama general. Más
interesantes son los libros de Urriza (1988) y sobre todo el de Panella (1996) con abundante
documentación de Juan Raymundo Garone, quien fuera Secretario General de la central sindical.

[13] Sobre el concepto de “gran espacio”, grossraum,  en Carl Schmitt, ver Fernández Pardo (2007).

[14] Descartes fue un seudónimo utilizado por Perón para escribir artículos en el diario
Democracia.

[15] Esta distinción también está basada en Schmitt (2006).

[16] Sobre la relación con los Estados Unidos ver Rapoport y Spiguel (2009). También Van Der Karr
(1990) con muchos documentos. Para una mirada crítica de Perón, Peterson (1970) y el libro ya
clásico sobre Argentina y Estados Unidos de Whitaker (1956).

[17] Ver Groppo (2009) y Fernández Baraibar (2004), donde se toma el ABC como antecedente del
Mercado Común del Sur (MERCOSUR), pero sobre todo Almeida (2005), con una interesante
compulsa de documentos, muchos de ellos inéditos, de la política exterior peronista con respecto
a Brasil.

[18] Libro que postulaba una nueva teoría dentro de las relaciones internacionales y que se
presentaba como alternativa al dominante realismo: la interdependencia compleja.

[19] Ver las críticas de Gray (2000), quien sostiene que “Los mercados con limitaciones son la
norma en toda sociedad, mientras que los libres mercados son producto del artificio, de la
estrategia y de la coerción política” (30).

[20] Para John Holloway, quien llega a una similar conclusión aunque resalte el concepto de
“clase” para definir al conjunto de estos movimientos, también forman parte de esta resistencia
los movimientos terroristas. Enumerando a estos nuevos actores, menciona a los zapatistas, las
feministas, los ambientalistas e “incluso la espectacular protesta de aquellos que hicieron estrellar
los aviones contra el World Trade Center” (2004, 87).

[21] Ver Holloway (2004) y también su obra más importante, Cambiar el mundo sin tomar el
poder (2002), donde postula que se llame multitud, nuevos actores sociales o como sea, lo
principal es que sigue siendo lucha de clases lo que enfrente a los capitalistas y oprimidos. A
diferencia de Negri, que habla de “contrapoder”, Holloway defiende el concepto de “antipoder”.

[22] El texto seminal de esta corriente de investigación es ¿Pueden hablar los subalternos? de 
Gayatri Spivak (2009). La autora es una de las máximas representantes del Grupo de Estudios
Subalternos de la India, que viene realizando investigaciones sobre el fenómeno colonial desde
1950.

[23] Todas estas corrientes se basan, en definitiva, en el postestructuralismo francés, el


deconstruccionismo derridiano, la Escuela de Frankfurt…

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