Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Pero en Jerusalén fueron más cautelosos, solo notificaron «lo que Dios había
hecho con ellos», sin hacer referencia a la exención de los paganos de
observar la Ley de Moisés. Fueron recibidos por «la comunidad, los apóstoles
y los responsables»; y no hubo manifestación alguna de alegría El espíritu
fariseo, que ya se había metido en la comunidad, exige que los paganos se
hagan judíos (se circunciden) y que observen la Ley de Moisés, porque –
según ellos– no basta con que crean en Jesús para heredar la promesa de
salvación.
En el AT «la vid» («viña») era símbolo del pueblo de Dios. Al decir que él es
la vid «verdadera» da a entender que Israel ya no es el pueblo de Dios, y que
el pueblo verdadero deriva de él su existencia, no de una raza ni de una
institución, sino de la unión vital con él (fe). Y esto es así por decisión del
Padre. Así que a quien no produzca los mismos «frutos» que él, el Padre no
lo respalda («lo corta»: corta esa relación), y al que los produzca, el Padre lo
«limpia» a fin de que produzca más. Lo que «limpia» es el mensaje de Jesús.
Por eso, la condición para producir fruto es la permanente unión con él, así
como el sarmiento unido a la vid produce fruto. El «fruto» es a la vez
metáfora: a) del crecimiento personal y comunitario –internamente– y b) de
la expansión de la comunidad –hacia su exterior–, o sea, la vida, la
convivencia y la misión universal. La unión es recíproca: Jesús da su vida y el
grupo produce fruto; sin él, no habrá amor verdadero al ser humano, ni
tampoco se daría el auténtico fruto, porque solo él comunica el Espíritu
Santo, que los habilita para crecer en lo personal y comunitario y expandirse
en perspectiva universal.
Lo dicho en relación con el Padre vale en relación con Jesús («Yo soy la
vid…»). Entre ellos («sarmientos») y él («vid») circula una misma vida (savia:
Espíritu), que produce «mucho fruto». Quien se salga de esa comunidad de
vida, muere («se seca»), sentencia contra sí mismo («fuego») y se destruye
(«arder»). Tras una muerte en vida, termina en la muerte definitiva. La
fidelidad a Jesús y a sus exigencias de amor tiene como garantía el
compromiso de Jesús con los suyos a favor de la humanidad. Al pedir, hacen
reconocimiento de que la vida-Espíritu procede de él, y buscan estrechar
más la unión de la comunidad con él. Están identificados con él en la
realización del designio del Padre, por eso su apoyo es irrestricto («pidan lo
que quieran»). Esta actividad a favor de la humanidad, como la de Jesús,
manifiesta visiblemente la gloria (el amor-Espíritu) del Padre. La gloria del
Padre no es un elogio dirigido a él, sino el amor a la humanidad.
La eucaristía nos comunica la vida del Señor para que nosotros crezcamos y
maduremos en la misión, produciendo nuevas comunidades de gente unida
a Jesús por el mismo Espíritu-amor.
Feliz miércoles.